Aventuras desconocidas El largometraje de Luis Sampieri acompaña a distintos personajes residentes de una pequeña localidad norteña de la Argentina, y es testigo de diferentes situaciones cotidianas para quienes habitan las altas cumbres, pero extraordinarias para muchos otros. Señales de Humo (2020) se adentra en Amaicha del Valle, provincia de Tucumán. Durante varios días, los vecinos de la comunidad del norte argentino, se ven imposibilitados de acceder a internet debido a desperfectos técnicos. Mario Reyes, su protagonista, cumple su rol de guardaparques y debe acompañar al ingeniero encargado de reparar la antena, la cual se encuentra en las altas cumbres a más de 4000 kilómetros de altura. El cuarto film del director tucumano, adopta desde los primeros minutos, un ritmo cargado de los personajes. La fotografía respeta tanto una estética delicada y precisa, como el alma de la comunidad protagonista; transformándose en un fiel relato hecho con naturalidad y dueño de detalles característicos propios. "Las oportunidades del género documental, son aprovechadas una vez más, para contar historias que conmueven desde la simpleza. La personalidad de la película de Sampieri, aparece sin pretensiones a través de conversaciones de sus personajes entre las nubes, o el sonido del viento a través de las montañas. Señales de Humo encuentra su lugar en lo sencillo que envuelve lo extraordinario."
Más conexión digital menos conciencia de la precariedad social. Crítica de “Señales de humo”. El director Luis Sampieri muestra el contexto aislante y carenciado en plena era virtual inserta en regiones indígenas En su cuarta entrega documental el director tucumano Luis Sampieri recrea un moderno registro observacional y una perspectiva pícara de la áspera realidad comunal indígena de Amaicha del Valle. Por. Florencia Fico. El argumento del documental “Señales de humo” se sitúa en una comunidad chica del norte argentino donde los servicios de telefonía e Internet se ven afectados por cortes debido a la potencia de los vientos que perjudican la zona. Mario un arriero y guarda parques de la región, deberá ascender a las altas cumbres procurando solucionar el inconveniente. El director y guionista Luis Sampieri acompaña en la travesía al arriero Mario Reyes, y esboza con humor las formas en las que conviven lo ancestral y lo contemporáneo. Reyes es el hilo conductor de la narración con el cual Sampieri nutre de realismo la cruda vivencia en su pueblo: la precariedad, el reclamo por viviendas, el destrozo de sus espacios productivos, la falta de recursos para arreglar las dificultades de conexión, el consumismo, la dependencia a la tecnología, las extenuantes cargas laborales y las impiedades del clima que dañan la localidad. El texto que narra Sampieri atestigua los ritmos de vida. Con una descripción exhaustiva de lo cotidiano. Aunque hace una declaración a través del actor social, con herramientas etnográficas combinadas con subtitulados. El espectador se puede ver reflejado. Resaltan los intercambios y actividades del pueblo en clave cómica hasta irónica. En contrapunto, el cineasta expone la voluntad como comunidad originaria. Para organizarse brindando apoyo y respuestas a conflictos en la Escuela de Gobernanza Indígena Amaicha del Valle. En ese espacio, un consejo de adultos mayores escuchan a los vecinos y elaboran medidas tendientes a resolver sus conflictos y necesidades básicas. Entre ellos se halla Mario Reyes, él se pone al hombro la misión de subir a 4000 metros sobre el nivel del mar, con el fin ayudar a un ingeniero en riesgosos senderos, a lomo de caballo. Así ambos puedan habilitar la antena que da el servicio de Internet a los habitantes. El director de fotografía Mauricio Asial aprovecha otro gran personaje la naturaleza con panorámicas del lugar, travelings en las cabalgatas de Mario. El enfoque y desenfoque para provocar curiosidad. Las tomas en detalle para evidenciar las carencias del protagonista y grúas para la captura en momentos de altura. El sonido grabado por Martín Litmanovich suman tensión a la composición del tema ya que se oye el viento, el ruido de los relámpagos y la lluvia; factores meteorológicos que alteran y afectan la vida de los pobladores. La voz de Karina Martinelli impone un canto nativo y autóctono propio de la escena ritual. El tema “Rap del humo” de José Santucho genera una asociación directa a una letra que denuncia la poca conexión con las raíces de los pueblos y sus costumbres autóctonas. El documental hace testigo al espectador de un estilo de vida rural intervenido por la hiperconectividad y los trastornos generados por el clima que limitan las tareas y trabajos de los habitantes. El documentalista Luis Sampieri aborda el filme con una evidente intensión reflexiva donde deja una crítica social. Y manifiesta una población absorbida por la tecnología, el espectáculo. No se detiene a ver los peligros a los que se exponen Mario y el ingeniero. Los que se preocupan por su confort y la pobreza en sectores abandonados a su suerte. Puntaje: 75 Dirección Guion Fotografía Música
