As de Corazones La comedia romántica vuelve a sorprendernos con un relato que, a pesar de lo trillado y previsible que puede parecer, gana ante la forma que Pasacall Chaumeil decidió encararlo, articulándola a partir del carisma y la química de sus personajes junto a los cruces de géneros. Alex tiene como profesión la de romper corazones, es decir, lograr que cualquier mujer se dé cuenta que su novio, prometido o marido es un chanta y lo dejé para comenzar una nueva vida. Sus recursos son múltiples pero nunca será el sexo. Su próximo trabajo será evitar que la joven heredera de un imperio se case con un apuesto muchacho que nada tiene de malo. Así es como comienza la historia que ya sabemos cómo terminará. Rompecorazones (L´arnacoeur, 2010) recorre todos los lugares comunes en que la comedia romántica puede caer. Esto es: Joven contratado para evitar boda terminará enamorándose de la novia y viceversa. La pregunta es si está mal que así sea. La respuesta es contundente: No. Rompecorazones se sostiene a partir de una trama que nos va llevando por diferentes carriles. Desde el suspenso, el thriller, comicidad hasta llegar la comedia rosa. Chaumeil demuestra que se puede hacer un producto superfluo pero sin descuidar el resultado final. Romain Duris y Vanessa Paradis son sin duda dos extraordinarios comediantes que le dan al film un plus extra. Esto se condimenta con la química que tienen en pantalla y que se transmite hacia el espectador. Gracias a sus aportes actorales, uno termina por creerse lo que sus ojos están viendo. Aunque desde la lógica resulte lo contrario y no se pueda encontrar verosimilitud en un relato que nunca pretende tenerla. Cuando uno elige ver una película de este tipo todo lo que pide es que cuente una historia (al menos bastante bien) y que logre el cometido de hacernos pasar un buen momento, solos o acompañados. Rompecorazones no sólo cumple sino que además el resultado final es mucho más que digno. Una comedia romántica que apunta de manera directa a reconstruir el corazón, pese a que su título diga lo contrario. Para qué más.
Este primer largometraje del director Pascal Chaumeil, que se convirtió en un gran éxito en su país, es una comedia romántica francesa con estilo norteamericano. Si esta película se hubiera realizado en Hollywood, probablemente el protagónico hubiera caído en manos de Jennifer Aniston o Katherine Heigl, junto a alguno de los galanes de turno, y el resultado habría sido malo. De hecho, "L'arnacoeur" está destinada a una remake norteamericana y seguramente encontrarán la forma de arruinarla. Sin embargo, y a pesar de no escapar a la típica fórmula de estas comedias, los franceses logran un producto comercial que funciona y entretiene. ¿Por qué a ellos les sale bien copiar un género que últimamente el cine norteamericano no logra acertar? Quizás por tomar una historia previsible y acompañarla de muchas situaciones graciosas que permiten disfrutar el desarrollo de esta relación romántica con final cantado. Alex es un rompe-relaciones, un joven que es contratado para seducir mujeres y romper futuros matrimonios. Algo así como el personaje de Gabriel Goity en "Un Novio para mi Mujer", pero más profesional. Junto a sus dos colaboradores (su hermana y el marido), estudian y diseñan el plan perfecto para romper compromisos matrimoniales. Gracias a una divertida introducción, conocemos la forma en que Alex y sus colaboradores operan, recurriendo a todo tipo de mentiras para lograr su objetivo. Hacerse pasar por un corista gospel, un preso, un limpiavidrios o un chef japonés, todo vale con tal de cumplir un contrato. Un padre adinerado y preocupado le propone un objetivo difícil: seducir a su hermosa hija, quien en diez días se casará con un galán millonario y simpático. Alex aceptará el desafío para poder saldar una deuda de dinero, pero su plan no funcionará según lo planeado. No resulta difícil predecir quién acabará con quién, aunque lo original aquí está en cómo se llega a ese final. Los métodos de seducción que utiliza con ella son geniales, incluyendo fingir ser fan de la película "Dirty Dancing", con una demostración del clásico baile incluido. Quizás otro punto importante que hace que esta comedia funcione es su elenco. Romain Duris, conocido por los films de Cedric Klapisch ("L'auberge espagnole", "Les poupées russes", "París"), le aporta mucha simpatía a su personaje y consigue convencer en el rol de seductor a pesar de no ser carilindo. A su vez, logra buena química con la hermosa Vanessa Paradis, quien es más conocida por ser la mujer de Johnny Depp que por su filmografía. Julie Ferrier y François Damiens interpretan a la hermana de Alex y el marido, respectivamente, y son los encargados de ofrecer los momentos más cómicos con sus continuos cambios de identidades. Por último, ambientar el relato en las increíbles ciudades de Monte Carlo y París también ayuda. "L'arnacoeur" es una comedia romántica que no evita caer en algunos clichés del género, pero logra compensarlo con otros muchos aciertos.
Si Alex, el protagonista de este film vendría a la Argentina se haría millonario. Su trabajo es básicamente seducir mujeres para destruir parejas. No importa el país, no importa la etnia. Alex es capaz de seducir a cualquier mujer insatisfecha con su relación. En esta misión lo ayudan su hermana y cuñado. Entre los tres conforman un equipo mezcla Los Simuladores con Misión Imposible. Un tercero es discordia que nota que la pareja es infeliz se contactan con Alex, y él crea toda una farsa alrededor de la pareja, para que la mujer abandone a su novio y abra los ojos. Solo hay dos reglas: no hay sexo (“queremos abrir su corazón, no sus piernas”) y no se destruyen parejas felices. Pero a Alex en la vida real, no le va tan bien. Su novia desconfía de él y lo deja plantado, tiene deudas con la mafia búlgara, gasta más en las misiones de lo que cobran. Por lo tanto, cuando un magnate del negocio de las flores le propone seducir a su hija antes de que se case con un millonario inglés, Alex debe aceptar la misión, aún cuando Juliette y su prometido se ven felices. Alex se hace pasar por su guardaespaldas y aprovechando la ausencia del novio, empieza a seducir a la fría Juliette, el problema será que por primera vez se sentirá atraído por una de sus “víctimas”. La ópera prima de Chaumeil (asistente de dirección durante muchos años de Luc Besson) tiene un estética más cercana a la comedia clásica estadounidense: es dinámica, llena de estereotipos, clisés y lugares comunes del género. El final es tan predecible como cualquier comedia de Garry Marshall, pero el carisma de los protagonistas es tan sincero y atractivo, que toda la película se vuelve un viaje irresistible por Montecarlo. Las situaciones humorísticas funcionan, no cae en sentimentalismos, y aunque algunos gags ya los vimos innumerables veces, siguen siendo efectivos. Romain Duris demuestra una vez más su gran versatilidad como actor. Su faceta de seductor quedó impregnada en el díptico: Piso Compartido – Las Muñecas Rusas, y su perfil dramático en la excelente El Latido de mi Corazón. Esta le aporta elasticidad, gracia, inocencia y picardía. Su contraparte, Vanessa Paradis (de Depp) le da belleza y delicadeza a su personaje. El resultado es una comedia sin demasiadas pretensiones, divertida, conciliatoria, elegante. Necesaria para salir de vez en cuando de la realidad.
Las actuaciones son correctas destacándose más Romain Duris, ya que a Vanessa Paradis se la percibe como muy distante y fría, haciendo un trabajo actoral bastante parecido al de Angelina Jolie en El turista, provocando que la química de la pareja no sea del todo satisfactoria. Creo que la actuación de...
El adorable seductor El realizador Pascal Chaumeil, quien trabajó como ayudante de dirección en Juana de Arco, El Quinto Elemento y El Perfecto asesino, toma el timón y lleva adelante esta comedia romántica con toques de espionaje. Alex (Duris) es un irresistible y encantador profesional dispuesto a todo para interrumpir un casamiento. En pocas semanas y por honorarios acordes a su reputación, promete transformar a cualquier marido, novio o prometido en un ex, mediantes trampas, intervención de teléfonos, identidades falsas, frases inquebrantables y lágrimas de cocodrilo. Cualquier cosa sirve para cumplir el contrato. Juliette (Paradis) será la joven víctima, heredera de una gran fortuna, apasionada por la música de George Micheal y la película Dirty Dancing. En diez días, se casará con el hombre de sus sueños (Andrew Lincoln) con la absoluta desaprobación paterna. Y Alex debe impedirlo… La cinta tiene momentos de alto vuelo y situaciones inteligentes que la alejan de las comedias comunes. Más el agregado de un simpático reparto (La hermana de Alex y su cuñado) y la persecución de unos implacables acreedores hasta el desenlace. El espectador paseará por las arenas del desierto, pasando por hermosas calles parisinas, y hasta la lujosa ciudad de Mónaco, donde el protagonista descubrirá “en carne propia” que, cuando de amor se trata, el plan perfecto no existe y hasta el más profesional puede enamorarse.
