El camino hacia la tolerancia. Como una especie de contrapeso de las propuestas bobaliconas y anodinas que suelen llegar de Estados Unidos, y teniendo en cuenta que -desde hace décadas- no se estrenan en Argentina ejercicios de humor absurdo o contracultural, las comedias europeas aportan un soplo de aire fresco dentro de un género que parece casi siempre promediar hacia abajo. Sin ser maravillas del séptimo arte ni mucho menos, estos representantes aislados recuperan un humanismo que por un lado explota viejas rencillas de índole social, y por el otro pone en cuestión los vínculos de nuestros días y en especial esa estrategia homogeneizadora del mainstream que niega las diferencias o las entonaciones de turno, como si la ceguera y la irresponsabilidad resolviesen la multiplicidad de conflictos vía la ponderación de la idiotez. Por supuesto que por afinidad cultural y una prolongada tradición, tanto Francia como Italia son las principales proveedoras de comedias populares para un mercado argentino copado por Hollywood, como lo demuestran las recientes Dios mío, ¿qué hemos hecho? (Qu’est-ce qu’on a fait au Bon Dieu?, 2014), Ellas saben lo que quieren (Sous les jupes des filles, 2014), El Capital Humano (Il Capitale Umano, 2013) y la presente Si Dios Quiere (Se Dio Vuole, 2015). A pesar de que todas se mofan de tópicos caros al progresismo del pequeño burgués (la apertura religiosa, el feminismo y el ascenso económico, respectivamente), la premisa de la primera -en términos concretos- constituye la base de este hilarante debut en la dirección del guionista Edoardo Maria Falcone, una película tan sencilla como perspicaz. La historia está centrada en Tommaso (Marco Giallini), un cirujano cardiovascular ateo y arrogante que considera que su esposa Carla (Laura Morante), su hija Bianca (Ilaria Spada) y el marido de esta última, Gianni (Edoardo Pesce), son unos tremendos tontos. Todas sus esperanzas están puestas en su único hijo varón, Andrea (Enrico Oetiker), un estudiante de medicina que un buen día sorprende al clan en su conjunto anunciando que ama a Jesús y que desea convertirse en sacerdote. La hipocresía entonces pasa a primer plano cuando Tommaso “se come” la bronca, decide apoyarlo de la boca hacia afuera e inmediatamente comienza a investigar los movimientos de Andrea, descubriendo que su elección está motivada por Don Pietro (Alessandro Gassman), un cura con un estilo descontracturado. A lo largo de su interesante ópera prima, Falcone juega con distintos subgéneros que hace girar alrededor de una versión bastante light de la enemistad entre la ciencia y la religión, siempre combinándola con clichés -muy bien administrados- de ese derrotero que nos lleva desde el prejuicio hacia la tolerancia para con el prójimo. La comedia de situaciones, la familiar, la de “pareja dispareja”, la romántica y hasta la profesional van desfilando una tras de otra, y lo curioso del film es que se luce en cada una, procurando en todo momento construir un retrato afable de personajes febriles e incoherentes, justo como somos los seres humanos. Finalmente, no podemos pasar por alto el prodigioso duelo actoral entre Giallini y Gassman, del que sale victorioso el primero a fuerza de su terquedad y contradicciones…
Una amable comedia italiana, con moraleja y todo. Entre un doctor insufrible y exitoso que cree que su hijo es gay y luego se entera que quiere ser cura, para su desesperación escéptica, y luego recibirá su lección. Amable.