Señales de vida en las alturas. Aunque sus escenarios expongan distintos rincones geográficos, películas como La nostalgia del centauro (2017, Nicolás Torchinsky) o La siesta del tigre (2016, Maximiliano Schonfeld) se tocan en un punto: hay en ellas una mirada respetuosa y sensible sobre zonas de nuestro país en las que la vida diaria aparece signada por la rusticidad, las rutinas invadidas por la mansedumbre y la convivencia con el cielo abierto y los espacios inmensurables. En ese tono –esquivo para un cine argentino mayoritariamente hecho y visto por ciudadanos de clase media de las grandes ciudades– se encuentra Señales de humo, que sigue a un arriero y guardaparques de una pequeña comunidad del norte intentando resolver los problemas que presentan los servicios de telefonía e internet allí, a cuatro mil metros de altura. Con excepción de algunos ligeros toques irónicos (los audios de reclamos por el mal servicio de internet, los mensajes de texto que se sobreimprimen en la pantalla en más de una ocasión, un rap final que parece innecesario), todo en Señales de humo es el detenimiento en eventualidades que parecen estirar el tiempo, como si las acciones fueran detalles insignificantes dentro del universo que las abarca. Desde cocinar o rezar hasta firmar un convenio (con papel y birome) o esculpir pacientemente en madera la figura de un animal, los habitantes de estos parajes parecen vivir de otra manera, con la piel curtida y una serenidad a prueba de amenazas climáticas o incidentes menores. Si el documental de Sampieri (realizador tucumano con varios trabajos en su haber como guionista, publicista, productor y director, en nuestro país y en España) cobra interés, no es tanto por la historia mínima que despliega ni por las conversaciones –casuales, a veces algo ininteligibles por la pronunciación cerrada de los lugareños– sino por la expresividad de sus imágenes. Planos generales de sitios maravillosos y desolados, de árboles meciéndose al viento, de cielos majestuosos cuyas nubes blancas llegan a cubrir todo el plano en alguna ocasión, se combinan delicadamente con planos fijos sobre objetos o utensilios que acompañan la modesta vida del protagonista. Sin dudas, hasta dónde y cómo llegan los progresos tecnológicos a una localidad tan apartada como ésta ubicada al NO de la provincia de Tucumán, es uno de los temas sobre los que Señales de humo procura despertar la reflexión de los espectadores; de hecho, los más jóvenes probablemente no reconozcan la radio a transistores que se ve y se escucha en determinado momento. Con la ayuda de la música, y aunque no haya armas ni un enfrentamiento heroico, puede verse a estos apocados hombres de a caballo como figuras de un western sosegado. Por Fernando G. Varea
Estreno en Cine.ar: un documental que sigue a Mario Reyes, arriero en un pequeño pueblo ubicado en el monte tucumano, quien deberá emprender una peculiar travesía: subir hasta la cima de la montaña para reparar una antena que dejó a la comunidad entera sin conexión a internet. Una película sutil y silenciosa que, no obstante, expone una reflexión profunda y crítica sobre el avance tecnológico. Image for post En Amaicha del Valle (Tucumán), una pequeña comunidad del norte argentino, el servicio de internet sufre un colapso debido a los fuertes vientos que hay en la región. El arriero y guardaparques Mario Reyes será el encargado de subir hasta la cima de la montaña para reparar la antena averiada, junto al ingeniero del pueblo y sus caballos. Señales de humo es un documental que presenta una problemática real, simple y común, y que dispara múltiples reflexiones mucho más profusas y complejas. Lo que se expone en la película, primordialmente, es una reflexión acerca de la cuestión tecnológica como distopía, trabajado de una manera singular, diferente a la mayoría de las producciones que nos hablan de la revolución tecnológica y sus potencialidades tanto productivas como destructivas, según la perspectiva. El otro tópico que prepondera en la película es la cuestión de la incomunicación en este tipo de parajes, que a los seres de ciudad como nosotros/as nos resultan todavía disímiles y distantes. El tema central, más bien, sería el de la comunicación humana en suspensión, sumergida en un estado de incomunicación fluctuante, debido a la irrupción de la tecnología como interferencia y distorsión de ciertos modos de vida que persisten en estas regiones. Al menos eso es lo que leemos desde el punto de vista predominante que elige mostrarnos el documental: el del noble y ajado Mario Reyes. Estamos ante una sutil pieza documental que pone en marcha una serie de mecanismos de puesta en escena que bien podríamos relacionar con la construcción ficcional. No hay miradas a cámara por parte de los personajes, no se evidencia el dispositivo ni “se rompe la cuarta pared”, como solemos decir cuando se llevan a cabo esos procedimientos que exponen el artificio: los elementos que componen el dispositivo del cine. No hay operaciones de este tipo, así como tampoco recursos nodales del tratamiento documental, como el uso de la voz en off o entrevistas de tipo “busto parlante”. Tampoco advertimos estrategias narrativas que nos introduzcan de manera expositiva a la realidad cotidiana de esos personajes; se siembra, en cambio, cierto clima de suspenso, de incertidumbre y tensión constante (a propósito de la temática principal que ofrece la película). Precisamente, las escasas fuentes informativas son introducidas a través de operaciones esencialmente ficcionales (planos panorámicos de establecimiento que nos muestran dónde estamos, planos generales de la casa municipal del pueblo y de las viviendas, etc). Sin embargo, estamos en condiciones de ratificar que se trata de un documental observacional-testimonial, rasgos que se ven corroborados por dos aspectos puntuales que forman parte del universo que inaugura Luis Sampieri: el funcionamiento de la cámara como visión transparente que incorpora la presencia implícita del espectador dentro del mundo audiovisual, y la disposición de actores sociales autóctonos de la zona, propios y auténticos (es decir, la ausencia de un reparto actoral). Lo que más disfrutamos al contemplar Señales de humo, son los aspectos plástico-formales que entran en juego en los encuadres: paisajes amplios, naturales y abiertos que, sin embargo, denotan un riguroso proceso de planificación, diseño y búsqueda estética particular. Lo primero que se nos viene a la cabeza es la idea de una transparencia capturada de manera íntegra y, precisamente, traslúcida, directa, cristalina. Pero, si lo pensamos bien, veremos que en esas imágenes paisajísticas existe un exhaustivo trabajo de construcción desde la fotografía y desde la dirección artística. Por ejemplo, se advierte el uso de contrastes altos en clave baja en las escenas diurnas