Comedia romántica sobre un infalible seductor profesional (Romain Duris), al que suelen contratar para que mujeres que no saben que son infelices dejen a sus patéticas parejas, y una experta en vinos (Vanessa Paradis), que está a punto de casarse con un millonario inglés. El film transcurre a todo vértigo, glamour, lujo y bastante gracia en soñados interiores y exteriores de la Costa Azul francesa. Duris y Paradis aportan belleza, timing y encanto, mientras que el debutante Chaumeil hace muy bien los deberes para transformar los clisés y las referencias pop (desde George Michael hasta Dirty Dancing) del sólido guión en elementos que funcionan. Una "de amor" a la americana, pero con mejores resultados que la inmensa mayoría de las propuestas recientes de este tipo made in Hollywood.
Respetar las reglas no siempre suele ser una buena señal... Lo primero que me pasó viendo "L'arnacoeur" es pensar en cuan parecida era su estructura no ya a la tradicional (y universal) comedia romántica inglesa. Pensaba en esos films clásicos ("Notting Hill", "Love actually" o "Four weddings and a funeral", por nombrar algunos), y no podía dejar de sentir que en esta ocasión, el cine francés (aunque en coproducción con Universal Pictures), estaba siguiendo ese camino. Si bien no es una comedia coral (en el sentido que los secundarios tienen menos protagonismo que en las nombradas, muy superiores a esta), el ritmo y los tiempos que "Rompecorazones" transmite son similares. En otras palabras, pareciera como si Pascal Chaumeil (el director) hubiese querido impregnarse de ese estilo y presentar esta historia de romance respetando todas las convenciones del género, aunque incorporando el típico charme y glamour galo en cantidades respetables como para que el film sea europeo continental en su cuadro general. Lo cierto es que esta película fue muy taquillera en Francia (arrancó con más de un millón de espectadores en su semana de estreno en enero de 2010) y en el resto de Europa, cuadriplicando la inversión. De ahí que su llegada a la Argentina se hizo posible: somos un público que tiene predilección por las cintas de este tipo y puede ser que lleve gente a las salas, si el boca a boca lo ayuda y el público adulto la elige como alternativa a otros estrenos fuertes, en particular (porque son historias de amor), "Blue Valentine" con quien disputará espectadores. Aunque alcanzo a entender porqué fue un suceso de público en su país de origen y el Viejo Continente, me parece que no es una gran película, aunque debo reconocer que tiene una trama simpática (no más que eso) que la hacen ligeramente entretenida a lo largo de su metraje. Sus protagonistas son muy populares en Europa, Romain Duris (quien cada tanto aterriza en Hollywood para hacer de secundario aunque es más conocido en su país natal) y Vanessa Paradis (actual esposa de Johnny Depp y ex pareja de Lenny Kravitz, figura importante del cine francés) fueron una gran elección de cast pensando en atraer gente a las salas, un acierto de sus productores, aunque deberían haber dejado margen en el presupuesto para que más cabezas trabajaran el libro, sin lugar a dudas. En la línea de la más pura tradición del género, "L'arnacoeur" se ubica por debajo del promedio en cuanto a intensidad y diversión, y se sostiene, de alguna manera por la gran labor de Duris, quien despliega todo su carisma para sostener un guión discreto y casi, sin matices. Uno puede seguir las reglas de un género, pero como cineasta suponemos que el talento se mide en la capacidad de sorprender respetando el encuadre dado. No basta con presentar una historia esquemática y embellecerla sino que hay que traer ideas innovadoras que interesen al público. Claro, eso, si nos proponemos destacarnos del resto y ofrecer un producto interesante y atractivo. Eso, aquí no sucede, la consigna parece haber sido, contemos esta historia, seamos lineales y dejemos que la cámara se enamore de los protagonistas. Si hay humor, que lo aporten los secundarios, pero que no sea mucho ni muy elaborado, sólo para distraer momentáneamente la atención y volver al encuadre donde fotografiamos a Duris y Paradis en excesivo detalle ya que son las caras que sostienen la atención de la audiencia... Pero mejor les contamos de qué va el film.. Alex (Duris) y su hermana Melanie (Julie Ferrier) tienen una agencia muy particular. Su trabajo consiste en separar parejas. Tiene sus principios, cobran bien por sus servicios y no actúan si saben que la persona sobre la que van a actuar es infeliz. Tienen un instrumental tecnológico a la altura de lo mejor y estudian cuidadosamente los casos que toman, de manera que son muy hábiles en encontrar el resquicio donde filtrarse para destruir un vínculo. Alex es un seductor camaleónico y se ocupa del trabajo duro, él es el encargado de seducir mujeres y hacerlas dejar a sus parejas. Lo extraño es que él no se acuesta con ellas y que tampoco se relaciona románticamente con ellas, sino que les "muestra" otro tipo de sentimiento hacia la vida (?) y las hace reconocerse no enamoradas del sujeto con el que están. Increíble trabajo. Y mucho más pensando en lo que cobra. Cuando arranca la historia y luego de haberlo visto en acción, Alex debe afrontar un trabajo difícil: detener una boda donde todo parece perfecto. El tiene serios problemas económicos y no puede rechazar un trabajo: este parece complicado, pero su equipo nunca ha fallado hasta ahora. Tienen cinco días para adentrarse en el mundo de Juliette (Paradis) e instalarle la idea de no casarse, ella está de novia con un caballero inglés, filántropo y admirable y el panorama se presenta no muy claro para operar. La situación es crítica, hay poco tiempo y encima unos matones presionan para cobrar una deuda que Alex tiene, de manera en que no hay vuelta atrás : el objetivo de la misión debe cumplir a cualquier costo. El libro tiene bastantes gaffes (la deuda de Alex es de 50 mil euros pero todo lo que gasta en hoteles caros y salidas supera ampliamente ese número!) y no es de los que vamos a recordar durante mucho tiempo. Encima, deberíamos donar parte de nuestra entrada para pagarle un dentista a Vanessa Paradis, quien todo el tiempo muestra orgullosamente que le falta un diente cada vez que sonríe. Extraño, la verdad, muy extraño. Sabemos que los odontólogos en el Viejo Mundo son caros pero... Johnny no aporta lo suficiente para uno? En definitiva, "Rompecorazones" es un producto discreto, chiquito que si no viniera de una geografía como la francesa, pasaría totalmente desapercibido. Su procedencia lo hace exótico, pero sus valores artísticos son apenas rozando la media. Es de las películas que uno alquila a ciegas en un videoclub alguna tarde para ver en compañía de su pareja. No más que eso.