Mi hijo no será doctor Si dios quiere -2015- juega con una premisa ya explorada desde el cine y mucho más en épocas donde las revelaciones sexuales parecen ser la comidilla de toda comedia que busca limar asperezas con la tolerancia y abrirse a discursos menos sectarios, capaces de aggiornarse a fuerza de ironía o sarcasmo a los tiempos, siempre en la búsqueda de una mixtura entre lo tradicional y lo no tradicional. Sin embargo, en el caso particular del debut cinematográfico del guionista Edoardo María Falcone la revelación llega cuando el hijo Andrea -Enrico Oetiker- elegido por la familia del doctor Tommaso -Marco Giallini- anuncia a todos que elige el camino del señor y no el de la medicina como estaba previsto por su padre, cirujano cardiovascular y ateo por convicción. La sorpresa mueve los cimientos del entorno familiar, primero con la hermana del muchacho, Bianca -Ilaria Spada-, su esposo medio sumiso, medio bobo, Giani –Edoardo Pesce- y su madre Carla -Laura Morante-. Todos experimentan, en cierta forma, la necesidad de la búsqueda a partir de la decisión de Andrea, aunque su padre sospecha que las malas influencias de su hijo lo han llevado a dar el paso en falso. En ese sentido la figura del sacerdote Pietro, poco ortodoxo y desacartonado en sus sermones, a cargo de Alessandro Gassman, moviliza al protagonista y también genera la necesidad de cambios en su propia rutina. La contraposición entre las convicciones racionales y la apertura a nuevos horizontes, desde el punto de vista espiritual, son el catalizador que hace explosiva la relación entre Pietro y Tommaso. Tal vez lo que pueda generar cierta insatisfacción en esta liviana comedia de medio pelo, proveniente de Italia, obedezca a la poca profundidad en la construcción de los personajes, atravesados por un rasgo de ingenuidad o infantilismo excesivo, que funciona para que emerja el humor, también liviano, claro está, y con fuertes dosis de humanismo. No hay matices o zonas oscuras para las intenciones de cada personaje, los motivos de sus conductas y contradicciones humanas son parte esencial de esa nobleza característica también de personajes estereotipados. Si bien el protagonista porta el rótulo de la no creencia, del discurso científico que no cree en milagros ni en la mano del todopoderoso en los actos de la vida cotidiana, parte de ese rasgo de su egoismo lo vuelve vulnerable y débil. Ese punto clave es lo que conduce al relato por el camino de la moraleja o de la comedia con mensaje mucho más acentuado hacia el final y en definitiva es el escollo que estanca la propuesta. Cabe destacar, no obstante, el interesante duelo actoral entre Marco Giallini y Alessandro Gassman, personajes opuestos que terminan aproximándose, porque los caminos del señor son insondables.
En el nombre del Padre La ópera prima de Edoardo Maria Falcone es una comedia italiana que contiene los ingredientes típicos del género, pero también esboza aspectos que dejarán pensando al público. Si Dios quiere (Se Dio vuole, 2015) es entretenida y efectiva. Tommaso (Marco Giallini) es un hombre bastante estructurado, además de un cardiocirujano exitoso y ateo. Todo en su vida parece transcurrir tranquilamente: está casado con Carla (Laura Morante) hace muchos años y tiene dos hijos que cumplen con sus expectativas. Pero lo que creía controlar se desmorona cuando Andrea (Enrico Oetiker) le comunica a la familia que dejará la carrera de medicina para dedicarse al sacerdocio. A partir de ese momento, Tomasso decide acercarse al Padre Pietro (Alessandro Gassman), la persona que supuestamente incentiva a su hijo para que siga sus pasos. Numerosos sucesos de enredos y mentiras conforman esta historia llevadera, que cumple con lo que plantea en su inicio y llega a sorprender un poco sobre el final. Aunque puede ser apresurado afirmarlo, lo cierto es que Falcone marca un primer paso prometedor con este film. El argumento es simple y no tiene demasiadas tramas, pero está bien contado. Marco Giallini y Alessandro Gassman muestran una química innegable que se disfruta a través de los diálogos y miradas. Porque el vínculo que construyeron en la ficción traspasa la pantalla. Hay decenas de películas que tienen como eje central el autodescubrimiento y la necesidad inherente del ser humano de saber cuál es su vocación. El film de Falcone roza esa temática y también plantea la disyuntiva sobre la existencia de Dios. Un dilema universal que quizás tenga su respuesta al salir del cine.
