Noche desesperada La película de Sean Baker (responsable de Starlet), se mete en el “lado B” de la Ciudad de Los Ángeles, a partir de la historia de una travesti a la que su mejor amiga le revela la infidelidad de su novio. Con Starlet (2012), Sean Baker entregó un producto indie no exento de encanto. Sí, es cierto que la historia tenía mucho de convencional; la fórmula de personajes antagónicos de por sí lo es. Pero más allá de eso, el encuentro entre una anciana amargada y una joven y vivaz actriz porno dio en la película mucha tela para cortar. Tangerine es menos “clásica” y más caótica, y su espíritu de independencia va por otro lado. Concentrada en poco más de un día y filmada con un iPhone, Tangerine nos sumerge en el sub-mundo de un grupo de travestis que sale a hacer la calle en Los Ángeles. Hay competencia, claro, pero también hay amistad. Tal vez ese es el sentimiento que impulsa a la amiga de Sindee a contarle que durante su ausencia en la cárcel su novio le fue infiel. Enardecida, como era de esperarse, sale a la búsqueda de lo que para ella es doblemente humillante; se trata de una mujer y, encima, ¡blanca! Baker se propone, por un lado, retratar este espacio y a cruzar personajes (hay también un taxista que la pasa bastante mal y que busca placer en alguna de las prostitutas colegas de Sindee); por otra parte, trabaja sobre la jerga de los personajes y el humor verbal que producen. La textura que proporcionó la cámara empleada va a tono con el caos propio de la historia, en la que hay gritos, muchas corridas, y algunas escenas que dejan entrever un estado de angustia debajo de tanto desparpajo (el número musical de la amiga de Sindee es posiblemente el más cabal ejemplo). Tangerine no es una película redonda. Por momentos se torna predecible y, superada la media hora, el encanto inicial por descubrir una ciudad lejos de la postal se diluye. Por fortuna, para entonces el drama toma mayor espesor. Con el fin de la noche se impone la melancolía y Baker deja en claro que podemos reírnos con los personajes pero no de ellos. Una rareza para la Competencia Internacional del 30 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata; lugar que generó demasiadas expectativas para este relato pequeño pero con recursos bien utilizados.
MERRY CHRISTMAS, BITCH! “Tangerine” es una película navideña… diferente. Una comedia con mucho corazón sobre las aventuras y desventuras de dos prostitutas transexuales, que caminan Los Ángeles en la víspera de Navidad en busca de un proxeneta que probablemente engañó -y con una blanca que nació mujer- a una de ellas. La película del director Sean Baker, recibió mucha atención por haber sido filmada con Iphones, pero en realidad ese gimmick se olvida rápidamente al ver el film. Mientras Sin-Dee (Kitana Kiki Rodríguez) y Alexandra (Mya Taylor) realizan un trabajo detectivesco de altísimo perfil, una subtrama aparece, se trata de Razmik (Karren Karagulian) que conduce su taxi alrededor de las secciones más sórdidas de L.A. donde la acción trans tiene lugar. Rodriguez y Taylor sobresalen en sus papeles. Sus interpretaciones se sienten reales y tienen esa chispa que las convierte en únicas. Un brillo contagioso pero que nunca nos deja olvidar los desafíos que una vida asi conlleva. Es ahí donde se ve el talento de Baker -que co-escribió el film- al presentar esta identidad sexual como algo dado. No hay que explicarlo, ni justificar nada, es como es. Inmediata, más cerca del primer Godard que de fairy tales como “Pretty Woman”, “Tangerine” es una película que pone en primer plano la jerga de ese sub-mundo y el encanto de sus protagonistas, permitiendo reír con ellos y no de ellos. Cuando el dia se termina, en la escena de la canción que interpreta Alexandra, el drama melancólico se apodera de la historia, y los explosivos verbales dan paso a la angustia que corre por debajo. Ya es demasiado tarde y fue un dia muy largo.
Allá por enero de este año, Sean Baker sorprendía a todos los espectadores del Sundance Festival con una película filmada íntegramente con un IPhone 5s, lo cual ya era motivo de alerta para quienes amamos el cine mumblecore (bajo presupuesto). Hace unas semanas, el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata también se dio el lujo de proyectarla, esta vez con localidades agotadas. Algo se debe traer esta película, no solamente el hecho de ser innovadora por la precariedad de su rodaje. Lo cierto es que Tangerine representa una bolsa llena de conceptos polémicos, la cual la convierte en uno de los films más interesantes de lo que va del 2015. Tangerine relata la historia de dos prostitutas transexuales californianas, Sin-Dee y Alexandra; la primera de ellas, con una condena recientemente cumplida, disfruta de su libertad, pero al encontrarse con su amiga, Alexandra, se entera que su novio y proxeneta, Chester, la engañó con otra de sus chicas mientras ella pasaba los meses tras las rejas. A partir de ese momento, el resto del relato girará en torno a la búsqueda, por parte de Sin-Dee, de la prostituta con la cual su novio pasaba el rato en su ausencia. Paralelamente, nos presentan también la historia de Raznik, un taxista armenio que frecuenta este hábito de las calles y admirador de Sin-Dee. Lo primero que hay que destacar de este film es, sin dudas, el guion. Tal vez la técnica no se la mejor implementada, y hayan baches que sea dignos de una crítica, pero el empeño que Baker puso en este proyecto es más que suficiente para contrarrestarla. Uno de los primeros pilares fuertes que presenta esta historia es la crítica social que realiza a la sociedad, californiana en este caso, apuntada hacia la discriminación que los transexuales sufren en las calles. Las dos actrices principales, Kitana Rodriguez y Mya Taylor, son trans además de artistas, es decir no se trató de una interpretación por parte de un actor al estilo Eddie Redmayne, sin desmerecer al aclamado actor inglés, claramente. La puesta en escena de dos trans en el papel de dos trans le da una cuota de credibilidad y naturaleza al relato, la química que ambas tienen durante el film es algo sorprendente. Por otra parte, esta película es también, en cierto sentido, un llamado al animarse a hacer cine a los jóvenes indecisos, el IPhone 5s no es ni el mejor ni el peor modelo de Apple, sin embargo se logró un material más que aceptable cuando uno se propone llevar a cabo una idea. Habría que ser demasiado meticuloso para tener que hondear en este aspecto cuando el resto de la presentación resulta impecable, mismo sucede con la historia, es una trama divertida, 88 minutos de un ida y vuelta constante por las calles de California junto a estas dos actrices que, sin dudas, se llevan todos los vistos buenos desde la puesta en escena.
30° MDQ Film Fest: “Tangerine” de Sean Baker Una película que retrata un día (desde la mañana a la noche) en toda su extensión y que está filmada solamente con cámaras de iPhone no puede ser nada tradicional, eso lo tenemos claro. “Tangerine” sigue la historia de Sin-Dee, una prostituta transexual que acaba de salir de la cárcel tras sólo un mes. Cuando se encuentra con su amiga Alexandra, se entera que su ¿novio? ¿proxeneta? la estaba engañando con otra. Así comienza una carrera frenética por la zona para averiguar quién es para luego molerla a palos. Por otro lado, seguimos a Razmik, un taxista armenio que trabaja en la misma zona de Los Ángeles donde la droga y la prostitución son moneda corriente. Un hombre que ha aprendido a lidiar con llevar borrachos, delincuentes y drogadictos; y quien a pesar de tener una familia muy tradicional, también gusta de las prostitutas trans. Estas dos historias, aparentemente separadas en la misma zona, no harán más que entrecruzarse en forma cada vez más cercana hasta lograr una ebullición. La puesta en escena no es demasiado cuidada, pero esa es la idea ¿verdad? Cámara en mano, pero con buen ritmo. A veces reconocemos los filtros de iPhone con colores saturados, planos quemados, planos de figuras irreconocibles a contraluz. La película conforma una cinematografía donde todo se ve algo sucio y aun así bello. El guión, por otro lado, es bastante simple. Dos historias lineales que a veces se entrelazan, y siguen a sus protagonistas por menos de 24 horas. Por lo demás, muestra un mundo crudo y extremadamente cruel de estigma y discriminación, además de verdadero peligro. Muestra el lado humano, con todo y tabú: todos tienen sus sentimientos y miedos. Pero no recurre a los golpes bajos ni a la lástima. Tiene momentos de comedia, momentos violentos y emotivos. Incluso podemos sentirnos identificados con estos personajes que en apariencia son tan diferentes a nosotros. Una película que tiene poco de tradicional y nos recordará que a lo trágico le encantan los momentos de comedia y violencia. Además, es interesante que recurra a actrices trans en lugar de sólo tomar un actor masculino y vestirlo de mujer. De este modo, se siente más auténtico. Aunque sigue siendo una ficción, tiene aires de documental. De hecho la protagonista también trabajó en esa zona como voluntaria en prevención del VIH. Una comedia dramática de estética inusual, guión sencillo, y un ritmo crudo y vertiginoso. Ideal para sacarse varios prejuicios de encima.