Cuando enamorarse es un mal negocio Para Alex Lippi, el seductor protagonista de esta agraciada comedia francesa intitulada Rompecorazones, hay tres tipos de mujeres: las que son felices, las que son infelices y lo enfrentan, y las infelices que no lo admiten. A esta última categoría se dedica el buen hombre ejerciendo una insólita especialidad: rompedor de parejas profesional. Claro que no está solo para ejecutar la titánica tarea de enamorar a una cantidad respetable de féminas: su hermana y su cuñado lo complementan dando forma así a un equipo aceitadito y siempre listo para afrontar cualquier desafío. La logística de la operación comienza con la inquietud de una tercera persona, por lo general un familiar o amigo de la “damnificada”, que se contacta con el grupo y por un precio justo adquiere sus servicios. Tras un trabajo de investigación sobre la pareja y, más que nada, sobre la dama en cuestión Alex se presenta ante ella con un libreto bien aprendido. En apenas unos días la mujer queda prendada del galán quien manifiesta unos gustos y una sensibilidad customizados a su medida. Una vez roto el compromiso entre los novios/esposos/amantes Alex gentilmente rechaza a la damisela que, aún dolida, encara el futuro llena de optimismo y con la ilusión de, algún día, volver a encontrar al amor de su vida. Excepto para el hombre desplazado por Alex, una transacción favorable desde todo punto de vista… El código ético del equipo, cuyo funcionamiento presenta más de una semejanza con el diseñado por Damián Sizfrón para Los simuladores, se resquebraja cuando por un giro argumental interesante Alex deba romper una pareja sólidamente constituida por la bella e independiente Juliette Van Der Becq, hija de un poderoso empresario y un magnate inglés que pareciera hacerla dichosa. Dado que Alex se ufana de brindar una ayuda “social” a sus chicas, la misión es etiquetada como una traición a los propios ideales. Una cucharada de medicina amarga que es indispensable tragar rápido para sacarse el asunto de encima y seguir adelante. Asumiendo la falsa identidad de custodio de la joven, Alex debe terciar en una relación que no demuestra fisuras. Claro que el proceso se extiende más de la cuenta ya que en un principio la temperamental señorita se resiste con facilidad ante sus otrora infalibles encantos. Lo que nunca podía esperar este mercenario solidario, y en el fondo solitario, es enamorarse de su adorable target. Un pequeño detalle… ¡muy bueno para el corazón, muy malo para los negocios! Desde hace años que la industria fílmica francesa se desmerece cuando apela al burdo mimetismo copiando lo que producen en Hollywood (que de por sí deja bastante que desear). Rompecorazones se perfila como la excepción a la regla por varios motivos: hay una cuestión de timing, energía y empatía natural en su elenco que logra trascender las limitaciones del género. No se trata de originalidad, de un tema presupuestario o ni siquiera de estilo (aunque no carece de él por cierto) sino de algo más inasible e imposible de enseñar o transferir: simple y pura magia cinematográfica. La ópera prima de Pascal Chaumeil refleja ese cine pasatista y poco pretencioso del que hacen gala tantos directores mediocres en los productos hollywoodenses pero entrega una comedia muy por encima de lo que se suele encontrar en la cartelera por estos días. Otro aspecto que agradezco es haberle buscado un perfil familiar, de humor prácticamente blanco, en detrimento del procaz de otras propuestas. Por alguna razón sintonizo más con esta clase de historias; esos romances de emociones fuertes pero con reacciones casi pudorosas en sus personajes. Filmes como Quiero decirte que te amo (la de Rob Reiner, no la homónima de Lawrence Kasdan), Digan lo que quieran… y Pasión de cristal serían adecuados ejemplos de este gusto personal. Rompecorazones le agrega un tono lúdico, divertidas referencias pop a los ochenta (las canciones de Wham! y el musical clásico Dirty dancing - Baile caliente despertarán adhesiones instantáneas en una buena parte de la platea) y una dosis importante de glamour con sus magníficas locaciones de la Costa Azul. Como entretenimiento realmente no le falta nada… Romain Duris siempre me pareció un actor por demás respetable pero hasta ahora no me había percatado de lo carismático y notable comediante que es. Su magnética presencia levanta muchos de los más destacados gags de un guión urdido conociendo las posibilidades expresivas de un artista que denota una frescura y picardía que en algún momento recuerda al mejor Jean-Paul Belmondo. ¡Hasta baila como los dioses el muy condenado! Vanessa Paradis, la también cantante y modelo que está en pareja con Johnny Depp desde hace más de una década, lo acompaña con una menor exigencia actoral pero entre ambos se encargan de darle carnadura y credibilidad a ese romance que nace en el momento más inesperado. De más está decir que la química entre ellos es el secreto de su éxito. Por otra parte también son excepcionales los aportes de Julie Ferrier como la multifacética hermana, el desopilante François Damiens como el desgreñado cuñado y Héléna Noguerra en el papel de la amiga ninfómana de Juliette. Sorpresas te da la vida… y esta película que nos cae del cielo para robarnos una sonrisa y varias carcajadas con un ingenio voraz, es una de ellas. Mi lista de comedias románticas favoritas acaba de sumar un nuevo y rutilante título. ¡A no perdérsela!
Robarle (el corazón) a un ladrón... Alex Lippi (Romain Duris) y su hermana Mélanie (Julie Ferrier) han hecho de la infelicidad ajena un negocio sumamente redituable. Se dedican a romper parejas por dinero, pero con la condición de que sean personas desgastadas, insatisfechas, infelices: una pareja feliz es máximo tabú, y por encima de todo, Alex no empleará el sexo para conseguir sus objetivos. Todo marcha viento en popa y Alex y su equipo hermana-cuñado recorren el mundo seduciendo mujeres, hasta que un magnate del negocio de las flores los contrata para que deshagan la pareja de su hija, Juliette (Vanessa Paradis). La oferta es irresistible, ya que los gastos del equipo rompeparejas es mayor que su ingreso promedio. Por supuesto, hay un par de inconvenientes a tener en cuenta. Juliette y su novio parecen amarse con locura y están decididos a casarse, así que el tiempo apremia. Pero otro imponderable se presenta cuando Alex comienza a conocer a su "víctima": sus sentimientos se ponen en juego y por primera vez corre serio peligro de enamorarse. En la tónica de la comedia de situaciones, con toques de humor simple principalmente a cargo de la pareja de laderos (hermana y cuñado del protagonista) y un guión que se sostiene sin mucho esfuerzo o apelación al verosímil, el debutante Pascal Chaumeil consigue una propuesta ligera, obvia y simpática para espectadores que gusten de un entretenimiento simplón, pero que a la vez no subestime a su público, se podría decir que conjuga lo mejor de ambas orillas: el ritmo y la estructura del guión hollywoodense, con los diálogos y la cadencia de la comedia romántica europea.
Como si el mundo fuera un comercial Alex seduce mujeres y rompe parejas, pero prontamente deja a sus enamoradas, cobra por su trabajo y espera su próxima falsa conquista romántica. Alex maneja una pequeña sociedad, junto a su hermana y cuñado, dedicada a que cualquier tipo pase a ser un ex de un día para el otro. Hasta que aparece en su vida Juliette, a punto de casarse, pero ocurre que el futuro suegro no soporta al yerno y allí estará Alex para cumplir la misión de falso seductor. Pero, si se está en una comedia romántica, el galán Alex, metido en la piel del guardespaldas de la millonaria Juliette, se enamora de la chica. Rompecorazones empieza bien,con una intensa secuencia de montaje contando las aventuras de Alex y sus triunfos como seductor, sigue con un par de situaciones graciosas y luego se dedica a mostrar la hilacha de film turístico recorriendo Mónaco, ostentando la grosería económica de los personajes y las distintas marcas de ropas y autos que recuerdan a Sex And The City en sus incursiones cinematográficas. Digamos que algunos gags y situaciones funcionan, especialmente cuando aparece la pareja secundaria, porque Romain Duris y Vanessa Paradis serán muy atractivos desde la imagen, pero manifiestan menos compromiso actoral que un par de amebas en estado de éxtasis. También la película entrega una banda de sonido donde se entremezclan Wham!, Steve Miller Band y Chopin junto al culto a Dirty Dancing, cuestión que obliga a pensar que cierto cine industrial francés se maneja entre dudosos gustos qualité y medio grasas en dosis similares. Y que el debutante director Pascal Chaumeil filma como si el mundo fuera una gran publicidad y una venta permanente de productos, con una pareja central que se enamora en esos paisajes paradisíacos donde sobra aquello que represente dinero y poder, ostentación, obscenidad moral y estética. Cada película tiene su espectador y seguramente Rompecorazones –con un enorme éxito en Francia– no será la excepción. <
Entretiene un simulador afectivo Se ignora si el director Pascal Chaumeil ha visto la serie argentina «Los simuladores», aunque sea en versión española, o si Damián Szifrón y él se han criado con las mismas comedias de tipos simpáticos desarrollando ingeniosas tramoyas y variados disfraces en ambientes elegantes, como «Dos seductores», con Marlon Brando y David Niven, donde los pícaros se turnaban en el arte de engañar damas adineradas dejándolas sin alhajas pero felices y contentas. He allí el verdadero arte de la seducción: dejar a las víctimas plenamente satisfechas. En el cuento que ahora vemos las cosas son algo distintas, pero el espíritu, los ambientes, el lujo de autos y vestidos, y el porte de las damas es más o menos similar. Sólo que el seductor es uno solo, y, fruto de los tiempos, trabaja a destajo por cuenta de terceros, debe ser auxiliado por un pequeño equipo altamente equipado, tipo inspector Gadget, apenas tiene tiempo de disfrutar de sus éxitos, y su especialidad es altamente exigente. ¿Qué es lo suyo? Digamos, por ejemplo, una rica heredera está empeñada en casarse con determinado fulano, al padre no le gusta, contrata al seductor, éste seduce a la rica heredera, la hace cambiar de opinión, el determinado fulano se queda sin matrimonio, y la chica con otro amor, que luego desaparece y cambia de fachada apenas cobra lo acordado con el padre. Por supuesto, pueden surgir algunos inconvenientes. Un mafioso viene con malos modos a cobrar deudas atrasadas, la anterior seducida quedó desconforme, una amiga de la heredera resulta ninfómana incontenible, el fulano a burlar es un buen tipo, la heredera es vana y engrupida pero demasiado inteligente como para envolverla, ciertos trucos previstos fallan vergonzosamente, y, para más vergüenza, entre la mujer vana y el seductor laborioso empieza a surgir un inesperado sentimiento. ¿Qué tan inesperado es ese sentimiento? ¿No hemos visto, hace una ponchada de años, caracteres y situaciones vagamente similares en las comedias de Manuel Romero con Paulina Singerman y Juan Carlos Thorry? ¿No sabemos, acaso, que todo esto terminará de la peor manera posible, es decir, en matrimonio? Pero igual nos enganchamos placenteramente, nos deleitamos con los juegos de equipo, de manos, de ropas y de platos, todo tirando a cinco estrellas en la Costa Azul, y aceptamos cordialmente la oferta de pasar el rato con esta variación moderna de antiguos cuentos. La chica Vanesa Paradis es bastante atendible, ya la hemos visto, el galancito mezcla facha con cierto dejo de fragilidad como para enternecer a las espectadoras (igual podría peinarse un poco), el reparto y las locaciones son agradables, y el director es debutante pero tiene una larga carrera como asistente de dirección en títulos como «Yo soy el señor del castillo», «Basta de pálidas» y «El quinto elemento», y como director de abundantes publicidades, series y miniseries de intriga, engaño y amor, entre ellas «Avocats & associés», que, según reseñas, también tiene alguna coincidencia con «Los simuladores». En suma, y como ya está dicho, se pasa el rato.