Disfrutable comedia al modo clásico italiano Sorprende gratamente "Si Dios quiere", comedia italiana de asunto inhabitual, hecha al modo clásico italiano por un autor nuevo que empezó ganando, llamado Edoardo M. Falcone. Personaje protagónico, un cardiocirujano seco, distante, pagado de sí mismo. El desdeña a sus asistentes y a su propia familia: esposa todavía bonita que se va secando, hija preciosa, haragana, de apariencia frívola, hijo delgadito y delicadito que estudia medicina, yerno cualunque dedicado al negocio inmobiliario, doméstica peruana. Siempre formal, el doctor observa y hace observar las reglas sociales. Hasta que el hijo anuncia que ha tomado una decisión contraria a sus deseos. Ahí es donde aparece el personaje antagónico: un cura canchero, afable, que sólo aplica su "deontología profesional", no pretende estar por encima de nadie y está de vuelta de muchas cosas (incluyendo la famosa cárcel de Rebibbia). Lo que sigue, entonces, es la pelea del tordo contra el cuervo, cada uno con sus armas y sus estrategias. Y es también la parte donde todos empiezan a cambiar. De eso se trata. No corresponde contar más. Sólo que Marco Giallini y Alessandro Gassman son buenos, que Laura Morante sigue hermosa e Ilaria Spada merece ser vista, lo demás no desmerece, el esquema y los diálogos son efectivos (Falcone y Marco Martani, el de "La mafia mata sólo en verano"), hay varios momentos de expectativa bien armada, buen humor, algo de emoción con fondo del napolitano Gigi D'Alessio cantando "Comme si fragile", y, para completarla, hay un final sencillito que deja pensando. De trasfondo, aparece también el enfrentamiento entre dos clases de fe: la religiosa y la laica. Pero no con la hondura dubitativa de "Por gracia recibida" o "La hora de la religión", sino al modo simple, feliz y malicioso de los cuentos de Don Camilo y Don Peppone. Se disfruta debidamente.
Cómo dejar contentos a Dios y al Diablo De haberse producido hace treinta o cuarenta años, no resulta difícil imaginar que la premisa de Si Dios quiere hubiera sido exactamente la inversa. Cambios sociales mediante, la presunción del Dr. Tommaso –un encumbrado cirujano cardiovascular–, de que su hijo es gay es impugnada por la inesperada, terrible confesión de que el deseo más profundo de su vástago es encerrarse en un monasterio para seguir la carrera eclesiástica. El peor de los mundos para un hombre de ciencia creído de sí mismo y ateo hasta el tuétano. La de Tommaso hubiera sido una criatura ideal para Nanni Moretti; de hecho, en el tono de voz, el rictus facial e incluso la manera de descargar verbalmente las tensiones, el actor Marco Giallini parece haber construido su personaje a la sombra de la usualmente mal temperada y cabrona persona cinematográfica del director de Caro diario.Poco salvaje a pesar de algunos deslices de incorrección política, demasiado naturalista para el desenfado de algunos conceptos de la trama, inevitablemente amable y bienintencionada, Si Dios quiere trabaja la idea del equívoco y la sustitución (o, más bien, la creación) de identidades. El Dottore baja de su pedestal aséptico, ajeno a los dolores ajenos –en particular los de los integrantes de su propia familia–, para adoptar el rol de un desempleado con tendencias suicidas. El plan: acorralar a ese sacerdote carismático y algo heterodoxo que “le lavó el cerebro” a su hijo, a quien supone un tránsfuga con un pasado y un presente más bien oscuros (Alessandro Gassman). En la pintura familiar y social, el realizador debutante Edoardo Maria Falcone logra sacar un puñado de sonrisas en base a algunos gags verbales que dan en el blanco (v.g.: la hermana del futuro clérigo se fatiga al llegar al tercer párrafo de los santos evangelios y se baja de Internet la famosa miniserie de Franco Zeffirelli como “lógico” sucedáneo).La construcción de todos los personajes secundarios y del propio Tomasso no logran ir más allá de la caricatura de dos o tres trazos; a pesar de ello, el film se deja ver hasta el tercer y último acto con cierta simpatía. Pero allí el relato pisa el acelerador del drama y los pequeños logros desbarrancan sin chance de salvación. La posibilidad del diálogo y la tolerancia entre la fe y el escepticismo, la espiritualidad y el materialismo, entre ciencia y religión –temas que la película introduce tempranamente– es resuelta en los últimos minutos con un par de planos que pretenden dejar contentos a Dios y al Diablo (suma crueldad de los guionistas –esos demiurgos– mediante). Esencialmente inofensiva, Si Dios quiere se ubica –precisamente por esa razón– a años luz de los mejores exponentes de la commedia all’italiana, más allá de que el afiche publicitario y la presencia de Gassman Jr. pretenda convencer al espectador de lo contrario.