Uno podría pensar que el “chiste” de que TANGERINE esté filmada con un iPhone 5 es solo un truco de marketing, un tema menor que no afecta en nada a la forma de la película, pero estaría equivocado. Acaso lo mejor, lo más original, interesante y verdaderamente radical de esta película de Sean Baker (STARLET) esté en haber descubierto o comprobado no solo que con un iPhone se puede grabar una película con una calidad técnica más que digna (y muy barata) sino que la imagen que ese smartphone genera tiene unas cualidades específicas que la hacen muy atractiva, una especie de hiperrealismo saturado que no se parece al fílmico (algo del look se nota en el poster, aquí al lado), pero tampoco al video digital al que estamos acostumbrados. Es otra cosa: un poco Polaroid, muy expresionista para ser real, muy real para ser excesivamente manipulada. Es como ver una versión un poco saturada del mundo. En ese sentido es ideal para mostrar las vidas de dos personas que son más coloridas, más excesivas, más intensas que el común de la gente. Se trata de dos amigas transexuales, una de las cuales acaba de salir tras un mes en la cárcel y se entera que su novio/chulo/pimp la estuvo engañando con un “fish” (sí, así le dicen a las chicas, “pescados”) y se dedica a pasar el día buscándola a ella y a él para confrontarlos. Alexandra (Mya Taylor) y Sin-Dee (Kitana Kiki Rodríguez) son las amigas en cuestión: una de ellas negra y un tanto más tranquila y hasta romántica, la otra una latina enérgica y disparada que no para de hablar un segundo. Agrego: es 24 de diciembre, vísperas de Navidad. Paralelamente un taxista de origen armenio recorre la ciudad –está filmada en los barrios de Los Angeles menos atractivos, allí donde termina Hollywood y se inicia una serie de avenidas impersonales y bastante feas– llevando gente un tanto impresentable, pero obsesionado también por encontrar a Sin-Dee, de la que parece enamorado. Al hombre lo veremos con su familia, un combo de suegra, mujer, hija y parientes armenios que parecen sacados de un sitcom bizarro. El universo que muestra Baker en TANGERINE es interesante, en especial por la manera en la que lo filma, jamás buscando el shock o mostrar la perversión de un submundo potencialmente denso: la prostitución callejera en Los Angeles, tanto de mujeres como de travestis y trans. Pero su centro está en la relación entre las dos amigas, en lo que termina siendo lo mejor que tiene la película narrativamente, esa suerte de canto a la amistad entre dos marginales de la Costa Oeste, versión sexualmente más avanzada y geográficamente opuesta de la vieja PERDIDOS EN LA NOCHE. Para llegar a eso, Baker toma algunos caminos interesantes junto a otros callejones muertos. Casi toda la historia de la familia armenia resulta demasiado ampulosa, casi una comedia costumbrista argentina, mientras que cuando se mantiene en Alex las cosas mejoran. Es la más creíble, querible y emocionalmente compleja de las protagonistas (la escena en la que canta es la mejor del filme), ya que la sacada Sin-Dee por momentos puede resultar un tanto irritante, especialmente una vez que encuentra a su “pescado” en cuestión y decide arrastrarla por la ciudad –literalmente– para confrontarla con su chico. Lo mejor de TANGERINE es cuando las amigas se hacen firmes en ese muro de amistad que las defiende del mundo –el final es excepcional y “navideño” en el mejor sentido– y la manera en que Baker filma esos lugares de Los Angeles que son los que habitualmente no vemos: avenidas desangeladas, puestos de “donas”, hoteluchos de mala muerte, subtes y veredas sucias. No es noir lo suyo, no busca el romanticismo de esas zonas oscuras y tampoco coquetea con el trash a lo Bukowski: no es una zona de reviente (al menos no se la muestra así), es una de supervivencia. Y en ese sentido, la relación entre ambas chicas es el corazón de la historia, más allá de algunos pasajes narrativos que se pierdan en tangentes inútiles. Vuelvo, para cerrar, a lo del iPhone: si hay algo que me queda de TANGERINE no es su corrección política o de género ni, necesariamente, sus personajes (que son valiosos, pero nada que no hayamos visto antes) sino esa visión de Los Angeles grabada en un teléfono con un soundtrack urbano y por momentos furioso que me hace acordar por momentos al cine de Harmony Korine y, en otros, a esa misma ciudad vista por Michael Mann en COLATERAL. Si hoy el digital ya se fusionó con lo que nuestros ojos distinguían como fílmico mediante lentes y adelantos técnicos, el smartphone logra algo diferente, no del todo procesado por nuestro cerebro. Ni mejor, ni peor, solo otra forma de registrar el mundo…
Una joya del cine independiente que no te podés perder. Las actuaciones son una maravilla y la filmación realizada a través de un teléfono móvil le otorga a cada escena un realismo aún mayor, pareciéndose más a una...
Two broke girls. Desde que el cineasta Sean Beaker despegara dentro del circuito independiente a principios de la década pasada, sus proyectos comenzaron a determinar cierta tendencia en los festivales abocados al género indie, resonando en diferentes sectores de la industria e incluso llamando la atención de varios productores. Los últimos en interesarse por trabajar con Baker fueron los sobrevalorados hermanos Duplass, quienes aceptaron financiarle Tangerine (2015), una comedia de diálogos espontáneos que bombardea al espectador con planos y ritmos musicales, mientras dos amigas travestis recorren las desoladas calles de Los Angeles durante la víspera navideña. A diferencia de su carácter melodramático, esta vez Beaker apuesta por una historia que esquiva las convenciones y fortalece al género. Después de la aclamada Starlet (2012), donde espiaba una relación de amistad entre una anciana antipática y una joven actriz porno, Baker se sumerge en una cinta que fusiona humor y dramatismo, desplegados dentro de un ámbito urbano que se alimenta de variantes culturales para finalmente alcanzar un realismo artístico certero. Partiendo de un diálogo entre dos prostitutas transgénero (una de ellas se entera que mientras estuvo presa su pareja le fue infiel con una mujer), Baker abre un abanico de recursos narrativos y técnicos para diseñar un producto atípico en la escena, recreando locaciones verídicas (el ingreso brutal a un prostíbulo clandestino ubicado en los interiores de un hotel es de lo mejor) y respetando una impronta callejera (personajes desamparados de todo espacio y en constante movimiento). Nuestras protagonistas Sin-Dee Rella y Alexandra son interpretadas por Kitana Kiki Rodriguez y Mya Taylor respectivamente, quienes alguna vez fueron verdaderas trabajadoras sexuales, y que en esta oportunidad sorprenden como toda una revelación, tanto desde la comicidad presente en sus diálogos como en la cuota dramática del desenlace. Sin-Dee acaba de salir de la cárcel y descubre que su novio Chester, un proxeneta y narcotraficante, le estuvo siendo infiel con una mujer. Sin-Dee atravesará la ciudad para encontrar a la amante de Chester y desquitarse. Paralelamente, el relato acompaña a Alexandra en su intento por presentarse como cantante en un bar, y a Razmik, un taxista armenio con familia que sale en busca de Sin-Dee durante Nochebuena. La película está totalmente filmada con teléfonos iPhone (aunque en postproducción fue retocada), y durante la primera mitad Baker dispara una música acelerada y potente, a tono con el ritmo salvaje del desarrollo, logrando una tonalidad entretenida para condimentar la estructura. Sin embargo durante la segunda instancia, el director de Starlet apuesta por concentrarse exclusivamente en la introspección de sus personajes (sorprenden las personificaciones de todo el elenco, en su mayoría compuesto por actores no profesionales). De esta manera, Tangerine se presenta como una comedia colorida y al mismo tiempo sincera, respecto a la soledad y las miserias que arrastran los marginados del “american way of life”.
Pocas cosas tan estadounidenses como las películas navideñas. Es el género elegido para enumerar todos los valores que mitifican un ideal sociológico. El núcleo sacrosanto es la familia, base angular del civismo y unidad espiritual del país. La nación no es otra cosa en ese imaginario que la reunión de muchas familias que la constituyen, un ejército de apellidos diversos reunidos en comunión que hallan en un territorio reconocible, una lengua evidente y una fe imprecisa pero sentida el talismán que consigue asociar lo múltiple con lo uno. En la mesa navideña, los estadounidenses no solamente conmemoran literal o simbólicamente el nacimiento del hijo de Dios sino también el evento trascendente por el cual los hijos de la democracia están juntos en un plano trascendental. He aquí el secreto de su obsesiva representación: la Navidad es un argumento amablemente vertical que refuerza la amalgama de un colectivo pletórico de diferencias. Decididamente, Tangerine es una película navideña, aunque diste de ser un típico representante del género y una ocasión entre otras para invocar al representante terrenal del Altísimo. Más bien se trata de una anomalía del género, lo que no significa que un misterioso espíritu cristiano de hermandad esté presente de inicio a fin. El amor por las criaturas del relato es manifiesto, evidencia que no desestimará ni el escándalo ni la ofensa del creyente conservador. Excepto que entre sus pasajes bíblicos favoritos estén los aludidos a la dignidad de los pecadores, el cuento navideño de Sean Baker le parecerá al feligrés dominical un guión escrito por el demonio. Las vísperas navideñas de los travestis no suelen ser la materia central de las películas características del mes de diciembre. La primera escena introduce a los dos personajes principales como también el conflicto central que pondrá en movimiento el relato de Tangerine. Sin Dee Rella y Alexandra, dos travestis que trabajan en las calles de Los Ángeles, mantienen una conversación sobre cuestiones amorosas. Más allá de que trabajen en la calle, eso no deshabilita que deseen la correspondencia afectiva de una persona. En este caso, Sin Dee Rella se ha enamorado del proxeneta que administra la clientela de varias de sus colegas, un tal Chester. Aparentemente, el joven cafishio le ha prometido casarse, pero un comentario involuntario de Alexandra pondrá en duda esa promesa. De allí en más, Sin Dee Rella buscará desesperadamente a Chester, a quien se lo vio con una prostituta ortodoxa de su flota, de lo que se predica un ritmo vertiginoso con el que Baker retrata por un lado uno de los distritos rojos más proletarios de Los Ángeles y al mismo tiempo avanza dramáticamente con su cuento navideño, introduciendo alguna que otra subtrama: la vocación musical de Alexandra y la sexualidad secreta de un taxista armenio, que está casado y es padre de familia, y cuyo máximo placer erótico pasa por ejercitar activamente el sexo oral con las chicas que tienen una sorpresa anatómica entre las piernas. Así descripta, Tangerine parece una de esas películas del cine independiente estadounidense que se regocija en presuntas perversiones inconfesables aproximándose a ciertas exigencias heterodoxas del deseo y su representación en clave de sordidez. El sexo en las calles y algunas prácticas de erotismo colectivo asoman en el relato, pero la lucidez implícita en la manera de representarlo estriba en rehusar a subordinar la ética a los hechos sexuales. Nada más lejos del filme de Baker que el moralismo puritano, como asimismo su lógica inversión, el desenfrenado hedonismo decadente de los indie. La amabilidad que rige la mayoría de los vínculos entre los personajes es asombrosa y peculiar; Tangerine es anímicamente brillante como los colores resplandecientes que la conforman. Los amarillos y anaranjados que prevalecen en la naturaleza cromática de lo visible, sumado a la textura nítida y digital del registro, dan como resultado un filme que tiene vida. En el cine independiente estadounidense, Tangerine es una transgresión debido a su humanismo luminoso. Como se sabe, Tangerine fue rodada con un IPhone 5s, aventura estética y técnica que demuestra que el mero y somero avance tecnológico no es suficiente para hacer una película. Es cierto que cualquiera puede grabar con su teléfono inteligente, pero no todos saben filmar. El filme de Baker no encuentra solamente su dinámica en un montaje concebido en la obtención de un ritmo fílmico en el que se trabaja tenazmente sobre los cruces dramáticos del relato y el suspenso ocasional del que dispone la trama. Hay también un permanente esfuerzo por preguntarse acerca del dispositivo de registro y sus posibilidades de captura. Algunos planos enrarecidos son elocuentes, no menos que la ostensible búsqueda por trabajar en ciertos momentos sobre la profundidad de campo. Baker se apropia como cineasta de una máquina de registro al alcance de muchos (o algunos) que pueden o no desconocer una modalidad de relación entre una cámara y lo que está enfrente de ella. Un cineasta es aquel que sabe establecer una relación estética en esa distancia e imponerle a la inmediatez de la tecnología su propio entendimiento cinematográfico. Todo su filme es una prueba. Tangerine es materialmente un filme de este siglo. Pero Baker no es un cineasta advenedizo y amnésico, y es por eso que reconoce que antes de él existió una tradición cinematográfica que lo ha constituido. Quizás por eso eligió un género clásico para trabajar sobre él bajo una forma innovadora e inimaginable décadas atrás. El resultado es magnífico.
