Quiero Bailar Con Alguien: La Historia de Whitney Houston, es una celebración emotiva y desgarradora de la superestrella de la canción estadounidense. Se trata de un repaso desde el comienzo de su carrera, pasando por el estrellato y un cierre amargo en la oscuridad de la adicción. La pelicula está dirigida por la actriz y cineasta Kasi Lemmons, y Naome Ackie retrata muy bien tanto en lo gestual como en actitud a la intérprete. Aunque solo use su voz para los diálogos, ya que las canciones son las versiones originales de la vocalista femenina de R&B pop. Se trata de una película íntima y cruda a la vez, donde cada momento clave está musicalizado. Sin embargo, hay ciertos errores en la cronología de los lanzamientos de esas melodías; algo que sus verdaderos fans no podrán ignorar. Y a pesar que el film trata de ser un espejo fiel de la realidad, resulta bastante limitado y ficcionado.
Éxito, deporte de contacto Whitney Houston, suerte de reinterpretación en clave ochentosa y extremadamente radio friendly del soul, el funk y el rhythm and blues de divas previas como Aretha Franklin, Etta James, Roberta Flack, Diana Ross, Gladys Knight, Patti LaBelle y la gran Chaka Khan, comenzó su carrera en la música grabando y actuando en vivo al servicio de su progenitora Emily “Cissy” Houston, otrora miembro de The Sweet Inspirations, legendario grupo de coristas góspel que trabajó para Elvis Presley, Jimi Hendrix, Solomon Burke, Van Morrison y la misma Franklin, una amiga de la familia desde siempre. La cantante es fichada en 1983 por Clive Davis, el fundador y presidente de Arista Records, después de verla actuar en un club nocturno neoyorquino y ambos dedican la friolera de dos años para pulir el producto y eventualmente presentar al público el mítico debut discográfico solista en cuestión, Whitney Houston (1985), un popurrí de baladas, pop y rhythm and blues típico de la época que se repetiría como fórmula ganadora en ocasión de la segunda placa, bautizada simplemente Whitney (1987), un par de trabajos que efectivamente funcionarían como las obras maestras primigenias de la mujer y que le darían el récord de siete “números uno” seguidos en el todopoderoso chart estadounidense, desplazando a los seis anteriores compartidos por The Beatles y los Bee Gees. La popularidad de turno no sólo se explica por su vozarrón, siendo una soprano spinto, sino también por la heterogeneidad de su público multitarget, su talento para las modulaciones melodramáticas y ese minimalismo formal de base ya que, de hecho, su principal “arma escénica” era el canto mientras que el grueso de las superestrellas de los 80 y 90 dependían muchísimo de las coreografías, la vestimenta, el maquillaje, las coristas, los videoclips, la pompa pirotécnica de los recitales y la producción ultra adornada de las grabaciones de estudio. La gloria comercial, una que le ganó acusaciones de “venderse” al público blanco, pronto trepa a niveles gigantescos en ocasión de sus dos placas siguientes, la mediocre I’m Your Baby Tonight (1990), un intento de adaptación al new jack swing en boga, y la rutinaria The Bodyguard: Original Soundtrack Album (1992), banda sonora de su gran debut como actriz, El Guardaespaldas (The Bodyguard, 1992), film de Mick Jackson. Houston, que para entonces ya tenía una generosa experiencia como diva, definitivamente tomó nota del éxito internacional gigantesco de El Guardaespaldas, con un guión bastante bobo de Lawrence Kasdan, y especialmente de I Will Always Love You, cover soul de una canción de 1973 de Dolly Parton que se terminaría transformando en su himno y principal “carta de presentación” ante el ecosistema global. Como suele ocurrir en estos casos, la cúspide de popularidad coincidió con el inicio del lento colapso psicológico de la vocalista, uno que ocultó retirándose de la música durante largos ocho años para rodar tres películas más, léase las asimismo flojísimas Laberinto de Pasiones (Waiting to Exhale, 1995), de Forest Whitaker, Como Caído del Cielo (The Preacher’s Wife, 1996), de Penny Marshall, y Cenicienta (Cinderella, 1997), obra de marco televisivo de Robert Iscove, a lo que se sumó el nacimiento en 1993 de su única hija, Bobbi Kristina Brown, producto del matrimonio de 1992 con Bobby Brown, éste a su vez ex cantante de la “boy band” New Edition, aquellos refritos ochentosos de The Jackson 5, y por entonces gozando de los últimos coletazos de una fama vinculada a su segundo disco solista en línea con el new jack swing, Don’t Be Cruel (1988), y a sus aportes para el soundtrack de Los Cazafantasmas 2 (Ghostbusters II, 1989), secuela deslucida de Ivan Reitman. Houston disfrutaría de un regreso más o menos digno con el bien hiphopero My Love Is Your Love (1998), no obstante luego derrapa con un desparejo intento de repliegue hacia aquellas raíces soul, Just Whitney (2002), y un disco ya impresentable de canciones navideñas, One Wish: The Holiday Album (2003), etapa de decadencia que comenzó en los 90 y cubre abortos espontáneos, anorexia, muchas peleas con Brown, arrestos, conciertos cancelados, comportamiento muy errático, un reality show –Being Bobby Brown, del 2005- y la pérdida de su poderío vocal por su adicción al tabaco, el alcohol, la marihuana, las pastillas y la cocaína. Luego de un álbum final intrascendente, I Look to You (2009), es encontrada ahogada en 2012 a los 48 años en la bañera de un hotel de Beverly Hills, episodio que fue considerado un accidente por la justicia estadounidense y atribuido a una combinación de cocaína, marihuana, Xanax y un trastorno cardiovascular. Siguiendo la estela de biopics musicales recientes de alto perfil, esa de Bohemian Rhapsody (2018), de Bryan Singer, Rocketman (2019), de Dexter Fletcher, Respect (2021), de Liesl Tommy, y Elvis (2022), de Baz Luhrmann, Quiero Bailar con Alguien (I Wanna Dance with Somebody, 2022), opus dirigido por Kasi Lemmons y escrito por Anthony McCarten, intenta analizar la figura de la malograda Whitney, cuya hija por cierto también se ahogaría en una bañera en 2015 a los 22 años de edad aunque por una neumonía lobar y la ingesta de drogas varias, a lo largo de