Amor, risas y algo de delirio en los sofisticados escenarios de la Costa Azul He aquí una pyme que da muy buenos dividendos y, al parecer, no tiene competencia. Ofrece un servicio único: interviene allí donde las parejas de enamorados acusan fallas de origen y lo hace (sólo por contrato y a pedido de familiares, amigos o allegados de la damnificada que para evitar su previsible infelicidad futura son capaces de gastar unos cuantos miles de euros). Sí, la tarifa es alta, pero el servicio es profesional y viene con garantía. Lo brinda Alex Lippi, un tipo atractivo y simpático dueño de todas las armas, recursos e ideas para acercarse a su presa, emplear sus dotes seductoras y en pocos días enamorarla e inducirla a convertir al novio indeseable en ex. Hecho lo cual sabrá encontrar la excusa para un adiós romántico que la deje a ella libre y a él lo despegue del compromiso. Alex tiene su propio equipo: su hermana y su cuñado, productores todoterreno capaces de representar cualquier papel y proporcionarle todo lo que sea necesario, incluso el arsenal high tech de un agente secreto, para representar la farsa. Es un timador, claro, pero tiene sus principios éticos: sólo acepta hacerse cargo del servicio si la novia es desdichada. Esta vez al James Bond de los rompeparejas le ha caído un caso difícil. Un poderoso hombre de negocios quiere impedir el casamiento de su hija con un joven banquero inglés, pero la boda es inminente: sólo quedan cinco días para cumplir la misión. Para colmo, el novio es un buen tipo, generoso y sincero, y la chica parece de verdad enamorada. Lo peor es que Alex no tiene más remedio que traicionar sus principios porque necesita los 50.000 euros de la paga: andan por ahí unos matones de pocas pulgas que quieren cobrarle, sin más demora, una gruesa deuda. Habrá que ingeniárselas: Alex lo hace. Y es lo mismo que han hecho el grupo de libretistas encabezado por Laurent Zeitoun, responsable de la idea original, y en especial el realizador debutante Pascal Chaumeil, que a fuerza de privilegiar la espontaneidad de sus actores ha conseguido dotar al relato de un brío y una frescura próximas a las clásicas comedias del cine norteamericano (de hecho, ha confesado su debilidad por Frank Capra y por Lo que sucedió aquella noche ). Chaumeil se mueve en la comedia con la autoridad de un especialista y acierta tanto en la vertiginosa variedad de situaciones que se suceden con sostenido ritmo a partir de un prólogo graciosamente ilustrativo de los métodos de seducción que le han dado al protagonista fama de infalible como en el atinado balance entre humor, delirio, fantasía, acción y el encanto de la comedia romántica. Los sofisticados escenarios de la Costa Azul ayudan, pero mucho más lo hacen el dinamismo y la ductilidad de Romain Duris, su buena química con Vanessa Paradis y el toque de delirio que aportan Julie Ferrier y François Damiens. Una comedia para disfrutar.
Tenían que ser franceses En clave de comedia romántica, un joven es contratado para enamorar a la hija de un millonario e impedir que se case. Los franceses a la hora de inventar historias para sus comedias son mandados a hacer. A la manera del cine de Francis Veber, Rompecorazones parte de una premisa traída de los pelos, pero que en su desarrollo, porque uno se olvidó de lo inverosímil o porque los gags y las situaciones fluyen con naturalidad, terminan dibujando, al menos, una sonrisa. En su debut como director en cine, tras pasar por la televisión, Pascal Chaumeil sabe imprimirle ritmo a un tejido de equívocos. Alex (Romain Duris, de El latido de mi corazón ) se encarga con su hermana y cuñado de destrozar parejas. Esto es: usted quiere que su hija no salga con ese zapallo que es su novio, Alex despliega sus encantos (y su tecnología) para enamorar a la susodicha y lograr que la pareja en cuestión -que suelen ser abusadores, malos tipos- sea cosa del pasado. Alex hace que las mujeres se den cuenta de que están por arruinar su futuro, y son ellas mismas las que terminan con la relación. Creer o reventar. Un millonario padre lo contrata para que su hija Juliette (Vanessa Paradis, la mujer de Johnny Depp en la vida real) no se case con otro joven rico, mucho más lindo que Alex y, un dato no menor, del que Juliette está enamorada. Tiene diez días para lograrlo. Si se sigue tirando de aquel hilo de lo inverosímil se descubrirá que Alex será el chofer y hasta guardaespaldas de de Juliette, y prefabricará situaciones para que ella lo vea como el héroe que no es. Pero si es una comedia romántica, obviamente uno debe imperiosamente enamorarse “en serio” del otro, y probablemente le suceda lo mismo a este otro, por lo que... Lo dicho: sin ser un tratado de originalidades pero tampoco un desperdicio de clisés, algunos momentos humorísticos funcionan como deben, los papeles de reparto hacen lo que deben hacer, soportar a aquellos protagónicos y todo redunda en un pasatiempo liviano, divertido y llevadero. Paradis cuando no abre la boca y muestra sus paletas separadas, es realmente una belleza. No es que como actriz no cumpla, pero Duris, literalmente, le gana por robo.
VideoComentario (ver link).
Vanessa Paradis es una artista francesa muy completa que es más reconocida en Europa por sus trabajos en la música que en el cine, pese a que hizo muy buenas películas. En América es más famosa por ser la pareja de Johnny Depp que por sus discos y filmes. La última película de ella que llegó a los cines argentinos fue La chica del puente, en 1999, una gran y loca historia de amor del director Patrice Leconte, que protagonizó junto a Daniel Auteuil. En este caso se destaca en una entretenida comedia de enredos que seguramente a más de uno le va a traer al recuerdo otros títulos hollywoodenses como Los rompebodas (Vince Vaughn) y Las seductoras (Sigourney Weaver) que también tenían que ver con sátrapas que interferían en parejas ajenas. De hecho esta última película mencionada comparte el título original, Heartbreakers (Rompecorazones), con este estreno. Dentro de las cosas que llegaron a la cartelera, en lo que se refiere a la comedias románticas, esta propuesta dentro de todo es una muy buena opción. La narración de la historia es entretenida y tiene varios momentos graciosos que están muy bien llevados por los dos protagonistas. Rompecorazones está más en sintonía con las viejas comedias románticas hollywoodenses de los años ´60 que por el cine francés. La dirección corrió por cuenta de Pascal Chaumeil, otro discípulo de Luc Besson que se lanzó a dirigir películas luego de trabajar como asistente del famoso cineasta en filmes como El perfecto asesino, El quinto elemento y Juana de Arco. Actualmente se encuentra en producción la remake norteamericana de Rompecorazones por lo que es una buena oportunidad para ver la original con la bella chica de los dientes separados
Anexo de crítica: Es imposible no recordar al ver Rompecorazones, debut cinematográfico del asistente de Luc Besson Pascal Chaumeil, la exitosa serie argentina Los simuladores porque básicamente esta comedia romántica francesa se apoya en la idea de farsas con el objetivo de destruir parejas. Sin esquivar lugares comunes y estereotipos, Rompecorazones se vuelve atractiva por el intenso ritmo cargado de gags y buenas actuaciones, manteniendo un nivel considerable con un escalón por encima de las habituales comedias norteamericanas de este tipo. Vanessa Paradis se complementa eficazmente con la ductilidad de Romain Duris, quien ya había demostrado algunos pasos de comedia en Piso compartido y ese plus en la química de la pareja lleva a este entretenido film a buen puerto...
