Escenas de la vida cotidiana Alrededor de un encuentro de tres parejas de amigos en la quinta de una de ellas una serie de confesiones crea rispideces y los amigos develan las etapas de la crisis que cada una de ellas sufre e intenta ocultar con diferentes estrategias que se ven puestas a prueba para afrontar los problemas. Los realizadores Hernán Guerschuny (El Crítico, 2013) y Jazmín Stuart (Pistas para Volver a Casa, 2014) escriben y dirigen este drama con toques de comedia que interpela por su actualidad y su aguda descripción social de los problemas de pareja y crisis de una clase media alta profesional en Argentina ante la responsabilidad que la maternidad y la paternidad le representan culturalmente. La trama se construye alrededor de tres parejas y algunos personajes secundarios. Leo (Fernán Mirás) y Andrea (Carla Peterson) son una pareja de célebres arquitectos de treinta y tantos años con un hijo de doce, Fefe (Agustín Bello Ghiorzi) que proyecta ser la cumbre del equilibrio entre el éxito profesional y la relación familiar y de pareja, pero que esconde frustraciones, apariencias y autoengaños. Mariano (Juan Minujín) y Guadalupe (Jazmín Stuart), otra de las parejas, acaban de tener su primer hijo y sufren de una aguda crisis. Mientras que él ha renunciado a la agencia publicitaria en la que trabajaba para emprender su propio y arriesgado proyecto ella ha renunciado a un trabajo en una financiera para dedicarse tiempo completo a su bebé. Obsesionada con el niño Lupe necesita un escape y lo encuentra en solitarios paseos a los que se entrega para fumar marihuana y desenchufarse de sus responsabilidades. Nacho (Martín Slipak) y Sol (Pilar Gamboa), la tercera pareja, tienen trillizos y vive en una vorágine constante debido al bullicio que sus hijos desatan, lo que demanda su atención constante desde el amanecer hasta bien entrada la noche. Las parejas se reúnen en el campo de Leo y Andrea para disfrutar de un fin de semana de descanso del estrés de la rutina de la ciudad pero la dinámica entre ellos se va quebrando y la amistad es puesta en cuestión cuando las apariencias dan lugar a confesiones que desnudan sus dificultades. Recreo (2018) combina con esta narración familiar e intimista climas de comedia con escenas dramáticas que interpelan a los personajes representativos de su clase social, poniendo a los actores a prueba. Con excelentes actuaciones de todo el elenco el film crea climas de gran intensidad a través de un guión que busca en la intimidad los puntos de quiebre de los personajes en la vergüenza, la violencia verbal, el miedo, la ansiedad y máscaras que ocultan sus verdaderos sentimientos y deseos. La fotografía de Marcelo Lavintman (Madraza, 2017) busca establecer una ligazón sentimental e íntima con los interpretes para crear una sensación de empatía y naturalidad típica del estilo narrativo de Stuart que se mezcla exitosamente con el tono más cómico de Guerschuny. Pero el film también habla de las diferencias generacionales, la intuición de los adolescentes y los chicos y los antagonismos entre chicos y adultos, padres e hijos, los conflictos y maltratos de clase e incluso los juicios hipócritas sobre el interés por la vida y la crueldad. Hernán Guerschuny y Jazmín Stuart ofrecen de esta manera una película sobre las contradicciones de unos personajes que interpretan e interpelan a una clase social que no encuentra el rumbo y se pierde debido a una responsabilidad para las que no está preparada cultural ni psicológicamente. Encerrados en su lugar de confort y en sus proyectos esconden sus inseguridades, miserias y falta de sinceridad sin mirar al otro ni intentar comprenderlo. Así Recreo genera empatía proyectando en los espectadores vidas que se preguntan por su presente, indagando en su pasado, pero preocupados por el futuro que están construyendo y el odio y la angustia que están engendrando en sí mismos y sus seres amados.
En esta comedia codirigida por la actriz/directora Jazmín Stuart (Pistas Para Volver a Casa, 2014) y Hernán Guerschuny (El Crítico, 2013), tres parejas de clase media alta que pisan sus cuarenta años cargan consigo una bomba emocional cuya explosión es inminente. El escenario elegido para la tragedia -y la comedia, claro está- es una casa de campo que albergará una paradoja interesante: el descanso y a la vez, el ahogo de sus personajes. Es que justamente los puntos altos de Recreo tienen que ver con la construcción de los protagonistas. La película desarrolla de modo eficiente la tridimensionalidad de los personajes -tal vez algunos más que otros- evitando así su chatura, quizás esperable en este tipo de propuesta. Hay un destacado tratamiento sobre los defectos: evitando retratar ciertos arquetipos sociales, cada uno de los integrantes de las parejas tiene su costado lastimosamente humano, que permite al espectador adentrarse de modo ligero en sus dilemas y preocupaciones. Sin embargo, en este punto a favor que posee la película se encuentra un problema que se va a repetir casi sistemáticamente a lo largo del metraje, que consiste en el desperdicio de sus propias posibilidades. Teniendo un gran elenco, deshecha gran parte de su potencial: los momentos de comedia son llamativamente débiles, y por momentos, forzados. Además, deja en un segundo plano a la pareja interpretada por Peterson y Mirás, quienes quedan relegados bajo los profundos demonios de los otros partícipes. Esto bien podría no ser una falencia si la premisa de Recreo no se basara en la narrativa en partes iguales, lo cual sí hace. En fin: se enreda en sus propios artificios. Decíamos que otra de sus falencias es el uso forzoso de los mecanismos estructurales de la comedia. Una escena tempranera de charla sobre sexo resulta algo imprudente por dos factores: uno de ellos es que se ha creado cierta expectativa al ver el camino de las parejas invitadas hacia la casa de campo, gracias a una correcta interpretación de los actores. Y lo que se pone en juego allí parece necesitar algún nexo entre la presentación de las familias y la conversación erótica. En consecuencia, nos lleva al segundo factor, y es que el tono cambia de forma abrupta, haciendo que el espectador tome distancia de los personajes, a quienes aún no conocemos tanto como para ser observadores comprometidos de esa discusión. Es más: el pasado común de ellos no está bien desarrollado, lo cual impide entender del todo el impacto de la explosión del final ya que el fuera de campo no tiene demasiado recorrido. Por otra parte, aquel chiste ya bastante desgastado de niño que irrumpe en una conversación adulta como recurso cómico tampoco funciona. De hecho, está presentado en el trailer como un momento fresco cuando en realidad es bastante torpe, también por un timing actoral no muy logrado. Recreo es una película que va de menor a mayor, pues lo más logrado comienza a partir de la mitad. Cuando los personajes desnudan sus defectos y obsesiones, se enriquecen y enriquecen la trama, que toma progresivamente mayor profundidad. Todos esos conflictos personales convergen en una escena de clímax potente que incluso podría ser mejor; un gran artilugio dialogal tal como “me quiero separar” desata una tormenta que si bien era esperable, no deja de sorprender, y es justamente allí donde la película más se luce. Es curioso: los pasajes más logrados son los dramáticos y no los cómicos. Discutiblemente la mejor escena del film es aquella charla entre la madre angustiada (Peterson) y su hijo adolescente (Agustín Bello Ghiorzi, ¡un gran descubrimiento!) luego de un fuerte episodio. El film termina redondeando por algunos momentos cómicos pero sobre todo por su contraparte; todo el potencial que parecía tener en la previa es desaprovechado y a la película siempre parece faltarle una vuelta más. No obstante, no deja de ser un simpático aporte menor a la comedia local.
Una reunión de amigos de la adolescencia que ahora rondan los cuarenta. Todos acompañados por sus esposas y sus hijos. La excusa es un fin de semana largo en la casa de campo de una de las parejas, la formada por el personaje de Carla Peterson, casada en la ficción con Fernán Miras, Son los que parecen perfectos, superados, casi un ejemplo para los otros, su hijo ya creció. Está la pareja que encarnan Juan Minujín y Jazmín Stuart, con un bebito que le consume todo su tiempo y él con una crisis en su trabajo. Y por fin el matrimonio al que le dan vida Pilar Gamboa y Martín Slipak, con trillizos de cuatro años que no les dan respiro. Allí, en lo que se supone un encuentro relajado comienza la caída de las mascaras, con su carga de frustraciones y reproches, engaños y revelaciones y un punto en común una edad en que se interrogan hasta donde lo que construyeron en sus vidas los satisface o los saca de su eje y de sus sueños. Y el libro y la dirección Hernán Guerschuny y Jazmín Stuart tiene como logros una espontaneidad, un lenguaje, un clima trabajados y logrados, que alcanza una fluidez en al realización que simula una charla improvisada de amigos con una frescura única. Y de ese juego de reencuentros la convivencia lleva a lo espeso y a cada una de las verdades que no quieren ver o no se atreven a vivir, refugiados en las formas y mandatos. Otra de las grandes cualidades del film es el elenco que brilla en intensidad y gracia, en la construcción de los personajes y en los detalles más reveladores. Para ver y comentar que será de cada uno de ellos desde el punto en que termina el film y de cara al futuro.
