Cuestiones de amor, odio y libertad. Basada en la historia del fallo judicial de carácter homofóbico que le quitó la tuición de sus hijas a la jueza chilena Karen Ataya, Rara indaga en el famoso caso sobre custodia que sacudió a la opinión pública del país trasandino hace un poco más de diez años y que aún sigue causando revuelo y discusiones en el ámbito del derecho en Latinoamérica, en especial a partir del fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que condenó al Estado chileno a raíz de la apelación de la jueza por la infundada decisión de la Corte Suprema de Chile. La ópera prima de la realizadora Pepa San Martín compone su relato a partir de la mirada de Sara (Julia Lübbert), la hija mayor preadolescente de Paula (Mariana Loyola), una jueza -separada del padre de las niñas- que vive con su pareja Lía (Agustina Muñoz). Ambas mujeres crían a las hijas en un entorno de tensión debido al miedo a la intolerancia en los círculos burgueses y pequeñoburgueses chilenos y a los típicos conflictos de los niños a punto de entrar en la adolescencia, una etapa que los enfrenta al mundo de los padres. Sara convive normalmente con la identidad sexual de su madre pero es consciente de que es mejor ocultarlo a su entorno para impedir que tanto ella como su hermana y su madre sean juzgadas y perjudicadas por la intolerancia, los prejuicios de la ignorancia y el odio del medio conservador en el que viven. Los conflictos adolescentes de la niña generan una preocupación desmesurada en el padre, Víctor (Daniel Muñoz), quien decide judicializar la situación para alejar a sus hijas, Sara y Cata, de la influencia del entorno materno. En medio de los conflictos paternos, Sara se pelea con su madre, anda siempre al lado de su mejor amiga y de su hermana, cuida al gatito que su hermana encontró abandonado en el jardín, se siente atraída por un joven de la escuela, no quiere festejar su próximo cumpleaños y siente deseos de salir de noche y de fumar mientras sus calificaciones van en picada. En el marco de estos conflictos adolescentes se insertan las cuestiones de género y de discriminación de forma sutil en un entramado delicado para que la ficción intervenga con su claridad artística en la realidad. Rara enfoca la cámara en una situación compleja y problemática sin prejuicios para intentar comprender la realidad y crear consciencia sobre la libertad sexual y los ardides de la discriminación. Pepa San Martín logra en su primera película componer un gran relato que releva todas las voces, las posiciones y las situaciones que influencian en la vida de Sara y de su madre, para que el espectador pueda sacar sus propias conclusiones y para que la libertad se imponga a las fobias de algunos reaccionarios que aún militan por el odio.
Posiblemente se recuerde a 2016 como uno de los años más fructíferos en lo que respecta al cine de amor entre mujeres. Entre varios otros títulos con temática lésbica que se estrenaron en nuestro país, el último arribo viene desde el otro lado de la Cordillera (aunque está coproducida por Argentina): Rara, de Pepa San Martín, narra un caso real en el que una jueza chilena pierde la tenencia de sus dos hijas porque -vaya paradoja- la Justicia considera inmoral que conviva con otra mujer.
Rara es la gran opera prima de Pepa San Martín ganadora en Berlín el año pasado. Según la propia autora la historia “transita en la vida de una adolescente que se ve enfrentada a un cambio radical en su vida cuando sus padres no están de acuerdo en un hecho real. Su madre tiene una nueva pareja, mujer, y su padre, que tiene un nuevo matrimonio, siente que esto no está bien y no es bueno para las niñas y cree que lo mejor que puede hacer es criarlas en su casa.”
Far from being a agitprop piece, Rara is a film that doesn’t go for shock value In 2012, the Inter-American Court of Human Rights ruled against Chile for having violated several principles of the Inter-American Convention of Human Rights by removing three children from the custody of their mother, Judge Karen Atala, in 2004, just because she was a lesbian. And in December of the same year, the Chilean government restored the judge’s parental rights and mandated financial compensation and therapy for the children. The lawsuit had been originally filed by the father of the three girls, Jaime López, who considered that Atala’s sexual orientation as well as her cohabitation with Emma de Ramón could be harmful for the normal development of the girls. A Chilean-Argentine co-production, Rara (“Strange”) is a smart, insightful film directed by Pepa San Martín and co-written with Alicia Scherson, which is based on the real-life case of discrimination against Atala. It’s not a strict account of what actually happened, but a fictional recreation that bears strong similarities while weaving its own story of prejudice and unfairness towards LGBTIQ people in a heteronormative society. Rara won the Best Film award in the Generation Kplus sidebar at the Berlinale, and Pepa San Martín is also a former Berlin short film award winner. In Rara, Paula (Mariana Loyola) is separated from her ex-husband, Victor (Daniel Muñoz), and now lives with Lia (Agustina Muñoz), together with her children, Sara (Julia Lübbert) and Catalina (Emilia Ossandon). At first sight, you’d think that everything is just fine: Victor and his girlfriend Nicole (Sigrid Alegría) even visit his ex-wife and kids and spend some quality time together. Or so it seems. However, things change when Catalina naively draws her all-female family at school and it it’s not well received: the principal calls the mother to explain what that drawing is all about. So it’s not surprising that the lesbian couple try to keep their relationship in low profile. And in due time, Víctor will turn out to be not such an understanding person. Even when to the girls everything feels absolutely natural and harmless, many of those outside the family think differently. And, of course, every now and then their hostility becomes apparent. Narrated from the point of view of Sara, Rara first focuses on her main petty worries: she’s just had her braces removed so that’s to be celebrated, she likes one of her classmates, Julián, and sooner or later she will let him know that. She’s also about to turn 13, so a birthday party is on the way. Actually, Sara’s best friend is the one planning the party. Needless to say, the friend also thinks the life Sara leads at home is perfectly natural. She dares say she’d rather kiss a girl than an ugly boy. The first remarkable asset you see in Rara are the performances — and I mean all of them — though it’s only fair to point out that Julia Lübbert stands out as Sara. Not only because she’s the one with more screen time (she’s practically in every single scene) but also because she knows how to effortlessly convey an undercurrent of slight despair and moderate concern that at times seems to well in her. She’s the one most affected by the whole situation and the one who doesn’t have that many emotional resources to deal with everything. Catalina is more oblivious to what others think, and so the young Emilia Ossandon builds a more happy-go-lucky character that’s often too busy with a kitten she’s found that neither of her parents want her to keep. As for the two mums, Mariana Loyola and Agustina Muñoz have enough chemistry and their couple’s dynamics are as believable as they are engaging. In short: you really have a family here. Then there’s the tone: Rara could’ve been a melodrama, an agitprop piece, or a belligerent cry for justice and acceptance — which wouldn’t necessarily be wrong. However, Pepa San Martín opts to be non-strident (which doesn’t mean she’s not combative), seldom overstates her ideas, doesn’t care for shock value, and so a welcoming sense of realism is naturally achieved. And that’s a hard thing to get right, so it’s all the more commendable. It’s true that Rara is a film that wants to convey its intentions in the clearest of ways. At times, it can get a bit didactic. But considering today’s context regarding same-sex couples and alternative families, being didactic is hardly a real problem. Because, at the same time and for the most part, the film cares deeply about the hardships and joys of the characters, their everyday life as it comes, how they cope with life at large, and leaves its political agenda aside. In short: it’s a film about people like everybody else who make the best of what they have and who they are. production notes Rara (Chile, Argentina, 2016). Directed by Pepa San Martín. Written by Alicia Scherson, Pepa San Martín. With Julia Lübbert, Mariana Loyola, Agustina Muñoz, Emilia Ossandón, Daniel Muñoz, Sigrid Alegría, Coca Guazzini. Editing: Soledad Salfate. Cinematography: Enrique Stindt. Running time: 90 minutes. @pablsuarezd
¿Dónde vivirán los niños? La batalla legal de la jueza chilena Karen Atala por la custodia de sus hijas, que fueron separadas de ella por su orientación sexual, fue el origen de Rara (2016), película premiada en la última Berlinale, donde Pepa San Martín aborda el conflicto desde la mirada de una adolescente cuya madre se ha divorciado de su padre para formar pareja con otra mujer. Sara (Julia Lübbert) comienza a transitar el camino de la adolescencia en medio de la disfuncionalidad familiar. La madre abandonó al marido para convivir con otra mujer. Mientras que en el entorno familiar el cambio se vive con normalidad, en el afuera el ambiente es totalmente opuesto La historia lleva el punto de vista de Sara que a diferencia de su hermana menor Cata, que acepta con naturalidad la relación de su madre, es consciente de la mirada reprobatoria con la que la observa gran parte del entorno adulto. Si una virtud tiene Pepa San Martín es la de construir un relato desde la sutileza tanto de lo que muestra como de cada una de las líneas de diálogo que conforman un film potente donde es más lo que se insinúa que lo que se dice. Que el único punto de vista sea el de Sara y este no tenga condescendencia alguna también es un acierto y refuerza este planteo narrativo. Todo lo que se ve y se dice en la película es según como lo vivencia Sara, por eso hay fragmentos o puntos obscuros que pueden parecer no resueltos, pero que ante esta lógica narrativa quedan plenamente justificados. Ambientada en Viña del Mar, Rara, juego de palabras en alusión a Sara y como se siente, se estructura como un rompecabezas donde será la propia protagonista la encargada de acomodar cada una de las piezas en su interior para afrontar la hostilidad del universo externo que la rodea.