Tommaso es un médico cardiólogo de gran renombre entre sus colegas, casado, padre de dos hijos, un hombre grande, de ideas y creencias fijas. Pero si hay algo en lo que Tommaso no cree es en Dios, en el “amigo imaginario de arriba” –como él mismo lo llama–. La vida de este respetable medico cambiará radicalmente cuando Andrea, su hijo mayor, le confiese su vocación: quiere ordenarse como sacerdote. M’hijo el dotor Si Dios Quiere es una comedia con tintes dramáticos, pero comedia por sobre todas las cosas, donde se nota al cien por ciento su estirpe italiana. Y el hecho de que la película proceda del país con forma de bota no es un mero dato al azar: la fotografía hace un uso precioso de las locaciones, convirtiendo a los suburbios, calles, paisajes rurales, y grandes edificios en protagonistas de la historia. Quien se encarga de ponerse la cinta al hombro y sacarla adelante es Marco Giallini (El Amigo de la Familia) quien interpreta al genial Tommaso, el respetable cardiólogo que tiene poco tacto para con sus empleados y no tiene problemas en decir las cosas sin filtro. Todo el elenco secundario acompaña de gran forma a Giallini, pero destaca sobre sus pares, la bella Laura Morante (La Habitación del Hijo) quien se mete en la piel de Carla, la esposa de Tommaso la cual siente que su vida no tiene sentido. A pesar de su corta duración (unos escasos 87 minutos), uno de los pilares de Si Dios Quiere es su ritmo vertiginoso, el cual compensa esos instantes en los que la trama cae en el dramatismo, y se percibe esa falta de comicidad de la cual peca por momentos la cinta, haciendo que, aunque al espectador no se le salgan los globos oculares de sus órbitas de la risa, el relato dinámico de la historia hace que uno se entretenga. La banda sonora, compuesta íntegramente por guitarras estridentes al más puro estilo rock and roll, y el montaje de la cinta que evoca a los videoclips de la vieja época, son un buen toque que le dio el director Edoardo Maria Falcone, siendo ésta cinta su opera prima. Los más puritas dirán que la cinta falla como comedia –lo cual es cierto–, y las escenas dramáticas no terminan de encajar bien. Todo esto, sumado al final abierto que tiene la historia, termina dejando un sabor de boca bastante extraño. Seguramente le hubiese sentado mejor una historia inclinada más por la comedia y haciendo énfasis en los momentos absurdos –los cuales son los mejores de la cinta–, brindando esas escenas tan propias de la comedia italiana. Conclusión Si Dios Quiere no es una propuesta que pasará a la historia, y falla como comedia al no ser tan graciosa como debiese. Lo cual no quita que brinde momentos hilarantes, y que los 87 minutos del metraje se pasen rápido. El punto fuerte es su ritmo presuroso, las buenas actuaciones y los hermosos paisajes de Italia. Recomendable para ver en casa, pasar un buen rato y a otra cosa mariposa.
Es una comedia divertida amena, bien a la italiana y para tomar un poco de aire fresco que sirve a veces para calmar algunas pálidas de la vida. Infaltable los vínculos familiares, una hija Bianca (Ilaria Spada) y el yerno Gianni (Edoardo Pesce), las esperanzas están puesta en el hijo varón Andrea y los castillos se derrumban. Una compañera de trabajo enfermera Rosa (Giuseppina Cervizi). Buenos diálogos sobre ciencia-religión y el egoísmo, entre otros temas. Un jugoso duelo actoral entre Giallini (Por otros trabajos ha ganado 5 Premios y 8 nominaciones) y Alessandro Gassman (“Transportador 2”. Actor y director italiano. Es hijo de Vittorio Gassman). Entretenida, con enredos a la italiana, está presente la hipocresía y contiene una fuerte crítica a la sociedad y acompaña bien la música de Carlo Virzì (“El capital humano”).