Pensada como comedia pero en la práctica más cercana al drama, Recreo (2017), de Hernán Guerschuny y Jazmín Stuart, propone un viaje a la intimidad de un grupo de amigos durante un fin de semana de encuentro, revelaciones y peleas. Filmada con recursos que apelan a un lenguaje televisivo (puesta, encuadres, diálogos, figuras) Recreo busca construir un camino diferente dentro del panorama actual de la comedia nacional, pero se queda a mitad de camino. Buceando en las miserias de cada uno de los personajes y la obligatoria confrontación de verdades ocultas y mentiras que ya nadie puede contener, la película se propone como un fresco generacional, aunque por momentos termine por narrar desde una posición de clase los conflictos que intenta desentrañar entre los personajes y se pierda una mirada más abarcativa. Como pasaba en la anterior película en solitario de Guerschuny, Una noche de amor (2016), la ideología supera cualquier intento por suavizar la mirada que se tiene sobre algunos de los protagonistas, pero a diferencia de ésta, acá, tal vez por la incorporación de subtramas, se posibilita un escape de la misma. Una estancia alejada de la ciudad servirá de campo de batalla para que tres matrimonios: el de los excéntricos y liberales (Fernán Mirás y Carla Peterson), el de los snobs y más conflictuados (Juan Minujín y Jazmín Stuart) y el de los relegados (Martín Slipak y Pilar Gamboa), interactúen y definan su relación. Decididos a pasarla bien, las tres parejas se relacionan en un espacio sólo conocido por los dueños de casa (Mirás, Peterson), y en el que desplegarán, durante dos días, sus estrategias para: no cuidar a sus hijos, emborracharse hasta el hartazgo, drogarse, acercarse por demás a quienes realmente desean, liberar tensiones, gritar y gritar. Hay algo de “comedia francesa” que rodea la propuesta, principalmente por la presentación inicial de los actores, por algunas líneas del guion, y por la estructura del relato. Diálogos edulcorados, superficiales, como así también ideas subrayadas hasta el hartazgo (abandono de los hijos, machismo) resienten la progresión narrativa, y refuerzan esa mirada de clase que posee la película, con prejuicios y con la estigmatización de la clase obrera, representada por los caseros de la quinta. Si se superan esos puntos mencionados anteriormente, y se intenta ver Recreo sólo con la intención de pasar un momento agradable y divertido, se cumple el objetivo con lo justo en una propuesta sostenida por su elenco, que podría haber sido mucho más sólida y entretenida.
Escenas de la vida conyugal La nueva película de Hernan Guerschuny y Jazmín Stuart parte de una premisa que ya hemos visto: tres matrimonios pasando unos días de ocio en una casa de campo. Pero la personalidad de los personajes, los vínculos que establecen y el mensaje que subyace la convierten en una propuesta original e interesante. Leo (Fernán Mirás) y Andrea (Carla Peterson) son una pareja de arquitectos, con un hijo preadolescente, bien acomodados económicamente, los anfitriones de la velada, que disfrutan contando de sus frecuentes viajes. Sol (Pilar Gamboa) y Nacho (Martin Slipak) son padres de unos trillizos insoportables, que demandan toda la atención de ella, dejándola sin energía para tener sexo. Lupe (Jazmín Stuart) y Mariano (Juan Minujín) lidian con el hecho que ella siga fumando marihuana aunque esté amamantando a su bebé de pocos meses. Algunas charlas sobre temas tabú y ciertas incomodidades generadas a propósito como diversión comienzan a fisurar el clima de cortesía entre las parejas, para finalmente terminar sembrando crisis internas. Cada una de las parejas se va distanciando a su propio ritmo, como decantación de sus propios problemas, problemas de los que nunca habían hablado o quizás no sabían que tenían. No tiene una estructura narrativa clásica, las acciones en sí son mayormente débiles y banales, propias de un fin de semana de ocio: hacer un asado, cuidar a los hijos, conversar. Es una película de personajes, más concretamente de personajes encerrados. ¿Cómo encerrados en una estancia al aire libre? Detrás del comportamiento y las psicologías de cada uno de los personajes se logra entrever que están atrapados en preconceptos, convenciones, limitaciones sociales y dentro de sus propias parejas. El rol de la comunicación es también fundamental. Si bien pasan algunos días cerca, están lejos. Lejos de sus parejas, de sus amigos y sobre todo lejos de ellos mismos: han llegado a la mitad de sus vidas sin saber quiénes son. Este minimalismo emocional se soporta en las actuaciones, que tienen un muy buen nivel, sobresaliendo Fernán Miras, cuyo personaje además aporta algunos toques de humor que lo colocan en el lugar de personaje favorito si tuvieras que elegir uno. El montaje, que dilata algunos momentos y acelera su ritmo en otros en función de la generación de tensión, y la musicalización, son los recursos más sobresalientes. Se nota que desde el principio había una premisa clara que transmitir y todos los elementos fueron puestos en función de lograr el objetivo. A modo de conclusión, podemos indicar que el arco que opera sobre Fede, el preadolescente que se levanta después del mediodía siempre con hambre, trae aparejada una hermosa hipótesis: el mundo de los adultos posee una complejidad innecesaria. Siempre que puedas elegir, elegí no crecer. Y si lo que tenés que elegir es una película de la cartelera, elegí Recreo, es una opción no convencional con la que la vas a pasar bien. Crítica de Ayelén Turzi.
Recreo: el otro lado de la comedia La vida en pareja no es fácil. Alrededor de esa idea gira la trama de Recreo, primera película que Hernán Guerschuny (El crítico, Una noche de amor) y Jazmín Stuart ( Desmadre, Pistas para volver a casa) dirigen en sociedad. El encuentro fugaz de tres matrimonios en una casa de campo, pensado originalmente como alternativa de disfrute y descanso, se va enturbiando a medida que afloran algunos secretos hasta entonces celosamente guardados. La historia arranca en tono de comedia y se va oscureciendo gradualmente, al ritmo de las inseguridades, las falsedades, los autoengaños y las neurosis de los protagonistas. En más de una oportunidad, la película se atasca en los lugares comunes en torno a los tópicos que aborda (incertidumbre laboral, sexualidad, exigencias de la maternidad, enfocados como problemas concretos de un sector social bien determinado, la clase media profesional), pero termina levantando vuelo gracias a la convicción y el oficio de un elenco ajustado. Está claro que hay formas más elusivas y sugerentes de tratar estos mismos conflictos (buena parte del cine de Eric Rohmer lo certifica magistralmente), pero Recreo termina entregándose a una lógica un poco más epidérmica, cercana al lenguaje televisivo, destinado inevitablemente a simplificar, a confirmar expectativas previas -más que a inquietar o provocar interrogantes- y por lo tanto a conservar el statu quo.