Mammas mías. En su debut con el largometraje Rara (2015), la directora chilena Pepa San Martín –ver entrevista– no apela a los discursos de lo que se considera un cine militante, sino que trasciende la problemática de la homosexualidad, el conflicto judicial, y las rencillas entre Paula y Víctor a expensas de las niñas, para centrarse en los efectos de una cultura represiva y una sociedad que en el sector de la burguesía chilena arrastra los resabios de la dictadura para reforzar, aún hoy, discursos autoritarios frente a lo diferente.
La guerra de los sexos Basada en el caso real de una jueza que, en 2004, perdió la custodia de sus hijas legalmente por su orientación sexual (había dejado a su marido y estaba en pareja con una chica), la opera prima de la hasta aquí cortometrajista Pepa San Martín –coescrita con Alicia Scherson– toma esa información y parte desde allí para hacer un retrato de la vida en ese nuevo núcleo familiar tomando como punto de vista el de la mayor de las hijas. Más provocativa desde su tema que desde su forma, la película de San Martín intenta ser accesible para todo público y así lograr una mayor atención sobre los temas que trata. Y los trata muy bien. Gracias a un guión inteligente que no subraya demasiado los temas ni pinta fácilmente a la madre y al padre como héroes o villanos (cada uno, a su manera, cree estar haciendo lo correcto y adecuado para las chicas) y a una puesta en escena que se juega por largos planos secuencia, uno de los grandes méritos de la película está en las actuaciones más que convincentes de casi todo el elenco (el padre, acaso, es el único punto flojo en términos de composición) y en cómo la tensión entre las parejas se ensambla a la perfección con la de la chica, que se ve en medio de estos problemas pero a la vez tiene su propio mundo (amigos, escuela, etc.) del que preocuparse. El centro es la descripción de la vida cotidiana de Sara (Julia Lubbert), quien parece sentirse bastante a gusto en este nuevo modelo familiar que incluye a su madre Paula (Mariana Loyola, de La nana) y su nueva pareja, Lía (la argentina Agustina Muñoz, regular actriz de las películas de Matías Piñeiro). Su padre (Daniel Muñoz) la tiene también algunos días con ella y, de a poco, empieza a sembrar dudas en Sara respecto al tipo de vida que su madre lleva. Si a eso se le suman los conflictos normales que una preadolescente puede tener con su madre (salidas tardías, un conflicto con un gatito recogido de la calle, etc.), todo lleva a que Sara y su muy simpática y algo bizarra hermana menor Catalina empiecen a dudar sobre con quién vivir. No es una situación muy diferente a la de un divorcio normal, solo que aquí el elemento homosexual del asunto le da un condimento extra. Especialmente al padre, que usa cualquier situación tensa como ejemplo de los problemas que implica para las niñas este nuevo tipo de vida. Si bien en otros países donde estas cosas no suceden tanto los temas que trabaja Rara pueden quedar un poco anticuados, no hay dudas que están resueltos con inteligencia y sutileza, aprovechando la complejidad del asunto para tratar de ser polémica y política sin alienar al resto de la audiencia. Si bien en su forma la película tiene algo de didáctico –en lo que respecta a la aceptación de las familias no tradicionales por parte de las que supuestamente sí lo son–, eso no impide que los argumentos estén bien dosificados e integrados a lo que finalmente importa aquí: la vida de Sara y de su hermana.
UNA CHICA FRENTE A LA DISCRIMINACIÓN Una película chilena coproducida con nuestro país. Fue elegida como mejor película en el Festival de Berlín, en la sección Generación Kplus. Esta basada en hechos reales ocurridos en Chile, donde a una magistrada chilena le sacaron la tenencia de sus hijos por ser lesbiana. Pero a la directora y coguionista, Pepa San Martin, le interesa desapegarse de lo documental, de la reivindicación hecha con pasión. Prefiere el desapego y la distancia para mostrar prejuicios y la discriminación de la sociedad chilena disimulada en las buenas maneras y la legislación que no soluciona todo. Por eso elige el punto de vista de una niña de 13 años que asiste a las peleas de sus padres separados, que acepta que su madre viva con otra mujer, que percibe el rechazo en la escuela, en la ideología de su padre. Muy interesante planteo.