casi dos horas y media de metraje que no sólo resultan sosas, esquemáticas y excesivas sino que no consiguen echar demasiada luz sobre el misterio que encierra la personalidad de la cantante, en esencia una mujer con un talento vocal enorme pero algo anodina y jamás preocupada del todo por crear una imagen íntima como artista a nivel de las canciones elegidas para interpretar, la enorme mayoría de ellas intercambiable, compuesta por terceros y en sus registros concretos de estudio sin los floreos exquisitos de las actuaciones en vivo, temas en los que improvisaba y sorprendía al público de sus shows. La actriz inglesa Naomi Ackie, conocida por sus participaciones en Lady Macbeth (2016), de William Oldroyd, Yardie (2018), de Idris Elba, Star Wars: El Ascenso de Skywalker (Star Wars: The Rise of Skywalker, 2019), un bodrio de J.J. Abrams, y las series The End of the F***ing World (2017-2019), creada por Jonathan Entwistle para Channel 4, y Small Axe (2020), del querido Steve McQueen para la BBC, es la encargada de componer a la cantante y cumple con dignidad aunque, como decíamos antes, la propuesta no consigue construir una identidad firme para una Houston que parece tironeada por las personalidades dominantes de Robyn Crawford (Nafessa Williams), una amiga/ asistente/ hermana postiza/ amante de la etapa inicial, Brown (Ashton Sanders), aquí bastante inocuo en comparación con la realidad, y sus padres, Cissy (Tamara Tunie), principal responsable de su educación musical, y John Houston (Clarke Peters), otra influencia demagógica y autoritaria que se convirtió en su manager por muchos años, amén de un Davis (el excelente Stanley Tucci) que con su amistad de larga data también marcó el rumbo artístico y la vida de Whitney. La obra de Lemmons, una actriz reconvertida en directora célebre por las apenas simpáticas Amores Divididos (Eve’s Bayou, 1997), Háblame (Talk to Me, 2007) y Harriet (2019), en sí repasa cada uno de los clichés del derrotero de Houston, clásica fábula de ascenso y declive pronunciado, no obstante el guión de McCarten, aquel de otras biopics infladas como La Teoría del Todo (The Theory of Everything, 2014), opus de James Marsh, Las Horas más Oscuras (Darkest Hour, 2017), de Joe Wright, Los Dos Papas (The Two Popes, 2019), del brasileño Fernando Meirelles, y la citada Bohemian Rhapsody, exagera el rol de Crawford en el despegue de la carrera de la estrella, aparentemente para apelar al público gay porque Robyn siempre fue una lesbiana convencida, y ofrece lecturas un tanto caricaturescas de las dos figuras paternas, ese Davis que le presenta las opciones musicales y pretende protegerla de sí misma y el otro, el progenitor biológico símil villano, que le consigue una renovación de contrato con Arista por cien millones de dólares para luego reclamarle ese dinero cuando decide echarlo por desastres diversos en su rol de administrador corrupto, despilfarrador y desalmado; además Quiero Bailar con Alguien desdibuja la relación con la hija, Bobbi Kristina (Bailee Lopes y Bria Danielle Singleton), e incluso desaprovecha la oportunidad de construir un melodrama hogareño lunático a partir del matrimonio con Bobby semejante a Tina (What’s Love Got to Do with It, 1993), recordada faena de Brian Gibson sobre otro vínculo romántico agitado, el de Ike (Laurence Fishburne) y Tina Turner (Angela Bassett), con la salvedad de que en el caso de los Brown los golpes por envidia eran mutuos. Desde ya que se agradece la música, pensemos por ejemplo en The Greatest Love of All, Home, If You Say My Eyes Are Beautiful, How Will I Know, I Wanna Dance with Somebody (Who Loves Me), I Will Always Love You, Why Does It Hurt So Bad, I Didn’t Know My Own Strength, I Loves You, Porgy, I Have Nothing y And I Am Telling You I’m Not Going, sin embargo el sustrato de “biopic oficial” higienizada del film le juega muy en contra por su carácter inofensivo y demasiado respetuoso para con Whitney, artista que necesitaba de un sello más aguerrido y honesto para desentrañar en serio el enigma detrás de tamaña voz…
La herencia pesa. Vaya si esto lo sabía Whitney Houston, con una madre cantante, exigente, que deseaba que su hija se dedicase también al arte. Pero ella quiso hacer su propio camino. Transitando espacios diferentes, y en los que realmente encontrase su voz y no una ajena. En “Quiero bailar con alguien”, de Kasi Lemmons, todo está representado con trazo grueso, demasiado, y un aire almibarado, casi de bronce, tiñe cada una de las escenas, y a pesar de esto, la vida de la cantante que murió muy joven, trasciende las viñetas elegidas para recorrer sus luces y tinieblas. “Voy a estar para vos musicalmente, no personalmente”, le dice Clive Davis (Stanle Tucci), el descubridor y representante de Houston (Naomie Ackie) en una de las primeras escenas, sin saber que, luego, claro, la ayuda ante las adicciones de la artista cambiaría esa sentencia. “Quiero bailar con alguien” es demasiado condescendiente con la cantante, evita profundizar, reflexivamente, sobre los hechos más dramáticos de la vida de ella, mostrando cuasi telefilm de Hallmark, solo algunos trazos oscuros pero dejando mucho más fuera de la pantalla que dentro. Cuando comienza a cuestionarla, o a mostrar los cuestionamientos hacia su carrera y canciones, como en esa escena de la entrevista radial en donde el conductor la acusa de ser “demasiado blanca”, o presentar casi de manera telenovelesca las peleas con Bobby Brown (Ashton Sanders), la estructura narrativa se resiente, y no hay número musical que incorpore que sirva para levantar esos sucesos. El ascenso meteórico, la manera en la que elegía sus canciones junto a Davis, su interés por incursionar en el mundo del cine, la pelea con su padre (que le robó todo su dinero) y el ocaso y resurgimiento, también son parte de la propuesta, que no logra, sostener durante toda la narración su fuerza. Sirve para recupera los clásicos hits de Houston, pero no aporta nada nuevo, al contrario, deja por fuera sucesos de los últimos tiempos y muchas más preguntas que respuestas. Una biopic desabrida que no está a la altura de la figura que retrata.