Rompecorazones navega plácida y convencionalmente por los territorios más o menos previsibles de la comedia romántica. En el mapa de la comedia francesa mainstream reciente es un producto ameno y divertido que se sigue con interés. Romain Duris es Alex Lippi, un especialista en seducir mujeres sin la intención de llevarlas a la cama y contratado por algún conocido de la dama en cuestión: el objetivo es hacerlas recapacitar hasta que deciden abandonar a sus parejas. Alex trabaja de manera bastante particular, junto a su hermana y su cuñado forman una especie de team símil Misión: imposible realmente absurdo si tenemos en cuenta la tecnología que movilizan para lo mínimo del plan. Rompecorazones, de Pascal Chaumeil, los encuentra a las puertas de una misión bastante compleja: el galán debe hacer recapacitar a Juliette (Vanessa Paradis), la hija de un multimillonario, que está a pocos días de casarse con un muy amable y apuesto inglés, que es todo corrección y buenos modales, aunque un poco acartonado. Si bien Rompecorazones navega plácida y convencionalmente por los territorios más o menos previsibles de la comedia romántica con algo de film de suspenso, hay que reconocer que en el mapa de la comedia francesa mainstream reciente es un producto ameno y divertido que se sigue con interés. En primera instancia esto es así porque el director combina muy sabiamente la comedia con el misterio en la concreción o no del plan. Desde lo narrativo, Rompecorazones es casi un film de acción: hay un prólogo ágil -aunque un poco canchero-, donde vemos cómo actúa este equipo, aunque obviamente las cosas estarán viradas hacia el lado de la comedia. Y luego de ese arranque, se nos mete sí en lo que será el caso principal. Chaumeil y los guionistas Laurent Zeitoun, Jeremy Doner y Yoann Gromb trabajan sobre la fórmula de dos productos que se han convertido en un género en sí mismos: por un lado las películas de James Bond, con su lujo y su gran estilo de vida; y por el otro, como dijimos, Misión: imposible con su reconstrucción minuciosa del procedimiento. Lo interesante aquí es que nada se explica demasiado y que todo resulta total y saludablemente arbitrario. No hay motivos para creer que la hermana y el cuñado de Alex pueden desempeñar diferentes tareas en el hotel donde se hospedan sin que nadie lo note. Y sin embargo sucede y lo creemos, porque aceptamos lo lúdico de la propuesta. Y si Rompecorazones no logra ser más que un producto simpático con dos o tres escenas sumamente divertidas y (¡gracias comedia americana!) un par de referencias pop (George Michael, Dirty dancing) que funcionan, no es porque al fin de cuentas estemos ante una comedia romántica y ya sepamos cómo van a terminar Alex y Juliette, sino porque el director y los guionistas no encuentran la forma de recurrir a estos clichés con el mismo sentido del humor con el que se habían burlado de todo lo anterior. Sobre el final Rompecorazones se toma demasiado en serio a sí misma, le incorpora un conflicto tonto a su protagonista (¡como si con el amor no alcanzara!) y la película se alarga bastante. Eso sí, afortunadamente hay tanta química entre Duris y Paradis que les creemos todo lo que les pasa y deseamos que terminen juntos, y a su vez se logra que la distancia irónica del comienzo se disipe. Su amor real fue construido a partir de la mentira, que es la mentira de la puesta en escena y la del cine. Hay algo interesante dando vueltas por Rompecorazones, pero la película prefiere ser ese ligero entretenimiento que es.
Simuladores para casos románticos A la hora de reproducir modelos, cierto cine francés se esfuerza tanto en hacer “una de género”, a la americana, que lo que más se nota es el esfuerzo, la contracción a una tarea, la aplicación de unas herramientas. Cuando se trata de una comedia, el choque entre el espíritu de género y la puesta en funcionamiento de su mecánica se hace más pronunciado, más tenso, más contracturado. Es el caso de Rompecorazones, todo un éxito en su país el año pasado. La premisa no está mal (aunque Damián Szifron podría hacer juicio por plagio, por razones que se explican más abajo), la película avanza a buen ritmo, hay diálogos y situaciones graciosas. Pero se le nota el andamiaje, todo el tiempo. La velocidad sin pausa para no aburrir, el chiste o el gag demasiado pensados, la trama demasiado armada. En suma, un trabajo de mecánica, cuando lo que pide el género es relax, distensión, aire entre las escenas y dentro de ellas. La única diferencia entre Alex, su hermana Mélanie y su cuñado Marc con Los simuladores reside en la especialización. No se trata para ellos de ayudar a toda clase de gente desventajada, como Máximo Cossetti y los suyos, sino sólo a damas que están por cometer el error de su vida, casándose con cualquier chanta, vago o mal entretenido. Siempre contratados por algún pariente o amigo de la chica, Alex (Romain Duris, una de las estrellas más hot del cine francés) es el que va al frente, haciéndose pasar por médico sin fronteras, pintor de altura, cocinero japonés o lo que fuere (un montaje muy divertido lo muestra, al comienzo, en acción en cuatro de sus “salvatajes”), con Mélanie como apoyo y Marc (François Damiens, cruce de torpe y bestia) en la técnica. Como para “entrarles” a las chicas primero necesita seducirlas, el simulador original al que más se parece Alex es al personaje de Diego Peretti. Hasta que le toca proteger a una Juliette que le mueve el piso (aquí es el guionista de El guardaespaldas el que debería hacer juicio) y la cosa se complica. Más todavía teniendo en cuenta que el prometido (Anthony Lincoln, protagonista de la serie The Walking Dead) no da la impresión de ser el peor candidato posible, sino más bien todo lo contrario. Hay un momento precioso en Rompecorazones. En la radio del convertible, mientras corren por una autopista de la Costa Azul, Alex pone “Wake Me Up Before You Go-Go”, de Wham, porque sabe que la chica es fan de ese grupo (sí, investigan los gustos de sus “blancos”, igual que Los simuladores). Como el tipo le cae cruzado, Juliette se muerde para no mostrar que se derrite. Pero el pop es más fuerte y ella no puede evitar tararear el tema, desviando el rostro para que el otro no la vea. La cámara, que está a su lado, sí la ve. En ese instante brevísimo, Vanessa Paradis se convierte en un ser refulgente (algo que no puede decirse que suceda en el resto de la película), haciendo unos encantadores mohínes de fan, reprimidos a medias. Allí, durante unos segundos, Rompecorazones entra como en estado de gracia. Pero enseguida la mecánica narrativa recupera el terreno perdido, y cuando eso sucede no hay gracia que valga.
El método de la seducción “Nuestro objetivo: separarlas de su pareja. Nuestra meta: abrir los ojos. Nuestro método: la seducción”. Éste es el eslogan que se repite en dos ocasiones, al comienzo y al final, de la sociedad que Alex (Romain Duris), su hermana y su cuñado llevan adelante. Entre los tres deben conseguir que mujeres infelices dejen de estar con sus maridos o novios. Alex (un Don Juan políglota y camaleónico capaz de enamorar tanto a una japonesa sometida como a una corista evangélica) y sus socios tienen sus principios: jamás aceptan casos por cuestiones raciales y religiosas, y el límite es siempre el mismo: tan sólo seducir, pues basta un beso y algunas palabras clave para convencer al “cliente” de que la persona con la que comparte su vida es un cretino. Quizá porque los costos de producción son elevados (cámaras ocultas, disfraces, viajes), la empresa no está muy lejos de la bancarrota. Además, Alex ha contraído una deuda importante con unos mafiosos y por eso una especie de Shrek serbio lo vigila. Pero la gran oportunidad para el equipo viene de la mano de un hombre, no menos sospechoso en materia moral, que contrata al equipo para que Alex impida el inminente casamiento de su hija con un millonario inglés. Las razones nunca serán reveladas, pero la tarea no es sencilla: Alex tiene 10 días, y en este caso el mayor peligro visible para Juliette (Vanessa Paradis) es que su prometido británico pueda llegar a ser aburrido y sus suegros insoportables. Como puede adivinarse, el seductor habrá de enamorarse, pero los métodos empleados (hacerse pasar por un guardaespaldas y chofer) no serán los mejores para eventualmente iniciar una historia de amor. El paso por la TV y la publicidad de Pascal Chaumeil es tan evidente como la idealización de la cultura popular estadounidense de los ‘80. No es un debut cinematográfico promisorio. Si Rompecorazones puede ser digerible se debe a sus dos intérpretes. Duris, un auténtico galán cinematográfico, no deja de probar distintos registros para su papel. Su esfuerzo es ostensible, como la química con Vanessa Paradis, una mujer cuya belleza heterodoxa desconoce las bondades de la ortodoncia. Ocasionalmente divertida, a veces simpática y no del todo bien construida narrativamente, Rompecorazones , en sus mejores momentos, sugiere las limitaciones de una existencia confinada a la seducción, un principio, acaso una fuerza motriz, que no sólo organiza la dimensión erótica de nuestras vidas sino que atraviesa la mayoría de nuestras prácticas sociales. El predecible final feliz funciona como una impugnación discreta del hastío de posar todo el día en pos de cazar la mirada y el deseo de los otros.