¿Encanto burgués? Bien actuada, aborda con desparpajo las relaciones de pareja y la incomunicación. Las reuniones de amigos cercanos a las cuatro décadas son tentadoras porque funcionan como disparadoras de conflictos que estallan en varias direcciones. Y eso ocurre con gracia y desgracia en Recreo, la película de Hernán Guerschuny (El crítico) y Jazmín Stuart (Pistas para volver a casa, y acá también en su destacado rol de actriz), exponiendo vínculos amistosos y familiares alterados. Un fin de semana en una casa de campo une a tres parejas de amigos con sus hijos y la bomba está a punto de estallar cuando quedan al descubierto viejas rivalidades, secretos y relaciones con un rutinario mecanismo de supervivencia en la contradictoria vida burguesa. Leo (Fernán Mirás) y Andrea (Carla Peterson) conforman un matrimonio de arquitectos con un hijo de 12 años, abiertos a las nuevas experiencias, viajes y parecen tener la vida solucionada. A su casa llegan Mariano (Juan Minujín) y Guadalupe (Jazmín Stuart ), quienes acaban de tener su primer hijo y atraviesan una crisis: él dejó su trabajo en una agencia publicitaria y ella escapa a la rutina como puede, aún con el riesgo de olvidarse hasta de su bebé. A ellos se suman Nacho (un Martín Slipak gratamente transformado) y Sol (Pilar Gamboa), padres de trillizos. No todo es lo que parece ni como se lo presenta en esta historia que combina comedia y drama bajo un perspicaz punto de vista sobre las relaciones. La fantasía de una adolescencia lejana, las cuentas pendientes, las frustraciones y el reloj biológico que avanza implacable son algunos de los tópicos que el relato condensa con soltura y enfrentamientos a lo largo de cien minutos. Muchos ingredientes se van sumando en este filme ambientado en un espacio pensado a priori para la distensión que es el epicentro de varias discusiones sobre sexo entre estos “perfectos desconocidos”, viajes en un globo aerostático; un perro sometido a un inexplicable experimento adolescente y una cacería como reafirmante del rol masculino dentro de la familia. La película acierta en su tono de apariencias plasmado por los directores, que pasa de la risa a la lágrima con comodidad, permitiendo a cada uno de los intérpretes su lucimiento -todos muy bien en sus papeles- y planteando interrogantes que no siempre tienen respuestas. El contraste entre la clase trabajadora y los “nuevos ricos” dice presente desde el comienzo y las tomas aéreas muestran a personajes diminutos frente a grandes obstáculos que se avecinan con miradas cruzadas y silencios cómplices. La rivalidad estalla en el aire y no se toma un recreo.
Película de estructura coral y espíritu generacional sobre tres parejas en crisis que comparten un fin de semana de campo. Bienvenidos a los 40. Hernán Guerschuny (El crítico, Una noche de amor) y Jazmín Stuart (Desmadre, Pistas para volver a casa) coescribieron y codirigieron esta tragicomedia coral de impronta generacional sobre las desventuras de tres parejas con hijos de muy distinta edad que conviven durante un fin de semana de verano en una quinta con piscina rodeada de campo y bosque. Confesional e inevitablemente discursiva (uno podría pensar en ciertas películas de Olivier Assayas, Richard Linklater y Julie Delpy), Recreo surfea -por momentos con provocadora inteligencia, en otros demasiado cerca del lugar común- por los conflictos laborales, vocacionales, intelectuales, de pareja y de paternidad-maternidad de unos personajes que rondan los 40 y que, por lo tanto, se encuentran en pleno replanteo existencial en medio de secretos, mentiras, deseos no cumplidos, decepciones y frustraciones acumuladas. La campaña de marketing del film los define así: Lupe (la propia Stuart) y Mariano (Juan Minujín) son “los padres primerizos” (llegan con un bebé a cuestas); Sol (Pilar Gamboa) y Nacho (Martín Slipak) son “la pareja de la infancia” con trillizos, mientras que Leo (Fernán Mirás) y Andrea (Carla Peterson) son “los anfitriones excéntricos” que tienen que lidiar con un conflictivo y al mismo tiempo querible hijo ya preadolescente (Agustín Bello Ghiorzi, toda una revelación). Los protagonistas conversan, comen y beben mucho, fuman unos porros, bailan al ritmo de The Safety Dance, tienen sexo (y hablan sobre sus fantasías sexuales a-la-Dos más dos), se provocan, se ayudan, se pelean, viajan en globo, salen a cazar, se ocupan de sus hijos y fantasean con un futuro mejor (la nostalgia precoz y la insatisfacción generalizada son marcas de fábrica). Un poco esnobs y bastante cínicos, estos (ya no tan) jóvenes exponen cierta inseguridad, angustia, incomodidad, pero también esa complacencia y culpa tan burguesas (los varones le suman una inmadurez congénita). La película -que fluye más cuando los directores apuestan al plano secuencia y al despliegue histriónico y la interacción más libre entre los intérpretes y no tanto cuando deciden filmar planos cortos y resolver todo en el montaje- aborda de manera tangencial cuestiones como las diferencias generacionales y las tensiones de clase (con la familia de los caseros). El resultado es bastante atractivo en varios pasajes, pero -por la categoría del elenco- deja la sensación de que podría haber sido también menos contenido y previsible, más contundente y audaz.
Recreo, de Hernán Guerschuny Por Ricardo Ottone Si tomáramos lo que sucede en las películas como una advertencia, procuraríamos evitarnos las celebraciones familiares y las reuniones de amigos. Es evidente que son una trampa. Lo que generalmente arranca como un encuentro festivo y lúdico suele terminar en el desborde emocional y la exhibición descarnada de trapitos al sol con consecuencias que varían de lo desagradable a lo catastrófico. En el caso de Recreo se trata de tres amigos de la juventud, hoy cuarentones con mujeres e hijos, invitados por uno de ellos a pasar unos días en una casa de campo. Allí se juntan las tres parejas con prole infantil numerosa con la promesa de unos días de descanso, pileta, sol, comida y charla. Ese recreo que el título promete en medio de sus vidas de trabajo y obligaciones sociales. Así es como arranca por lo menos la experiencia. Risas, comentarios zumbones y chicanas amables con la intención de fondo de mostrar siempre una cara exitosa y superada. Pero las horas pasan y en la mesa la charla se relaja, el vino corre, las inhibiciones van cayendo y las lenguas se sueltan. En Recreo no falta casi nada de lo que podemos esperar en estas reuniones que no salen tan bien como esperábamos: exhibición de deseos y frustraciones, vómitos de resentimientos largamente añejados, reproches de hechos supuestamente olvidados, acusaciones de falsedad y traición, rebeliones fallidas, violencia psicológica y de la otra. Esta exhibición de atrocidades, que están en el centro de la cuestión, es tolerable porque se alterna con momentos más luminosos o livianos. Los directores/guionistas Jazmín Stuart y Hernán Guerschuny dosifican los altos y bajos, los momentos de tensión y relajo, de fiesta y violencia, de drama y comedia. En el medio también caen en algunos lugares comunes, especialmente el de la idealización de la niñez y adolescencia como un paraíso perdido de pureza y autenticidad que se resigna con la adultez. Lo verbaliza explícitamente el personaje de Jazmín Stuart pidiéndole al hijo adolescente de sus amigos que no crezca para no caer en ese universo de falsedades del que ahora ella ya no puede zafar. Al fin y al cabo, una actitud no muy diferente de la idealización infantil que los personajes de Juan Minujin y Martín Slipack hacen de su juventud como lugar de libertad y goce a recuperar como si esto fuera posible. Si bien es cierto que los personajes se plantean como distintos, en realidad se parecen bastante: burgueses de buen pasar, un poco hipsters, preocupados por la imagen que proyectan, con ínfulas de superados pero listos a escandalizarse ante cualquier revelación medio subida de tono, Afortunadamente Stuart y Gershchuny hacen un retrato no unidimensional donde se los presenta con matices. Y si bien están ahí mostrando sus caras más desagradables en medio de la catarsis, no hay un ensañamiento con ellos. Se los muestra en sus luces y sombras, en su faceta más cretina como en la más vulnerable, haciendo que se pueda empatizar aun cuando también repelen. Lo que muestra Recreo en su pretensión de retrato generacional no es nuevo. La crisis de la mediana edad, la insatisfacción cotidiana, la durabilidad de la amistad y el amor, la necesidad de mostrar siempre una fachada, la pregunta por el qué hubiera pasado si se hubiesen tomado otras decisiones. Así plantea de manera recargada y acumulativa pero entretenida y creíble temas comunes y reconocibles. RECREO Recreo. Argentina. 2018. Dirección: Hernán Guerschuny, Jazmín Stuart. Intérpretes: Carla Peterson, Juan Minujín, Fernán Mirás, Jazmín Stuart, Martín Slipak, Pilar Gamboa. Guión: Hernán Guerschuny, Jazmín Stuart. Fotografía: Marcelo Lavintman. Edición: Agustín Rolandelli. Música: Juan Blas Caballero. Duración: 100 minutos.