Una biopic sobre una cantante cuya carrera tuvo un ascenso igual de veloz que su caída. La descripción podría corresponder a cualquiera de las producciones realizadas en los últimos años que indagan en el contraste entre una vida pública exitosa y una privada que se cae a pedazos, todo matizado por una buena cantidad de hits. Y así ocurre con Quiero bailar con alguien: La historia de Whitney Houston, que recorre la vida y obra de la artista fallecida en 2012 de manera automática, abrazando todos y cada uno de los lugares comunes del género. Las buenas biopics son aquellas que “se parecen” a sus protagonistas. Como Rocketman, por ejemplo, que replicaba el estilo y la estética de Elton John para un viaje por momentos pop, por otros alucinado. La película de Kasi Lemmons, en cambio, se limita a recorrer la vida de Houston desde sus experiencias bautismales como cantante en la iglesia a la que asistía con su familia hasta su desenlace fatal. En el medio están, como es de esperar, los momentos más trascedentes de su carrera (su primer contrato, el crescendo de su fama, los shows multitudinarios, los premios, la invitación a cantar el himno en el Superbowl, su rol estelar en El guardaespaldas) y de su vida personal (la relación tensa con su padre, el amor trunco con su mejor amiga, la búsqueda de una familia “normal”, el abuso de drogas). Que el guionista sea Anthony McCarten, el mismo de Bohemian Rhapsody: La historia de Freddie Mercury, explica la falta de pasión con que se narra el derrotero de Houston, así como también su apego a la “historia oficial” (se suma que una de las productoras es Pat Houston, cuñada y manager de Whitney) y una mecánica narrativa que durante casi dos horas y media pendula entre las bambalinas y la recreación de shows que la actriz Naomi Ackie interpreta a pura mímesis. Pero el que se lleva los aplausos es Stanley Tucci como el productor y empresario musical Clive Davis. Si el elenco tiende a gesticular y exhibir las emociones a flor de piel, lo de Tucci es, como siempre, sobriamente extraordinario. Ver sino la escena donde, con tan solo un movimiento de hombros y una sonrisa leve, asume su identidad sexual ante una protagonista que para ese momento ya había derramado litros de lágrimas.
Las biopics musicales parecen haber recobrado en los últimos años la popularidad que tuvieron décadas atrás. Probablemente, dicho resurgimiento haya comenzado con el éxito de «Bohemian Rhapsody» (2018), floja y despareja película que buscaba adentrarse en la fama alcanzada por la banda británica Queen. Luego le siguió «Rocketman» (2019), dirigida por Dexter Fletcher, quien había sido el encargado de finalizar la dirección de la película que contaba la historia de la agrupación precedida por Freddy Mercury, debido al escándalo en el que se vio envuelto Bryan Singer. Aquella segunda biopic supo encontrarle una aproximación un poco más original a la vida y obra de Elton John. En el medio tuvimos un gran número de películas olvidadas como «The Dirt» (2019), que contaba la historia de Mötley Crüe o «Respect» (2021) que buscaba hacer lo propio con Aretha Franklin. La tendencia parece haber sido profundizada con la confirmación de las biopics de Amy Winehouse y Michael Jackson, así como también con dos películas que se estrenaron el año pasado. La primera es «Elvis» (2022), la cual, con aciertos y fallas, demostraba tener un estilo propio y una personalidad que solo un director de la talla de Baz Luhrmann puede estampar en la adaptación audiovisual. Y la segunda es el film que aquí nos reúne y que se estrena en las salas argentinas esta semana. «Quiero Bailar con Alguien» («Whitney Houston: I Wanna Dance with Somebody») narra los acontecimientos más importantes de la vida de la cantante Whitney Houston (interpretada por Naomi Ackie en un rol complejo que seguramente dispare su carrera en Hollywood). Un retrato que nos llevará desde sus comienzos cantando en la iglesia y haciendo los coros en los conciertos de su madre hasta convertirse en uno de los íconos del pop norteamericano y un emblema de la comunidad afroamericana. El resultado es algo anodino y chato, principalmente porque incurre en todos los lugares comunes y en las fórmulas de estos relatos que suelen centrarse en la vida de artistas reconocidos. A no mal interpretarse, la película resulta correcta en casi todos sus aspectos con una dirección prolija y sin demasiado despliegue de Kasi Lemmons («Harriet», «Talk to Me»), una interpretación maravillosa de Ackie y una reconstrucción tanto de los hechos como de la época bastante acertada, no obstante, ya es muy repetitivo y trillado el recurso de la narración del ascenso meteórico, precedido por las miserias de la fama, los problemas familiares, el ojo inquisidor de la opinión pública y el inevitable descenso trágico. Todos estos largometrajes (al igual que como estuvo pasando con las películas de superhéroes los últimos años) parecen ser cortados con la misma tijera, siguiendo una narración clásica y llevando al espectador hacia un terreno conocido, sin sorpresas y con una familiaridad que deja de ser agradable para empezar a generar agotamiento. Si encima a eso le sumamos que el relato cuenta con una duración bastante extensa de 146 minutos, con un segundo acto bastante largo, puede que la experiencia se haga un poco cuesta arriba. «Quiero Bailar con Alguien» puede que esté mejor realizada que varias de las películas cuya fórmula repite hasta el hartazgo, sin embargo, eso no resulta suficiente (al menos no para quien escribe) para que la experiencia sea del todo satisfactoria. Obviamente que los fans de la cantante disfrutarán de una banda sonora bastante atractiva y de algunos pasajes entretenidos, pero ya va siendo hora de que este tipo de historias se alejen un poco de la norma para sorprender y darle algo más al espectador.