Las calles de Santa Mónica se convierten en el escenario ideal para que el realizador Sean Baker nos traiga “Tangerine” (USA, 2015) una película que bucea en los vínculos humanos para reflejar la soledad de seres perdidos en la sordidez y los vicios, pero que aún aspiran y anhelan a tener un golpe de suerte que modifique su realidad. “Tangerine” comienza con la salida de Sin-Dee Rella (Kitana Kiki Rodriguez) de la cárcel y su encuentro con Alexandra (Mya Taylor), quienes rápidamente van a un restaurant y entre anécdotas se revela que Chester (James Ransone), el novio de Sin-Dee, aparentemente está con otra mujer. Tras enterarse de esto, Sin-Dee Rella, desesperada, deambulará por Santa Mónica hasta dar con la mujer y también tratará de encontrar a Chester para escupirle en la cara todo lo que piensa sobre él, más aún por traicionarla mientras se encontraba en la cárcel. Baker espia a las mujeres, que, desesperadas comenzarán un raid en el que, la venganza, es tan solo la excusa para poder mostrar una ciudad de noche y de manera diferente en la que los vicios, el sexo casual, la promiscuidad y la exageración, forman parte del panorama habitual en el que estas mujeres viven. No importa ya si las protagonistas son mujeres biológicas o si sus cuerpos, exuberantes, exagerados, modificados, están bien o mal, al contrario, al poner el foco el guión en el detalle, la percepción de estar viendo una filme de persecución histérico y maniqueo, se cambia al escuchar los ingeniosos diálogos con los que el guión suple algunas falencias que por la espectacularidad de saber sus condiciones de producción (el filme fue rodado con un Iphone 5) quizás condicionan el visionado. Pero “Tangerine” va por más, porque además de narrar la historia de Sin-Dee y su amiga Alexandra, también se trabajará con la doble moral de los hombres, esa que les permite tener una mujer e hijos para el afuera, pero que en realidad en una parte, su verdadero placer es encontrado en puertas lejanas y arriba de un vehículo. Karren Karagulian interpretará a un taxista musulmán, quien a pesar de vivir con su hermosa mujer, verá cómo el deseo de estar con alguna de las mujeres de la noche terminarán por involucrarlo en una historia de la que no quiere ser parte. Baker captura el clima y la atmósfera específica de la ciudad, pero además recupera el slang y la jerga con la que Sin-Dee, Alexandra y Dinah (Mickey O'Hagan), la tercera en discordia, dialogan a diario. Hay un trabajo sobre la textura del filme, sobre los colores, que además resaltan y potencian una historia pequeña, breve y entrañable, sobre seres que están en tránsito constante pero que aspiran a un lugar mejor en el que todos sus sueños pueden concretarse.
El cine indie norteamericano se convirtió en una suerte de género en sí mismo. Con festivales y galardones propios en donde se lo celebra; con artistas medidos por su fidelidad a este “estilo”, y con reglas (auto) impuestas diferentes a la del cine independiente de otro país. Sean Baker, director de la sobre valorada Starlet, regresa con otra película ubicada dentro de Los Ángeles, y en una primera mirada pareciera que los puntos en común terminan ahí. La historia se desarrolla de modo simple. Una travesti prostituta, llamada Sin-Dee Rella (en un juego de palabras que se pierde en doble vía al no poder traducirse), apenas de terminar su estadía en prisión, en plena víspera navideña, se entera por medio de una amiga del oficio, Alexandra, que su novio Chester, proxeneta, la estuvo engañando (con una mujer blanca) durante ese tiempo de ausencia. Sin tener en claro cuál es el motivo, Sin-Dee inicia una búsqueda por las calles de esa ciudad. En el medio, se cruza con una fauna de personajes variopintos. Presentada en el último Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, recarga las tintas sobre sus personajes, el fino entramado de relaciones, y por supuesto – regla básica del indie – el modo en que esta sencilla historia es narrada. Aquí, el enganche es que está filmada con tres IPhone 5, y una simple aplicación de filtro. El director ha transmitido que no desea que su película sea vista desde esa perspectiva. Sin embargo, en cada festival, galardón, función especial, o publicidad para su venta en que se presentó, este dato es el que más se remarcó. El tono es ágil, y el uso de esas cámaras colabora con la idea de travesía, o road movie urbana. Lo mismo se podría decir de la paleta de colores, o el susodicho filtro, que aporta una gama de tonalidades que resalta ese submundo de neón, de antros. Kitana Kiki Rodriguez y Mya Taylor, como Sin-Dee y Alexandra son el foco de atención, su naturalidad (son realmente actrices trans y ex trabajadoras sexuales) para con el film aporta la comodidad que el espectador sentirá desde el minuto cero. Baker construyó un largometraje que en ciertos aspectos, parece una profundización en historia de aquellos programas documentales que se hicieron famosos en la pantalla de HBO en mediado de la década del ’90 – el más famoso Taxicab confessions – , con testimonios sobre bajo mundos y sus usos y costumbres de modo naturalizado y no sin algo de amarillismo. Aquí, es donde Starlet se encuentra nuevamente con el más reciente opus. Ambas son historias de personajes que disfrazan su soledad, que entrelazan relaciones no convencionales, y que intenta mostrar una cara oculta de la ciudad de la fama; pero con cierta liviandad, sin llegar al desagrado o al impacto. Pretendidamente india, con todo lo necesario para caerle bien a sus adeptos, y oscilando entre el drama aportado por la historia en sí (como una suerte de triste o desangelado cuento navideño), y la comicidad natural impuesta por los diálogos; Tangerine se muestra desde el inicio como un film ameno, aunque ciertamente anecdótico.
Se estrena Tangerine, la nueva película de Sean Baker filmada con Iphones y protagonizada por dos transexuales. Sin-Dee acaba de salir de la cárcel. Lo primero que hace es ir a buscar a su amiga Alexandra, ambas transexuales, y luego a su novio. O pretende esto último. Porque se entera de que él la engañó y su mundo vuelve a desmoronarse. Pero si algo no es de hacer Sin-Dee es quedarse quieta y callar, al contrario, va en búsqueda de esa otra, esa mujer “de verdad” (es decir, nacida como tal), con la que él la está engañando. Todo esto sucede en Nochebuena. Filmada exclusivamente con Iphones, Baker delinea a sus personajes a través del seguimiento que hace a cada uno de ellos, protagonistas y secundarios que terminan de aportarle color al relato. Vuelve a tomar temas como la prostitución, esta vez de bajos fondos, y a diferencia de en Starlet, que se sucede de manera más calma, acá todo se da de una manera más frenética, acorde a la personalidad de su protagonista incansable. Sexo, amor, amistad, traición, temas que están en todos lados son acá tratados por Baker con la naturalidad que acostumbra, dejando ser a sus personajes. Las actrices Kiki Kitana Rodriquez y Mya Taylor (ésta última convertida ahora en la primera actriz transexual en ganar un premio mayor como actriz de reparto en los Independent Spirit Awards) no son experimentadas pero ambas aportaron a sus personajes cosas de sus propias experiencias de vida, lo que termina de imprimir realismo al film. Vale destacar además que Baker parece ser un gran descubridor de actrices, ya que en su película anterior le dio el primer protagónico a la modelo Dree Hemingway, y a Besedka Johnson, que actúa por primera vez a los 85 años, en su película anterior, Starlet, otro retrato sobre la amistad. Tangerine es divertida y conmovedora, hermosa y avasallante, así como su protagonista, incansable en sus ganas de sentirse querida y especial. También como su amiga, Alexandra, que pone todas sus ganas en un show que ni siquiera le ofrecieron hacer. Al fin y al cabo, no importa cuánta agua pase bajo el puente, son dos personajes que están juntos porque así tiene que ser, porque se entienden y acompañan incondicionalmente en este mundo cruel, “claro que es un mundo cruel, Dios me dio un pene”.
Un Harry el Sucio en versión “trans” La película del director de Starlet no marca un hito, sino varios: fue filmada íntegramente con un teléfono celular, vuelve a sacar el cine estadounidense a la calle, como lo hizo John Cassavetes, y narra su tema romántico a la manera de un policial duro. Tangerine es un hito del cine que importa. Aunque no es la primera película enteramente grabada con un celular inteligente (Raúl Perrone lo hizo antes), sí es la primera que se hace en Hollywood en esas condiciones. Lo cual le asegura repercusión global. Presentada en el Festival de Sundance a comienzos del año pasado, de allí en más recorrió todo el espinel de festivales, ganó premios, más de un crítico estadounidense la incluyó entre las mejores del año. Conclusión: alcanza con un celular para filmar una película fenómena. No hace falta más. Pero Tangerine, presentada en competencia en el Festival de Mar del Plata, no marca un hito sino varios. El otro, aún más importante, es el de volver a sacar el cine estadounidense a la calle, como lo hizo John Cassavetes sesenta años atrás. A la calle y sin cortar el tránsito y la circulación de peatones para filmar. En otras palabras, salir y meter la ficción ahí, en la realidad misma. El resultado, que parece airear por sí solo todo el agorafóbico cine estadounidense de las últimas tres décadas, produce el mismo efecto de arrastre que cuando la protagonista de Tangerine, la inolvidable Sin-Dee, agarra de los pelos a su rival y así se la lleva, a la rastra y a la carrera, a través de medio Downtown de Los Angeles.Que la película comience con títulos en letra como de antigua película para niños, y música del musical Babes in Toyland, indica que lo que vamos a ver es un cuento naïf. Sí, realista-sucio (las peores calles de Los Angeles, tacheros que levantan travestis, cafishios que administran sus negocios en un Donut Time, pasajes por donde no pasa nadie, choferes que te rocían con un vaso de meo) pero naïf: colores vivos de los tops, minishorts y pelucas de los travestis, pero sobre todo ingenuidad de la heroína, capaz de creer que su pimp es su novio, franqueza del narrador y la cámara, puestos al servicio de los personajes, y hasta simbología (por retorcida que se vea) de la fecha elegida para narrar el cuento: 24 de diciembre. La heroína es Sin-Dee Rella (otro detalle naïf), travesti latina que acaba de salir de prisión después de un mes adentro. Su amiga y colega Alexandra la recibe con una dona y una mala noticia: Chester, su cafiolo, la engaña con otra. Sin-Dee entra en combustión y ya nada detendrá su motor.De allí en más la película es como una línea: como el vengador de un western, Sin-Dee sale en busca de Chester y su rival. Como el detective de un policial, irá haciendo paradas para averiguar el paradero de ambos. Una especie de Harry el Sucio en versión trans, cuando Sin-Dee encuentra a Dinah la agarra de los pelos, la zamarrea como a un globo y se la lleva en busca de Chester. Que Dinah sea rubia, flaca como un hueso y pálida como la leche es perfecto, ya que permite que por momentos Sin-Dee la lleve casi al vuelo por el Hollywood Boulevard y transversales. Hay una subtrama más calculada, más apuntada a “decir algo”, que no sólo está un poco “puesta” en el plano del relato sino que desentona en términos de registro. Es la de un taxista de origen armenio (está lleno de ellos en Los Angeles), padre de familia y con su suegra de visita en la ciudad, que tiene cierto vicio secreto: levantar travestis y hacerles un pete. La idea de la doble moral familiar y bla, bla, bla.En paralelo con la búsqueda frenética de Sin-Dee, que el realizador, coguionista, editor y camarógrafo de a ratos Sean Baker (el mismo de la muy buena Starlet, estrenada aquí en 2013) narra con admirables travellings de seguimiento y vertiginosos cortes de montaje, está la historia de Alexandra, mucho más melanco. Alexandra presenta un show esa misma tarde en un clubcito donde no es muy seguro que haya alta concurrencia. Como corresponde, durante el show el ritmo de la narración se aquieta. Detalle genial, Sin-Dee va a ver a su amiga arrastrando a Dinah, que a esa altura se deja llevar como un muñeco de peluche. Si en ese momento la síncopa entra en pausa, hay un instante previo en el que ocurre lo contrario: cuando Sin-Dee da finalmente con Dinah, en un puterío que funciona en un cuartucho de motel. Baker lo narra como un thriller, por la sencilla razón de que la situación es violenta. Sin-Dee tira la puerta abajo, entra como un huracán, una gorda intenta oponer resistencia, varios clientes se aterran, hay gritos e intentos de fuga, Sin-Dee la Sucia atrapa a su prisionera y se va.Dicen que la película está actuada por algunos actores profesionales y otros que no lo son. La verdad, ni importa saber quiénes sí y quiénes no, porque todos lo hacen tan bien y todos están tan ensamblados, que da lo mismo. La latina Kitana Kiki Rodríguez (¡Kitana!) recuerda, por la volatilidad y la incontenible verborragia, a la Rosie Pérez de las primeras películas de Spike Lee. Pero un toque menos agresiva, un toque más romanticona. Su actuación es de las que quedan grabadas para siempre. Durante la película, la palabra “bitch” se lleva el record de menciones. Le siguen “nigro”, “whitey” (blanquito) y “raw fish” (versión cruda de “mina en serio”). En una película de calle se habla la lengua de la calle, mal que les pese a los cola de paja (con perdón por la palabra) de la corrección política.