Relaciones en peligro. Libremente basada en un caso judicial real, la película pone el foco en una familia con dos mamás amenazada por la mirada conservadora. Y lo hace sin caer en lugares comunes o subrayados. “¿Tienes algo que contarme? Acaso esta particularidad que tiene tu familia está creando problemas”, interroga una autoridad del colegio a Sara, con la certeza ciega de los que desconocen casi por completo aquello que están intentando describir. Es que en la familia de Sara hay una hermana menor, Cata, una mamá, Paula, y… otra mamá, Lía. Aunque esa nomenclatura parece más bien un intento de normalización, una “explicación” lingüística para algo que tal vez no lo requiera. Al menos para Sara y Cata, que atraviesan su vida cotidiana (casa, escuela, juegos, estudio, amistades) sin la sensación de que esté ocurriendo algo demasiado fuera de lo común. Mucho menos algo “raro”. Sin embargo, el papá, que vive desde hace tiempo en otra casa, junto a su nueva mujer, mantiene sus reservas al respecto, y no duda en poner en jaque esa convivencia –que juzga como algo no del todo saludable– ante un comentario no tan al pasar de su hija mayor. De allí la disquisición de las autoridades de la escuela. Y también de lo que ocurrirá a continuación, cuando el precario equilibrio entre padre y madre biológicos comience a tambalear. Rara está basada libremente en un caso judicial real ocurrido en Chile hace unos diez años, el de Karen Atala, una jueza que hizo público su lesbianismo y que terminó perdiendo la tenencia de sus hijas como consecuencia del juicio iniciado por su ex marido, bajo la acusación de “situación de riesgo para el desarrollo integral de las menores”. Pero la ópera prima de Pepa San Martín –que tuvo su debut mundial el año pasado en el Festival de San Sebastián y obtuvo un premio paralelo en la última edición de la Berlinale– no se centra en absoluto en las peripecias legales o las luchas judiciales ante el estrado. Muy por el contrario, Rara concentra su atención en la dinámica entre los miembros de esa familia “particular”, sin abandonar nunca el punto de vista de Sara, anticipado en ese extenso plano–secuencia antes de los títulos de apertura, que sigue a la niña por el patio, las escaleras y los pasillos de su escuela, un poco como lo harían los hermanos Dardenne. En ese sentido, la película forma parte de esa raza de narraciones donde el drama del crecimiento ocupa un sitio relevante: la chica está a punto de cumplir trece años, edad difícil si las hay, y existen cuestiones que inevitablemente se le escapan de las manos. Con ese punto de partida, es notoria la atención puesta en el registro de diálogos y situaciones cotidianas, que San Martín maneja con gran sensibilidad, sin cargar las tintas ni caer en la tentación de la prédica biempensante. El otro cimiento esencial en los logros del film hay que buscarlo en la sintonía actoral: tanto la joven Julia Lübbert como las experimentadas Mariana Loyola (actriz muy reconocida del otro lado de la cordillera) y Agustina Muñoz (que interpreta a una veterinaria de origen argentino, pata local de un film coproducido por ambos países) les dan vida a sus criaturas sin caer en mohines naturalistas ni echar mano al histrionismo dramático basado en el llanto y el grito. Tanto en las escenas de entrecasa como en el contacto con el exterior, resulta claro que la realizadora se esforzó por eliminar todos aquellos excesos que pudieran torcer su rumbo y llevarla por el camino de la diatriba. La gran excepción, consciente o no, es la construcción y dirección actoral del personaje del padre, interpretado por Daniel Muñoz con rasgos cercanos a una sutil villanía: en el modo en el cual se mueve, habla e incluso mira, está latente el riesgo de la macchietta, por momentos no tanto personaje como simple reservorio del conservadurismo de la sociedad chilena. Afortunadamente, ganan la batalla los planos de las chicas conversando en la fiesta de cumpleaños, la mirada enojosa de Sara luego de una noche de “vino y cigarrillos” de las mujeres mayores de la casa, la rebeldía incipiente de la niña y su incapacidad para decidir el futuro inmediato, el dolor de una madre ante una separación que se percibe irremediable.
Crónica de una familia distinta Rara aborda el tema de las llamadas "nuevas familias" -en este caso, una integrada por dos mujeres y las dos hijas de una de ellas- desde la perspectiva de las menores, en especial de la mayor, una preadolescente que a los cambios propios de esa etapa de su crecimiento debe sumar los que devienen del medio que la rodea, no siempre dispuesto a aceptar con naturalidad la existencia de una familia conformada de un modo tan diferente del orden convencional. El tema le fue inspirado a la directora y coguionista Pepa San Martín por un caso real: la jueza Karen Atala, la primera y única que en su país había declarado públicamente su homosexualidad, demandó en 2004 al estado chileno ante la Corte Internacional de Derechos Humanos cuando la Justicia le quitó, apuntando a su condición sexual, la custodia de sus hijas. El caso terminó con un fallo que formuló diversas recomendaciones al Estado. Pero este no es el tema central del film. Que está lejos de constituir una obra sobre litigios judiciales. Es más: la querella, iniciada por el padre de las chicas, no se ha iniciado cuando el film de San Martín termina, si bien en el retrato de la vida cotidiana del grupo, que incluye también al padre (y a la nueva esposa de éste) ya se lo ve, por ejemplo, sospechar de que los presuntos problemas escolares de sus hijas se deben a la situación en que viven y que juzga anormal. La vida cotidiana de las chicas, con sus rituales, sus diversiones y sus preocupaciones se parece a la de cualquier familia. San Martín es suficientemente sutil como para que las manifestaciones de prejuicio y homofobia -que las hay, claro- se cuelen muy cautelosamente en esta lograda crónica de familia. Nada de mensajes explícitos y aleccionadores ni mucho menos, de discursos que cuestionen y condenen las convenciones y los prejuicios de la sociedad chilena, si bien no hacen falta subrayados para que se aprecie la distancia que suele haber entre lo que se dice y lo que se hace. La observación de las conductas de las chicas -y en especial muchas conversaciones entre ellas dos o con sus amigas- resulta más que ilustrativa de los sentimientos que las animan y la situación en que se encuentran. Para la adolescente, verdadera protagonista del film, no es fácil sobrellevar al mismo tiempo tantos cambios e ir percibiendo de a poco que en la escuela, y aun entre sus amigas más próximas, la comunidad encuentra raro lo que para ella supone lo normal: vivir en su casa de siempre y con su hermanita, con la que a veces oficia de madre, y desde la separación de los padres, con sus dos mamás, la propia y la amiga íntima que ella ha traído a vivir en casa; el mundo familiar se extiende en ocasiones al padre y a su nueva esposa. Con ellos, las chicas pasan breves temporadas. La mirada inteligente y sensible de San Martín sabe descubrir en pequeños y precisos detalles las tensiones que palpitan detrás de la aparente concordia. Es mérito del guión, muy libremente tomado del caso de Atalay y de una dirección que obtiene admirables rendimientos de todo el elenco, y en especial del sector más joven: Julia Lubbert, la adolescente, y la pequeña Emilia Ossandon.
Está muy bien este cuento de dos nenas, una más adolescente que la otra, que viven con su madre lesbiana. Está muy bien porque el punto de partida importa menos que la simpatía y la libertad con la que se cuenta una historia de familia, de chicos, de amor finalmente, que nunca opta por el acento falsamente dramático para pintar un mundo de conflictos con la mayor empatía (y simpatía) posibles. De esas que hay que ver rápido.
El fin de la inocencia Con sensibilidad y buenas actuaciones pinta un mundo íntimo y un conflicto que atraviesa el concepto de familia sin bajar línea. Hay películas que con simpleza abren mundos íntimos reconocibles. Incluso marcan un conflicto de época en un lugar determinado. Y Rara, el primer largo de la chilena María José San Martín, evidencia un choque cultural en sordina. Su drama sencillo y profundo cuenta con naturalidad singular un caso que podría ser puro estereotipo. A los 13 años, Sara asume con libertad consciente los avatares de su intimidad familiar. Junto a su hermanita Cata viven con Paula y Lía, su madre lesbiana y su nueva pareja. Un hecho naturalizado que puertas afuera plantea los desafíos de integrar una familia “rara” en un contexto conservador sin anestesias. La libertad, en los sentidos que podamos asignarle al término, está en juego temprano. Hay mérito en San Martín a la hora de construir sus personajes, sobre todo porque están basados en un caso real de ribetes legales que la directora se atreve a decodificar en esa vida de interiores a la que cierta cultura rancia le pide explicación. Desde el prisma de esas niñas, sin golpes bajos ni declaraciones militantes vuelve obsoletas ciertas limitaciones culturales, y profundamente anacrónico su reflejo en la legalidad. Las discusiones hogareñas, los problemas en la escuela, las peleas de los padres, hasta los gatitos, mascotas depositarias de la soledad, aparecen en el derrotero de estas hermanitas que construyen vínculos sólidos, que deben encontrar su propio lugar entre dos familias distintas. Ni ellas ni sus padres/madres son héroes, y por eso las respuestas a los muchos interrogantes del filme quedan del lado del espectador. Es cierto, ese caso real en el que se basa la película, funciona como un corsé inevitable para esta ficción libre y sensible. Le marca el terreno. Y también está el impacto del contexto, que la revaloriza en ese contraste verosímil con la familia paterna de Sara, que recurre a las leyes para "encauzar" su propio mundo, a un juicio de tenencia. Para bien o mal,Rara está llamada a convertirse una película de época si es que nuestras sociedades superan el drama cultural que nos propone esta historia sin estridencias pero de batalla. Una batalla librada con las mejores armas, el amor, la duda por la identidad, por el concepto de familia, incluso el de humanidad.