Whitney Houston murió ahogada el 11 de febrero de 2012, en la víspera de la ceremonia de entrega de los premios Grammy de ese año. En su cuerpo se hallaron restos de cocaína (lo que sugiere una sobredosis accidental) y problemas cardíacos. En Quiero bailar con alguien, ese instante final no aparece, reemplazado por una leyenda sobreimpresa en la pantalla. En su lugar, para la despedida, se eligió uno de los grandes momentos artísticos de la malograda cantante, el medley interpretado en los American Music Awards de 1994. En el cierre de sus excesivos 144 minutos, la película asume en plenitud su identidad. Es la biografía oficial y autorizada de Whitney Houston, avalada por la presencia en los créditos como productores de su cuñada Pat y el legendario productor musical Clive Davis, decisivo en la carrera artística de Whitney y personificado con autoridad por el gran Stanley Tucci. El testimonio que quiere dejar la película es, sobre todo, el de la música. Con la auténtica voz de Houston presente en todo momento, aunque el talento de la actriz británica Naomi Ackie deje la sensación equívoca de que es ella la que canta, cuando en realidad hace una fonomímica perfecta con el movimiento de sus labios. A la vez, sostiene con gran convicción el compromiso de representar a Whitney a lo largo de una vida llena de contratiempos, infortunios y sueños frustrados. En este terreno, Quiero bailar con alguien repite los errores de Bohemian Rhapsody, otra biografía musical también escrita por Anthony McCarten. Como ocurría en el caso de Queen y Freddie Mercury, la vida de Houston es una sucesión de viñetas contadas siempre de manera superficial y a toda velocidad, sin preguntarse en ningún momento por las razones profundas que llevaron a un desenlace tan terrible. En su lugar se acumula información, por lo general llena de supuestos, datos confusos y descripciones elementales, sobre el papel de los padres de Houston en su evolución artística y el manejo económico de su carrera, la temprana relación sentimental de la cantante con la fiel Robyn Crawford, el accidentado romance con Bobby Brown, el vínculo con su hija Bobbi Kristina. De su paso por el cine casi no se habla, como si fuese irrelevante hacerlo. El planteo deja una inquietante conclusión: en el fondo, la única responsable de no haber hecho las cosas bien es la propia Whitney. La película trata de corregir esa incómoda (y seguramente no deseada) opción a través del mejor legado posible: el poder incombustible de las canciones. Desde esta perspectiva al menos se asegura la fidelidad de los fans. Pero las preguntas sobre las decisiones cruciales que ella tomó a lo largo de su vida siguen abiertas. Quiero bailar con alguien expone el descenso a los infiernos de su protagonista, pero nunca se pregunta de verdad qué fue lo que llevó a este inesperado y abrupto final, justo en el momento en el que Whitney Houston imaginaba, a los 48 años, que podía intentar el regreso a un esplendor perdido y tan extraviado como esta biografía.
La vida de músicos que terminaron mal, que sufrieron la muerte por distintos motivos de manera temprana e inesperada, son un terreno fructífero para hacer películas biográficas. Le suman, claro, las canciones que fueron hits, y el combo suele funcionar. Historias de vida que merecen ser contadas. Y la de Whitney Houston, no cabe ninguna duda, es una de ellas. Pero, y en Quiero bailar con alguien hay más de un pero, todo o casi todo se pierde, se desvanece, se desdibuja. Pese a la actuación de Naomi Ackie, que igual que sucedía con Rami Malek haciendo de Freddie Mercury en Bohemian Rhapsody, a veces se escucha su voz, aunque principalmente se oye la de Houston. La londinense Naomi Ackie (fue Jannah en Star Wars: El ascenso de Skywalker) cumple con lo que tiene que hacer. Interpreta, y copia y replica los gestos, los movimientos de Whitney casi a la perfección. También el estilo de actuación de Houston. Nada que reprocharle. Pero dirigida por Kasi Lemmons (Harriet, en busca de la libertad) todo termina en una superficialidad que alarma. O mejor, que aburre, que en realidad es peor. Están las canciones más emblemáticas de Whitney, con temas como Greatest Love of All, I Will Always Love You y, por supuesto, I Wanna Dance with Somebody. Biografía con canciones Y como es una biografía, arranca con Whitney de pequeña, resaltando en el coro de una iglesia en Nueva Jersey, bajo la atenta mirada de su madre, Cissy (Tamara Tunie). Veremos cómo el productor discográfico Clive Davis (Stanley Tucci, algo desdibujado está el actor de El diablo viste a la moda y Los juegos del hambre) la descubre y de manera astronómica se convierte en estrella. Están su matrimonio con el artista de R&B Bobby Brown (Ashton Sanders) y también lucha contra la adicción a las drogas. Sabemos que esto último no terminó bien. No spoileamos nada: Whitney Houston murió a sus 48 años en una bañadera de un hotel, en 2012. A la película también le juega bastante en contra la extremadamente extensa duración: son dos horas y 24 minutos de más de lo mismo. Sí la directora consigue algunos buenos momentos, como la recreación del videoclip de How Will I Know, y la famosa interpretación de Houston del himno de los Estados Unidos en el Super Bowl de 1991, no se entiende por qué hay tan poco de El guardaespaldas (una sola imagen de la película, repetida dos veces). Será cuestión de derechos, así como desde la platea tenemos derecho a patalear. Por eso es mejor, para los fans de Whitney, buscar los documentales Whitney: Can I Be Me, de Nick Broomfield, y Whitney, de Kevin Macdonald, el director de El último rey de Escocia. Están las canciones, hay buenas reconstrucciones y, sobre todo, una síntesis que Quiero bailar con alguien no se encuentra en ningún momento.