y nocturnas, siempre en función del seguimiento permanente de la cámara a los personajes. Inclusive en aquellos planos en los que la película pareciera jactarse de su grandilocuencia visual, a propósito del ambiente del monte tucumano (siempre digno de ser admirado), se sostiene un seguimiento puntual y metódico hacia Mario, el protagonista (siempre vemos su figura o su silueta entre las montañas). Son imágenes que procuran cautivar desde su trazado fino y realista. Por lo tanto, la idea de transparencia, esa intencionalidad por “querer mostrar la realidad tal cual es, en un contexto determinado”, se articula en función de una puesta en escena definida de manera tal que nos coloca al borde de la ficción. Y este aspecto, lejos de ser un problema o una flaqueza desde la realización, enriquece a la película. El mensaje (porque al fin y al cabo ese es el eje temático que predomina: la transmisión urgente de un mensaje, o de un llamado de atención) se vuelve eficaz debido a este tratamiento documental observacional/testimonial dialogado y construido dramáticamente. Un tratamiento que instaura un clima singular, que sólo pierde cierto equilibrio cuando Sampieri elige introducir grotescamente en pantalla los mensajes de texto que se envían los pueblerinos por celular (en una clara reflexión implícita acerca de la comunicación como incomunicación, en este tipo de entornos). Los planos que retratan el tránsito cotidiano de otros pobladores de la región, como el artista escultórico tucumano que trabaja meticulosamente en su obra (que es mejor no spoilear), están también muy bien pensados. Image for post Señales de humo estrena el jueves 16, a las 20hs, por Cine.ar. Se repite el sábado 18. Disponible en Cine.ar Play desde el viernes 17 hasta el jueves 23 en forma gratuita. A partir del jueves 30, en alquiler.
El realizador Luis Sampieri (aquí la entrevista) cuenta que su descubrimiento del arriero Mario Reyes se dio en dos partes o episodios. Primero hace unos treinta años, cuando éste lo llevó junto a unos amigos a la cumbre de un cerro. Luego hace unos siete cuando, residiendo en un pueblito de Catamarca, fue a reclamar por el servicio interrumpido de Internet. De la empresa le contestaron que se había cortado debido un temporal y había que esperar a que un técnico acompañado de un arriero subiera al cerro a reparar la antena. Ese arriero era Mario Reyes. De ese segundo encuentro (o más bien reconocimiento) que resignificó al primero, Sampieri obtuvo su próxima película y obviamente su protagonista. Señales de humo es la puesta en escena de esa misión. El film arranca con las tareas diarias de Mario, quien tiene un rol activo en la comunidad del pueblo de Amaicha del Valle, Tucumán. Pero no se trata de un día cualquiera porque la conexión a Internet se corta produciendo un pequeño revuelo en la zona. Es entonces que a Mario se le encomienda acompañar al Ingeniero de la compañía para que éste repare la antena que se encuentra en una zona aislada a cuatro mil metros sobre el nivel del mar. Allí parten ambos en un viaje por una geografía hermosa pero inhóspita. En ese terreno la naturaleza es la que manda y en esta odisea en busca de restablecer los canales de comunicación de la modernidad hay que hacer frente a la altura, el viento, el frío, la lluvia y la niebla. Más aún, llegar a destino no necesariamente implica el fin de la peripecia. Suerte de documental ficcionalizado o ficción con elementos de documental, con tomas largas, planos cuidados, atención al paisaje, los rostros y las tareas más cotidianas, recuerda en algunos pasajes a los primeros films de Lisandro Alonso. Sampieri hace que Reyes se interprete a sí mismo reproduciendo una tarea para él conocida. Paralelamente se muestran diferentes situaciones y personajes del pueblo, sus rutinas interrumpidas y sus reclamos para continuar una vida ya habituada a la virtualidad. Una forma de mostrar las formas en que se da la comunicación contemporánea, donde la tecnología es algo cotidiano y naturalizado incluso en estos contextos alejados de los grandes centros urbanos y presuntamente más naturales. De lo que se trata finalmente es del contraste entre lo viejo y lo nuevo, pero en donde la relación entre ambos no se da sólo como un choque. Uno no anula al otro ni tampoco puede reemplazarlo completamente. Donde este contraste y a la vez continuación se observa claramente es en la imagen de una mula llevando en su lomo la antena parabólica mientras trepa la montaña. La tecnología llegó para quedarse pero lo viejo persiste, ambos términos, representados también por sus dos protagonistas, coexisten. La naturaleza sigue dictando sus reglas (un temporal puede cortar la señal de miles de kilómetros y dificultar su restablecimiento) y los saberes más antiguos, incluso ancestrales, siguen vigentes: el conocimiento del terreno por parte del arriero, la lectura de las nubes para determinar su posible comportamiento, las formas de medición más precisas en comparación con las menos confiables de los equipos actuales según señala el Ingeniero concluyendo que “por ahí, quien te dice, hay que creerle a los viejos”. Incluso entran en esta categoría las señales de humo del título, que el dúo protagónico utiliza para avisar que llegaron bien a destino. Sampieri plantea esta dualidad pero no lo hace de manera maniquea, incluso si se permite señalar cómo nos hemos vuelto dependientes de la tecnología. Muestra que las cosas son complejas, que ambas formas se superponen y, aun en conflicto, deben convivir al mismo tiempo. SEÑALES DE HUMO Señales de humo. Argentina. 2020 Dirección: Luis Sampieri. Elenco: Mario Reyes, Cecilio Condori, Rodolfo Abella, Jorge Mercado, Gustavo Zalaza “Kopo”. Guión: Luis Sampieri. Fotografía: Mauricio Asial. Montaje: Luis Sampieri. Dirección de Sonido: Martín Litmanovich. Música: Karina Martinelli y José Sanutucho. Producción Ejecutiva: Rodolfo Durán. Jefa de producción: Patricia Salvadeo. Duración: 72 minutos.