Una experiencia religiosa La ópera prima del italiano Edoardo Falcone divierte y al mismo tiempo logra incomodar con inteligencia al espectador. El cine italiano a veces sorprende positivamente cuando se conecta con lo poco rescatable de su tradición. Son escasos los nombres que vale la pena citar a la hora de hablar de comedias italianas importantes. Muy cerca de Nanni Moretti, aunque con un punto de vista menos hipócrita, la ópera prima de Edoardo Falcone, Si Dios quiere, es una comedia burguesa que se ubica en la línea fundada por los padres de la comedia a la italiana: Ugo Tognazzi, Nino Manfredi, Alberto Sordi, Marcello Mastroianni y, fundamentalmente, Vittorio Gassman. Tommaso (Marco Giallini) es un médico cirujano, cardiólogo, que se siente superior a sus pares, aunque es un hombre comprensible, tranquilo, con la parsimonia y la soberbia de los que saben. Tiene una buena posición social, una mujer hermosa, una hija tan bella como su esposa, un hijo educado y estudioso y un yerno piola. Todo parece tranquilo, hasta que se empiezan a ver las aristas, las amarguras, las disconformidades, los sueños postergados, las frustraciones. Y la situación se torna más tensa cuando la sospecha de que Andrea (Enrico Oetiker) es gay se acrecienta hasta hacerse casi evidente. Un día Andrea reúne a todos para hacerles una importante confesión. Tomasso y su mujer piensan que llegó la hora de la revelación tan esperada. Pero habrá una sorpresa para todos, lo que el joven quiere decirles es que decidió hacerse cura. Hasta aquí parece una puesta en ridículo de las aflicciones de la clase social a la que pertenecen. Y de algún modo lo es. Pero Falcone hace eso y va más allá: le suma un conservadurismo y una incorrección política que pueden llegar a inquietar a las mentes más progresistas de la sala. Tommaso es un ateo convencido cuyos principios pronto sucumbirán ante el carisma el padre Pietro (Alessandro Gassman), el supuesto responsable de lavarle la cabeza a su hijo para que abandone la carrera de medicina y se dedique al sacerdocio. A partir de ahí, Tommaso tratará de desenmascarar a Don Pietro, ya que está convencido de que es un farsante. Su pasado de estudiante comprometido con causas socialmente nobles, su profesión de médico y su educación universitaria no le permiten creer en Dios, y menos en la iglesia católica, la institución más oscurantista según sus palabras. Pero sin darse cuenta, empieza una lenta conversión al catolicismo, primero se hace amigo del padre y después empieza a ver las cosas y el mundo de una manera distinta. La película es buena porque tiene una sutil predisposición para molestar al espectador progre, al que se escandaliza con temas como la homofobia, el machismo, el anacronismo de los profesionales de medio pelo de la clase media adinerada. Y lo hace con un tono de comedia clásica, casi absurda, con una puesta en escena acorde a ese tono, y con un timing envidiable, que entretiene y que permite que se disfrute. Los personajes secundarios están bien demarcados y aportan la dosis justa de humor. En Si Dios quiere no sólo terminan convencidos los personajes sino también los espectadores. Deja a un lado el cinismo intelectual y su exhibicionismo para dar paso a una conversión sincera.
Por suerte en el primer estreno de origen italiano del año hay algunos argumentos que ayudan a creer en un repunte, al menos desde lo individual, en las ideas y formas de realización de una industria que en su estructura comercial se parece cada vez más a la televisión, y no sólo por cuestiones de financiación, sino también por contenido y ritmo narrativo. Bastante banal empieza todo en “Si Dios quiere”, como para instalar una molesta señal de alerta en la inteligencia, aunque luego veremos que no todo es lo que parece. Tomasso (Marco Giallini) es un prestigioso cardiólogo, pero con los suficientes aires de diva como para convertirlo en un tipo insoportablemente cínico, misógino y hasta arisco si se quiere. Como esposo de Carla (Laura Morante) tampoco da muestras de tolerancia, y como padre anda atado a los mandatos de macho alfa porque no espera otra cosa de su hijo Andrea (Enrico Oetiker) que una brillante carrera en medicina. A su hija no se la banca, y mucho menos a su yerno. Si. Estamos frente a un personaje bien presentado para quién intuimos le espera una gran lección. “¡Sonamos!”, pensamos desde la butaca. Pero donde reinan los preconceptos siempre hay lugar para un camino lateral. Tomasso pide una reunión familiar para advertir que Andrea quiere hacer un anuncio importante, y que tal anuncio tiene que ver con su inclinación homosexual, pero la sorpresa es mayúscula porque el joven da cuenta del