“Quiero Bailar con Alguien” no solo hace alusión a un hit de los ’80 sino que fue el éxito que eligieron para ponerle a la biopic de Whitney Houston, famosa cantante de esa década que rompió records y que tuvo un fatal final a causa de las drogas. El guión estuvo a cargo de Anthony McCarten, quien estuvo detras de la biopic “Bohemian Rapsody”, y fue una película protagonizada por Naomi Ackie. El film destaca los mejores momentos de la carrera de la artista y repasa como vivió su lucha contra las adicciones, los cuales la llevarían a su trágica muerte. La actriz Naomi Ackie le pone el cuerpo y su interpretación actoral con mucha exactitud con la figura de la cantante; y se logra ver en pantalla la similitud física y vocal de la protagonista. El trabajo de maquillaje y vestuario son un complemento que ayuda a la actriz en su interpretación, donde logra pasar de la joven Whitney a la víctima de las adicciones con un alto nivel de similitud. La directora Kasi Lemmons decidió recrear mucho material de archivo y momentos públicos de Whitney con una exactitud detallista y una recreación audiovisual que logra transportarse al archivo que se busca recrear. El problema que puede haber es que la estructura del guión puede sentirse similar a lo visto en “Bohemian Rapsody” porque el guionista del proyecto es Anthony McCarten, quien gano un premio de la academia por ese proyecto. Con decir que el inicio de la película es el ingreso de Whitney a su ultimo recital en vivo, como lo hace el Freddie Mercury de Rami Malek. Pese a ese problema, la emoción y el talento de la vida de la cantante se logro poner en el guión; dicha vida de la artista parece haber sido encajada dentro de la estructura del guión de la biopic de Freddie Mercury. La música de esta película fue seleccionada para que haga armonía con los momentos de la historia y eso hace que sea un repaso por su arte con mucho ritmo con la narrativa de la historia de Whitney Houston. Todos los éxitos de la cantante son reversionados por la actriz, quien logra llegar a un tono vocal similar y que encaja en cada momento de la historia Whitney. No se escucha de la misma manera a la Whitney joven y a la Whitney del final de su vida porque su registro vocal fue cambiando con el correr del tiempo. “I Wanna Dance With Somebody” es una película emocionante que repasa la vida de Whitney Houston con el estilo y la estructura narrativa característica de Anthony McCarten, se siente como una secuela de “Bohemian Rapsody”; y la dirección hace que esto se note aún mas porque logra, a través de lo audiovisual y actoral, que sea lo mas similar a la vida de LA VOZ de los ochenta. Para disfrutar del talento de la cantante y ver las consecuencia de la presión del mundo del espectáculo y los malos hábitos que estos conlleva.
La mejor voz de la historia vuelve a sonar. Esta vez en el cine, donde “Quiero bailar con alguien” -el film dirigido por Kasi Lemmons- trae al presente todos los éxitos de Whitney Houston para dejar inmortalizado en la pantalla grande tanto su inigualable talento como su vida. Naomi Ackie es quien se pone en la piel de la cantante mujer más galardonada de todos los tiempos durante las casi dos horas y media que dura la película, en la que se relata desde los comienzos de su carrera musical hasta su realidad abajo del escenario, donde el drama la envolvía. En cada etapa de la vida de Whitney, la interpretación -y la personificación- de la actriz es impecable: logra situar al espectador en cada nuevo contexto que se presenta y transmitir las emociones que atravesaban a la cantante con el pasar de los años. No obstante -y a pesar de la larga duración del film- el guión pareció estar más centrado en los momentos musicales y no tanto en darle profundidad a la historia de la artista. Hay épocas que están relatadas muy por encima y hace perder el hilo de su vida, que es fundamental para la biopic. Entre otras actuaciones, también cabe destacar la interpretación de Stanley Tucci como Clive Davis -productor discográfico y amigo de Whitney-, Ashton Sanders como Bobby Brown y Tamara Tunie como su madre. Estrenada este jueves, a dos días de que se cumpla un nuevo aniversario de su trágica muerte (11 de febrero de 2012), “Quiero bailar con alguien” -o ‘I Wanna dance with somebody’, como dice su icónica canción en inglés- no es una producción magistral, aunque sí una película buena y entretenida para volver a disfrutar a la gran Whitney Houston.
Las biografías cinematográficas son siempre una trampa. Por un lado son evaluadas por su relación con la figura elegida, por el otro la oportunidad de que los expertos -o quienes creen serlo- desplieguen todo su conocimiento no cinematográfico para explicarnos, a modo de una biografía escrita, lo que la película debería haber narrado. Pero como ocurre con la adaptación de libros, a veces hay que dejarse un margen grande para ver lo que está en la pantalla y no estar todo el tiempo jugando a la comparación. Tampoco se puede negar que es un género comercial donde todos sueñan con la taquilla y también con los premios, en particular aquellos que interpretan el rol principal. Quiero bailar con alguien (Whitney Houston: I Wanna Dance with Somebody, 2022) es la biografía cinematográfica de Whitney Houston, una de las mejores voces y artistas más populares de todos los tiempos. El papel de Whitney recayó en Naomi Ackie, lo que es claramente una decisión de no buscar una imitadora de la cantante, sino una actriz que la interprete. Esa clase de decisiones arriesgadas suele alejar a las películas de los premios, cosa que aquí ocurrió. La dirección es de Kasi Lemmons, la directora de Harriet (2019) y el guión es de Anthony McCarten, un verdadero especialista en biopics. Él es el guionista de La teoría de todo, Rapsodia Bohemia, Las horas más oscuras y Los dos Papas. Y Stanley Tucci interpreta a Clive Davis, el presidente de Arista Records. La película buscaba brillar en el género, pero algunos elementos la dejaron fuera de la carrera. La película tiene muchas decisiones arriesgadas, es pudorosa en prácticamente todo pero al mismo tiempo declara abiertamente la relación homosexual de Whitney Houston con Robyn Crawford (Nafessa Williams), algo conocido aunque no para el gran público, ya que ella nunca habló públicamente sobre el tema. También aparece la resistencia de la comunidad afroamericana a una artista que pasó muy por encima de los prejuicios raciales y fue más popular que todos los artistas activistas juntos. Su falta de racismo artístico le permitió protagonizar esa maravilla de avanzada llamada El guardaespaldas (1992) que fue tan popular como rechazada por su historia de amor interracial. La película apuesta más a la inteligencia del espectador que a todas las obviedades y no se regodea jamás en el dolor. Su dignidad y amor por Whitney Houston son claras y la casi totalidad de las canciones son con la voz original de ella. Hubiera sido imposible reemplazarla, por otro lado. El famoso momento del Himno Nacional de los Estados Unidos en el Super Bowl está a la altura de la leyenda. Más no se puede pedir.