Luis Sampieri en Señales de humo indaga sobre las comunicaciones y los vínculos entre las personas. Una mirada honesta y simple que revaloriza la fuerza interior ante adversidades, el tesón de unos pocos que hacen patria a 4000 metros de altura, y, principalmente la falta de conectividad como creencia del fin de cualquier otra posibilidad de vivir en comunidad.
Una mirada sobre la película que se vera en CINEAR el jueves y sábado a las 20 y una semana disponible online gratis en CINEARPLAY. El lugar: Amaicha del Valle. La particularidad: Una comunidad indígena –una de las más antiguas e importantes del Nordeste argentino- de unos 5000 habitantes aproximadamente, ubicada en la provincia de Tucumán donde se respeta al ancestral Consejo de Ancianos y a la figura del Cacique, un espacio en donde existen proyectos de establecer un Juzgado de Paz Intercultural. El personaje: Mario Reyes, arriero y guardaparques de la comunidad. que deberá subir a la alta montaña, acompañando al Ingeniero de la Compañía que intenta reparar un desperfecto que ha dejado sin servicio de internet a toda la comunidad, sorteando todo tipo de dificultades que se vayan presentando en el camino hasta poder llegar a la cima. “SEÑALES DE HUMO” es el nuevo trabajo documental de Luis Sampieri que se estrena este jueves en la plataforma www.cine.ar/play que se detiene en los pequeños detalles de este pueblo, con todas sus particularidades. Nos introduce en una pequeña comunidad que parece detenida en el tiempo, donde todo el ritmo y las costumbres ancestrales parecen estar presentes y se contraponen fuertemente con la tecnología, tan presente y tan necesaria, de acuerdo a lo que surge de los diferentes testimonios de las distintas voces que escuchamos y que van nutriendo el mosaico del documental. Samperi ha comentado en entrevistas recientes que el disparador que generó este nuevo trabajo, ha sido la imagen de una mula cargando la antena, que justamente tuvo oportunidad de ver cuando estuvo visitando el lugar: fue tan fuerte esa “foto”, que lo impulsó a contar esta historia y a volver a contactarse con el arriero Mario y nutrirse de los formidables paisajes –que aprovecha al máximo haciendo uso de su formación dentro de la fotografía- que son el otro gran protagonista del documental. Así, ha logrado amalgamar en este trabajo un registro que mezcla perfectamente el avance de la tecnología en contraposición a todo el aire tradicional que se respira en el pueblo. Ese ha sido el pequeño disparador que le permitió a Sampieri desarrollar esta idea, trabajando en un registro predominantemente observacional, que le sienta perfecto al ritmo de esta propuesta, mucho más apoyado en las imágenes y en la exploración de la disipada cotidianeidad del pueblo y sus habitantes, que en estructurar un relato más tradicional dentro del género documental -aunque a veces esa arquitectura más clásica de guion ayuda a sostener la idea central, que en ese caso se vuelve algo errática y, hay algunos momentos inclusive, en donde cuesta encontrar y sostener ese hilo conductor que en algunas ocasiones, desaparece-. Allí están a nuestra disposición los paisajes, la inmensidad, las tonalidades y los colores vivos de la naturaleza que ofician de marco a cada uno de los detalles que se viven en esa zona que por momentos, parece olvidada y lejana comparada con las grandes ciudades. Sin embargo, parte del deseo de “SEÑALES DE HUMO” pareciera ser igualar nuestras grandes urbes a ese pequeño pueblo, porque habla fundamentalmente de la comunicación / incomunicación que puede ir inclusive mucho más allá de la anécdota del problema técnico que deja al pueblo incomunicado. Todos los momentos iniciales del documental -mucho antes de empezar a escuchar en la radio zonal los reclamos y las necesidades de algunos de los pobladores que se han quedado sin conexión- referencian al tema de aprender a escucharse, a comunicarse, a entendernos, a abrirnos al diálogo. Y la comunicación es un arte complejo o simple, ya sea allá en Amaicha, como aquí a la vuelta de la esquina. La pregunta que flota y que el realizador comparte con el espectador es el planteo de hasta qué punto la tecnología ha penetrado en nuestra cotidianidad, ha logrado invadirnos e inclusive borrar algunas fronteras, igualarnos y habernos hecho perder nuestras propias diferencias, olvidarnos de nuestros propios rituales, nuestras costumbres, nuestras particularidades y haciendo que nos resulte un elemento completamente indispensable. A veces, situaciones tan extremas con las que estamos viviendo en este inesperado momento de aislamiento, tal como esos fuertes vientos que cortan las comunicaciones en Amaicha del Valle, hacen que volvamos a mirarnos a los ojos, dejar de lado algún que otro dispositivo y nos permitamos revalorizar el sentido y la dicha de todo lo que tenemos diariamente al alcance de nuestra mano que, sin querer, muchas veces entra en el terreno de lo invisible y de lo olvidado en medio de la voracidad vertiginosa de nuestras conexiones. POR QUE SI: «Muestra hasta qué punto la tecnología nos resulta un elemento completamente indispensable»
“Una película filmada a 4.000 metros de altura y sin conexión a internet”, se lee en la información de prensa de Señales de humo. La frase señala los dos componentes principales de este relato filmado íntegramente en Amaicha del Valle, una pequeña comunidad indígena del norte tucumano donde viven 5.000 habitantes. Uno de ellos es Mario Reyes, a quien el director Luis Sampieri conoció 30 años atrás durante una visita al lugar. Reyes es un veterano arriero y guardaparques, dos oficios que le dan un conocimiento del terreno fundamental para cumplir con el objetivo que motoriza el relato: acompañar a un ingeniero de la compañía de telecomunicaciones a realizar una serie de reparaciones en la antena que provee de Internet al lugar. Pero esa antena está ubicada en lo alto de la montaña, allí donde la tierra se funde con las nubes, por lo que podría definirse a Señales de humo como una road movie a caballo y sobre terreno pedregoso que registra la travesía de estos hombres por la inmensidad del valle tucumano. Un recorrido no exento de contratiempos climáticos y geográficos que los obligará a, entre otras cosas, acampar en medio de la nada, mientras la central telefónica de la empresa estalla con llamados de usuarios molestos por la falta de conexión. Con sus amplios planos panorámicos, y lejos de la contemplación vacía, Sampieri hace de la geografía un protagonista central de este film atravesado por la soledad y las condiciones inhóspitas que deben enfrentar sus protagonistas. Dos hombres en cuya desconexión con el contexto se cifra la alegoría central (y evidente) de un film que tematiza, otra vez, el choque entre modernidad y tradición.
