Escrita y dirigida por Roberto Maiocco (Sólo gente, Un minuto de silencio) y protagonizada por el humorista y músico Hugo Varela, Romper el huevo es una comedia drámatica disparatada que parte de una buena idea, pero se queda ahí. Las ironías de la vida Hace diez años, Roberto Maiocco leyó en un diario una noticia titulada “3.000 chicos esperan ser adoptados”, y se le ocurrió hacer una película sobre los chicos que esperan todos los días una familia. Manso (Hugo Varela) es un relojero que lleva 12 años en lista de espera para una adopción (a partir de una promesa que le hizo a su difunta esposa). Un día le llegan los resultados de su chequeo general, tiene leucemia crónica, parece grave. Para Manso, ya no vale la pena adoptar un hijo porque se está por morir. Pero ahora sí, se concreta la adopción y tiene que hacerse cargo de Pollo (Conrado Valenzuela). La película se desarrolla entre los preparativos de Manso para su muerte, qué ataúd elegir, cuál será la formación de los que carguen dicho ataúd, etc., y los intentos por devolver al niño adoptado, que implican realizar un centenar de trámites burocráticos. Pero Manso no está solo, su vecina (Ágata Fresco) lo ayudará a criar a Pollo y a ordenar un poco su vida. El tema central, al que alude el título, está bastante claro, es salir del cascarón, afrontar la vida, cosa que a Manso le sucede a partir de la irrupción del niño en su vida. “¿Quién adopta a quién?” nos preguntamos por momentos. La verdadera transformación de empezar a tener una familia la tiene Manso, y no el niño. A mi parecer no se termina de entender por qué antes era tan infeliz este hombre (que siempre tuvo amigos y una vecina afectuosa que se preocupaba por él) y sólo ahora que tiene el hijo que siempre esperó, se siente a gusto. Romper el huevo2 Romper la cáscara Creo que el problema está principalmente en el guión y en la dirección de actores. Hugo Varela siempre me pareció muy gracioso, y en esta película apenas me saca una sonrisa, y creo que se debe a que está mal dirigido. No obstante, las situaciones en las que intervienen los personajes secundarios se sienten un poco más fluidas y cómicas. 9Además, los diálogos son muy pobres y acartonados, por momentos pareciera que te están explicando la película. Por momentos, la historia se siente forzada. Es una lástima porque la idea me parece muy interesante, como también el contexto en que se desarrolla la historia, repleto de elementos absurdos muy buenos (como un locutor de radio que anuncia los números perdedores de la quiniela en lugar de los ganadores, un médico sin consultorio, funcionarios que cobran multas que le “quitan lo bailado” al infractor), pero le falta algo y no consigue la risa, al menos en mí. A su vez, la idea de la película se plantea rápidamente y de manera muy clara, pero luego, el conflicto no tiene mucha fuerza, termina de estallar una situación que es muy clara desde el principio. Y lo peor es que de repente, el conflicto se evapora misteriosamente, no se resuelve. Por otro lado, la música es adecuada y acompaña correctamente los distintos momentos de la película, y la fotografía está muy bien. Conclusión Romper el huevo parte de una idea interesante pero se queda ahí. El guión y la dirección de actores truncan esta comedia: los diálogos suenan forzados así como las actuaciones de los protagonistas, y la narración deja mucho que desear.