Una vital historia antinavideña Un mismo nombre figura en la dirección, la producción, el guión, la fotografía y la edición de esta película: se trata de Sean Baker, que también en Prince of Broadway (2008) había puesto a una ciudad y sus calles casi como personajes principales, a la par de sus protagonistas humanos. En el caso de Prince of Broadway, la ciudad era Nueva York; en Tangerine es Los Ángeles, y no en sus lugares más glamorosos o fotografiados. Baker, uno de los directores más estimulantes del cine estadounidense del siglo XXI, presenta una historia navideña sin nada de lo habitual en los relatos situados durante el 24 de diciembre: aquí tenemos prostitutas travestis, clientes, drogas, cafiolos y un taxista armenio desasosegado. El disparador argumental de Tangerine es que Sin-Dee se entera de que, mientras estuvo 28 días presa -un lapso muy usado en el cine-, su novio y proxeneta la engañó. Así empieza esta street-movie que se pone en movimiento apenas comienza y rara vez se detiene. La cámara utilizada para el rodaje de Tangerine fue la de un iPhone. El film muestra una luz particular, luz filtrada y moldeada por una cámara que millones de personas utilizan a diario para registrar sus vidas, una luz que no es a la que nos acostumbró el cine en su historia, al menos en su historia clásica. Pero el cine, arte poroso, arte extraordinariamente permeable, siempre ha sido influido y modificado por las tecnologías, y el uso del iPhone para un rodaje se demuestra en Tangerine no como un capricho, sino como una vía sustentable. Tal vez porque Baker no se enamora de sus planos y de sus secuencias: los corta, las intercala y no hace una película ostentosamente filmada con un teléfono, sino que integra sus características y sus posibilidades con la narración como guía. Tangerine hace avanzar a sus personajes juntos, por separado, de a pares y grupos diversos, los une unos con otros con el movimiento como clave. Y va descubriendo sus temas a medida que desarrolla emociones en modo intenso: amores, decepciones, furias, calenturas, obsesiones. Baker, como buen cineasta que sabe narrar con las enseñanzas del cine clásico, aunque se amalgame con el presente y hasta el futuro sostiene sin alardes el tema central de su relato sin enfatizarlo, lo va haciendo aparecer de forma intermitente hasta que lo establece con nitidez: la amistad entre Sin-Dee y su compañera Alexandra cohesiona esta película estimulante a la que fortalecen las calles, las peleas, la crudeza, incluso las humillaciones, la cercanía. Con Tangerine, Sean Baker confirma que sigue encontrando formas vitales de mostrar viajes urbanos a ninguna parte.
Balada trans Sean Baker derrumba la estigmatización con humor, investigación, mucha creatividad y poco presupuesto. Tangerine es una película y una agradable batalla también. Una más en la filmografía de Sean Baker (Starlet, El príncipe de Broadway), que nuevamente eligió desafiar sus propias percepciones para contarnos esta historia de un día, en la ruda Santa Mónica, con sus travestis y prostitutas en la periferia de Hollywood. Independiente, teje desde allí una ficción realista este director neoyorquino mudado a Los Angeles. Tangerine transcurre en la víspera de Navidad. Un día que comienza cuando Sin-Dee (Kitana Kiki Rodriguez) sale de prisión y su amiga Alexandra (Mya Taylor) le cuenta que Chester, su novio y proxeneta, la engaña. “Te engaña con una chica real, con vagina y todo”, le dice. Y Sin-Dee comienza su cacería por los suburbios de Los Angeles, mostrando su mundo y sus relaciones dominadas por el aislamiento y la soledad, en un filme vertiginoso y colorido que suma el drama de una familia armenia. Subculturas. Una marketinera parafernalia rodea la trama sin quitarle una pizca de mística. Por escasez de recursos y para tener mayor cercanía con actrices debutantes, la película se filmó con un iPhone. No se nota. Y otra cosa que tampoco se nota es la inexperiencia de las protagonistas frente a cámara. Ambas, artistas transgénero ahora y ex trabajadoras sexuales de la zona, aportan color y diálogos reales para una historia que excede la ficción, y que en el caso de Taylor le valió un Spirit Award y una campaña masiva para que la nominaran a un Oscar. Todo ese trasfondo es parte de Tangerine. Película surgida de una idea, una locación, con una investigación de meses para escribir un primer guión que incluye inquietudes de la comunidad trans, que luego en el rodaje permite la improvisación de diálogos y que termina de coserse en la post-producción, donde Baker potencia su impronta. Ritmo, música, colores saturados para reflejar su percepción de ese mundo psicodélico con respeto y humor. Una película y un detrás de escena inspirador. Sustento y desafío para un cine independiente que todavía quiere narrar.
Hágalo usted mismo Revelación del cine independiente norteamericano del último año, esta nueva película del director de Take Out, Prince of Broadway y Starlet es una proeza técnica (fue íntegramente rodada con un celular con resultados estéticos notables), pero también una demostración más de que no hacen falta grandes recursos cuando hay ideas para y pasión por el cine. Dos protagonistas transexuales y una Los Angeles alejada por completo de las tarjetas postales para una historia de amor y amistad navideña esperpéntica, deforme y fascinante. Desde su presentación en el Festival de Sundance de 2015 la última película del director de la recordada Starlet (2012, ¡también estrenada comercialmente en nuestro país!) viene levantando tanto revuelo por el hecho de haber sido filmada con un iPhone 5s que desplazó al análisis artístico de una obra cuyos méritos exceden claramente a esa ¿restricción? formal. Por supuesto que no deja de llamar la atención lo bien que se traslada a la pantalla ancha la mirada urgente, de colores saturados, de una Los Angeles alejada de las imágenes de tarjeta postal. Pero ese acercamiento formal, más allá de su origen ligado a las imaginables limitaciones de origen económico, se vincula con la historia que vemos discurrir ante nuestros ojos. Sindee, travesti que se prostituye en West Hollywood, acaba de salir de la cárcel y allí se entera por una colega y amiga de que su novio (y cafiolo) la engañó durante el lapso de su obligada ausencia. Especie de “Corre, Sindee, corre” que sigue el rapto de celos y venganza de la protagonista cruzada por la impronta verista cuasi-documental a la que ayudan el formato y el encanto de los actores no profesionales, de la deriva también participa un taxista extranjero que no puede dejar de pensar en las travestis aunque se encuentre en su casa, con su familia. Los lugares en los que sucede la acción son esas calles de Los Angeles en las que nadie camina, algún negocio de fast food (la “oficina” del cafiolo es un local que vende donuts), un karaoke de mala muerte: espacios vacíos ocupados por seres de paso. Que todo suceda en el día de Nochebuena suma ironía e incorrección política a esta comedia que funciona como esperpéntica y mutante historia de amor.
T angerine, el nuevo film de Sean Baker se sitúa en Los Ángeles mientras nos presenta a Sin-Dee (Kitana Kiki Rodríguez) y a Alexandra (Mya Taylor), dos amigas transexuales que trabajan en la periferia –para nada glamorosa- de Hollywood. La primera es quisquillosa, habla sin parar y sin ningún tipo de filtro, además acaba de regresar al barrio luego de un mes en prisión. La segunda, su mejor amiga, tiene una personalidad más tranquilla, es bastante callada y hace las veces de acompañante terapéutica encarga de calmar a SinDee. El conflicto se da a partir del regreso a la cuidad, cuando a la protagonista le llega el rumor que su “novio” tiene una nueva conquista (o fish, tal como se menciona en la película). El malestar se acrecienta cuando además se entera que la nueva chica en cuestión no es trans, sino una chica que trabaja en la zona como prostituta. A partir de esta noticia, SinDee pasa todo ese día (un 24 de diciembre) buscando a su pimp/novio y a la muchacha en cuestión para confrontarlos y entender que es lo que está pasando. Por otro lado, Baker nos cuenta la historia de un taxista armenio que pasa todo el día recorriendo la cuidad, y conociendo la historia detrás de cada pasajero, a la vez que intenta encontrar a su amada SinDee luego de enterarse que ésta ha vuelto a la cuidad. Más allá de este aparente amor secreto, el taxista es casado y tiene una hija y una familia política bastante insoportable encabezada por una suegra metiche que le genera muchos problemas. Hasta aquí toda la cuestión argumental de Tangerine, film cuya riqueza va mucho más allá de un puñado de historias y personajes. La película tiene varias particularidades: fue filmada casi en su totalidad con un Iphone 5, detalle que puede resultar menor, pero que sin dudas influye en la producción, por entre otras cosas, permitir abaratar costos sin perder calidad. Por otro lado porque el hecho de utilizar un celular en vez de grandes cámaras o equipos, dota a las actuaciones y a la ambientación general de cierto hiperrealismo y naturalidad, que permiten exponer y evidenciar la intensidad de los vínculos entre los personajes, sin que éstos se noten excesivamente impostados o forzados. En ese sentido, Tangerine se corre del lugar común de exhibir la marginalidad en primer plano y de forma tosca, y prefiere centrarse en el vínculo de amistad entre Alex y SinDee, que si bien tiene sus conflictos, está retratado de una forma real y honesta. No olvidemos que es víspera de Navidad, algo que casi no se menciona y no se evidencia jamás; no hay decoraciones, villancicos ni espíritu navideño; sí hay olvido, abandono y pobreza, pero lo destacable pasa por otro lado. Casi al final de la película una de las amigas arruina su peluca, por lo que la otra gentilmente cede la suya, si bien su cabello y su aspecto físico son lo más preciado –metafórica y literalmente- y aunque no tiene dinero para comprar otra, porque entiende que la riqueza no está en ese objeto, sino en esa imperfecta perfecta amistad. Ese es el mensaje central de Tangerine, ya que más allá de culquier innovación artística, es un film gracioso, sincero y único.