Recreo es un título claro. Tres familias de amigos, diferenciadas por los momentos de sus vidas que transitan y cada uno bien identificado, se disponen a disfrutar de un fin de semana largo en el campo, algo alejados del trabajo y las tribulaciones cotidianas. En apariencia, claro, porque todas las cuestiones que los aquejan en su vida diaria están ahí presentes o a la vuelta de la esquina. Es un intervalo entre medio de sus obligaciones habituales, sino podría llamarse Vacaciones, un breve descanso para liberar tensiones y contemplar sus realidades individuales. Parar la pelota y mirar hacia atrás, a los costados y, especialmente, hacia adelante, contrastando con los puntos de vista que los otros cinco compañeros pueden ofrecer.
Una comedia dramática que nos acerca a una generación. Recreo, es la película dirigida por Jazmín Stuart y Hernán Guerschuny que retrata a un grupo de personas que rondan los 40 durante un fin de semana en una casa de campo. Andrea (Carla Peterson) y Leo (Fernán Mirás) son los anfitriones, con un hijo adolescente. Mariano (Juan Minujín) y Lupe (Jazmín Stuart) son una pareja con un bebé, y Sol (Pilar Gamboa) y Nacho (Martín Slipak) están juntos desde hace años y tienen trillizos. Todos se juntan en la casa de campo de Andrea y Leo y comienzan las charlas donde nos acercamos e identificamos (si estamos por esa franja etaria), con estos personajes que llegaron a un punto donde tienen muchas cosas de su vida establecidas, pero también mucho sin resolver. Hernán y Jazmín proponen una cámara inquieta, con planos detalle sobre manos, miradas, que nos mete dentro de las conversaciones, de la intimidad de los personajes. Un guion inteligente, sostenido por majestuosas actuaciones. Una película coral que bien podría transformarse en obra teatral, con replanteos, planteos, discusiones, debates y mucho para analizar y quedarse pensando.
Las responsabilidades adultas pueden agobiar incluso al más sensato de los seres. La cabeza puede llegar a explotar con los debates del adulto que aspirábamos a ser y el adulto que terminamos siendo. Esas explosiones mentales nos devuelven, aunque sea brevemente, a esa juventud despreocupada. Lo complejo es cuando esa brevedad amenace con dejar de serlo. En este marco se inscribe Recreo. Más clase que recreo Recreo cuenta la historia de tres parejas amigas que van con sus respectivos hijos a pasar un fin de semana a la casa de campo de una de ellas. A partir de este punto, esa convivencia los hace reflexionar sobre las virtudes y defectos de las responsabilidades. En materia actoral, el plantel entrega trabajos muy naturales, son convincentes como un consolidado grupo de amigos y, en los casos particulares, como parejas de años. La puesta en escena responde también a esa naturalidad (principalmente en una escena que tiene lugar durante una cena). En materia técnica, la fotografía y el montaje no entregan mayores artilugios que ser funcionales a la labor interpretativa. Infortunadamente, Recreo tiene un problema serio y es el de su guión. La premisa de la película es bastante clara: lo que estamos viendo es un recreo de las agobiantes responsabilidades que implica ser un adulto, y que hay una diferencia importante entre madurar y simplemente envejecer. No se puede negar que la idea resuena en más de uno, por lo que tiene su atractivo. No obstante, es su ejecución la que le impide progresar y resulta ser nada más que un compendio de viñetas sobre el tema propuesto, sin una progresión o estructura narrativa. El guion tiene dos oportunidades maravillosas de conflicto pero no son aprovechadas a su máximo potencial. Primero, en la historia del engaño entre los personajes de Martín Slipak y Jazmín Stuart; y segundo, en la historia del hijo del personaje de Carla Peterson. Una no se desarrolla todo lo que se debería, la otra lo poco que desarrolla lo hace de forma demasiado forzada. Hay personajes que son presentados de manera interesante, pero la mencionada falta de progresión narrativa contribuye a que tengan un desarrollo endeble que impide cualquier identificación posible. ¿El espectador puede tener algo en común con los personajes? Puede ser, pero si no le dan un conflicto sostenido, una situación extraordinaria donde ese tema sea desafiado, más que naturalidad le están mostrando algo que ya sabía antes de entrar a la sala; esa reflexión crítica a la que apuntan va a pasar como pretenciosa. Aparte entrega diálogos y reflexiones que si bien están a tono con su propuesta temática, los motivos ya mencionados reducen estas “sabias palabras” a declaraciones tan obvias como artificiales. Conclusión Incluso con la solidez de su apartado interpretativo y la sobriedad de su técnica, Recreo no llega a buen puerto por la falta de un hilo narrativo concreto. Se aprecian sus intenciones naturalistas y no se discute el poder de identificación de su premisa, pero si no hay un destino claro, la película termina porque empezó, nada más. Lo que nunca es una buena señal.
Recreo se suma a la lista de las “nuevas comedias del cine argentino” que vengo escribiendo hace un tiempo. Pero lo que destaco mucho en esta oportunidad es el buen engaño que le hacen a los potenciales espectadores. Porque no es una comedia más. Es más profunda, desafía e incluso logra incomodar. Jazmín Stuart y Hernán Guerschuny (primera vez que trabajan juntos) escribieron y dirigieron esta maravillosa película que abraza y al mismo tiempo escapa a los lugares comunes y que también aborda temas muy reales de la crisis de los cuarenta que padece un sector de la sociedad. ¿Dónde está mi individualidad? ¿Mis sueños? ¿Qué tan buen padre soy? ¿Quería ser padre? ¿Sexo y monogamia? ¿Sexo e infidelidad? Son solo algunas de las preguntas que los directores disparan por medio de los riquísimos personajes. A través de mucho diálogo en una sola locación (una casa quinta de fin de semana), tres parejas desnudan todas sus miserias de forma muy elocuente. Destaco en particular una escena en la cual están cenando y hay diálogos cruzados muy extensos. Gran montaje que permite apreciar todo de forma rápida y dinámica. Todos los chistes están bien puestos, y el drama también aunque a veces sobredimensionado. Y esto es lo único que no me gustó del film. En cuanto al elenco, brillantes todos. Desde un Fernán Mirás al que siempre da placer verlo y que aquí compone a un tipo sobrepasado por su vida, hasta una Carla Peterson quien encarna a una supuesta mujer libre e independiente pero llena de dudas. Por otro lado, Pilar Gamboa y Martín Slipak. Ella demostrando una vez más su versatilidad y él en un laburo diferente, que lo planta en otro lado. Por último, Juan Minujín y la mismísima Jazmín Stuart (en triple labor). El primero se hace odiar, y ella logra llegarte y empatizar. Mi pareja favorita de las tres planteadas. Así que con un guión y dirección más que sólidos y un elenco que brilla, Recreo se eleva por sobre el resto de las comedias románticas argentinas. Gran placer ver cine nacional así.