El sólo hecho de que se estrene una comedia francesa siempre me generó un aire renovador. Una ansiedad especial ante la posibilidad de disfrutar de ese humor que, aunque pasen los años, tiene una estética y un concepto medular que se mantiene intacto Desde aquellos “Besos Robados” (1968) de Truffaut a “El Placard” (2001), de François Veber, o de “Mi Tío de América” (1979) de Resnais a la entrañable “Amelié” (2001) de Jeunet. Por favor no quiero que piense que estoy comparando estas películas con “Rompecorazones”, es simplemente para establecer un punto: En la mayoría de los casos la comedia francesa se toma el tiempo necesario para construir los personajes, dándole a sus acciones y diálogos un sustento más importante. Alex (Román Duris) es un seductor nato, viste bien, se perfuma bien, habla más de un idioma y trabaja de “hacer y ser” todo eso. Él; su cuñado y su hermana tienen una agencia que se dedica a romper o separar parejas, basados en la convicción de la existencia de tres tipos de mujeres casadas: a) Satisfechas b) Insatisfechas y resignadas a su destino c) Insatisfechas pero no resignadas. Por definición, queda claro el lugar en que quedan parados los maridos en todo esto, sobre todo los del grupo “C”, que es precisamente donde el trío entra en acción por pedido de algún pariente, amigo o compinche. La verdad es que los guionistas no se molestan mucho en explicar cómo Alex se hace conocer, de donde vienen los clientes, y demás cuestiones. Si lo pienso un poco, es fácil aplicar la frase "tirado de los pelos", También es verdad que los primeros diez minutos de introducción están tan bien planteados que logran desviar todas las preguntas, porque queda muy clarito: para lograr que las mujeres se den cuenta de que están desperdiciando sus vidas “al lado de ese energúmeno” Alex hace de todo, excepto acostarse con ellas. Las seduce, coquetea, y emociona utilizando todos los datos que el equipo averiguó previamente. Un apostolado lo de éste muchacho, no me diga que no. Sin embargo, el conflicto se desata a partir de un encargo que reviste intereses que van mucho más allá de la preocupación inicial, ya que Alex debe separar a Juliette (Vanessa Paradis) de Jonathan (Andrew Lincoln), una pareja aparentemente perfecta. La narración está correctamente llevada por el realizador Pascal Chaumeil en su primer largometraje (luego de algunos trabajos para la TV francesa), apoyado en las buenas actuaciones de todos. Hay momentos en los que François Damiens se roba las escenas. Me pareció extraña la elección de la cantante/actriz Vanessa Paradis (aquella del hit "Joe Le Taxi" ¿recuerda?), interpretando su rol de futura esposa en una pareja prefecta, su actuación está un escalón más abajo que el resto del elenco. De todos modos es un detalle que no hace a la cuestión. La música está totalmente acorde con lo que se plantea, tanto las canciones como el tono casi picaresco de la banda de sonido, como cuando están realizando el trabajo previo al encuentro “casual” de Alex con Juliette. La fotografía cumple adecuadamente su función, al igual que la compaginación que tiende a disminuir un poco de ritmo, por ejemplo alargando un final que resulta, como mínimo, esperable. De todos modos “Rompecorazones” es una agradable comedia romántica con momentos muy graciosos. Nadie que quiera entretenerse un rato va a salir decepcionado. Que se divierta.
Una situación inverosímil es el punto de partida para "Rompecorazones". Y es el oficio del protagonista, Alex, un destructor de parejas que a cambio de 50 mil euros asegura a quien lo contrate que la mujer que seduzca romperá para siempre la relación con una pareja indeseable. Eso sí: no se involucra sentimental ni sexualmente con las hijas de sus clientes. El caso central de "Rompecorazones" se complica porque la chica está por casarse con el hombre ideal y además están enamorados. Sólo que al padre de ella el tipo le parece una mala elección. Y es en ese momento cuando Alex tiene su trabajo más difícil. En un cruce de la intriga de "Las relaciones peligrosas", pero sin su malicia, con las comedias románticas de Frank Capra y la acción y la elegancia de James Bond, el director Pascal Chaumeil construye una comedia que se va ajustando a las reglas del género en el impecable desarrollo de sus casi dos horas. Lo hace en base a un muy buen guión, una impresionante puesta en escena en hoteles de lujo y escenarios deslumbrantes de Marruecos y Mónaco, buenas actuaciones, desde los protagónicos de Vanessa Paradis y Romain Duris hasta el último secundario, y una fotografía atenta a los detalles, como la hora ideal para rodar un paseo al atardecer por la costa del Mediterráneo, y ver si así la presa, muerde el anzuelo.
Por la huella de las grandes comedias En la ópera prima del director francés el humor campea con la ternura, el cinismo se enfrenta al amor sincero, y las relaciones de clase marcan desde el principio un punto de tensión. Romain Duris compone además un papel notable. Finalmente una comedia que hace gala de una orquestación de motivos que se movilizan a partir del ingenio y la astucia, que lleva en sí las huellas de la tradición del género; particularmente del cine estadounidense de los 40 al 60, que escenifica juegos de amor en un terreno sujeto a explosiones, como la que representa el poner un fin rotundo a ciertos vínculos que se proyectan, inevitablemente, hacia el matrimonio. Y es que su principal protagonista, Alex, refinado, elegante, seductor, suerte de play boy al paso y casanova por mandato, junto a su hermana y su cuñado están allí, siempre listos, para poner en marcha un operativo, por encargo, de ruptura. En su ópera prima, tras su paso por la tevé como director de miniseries, Pascal Chaumeil ha realizado esta brillante comedia (¡toda una categoría!) que en su país de origen fue uno de los grandes éxitos de público y de crítica; tal como en su momento representaron El placard de Francis Veber y Mi mejor amigo del siempre admirado Patrice Leconte. En este film el humor campea con la ternura, el cinismo se enfrenta al amor sincero, y las relaciones de clase, por otra parte, marcan desde el principio un punto de tensión. La historia se abre no ya en un escenario europeo, sino en un espacio exótico que habilita a acentuar cierto tono de cuento fantástico, como el que se comienza a manifestar, en una primera operación. Frente a una extensión desértica, Alex Lippi, personaje que compone de manera múltiple y cambiante un notable Romain Duris, ensayará, tras un hábil plan diseñado paso a paso, una estrategia de simulación que dominará, de aquí en más, el devenir de este relato. Si en las novelas de Raymond Chandler, como en los films que lo representaron, el detective tiene que tener presente el mandato "Nunca te enamores de una cliente", aquí este imperativo experimentará otra vuelta de tuerca. Ante un nuevo caso, que convoca la voluntad de un empresario que ve desde su presente la futura pero inmediata infidelidad de su hija. Alex operará desde su coedición de guardaespaldas un proceso de transformación. En escenarios de ensueño, captados en diferentes momentos del día, en ese lugar en el que conviven los idiomas francés e italiano, Rompecorazones diseña un espacio para una caprichosa aventura en la historia de un hombre, particularmente solo, que asume a lo largo del film diferentes identidades para lograr su cometido laboral junto a su hermana y su cuñado. De esta manera los tres abren valijas con distintas indumentarias, identidades, biografías, siempre con ese mismo fin: poner término a relaciones amorosas que, por lo general, los progenitores de la heroína de turno estiman que desencadenarán un naufragio. Como detective celoso o guardaespaldas que se presenta, que irrumpe, en cada momento, así el personaje de Alex lleva siempre en sus labios la gran frase, memorable, del final de Una Eva y dos Adanes de Billy Wilder: "Nadie es perfecto". Film de equívocos y engaños, Rompecorazones palpita en su euforia y en el despertar de un auténtico sentimiento amoroso. Retrato sentimental y aprendizaje sobre el amor, el film de Pascal Chaumeil, permite reconocer por igual no sólo momentos de los films de Wilder, sino también a guiños y tics de los films de Doris Day y Rock Hudson y pasajes de Para atrapar al ladrón de Alfred Hitchcock. Sin olvidar aquella road movie de los 30 con Clark Gable y Claudette Colbert: Sucedió aquella noche, de Frank Capra. Si bien el film parte de mostrarnos situaciones de contrato y escenificaciones de seducción, que apuntan a alejar a la prometida en cuestión de su potencial marido, la historia de Alex comenzará a mostrar zigzagueante camino de cornisa. Allí está ahora la hija de ese empresario y deudas por saldar. Allí, ante sus ojos, distante y por momentos, altanera y prepotente, siempre desafiante, la joven Juliette quien decide enfrentar todo lo que se opone a lo que ella estima es su único deseo. En este nuevo tramo de esta aventura, que ahora lo alejará de París, Alex se acercará a su nuevo blanco, según mandatos de su padre, a partir de los gustos personales de ella, simulando compartir tanto las preferencias fílmicas y musicales como gastronómicas. Ya en términos de igualdad (mandato por encargo con beneficio al final del mismo) algo distinto comenzará a manifestarse; pero que, igualmente, irá ofreciendo otras aparentes resoluciones. Romain Duris (a quien ya hemos admirado en films como Arsenio Lupin, El latido de mi corazón y otros films del mismo director de esta última, Cèdric Klapisch) juega en Rompecorazones diferentes escenas. Sus diferentes roles, los comportamientos y las destrezas, el vitalismo y el ritmo trazan un puente entre aquel Jean Paul Belmondo de tantas historias de aventuras y la expresividad coreográfica del fallecido Patrick Swayze.