Una travesti sale de la cárcel y descubre que su proxeneta le ha sido infiel. Ok, quizás no le interese. Sumamos otra información: toda la película se realizó con un iPhone 5. Quizás ya no quiera más. Pues bien: Tangerine es uno de los mejores estrenos del año, es pura vivacidad, es un cuento de Navidad y tiene personajes que nos enamoran inmediatamente. La vida misma convertida en cuento (quizás de hadas y todo), un contrabando hermoso de ideas y ficciones a puro realismo. Si le gusta el cine, tiene que verla.
Otra protagonista trans en apuros Esta pequeña comedia dramática tiene todas características del típico cine indie estilo festival de Sundance. La protagonista es Kitana Kiki Rodriguez, una chica trans que anda recorriendo las calles de Los Angeles una Navidad, buscando muy enojada a su amor y rufián, dado que en la primera escena de la película otra amiga callejera le cuenta un chisme: durante su ausencia, su hombre la engañó con otra chica, para colmo blanca "y una chica de verdad", es decir no una travesti. A partir de ese momento el director Sean Baker se ocupa de mostrar las correrías de la chica buscando a su hombre por toda la ciudad, y el argumento parece una simple excusa para mostrar lugares más o menos sórdidos o pintorescos de Hollywood. En este punto es donde la película es más interesante, ya que el director evidentemente conoce las calles donde filma y sabe cómo potenciar las imágenes para enriquecerlas con colores fuertes y saturados que, por momentos, son muy atractivos. Pero no ocurre lo mismo con las situaciones, tanto las de la drag queen protagónica como las que tienen que ver con su amiga o las que describen los extraños pasajeros de un sufrido taxista cuyo camino, obviamente, se cruzará con las otras dos. Para dar una idea de la falta de conflictos dramáticos del film, basta señalar que antes de que pase nada más o menos interesante, hay que esperar unos veinte minutos de metraje. Y otro detalle que se vuelve un tanto cansador es la manera chillona y estereotipada de expresarse de las chicas trans, al punto que resultan caricaturas y no personajes que el espectador pueda tomarse en serio.
Nothing is black and white in Sean Baker’s hectic story of transgender working girls in LA POINTS:9 Tangerine has finally reached local screens. Winner of top prizes at the Karlovy Vary, Mar del Plata, Palm Springs and Rio de Janeiro film festivals, the new outing by the director of Starlet (2012) is nothing short of a notable technical/aesthetic achievement as it was shot on the tiniest of budgets using iPhones for cameras and anamorphic adapters to create a textured, very tangible cinematic feel. Moreover, almost all scenes were shot with nothing but available light to achieve a look of gritty realism. As expected, the nervous, hectic handheld camerawork pays off all the more taking into account how small iPhones are, hence how inconspicuous they must have been at the time of shooting in environments with lots of passers-by who sometimes seem unaware that a film is being shot. Plus there’s a musical score that mashes up classical pieces with disco, hip-hop, techno, electronic, Armenian music, ambient — you name it. And yes, it all sounds great together. Like a travesty opera, in the best of senses. But what’s even far more vital is that this unique, spellbinding character study of two black transgender prostitutes who work the blocks up and down Santa Monica casts an emphatically humanistic, never condescending gaze while not sugarcoating the dark side of the local universe of sex workers and drug culture. This buddy-movie — or girlfriend movie, to be more precise — is anchored on the meaning of the bonds (or lack thereof) established by the protagonists, on their most obvious and meaningful illusions and yearnings — namely being found and loved for who they are — and on their strength to always put up a fight and then move on, come what may. Directed, co-written, shot, edited and produced by Sean Baker, Tangerine is reminiscent of the work of other US indie auteurs such as John Waters in its exultant outrageousness, of Jonathan Caouette in its sense of creative freedom (remember Tarnation, which was made with practically no more than US$250 and an iMac?), and of the early works of Hong Kong filmmaker Wong Kar-wai (Chungking Express and Fallen Angels mostly) in its stylish camerawork, vibrant cinematography and very, very brisk editing. And yet it’s not a combination of any of the above. Tangerine, like Starlet before it, stands very well on its own feet. But in Starlet, Baker cared for a more intimate story narrated in quite a relaxed, hushed manner, that of an unlikely friendship between a young and gorgeous wannabe porn star and an eighty-something woman with tragic losses in her past. In stark contrast, Tangerine is an energetic and sometimes nerve-racking comedy of sorts, and there’s nothing hushed about it. And even for a comedy, there’s also poignancy and sadness. In both movies, the backdrop of LA’s low-end drug and sex industry is somewhat similar and also in both cases the dramatic focus is on the characters’ inner loneliness and their search for real company. In a sense, they long to transcend themselves, even if they don’t know it. After all, solitude comes in a variety of shapes and colours. The story goes pretty much like this: it’s Christmas Eve and Sin-Dee Rella (Kitana Kiki Rodriguez) has just been released from prison after 28 days. Right away, she meets her best friend, Alexandra (Mya Taylor), who happens to mention that Sin-Dee’s pimp and boyfriend, Chester, has been sleeping with a white woman while she was in jail. Even worse, a woman with “a vagina and everything,” says Alexandra. Sin-Dee Rella (who’s no Cinderella, in fact) is enraged beyond belief and sets out to find the woman who’s dared to touch her man. Alexandra would rather not accompany her out-of-control friend and walks up and down Santa Monica handing out flyers for her singing appearance at a two-bit club that very same night. The other trannies say they’d show up for sure, but who knows? Nevertheless she strives to drum up an audience. Meanwhile, there’s a parallel subplot involving Razmik (Karren Karagulian), an Armenian cab driver who picks up random fares and in so doing we get a glimpse of other people’s lives. But that’s only incidental, since Razmik’s story is also connected with those of Alexandra and other working girls. And it opens up a story of immigration and discrimination as well. Kitana Kiki Rodriguez is simply superb, going all over the place like a shrew on meth, pretending she’s a tough cookie, and yet deep down deluding herself into thinking that Chester actually loves her as she wants and needs to be loved. She’s a character that elicits contradictory reactions from viewers: at times you just want her to shut up for good, never to see her again … and in the next scene you realize how fragile she can also be and that’s when you feel like having her around for a bit longer. Mya Taylor also delivers an impressive performance, although she goes for a more restrained, controlled approach as her character is never overwhelmed by feelings, let alone by those caused by men who abandon women. She’s more of a loner, if you will, who still believes she’ll have her big break as a singer sometime. So she bides her time. Even considering the comedic mould which escalates to strict screwball in the grand finale at Donut Time (of all places!), you don’t have the lightweight stuff that classical screwball comedy is made of. Here, you get reality once again, and for better or worse, reality is all these characters have. Which, if seen from the right angle, is not that bad at all. See, nothing is either black or white in Tangerine. It’s more of a matter of beautifully assorted colours. Production notes Tangerine (US, 2015). Directed by Sean Baker. Written by Sean Baker, Chris Bergoch. With Kitana Kiki Rodriguez, Mya Taylor, Karren Karagulian, Mickey O’Hagan, Alla Tumanian, James Ransone, Luiza Nersisyan, Arsen Grigoryan, Ian Edwards, Shih-Ching Tsou. Cinematography: Radium Cheung, Sean Baker. Editing: Sean Baker. Running time: 87 minutes.
El día a día a través de un celular Propuesta radical y fresca, pero con una historia sólida, Tangerine se ha merecido un lugar destacado que festivales como el Sundance o el de Mar del Plata, equilibrando temática y tecnología al mismo tiempo. La historia cuenta las aventuras de dos prostitutas transexuales Sin-Dee Rella y Alexandra (de hecho lo son en la vida real) a lo largo de toda la jornada previa a Navidad en Los Angeles. La tranquilidad llega a su fin cuando Alexandra le cuenta a su amiga recién salida de prisión que fue engañada por su novio durante la estadía en la cárcel. Sin-Dee no duda en buscar a la “perra” con la que le fue infiel su poco inocente pareja que resulta ser el proxeneta de ellas mismas. Tangerine es frenética, cargada de buen humor y honestidad dentro del mundo de las drogas y la prostitución. En Tangerine se pueden disfrutar los paisajes de los barrios bajos de la ciudad de las palmeras en pleno verano con un sol arrollador, una tarde con una preciosa paleta de violáceos y naranjas y una noche que invita a guardar los mayores secretos de lo prohibido. Una sencillez abrumadora que demuestra cómo se puede hacer una buena película con actores no profesionales y con un bajísimo presupuesto, de hecho fue filmada con un Iphone 5, una lente anamórfica bien económica que permite un campo visual más amplio y una aplicación ideal como recurso aprovechable. Tangerine mantiene las expectativas y no decae elevando a sus heroínas a un excelente nivel con hip hop, jazz y algún reggaeton perdido. La presencia de otros personajes habla de diferentes culturas que se entrelazan con la historia principal y emergen en el caos que significa vivir en una gran ciudad que todo lo devora. Su director, el yanqui Sean Baker, de la premiada Prince of Brodway, donde un buscavida en la gran ciudad se debate entre el camino a la fama o hacerse cargo de su paternidad, y Starlet que contaba la relación entre dos vecinas de diferentes edades, demuestra no ser un improvisado en el cine independiente de calidad. Plasma con ojo crítico y humor la crudeza del día a día de los suburbios capitalinos, temática que mantiene como obsesión en su filmografía. Tangerine tiene ese no sé qué del cine de transgénero de John Waters y su clásica Pink flamingos, con esa verborragia y dialecto particular, convirtiéndola en una buena propuesta para disfrutar sin prejuicios.