llamado divino y de su deseo de encomendar su vida a Dios en formato de sacerdocio. El andamio paterno se cae a pedazos y allí es donde comienza verdaderamente esta comedia muy amiga de las concesiones, para poder entregar el humor que se espera. El padre decide investigar al predicador (Alessandro Gassman) que “le metió estas ideas en la cabeza”, provocando toda clase de situaciones insólitas. Está claro que el director Edoardo María Falcone decide hablarle al espectador sobre el desmoronamiento de las estructuras que provocan una dependencia emocional, pese a mantener en forma constante el registro cómico. En la actuación de Marco Giallini encontramos bastante de la vieja escuela tana de actuación, la que economizando recursos y gestos ampulosos logra una risa natural y de empatía automática con el protagonista. En éste trabajo de composición (un ejemplo de cómo sostener un personaje) y el resto del elenco que acompaña ofreciendo el registro opuesto como contraste (Laura Morante como la esposa o un muy preciso y gracioso Carlo Luca de Ruggieri como un curioso detective de pocas luces) está la clave para apreciar una historia que por básica no deja de tener buenos momentos y algunas pinceladas de la vieja comedia a la italiana. “Si Dios quiere” probablemente no tenga las características de clásico, pese a haber ganado el David de Donatello a la mejor opera prima el año pasado, pero si para pasar un rato entretenido y reírse de lo ridículo que puede verse cualquier fanático del “deber ser”.
De una expresión que tan a menudo se utiliza para reflexionar sobre algunos hechos de la vida, el director y guionista Edoardo María Falcone pensó la historia de su ópera prima "Si Dios quiere" (Italia, 2015), una entretenida comedia de confusiones que se presenta como un fresco de la vida actual, en el que un cascarrabias cardiólogo debe enfrentar algunas situaciones inesperadas para poder seguir adelante con su vida en familia y también con los nuevos preceptos que asumirá desde una experiencia transformadora. Ese profesional es Tomasso (Marco Giallini) un estructurado y testarudo doctor que vive con su mujer Carla (Laura Morante) y su hijo Andrea (Enrico Oetiker) y despotrica diariamente contra todos. Al lado de ellos, en otro departamento, se encuentra su hija Bianca (Ilaria Spada), una frívola joven que con su marido (Edoardo Pesce) no piensan en otra cosa más que en dinero y viajes exótico. En tediosas reuniones y cenas nocturnas cada uno de ellos intentará actuar con el otro, pero el ostracismo en el que Tomasso impregna cada encuentro siempre terminará en alguna discusión por los temas menos trascendentales. Pero un día esa rutina de trabajo en el hospital, renegar con los empleados y luego discutir hasta el hartazgo en su casa sin siquiera prestar atención a los demás, y a aquello que realmente les está pasando a cada uno, cambiará, porque Andrea (Oetiker), el menor de sus hijos tiene una revelación para hacerle. A partir de allí la película, que se esfuerza por generar una narración dinámica y fluída, y lo logra, virará de una estructura simple hacia un lugar de búsqueda ontológica de referencias religiosas en las que quizás pueda encontrar una salida hacia la situación, sin dejar de lado la confusión como motor de esta comedia de enredos. Si el hijo cree haber encontrado en un cura "moderno" y aggiornado a los tiempos de whatsapp y spotify, Tomasso intentará junto con una serie de aliados (entre los que se encuentra su cuñado) desenmascarar el verdadero sentido y fin de Don Pietro (Alessandro Gassman), a quien cree el culpable de la decisión de su hijo de hacerse cura. Para lograr esto, deberá fingir una nueva identidad, sin saber que en realidad en ese acercamiento a la religión encontrará un nuevo sentido para su vida y así poder relacionarse con su familia desde un lugar diferente y mucho más afectivo y de acompañamiento. "Si Dios quiere" es una agradable sorpresa en la cartelera, principalmente por el nivel de interpretación de sus protagonistas (Giliiani, Gassman, Morante, etc.) y por un guión que busca todo el tiempo encontrar la empatía hacia Tomasso, alguien que desde un primer acercamiento podría generar rechazo. La habilidad además de Falcone, es la de poder aprovechar la clásica estructura de la comedia italiana y sumarle el slaptick y el punchline como hilo narrativo. En un momento de la película el protagonista dice luego de una operación exitosa que realiza "los milagros no existen, soy yo que lo he hecho bien", y luego del largo proceso de transformación termina dándose cuenta que nada de lo que hacía estaba bien y mucho menos su manera de relacionarse con el mundo. Entretenida y efectiva.