MADRE (NO) HAY UNA SOLA Flamante ganadora del Gran Premio del Jurado a Mejor Película en la categoría Generation Kplus del Festival de Cine de Berlín 2016, Rara cuenta la historia de la jueza Karen Atala, a quien la justicia le quitó la tenencia de sus hijas, para dársela al padre, por el mero hecho de tener una pareja del mismo sexo. Pero la cinta de María José San Martín aparenta saber en qué aguas se mete y nos regala un relato tierno y amigable, quizá en parte porque es contado a partir de la visión de la hija mayor, Sara (Julia Lübbert). Este enfoque no es casual, y es en esta decisión que descansa aquel punto de vista que aborda no directamente el prejuicio que representa el caso Atala, sino sus consecuencias. San Martín es lo suficientemente astuta para no vomitar una bajada de línea sobre la discriminación, el papel de la mujer y el conservadurismo de la sociedad, sino que muestra donde afecta realmente esa falta de humanidad y sensibilidad, en la familia y sus dinámicas. La mirada de Rara no es tan obtusa como para enfocarse en un solo acusado -el sistema judicial- sino que, a través de la mirada pre-adolescente de Sara, pone en tela de juicio a la sociedad como conjunto que alaba la tranquilidad de la "normalidad" heterosexual en lugar de la felicidad de los individuos. De hecho, el contrapunto en la dualidad mirada-adulta-prejuiciosa vs. mirada-niño/adolescente-desprejuiciada pone en evidencia el verdadero mensaje de Rara: los prejuicios son una construcción social, no una característica innata. Y sino revean el consejo del cura del colegio al que asiste Sara y lo que dice su amiga cuando esta le cuenta que su madre es lesbiana. Desde lo formal, Rara es una película fresca, en gran parte gracias al relato desde el punto de vista pre-adolescente, fluída (observen el plano secuencia del principio) y hasta tiene la habilidad de reírse de sí misma (miren el chiste de la madre de Paula, interpretada por Mariana Loyola, en el cumpleaños de Sara) para no volverse demasiado solemne. San Martín logra ponernos contra la pared acorralados por nuestros propios prejuicios como sociedad, pero no lo hace con vehemencia, ni con un mensaje agresivo, ni mucho menos con un dedo acusador. Lo hace con la mirada inocente de un niño que no conoce de minorías ni de prejuicios, sino de la búsqueda del amor de sus padres.
Ese mundo nada fácil para los más chicos El largometraje de Pepa San Martín se inspira en el caso real de la jueza chilena Karen Atala, cuando su exmarido descubrió su lesbianismo. Hay que soportar tres minutos iniciales donde la cámara recorre media escuela detrás de una chica hasta llegar a un grupo de colegiales prácticamente para nada, y otros dos minutos de títulos, donde empezamos a ver el rostro de esa chica, sin que pase nada digno de registro. Cosas del cine moderno. Pero más adelante, cuando al fin entramos en tema, hay que valorar la discreción con que se expone el conflicto, y la mediana ecuanimidad en la pintura de los personajes. A la vista, hay una preadolescente con su hermanita menor, cada una en su mundo. Los problemas son propios de la edad e incluyen alguna discusión con la madre separada, que dejó la casa hecha una mugre después de una inocente noche con las amigas. Pero el padre se entera y la cosa cambia. El asunto se inspira en un caso real, el de la jueza chilena Karen Atala, que perdió la tenencia de sus hijas cuando hizo público su lesbianismo. Lo interesante es que las nenas no tienen ningún problema con la nueva pareja de la madre, ni con la insípida pareja del padre. Que éste tiene la clásica pinta del "momio" chileno, pero aun así no parece mala persona, mientras que la ex, aunque sea progre, tiene unos enojos muy poco ejemplares contra la nena. La cual, con la madurez de su corta edad, se da maña para resolver o sobrellevar sucesivos problemas, por ejemplo, dónde celebrar su cumpleaños (sin pasar vergüenza), pero no puede decidir ciertas cosas ni tampoco la consultan. Coherentemente, si ella permanece fuera de las discusiones en el Juzgado de Familia, también la película permanece fuera. No vemos las discusiones ni las "conversaciones de mayores". Sólo sus consecuencias. Opera prima de Pepa San Martín, sobre guión a cuatro manos con Alicia Scherson, con tres nenas de mucha naturalidad (Julia Lubbert, Emilia Ossandon, y Micaela Cristi como la amiguita), y coproducción argentina en cuestiones de sonido, postproducción de imagen y asuntos de pulido, "Rara", sin decir discurso alguno ni cargar las tintas, deja sobre la mesa más de lo que se piensa.
La trama sensible Review: Esta gran película de coproducción chileno-argentina dirigida por Pepa San Martín me dejó realmente mudo. Cuenta la historia de un pequeña niña, Sara, de 13 años de edad, que tiene a sus padres separados. Su padre vive con una mujer pero su madre también. Esto genera un gran conflicto en ella, que no comprende si la situación sexual de su madre es la correcta manera de vivir. A través de unos bellos planos y unos diálogos fuertes, Pepa San Martín nos ofrece una maravillosa película que muestra cómo la sociedad todavía no está totalmente preparada para afrontar este tipo de situaciones y que si toca hacerlo, hay que hacerlo con amor, paciencia y ni una pizca de vergüenza. San Martín habló con el sitio Cine Freaks y contó cómo fue trabajar con actrices tan jóvenes en un papel tan difícil: “Conversamos mucho, les conté de la historia real, ellas me contaban sus cosas y así fuimos armando a los personajes, como un juego y que a través de ellos podían hablar de lo que les interesaba decir a los adultos”. También habló de cómo fue la reacción de la sociedad chilena que está en contra de una pareja del mismo sexo: “De eso se trata, queremos llegar a los no convencidos. Establecer un dialogo mas allá de las leyes, un diálogo sobre el amor y todas sus formas”. Actores y Actrices: Julia Lübbert: esta pequeña actriz sorprende gratamente en un papel tan difícil como el que hizo, con su actuación genera empatía por momentos y esa típica deseperacion que le puede agarrar a un padre por su hijo. Muy bien.