UN PARÉNTESIS MENTAL En Pistas para volver a casa, Jazmin Stuart pone a disposición del cine la sensibilidad femenina para narrar una historia sencilla acerca de la familia, las raíces y la identidad, de la mano de un relato contemporáneo donde la mezcla de géneros se evidencia al mismo tiempo que regala una fotografía pastel dominada por claros oscuros que no hacen más que enfatizar el tema que la actriz y directora expone. Así mismo en Recreo en codirección con Hernán Guerschuny (El crítico, Una noche de amor), la directora retoma aquella temática de la opera prima, pero esta vez con otra sensibilidad, tal vez consecuencia de su madurez como realizadora. Es por eso que su segundo filme tiene los que ya podrían nombrarse como rasgos de estilo (la fascinación por los detalles, el amor a la música clásica, la predilección por los planos detalle, un cuidado minucioso de la puesta en escena, la selección del casting, entre otros) signo de la evolución artística de Stuart quien sigue apostando a las historias sencillas cargadas de emoción, filtrada por momentos puramente catalíticos. Es como si no pasara nada, cuando de repente todo estalla por los aires y el relato se sobresalta, así como los personajes que parecen destinados a vivir vidas circulares encerrados en sus sueños y proyectos. Carla Peterson, Fernan Mirás, Juan Minujín, la propia Stuart, Pilar Gamboa y Martín Slipak le ponen el cuerpo a un grupo de amigos quienes al pie de los cuarenta, tras largos años de amistad y algunos secretos, se reúnen a pasar un fin de semana en el campo. La trayectoria de la amistad pronto se comienza a descubrir, así como sus personalidades repletas de miedos, complejos, dudas y un alma joven que aún los ubica más del lado de la barrera de los treinta que de la década que están a punto de comenzar. En sus diálogos de sobremesa o mientras fuman un porro a la luz de un velador tapado por una manta mientras se dejan llevar por la música, se construyen los mundos que la imagen no muestra dando espacio a la imaginación del espectador, quien más de una vez, podrá sonreír (o reír carcajadas) al sentirse identificado con alguno de los personajes. Recreo es una comedia, sin embargo, es constantemente interrumpida por abruptos cortes que desatan en el relato giros sorpresivos provocando más de un choque en cadena donde una palabra lleva a la otra, por supuesto, induciendo a futuras peleas de alcoba, más de un replanteamiento existencial y una catarata de consecuencias que se verán expuestas durante el desayuno comunitario de la mañana siguiente. Puede que por momentos las extensas escenas de diálogos demoren un poco la acción, pero como es ésta la que proviene de las palabras, todo cobra sentido cuando el ritmo del filme es incesante, dinámico y divertido. Tomemos un recreo para ir al cine a reírnos un poco de nuestras propias miserias. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
Sexo, mentiras y carne asada Siguiendo la fórmula del cine argentino más exitoso en lo comercial, la comedia de Guerschuny y Stuart junta a unos matrimonios sin apremios económicos pero con unos cuantos problemas de pareja, que irán asomando mientras la carne se dora a la parrilla. Asentado históricamente en dramas y melodramas, el cine argentino de aspiraciones más comerciales modificó su norte hace unos cuantos años y, desde entonces, está como esos perros que giran en círculos persiguiendo su propia cola. Los lanzamientos fuertes de las primeras semanas de 2018 sirven como ejemplo de un abanico formal y temático cuyos límites asoman tan claros como difíciles de superar: adaptaciones literarias de thrillers o policiales de “gente como uno en situaciones extremas” (Las grietas de Jara), un buen puñado de apuestas de género fantástico y/o terror más preocupadas en replicar modelos que en darles una impronta personal (No dormirás) y, último pero no menos importante, comedias sobre parejas y/o familias de clase media-alta. A este último grupo pertenecen los títulos más exitosos de 2016 y 2017 (Me casé con un boludo, Mamá se fue de viaje), y ahora se le suma la flamante Recreo, dirigida a cuatro manos por Hernán Guerschuny y Jazmín Stuart y protagonizada por ella misma y un buen grupo de actores conocidos como Fernán Mirás, Carla Peterson, Juan Minujín, Pilar Gamboa y Martín Slipak. Es llamativo que la plata sea un elemento dramático –un problema– ausente en el cine mainstream de un país donde se habla de ella (o su falta) prácticamente todo el tiempo, a cualquier hora y lugar. A cambio hay personajes en una posición económica de holgada para arriba y una acción narrativa movida por los deseos reprimidos y secretos silenciados durante años. Deseos y secretos que generalmente pasan por lo sexual/sentimental en medio de una crisis de mediana edad. En ese sentido, lo que se propone Recreo –como los exponentes recientes más exitosos del género– es empardar ese malestar con el de cualquier hijo de vecino. El film comienza con la llegada de dos parejas al caserón del campo de Leo (Mirás) y Andrea (Peterson) para pasar un fin de semana a todo trapo. Hasta tienen un empleado que hace el asado por ellos. Lo que no tienen es mucha comunicación con su hijo preadolescente que, cuando no duerme, deambula por las reuniones como un zombie. Mariano (Minujín) y Guadalupe (Stuart) también esconden cosas debajo de la alfombra. Él acaba de dejar su trabajo en una agencia publicitaria para armar un emprendimiento propio, mientras que ella anda con una depresión galopante generada tanto por su reciente maternidad como por una pareja que no parece quererla ni comprenderla demasiado. Completan el sexteto Nacho (Martín Slipak) y Sol (Pilar Gamboa), a cargo no de uno ni de dos sino de tres críos de cinco años. Todos ellos se conocen… bueno, desde hace bastante tiempo, según se deduce. No le hubiera venido mal a Recreo más profundidad en ese pasado en común: a fin de cuentas, toda amistad tiene una pata en el presente y otra en los recuerdos compartidos. La velada marchará de maravillas durante las primeras horas, con charlas sobre proyectos personales y laborales de cada uno salpicado con situaciones de comedia entre clásicas y gastadas. Pero a medida que avance el reloj y la intimidad afloje las clavijas de las fachadas, asomarán los malestares internos y el desgaste de la vida durmiendo de a dos. Los personajes, entonces, se convierten en personas. Y, con esto, la película adquiere una humanidad que salva el asado justo antes de que empiece a chamuscarse.
Este es el tercer largometraje como directora de Jazmín Stuart, la acompaña en la dirección y el guión Hernán Guerschuny (“Una noche de amor”, “El crítico”). Nos encontramos frente a una comedia ácida, con tres matrimonios amigos de clase media alta que se reúnen en una casa de campo durante un fin de semana. La dueña de casa es Andrea (Carla Peterson) y Leo (Fernán Mirás), profesionales que aparentemente están muy bien en todos los aspectos de la vida, además de padres de un adolescente Agustín Bello Ghiorzi, en una interpretación para destacar, una revelación. Por otro lado están: Lupe (Jazmín Stuart) y Mariano (Juan Minujín) que tienen un bebe y con el correr de los minutos nos damos cuenta que se encuentran pasando un momento difícil. Sol (Pilar Gamboa) y Nacho (Martín Slipak) viven a los saltos con los reclamos de atención de sus pequeños hijos trillizos. Pero durante ese fin de semana entre amigos salen a la luz hasta los secretos mejor guardados, la crisis de los cuarenta y la matrimonial, las competencias, las envidias, frustraciones, rivalidades, entre otros temas. Algunos pasajes tienen un punto alto pero otros se encuentran un poco desaprovechados, por lo que o termina de redondearse.