En Amalcha del Valle, una pequeña localidad ubicada al norte de la provincia de Tucumán, sus cinco mil habitantes se ven de pronto sorprendidos en el momento en que un temporal de fuertes vientos interrumpe el servicio de internet de toda la región. Mario Reyes, arriero y guardaparque de la comunidad, acompañado por un ingeniero de la empresa, tendrá como misión subir hasta las altas montañas para reparar ese defecto técnico y así, en medio de esta arriesgada aventura, nacerá entre ambos una cálida amistad. Sesentón y curtido por el viento y el frío de las elevadas cumbres, Mario nació y se crió en las alturas y este desafío le permitirá observar el lugar en el que se halla apostada la antena, único vestigio de modernidad del desolado paraje y, rápidamente, ambos comenzarán con los trabajos de reparación mientras la oscuridad se adueña del lugar. Al caer la noche Mario y su nuevo amigo buscarán abrigo al calor de una fogata mientras observan el humo que se diluye en las alturas como el paso de una vida ancestral que nunca más volverá a ser la misma. El director Luis Sampieri (Cabecita negra, La máquina del humo, La hija) logró con este paisaje y con estos personajes, apoyados por impecables rubros técnicos, elaborar con enorme calidez este documental que habla del valor y también de la necesidad de ser útiles a los demás.
NO HAY SEÑAL EN LA MONTAÑA Amaicha del Valle. Una pequeña comunidad indígena en la provincia de Tucumán. Mario Reyes, arriero y guardaparques de profesión, realiza sus actividades habituales mientras la cámara lo observa a una distancia prudencial. El trabajo, la comida, las caminatas, las conversaciones, los silencios. El paisaje. La naturaleza y sus inclemencias. El documental de Luis Sampieri, guionista y director, entremezcla estos elementos a través de una mirada que no busca entrometerse, sino que prefiere acompañar a sus personajes a través del relato. Porque hay un relato, en el fondo, que es prácticamente una anécdota: el pueblo se queda sin internet, y Mario tiene que guiar a un ingeniero a través de la montaña para que pueda arreglar la antena y devolver el servicio a la comunidad. Además de ser una anécdota, es una excusa, porque le sirve al director para reflexionar sobre los usos de la tecnología, y la forma en que se articula con el pasado y el presente. También funciona para dar cuenta de las vidas que quedan implicadas en su recorrido, desde el arriero que cabalga cerca del cielo, hasta la niña que llama a Atención al cliente para saber cuándo va a volver a ver YouTube. En una película que apenas supera los 70 minutos, la cuestión de la antena rota se demora en aparecer, y eso refuerza la impresión de que a Sampieri le interesa otra cosa. Con planos largos, a veces fijos, construye un fresco de la vida en ese lugar, y entonces la atención puede desviarse de Mario Reyes para pasar a un escultor que trabaja en su taller, y después dar lugar a los habitantes que, sin internet, se comunican con sus seres queridos a través de la radio. Cuando vuelve al arriero, el documental se preocupa por retratarlo como una figura dedicada y profesional, del que sin embargo no sabemos nada; la vida que queda en off le confiere un aura de misterio y de tragedia que lo emparenta con los héroes crepusculares del western. La comparación no es casual, porque cuando irrumpe la travesía, los espacios se abren y la montaña se muestra vasta e imponente, con un cielo infinito que anuncia una tormenta. La belleza de este tramo es innegable, apuntalada por una banda sonora que solo aparece cuando es necesario. Cabe pensar, quizás como una apuesta futura, en las potencialidades visuales que podría desarrollar Sampieri en una ficción. Y es que, si uno desconoce el carácter documental de Señales de humo, varias partes podrían tranquilamente confundirse con una ficción. El naturalismo del director a la hora de retratar a su protagonista, con una vida atravesada por su relación con el trabajo, no es muy distante a una película como La libertad de Lisandro Alonso. Sin embargo, en el plano discursivo la película se resiente, y las palabras pierden fuerza ante las imágenes. Palabras que escuchamos, pero que también leemos en pantalla, en un recurso que Sampieri utiliza para ilustrar la vida digital de los habitantes (los mensajes de texto que circulan), y que nunca deja de sentirse fuera de lugar. Hay una búsqueda formal del director por elevar su película por sobre la media, y así Señales de humo puede verse también como el esfuerzo de un documentalista por evadir las convenciones, sumando recursos para lo que quiere contar. Algunas de esas decisiones no logran disimular cierta pretenciosidad, una experimentación que no siempre da buenos resultados. Y así Sampieri termina cayendo en algunas exageraciones visuales que buscan lo simbólico, y se observan entre antojadizas e impostadas. Por suerte, no es algo que ocurra con demasiada frecuencia. Las palabras, decíamos, son las que parecen sobrar. A través de las palabras el director amenaza con dar un mensaje aleccionador y bastante fácil sobre los peligros de la tecnología, y la necesidad de volver a las viejas costumbres. Hay que creerles a los viejos, dice el ingeniero, después de dudar de Google Maps para establecer a qué altura se encuentran sobre el nivel del mar, porque la aplicación arroja un resultado distinto del que reza una placa al pie de la montaña, confeccionada en los viejos buenos tiempos. Una época que el documental pareciera añorar, pero evitando convertir esta reflexión en una bandera. La noche se cierra sobre el arriero y el ingeniero, que toman mate y esperan que el clima mejore para poder seguir trabajando. Sampieri concluye su viaje aceptando el lugar que ahora ocupa internet en la vida de la gente, y se va sin enunciar postulados. Las imágenes permanecen y se imponen, mientras que las advertencias obvias sobre el futuro se desdibujan bajo la lluvia.