Creer o no creer, ¿esa es la cuestión? El amigo Mex Faliero en su crítica de la brillante La habitación establecía al film como “una narración claramente dividida en dos partes que se distancian a la vez que se retroalimentan, que es casi un milagro que el film haya salido tan bien”. En el caso que tratamos aquí, la cinta italiana Si Dios quiere, lo que ocurre aquí (vaya paradoja) es que destruye todo lo bueno que había logrado en una primera parte con una segunda mitad sensiblera, trillada y completamente olvidable. El film cuenta la historia de Tommaso, un cardiólogo de fama y hombre de firmes creencias, ateo y liberal. Está casado con Carla, ama de casa y madre de dos hijos. Uno de ellos, Andrea, prometedor estudiante de medicina, revoluciona a la familia con su noticia: quiere hacerse cura. A partir de allí, nada será igual. Con esta premisa, del hijo que busca un destino completamente opuesto a lo que desea su padre, la cinta comienza a desarrollarse de manera perfecta, con humor inteligentemente irónico y preciso; con la pasión propia de la cultura italiana pero sin la locura y vehemencia clásica de su cine, sino más acotada, estudiada y tiempista. Durante este tramo se ve lo mejor: junto a la perfección en la comedia se suman la acertada utilización de referencias fílmicas, los planos acertados y la música correcta. Todo funciona de maravilla. Pero a partir de la aparición del Padre Pietro (una especie de Papa Francisco pero con 40 años menos y facha), todo comienza a desbarrancarse, ya que el film comienza a tomar un tono melodramático y sensiblero. Las cuestiones que antes eran tratadas con ironía y humor se pasan a tomar con seriedad y adultez como en una tragedia griega. Es decir, de lo que se reía en un principio ahora se lo toma en serio. Y concluye con la moraleja simplista e insípida que nos lleva a pensar qué demonios se quiso decir con todo esto. ¿Sos crítico, sos ateo, sos cristiano o qué sos? Obviamente no es que la culpa sea del cristianismo o de la aparición del cura en el film (se aclara esto porque con Francisco está todo bien, ya que es de San Lorenzo, como quien escribe) sino de la contradicción de la narración, que primero se da el lujo de ironizar y luego suscribe y remarca aquello que criticó con inteligencia. En resumen, Si Dios quiere es una película que parecía ser una atractiva vuelta de tuerca a la comedia italiana termina cayendo en lo sensiblero, que no emociona y que, tal vez, le falta el respeto a quienes profesan su creencia con honestidad, ya sea en Dios o en nadie.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
Tommaso es un reconocido cardiólogo italiano. Su esposa abandonó su vida real para dedicarse a ser la señora de la casa volcada al aburrimiento y el vino. Su hija, chica hueca y con pocos méritos, vive puerta por medio con un esposo un poco igual a ella. Andrea, su hermano, que deberá seguir los pasos de su padre, decide inesperadamente aferrarse a la vida sacerdotal. Esta noticia, que golpea como un baldazo de cemento en la cabeza de su padre, será la pista que tendrá Tommaso para develar qué esconde el Padre Don Pietro, lavador de cerebros. Si Dios Quiere (Se Dio Vuole), presenta en muy pocas escenas al grupo familiar como los máximos representantes de cada estereotipo de la clase alta romana y un ejemplo de sacerdote fuera de los estándares establecidos. En esta comedia italiana se encuentran en veradas enfrentadas la fe más auténtica contra la razón más estoica. Bajo una mentira, Tommaso empieza a frecuentar al Don Pietro pero pronto descubrirá la verdadera razón de ser Edoardo María Falcone centraliza la película en las relaciones sociales y culturales a través de dos miradas opuestas pero lejos de la palabra religiosa. Si Dios Quiere, no es una película de sotanas y anti-cristos, sino uno representación real de lo que uno es verdaderamente.