La primera película en conjunto de los realizadores es un drama con toques de comedia acerca de tres parejas que se reúnen a pasar un fin de semana en una casa de campo. Estando allí surgen conflictos inesperados, revelaciones personales y salen a la luz secretos guardados durante mucho tiempo. La propia Stuart protagoniza junto a Juan Minujín, Carla Peterson, Pilar Gamboa, Martín Slipak y Fernán Mirás. El tópico de las reuniones familiares o de amigos en una locación única ha sido bastante explorado en el cine y en el teatro, aunque hace mucho que no se lo hace en el cine argentino. Sí, en la década del ’80 era una relativa rutina ver filmes de encuentros, reencuentros y diálogos generalmente ligados a la reciente historia argentina, pero el arte de la conversación en el cine fue quedando de lado dejando más lugar a los personajes solitarios, los viajes, la contemplación y el silencio. RECREO no funciona como un regreso melancólico a esos modelos sino como una adaptación de ese estilo a estos tiempos. Se podría decir que es una comedia dramática (bastante más drama que comedia, sinceramente) centrada en el encuentro de un grupo de amigos en una casa-quinta en las afueras de Buenos Aires en la que, a partir de dichas conversaciones, van apareciendo y resurgiendo historias de la vida privada que cruzan a los distintos personajes. Si algo define las circunstancias de los protagonistas es la crisis de los 40, fundamentalmente en lo que respecta a las decisiones profesionales y personales que se han tomado, muchas veces a contramano de los verdaderos deseos de cada uno. O no. Acaso ninguno tenga demasiado en claro cuáles son sus verdaderos deseos. La manera en la que RECREO se relaciona con la realidad social tiene que ver con esas diferencias entre las parejas que integran el sexteto protagónico, diferencias que pueden resultar sutiles para el afuera (a los dueños de casa les ha ido mejor económicamente que a los otros, pero ninguno baja de una clase media acomodada) pero que no lo son para ellos. Pero donde Hernán Guerschuny y Jazmín Stuart ponen el eje es en las decisiones que tienen que ver con las vidas personales de cada uno. Individuales y como parejas. La película –cuyo eje por momentos remeda a LA TORMENTA DE HIELO, de Ang Lee, en lo que respecta a un grupo protagónico perdido en su propio “ombliguismo” cuando muchas cosas se están derrumbando a su alrededor– toma a tres parejas a lo largo de ese encuentro de fin de semana en la casa en cuestión. Los dueños del coqueto lugar, Andrea y Leo (Carla Peterson y Fernán Mirás), son los más exitosos del grupo pero pronto vemos –a partir de la relación que tienen con su hijo y algunas actitudes de él– que las cosas no están tan bien ahí como parecen. Guadalupe y Mariano (Stuart y Juan Minujín) tienen un niño muy pequeño y están más claramente en crisis, algo que se nota en cada cruce, mirada y ríspido diálogo. La tercera pareja, Sol y Nacho (Pilar Gamboa y Martín Slipak) tienen trillizos y viven consumidos –especialmente ella; él parece sobrellevarlo con una sospechosa calma– por la exigencia que eso supone. A lo largo de almuerzos, cenas, desayunos, caminatas y los distintos espacios que se van generando a lo largo de esos días las tres parejas van poniéndose, en cierto modo, a prueba. Los momentos más álgidos surgen en las comidas grupales en las que, de a poco, con el correr de las horas y el alcohol, van empezando a surgir no solo los conflictos internos de cada pareja sino los que los cruzan, tanto ahora como en el pasado. Celos, historias antiguas que reaparecen, secretos guardados y otras cuestiones que no conviene adelantar van a ir llevando a que la situación se empiece a desbandar. Los conflictos profesionales (la decisión de dejar trabajos seguros para empezar proyectos personales, el haber “traicionado” sueños de juventud, el agobio que les produce hacerse cargo constantemente de los niños que todo el tiempo circulan a su alrededor) van dando paso a reclamos personales que llevan las cosas a mayores niveles de tensión. Los cruces más fuertes tienen lugar entre las parejas invitadas y es también allí donde, actoralmente, los protagonistas se sacan chispas, en especial la propia Stuart, cuya Guadalupe atraviesa de manera muy conflictiva y honesta su maternidad, complicada además por sus conflictos con su marido. La tensa relación de amistad entre los personajes de Minujin y Slipak es también otro fuerte eje temático de RECREO, mientras que los dueños de casa parecen circular por otro espacio, que parece más relajado pero en realidad es de una alienación aún más grande. Toda esta agresiva y terapéutica serie de (des)encuentros rebotará –sin dudas ya viene rebotando de antes– en los chicos, que hacen las suyas mientras los padres siguen enfrascados en sus micromundos. Y que, cuando no son tomados en cuenta, encuentran arriesgadas formas de llamar la atención. Respetando el esquema clásico de este tipo de películas –cuya estructura narrativa tiene algo de teatral, algo que aquí se evita mediante el muy buen uso de los espacios por parte del DF Marcelo Lavintman–, RECREO es una película tensa y más dura de lo que parece por su campaña publicitaria, especialmente en la segunda parte donde los toques de comedia habituales del realizador de EL CRITICO van dando paso a una oscuridad dramática más propia de la directora de DESMADRE. Los que esperen una comedia de enredos se van a quedar un poco atragantados ante la densidad de ciertas situaciones que van apareciendo. Enredos de alguna manera son, pero lo que generarán no son precisamente risas sino, quizás, alguna complicada o incómoda charla de pareja a la salida del cine.
Tres parejas. Tres mujeres. Tres hombres. Seis personas. Seis estereotipos perfectamente delineados, eso es este film. Tan perfectos que asusta. El que intenta demostrar su hombría porque tiene algunas dudas. El que se hace el liberal pero es un ultra machista misógino y homofóbico. El padre que no hace nada para ayuda a su mujer, pero cuando lo hace “esta de niñero”. La madre ausente que pretende ser feliz. La mujer infeliz que se deja basurear. La que se hace cargo de los niños y cree que sin su marido no puede hacer nada. Están tan bien delineados estos estereotipos, y tan bien representados que por momentos te asusta, te da vergüenza y quizás hasta te podes sentir identificado/a. Las actuaciones están bastante bien a lo que es el film, también me pareció interesante la actuación del pequeño que hace de Fefe. Una banda sonora que no termino de definir si está bien o subraya, mientras pasaban las (pocas) canciones me ponía en jaque esta duda la cual no logré descifrar, como hace en algunas partes el guion. Guion que por momentos decae y se vuelve meseta pero que deja algunas dudas existenciales que te hacen pensar (¿Por qué en una escena de sexo le tapamos los ojos a los niños y en una escena de guerra y muerte no?). Tiene una fotografía que acompaña al film, una casa de campo, animales, vuelo en globo aerostático, está bien para la película no se destaca. Tiene escenas bastante intensas que si uno las ve en la vida real no las puede creer o le parecen muy zafadas, pero para el total del film están muy bien realizadas, ayudan al hilo y logran levantar esas bajas en el guion. Mi recomendación: Interesante película Argentina que muestra estereotipos típicos de nuestro país o quizás del mundo. Mi puntuación: 6/10
¿Cansado de la rutina? ¿La convivencia con tu pareja es rutinaria? Es hora de un “Recreo”. Llegó la primera comedia dramática nacional pochoclera en cartelera 2018, idónea para reflexionar sobre el paso del tiempo. El film codirigido y coescrito por la dupla de realizadores Jazmín Stuart (Desmadre, Pistas para volver a casa) y Hernán Guerschuny (El crítico, Una noche de amor) retrata el lado B de tres parejas amigas, en crisis, que rondan la década de los cuarenta y avanzan al ritmo de las agujas del reloj biológico sin reflexionar si están juntos porque el amor que los unió sigue latente o ya es mera costumbre y sigue el mandato del statu quo. Así, casadas y con hijos se reúnen durante un fin de semana con ansias de romper sus rutinas en una casa de campo con bellas vistas hacia el jardín, quincho y pileta… ¡Todo encaminado para un perfecto relax! Sin embargo, no todo lo que brilla es oro y el encuentro en esa única y soñada locación –epicentro de eficaz producción; austera- será el escenario de un sin fin de peripecias que darán rienda suelta a la misión de sostener, con el correr de los minutos, la premisa que cada pareja es un mundo y ser padres una tarea fina… ¿Podrá un secreto que perdió vigencia en la incomunicación vencer el amor? ¿O aquellas viejas rivalidades, olvidadas, cobrarán vuelo y nuevos rumbos en sus vidas? Esta retórica es la mejor apuesta del guión para sortear los lugares comunes que conlleva. Sin duda, la clave del éxito reside en la química del elenco integrado por Juan Minujín, Carla Peterson, Fernán Mirás, Pilar Gamboa, Martín Slipak y la mismísima Jazmín Stuart (que en su tercer largo se animó además de dirigir y escribir a actuar). La performance lograda entre bailes al ritmo de The Safety Dance bajo el efecto de levitación producto del consumo de drogas y alcohol logran la sensación de desconexión. Mientras intentan esquivar a sus hijos que rondan en esa casa surgen viejas rivalidades, que coexisten, en el grupo de amigos. Este puntapié inicial de la trama, por momentos, rememora la película Voley (2015) de Martín Piroyansky: emparda el amor con situaciones tragicómicas y desopilantes que suceden durante un fin de semana lejos de la ciudad; más precisamente en una isla del Tigre propiedad del anfitrión. Sin embargo, la dupla Stuart-Guerchuny da en la tecla con tres aristas cruciales que sostienen con creces los hilos de esta película coral: Los actores coinciden con la edad de los personajes que interpretan; generan credibilidad al marco buscado y empatía con el espectador. Mientras que Voley refleja el complejo universo adolescente y la clase burguesa; Recreo cual efecto aguja hipodérmica retrata y encapsula mediante el funcionalismo del elemento simbólico de la casa de fin de semana el posicionamiento de clases. El matrimonio de arquitectos aburguesado conformado por Andrea (Carla Peterson) y Leo (Fernán Mirás) recibe a sus amigos de clase media. Ellos tienen un hijo adolescente (Agustín Bello Ghiorzi) y aconsejan -en términos de Maquiavelo- cómo cuidar la pareja de Mariano (Juan Minujín) y Lupe (Jazmín Stuart) que son padres primerizos y, además, atraviesan una crisis laboral; y también a Sol (Pilar Gamboa) y Nacho (Martín Slipak) que están juntos desde el colegio y tienen trillizos. Hasta acá, la fórmula subraya la típica comedia francesa. El reduccionismo que presenta guión en el terreno psicológico freudiano con problemas maritales, tales como por ejemplo: la resignificación de lo sexual con la llegada de los hijos y los camuflajes de las personalidades en el rol de Dominante/Dominado mediante actitudes infantiles sigue los parámetros del leitmotiv de la trilogía “Before” de Richard Linklater; el tinte positivista de “Dos más dos” de Diego Kaplan y evidencia que están todos al borde del delirio, sano. Deben vivir y sobrevivir. Párrafo aparte para la producción y el arte. En materia montaje (Agustín Rolandelli) y fotografía (Marcelo Lavitman) repiten criterios de “El Crítico” donde ambos conformaron el equipo. La dirección sigue la ecuación menos es más y entre planos secuencia y planos detalle funciona. Todo transcurre en una locación; la casa donde Hernán Guerschuny vacacionaba de pequeño; es allí donde su cámara en mano registra la intimidad. En esta línea, el encierro de las seis parejas cual conejillos de indias es acertada. Como plus, los diálogos marcan adrede el tono televisivo con situaciones donde el elenco atraviesa alegrías y tristezas; alteración que en conjunción a las tomas aéreas enfatiza el concepto de relatividad y machismo; segundo guiño que propone el film. Entretanto, se observa un globo aerostático que levanta vuelo (Minujin y Slipak) mientras sus mujeres (Stuart y Gamboa) están en la casa lavando los platos… mientras que Fernán Mirás considera la caza como deporte y sinónimo de masculinidad. Por efecto contagio, pondera que los niños repliquen ese accionar mientras los padres viven su adolescencia tardía. Así, “Recreo” imprime correctamente un replanteo existencial y frustraciones acumuladas. Propone escapes aleatorios al conflicto pero no lo cierra. Hubiese sido interesante ver un desarrollo más jugado sobre esta apuesta coral al desencuentro. No obstante, a buena hora , como indica el stanley ¿Querías tiempo libre? ¡Bienvenido sea el escape!