De Tangerine van a escuchar o leer por ahí que se grabó con tres iPhone 5 y que es la primera película que envió a consideración de la Academia de Hollywood a sus dos protagonistas transgénero para participar por los premios Oscar a la mejor actriz. Finalmente Kitana Kiki Rodriguez y Mya Taylor no quedaron nominadas -ya llegará el momento, es cuestión de tiempo- pero sí participaron de los Independent Spirit Awards, los Oscar al cine independiente, en donde Taylor se llevó el premio a la mejor actriz secundaria. De lo del iPhone 5 pueden olvidarse por completo. Tangerine no es una película con estética de home video ni desprolija ni abusa de la cámara en mano ni tiene una búsqueda excesivamente realista y cruda. Si bien el ambiente es el de las calles mugrientas de una zona poco glamorosa de Hollywood, hay algo de melodrama fino en los colores estridentes y la música trabajada. Sí resulta fundamental, claro, lo de las actrices. La película transcurre durante un día, vísperas de Navidad, en la vida de Sin-Dee Rella (Rodriguez) y su amiga Alexandra (Taylor), dos prostitutas trans. Sin-Dee acaba de salir de estar un mes en la cárcel y Alexandra le cuenta (se le escapa, en realidad) que su novio la engañó con otra, que para peor es mujer. Sin-Dee entonces va a buscar por toda la ciudad a la tercera en discordia. Por su parte, Alexandra recorre el barrio invitando a otras amigas trans al show que va a dar esa noche en un bar de por ahí. Y está también el tercer protagonista: Razmik (Karren Karagulian), un taxista armenio cliente de Alexandra que gusta particularmente de Sin-Dee y que tiene una familia con la que festejará Navidad esa noche. Tangerine está producida por los hermanos Duplass, responsables de varias películas del llamado mumblecore: un subgénero de comedia indie de bajo presupuesto y diálogos improvisados. La película de Sean S. Baker va por ahí, pero da un paso más allá, se despega del mumblecore en sus mejores momentos, cuando el melodrama le gana al realismo. El centro geográfico, el corazón de la película, es el show de Alexandra: el telón rojo y Sin-Dee pintándole los labios a Dinah (Mickey O'Hagan) después de fumar meth son momentos altos que no tienen nada que ver con el realismo sucio que la película amenazaba con mostrar. La película se para en un lugar delicado. No escamotea la verdad de la vida difícil de unas prostitutas trans -que además son negras, dato no menor- en una noche de Navidad, con la soledad, la homofobia y la pobreza; pero tampoco la dramatiza, a pesar de la música y los colores como elementos típicos del melodrama. Como en casi todas las películas, el tono es clave, y Tangerine se para en el centro: aliviana el peso de la melancolía con unos personajes divinos, queribles (incluso el taxista armenio), que no se detienen en ningún momento a sentir pena por ellos mismos.
Tangerine Dream El esperado regreso de Sean Baker a la pantalla grande marca el debut de dos actrices trans cuyas actuaciones se sienten tan genuinas que se ganan un lugar en nuestros corazones en apenas segundos de empezada la película. Todo sucede el día de Nochebuena, cuando Alexandra le cuenta a la impulsiva Sin-Dee que su novio la engañó mientras ella estuvo en prisión. Esto desencadena una rabiosa cacería por las calles de Los Ángeles para encontrar a la tercera en discordia y llegar al fondo del rumor. Filmada íntegramente con un aparato en el que se puede jugar al Candy Crush, la película persigue a Sin-Dee y a su amiga por separado hasta que sus caminos vuelven a juntarlas hacia el final del día. En el medio, aparecen otros personajes, entre ellos, un taxista armenio y cliente de las chicas, su esposa y su suegra. Todas las líneas de acción convergen en un disparatado clímax dentro de un local de donas. Producido por los hermanos Duplass, el cuarto largometraje de Baker es una especie de Harmony Korine meets John Waters con un brillo radioactivo. Una frenética road movie a pie al ritmo de una ecléctica banda sonora que incluye hip hop, música armenia y electrónica. Baker aprovecha todos los recursos narrativos para crear situaciones hilarantes de una espontaneidad notable, aunque nostálgica en su resolución. Para lograr esa textura tan maravillosa que exhibe la película, el director que hace unos años sorprendió con Starlet utilizó una aplicación que le permitió echar mano al tratamiento de la imagen durante el montaje. Como resultado, el color naranja que predomina por la saturación de color terminó inspirando el título. Tangerine es un film colorido y enérgico, que nunca se detiene. Baker registra el mundo de la prostitución callejera de Los Ángeles de forma casi documental, con un hiperrealismo extremadamente manipulado, y acierta en mantenerse alejado en todo momento de la sordidez. En cambio, elige un tono cálido para retratar a sus histéricas y adorables criaturas. La marginalidad en la que se mueven estos seres que no paran de hablar un segundo está siempre presente, pero solamente como marco de lo que realmente importa: la relación entre sus protagonistas. Fresca y magnética, Tangerine es un atípico y bienvenido cuento de Navidad que funciona también como un acercamiento a un submundo pocas veces visitado por el cine de una forma tan tierna y a la vez original.
Cuenta con buenas actuaciones y una de las curiosidades es que fue filmada a través de un teléfono móvil, en algunos momentos funciona como una cámara oculta y le da mayor realismo a lo que cuenta. Hay momentos dramáticos pero tienen una cuota de humor, donde existen las traiciones, decepciones, amor y desventuras. Resulta original.
Navidad en Tinseltown Alabada por la crítica norteamericana, Tangerine no viene falta de méritos pero se podría pensar que está muy glorificada por la temática travestida que exuda en cada fotograma filmado con la tecnología de varios Iphones. La aventura de Sin-Dee y Alexandra por toda la ciudad en una búsqueda implacable del hombre que la traicionó tiene sus momentos de comedia y algunos agridulces, todos mezclados con personajes irreverentes cuyas tristes existencias reflejan la vida misma de estas peculiares personas a las que la vida no se las lleva por delante, sino todo lo contrario. Sean Baker (Starlet), amo y señor del cine indie con interesantísimas historias, escribió junto a su colaborador cercano Chris Bergoch una odisea para estas dos amigas que trabajan la calle, en un día muy particular que va en contra de todo lo que conocemos de esta fecha: la noche de Navidad. Usualmente, cuando un film norteamericano retrata la festividad, es con nieve y uniones familiares. Baker va en contra de todo esto, filmando una con calor y totalmente tempestuosa para la dupla protagónica. Y que esta pareja sea una de amigas travestis, echa aún más leña al fuego. Tanto Kitana Kiki Rodriguez interpretando a la impredecible Sin-Dee Rella -¿ven el chiste? ¿Cinderella?- como Mya Taylor en la piel de la abnegada amiga fiel Alexandra tienen una química fascinante, la columna vertebral de la película. Ambas tienen una chispa natural innegable, incluso cuando sus actitudes pueden llegar a enervar la mente de más de uno. Y en eso radica la genialidad de la propuesta de Baker. No hay medias tintas en la trama, estamos viendo un día en la vida de estas peculiares personas y no hay costado edulcorado alguno. La calle es difícil para aquellos que la transitan y la cámara literalmente en mano de Baker así la refleja. No por ello es menos disfrutable el tránsito descontrolado de Sin-Dee y Alexandra siguiéndola de cerca, diciendo cada tres segundos que no quiere drama y drama es lo que ambas obtienen. En el camino habrá algún que otro personaje orbitando alrededor de ellas, como el proxeneta infiel en cuestión, la chica blanca con la que engaño a Sin-Dee y un taxista armenio que tiene sus propios problemas en mano. Cuando Tangerine se extiende por otras tangentes que no sean las protagonistas, pierde un poco de fuelle. Se siente estirada para rellenar cierto tiempo en pantalla, pero el conjunto final no es para nada desdeñable. Es un testamento a lo mucho que se puede lograr con poco, y le pone presión a un medio donde recién en los últimos años los temas que toca la película se pueden hablar con mayor libertad y sin tanta fobia de por medio. Como proyecto fílmico funciona, y como testamento político otro tanto. Juntos, hacen un gran combo.
Noche de trans. La saturación es el elemento predominante en el universo de Tangerine -2015-, película filmada con un Smartphone iPhone 5 por el mismo director de la interesante Starlet -2012-, que gira entorno a dos personajes en su deambular errático y callejero en vísperas de navidad.
Ingenio y sensibilidad Sexo, mentiras y... un teléfono. El director neoyorquino Sean Baker contó que estaba fascinado con una zona de Los Angeles donde confluyen las palmeras, el sexo y el asfalto. Así como Paul Auster se fascinó con algunos barrios de Nueva York, Baker encontró encanto en la desangelada zona de Santa Monica Boulevard y Highland Avenue. Allí buscó, encontró y rodó una historia simple que transcurre en la víspera de Navidad y lo hizo de forma original, con dos protagonistas que contrató allí mismo, y un elenco impecable. Se trata de la historia de Alexandra (Mya Taylor) y Seen-Dee Rella (Kitana Kiki Rodriguez), dos chicas transgénero que se ganan la vida allí. El conflicto lo desencadena la verborrágica Seen-Dee. Cuando sale de la cárcel se entera que su novio la engañó con una mujer. Sin pensarlo dos veces, sale en su búsqueda junto a Alexandra. En el camino interviene otro conocido de las chicas, un taxista de origen armenio, con una familia muy tradicional que aporta una cuota extra de atractivo a la trama. Todo lo dicho que parece poco desde lo argumental, Baker lo transformó en un relato entrañable sobre la amistad, los desengaños, el desamor, la supervivencia y la esperanza, sin recargar el drama que subyace en la historia ni tampoco apelando a la sensiblería. Todo eso lo logró y grabó con un iPhone y una admirable economía recursos.