¿Hasta qué punto dependemos de Internet para vivir? ¿Cuánto perdemos y cuánto ganamos (o recuperamos) cuando dejamos de estar en línea? Y si renunciáramos definitivamente a esa conexión, ¿qué lugar ocuparíamos en el mundo globalizado y en nuestro tiempo? ¿Qué pasaría si probáramos? Estas preguntas se vuelven explícitas hacia el final de Señales de humo, y en boca del ingeniero que provee Internet satelital a los escasos pobladores de Amaicha del Valle. Acaso este personaje secundario sea el alter ego del realizador Luis Sampieri y de los espectadores que miramos su película… a través de la Web, y en el caso de aquéllos que habitamos la Ciudad de Buenos Aires, a 1200 kilómetros de esa pequeña comunidad indígena de la provincia de Tucumán. Si la neurosis urbana nos da tregua, encontraremos en las cumbres calchaquíes –o mejor dicho en la bellísima fotografía de Mauricio Asial– razones suficientes para abandonar la modalidad online. Karina Martinelli y José Santucho supieron musicalizar las imágenes por momentos mágicas con una mezcla equilibrada de sonidos locales y melodías universales, de ésas que evocan cierta religiosidad. En estas condiciones, Señales de humo nos embarca en una suerte de viaje espiritual, ajeno a los milagros de la banda ancha. El guía –y protagonista del largometraje– es un arriero y guardaparques de barba tupida, piel curtida, fe profunda y pocas palabras. Mario Reyes nos conduce entre los cerros, los cardones, las cabras, el viento, las nubes, las estrellas. Al mismo tiempo realiza sus tareas rutinarias, entre ellas acompañar «al ingeniero» cuando toca reparar una torre remota de la deficiente Dovanet. Cada tanto Sampieri se despega de esta crónica para mostrar los avances del artista plástico Rodolfo Abella con el caballo que esculpe amorosamente en/con madera. El paralelismo narrativo sugiere que el aquí y ahora se diversifica cuando interrumpimos nuestra navegación con computadora y celular. Señales de humo desborda la categoría Documental para coquetear con el ensayo, la poesía e incluso el rap, al calor del «fueguito» que el ingeniero celebra en una noche tan fría como luminosa. Tampoco falta el sentido del humor en una pantalla que admite el tipeo de brevísimos mensajes textos de WhatsApp, y que muestra a una mula cuyos ojos fueron tapados con una campera, acaso para privarla del disgusto de verse convertida en medio de transporte de una ¿innecesaria? antena satelital.
El encuadre tan claro en Señales de humo (2020) contradice desde la primera escena el rol de los personajes frente a su entorno inmediato. La cámara de Mauricio Asial (también DP) nos permite ver desenfocados a dos hombres a través de la abertura de una pared de barro. A los segundos y paulatinamente, el foco cambia. La pared se vuelve borrosa y vemos a los hombres con mayor nitidez. Tal contraste es trabajado en detalle durante toda la película y se convierte en una de sus fortalezas. De una manera similar a como ocurre ese enfoque/desenfoque, el guion de Luis Sampieri nos narra dos situaciones: varias quejas telefónicas en Amaicha del Valle para reestablecer el servicio de internet y el periplo de Mario Reyes, arriero, y un ingeniero para instalar una antena. El detalle está en que ambas circunstancias no están vinculadas de forma inmediata y directa que lo reestablezca. Sea fuera de campo o a nivel tipográfico, el montaje del mismo Sampieri nos muestra un choque entre los paisajes tucumanos y las telecomunicaciones. A su vez, en múltiples ocasiones los mensajes de texto entre algunos habitantes son desplegados sobre los paisajes. Para ello, no recurren a tipografías discretas como pasa en series o películas. En estas la mensajería de los celulares es expuesta fuera del dispositivo pero en un tamaño proporcional a nuestra posible capacidad de lectura sin que esto nos distraiga en exceso del todo el plano. Aun así, no son pocas las veces que falla por un tamaño de fuente ilegible. En Señales de humo, los mensajes ocupan más de un tercio del cuadro. Esta decisión arriesga la armonía visual de tal manera que nos preguntamos: ¿dialogan la virtualidad y la naturaleza? ¿Qué relaciones hay entre grafía y paisaje? En el contexto directo de la obra, sí dialogan. Y en estos meses donde mucho cine lo vemos en pantallas de celular, esta propuesta se vuelve entonces metadiscursiva. Es cierto que esto último es una coyuntura momentánea y la idea inicial surgió hace siete años cuando Sampieri vivía en Catamarca, las salas de cine estaban abiertas y el internet apenas existía en las tierras de Mario. De todas maneras, su cuarta obra alcanza ciertos niveles de experimentación poética sin que estos se conviertan en la pretensión principal de sus búsquedas. Frente a las mencionadas decisiones audiovisuales, se anula la figura humana casi en todas las ocasiones y al mismo tiempo los mensajes se convierten en señales efímeras de una naturaleza que intuimos indómita, y a la que no le hace falta más tecnología que sus propias condiciones climáticas. En el contexto del día a día, virtualidad y naturaleza no pueden dialogar. Coexisten gracias o a pesar del ser humano. Es esta la mayor inquietud de la película y por ende, con su final en medio de la neblina caemos en cuenta de lo que se nos viene proponiendo a través de las quejas telefónicas en off por