Pequeña decadencia de la comedia francesa Como si el acercamiento (por más torpe que este sea) al género de parte de una industria que no es la americana fuese un mérito en sí mismo, hay una tendencia a ser benevolentes con películas que de manera evidente y sin ánimos de esconderlo nos muestran que son un verdadero pelotazo. Este es el caso de Rompecorazones, una suerte de comedia francesa que sorpresivamente ha cosechado varias críticas favorables que rescatan más que nada justamente eso, que sea una comedia y que sea francesa. La película narra las peripecias de un Don Juan que utiliza sus encantos para llevar adelante, junto a su familia, una empresa dedicada a evitar que casamientos que vienen mal aspectados, se lleven a cabo. La cosa se complica cuando, abrumado por las deudas y acosado por un matón muy parecido a Brutus, nuestro Don Juan acepta un trabajo casi destinado al fracaso: enamorar en menos de diez días a una chica millonaria (Vanessa Paradis) aparentemente enamorada de su novio y sin mayores problemas que ser seguidora de George Michael y que su película fetiche sea Dirty Dancing. Y si bien es cierto que contando el argumento de cualquier película se la puede dejar en ridículo sin ningún tipo de argumentación, el problema grave de Rompecorazones es que, más allá de cualquier premisa, cree que es cómico mostrar hasta el hartazgo la cara estreñida de un tipo que trata de llorar, o que golpea reiteradas veces a una chica en la cabeza para desmayarla y así evitar que, en paños menores, quiera seducir a nuestro héroe en cuestión. Quizás, para ser justos tendría que mencionar que no es todo sufrimiento y vergüenza ajena. Claro que hay un momento de pequeña alegría genuina en la película: cuando ya habiendo fracasado en todos los intentos por conquistar a la dama en cuestión el muchacho opta por la espontaneidad y tras el debido paseo en auto por las rutas de la costa francesa caen de madrugada en un bar vacío donde bailan solos The time of my life como lo hacían Patrick Swayze y Jennifer Grey en Dirty Dancing. Y digo alegría genuina porque Vanessa Paradis (que con sus paletas separadas es bastante encantadora) y el Don Juan de quien no recuerdo el nombre parecen divertirse de verdad, y también porque la canción es lo único que se escucha y para melosas como yo que se contentan con poco, eso es algo, aunque claro, para eso hubiese sido mejor ver Dirty Dancing.
Problemas en el paraíso. Capra, Lubitsch, Cukor, Hawks, McCarey, Sturges, Wilder… la screwball comedy es un invento bien hollywoodense, claro está. Un espléndido legado del que se sirvieron numerosas cinematografías extranjeras, y probablemente hayan sido los franceses quienes mejor supieron hacerlo. Rompecorazones es, sin duda, un buen ejemplo de ello. Nada extraño hay aquí respecto del género. Alex Lippi (Roman Duris) es un seductor empedernido que descubrió en tales aptitudes para la conquista su profesión. Según él hay tres clases de mujeres: las que son felices, las que son infelices y las que son infelices pero no lo saben. Este último grupo es la fuente de su trabajo, que consiste en destruir relaciones amorosas, en hacer que los novios de las damas a las que seduce pasen a ser los “ex”. Una vez que la misión está cumplida, se despide con el latiguillo de siempre y desaparece. Sus flamantes enamoradas no lo tendrán a él, pero ahora saben que lo que tienen no es lo que necesitan. Junto con nuestro hombre actúan su hermana (Julie Ferrier) y su cuñado (Francois Damiens), socios en el engaño. Como si se tratara de un capítulo de Los simuladores, Alex puede adquirir cualquier disfraz con tal de atraer a su presa de ocasión, cuyos gustos y costumbres son previamente estudiados. Cuando un magnate lo llama para impedir la boda de su hija, el asunto se complica, puesto que a la bella Juliette (Vanessa Paradis) se la ve bastante feliz con su prometido, un inglés apuesto, amable y también millonario. Agobiado por la deuda con un matón que lo persigue, el protagonista debe aceptar y hacerse pasar por el nuevo guardaespaldas de la futura novia. No le queda otra. Lo que no sabe es que en poco tiempo él mismo padecerá ese tropiezo llamado amor. La ópera prima de Pascal Chaumeil tiene todo lo que hay que tener. La Costa Azul francesa, con sus hoteles lujosos, sus Ferraris descapotables y sus playas de ensueño, es el escenario perfecto para la interacción de la pareja protagónica. Y si bien nada supera el encanto de Vanessa Paradis y su sonrisa de paletas separadas, quien se lleva lo mejor de la película es Romain Duris, el excelente actor de El latido de mi corazón, Piso compartido y Las muñecas rusas. Duris camina como Tony Manero, corre como James Bond y baila como Patrick Swayze. No para nunca. Hay algo en su carisma innato y en su porte tan elástico, tan sofisticado, tan francés, que lo hace ver engreído, insolente y frágil al mismo tiempo, en contraste con la glacial e imperturbable delicadeza de Paradis. Ambos, por cierto, saben muy bien lo que hacen. El manual de gags previsibles y final feliz obligado que deben seguir les exige bastante de sí para mantener el interés, y sin dudas lo logran con creces. El resultado es otra simple historia de conquistador conquistado, ni más ni menos, pero bien contada y bien actuada. Acaso teniendo en cuenta los bodrios actuales de un Hollywood que parece haber olvidado el buen gusto y el glamour a la hora de incursionar en un género clásico de su propia factoría podamos apreciar Rompecorazones como se merece.