De una cáscara a la otra Con las películas de Roberto Maiocco se repite una constante que le juega en contra: premisas interesantes que no terminan de concretarse en el desarrollo y se malogran al final. Sin embargo, siempre resulta claro un tema o conflicto central, así como los personajes que atraviesan esas peripecias o situaciones como ocurría por ejemplo en Sólo gente (1999) o Un minuto de silencio (2006), en donde ciertos aspectos de la realidad que a veces en el cine aparecen pero en la periferia salen a la luz. Romper el huevo utiliza la alegoría y la metáfora de manera efectiva para adentrarse en el sistema absurdo de la burocracia en los ámbitos de la adopción de niños y tiene como protagonista paradójicamente a un relojero, quien repara máquinas de tiempo pero al que -por así decirlo- le llegó la hora. Esa frase es literal al enterarse que su diagnóstico de vida es realmente escaso, dado que le han informado que padece leucemia. No obstante, el destino le juega una mala broma cuando además recibe otra noticia importante por la que esperó doce años y que tiene que ver con la llegada de un niño para adoptar. Así las cosas, Manso Vital (debut protagónico de Hugo Varela) deberá transitar por este tramo final de su vida quemando etapas, sin posibilidad de dar marcha atrás y con el objetivo de dejar alguna enseñanza a un hijo que no conoce pero que de a poco descubrirá como parte de su viaje hacia la muerte desde la vida. Para la muerte también hay burocracia, y esa parece ser la primera moraleja de esta fábula que mezcla elementos de comedia absurda con drama familiar que apela al humor para reflejar situaciones absurdas pero que cae en un pozo narrativo al adoptar cambios de registro para los cuales Hugo Varela no es precisamente el actor indicado. Pueden encontrarse algunos detalles simpáticos entre los enormes desniveles narrativos que incluyen un guión un tanto flojo, que a veces acierta con el humor y otras erra con el sentimentalismo en primer plano pero del cual no puede dejar de señalarse una falta de rumbo o criterio en función a la historia que se quiso contar. Claro que uno se da cuenta que todo gira en torno a la llegada de un hijo y al proyecto familiar en el que se enmarca el protagonista, otrora encapsulado en el cascarón del dolor y el duelo por la muerte de su esposa, a quien promete adoptar un niño, pero eso no logra salir de la cáscara, para jugar un poco con la idea del título ni tampoco ayuda la característica actoral de Hugo Varela que no puede despojarse de su hugovareleidad en ningún segmento.
Cuando el mensaje importa más que el cine El director Roberto Maiocco hizo de Romper el huevo una suerte de expiación, ya que la idea de la historia de un hombre que espera durante más de diez años la concreción de una adopción surgió mientras él atravesaba una situación similar. Es una lástima que las buenas intenciones sean solamente eso, y no logren redondearse en una buena película. O al menos en una interesante. Manso Vital (el cantante y comediante Hugo Varela) enviudó hace años. Sobre el lecho de muerte le prometió a su mujer que adoptaría un hijo, algo que aún hoy, doce años después, todavía no ocurrió. Pero una vuelta del guión carente de cualquier atisbo de lógica hace que finalmente se concrete el trámite. A partir de ese momento, el protagonista pasará del desprecio a un cariño progresivo, marcando así la moraleja de una película retrógrada (conceptualmente y formalmente ochentosa, en el peor sentido del término), centrada exclusivamente en la transmisión de un mensaje inequívoco.
El absurdo de lo cotidiano La adopción es un tema complicado en Argentina. Absurdo, para el director Roberto Maiocco que hace foco en las inexplicables trabas burocráticas que se presentan a la hora de darle una familia a un niño. En Romper el huevo (2012) expone de manera frontal la decadencia del sistema de adopciones en la argentina, y con él, una visión pesimista –e igualmente atractiva- de la sociedad. Manso Vital (Hugo Varela en su debut en un protagónico cinematográfico) espera hace doce años que la institución encargada de las adopciones le conceda un niño. Su esposa ya murió y sólo le queda cumplirle el deseo de un hijo. El tiempo pasa y su anhelo se desvanece. Cuando se entera que padece una enfermedad terminal, y sólo le queda esperar la muerte, aparece el ansiado niño. Ahora será más un problema que una solución. La película tiene dos grandes logros: una es la mirada irónica, sarcástica del director, mediante la cual encara con humor un tema delicado y trágico a la vez; y la otra es la actuación de Hugo Varela, que da con el físico perfecto para el rol. Un tipo abandonado a su merced (no por nada se llama Manso Vital), que quiere sonreír pero que el destino no se lo permite. Encorvado, con el pelo apenas prolijo amarrado en la cola de caballo, el actor cómico contiene sus gestos característicos para hacer de su rostro la negación de cualquier tipo de expresión. Maiocco a su vez asume su relato con un pesimismo absurdo, matizado con un color grisáceo, envuelve la trama ya no en la desesperación sino en su instancia posterior: la aceptación de la condena. Y esta tragedia de lo cotidiano, aparece en la gama de colores pero también en el relato y las actitudes de desgano del protagonista. Siempre desde el humor absurdo, no para provocar una carcajada sino para sonreír con culpa de la desgracia ajena. Si Romper el huevo falla en algún lugar, lo hace en la falta de ritmo narrativo. Al tratarse de una comedia, es vital la fluidez del relato para asegurarse que los chistes, por ejemplo, obtengan el efecto deseado. No sucede constantemente en la película y decae el interés de aquello que estamos viendo. Así y todo, lo mejor es la visión desesperanzada del director que, mediante algunos grandes momentos (el personaje de Varela le enseña a su hijo cómo –no- funciona la sociedad, o cuando debe elegir quienes lleven el cajón en su propio funeral) plantea una mirada única y trágicamente divertida para sobrellevar mejor lo cotidiano.