TENSIONES DE PAREJA En Recreo, tres parejas de amigos se juntan en la casa de campo de una de ellas para pasar un fin de semana, comer algún asadito y airearse un poco de las obligaciones cotidianas. Obviamente lo que suele ocurrir en estos relatos que juntan a un grupo de personas en un espacio y tiempo acotado (un modelo de cine que han explotado las comedias dramáticas francesas o italianas), es la profundización en los problemas de pareja, los malestares sepultados durante mucho tiempo que explotan definitivamente y que tienen que ver mayormente con lo sexual, profesional y económico: no es menor, tampoco, que los personajes representen a una clase media o clase media acomodada, perfil habitual de los personajes en muchas de las comedias argentinas contemporáneas. Pero en la película dirigida a cuatro manos por Hernán Guerschuny y Jazmín Stuart aparecen además otras tensiones de pareja, que son las de los universos personales de cada director imbricándose o no con el universo del otro. Guerschuny dirigió El crítico y Suart, Pistas para volver a casa. Y si bien ambos han tenido una conexión con la comedia o el humor, el acercamiento ha sido diferente en ambos casos. En Guerschuny vemos un perfil mucho más cínico y mordaz, mientras que en Stuart sobresale un humor más tenue, con predilección en las historia familiares y la búsqueda de consensos humanos en las diferencias. Y todo eso está en Recreo, una película que observa vínculos de pareja y amistad, y que trata de buscar determinados consensos con una mirada que pretende ser tan amable como cínica a la vez con sus personajes. En esa tensión que se da entre los tonos elegidos genera algunas imperfecciones en el relato, que se observan sobre todo en resoluciones de los conflictos que pasan abruptamente de lo cómico a lo dramático o viceversa (el final es ejemplar en ese sentido), sin tanta fluidez. Sin embargo donde resulta más interesante y orgánico, es en la forma en que Recreo arranca como una comedia algo obvia y va progresivamente oscureciéndose. Allí sí los universos personales de cada director confluyen satisfactoriamente, donde la necesidad de cierto humanismo en la mirada de Stuart aminora la virulencia de algunos pasajes más cínicos propios de Guerschuny. No deja de ser interesante la tensión entre lo cómico y lo dramático -esa otra pareja conflictiva- que se da en la película, y que opera como síntesis autoconsciente del relato. Porque la comedia no sólo descomprime la sordidez de algunos pasajes, sino que permite una forma de comunicación que se puede ver por ejemplo en la campaña promocional. Recreo es vendida como una de esas comedias amables donde las parejas van a verse representadas en la pantalla, ocultando lo más oscuro e incómodo, algo que hacen los personajes a cada momento: Carla Peterson y Fernán Mirás ponen en primer plano su bienestar, Martin Slipak y Pilar Gamboa exhiben con orgullo a sus trillizos, y Juan Minujín y Jazmín Stuart son tal vez los que menos pueden disimular sus desavenencias. Precisamente una discusión entre ellos motorizará buena parte de los conflictos que explotarán en la última media hora de la película. Vista en contexto, Recreo puede ser pensada como una versión para cuarentones de Vóley , aquella gran comedia de Martín Piroyanski que reunía a un grupo de amigos en un fin de semana en el Tigre. Y los resultados de ambas películas hacen ver que la comparación no es tan desubicada: si Vóley se mostraba más libre y desprejuiciada, Recreo luce atada no sólo a las preocupaciones de sus personajes, sino también a la necesidad de decir algo sobre los roles de pareja, lo femenino, lo masculino, la infancia y un largo etcétera. Esa brecha, que es generacional, es la que impone con mayor determinación el drama. Recreo dice inconscientemente que el humor en la pareja es algo que se termina con el paso tiempo, y si bien puede ser algo real, no deja de ser un cliché un poco conservador. En todo caso, la incomodidad del final es una forma de asimilación de las propias dudas que deja Recreo, y eso es bastante honesto en una película que termina siendo, aún a riesgo de muchas fallas, más visceral que calculada.
Esta producción escrita y dirigida a cuatro manos por Jazmin Stuart (también protagonista) y Hernan Guerchuny, directores de “Pistas para volver a casa” (2014) y “El critico” (2013), respectivamente, intenta sostenerse cual escalera en busca de un objetivo. Esa escalera, representada por las variables de guión y actuaciones poco tiene de búsquedas estéticas o estructurales, o narrar con los demás elementos cinematográficos a su alcance. De progresión lineal donde no hay pasado, sólo el que se presupone por el texto mismo. Pero qué sucede si a falta de hacer jugar los espacios a través de la puesta en escena, o las posiciones de cámara, o el diseño de sonido, se le agrega un guión que no se sostiene. Una pata de la escalera es endeble, no sostiene, y el objetivo es casi inalcanzable. No por mala escritura sino por deficiencias en el desarrollo de los personajes, algunos presentados sin elaborar luego, otros sin justificar desde las acciones, y otros, en cambio, no se sostienen por la falta de resolución, entonces todo queda supeditado a la performance de sus intérpretes, que salen airosos pero no se sabe de que. Tres parejas con sus hijos. Un fin de semana largo en la casa de campo de Leo (Fernán Miras) y Andrea (Carla Peterson). A ella llegan invitados Mariano (Juan MInujin) junto con Lupe (Jazmin Stuart), padres primerizos, también Nacho (Martin Slipak) y Sol (Pilar Gamboa), padres de trillizos en la primera y tierna infancia. En la casa se encuentra el hijo púber, el casero con su familia pronto a hacer el asado, y la hija de ambos. Pero todo se trata de sostener en el reencuentro entre amigos, el poner en suspensión la vida cotidiana y pasarla bien a destajo, pero las risas iniciales se irán convirtiendo en reclamos del pasado, conflictos no elaborados, rivalidades nunca expuestas, secretos ocultos, cruces inesperados. Tratando de funcionar como una radiografía de los 40 años de la clase media alta argentina, algo tampoco muy logrado. Como un intento de profundizar la dualidad de la vida familiar, con la fantasía de volver a la adolescencia, las contradicciones de la vida aburguesada en trance con la ideología de antaño y el tiempo que se les escapa. Si algo había de interesante, y con cierto tono hasta casi intrigante, era el accionar de ese joven preadolescente y su relación con un cachorrito canino caído en desgracia, pero esto es dejado al azar sin resolver. Otro momento que se despega de la apatía general del guión es la insinuación de alguna pareja cruzada, pero también esto se queda en lo prolegómenos. Una historia coral que apela a que cada pareja tenga sus cinco minutos de gloria, que cada actor pueda exponerse, dar cuenta de su capacidad histriónica, que lo hacen muy bien a pesar de sus parlamentos, en este rubro Pilar Gamboa les saca varios cuerpos de ventaja al resto, pero no es jazz, no es rock, todo se nota muy premeditado y acartonado, sumado a situaciones inverosímiles entre los personajes, el filme termina porque la idea era pasar un fin de semana, no porque algo haya evolucionado o modificado, sólo por la necesidad de que se instale un final.