Se estrena la ópera prima de Pepa San Martín, un retrato sobre una pre adolescente en medio de una familia disfuncional. Sara está por cumplir 13 años. Y como todo niño que está transitando el lento y caótico traspaso de la niñez a la adolescencia, se siente confundida, a veces enojada, a veces triste, que no la entienden o que no la escuchan. Pero desde afuera la gente observa su situación como si fuera diferente a la de muchos: porque vive junto a su madre y su pareja, otra mujer, y se divide visitas con su padre y su nueva mujer, quienes nunca terminan de ver con buenos ojos la situación “rara” en la que viven sus hijas. Porque además Sara tiene a Cata, su hermana menor, y porque como todas hermanas, ellas también tienen sus desencuentros y discusiones. El punto de partida de la Rara, película dirigida y escrita por Pepa San Martín es un caso real de Chile en el que dos madres perdieron la tenencia de sus hijas por cuestiones homofóbicas. El principal atractivo de esta película es que cuenta con la perspectiva de su protagonista Sara (Julia Lübbert, quien brinda una interpretación sutilmente magnífica). Una pre adolescente que así de confundida como se siente con respecto a muchas cosas, es consciente de la situación en que vive, comprende y acepta la situación pero al mismo tiempo sabe resguardarla, ser discreta a la hora de mostrarse con los demás, comprendiendo también que todavía hay muchos prejuicios para con las relaciones compuestas por dos personas del mismo sexo. Ella sabe que sus cambios de humor no se deben precisamente a esa situación, no obstante, la gente de afuera, en especial su padre, elige agarrarse de ese detalle como motivo.
Si hace unos meses atrás el cine chileno demostraba cierta madurez con películas como “Naomi Campbel” o “La visita” (que curiosamente comparte productora con esta cinta), que intentaban profundizar sobre las nuevas realidades y corporeidades emergentes en relación con la sexualidad, y que cada vez más son inevitables para poder comprenderlas, con “Rara” (Chile, 2016) de Pepa San Martín, el logrado trabajo sobre la idea de familia como disparador y la incipiente liberación de ciertos prejuicios en torno a ella, son los puntos más importantes de una propuesta simple y a la vez compleja. Y para obstaculizar aún más la propuesta, San Martín aborda el amor entre mujeres, desde la particular perspectiva de dos niñas, quienes acosadas por el contexto, confunden la propia mirada que tienen, natural, y para las que el amor de su madre y su pareja, son tan solo la circunstancia con la que les ha tocado vivir desde hace tiempo, sin poder evitarlo. Si Sara y Cata, las dos niñas protagonistas, ven como el entorno comienza a cuestionarles someramente sobre el por qué de algunas decisiones personales, y no sobre el porqué de su madre y su pareja, es porque “Rara” es una película madura, que a partir de un sólido guión y una narración limpia, simple y sin vueltas, se presenta como la posibilidad de poder contar una historia sin otro sentido más que el que se presenta en pantalla. A partir de ese sentido, es que todo el universo que San Martín imaginó para sus personajes, cobra más fuerza, y en cada escena en la que se lo presenta y configura, nada está puesto azarosamente. Será por eso que a partir que la “rara” del título, comience a cuestionar algunas decisiones que son mucho más que la disparadoras del filme, y en las que la nueva familia, conformada por las dos mujeres que la están criando no la pueden contener. En “Rara” se pueden jugar roles que hace tiempo se “esperan” como normales, y se tergiversan de manera premeditada estructuras para que, a medida que la niña avanza y comienza a adolecer y a intentar configurar su propia identidad sexual, rodeada de amigos que en realidad ni conoce, alejada de cualquier presunción que debería poseer por el núcleo en el que vive, comienza a cuestionar todo. Y cuando comienza a cuestionar, sin darse cuenta, comienza a destruir aquello que su madre y su pareja pudieron conquistar, la posibilidad de criarla a ella y su hermana, alejada de cualquier mirada inquisidora del resto de la sociedad. San Martín bucea en esa niña, más que en la familia, porque por primera vez el cine devuelve una construcción sólida sobre dos mujeres que se aman, tan fuerte que es inevitable el contraste con cualquier otra pareja que el filme presente. Porque en la narración sin prejuicios ni estereotipos de “Rara” es también como se puede hablar un poco de la madurez con la que la directora logra, no sólo a partir de las interpretaciones, sino, desde el guión y la narración, fortalecer una mirada necesaria para evitar seguir con prejuicios sobre la temática. “Rara” es una película honesta y madura, que abre un camino necesario para seguir comprendiendo diferentes formas de amar y de crecer, sin miedo ni autocensuras.
Una historia que nos habla del amor, de las relaciones humanas, sin golpes bajos, con acertadas actuaciones, toca un tema difícil como es la sexualidad de los padres cuando hay menores de por medio, por momentos emociona pero posee algunos diálogos que se pierden y no se entienden, hubiese sido acertado subtitularla.
LA CULTURA COMO REPRESION DE LOS DERECHOS Rara, película chilena (co-producción con Argentina) dirigida por Pepa San Martín e interpretada en sus papeles principales por Marina Loyola, Julia Lubbert, Agustina Muñoz, y Emilia Ossandon, comienza con la presentación de una familia integrada por una pareja homosexual (Paula y Lía) que convive con las hijas de Paula (Sara y Catalina). En el desarrollo de la rutina de esta familia, en las pequeñas acciones más cotidianas, se va incrementando la problemática (y la tensión) dramática que el film aborda: el cuestionamiento social a la comunidad homosexual y en particular, cuando la homosexualidad “trastoca” uno de los puntos fundamentales del imaginario social latinoamericano: la familia (tradicional y conservadora). El punto de vista desde el cual se narra la película es el de la hija mayor de la familia, Sara, una niña de 13 años que asiste al colegio y a clases de vóley. En ambos espacios al igual que en la casa del padre, Sara vive en carne propia los prejuicios que la sociedad introyecta en las minorías, en este caso a la comunidad gay, lo cual ni ella ni sus compañeras logran entender: para ellas no tiene nada de malo que dos mujeres se besen y se quieran. Esta diferencia generacional expresada desde la perspectiva de la tolerancia, refleja cuan anticuados y anacrónicos son muchos de los basamentos desde donde se estructuran la mayor parte de las sociedades actuales. Sara disfruta la vida en su casa materna, donde es escuchada, respetada y donde se imparten los límites necesarios a las niñas de su edad. Ella no vive esa connotación negativa que “los de afuera” le imparten como juicio de valor a su familia. Un ejemplo de esto es que ella está distraída porque le gusta un compañero del colegio, pero el director del colegio, cuando la llama para dialogar sobre este tema, le expresa que entiende que su “situación particular familiar” la puede estar perjudicando y le recomiendan a la madre que le proporcione un apoyo psicológico. Tales planteamientos de parte de la sociedad llegan a un límite tal que se bajara desde el padre, la posibilidad de quitarle la tenencia de las niñas. Desde el punto de vista técnico, se valoran una puesta en escena realista, filmada en espacios reales, provistos de una iluminación natural que le otorga algo de documental a la ficción presentada. Del mismo modo se ponderan los largos planos secuencia, donde el dinamismo y el efecto de filmación en tiempo real, refuerzan la sensación documental, anteriormente explicitada. También se ponderan las cámaras subjetivas, ancladas en el personaje portavoz del punto de vista (Sara), lo que permite enfatizar lo absurdo de tales planteos y enjuiciamientos que la sociedad realiza. Dichas herramientas técnicas que enfatizan la hibridación de géneros, la ficción y el documental, permiten problematizar aún más esta temática social tan actual en nuestros tiempos, tanto en Latinoamérica como en el mundo, al mismo tiempo que permite ensalzar que la historia esté inspirada en el caso real de la jueza chilena Karen Atala, quien en 2003 fue demandada por su ex marido ante los tribunales por la tenencia de sus hijas, ya que según él sus hijas no podían estar al cuidado de su madre por ser lesbiana y convivir con su pareja. Atala no ocultó su elección sexual y la Corte suprema de Chile decidió quitarle la tenencia de sus hijas acusando dos argumentaciones realmente lamentables: que la convivencia con una pareja homosexual podía “traerles” problemas emocionales a las niñas y que al mismo tiempo las exponía a una vulnerabilidad social, ya que no tendrían “la misma familia” que sus compañeros de colegio. Ante tal aberración y violación de derechos, Atala resolvió denunciar al Estado chileno ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por atentados graves a los Derechos Humanos de las personas, entre otros el derecho a la igualdad y la no discriminación. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos declaró admisible la denuncia en agosto de 2008 y tras dos años de espera, en 2010 se reconoció la discriminación sufrida tras ser apartada de sus hijas. En el informe final, del 18 de diciembre de 2009, la comisión recomendó a Chile “reparar integralmente” a Karen Atala por haberse vulnerado su “derecho a vivir libre de discriminación”. Recomendable ejercicio de memoria de los derechos por largo tiempo vulnerados, vale la pena recordar que el film fue estrenado en el Festival de Berlín llevado a cabo en febrero de este mismo año, con aplausos del público y buenas críticas. Para ver y reflexionar.