La adopción es el eje central de este film en el que Roberto Maiocco, su director, registró con gran sinceridad un episodio que le tocó vivir en la realidad. Aquí el protagonista es Manso Vital, un hombre viudo y solitario quien, desde hace muchos años, espera la adopción de un niño. Sin embargo su destino cambiará de pronto cuando se entere de que padece una enfermedad terminal y, al mismo tiempo, un muchachito de 12 años le es asignado para su crianza. Al comienzo, ambos se resisten a abrirse a la cordialidad, pero lentamente esos diálogos, que refieren a lo cotidiano, los van acercando en medio de sonrisas y de la espontaneidad con la que el hombre enseña al niño lo más simple y hermoso de una ciudad que los dos van redescubriendo con paso lento y mirada atenta. El film se convierte así en una fábula tierna que permite ver que los hijos salvan al hombre y que, en definitiva, los lazos amorosos son los únicos necesarios para atar los de la comprensión y la confianza. Maiocco, con su tercer largometraje, se interna con indudable sensibilidad en esta historia que habla de optimismo y de ternura. Su guión no se esfuerza en apresurar la unión entre los dos protagonistas, sino que se detiene con sonrisa juguetona en ese contacto diario entre el hombre y el niño con el que van armando un futuro que ninguno de ellos imaginaba. Hugo Varela se aventura en un papel pleno de auténtica ternura y sale airoso de su cometido. Conrado Valenzuela, como el pequeño necesitado de cariño, cumple con gran soltura su papel, en tanto que el resto del elenco al que se suman unos impecables rubros técnicos hacen de Romper el huevo un entrañable film que habla de la necesidad de sentirse padre frente a esos seres que esperan una mano sincera que los saque de su soledad.
Grotesco argentino de otros tiempos Surgida durante la espera de un llamado para empezar los trámites de una adopción que finalmente nunca llegaría, la premisa basal de Roberto Maiocco era escribir un guión para mostrar esa suerte de poder curativo que los hijos generan en los padres, independientemente de la existencia de un vínculo sanguíneo: un mensaje noble cuya necesidad de divulgación masiva está, al menos en estas líneas, fuera de discusión. Discusión que sí debe darse sobre el canal elegido, ya que la evidencia de la intencionalidad, la estructuración televisiva y un ideario social carente de refinamientos permiten presuponer que el marco natural de exhibición de Romper el huevo era algún ciclo televisivo de tintes sociales. Pero el estreno es en pantalla grande, lo que convierte al film en la enésima muestra que las buenas intenciones no suelen llevarse del todo bien con el cine. Si hay algo para reconocerle a Maiocco es su capacidad de generar desconcierto con un tono por momentos indefinible. Suerte de híbrido entre un grotesco apaciguado del cine argentino de los ’80 y la búsqueda fallida de un humor absurdo, ambos atravesados por una concepción de clase media sacada de Los Roldán o Buenos vecinos, Romper el huevo tiene a un protagonista (Hugo Varela, a quien se lo extraña cantando “Corbata rojo punzó”) quedado estéticamente en la primavera alfonsinista –no por nada se dedica a un oficio prácticamente en extinción como es el de relojero– cuyo laconismo deja entrever una angustia existencial. Razones no le faltan: justo antes de enviudar, le prometió a su mujer que adoptaría un hijo. Adopción que, doce años después, aún no se concretó. Para colmo recibe un estudio médico por correo (¿?) anunciándole un cáncer fulminante. ¿La solución a la sumatoria de semejantes pesares? El suicidio. Imposibilitado de hacerlo por un arbitrio del guión digno del realismo mágico, finalmente recibe al hijo anhelado (Conrado Valenzuela), al cual dejan en el bar amigo, como si se tratara de una compra en Mercado Libre. Lo que sigue es la comprobación de la hipótesis planteada por Maiocco, patentizada en la parábola emocional del personaje central: de la soledad, sorpresa y cordialidad inicial al desprecio (“Vengo para devolverlo”, dice en algún momento en una oficina pública), y de allí a un incipiente cariño paternal y la posibilidad de una familia. Pero lo peor del asunto no es el mensaje unívoco, sino la pereza generalizada en su construcción formal, con una puesta en escena descuidada, un montaje a reglamento (con fundidos a negro y todo) y una cámara que jamás se atreve a ir más allá del plano conjunto, dando la sensación de que Romper el huevo está concebida con la desidia propia de una preocupación mayoritaria por el qué decir antes que por el cómo.