la falta de servicio. A medida que se imposibilita la instalación de la antena y la neblina cubre visualmente los planos finales como no lo pudieron hacer ni los mensajes de texto, el realizador concluye que esta comunidad estará siempre supeditada a los cambios climatológicos que las tecnologías actuales distraen. No será esta una conclusión novedosa si tomamos en cuenta lo mal parada que quedó y sigue quedando la humanidad frentes a las múltiples catástrofes naturales a pequeña o gran escala. De todas maneras, la calma visual de estos planos, fijos en su mayoría, y la inquietud narrativa aprovechan el dispositivo telefónico a modo de registro documental. Luis devela así el secreto a voces que todos sabemos: la telefonía nos distancia más de nuestro entorno y de nuevo el cine sale a tender un puente brevísimo entre ambos.
El arriero va. Un pueblo perdido en el tiempo, como tantos otros, es observado y registrado por la cámara al momento de llevar a cabo las actividades rutinarias. Los trabajos pesados de campo, las dificultades diarias, el viento frío, y la comida a leña son la cotidianidad que se presenta en este documental dirigido por Luis Sampieri. Este es el pueblo de Amaicha del Valle, situado al norte de la provincia de Tucumán. En este pueblo donde reside una pequeña comunidad indígena de unos 5 mil habitantes, el servicio de internet se ve interrumpido debido a un temporal de fuertes vientos que azotan la región desolada. Dada la cantidad de reclamos recibidos por el problema de señal, Mario Reyes, un arriero adulto y curtido de la comunidad, deberá liderar una expedición hacia la montaña junto con el ingeniero de la compañía para restaurar y reparar el servicio, ante toda adversidad meteorológica. Esta es una película documental que encuentra su riqueza en la fotografía pictórica de la zona, y en sus características observaciones que a medida que corren los minutos, nos sumerge en una suerte de hipnotización al encontrarnos con las dificultades diarias que deben sortear estos personajes. Dificultades tal vez inexplicables para nosotros, dadas las enormes diferencias entre su estilo de vida y el nuestro. Y son estas diferencias de vida en donde reside lo poético del documental: donde las cenas a leña calientan el hogar, donde las señales de humo dan aviso de seguridad, donde las charlas entre compañeros recaen en el anhelo de una vida ancestral que se aleja para darle paso a la tecnología inexorable de nuestra época, donde la antena significa el único vestigio de modernidad. Un documental que explora a modo de espía estas vivencias tal vez crudas a nuestra manera tan tecnológica de ver las cosas, para contar una historia que si bien para los personajes no recae el mínimo interés, para nosotros puede significar un viaje interior en búsqueda de criticar nuestra realidad, tan aparatosa y cibernética.
CANAL INTERFERIDO Mientras Mario refriega y enjuaga los platos sobre un balde lleno de agua, el locutor de la radio comparte mensajes para los vecinos: la llegada de un familiar al pueblo, los saludos de una prima que vive en otra provincia o la recuperación del abuelo de uno de los miembros de la comunidad. Luego, comparte las últimas novedades sobre la cumbre del G20. El viraje en el recorte mencionado acentúa la curiosa coexistencia de dos vertientes que parecen en permanente lucha. Por un lado lo cotidiano sostenido en las tradiciones y los ritos como el pastoreo de los animales o las velas y rezos en una suerte de capilla; por otro, la vida influenciada por los avances tecnológicos y la globalización. En el medio, alrededor de cinco mil habitantes curtidos por los fuertes vientos, la considerable altura y unos débiles canales comunicacionales que aún precisan de variantes –como la fogata– para ser eficaces. El director tucumano Luis Sampieri subraya estos contrastes a través de la alternancia de planos detalle y de planos generales bien abiertos que intercala con los llamados en off al centro de atención al cliente para reportar la falta de señal y con la aparición en pantalla de los chats de algunos de ellos. Una composición que encuentra su punto cumbre con la travesía a caballo de Mario –arriero y guarda parques de Amaicha del Valle– y el ingeniero de la compañía proveedora de Internet para reparar los daños de la antena causados por el clima. Un recorrido que intenta plasmar el puntapié de una nueva forma de vida, en la cual ambos polos al fin puedan amalgamarse, más allá de cualquier adversidad. Sin embargo, tras la cortina blanca de Señales de humo, las dos corrientes siguen el mismo curso, en una pugna silenciosa y natural para prevalecer. Por Brenda Caletti @117Brenn