Hija de padres separados, Sara es una niña preadolescente que está entrando en todos los conflictos típicos de la edad, a los que se suma el trato especial que le dispensan las autoridades del colegio, preocupadas porque crece en el hogar de su madre Paula y su pareja lesbiana. Nada en Sara hace pensar que haya conflictos, a ese respecto; tanto ella como su hermana Cata tienen una relación maravillosa con Paula y Lía. Pero su padre está a la caza del menor conflicto para reclamar la tenencia de sus hijas, y la ocasión se presta tras una fiesta bulliciosa, en la que Sara intuye no haber sido tomada en cuenta. La directora, Pepa San Martín, filma de manera notable el modo en que Sara se siente desplazada, su incomodidad interna, apenas expresada, hasta ser objeto de una guerra entre los padres. Lo atractivo y lo verdaderamente logrado del film pasa por presentar la historia con total naturalidad, en locaciones apacibles y hasta confortables de un suburbio paquete en Viña del Mar. Rara es una grata sorpresa del cine chileno.
En 2003 un caso emblemático demostró en Chile hasta dónde llegaba el respeto hacia los derechos de las personas gays o, para decirlo con más franqueza, hasta dónde llegaba la discriminación que se amparaba bajo la ley. La jueza Karen Atala, madre de tres hijas y conviviendo por entonces en pareja con otra mujer, fue demandada por su ex marido, quien reclamaba la tenencia de las hijas. Atala habló públicamente de su sexualidad con la esperanza de que esa elección no vulnerara sus derechos, pero la Corte Suprema de Chile le otorgó la tenencia al ex marido con el argumento de que la convivencia con una pareja de lesbianas podía afectar el desarrollo psíquico y emocional de las hijas, además de confundirlas en cuanto a los roles sexuales y exponerlas a la discriminación por parte de su entorno. Karen Atala no bajó los brazos y denunció al Estado chileno por discriminación ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que recién en el 2012 se expidió al respecto para exigir a Chile que reparara el daño producido al violar el derecho de Karen Atala a la igualdad y la no discriminación. El caso sentó un precedente importante en un país que recién el año pasado aprobó la Unión Civil entre parejas del mismo sexo, y en el que la Iglesia Católica pisa fuerte. Este es el hecho real detrás del “basada en hechos reales” de Rara (2015), la primera película de la directora chilena Pepa San Martín que se ocupa del caso desde la ficción, y sobre todo con un cambio rotundo y oportuno: en Rara, la que se siente rara no es la madre lesbiana de una familia ensamblada formada por puras mujeres y amenazada por el ex marido con quitarle a las hijas, sino su hija casi adolescente. De hecho una podría mirar toda la película sin conocer el caso Atala y ver otra cosa porque en la ficción de Pepa San Martín, es solamente sobre el final que los detalles de la separación entre la madre y las hijas cobran relevancia. Con inteligencia, la directora quiso exceder cualquier tipo de ficción ilustrativa o de denuncia y eligió para su película el punto de vista de Sara (Julia HYPERLINK “http://www.imdb.com/name/nm7146920/?ref_=tt_cl_t4”Lübbert ), una de las dos hijas de Paula (Mariana Loyola), que vive en pareja con Lía (la argentina Agustina Muñoz). Sara está a punto de cumplir trece, se lleva bien con la nueva pareja de su mamá y también con su hermanita de nueve, Cata (Emilia Ossandon). Es decir, tan bien como suelen llevarse las personas, que a veces se pelean y después terminan compartiendo la cama. A las nenas se las ve acostumbradas a la rutina de pasar de la casa de la madre a la del padre, y la vida cotidiana de la familia es algo que Rara construye con mucha belleza, mucha calidez. Lo que lo enrarece todo es algo que llega como un eco: una vez, desde la escuela mandan a llamar a Paula, extrañados porque al pedirle a Cata que dibuje a su familia aparecieron ahí, casi como surgidas de una mente infantil y fabuladora, las dos madres. La película recoge esas pequeñas disonancias en medio de una vida feliz y mientras hace foco en el ingreso de Sara en la adolescencia, la relación con su mejor amiga, sus primeros intereses por los chicos y el dilema de festejar los trece en la casa del padre o de la madre, deja que se amase otro drama en el fondo, secretamente, casi sin que las nenas se den cuenta o enterándose como se enteran los chicos: por rumores, de oídas, o después de preguntar “¿Y a mamá qué le pasa?”. No hay villanos en Rara, ni siquiera el padre que unx podría sentirse tentado a poner ese papel al leer el caso en los diarios; lo que hay es amistad, conversaciones sinceras de chicas que prefieren ver a los padres felices sin importarles sus elecciones de vida, y la construcción siempre trabajosa de la familia como una materia frágil, amenazada por un cambio violento que así, mirado desde el mundo de dos nenas criadas con amor, resulta dolorosamente inexplicable.
La experiencia sensible La directora chilena Pepa San Martín debuta con una película de alta sensibilidad sobre una chica de 13 años. La ópera prima de Pepa San Martin es admirable. Rara es de esas películas que toman partido sin caer en la tosquedad de la militancia explícita. La directora chilena tiene una sensibilidad apabullante para introducirnos en el mundo de Sara (Julia Lübbert), una niña de 13 años que vive con su madre, la novia de esta, y su hermana menor. Del otro lado está el padre, Víctor (Daniel Muñoz), un burgués de clase alta y pensamiento conservador que vive con su nueva novia. El problema familiar está trabajado con mucha delicadeza. La directora juega permanentemente con el fuera de campo de las discusiones de los progenitores, y va dejando indicios de lo que está sucediendo progresivamente, a medida que Sara va descubriendo la verdad junto con el espectador. Hay una especie de guerra apenas visible entre los padres. Sara empieza a oír las conversaciones por teléfono, a prestarle atención a lo que está pasando en su entorno. Se siente afectada y se da cuenta de la situación. ¿Puede una niña de 13 años vivir con dos madres? El tema de Rara es de por sí delicado, y la lección de Pepa San Martin es de una objetividad sutil, aleccionadora, ejemplar. La manera en que la directora filma los problemas de una adolescente, sumados a los problemas adicionales que tiene que padecer, es tan fina como comprometida. El mundo de la película es un mundo eminentemente de mujeres, con una troupe de actrices talentosísimas (tanto las protagonistas principales como las secundarias). Es también un gran trabajo sobre los miedos y las dudas de una niña que recién está empezando a descubrir el mundo de los mayores, las dificultades de la vida y las injusticias sociales. El filme cuenta con encuadres precisos y una narración fluida, con el foco siempre puesto en Sara, quien nos adentra en sus aflicciones, en sus impotencias y sus ganas de que todo, en esa supuesta anormalidad en la que vive, mejore. Rara es un pequeño prodigio de sensibilidad y rigor, que explora con virtuosismo un tema sumamente político y actual.