Las mejores intenciones En el comienzo, todo parece indicar que el universo de Manso Vital (Hugo Varela), es reducidísimo, con un entono de unos pocos amigos, una vecina que le cocina y su oficio de relojero, que ejerce desde su casa. Sólo hay un motor y podría decirse, la razón de esa vida gris, anónima, y es el deseo de poder adoptar un hijo. Un proyecto que primero tuvo con su esposa y que continúa solo, 12 años después de enviudar. La burocracia con su lógica imperturbable y muchas veces absurda impide que el protagonista logre su cometido hasta que un día, en paralelo al anuncio de que padece una enfermedad terminal, Manso recibe a un niño de unos diez años (Conrado Valenzuela), que llega inesperadamente y en el peor momento. Esa voluntad férrea que Manso había demostrado por más de una década, entonces se desmorona y da paso a la desesperación por ese niño desvalido que pronto se va a quedar sin su padre adoptivo. La distancia que empieza a poner en esa relación naciente, la decisión de devolver al chico y el aparato del Estado impasible ante el drama, se reflejan con minuciosidad, pero el abanico de registros que se despliegan durante la casi hora y media del film, hacen que nunca se llegue a una fluidez narrativa. La alegoría sobre una Argentina trabada, incomprensible y en especial el tema de la adopción, en el relato de Maiocco (Sólo gente, Gracias por los servicios) se monta en la metáfora pesimista, con algunos elementos de sinsentido nacional tratados con un humor un tanto obsoleto, en una película inscripta en ese cine con algunas ideas interesantes que no llegan a encajar en la puesta.
Roberto Maiocco es el autor y director de un film protagonizado por Hugo Varela, con un humor muy particular y con el tema a favor de la adopción en el centro de una historia con situaciones delirantes y ternura.
Hora de adoptar Hugo Varela, en clave de comedia y drama. Que reconfortante es descubrir cuando a un humorista teatral se lo lleva hacia la pantalla grande y redescubre una veta actoral. Hugo Varela, quien hizo cameos en Los extraterrestres (1983) y Las lobas tres años después, hoy encarna a Manso Vital, un relojero, quien (vaya paradoja por su apellido) recibe una noticia letal: padece leucemia linfática crónica. La inminente muerte late en Romper el huevo: la construcción de una corona, una radio donde se escucha el discurso de despedida de los restos de una mujer, el diálogo imaginario de Manso con su difunta esposa Inés. Pero una promesa de vida dominará el filme: la adopción de un niño. Este filme, de Roberto Maiocco, viaja desde la oscuridad hacia la luz, donde puede convivir un suicidio fallido dentro de una fábula disparatada. La película navega dentro de un relato sólido, con una ambientación teatral y cierto costumbrismo y caricaturización en la elaboración de sus personajes. La fantástica aparición de Pollo (Conrado Valenzuela), un chico que servirá de foco de esperanza para Manso y sus ganas de adoptar, reconstruirá su cansada existencia. Le dará fuerzas para mostrarle al pequeño esa ciudad que desconoce, como si viniese desde otra galaxia. En la escena del bar o la casa velatoria, Romper el huevo reflejará su cara surrealista. Y también repetirá ese recurso. A Hugo Varela se lo verá mutar desde la curvatura de su ser, con la mirada al piso (como si ya se viese bajo tierra), hacia una nueva vida. “Tantas veces he arreglado el tiempo de los demás, ahora no puedo arreglar el mío”, o “Ahí donde hay un problema siempre vas a ver un policía o dos” (mientras los uniformados se pierden en su teléfono celular), ejemplifican el registro de un filme que enseña a no bajar los brazos. Porque siempre habrá una chance para ser feliz.