Cuarto largometraje del director tucumano, filmado a 4000 metros de altura y sin conexión a internet. Se estrena en la plataforma Cine.Ar TV y Cine.Ar Play. En Amaicha del Valle, una pequeña comunidad del norte argentino de la provincia de Tucumán, los servicios de telefonía e internet se interrumpen por los fuertes vientos que azotan la región. Mario Reyes, arriero y guardaparque de dicha comunidad, tendrá que subir a las altas cumbres junto al ingeniero de la compañía proveedora del servicio para intentar reparar el desperfecto. Comunicarse es algo esencial para les seres humanes, pues somos “animales sociales” y es por ello que llevamos milenios desarrollando soluciones tecnológicas para poder sortear el gran obstáculo de la comunicación, la distancia. En la película Señales de humo podemos encontrar estos dos elementos como piezas fundamentales del relato que construye su director: la comunicación y sus distancias asociadas al tiempo, como pasaje y percepción del mismo, con los que Luis Sampieri va construyendo su mirada bajo la premisa “internet nos desconecta de lo real, de lo físico”. Desde ese lugar, el documental registra la vida del arriero Mario Reyes, donde su director va contrastando lo primitivo con lo moderno. De hecho, la escena de la mula que traslada en su lomo una antena es producto de ello. Mario Reyes es presentado como un hombre solitario, de pocas palabras pero de grandes pensamientos. Su director, en un momento dado del film, elige recortar y reencuadrar un casi primerísimo primer plano de Reyes con su sombrero en el medio de la “nada”, una simbología del western para identificar y empoderar a su protagonista. Mario vive en lo alto de Ampimpa, sin televisor (y pareciera ni poseer teléfono), pero sí escucha la radio para mantenerse informado. También participa del consejo de una comunidad conformada por unas 100 familias descendientes de los pueblos originarios diaguitas-calchaquí; como guardaparque lleva un registro de los cardones de la zona, cuando lo vemos anotar sus metros, cantidades y detalles a “ojo” con sus tiempos y métodos en un cuaderno, puede que sólo con esa escena Luis Sampieri consiga mostrarnos la esencia pura de Mario. Pues todo en el documental radica en la observación directa y simbólica. El montaje de sus imágenes parece marcar un indicio en el relato que va denotando el ascenso. Pues la misión -la cual se anuncia de forma tardía-, ir a más de 4000 metros de altura sobre el nivel del mar a colocar y ajustar una antena que pueda devolver la “comunicación” al pueblo, puede leerse no sólo en la acción de “ir hacia”, sino en los planos que van transicionando entre las historias y que progresan de la tierra al cielo, de forma sutil pero constante, desde el inicio del film. Esta es una película que nos invita a una contemplación visual y sonora exquisita. La inmensidad de esos lugares, el detalle, los sonidos, sus personajes, todo es un trabajo pensado por y para el cine, por lo que recomiendo que busquen el soporte más grande que tengan en casa para poder disfrutar de esta travesía. Señales de humo es un documental que nos invita a adentrarnos en la vida de Mario Reyes para habitar una paradoja: si internet nos facilita la conexión a distancia, incluso ahora en tiempos de pandemia, ¿por qué su propia existencia pone en peligro la tradición de comunicarnos de forma presencial?
Fuera de servicio Situado en las altas cumbres del noroeste argentino, un pueblo con una conexión defectuosa y problemas satelitales. Entre la montaña, un hombre que conoce los caminos y vive para el cuidado de su tierra. Una historia sobre el impacto tecnológico a 4000 metros de altura, llevada con cautela entre valles y tierra seca. El documental dirigido por Luis Sampieri, tiene como protagonista a Mario Reyes, un hombre de sesenta años que se dedica a prestar sus servicios a empresas que necesitan cruzar la montaña para realizar mejoras en el tendido eléctrico o la conexión satelital. Al mismo tiempo, forma parte del consejo de la comunidad de Amaicha del Valle en Tucumán. A paso lento y con el cuidado de los caballos, el destino final del recorrido se ve afectado por las condiciones climáticas. Las nubes se apoderan de la escena, para luego dejar lugar al cielo estrellado, otro de los grandes protagonistas del documental. Los llamados de los vecinos que se comunican con el proveedor del servicio para reclamar por los problemas en la conexión, son inocentes frente a las respuestas de los operadores que están al borde de la ironía. La composición de los planos que muestran la naturaleza como protagonista dominante de las escenas y el hombre como parte de ella en menor medida, deja captar la esencia de una realidad vecina.
Un documental que permite la reflexión entre el conocimiento ancestral y la modernidad. Los saberes transmitidos por generaciones y la llegada de Internet para revolucionar y poner al día no solo a las grandes ciudades sino también a los pueblos pequeños. Desde una anécdota personal que ocurrió hace años y el conocimiento de un arriero y guarda parques surgió la idea de este film. Ocurre en Amaicha del Valle donde las condiciones climáticas dejaron sin el servicio de internet al pueblo. Mientras se multiplican los reclamos de todo tipo, hasta de niños que extrañan no tener sus juegos habituales, se organiza un viaje hasta una antena ubicada a más de cuatro mil metros altura sobre el nivel del mar, con un camino peligroso y de difícil acceso. Una ruta que tomará un ingeniero guiado por Mario Reyes, un hombre curtido por el paso del tiempo, pero dueño de los saberes necesarios como para llegar sanos y salvos y regresar con el trabajo hecho. De esa viaje y de las circunstancias que lo rodean, de la presencia imponente y eterna de la naturaleza frente a la pequeñez de los hombres, de ese diálogo entre la sabiduría popular y la comunicación que aparentemente todo lo soluciona, se nutre este film distinto, personal, curioso y revelador.