Una brisa que refresca L'arnacoeur, como lo indica su título original, o Rompecorazones, es una refrescante comedia romántica francesa que nos llega de la mano del director Pascal Chaumeil, conocido en su Francia natal por ser responsable de varias producciones para la pantalla chica, aunque parece que se le animó al largometraje. Protagonizan la cinta los actores Romain Duris (Piso Compartido, linda peli por cierto) como Alex Lippi y Vanessa Paradis (actriz, cantante y esposa de Johnny Depp) como Juliette Van Der Becq. Acompañan también Julie Ferrier (París) como la hermana de Alex y François Damiens como el cuñado de Alex, un dupla que no tiene desperdicio y que me hizo reír mucho, sobre todo el personaje de Damiens que me hizo acordar al bizarro amigo galés de Hugh Grant en Notting Hill. La historia combina una serie de elementos que sin ser muy originales ni extravagantes, logran de alguna manera encantar como si lo que estuviéramos viendo fuera algo totalmente fresco. Es graciosa y romántica, elegante y torpe a la vez, mezcla ironía y ternura, cultura francesa y cultura yanquilandia, bueno... varios elementos que terminan hipnotizando y haciendo que la pasemos muy bien. La historia nos muestra un trío de estafadores con un trabajo bastante particular... Separar a mujeres infelices de sus parejas que no las merecen, siendo el "modus operandi" la Seducción, una seducción que les abrirá los ojos y las hará respetarse mejor a sí mismas. En este caso, el gran trabajo de su carrera será lograr separar a Juliette de su supuesto perfecto caballero inglés. Digamos que la trama es una mezcla de "Las Seductoras" (Sigourney Weaver y Jennifer Love Hewitt) y "Hitch" (Will Smith), pero mucho mejor ejecutada y con un aire taaan distinto... quizás el encanto de los protagonistas, un Romain Duris al que sin ser el típico galán, le sobra facha y comicidad, o Vanessa Paradis que más allá de sus paletas frontales mutantes, no podemos dejar de admirar... Una dupla de reparto bien loca y divertida que me hizo acordar a lo que lograban los personajes de Karen y Jack en la exitosa serie "Will & Grace". También hay que resaltar la fotografía que es espectacular, paseándonos por la rivera francesa y el glamour europeo que la convierte en una película de culto para los fashionistas. Leí por ahí algunas críticas negativas que hablaban de "elementos machistas", comparaciones con clásicos del cine y otras yerbas... Muchachos... dejémonos de joder, es sólo un comedia romántica. Terminando, debo decir que me llevé una buena sorpresa cuando vi este film francés por el que no daba ni $2 pesos, y que terminó siendo de esas películas agradables que refrescan la mirada después de tanta comedia romanticoide basura dando vuelta. La recomiendo a los que gustan de la buena diversión con toques románticos.
El aventurero del amor Es la clásica comedia elegante, con toques románticos y mucha acción destinada a gustar, especialmente a adolescentes y público femenino. Los ingredientes son los que toda receta de este tipo necesita: paisajes de ensueño (especialmente Mónaco), moda y marcas de primera categoría, hoteles elegantes, autos de última generación, una pareja muy joven y muy linda integrada por Romain Duris (simpático y carilindo) y Vanessa Paradis (fina y lejana), más un team de apoyo, graciosos y levemente excéntricos. La historia une el mundo de Alex, algo así como un experto en destruir uniones por buen precio, ayudado por la pareja integrada por Melanie (su hermana) y Marc con un caso especial, que lo hará caer en la célebre trampa del "Cazador cazado". Así será contratado por un millonario semi mafioso (pero muy disimulado) con una bella hija dispuesta a casarse con el hombre ideal, que el suegro desprecia. Pero ahí está Alex, que con mohines, lágrimas de cocodrilo, un aprendido historial de las preferencias de la investigada, se dispone a destruir la próxima unión y unirse a unos buenos euros. MARRUECOS Y PARIS El director Pascal Chaumeil hace un buen debut cinematográfico desplegando una serie de recursos clásicos que no por conocidos son menos eficientes. "Rompecorazones" resulta ser una efervescente comedia con mucha energía, buen ritmo, estupenda banda musical, equívocos que se suceden en Marruecos, París o Mónaco, gigantones eslavos contratados para hacer fracasar cualquier duda de un profesional del engaño como Alex, o impactantes morenas sensuales y desinhibidas, dispuestas a seducir al primero que las deslumbre. Con mucho humor, actores como el dúctil Romain Duris, la modelo, actriz y cantante Vanesa Paradis, se meten cómodamente en las personalidades de Juliette y Alex. Junto con ellos se destacan dos figuras belgas que, sin lugar a dudas, tienen un lugar especial en el futuro de las buenas comedias francesas. Franois Damiens, de fino humorismo y contagiosa simpatía y Helena Noguerra de avasalladora personalidad.
Corazones con agujeritos Como para refrescar la cartelera, llega una comedia francesa, con acción, con mucho ritmo y con un marco en la riviera insuperablemente glamorosa de Montecarlo. Romain Duris -que una vez más muestra su enorme ductilidad para papeles tan diversos como los de Molière, Las muñecas rusas, El latido de mi corazón o las películas de Tony Gatlif- se pone ahora en la piel de Alex, un profesional que se gana la vida rompiendo parejas. Efectivamente, Alex es considerado como un agente infalible en el arte de desvincular corazones: vende sus servicios y por un buen honorario, tiene una tasa de efectividad increíble y en pocas semanas lo que era una "feliz" pareja, desaparece. Con ese pequeño hilo argumental -y no demasiado original por cierto, debemos admitirno-, se abre el abanico de "Rompecorazones" no solamente en una comedia romántica con una estructura clásica -polos opuestos que tras el rechazo, se atraen- sino también logra manejar un espíritu de espionaje sentimental, disfraces, escuchas telefónicas, falsos documentos, encuentros clandestinos... un mundo detectivesco que Alex utiliza con el único objetivo de cumplir exitosamente su misión. Y habiendo una regla, siempre habrá una supuesta excepción: y ese caso que parezca sencillo no lo será tanto y rápidamente pondrá a prueba su infalibilidad. Este nuevo caso es Juliette -Vanesa Paradis (quien vuelve al ruedo del cine después de haber tenido una carrera como cantante y ya conocida como modelo), una joven heredera que está próxima a casarse con un americano millonario a quien ella ama, pero evidentemente hay otros intereses de por medio para que esa pareja no prospere. Y como es de esperar, ante un caso que se va complicando, Alex arbitrará absolutamente todos los medios como para que Juliette termine rendida ante su despliegue de artillería seductora. Lo logrará? Si bien "Rompecorazones" no aporta absolutamente nada nuevo, la trama se las ingenia como para que el interés no decaiga pero el punto fuerte son algunas de las actuaciones. Duris rápidamente se mete a la pantalla en su bolsillo, tiene carisma y seducción como para que su papel sea completamente creíble. Lo acompañan dos "socios" en su emprendimiento y que cuentan con diversas estrategias para irrumpir en la vida de sus "casos": la pareja vivazmente interpretada por Julie Ferrier -con una larga trayectoria teatral y cinematográfica: trabajó en la última película de Jeunet, "Micmacs", la ya vista en Mar del Plata y el BAFICI, "Tournée" y con Klapisch en "Paris"- y Francois Damiens -a quien veremos próximamente en "Le petit Nicolas"-. Ellos son los que logran realmente los mejors momentos de comicidad del film, bordeando una dosis de delirio que suma al resultado final. Paradis pasea su belleza y sinceramente no mucho más que eso. Quizás no sea el phisique du rol perfecto para Juliette, una jovencita como de casi diez años menos de los que realmente Paradis tiene actualmente y si bien con Duris hay un cierto magnetismo, la disparidad en los niveles actorales hace extrañar una protagonista femenina con mayor potencia. Sin embargo, tiene todos los elementos para redondear un buen pasatiempo, con una buena factura técnica, entretenido e ingenioso y muy a pesar de sus lugares comunes y de su inevitablemente visible aroma de happy ending digno de una buena comedia romántica liviana que se viene perfilando desde el principio de la trama, siempre es bueno que nuestras pantallas sean visitadas por un cine diferente al hollywoodense. Y en ese caso "Rompecorazones" cumple dignamente con lo propuesto, sin grandes aspiraciones.
Alex y su hermana tienen un negocio que se dedica a romper relaciones amorosas en las cuales uno de sus integrantes se encuentra sufriendo. Siempre a pedido, siempre con un costo elevado, siempre satisfactoriamente. El nuevo trabajo no es la excepción: los ha contratado un millonario para boicotear el casamiento de su hija con su novio ingles, evento que tendrá lugar en menos de una semana. El dream team de “rompeparejas” se topa con el dilema de sus carreras: separar a una pareja feliz y perfecta -quebrando todos los códigos que siempre los caracterizaron- o dar por finalizada su empresa. La comicidad de Romain Duris (el recordado protagonista de “Piso compartido”) y el encanto de Vanessa Paradis (la en extremo delgada esposa de Johnny Depp), sumados a la breve participación de Andrew Lincoln (“The walking dead”) hacen funcionar esta comedia a la perfección. El involuntario karaoke de Wham y George Michael en el auto no tiene desperdicio: Duris y Paradis conforman una interesante dupla que se potencia mutuamente con el correr de la película.