NAVIDAD TRAVESTIDA Todos tenemos celulares, todos podemos filmar. No todos podemos ser tan buenos directores como Sean Baker. El responsable de Starlet decidió filmar su última película con un celular y a pulmón, en la calle y con varios actores no profesionales. El resultado es asombroso. Tangerine es una película trans no porque su protagonista sea travesti sino porque no se ajusta a los cánones de Hollywood pero tampoco a las fórmulas del típico cine independiente norteamericano. La realidad psíquica de Sin Dee (Kitana Kiki Rodriguez), retocada cual filtro de Instagram, se viene abajo cuando su side-kick Alexandra (Mya Taylor) le cuenta que Chester (James Ransone, aka Chester Sobotka de The Wire), el cafisho que supuestamente era su novio le metió los cuernos con una mujer “de verdad” (de esas que vienen con vagina y no con pene). El golpe es demasiado para Sin Dee Rella (hasta su nombre es inocente), que se acaba de comer un mes en la cárcel. Hecha una tromba, va en busca de quien le rompió el corazón y de la otra involucrada en la infidelidad: una prostituta escuálida llamada Dinah. Un dato no menor: es 24 de diciembre. A través del iPhone 5s, la ciudad de Los Angeles parece incendiarse. Se impone un amarillo saturado, omnipresente, que dota a la imagen de un carácter infernal reforzado tanto por sus criaturas (travas, prostitutas obesas, proxenetas, adolescentes borrachos, viejos putañeros) como por la locación elegida: es la parte de la ciudad menos vistosa, donde ocurre lo que no debe verse. Si bien es una historia de ficción, Baker logra que la calle hable por sí sola. Además de la jerga (whitey, raw fish, bitch, negro), los travellings nos ponen ahí junto a Sin Dee, con el paso veloz marcado por la necesidad de venganza y codo a codo con la menos dramática Alexandra, que lo único que quiere es que la vean cantar en un bar. Su show es, quizás, la mejor escena de la película y uno de los pocos momentos en los que la cámara se detiene. Prueba lo que dijo cuando ganó el Independent Spirit Award a la Mejor actriz de reparto: “hay mucho talento trans ahí afuera, será mejor que lo tengan en cuenta para sus próximas películas”. Si el film de Baker no es perfecto es porque la historia que ocurre puertas adentro, en la casa del taxista armenio, no puede competir con la de las chicas. Curiosamente, en la mesa navideña se sientan actores profesionales como Luiza Nersisyan, Alla Tumunyan y Arsen Gregorian, famosos en su país de origen. El contraste entre la navidad de los que tienen familia y los que no viene muy a cuento pero nunca termina de integrarse del todo en la narración. Aun así, Tangerine es una película decididamente vital. El lazo que une a sus protagonistas va más allá de cualquier hallazgo estético. Si el género navideño es un clásico contado una y mil veces, Sean Baker le ha sabido dar una vuelta de tuerca sin traicionar la máxima del amor al prójimo, aunque el prójimo tenga nombre de princesa, use peluca, maquillaje, minifalda y le cuelgue un pito entre las piernas.
Naranja al agua y nieve de película Tangerine transcurre en vísperas de Navidad, entre muchos personajes y una ciudad siempre apurada. El cine dentro del cine. Diálogos veloces para una angustia que amenaza con aparecer. El director Sean Baker vuelve a exteriores, con luz empalagosa. "Los Angeles es una mentira con un envoltorio bonito" se escucha en Tangerine. Que lo diga una película que hace de sus calles la escenografía, vuelve a Hollywood cobertura de torta. El film resultante, así, estaría escondido tras la argamasa de la apodada "meca del cine". El director Sean Baker ya practicó algo semejante en la anterior Starlet: rodaje en exteriores, luz tan cálida que resulta empalagosa, con personajes habituados a peregrinar entre calles y casas idénticas, amén del cine pornográfico como uno de sus ámbitos de elección. En cierta ocasión, el escritor Ray Bradbury se quejaba de la memoria fugaz de esta ciudad, sin amor o recuerdos por las grandes películas que allí germinaron. Su alma parece deambular para adoptar el cuerpo fílmico que mejor le convenga, tal como expone la extraordinaria Los Angeles Plays Itself (2003), de Thom Andersen. En todo caso, tal lectura la habilita la notable película de Baker, que apela a protagonistas tan llamativas como también lo es su elección del iPhone para el registro. Tangerine, en este sentido, da cuenta de una continuidad estética en la obra del director, también contestataria: se trata de una película rodada en el off Hollywood. Sus travestis caminan sobre el boulevard de las estrellas desde una ironía que parece casual, en la que no reparan, pero que congenia con el espíritu bufón -si bien de impacto calculado- del gran John Waters. A la manera de Waters, Tangerine se sitúa a la altura de sus personajes, les celebra. Es marginal. Convive con sus alegrías o penurias, sin juzgar o explicarles desde el bendito perfil psicológico del mainstream. Sin-Dee y Alexandra (Kitana Kiki Rodríguez y Mya Taylor) hablan y se mueven frenéticas. La película lo es, su ritmo no da respiro: hay mucho slang, decires superpuestos, reacciones imprevistas. Resulta que Sin-Dee sale recién de la cárcel, y se entera de que su novio/proxeneta le ha estado engañando. A buscarlo, a las corridas. Mientras, Alexandra se prepara para cantar por primera vez en público. Las líneas argumentales disparan hacia rumbos paralelos. En tanto, un taxista armenio carga y descarga pasajeros viejos, ebrios, malhumorados. Su familia le espera para la Nochebuena, pero sus ganas de estar -como acostumbra- con una travesti también. Son varias las situaciones que Tangerine perfila, de manera atropellada pero como piezas recíprocas. Hay un apuro que le hace respirar de manera entrecortada, a través de encuentros y desencuentros que marcan síncopas. Sus escenarios son inmediatos. Por ejemplo: la habitación de hotel vuelta prostíbulo, capaz de alojar varias chicas con sus clientes. Allí va a parar Sin-Dee, en busca de la mujer de sus odios. Una vez dentro, la cámara le acompaña y muestra todo y nada, tan veloz como el rayo que ella es: en cada recodo parece esconderse alguien más, en plena faena sexual, con la madama gorda que les regentea. Otro momento, superlativo, es el del desenlace, en el local de comida, con la dueña oriental a punto de llamar a la policía, mientras los personajes se amontonan cada vez más, cada uno con sus desesperaciones, en plan hermanos Marx. Se sabe que una vez se alcanza el punto máximo, lo que sigue es su descenso. Cuando se arriba a esta situación, lo que queda después es un vacío que vincula a todos por igual. Como si las fachadas cayeran para mostrar lo que de veras es. Curioso caso el de esta ciudad que fascina pero, sin embargo, nada o poco contiene. O también, pensar en el esfuerzo por hacer de esta angustia compartida un ámbito al que mejor cubrir y mentir. Con películas, por ejemplo. La paradoja está en que Tangerine es una de ellas, si bien con el talante suficiente como para ahogarse en sí misma, al ser ajena a las tonterías de las marquesinas o las alfombras rojas, y sin depender de la felicidad prevista por la nieve de Navidad. Es más, no hay nieve. En Los Angeles -en cuyos estudios, tantas películas de nieve navideña se han filmado- hace calor, y el fulgor del tono fotográfico de Tangerine recuerda el gusto de un helado de naranja al agua. En suma, un artificio que se sabe tal, diluido y presto para el consumo rápido. Los personajes de Baker hablan y caminan veloz, como si fuesen concientes de la declinación inevitable de esas casas que hacen a esos barrios todos iguales, acordes con una mampostería que se sabe precoz y móvil, carentes de una arquitectura que rememore tiempos idos. Todo es en presente, ni siquiera se repara en los días vividos en la cárcel por Sin-Dee o en la Armenia natal del taxista, pero sí hay momentos en donde lo insondable surge y, ahora sí, nada de palabras, sino: la peluca arruinada, el dinero que no alcanza, la familia como cáscara, el amor que no es, la droga compartida, la amistad a pesar de todo o, tal vez, a punto de caer también. Para que esto suceda, hay que demoler lo que se ve. Tirar abajo las fachadas. En este sentido, algo tendrá que ver la participación de las travestis, en quienes la elección sexual provoca un dilema en algunas personas. Paradójicamente, Alexandra y Sin-Dee se revelan de manera auténtica, mientras otros no dudarán en agredirlas. Tangerine se reserva un momento semejante. También, podría pensarse, porque aun cuando Estados Unidos suponga un lugar ideal de comunión de razas (armenios, negros, orientales, blancos) también lo es de la misoginia y del retardo intelectual. El cine norteamericano ha hecho un caldo de cultivo con estos temas. De esta manera, Tangerine propone un camino de ida y vuelta simultáneo y simétrico, avanza en una dirección a la vez que provoca el mecanismo inverso: al maquillar y vestir sus cuerpos, lo que Sin- Dee y Alexandra logran es la destrucción de la superficie ajena. Proyección y deconstrucción. Las dos, rayos imparables. El sismo resultante afecta a todos, por supuesto que a ellas también. En ese límite que une y desune, porque desequilibra y re-equilibra, se juega el cine de Sean Baker.
Fui por el iPhone, me quedé por los personajes Es 24 de Diciembre, víspera de Noche Buena. Alexandra y Sin-Dee son dos amigas trans, esta última acaba de salir de la cárcel y se entera que durante su estadía tras las rejas, Chester, su novio y al mismo tiempo pimp, la engañó con una fish (tal como se refieren a las mujeres). Sin-Dee, furiosa y con un estilo frenético, transforma en su misión recorrer la ciudad de Los Ángeles hasta encontrarlos y enfrentarlos. Alexandra, quien se encuentra unas cuantas revoluciones por debajo de su intensa amiga, decide acompañarla en esta pequeña odisea mientras se prepara para un íntimo recital en el que demostrará sus buenas dotes como cantante, y al que no deja de invitar a cuanto personaje su cruce por su camino. Entre tanto tambien seguimos los pasos de Razmik, un taxista de origen armenio que secretamente está enamorado de Sin-Dee e intenta dar con ella mientras debe lidiar con el día a día de su trabajo y su familia. En films como Take Out y Starlet el guionista y director Sean Baker ya había demostrado un amor por el realismo que con Tangerine eleva a un nuevo nivel. Filmada con un par de teléfonos iPhone, la película se ve y se siente como muy pocas lo han hecho a lo largo de la historia. No solo por su particular fotografía con colores saturados, planos abiertos y la dinámica movilidad que ofrece el smartphone, también por la decisión de Baker de retratar el submundo de Los Ángeles, en el que conviven prostitutas, dealers y proxenetas, sin una mirada prejuiciosa y evitando todo tipo de golpe bajo. Aunque en el centro de la película está la trama de Sin-Dee buscando a la chica por la que fue engañada, y luego llevándola de los pelos por la ciudad hasta enfrentarse cara a cara con su novio, en el fondo Tangerine es principalmente una historia sobre la soledad y como las amistades pueden ser suficiente para llenar ese vacío que nos deja. Los personajes de Tangerine se tienen sólo el uno al otro, lo que los convierte en una especie de familia disfuncional. Baker hace que todo funcione de una forma muy orgánica y encuentra en las interpretaciones de Kitana Kiki Rodriguez (Sin-Dee) y Mya Taylor (quien viene de ganar un Independent Spirit Award por su rol de Alexandra) el gran pilar de esta historia. Son dos personajes totalmente opuestos pero que se complementan perfectamente, llegando a formar una de las amistades más memorables del cine en los últimos años, e iluminando cada plano en el que aparecen. La película realmente no tiene ningún punto flojo, pero pierde algo de ritmo cuando decide centrase en la sub-trama de Razmik, el inmigrante armenio que trabaja como taxista en Hollywood. Quizás por carecer de un trasfondo tan atractivo como el de la historia de Sin-Dee y Alexandra, o porque directamente no tiene la misma fuerza que la historia de las dos amigas. De todas maneras es solo un detalle, el actor Karren Karagulian hace también un gran trabajo con su personaje y las escenas en que conocemos algunos de los pasajeros de su taxi son de las más divertidas que tiene para ofrecer el film. Conclusión Tangerine es un film único que devuelve al cine indie norteamericano a sus raíces. Sean Baker logra una película navideña como nunca antes se había visto, con una sensibilidad muy especial y presentando un relato de amistad entre dos personajes tan entrañables que quedará para la posteridad. Si, la gran curiosidad de Tangerine es que fue filmada con un iPhone (tres, de hecho), pero cuando los título finales empiecen a correr, es un dato que se volverá absolutamente anecdótico.