Felicidad sin prejuicios Hay familias que pueden ser vistas como normales o todo lo contrario, más allá de la reflexión antiquísima sobre qué significa ser normal. Pepa San Martín hace foco en una realidad tangible: la convivencia de una familia integrada por dos hermanas, una niña y una preadolescente, con su madre y su pareja lesbiana. Para las cuatro, la vida cotidiana es esencialmente feliz, con las peleas de entrecasa y las idas y vueltas típicas de toda relación afectiva. Todo transcurre en Viña del Mar, en un país donde el gobierno pinochetista hizo un cuidado trabajo para cerrar mentes y eso repercutió generacionalmente. El filme distinguido en Berlín está inspirado en un caso real, pero tangencialmente. El foco pasa por la mirada de Sara (Julia Lübbert, impecable), quien a punto de cumplir sus 13 años y en pleno despertar sexual, combina su primer cigarrillo con la primera afrenta a su madre y mientras comprueba cómo le queda el rouge también juega a ser mamá de su propia hermana. Y, lo mejor de la película, es que todo el relato transita casi sin subrayados, sin bajadas de línea ni la apología de la condición homosexual, aunque tampoco se oculta esa elección en ningún momento. Quizá está algo marcado, en un tono que podría haber sido más sutil, el glamour del papá y de su nueva pareja, que se colocan en las antípodas no sólo del modo de vida de su ex Paula (Mariana Loyola) sino también en la clase social. Hay que destacar que la protagonista es jueza, lo que tampoco queda muy explícito, más allá de que la trama se basa en un sonado caso de la jueza chilena Karen Ataya, cuyo desenlace conviene no revelar en esta crítica. Una película con hondo perfil humano, en la que el espectador quedará espejado en la veta sensible y adolescente de Sara.
Harto ya de estar harto, ya me canse.... Cantaba Joan Manuel Serrat, allá en los inicios de la década del ’70. Algo de ese orden se me cruza con este filme, (“basado en hechos reales”), pues a esta altura de las circunstancias me cansó el hecho de pretender ser original sólo por plantear un tema tantas veces abordado por el cine y la literatura, con visos de lo que la moda impone en la actualidad que otorga “per se” valor a la obra. El punto de la discriminación de la mujer, de la perdida de la tenencia de los hijos por miles de circunstancias, se ha visto infinidad de veces, Desde Irán con “La separación” (2011), de Asghar Farhadi, donde el tema era la misoginia al extremo, siguiendo con “¿Qué hacemos con Maisie?” (2012), Scott McGehee y David Siegel, donde el tema expuesto es los hijos como botín de la guerra de la separación, hasta la americanas “Por encima de todo” (1992), de Jonartan Kaplan, o “Lejos del cielo” (2002), de Todd Haynes, cuyos temas circulaban tanto por la discriminación racial como la homofobia. El punto de la enumeración es que todos y cada uno de estos ejemplos tenían en común la virtud de un buen relato, bien escrito, mejor contado desde la estructura y de las formas. Citando a Oscar Wilde, “es curioso este juego del matrimonio. La mujer tiene siempre las mejores cartas y siempre pierde la partida” Si bien esta producción chilena aborda un tema importante, los desarticulados de su estructura narrativa y de las formas dan por tierra con el contenido, a saber. Narrada desde el punto de vista de Sara (Julia Lübbert), la hermana mayor de Cata (Emilia Ossandon) de 9 años, quienes viven junto a su madre Paula (Mariana Loyola), una jueza - separada del padre de las niñas - que vive con su pareja Lía (Agustina Muñoz). No sólo Sara es el punto de vista sino que además es el personaje que promueve la acción, es el personaje actante, es la que promueve el desarrollo del flojo guión, de la también directora Pepa San Martin, con Alicia Scherson. Pero lo que quiebra todo es que sus conflictos no pasan por ser parte de una familia “diferente”, sino que son los mismos de cualquier chica de ese mismo grupo etario, sobre todo de padres separados. Todo esto forzando a mostrar la vida cotidiana de estas cuatro mujeres dentro del ámbito de la normalidad. Intrinsecamente a esta variable es que cae en clichés insoportables, previsibles en maniqueísmos en la construcción de personajes que al final se torna insostenible. Entonces nos encontramos con la superposición, aleatoria, de escenas tales como de festejo, peleas, discusiones, reconciliaciones, cenas, almuerzos, trabajos, escolaridad, de encuentros y desencuentros, puestos sólo en función decorativa, de manera demasiado burda. No hay en ningún momento algo del orden del desarrollo del conflicto principal, pues este se presenta y despliega en los últimos cinco minutos de la narración en el cuerpo de la madre. Lo que redunda en el aburrimiento. Volviendo a Oscar Wilde, decía “lo importante primariamente es si la obra está bien escrita o no”, o parafraseando al poeta cubano Israel Rojas, será que ¿”la moda me importa un papel sanitario”?
Opera prima de una directora chilena, Pepa San Martín, se basa en el caso real de una jueza que perdió la custodia de sus dos hijas por estar en pareja con otra mujer. Con sensibilidad e inteligencia, la directora toma el punto de vista de la mayor de las nenas y hace de la vida de esas chicas el corazón de la película. Una decisión que le permite meterse con un tema social, y político, sin cargar las tintas, moralizar ni bajar línea. Rara se ve con placer y emociona con el que en definitiva es su verdadero tema: el de la naturalidad del mundo infantil sometido a la estupidez, los prejuicios y rigores del mundo adulto. Los trabajos de las cuatro actrices principales son un aporte fundamental.