Tres parejas de amigos, con hijos -de diferentes edades- se encuentran en un campo a pasar un fin de semana largo. Como corresponde, lo que empieza bien, termina de modo agridulce a medida que la convivencia saque a la luz problemas y viejas cuentas. Hay una gran amabilidad, de todos modos, con el espectador, los actores transmiten verdad y lo previsible de las situaciones amplifica la comunicación con el espectador en lugar de expulsarlo. Despareja pero disfrutable.
El motor es la conciencia El cine argentino clásico ha sabido tener una tradición de historias campestres, desde esas donde la naturaleza es el personaje, hasta otras más contemporáneas donde es el entorno propicio para el desarrollo de otro tipo de climas, humores y estados de ánimo. Siempre la relación simbiótica entre naturaleza y ser humano ha pergeñado historias en donde interactúan silenciosamente, a veces estruendosamente, pero ninguna queda indemne ni son las mismas tras una convivencia juntas. Recreo se erige en esa tradición que transita aguas turbulentas como lo ha hecho ¿Quién le teme a Virginia Wolf? desde el ángulo de pareja, The big chill (Reencuentro) desde la amistad, y La ciénaga desde el campo. El hecho mismo de que su dirección sea compartida entre Hernán Guerschuny y Jazmín Stuart anticipa la coexistencia de ambos universos, el femenino y el masculino, bien desarrollados. Todo se centra en el grupo de amigos que no son de diferente origen social pero cuyas experiencias de vida los han dividido en sus usos y costumbres hasta crear brechas que serán metidas en un cajón durante un fin de semana juntos en la casa de campo de los anfitriones, encarnados por Carla Peterson y Fernán Mirás, quienes reciben a dos parejas de amigos, caracterizados por Jazmín Stuart (quien además de codirigir también coprotagoniza su tercer film), Juan Minujin, Martín Slipak y Pilar Gamboa. Todos hacen lo que mejor hacen y lo hacen muy bien, elaborando las notas que mejor ejecutan de sus instrumentos, divirtiendo y poniendo incómodo al mismo tiempo con un timing fluido, que por momentos traspasa la pantalla. ¿Los replanteos generacionales son más fuertes a los 40?, ¿los cuestionamientos a la hipocresía de la sociedad sirven para algo?, ¿sentir que se creció en vano, o que directamente no se ha crecido?, la verdad es que se está ocupado viviendo, trabajando, criando los hijos y cuando de pronto se hace un instante de calma se ven las cosas con otra perspectiva, pero esta pausa, este recreo es menos lúdico de lo que parece en un primer momento…ya que implica tomar conciencia, ver las cosas desde otra perspectiva -aunque haga falta subir literalmente a un globo aerostático para hacerlo- y cuando se cobra conciencia de los defectos, de los errores, de cómo nos ven los demás y esa imagen no se corresponde con la que teníamos y habíamos construido de nosotros mismos, de las contradicciones entre el discurso y los hechos, la estantería se derrumba y nos paralizamos. Como esa mancha venenosa que jugábamos de chicos y nos la pasábamos, contagiando, y uno se quedaba inmóvil al hacer contacto con otro…un efecto dominó si se quiere. Juegan los adultos, y juegan los chicos…que abandonados a su suerte hallan otro mundo allí en la foresta, donde juegan a ser adultos sin saber lo que es a ciencia cierta. Pero los juegos se terminan, los momentos de replanteos se terminan tengan resolución o no, el recreo tiene un final y nada se construye desde la inmovilidad, porque lo que mueve al mundo no es ni el dinero ni el sexo, es la inconciencia.
La actriz, directora y guionista, Jazmín Stuart, presenta su tercer trabajo Recreo, junto a Hernán Guerschuny en la dirección y la escritura. Una comedia que lidia con la crisis existencial de sus protagonistas y las contradicciones de la clase media alta en la sociedad moderna. La historia transcurre en una única locación donde tres parejas amigas con sus respectivos hijos se reúnen a compartir el fin de semana. Leo (Fernán Miras) y Andrea (Carla Peterson) abren las puertas de su campo para hospedar a Mariano (Juan Minujín), Guadalupe (Jazmín Stuart), Nacho (Martin Slipak) y Sol (Pilar Gamboa). Tras este aparente “recreo” surge sin embargo una realidad oculta, distorsionada por la rutina y la superficialidad del sistema reinante. Nada en estas parejas es lo que aparenta. La atrapante tranquilidad del campo nos lleva a situaciones confusas y a reclamos constantes. El vacío existencial y las crisis emocionales irrumpen en este escenario de distensión, desvelando las miserias de cada uno de los personajes que esconden sus verdaderas intenciones, lleno de enredos amorosos y ambiciones insatisfechas, con la cotidianidad de la vida misma. El guion tiene cierta inteligencia para captar el humor y presentar los conflictos, pero no aprovecha su potencial. Las ideas no se desarrollan del todo, quedan a la deriva e incluso en algunas ocasiones se resuelven sin tener algún sentido. Lo que los realizadores buscan es generar empatía con el espectador proponiendo temas que rondan en la cabeza de cada persona a la hora de mirar su presente y futuro. La incertidumbre que está latente en cada ser humano. A través del alcohol, el grupo se une en conversaciones que, por momentos, suenan forzadas, sin embargo la química y la interacción natural del elenco permite que se dejen pasar esos detalles. Pero no tienen en cuenta que esas charlas ya fueron dadas en diferentes contextos y que al intentar destacarse como si fueran revelaciones se transforman en monólogos eternos. La fortaleza del film recae en las impecables actuaciones de cada intérprete entre los que se destacan, como de costumbre, Gamboa y Minujín. Algo digno de destacar es el modo en que se incluye el rol de la mujer frente a la maternidad y la crianza. A través de pequeños diálogos se observa cómo el personaje de Stuart busca deconstruir los conceptos autoimpuestos por una sociedad patriarcal y cómo influyen a la hora de elegir ser esposa y madre. Un tema que muchos catalogarán de cliché pero que, en estos tiempos de cambio, es necesario al menos que se planteen. Hay que celebrar la producción de pensamiento de mujeres sobre mujeres y la variedad de conceptos que nacen de estas charlas. La causa feminista tiene que estar en boca de todos. Ya sea simple, pero cercana.
Recreo, el film codirigido entre Jazmín Stuart (Pistas para volver a Casa) y Hernán Guerschuny (El crítico, Una noche de Amor), relata, en clave comedia, lo que inicialmente se presenta como un fin de semana de descanso para tres parejas y sus hijos en el campo. El plan se arma como una especie de recreo, de corte con la rutina y las obligaciones cotidianas, para dar paso a la diversión y el relax en un nuevo escenario. La cita es en el hogar campestre de la pareja de excéntricos maduros de clase media alta compuesta por Carla Peterson y Fernán Mirás, que recibe como invitados a los conflictivos padres primerizos encarnados por Juan Minujín y Jazmín Stuart, y a la pareja de la infancia de Martín Slipak y Pilar Gamboa -tal vez quien brinda la mejor actuación del equipo- junto a sus pequeños trillizos. Entre desayunos compartidos, tardes de sol y pileta, y noches de alcohol y drogas, este grupo de adultos intentará liberarse de sí mismos, de sus trabas y buscarán revivir algo de lo que supieron ser en su juventud. Sin embargo, lo que surge es que más allá de eso, se revelan cuestiones privadas de cada pareja, antiguos secretos y se deja en evidencia las crisis por las que todos están pasando, pero que eligen evitar o ignorar hasta que éstas explotan solas; logrando exhibir las miserias y desilusiones de sus protagonistas. Recreo resulta una simpática comedia, que no termina de ser eficaz del todo al retratar a este grupo de parejas, si bien la elección de actores resulta adecuada. En algún punto los chistes y las situaciones tanto cómicas como dramáticas, se quedan a mitad de camino, opacando un poco la propuesta inicial, y la invitación a reflexionar sobre los vínculos familiares, el paso del tiempo y el amor.
Crítica emitida por radio.