Un filme tan de formula que a los 10 minutos se sabe todo lo que sucederá, no solo por la previsibilidad del relato sobre una historia conocida. Sino por las formas que utiliza la directora para construirlo. Digamos esto, El filme retrata, o intenta, la vida de Whitney Elizabeth Houston, (Naomie Ackie), siempre apoyada e incentivada por su madre, la también cantante Cissy Houston(Tamara Tunie). Hasta que una noche en la que Cissy va a realizar su show, descubre entre el publico a Clive Davis (Stanley Tucci) un famoso promotor, productor discográfico, es cuando impulsa a su hija a que deje el coro, y la reemplace en la primer canción, que cante sin decirle quien estaba en la sala. Aquí termina cualquier tipo de imprevisto o sorpresa del relato, entonces se podría decir que, todo se adecúa a una joven es descubierta por un importante ejecutivo musical. El hará lo necesario para que la “joya”,
"Quiero bailar con alguien": las vueltas de la vida Largometraje biográfico de manual, autorizado por los herederos familiares y discográficos de la cantante Whitney Houston, Quiero bailar con alguien se suma a la extensa lista de grandes íconos musicales cuyas vidas han sido llevadas a la pantalla durante las últimas décadas. La afirmación puede reescribirse de la siguiente manera: la película de Kasi Lemmons (Harriet, Eve’s Bayou) es una sucesión de viñetas que delinean el ascenso, caída, regreso y muerte de The Voice (La voz), como la definió la prensa al escuchar su maleable rango vocal. Hija, prima y ahijada profesional de tres grandes cantantes en el mundo del r&b, el soul y más allá –Cissy Houston, Dionne Warwick y Aretha Franklin, respectivamente–, la futura estrella fue nutrida musicalmente por su propia madre hasta que llegó el momento ideal para lanzar su carrera. Al menos eso es lo que da a entender el film, que las encuentra ensayando una pieza de gospel en una iglesia, la veterana enseñando que “se canta con la cabeza, el corazón y las tripas”, leitmotiv visual que se repetirá varias veces con el correr de las dos horas y media de metraje. Gran parte de los temas que recorren la biografía están presentes en esos primeros minutos: la relación tensa pero cariñosa entre madre e hija, el coqueteo con las drogas, todavía dentro de los límites de lo recreativo, el deseo de jugar más allá de las reglas con su instrumento musical, las cuerdas vocales. La película blanquea la relación sentimental de Houston (mimética Naomi Ackie) con su amiga Robyn Crawford, quien estaría a su lado –por lo general entre las sombras– durante toda casi toda la vida, más allá de casamientos y maternidades formales. Y así llega la escena del “descubrimiento”, representado gracias a un clásico recurso dramático de guion. A mediados de los 80 Cissy, todavía activa como cantante, simula un problema vocal y deja que sea su hija quien abra el recital en el un club nocturno, a sabiendas que escondido entre el público está presente Clive Davis (el siempre cumplidor Stanley Tucci), poderoso productor musical y fundador de Arista Records. De ahí al primer single y el batacazo del segundo álbum hay un par de pasos. Whitney se transforma en la primera artista afroamericana en ir mucho más lejos del simple crossover entre la audiencia negra y la blanca. A partir de ese momento, el guion de Anthony McCarten –autor de otra biopic reciente de características similares, Bohemian Rhapsody– apretuja instancias altas y bajas de su carrera y vida personal. Enamoramientos, separaciones, giras, enfrentamientos (el vínculo con el padre, conflictivo y eventualmente virado a lo judicial, tiene una presencia importante), su paso por el cine a partir de El guardaespaldas y el comienzo del declive. Y las drogas, desde luego, que el montaje ATP deja siempre fuera de cuadro. Pura sumatoria de momentos, pegoteados cronológicamente sin mucha lógica dramática, de cine poco y nada. Si el gran legado de la Houston es la música (Ackie mueve los labios a la perfección mientras la pista de sonido deja escuchar la voz original de la cantante) mejor volver a escuchar los discos.