Crítica emitida por radio.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los domingos de 21 a 24 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
RARA ESCENAS DE LA VIDA COTIDIANA Rara Por Marcela Gamberini Como ya se ha dicho en las variadas críticas y comentarios de la película que se han publicado en diferentes espacios, Rara está basada en un hecho real. Una jueza, sus hijas, su actual pareja mujer, su ex marido participan de un drama doméstico: la lucha por la tenencia de las chicas, que por supuesto siempre es más que un acto judicial. Esta compleja situación es efectivamente el mundo de lo real. Ahora bien, desde lo cinematográfico se toma el hecho y se lo recrea; ¿con qué objetivo? ¿Solo para mostrar la discriminación en Chile? ¿Una impugnación al espíritu despótico machista que aún subsiste heredado de varias y varias generaciones? ¿Se trata de mostrar la lábil situación de las mujeres lesbianas que están en pareja? ¿Poner atención y así narrar el proceso de crecimiento de una adolescente en un mundo contemporáneo tan complejo? Tal vez todo esto haya estado en la cabeza de Pepa San Martin, la realizadora, al momento de idear su ópera prima. Paula, que es interpretada por Mariana Loyola, es abogada, y Lia, la argentina Agustina Muñoz, su pareja, es veterinaria. Las dos hijas son Sara, que está por cumplir trece años) y Cata, la pequeña de la casa de nueve años. Las cuatro se llevan bien, la más pequeña aún vive en su mundo y es la protegida de su hermana mayor; la pareja es correcta y amorosa no solo entre ellas sino con las niñas. Las escenas de la vida cotidiana es lo mejor de la película: el espacio de la casa es luminoso y amplio como amplio y luminoso es el amor que se tienen las mujeres. Las comidas en el parque de la casa, las sobremesas, los bailes son escenas que muestran la naturalidad de una familia sin mayores sobresaltos, como cualquier familia. Sin duda es una película donde lo femenino y sobre todo la ética de lo femenino y de la maternidad están puestas en escena con plenitud. Todo esto funciona a la perfección porque las actuaciones son sólidas y naturales; el cuarteto de actrices destila mucha calidez y naturalidad. El problema dramática es otro: la violencia de las instituciones; la escuela por un lado, y el patriarcado como una cultura general oficial que tensionan la vida cotidiana de esas cuatro mujeres. Indudablemente, Rara plantea seguir los pasos y los pensamientos de la hija mayor. El comienzo es una subjetiva, en un largo plano secuencia que recorremos, a partir de los ojos de la adolescente, sus espacios cotidianos, su escuela y sus amistades; esos espacios institucionales, como la escuela, son los que le van a hacer replantearse una situación que ella (la chica tiene bastante clara) acepta con la mayor naturalidad: la pareja de su madre jamás le resulta una anomalía. Ese plano inicial releva el lugar desde donde nace el conflicto, la escuela. Los profesores (incluso una escena con uno de ellos en dialogo con la chica plantea esta anomalía) y sus compañeros incitan a pensar que existe un problema. Da la impresión que “raro” es el comportamiento de los miembros de este microcosmos que es la escuela; y a este presunto malestar se sumarán el padre y su mujer actual que ven una preocupación casi inexistente en su hija mayor. En verdad, esa preocupación que ve el padre no se debe a la pareja de su madre sino a conflictos típicos de adolescentes: hacer o no hacer una fiesta de cumpleaños, qué hacer con un chico que le gusta, preservar a su hermana menor de ciertas cuestiones. La aceptación de Sara en relación con Lía está dada en varias escenas, en la divertida secuencia del baile al son de Sangre mientras las cuatro limpian la casa; cada una de las veces que la pareja de la madre va a buscar a la chica, ya sea al colegio o a la misma casa de su padre, la fluidez afectiva y la tranquilidad son una evidencia. Sin embargo, a medida que la película avanza es la institución escolar y su cultura patriarcal que la excede la que hacen dudar a la chica. La textura rugosa del mundo con sus intimidaciones, sus preceptos y prejuicios corroe la institución familiar, siempre débil, siempre frágil, sean quienes sean sus integrantes, del género que sean, o de la sexualidad que ejerzan. Esa moral burguesa mundana intercepta a la ética familiar y la tensiona hasta casi quebrarla. Esos prejuicios se adhieren también a las personas resquebrajándolas como se resquebraja Sara, esa adolescente que está en plena formación de su identidad y de su personalidad. El cuerpo de Sara, que aparece pleno en la primera secuencia, es tan poroso que destila tantas hormonas como dudas. Y esas son las dudas que inteligentemente Pepa San Martin logra traspasar al espectador a través de Sara y sus ojos; sus reacciones son accions dramáticas dirigidas a quien mira. Por eso la película es una película rara, que no deja de ser cálida y emotiva y por eso también extraña. Marcela Gamberini / Copyleft 2016
Coming of age en el reaccionario siglo XXI Mundo raro El advenimiento del nuevo milenio ha significado, por lo menos en buena parte del continente americano, el reconocimiento social y una reivindicación legislativa para la comunidad LGBTIQ. Sin embargo, es válido decir que detrás la corrección política y las leyes de matrimonio igualitario se esconde un elemento homofóbico muy grande en la estructura social. Los prejuicios y la intolerancia todavía existen ante las parejas del mismo género que han conformado una familia, ya sea a través de la adopción u otros métodos de fertilización. Rara, la opera prima de la chilena Pepa San Martin, resalta justamente esta hipocresía poniendo el foco en la cotidianidad de una niña preadolescente con dos madres. Sara (Julia Lüberg) está atravesando los típicos cambios de la pubertad. Su cuerpo, sus intereses y sus pensamientos están cambiando; indudablemente la vida empieza a verse diferente para una joven de trece años. Como en la mayoría de estos casos, la búsqueda de contención de esta niña está en su hogar, en sus figuras maternas y/o paternas. La confusión que conlleva esta etapa podría no diferir de las experiencias de miles de jóvenes que comparten su edad, pero cuando su refugio familiar se ve cuestionado y deslegimitizado por la sociedad, su mundo puede convertirse en algo todavía más difuso. Sara y su hermana Cata (Emilia Ossandón) fueron concebidas por el matrimonio de Victor (Daniel Muñoz) y Paula (Mariana Loyola), pero ésta última es lesbiana y decidió separarse de su marido para vivir con sus hijas junto a Lía (Agustina Muñoz), su pareja actual. Esta situación desemboca en un conflicto legal -inspirado en hechos reales- entre Victor y Paula por las custodia de las niñas; aquí la excusa de la “anormalidad” se utiliza como principal alegato en contra de las dos madres. La mirada periférica Rara bien pudo haberse centrado en la batalla judicial disputada entre los adultos, pero inteligentemente decide correrse de la obviedad y se predispone a contarnos una historia a través de un personaje que no termina de comprender realmente que es lo que está sucediendo a su alrededor. Un protagonista esencial en el argumento, ya que es el disparador inicial de la disputa, con una mirada intuitiva y ambivalente sobre las fuerzas que involuntariamente están ejerciendo sobre ella. El guión no recurre a extensos soliloquios ni a un dramatismo exagerado, sino a la sutileza de pequeños eventos diarios: un docente preocupado por su contexto familiar, diálogos y preguntas aparentemente inocentes, prejuicios disfrazados de verdades. Sin embargo, el film de Pepa San Martin no es puro dramatismo ni agenda política; la directora y guionista se las ingenia para crear un atmósfera amena llena de ternura y breves momentos humorísticos. Buena parte de ellos – ahí donde se sobresale el coming of age – gracias a la perfecta química entre las actrices que personifican, en una gran labor, a las madres y a las hijas de esta historia. Si bien el guión es uno de los grandes aciertos de esta película, no podemos dejar de destacar la disposición visual de San Martin. La cineasta busca una perspectiva confusa y hasta asfixiante a través de juegos focales, close ups y planos medios. El espectador puede observar como el mundo en el que está inmerso Sara rebasa las posibilidades de comprensión de la protagonista. Conclusión Rara es una película que denuncia las contradicciones de la sociedad actual sin la necesidad de subrayar un juicio moral en ningún momento. Un film que apela a la inteligencia como principal arma argumentativa y conceptual.
De rara, nada Por Delfina Moreno Della Cecca. Pepa San Martín adapta a la pantalla grande la historia real de Karen Atala, una jueza chilena abiertamente lesbiana que tuvo que enfrentarse a su ex marido en Tribunales por la custodia de sus hijas. Sin embargo, Rara –ganadora del Premio del Jurado en la 66va Berlinale– relata esta difícil situación principalmente a través de los ojos de Sara, una de las hijas.
Crítica emitida en Cartelera 1030-sábados de 20-22hs. Radio Del Plata AM 1030