La paternidad desde un ángulo original Acierta Maiocco en esta suerte de comedia absurda, casi una fábula, sobre las ironías de la vida. Ya en "Solo gente", describiendo los esfuerzos cotidianos de un médico residente, y "Un minuto de silencio", con el resurgir de un tipo venido a menos que cuenta lo suyo como si fuera payaso de circo, Roberto Maiocco había lanzado sus mensajes positivos y había jugado un poco, también, con lo irreal dentro de la transitada realidad de todos los días. Aquí ha perfeccionado la idea, ayudado eficazmente por la sola presencia del enorme humorista Hugo Varela poniendo cara de serio. La ironía que padece su personaje, y de la cual deberá reponerse, es bastante imaginable. El asunto es cómo evoluciona, y con cuánta gracia. Es que el sujeto quiere cumplir el sueño que tenía con la finada, quiere adoptar una criatura, hace 12 años que viene tramitando la adopción. Un día recibe el diagnóstico de una enfermedad terminal. Comprensiblemente, tira todo, se quiere tirar él también, etcétera. Esa misma noche recibe al niño esperado. Al otro día, comprensiblemente, quiere devolverlo. ¿Qué trámite hay que hacer, y dónde lo pongo mientras tanto? Manso Vital, se llama el personaje. Pollo, le dicen al pibe. Argentina, el país donde esto ocurre, detalle importante pero no exclusivo. Especialmente risueño, el viaje de instrucción que hacen en colectivo, donde el sufrido mayor explica al recién venido para qué sirven y cómo funcionan las diversas instituciones, desde bancos y policía en adelante. Risueña, asimismo, la vecina cordial que encarna la española Agatha Fresco. Graciosamente serio, el protagonista, que hará 30 años supo aparecer como cómico en "Los extraterrestres" y "Las lobas" (era lo mejor de la película, lobas aparte) y ahora compone un papel inesperado para muchos, digno de aprecio para todos. Lo mismo la película, que desde un ángulo original plantea algunas cuestiones clave acerca de la adopción, la paternidad, y las enseñanzas que, pese a todo, nos propone la vida. Posdata: El director sabe de lo que habla. Tras años de largos e infértiles trámites de adopción, justo en vísperas del estreno de esta película acaba de nacer su hija.
Tuve la oportunidad de asistir a una de las funciones de “Romper el Huevo” (Argentina, 2013) con una charla previa de su director Roberto Maiocco. En la misma contó que allá por el año 2005, leyó una noticia en el diario (nota que tenía en sus manos mientras dialogaba con los espectadores) sobre la adopción y la cantidad de niños que esperan poder conseguir un lugar en algún lugar argentino. En 2005 el número era de 3500, en la actualidad esa cifra ronda los 14.500 a nivel nacional. Con esta charla introductoria, la noticia y la expectativa por ver a Hugo Varela en un papel completamente diferente al que nos tiene acostumbrados, asistí a la proyección. Lo que logra Maiocco en “Romper…” es bastante dispar, e independientemente de cuestiones técnicas que fallan por varios frentes (saltos de ejes, planos contrapicados, mala iluminación, elementos de utilería, etc.) y una dirección de actores que por momentos provoca risa, buscándole el lado positivo a todo (porque es ideal hacerlo) lo que cuenta “Romper el Huevo” es una historia distinta a la que viene contando el cine argentino. Hay un relojero viudo ermitaño llamado Manso (Hugo Varela en plan Jack Nicholson de “About Schmidt”) que hace años intenta cumplir una promesa que le hizo a su difunta esposa, adoptar un niño/a. En su humilde morada (con una tele en penitencia, que mira al rincón, vaya a saber uno porque, y muchos relojes por todos lados) tiene una habitación llena de objetos y regalos para el posible niño/a que finalmente el Estado le brindará en custodia legal. Todos los días llega a su casa y escucha los mensajes de su contestador y siempre le piden un papel más (los diálogos con los funcionarios parecen los que pronunciaba Soledad Silveyra en “La clínica del Dr. Cureta”) Una tarde le dejan unos análisis (muy básico el procedimiento de cómo se entera) por debajo de su puerta que confirman una enfermedad terminal. Se desespera, pero al no haber podido cumplir la promesa a su mujer, decide que es lo mejor que le puede pasar, morirse él también. Pero un día le golpean a su puerta y le presentan a Pollo (Conrado Valenzuela) un niño de unos 10 años para que lo custodie legalmente. Pero Manso ahora no quiere saber nada, porque está por morir y no quiere arruinarle la vida al chico. Va al ministerio y dice literal: “quiero devolver a Pollo”. Le ponen trabas y plazos. Y en ese esperar a ver si puede devolver o no al joven comienzan a entablar un vínculo entrañable entre ambos. A los dos se sumará una vecina, Cecilia (la española Agatha Fresco), que a cambio del préstamo de libros le cocina a Manso, que los unirá y además terminará devolviéndole algo de vida y pasión a ese “muerto en vida”, ese hombre gris, encorvado, que arrastra los pies, que personifica Varela. Hay algunas ideas divertidas, como la locución de los números perdedores de la quiniela (una larga secuencia) o cuando Manso comienza a “organizar” su entierro “ese no viene y no lleva la manija del cajón porque no lo banco”, que se opacan por el enorme esfuerzo de Varela por tratar de no parecer gracioso y mostrarse lo más huraño posible (quizás con otro tono de actuación la película se hubiera favorecido) y algunos diálogos con palabras en desuso (profiláctico, por ejemplo). Con una estructura simple y planteamientos narrativos básicos, “Romper el huevo” es un intento por hablar de una problemática surgida de un disparador noticioso (la nota de La Nación) que en el fondo termina por desdibujarse por la desprolijidad que presenta en la pantalla grande.