Con el tiempo, la seguidilla de biopics dará que hablar y este caso no es la excepción. Quiero bailar con alguien se centra en la vida de Whitney Houston (Naomi Ackie) desde su juventud hasta su muerte, pasando desde su entorno familiar, el laboral, mostrando también tanto su caída como su resurgir. Todo esto, sin tapujos. Yendo a los detalles técnicos, el film de Kasi Lemmons logra contar una historia lineal, sin flashbacks ni alteraciones temporales (a diferencia de Rocketman), con un buen ritmo ante la información brindada (gracias al guion de Anthony McCarten, el mismo de Bohemian Rhapsody). En cuanto al score de Chanda Dancy, está acompañada por la vibrante fotografía de Barry Ackroyd al elegir colores neutros para las primeras escenas, tonos coloridos para el estrellato (veremos recreaciones de videoclips y shows en vivo), pasteles para remarcar la relación madre-hija, predominando un clima cálido, más allá de los momentos más crueles de la artista (como la falta de apoyo de su padre al priorizar la administración monetaria de su hija, la violencia doméstica, las adicciones, etc). Personalmente, quiero destacar que la actriz elegida como protagonista tenga una voz similar a la cantante aunque solo cante en algunas escenas (como en los primeros minutos), debido a que gran parte escucharemos la verdadera voz de Houston en las canciones. Y por último, pero no por eso menos importante, una mención especial para las actuaciones de Stanley Tucci como Clive Davis, Ashton Sanders como Bobby Brown, Nafessa Williams como Robyn Crawford, Clarke Peters como John Houston, Tamara Tunie como Cissy Houston, Bria Danielle Singleton como Bobbi Kristina, Kris Sidberry como Pat Houston, Daniel Washington como Gary Houston y Luke Crory como un superfan. Conocida mundialmente como la mejor voz de nuestra generación, esta cinta de 146 minutos es ideal para seguidorxs de ella, amantes de este subgénero o para quienes quieran disfrutar de una gran historia que pudo ser la de cualquiera (en mi cabeza no paraba de asociarlo con la de Tina Turner), con el fin de despojarse de lo impuesto por sus padres, ser fiel a su identidad y transmitirnos su mensaje: seguir el camino del amor.
Es un regalo para los fans de Whitney Houston por muchas razones. Es una celebración al talento de la cantante considerada como una las más grandes de su generación, la que más vendió y fue premiada, en su carrera de 30 años. Por eso la que canta es ella es las versiones remasterizadas originales de sus canciones y la protagonista, logra una sincronización perfecta. Por eso ya es recomendable verla es cines con sonido de primera. La decisión de los productores de usar su propia voz es entendible, la actriz que la personifica capta el esplendor de Whitney aunque no se le parece. Es una gran cantante a la que se puede escuchar en los coros del comienzo de la historia y en el momento en que su madre se aparta para darle el protagonismo en presencia de un gran productor. Después se la escucha a la Houston con una precisión mímica increíble de Naomi Ackie. Si bien nada se soslaya en el film, su preferencia sexual cercenada por su familia homofóbica, la traición del padre, la adicción a las drogas, la difícil relación con Bobby Brown, el acento esta puesto en verla actuar, en escucharla, aunque siempre se la ve incómoda con la fama. Una versión amable de su trágico destino, un homenaje.
Quiero Bailar con Alguien es un retrato higiénico de Whitney Houston, con la dosis de sordidez indispensable para humanizar a una cantante que se debatía entre su imagen pública y su yo privado, inaceptable para la puritana y consumista era Reagan. La película cae en los estereotipos habituales con los que a Estados Unidos le gusta contar la vida de sus músicos: como un tratado moralizador lleno de culpa, expiación y, si hay tiempo, redención. Whitney no lo tuvo.
GRANDES ÉXITOS DE WHITNEY HOUSTON A la hora de encarar un biopic cinematográfico -excluimos a las miniseries de este razonamiento-, hay un desafío básico que es prácticamente infranqueable: no se puede contar toda la vida del personaje elegido, siempre se deben recortar fragmentos relevantes. Por ende, hay que tener claro, antes de pensar en cualquier línea de diálogo o escena, qué es lo que realmente se quiere abordar sobre la figura en cuestión, que puede ser desde una cualidad en particular hasta un tramo temporal o evento que puede definirlo en toda su dimensión. Sin embargo, Quiero bailar con alguien no parece entender este precepto esencial y quiere contarnos todo sobre la vida de Whitney Houston, hasta caer en un enciclopedismo insustancial. El film de Kasi Lemmons arranca durante la juventud de Houston (Naomi Ackie en una mímesis tan esforzada como irrelevante) y desde ahí avanza, de manera completamente lineal, hasta su prematura muerte, cuando tenía apenas 48 años. Entonces, con vocación didáctica, va sumando datos de todo tipo como para que el espectador que sabe poco y nada sobre la famosa cantante quede bien informado. Así, nos vamos “enterando” -por decirlo de algún modo- que el árbol genealógico de Houston tenía unos cuantos nombres relevantes de la música, incluyendo a su madre. También que era bisexual y que mantuvo una relación secreta con su mejor amiga y asistente, que iba a la par de otros vínculos románticos, como su tormentoso matrimonio con el cantante Bobby Brown. Asimismo, que tenía una extraordinaria voz; que entre los 80 y 90 hilvanó una serie de éxitos inigualables; y que fue criticada por tener una producción musical demasiado masiva y alejada de sus orígenes afroamericanos. Finalmente, que su adicción a las drogas, sumado a varios conflictos personales, la terminaron empujando a un trágico final. Es decir, nada de lo que no podamos enterarnos viendo un especial de E! o leyendo una crónica en Infobae. Lo que falta en Quiero bailar con alguien es un verdadero posicionamiento sobre Houston, algo que nos indique qué es lo que le interesa decir o explorar sobre la artista. Por momentos pareciera que quiere indagar en su proceso creativo, en cómo, a pesar de no ser compositora, era capaz de apropiarse de las letras y melodías para darles un sello propio. Pero eso está resuelto con un par de secuencias de montaje apuradas y simplistas que lejos están de revelar aunque sea mínimamente sus formas de inspiración. Entonces quedan, a lo sumo, los momentos musicales, que reproducen conciertos y videoclips con una fidelidad milimétrica que tienen como resultado un vigor considerable y limitado a la vez. Ahí tenemos, por caso, la presentación de Houston en la que canta el himno estadounidense antes del comienzo del Super Tazón, que aún en su emotividad no deja de palidecer frente a la transmisión original. La estructura compilatoria de Quiero bailar con alguien se agota y aburre antes de la hora y media, y todavía quedan sesenta minutos que se vuelven extenuantes. Ahí se despliega todo el drama personal de Houston, con varias secuencias de trazo grueso que no agregan nada realmente consistente. De ahí que los últimos minutos, que buscan conmover casi desesperadamente, solo generan indiferencia. Quiero bailar con alguien es un grandes éxitos que incluye demasiados temas descartables y que no sabe qué decir sobre una figura compleja a la que retrata con una fascinación algo vacua y definitivamente improductiva.