Una película a la medida de Hugo Varela Manso Vital es un hombre que parece lo primero y de lo segundo demuestra poco. Son apenas apariencias que el personaje de Hugo Varela construye en Romper el huevo, la película de Roberto Maiocco. La anécdota es dramática y sencilla. Un viudo que hace 12 años inició los trámites de adopción junto a su esposa, recibe al chico justo cuando le han dado un diagnóstico de salud alarmante. La tragicomedia al comienzo tiene ritmo y modismos que recuerdan al festivo Kusturica, por los recursos para plantear una situación delicada desde el humor negro. El espectador primero tiene que hacerse a la idea que Romper el huevo cuenta la historia de Manso Vital y Pollo a través de los personajes que saltan varios metros por encima de lo cotidiano, sin abandonar el barrio y los ambientes costumbristas. Hay un espíritu dominante de extrañeza en cada escena. Desde la casa de Manso, detenida en el tiempo, contradicción del hombre que se gana el pan arreglando relojes. Manso además ha entablado una relación con la burocracia del Ministerio de adopción que remite a los cuentos de Franz Kafka. Por las circunstancias que se le ocurren de muerte inminente, quiere devolver al chico pero en la Oficina de Devoluciones no le dan cabida. Paulatinamente y a la fuerza, una vida salva a la otra. El absurdo va ganando espacio y el guión ofrece el máximo de lucidez al contar, con gestos delirantes, las carencias tanto personales como del sistema. La casa de Manso es antigua y eterna, a la vez, con detalles que aluden a una rutina de hombre solo y pobre. Pero no hay quejas. El tema de la adopción, que el director ha reconocido inspirador, se desarrolla en distintas capas de sentido. El desvalimiento es mutuo. Pollo (Conrado Valenzuela, el mismo de Andrés no quiere dormir la siesta) pone en evidencia hasta dónde el adulto es capaz de hacerse cargo del deseo y de una empresa tan fabulosa como es la crianza de un niño. El humor marca la clave de la película. Las charlas de Manso con el mozo (estupendo Tony Lestingi) a pura gestualidad de clown; el cuidado amoroso de la vecina (cálida y natural Agatha Fresco); escenas como la de la funeraria; el médico (Mario Moscoso) sin consultorio; el paso desgarbado de Vital y la música van envolviendo el tema doloroso hasta plantearlo con un dramatismo reflexivo, por momentos cruel. Romper el huevo es una película poco convencional, con muy buenos comediantes. El director se mete con el tema de la adopción desde la sensibilidad y el absurdo funciona como un espacio de libertad que pone incómodos a los personajes y al público.
En una película a la vez distendida y arriesgada, Roberto Maiocco desgrana en Romper el huevo buenas ideas y un sentido del humor que sostiene con ingenio las visicitudes de la trama. Médico de profesión, supo hacer una notable semblanza de un sufrido y tenaz residente en ámbito hospitalario en Solo gente, con una gran labor de Pablo Echarri, en un momento en el que sólo se lo consideraba un galán. Luego se internó en el drama de la desocupación con toques de ternura en Un minuto de silencio, y aquí recurre a otro protagonista inesperado, el músico y humorista Hugo Varela, que tuvo una gran responsabilidad sobre sus espaldas, a veces franqueada y otras no tanto. En Romper el huevo, cuyo título alude a salir del cascarón y afrontar la vida, el tema de la adopción es un tópico esencial. El protagonista recibe a un niño que espera desde hace doce años justo el día en que descubre que padece una enfermedad terminal, idea agridulce en extremo y algo compleja psicológicamente en la que el realizador trata de mantener el equilibrio como un malabarista. No alcanza de todos modos a resolver algunos problemas narrativos, pero el agregado de situaciones y personajes absurdos muy creativos le otorgan al film un disfrutable condimento extra. Las buenas participaciones de Tony Lestingi y Ágata Fresco aportan rigor actoral al film, que cuenta con coloridos y apropiados apuntes musicales de Martín Bianchedi.