La historia de Whitney Houston cobra vida en esta biopic protagonizada por Naomi Ackie.
Película que peca de positivismo, si tenemos en cuenta el escándalo y las curvas peligrosas que rodearon a una trayectoria desbordada de tensiones, dramas y excesos. Dirigida por la estadounidense Kassi Lemmons -la realizadora de “Harriet” (2020)-, “Quiero Bailar para Alguien” coloca en el pedestal del cine mundial a la novel intérprete Naomie Ackie. La pregunta era si estaría a la altura. La respuesta arroja visibles contrastes. Los mismos guionistas de “Bohemian Rapsody” estructuran un biopic de indudable referencia, a través de dos horas y media de metraje. Una tarea nada fácil, llevar a la gran pantalla el periplo profesional y personal de la fenomenal Whitney Houston. Pero, la música no tiene fronteras, ella decía, tal y como se menciona durante uno de los primeros pasajes del film. La sola búsqueda de la autenticidad. Pensamos en Whitney y es inevitable recordar a una cantante que también trazara lazos con el mundo del cine; atesoramos, principalmente, su actuación en “El Guardaespaldas” (1990). Al fin, ¿cuánto del ángel de Whitney pervive en “Quiero Bailar con Alguien”? Poco, a decir verdad. En lo que representa una cuestionable decisión artística, el uso del playback le pasa facturas de modo notable. Por parte de Ackie, pese a su esmero, luce francamente indefensa frente a la cámara, y aquí se nos presenta el más marcado de los contrastes. Al intentar copiar al milímetro los movimientos observamos que su desempeño es correcto, pero, cabe decir, ‘imitar la entonación’ desde el silencio no llena el alma ni el corazón. La desconexión entre la voz original y su émulo de ficción es evidente. De calidad notablemente menor a la mayúscula “Respect” (2021) -sobre vida y obra de la genial cantante negra Aretha Franklin- el presente largometraje sortea avatares merced a un presupuesto limitado, el cual se ve reflejado en la insuficiente representación de ciertos momentos míticos. Lemmons no logra hacer justicia a una magnífica carrera, y si bien sabemos de sobras que la de Whitney, indiscutida voz de su generación, fue una vida personal distanciada del idílico camino de rosas, no obstante, es mérito de los responsables aquí decidir apartar la mirada de los aspectos más dolorosos y trágicos.
Una sólida interpretación de Naomi Ackie consigue hacer llevadera la clase de biografía superficial, pedestre y sin alma que se podía esperar del guionista de Rapsodia Bohemia, Anthony McCarten. Hace unos años el canal Lifetime realizó una película sobre Whitney Houston que protagonizó Angella Bassett y tenía un perfil similar. En ambos casos se ofrecen producciones extremadamente correctas que presentan una aversión a profundizar los aspectos más dramáticos dentro de la historia de vida de la artista. El film de la directora Kelsi Lemmons recorre la carrera de Whitney como si se tratara de un resumen escolar basado en el perfil de Wikipedia. Desde sus orígenes artísticos en el coro de una iglesia a sus primeros pasos en la industria discográfica, seguido por el ascenso a la fama el final trágico a los 48 años. A lo largo del relato hay alguna referencia a su bisexualidad y algún problemita de adicciones pero la película de Lemmons no expresa el menos interés en ahondar en ninguna de estas cuestiones o en la faceta artística de la protagonista. Todo se desarrolla de un modo mecánico e insípido a través de una narración que termina por desperdiciar una muy buena interpretación de Naomi Mackie, quien encarna a la intérprete en las diversas etapas de su vida. Al igual que Rapsodia Bohemia una virtud que se puede resaltar del film es la rigurosidad con las que se recrearon desde la realización algunas de las presentaciones icónicas de Houston. Se destacan especialmente la interpretación del himno norteamericano en el Super Bowl de 1991 y hacia el final la presentación en los American Music Awards de 1994 que quedó en el recuerdo entre los mejores momentos de su carrera. Debido a que la voz de la artista era imposible de replicar en la mayoría de las secuencias musicales se escuchan las grabaciones originales. Sin embargo, Mackie tuvo la posibilidad de interpretar por su cuenta un par de canciones al comienzo del film donde hace un trabajo más que digno. Lamentablemente la película en su contenido resulta olvidable para tratarse de una biografía que podría haber ofrecido un espectáculo más ambicioso desde la ficción. A quienes les interese conocer en detalle la vida de la cantante les recomiendo el brillante documental de Kevin Macdonald (Un día en Septiembre), Whitney, que explora en profundidad las luces y sombras de una de las mejores voces que trascendieron en la música popular norteamericana.
Ah, qué terrible el mundo del pop, tan bajo, tan lleno de artificios y vicios varios, tan hipócrita. En fin, esos son nuestros prejuicios y, aunque Leonard Bernstein haya hecho Amor sin barreras, van a seguir. Es buen campo, entonces, para desarmar otros. El cuento que narra Quiero bailar con alguien es simple: Whitney Houston, alguien brillante y carismático, llega a la cima con su talento y cae luego, hasta fallecer, por culpa de sus vicios. Uno podría elegir momentos, canciones de esta película donde Naomie Ackie logra que creamos estar en un recital constante de Whitney. Ejemplo: el himno estadounidense, la del Guardaespaldas, cualquiera. Detrás hay un cuento donde subir y caer y perder por amor está hilado de modo arquetípico. Por suerte, el film no carece de humor ni de defensa de la (in)utilidad del arte, pequeño o grande. Whitney Houston se merecía un Oscar.
Reseña emitida al aire en la radio.