Una road-movie pedestre y frenética por suburbios. Si el método narrativo de Sean Baker (Starlet) en Tangerine ya probó su eficacia en no pocos títulos y es deudora del primer (Jim) Jarmusch, no por ello se resiente su práctica al moldear los parámetros más emblemáticos de ese estilo, es decir barrios suburbanos, conflictos melodramáticos, las calles como escenarios desprovistos pero a la vez inmejorables para todas las acciones imaginables, personajes marginales decididos a que sus vidas rueden de la mejor (siempre peor) manera posible, tiempos, tono, ritmo contagiosos que imantan para seguir las peripecias de los protagonistas sin preguntarse por lo pueril de sus objetivos, o por la inutilidad de sus efectos. El film de Baker agrega algo más a esta factura: fue rodado con un teléfono celular de última generación (de los que llaman inteligentes) que le permitió –se palpa en los giros de ciertos encuadres– una dinámica narrativa propicia para este tipo de relatos y, no menos atractivo, un tipo de pixel levemente restallante que recuerda a algunos títulos de Paul Morrisey. Lo cual da un resultado sustancial para la factura de la producción cinematográfica y es, sobre todo, la prueba de que un exiguo presupuesto –el que se necesita para filmar con un celular– no limita el armado de un buen relato; por el contrario, continúa poniendo en evidencia que los monstruosos presupuestos que aplica la industria dan como resultado productos idénticos y rápidamente olvidables. Premiada en el Festival de Sundance y en competencia oficial en el último Festival de Mar del Plata, Tangerine monta su historia en las calles periféricas de Hollywood, en Los Ángeles, a considerable distancia del glamour con que la Meca del cine inviste sus peculiaridades, y si bien aparecen la avenida Sunset Boulevard o la mítica calle 101, sólo se trata de referencias casuales porque el conflicto que atañe a sus personajes ocurre más allá, en los aledaños donde el típico submundo bulle con sus letanías, sus contramarchas, sus desdichas y pequeñas satisfacciones. Las (anti) heroínas de Tangerine son dos muchachas trans cuya amistad es el símbolo de una solidaridad que las marcará más allá de las vicisitudes que vivirán a tiempo completo. Personajes de una construcción rica y simple a la vez, ambas corporizan ese motor que hace andar a Tangerine hasta la última escena. Entre ellas, es Sin-Dee quien conducirá la acción luego de que su amiga Alexandra le cuente que su cafishio, a quien ella ama denodadamente, la engañó durante el mes que estuvo ausente –estuvo en prisión justamente por salvarlo a él, haciéndose cargo de una bolsa con droga– con una prostituta de su redil, para colmo una mujer (una fish, pescado, como la llaman las trans). Rella es el apellido de fantasía de Sin-Dee y es parte de una serie de tópicos –como que la historia transcurre en un día de Navidad, como la canción sosegada que canta Alexandra, como la indumentaria de mini shorts y pelucas de las chicas– con que el film se recuesta en una suerte de relato de princesas caídas en desgracia. A partir de ese detonante, entonces, el desarrollo es vertiginoso, la engañada buscará a su fiolo, un tal Chester, por esas calles llenas de meandros y enfrentando a todos aquellos que tienen algún dato para darle pero que no lo hacen oliendo un escándalo en puerta. Como en un premeditado equilibrio, Alexandra tratará de calmar las aguas sin lograrlo. El peregrinaje, claro, se volverá más frenético hasta que Sin-Dee dé con la puta y la saque literalmente de los pelos de un quilombo (una habitación de un motel con varios habitáculos) y siga buscando a Chester con su presa en las manos mientras se vale de un slang (argot) de alto voltaje cada vez que se cruza con una fauna humana variopinta. La cámara de Baker sigue en una fina sintonía ese andar en estado alterado de Sin-Dee y se detiene en sugestivas angulaciones dando cuenta de la zozobra y de algunas dubitaciones, desde ya insuficientes para aplacar su furia. Paralelamente, Tangerine describe las andanzas de un taxista de origen armenio, casado, con hija y con suegra, con preferencia por las relaciones ocultas con muchachas trans –con una original vuelta de tuerca en el modo con que se relaciona con ellas–, que de a poco irá convergiendo con la de las protagonistas principales. El melodrama alcanzará su máximo esplendor cuando, en un típico negocio de venta de donas, la muchacha traicionada encuentre a su novio y le ponga adelante la mujer con quien la engaña y se entere todavía de algo que empañará aún más su corazón herido; ahí mismo, para hacer volar por los aires las diferentes visiones y existencias, el armenio será interpelado en su condición de hombre de familia. A años luz de cualquier rasgo moral, es inocultable que Tangerine transita un realismo sucio en modalidad road-movie pedestre, y pone a funcionar una mirada hacia una dimensión que siempre parece estar a contrapelo de aquella enquistada en un modelo falso y adormecido por los usos y hábitos que el sistema impone para no escupir a sus ocupantes. No hay profundidad en sus rasgos, en la diferenciación de los estadios ni en la conciencia de los personajes –ni aun en la de los armenios como pueblo trasplantado–, pero ni falta que hace, porque ese submundo vive y transpira a su manera, conforme a sus dramas y miserias, con la misma intensidad que promueve tener convicciones y un firme sentido de pertenencia.
Un film hecho con tres Iphones 5s. Ya es un dato llamativo. Habla de la audacia del director y guionista San Baker, y lo del bajo presupuesto que manejó. Este soporte le da a la película una textura saturada, un lenguaje muy especial. Pero eso se complementa con talento: Del director y de las dos chicas trans semiprofesionales. Ellas nos muestran Los Angeles con su cara siniestra, sucia, de lugares de mala muerte donde el glamour de las postales turísticas fue sepultado por la realidad. Maravillosas y entrañables Kitana Kiki Rodríguez y Mya Taylor. En la banda sonora un argentino Federico Cerruti.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
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Días de furia Tangerine cuenta un día en la vida de dos amigas transexuales que recorren los suburbios de Los Ángeles buscando venganza y una respuesta que las saque de la melancolía. Violencia contada a toda velocidad, marginalidad expuesta como en un documental, la prostitución y la exclusión presentadas en un retrato de puro realismo, la reacción ante la infidelidad, la relación entre dos amigas, la hipocresía dialogando en una mesa de debate con muchas más preguntas que respuestas y un modo de contarlo tan directo y despojado que hace notar la influencia del dogma 95 de Lars Von Trier. Todo eso es Tangerine, la película de Sean Baker filmada con un iPhone en los suburbios de Los Ángeles. Sin-Dee es una mujer trans, la protagonista de la película, que sale de la cárcel y su amiga Alexandra le cuenta que su novio la estuvo engañando con una chica heterosexual a la que llaman “fish” (pescado). A partir de ahí, la trama contada en un día se centra en la búsqueda atormentada por encontrarla para vengarse, llevarla ante su chico y dejarlos en evidencia. Las imágenes muestran las calles agobiantes de descontrol y miseria, rincones donde las reglas de la vida en sociedad parecen detenidas en una ciudad que suele mostrar otra cara. En el medio de esta historia, aparece el relato de un taxista armenio que tiene relaciones con travestis y trans. Su esposa finge no darse cuenta, para intentar mantener su vida tranquila, pero su suegra lo va a buscar para que revele lo que hace en horas de trabajo. Todo enmarcado en una puesta en escena llena de estereotipos y lugares comunes de familia aparentando perfección en la cena de navidad. Además de mostrar la marginalidad, la película parece volverse una reflexión sobre las formas en las que una mujer reacciona cuando se entera de la infidelidad de un hombre. Algunas, como la esposa del taxista armenio, prefiere el silencio, y se arma una convicción ficticia de felicidad para no enfrentarse a la mirada de lxs otrxs. La suegra en cambio hace todo para encontrar la “verdad”, porque cree que ahí está la verdadera dignidad, aunque tenga que enfrentarse a la angustia de haber sido engañada. El caso de Sin-Dee deja en evidencia un problema, una forma de accionar ante la traición que hace que la mirada feminista que podía tener la película se desvanezca. Cuando encuentra a Dinah, el pescado que se acostó con su novio, no deja de zamarrearla y arrastrarla por las calles de la ciudad. Las escenas bruscas eligen mostrar la brutalidad de una transexual contra la mujer que osó meterse con su novio, en lugar de encarar primero al hombre, que fue quién en última instancia le mintió. Cuando por fin lo tiene enfrente, la violencia parece desvanecerse, porque pasa eso, ante el hombre algunas mujeres todavía se desvanecen a pesar de la traición masculina. El encuentro entre Sin-Dee, su novio y su amante sucede en una cafetería de donas, esos locales tan típicos de Estados Unidos, donde además de ellos confluyen su amiga Alexandra que exhibe un dejo de ternura y compasión, el taxista armenio, su mujer y su suegra que exaltadas van a pedir todo tipo de explicaciones que no encuentran porque nadie tiene ganas de darlas. En ese local el drama se manifiesta como una tormenta tan cargada que no llega a aliviar la melancolía sórdida de los personajes. La más lograda de la película es la relación de amistad entre las transexuales, que pasan por el enojo, el alejamiento, se cuentan sus penas porque no tienen a nadie más, se pelean pero terminan unidas en una conexión que supera cada una de las traiciones.
La otra marginalidad El título de esta película refiere a un aroma particular y a un color anaranjado incandescente que se vuelve la esencia sensorial del planteo. Una fotografía vistosa, de colores saturados, es de los primeros aspectos que despiertan la atención; la original estética fue lograda en parte gracias a lentes anamórficos que permiten captar la luz con gran cantidad de matices, más un pulido final en el trabajo de posproducción que resalta los colores. No es lo único que puede impactar en un comienzo: a los estudiantes de cine o realizadores les resultará también extraño el seguimiento íntimo de las cámaras a los personajes y que, aún así, las tomas sean tan estables y pulcras. A pesar de que Tangerine fue filmada íntegramente con I-phones, los enfoques son limpios y carecen de los temblequeos propios de llevar cámaras tan livianas y pequeñas. Para lograr esta estabilidad, lo último en tecnología de steadycams amortigua los movimientos bruscos. El resultado es una aproximación a los barrios bajos de Los Ángeles como nunca se había visto, la presentación de un submundo que, en oposición a lo acostumbrado, es completamente nítido, luminoso y vital. La travesti Sin-dee-rella acaba de ser liberada luego de 28 días de reclusión por posesión de drogas. En seguida, se entera por medio de su mejor amiga –también travesti– que su novio-fiolo la estuvo engañando con una de sus prostitutas, durante su estadía en prisión. Así es que arranca una imparable y sobregirada travesía a través de los suburbios, en busca del proxeneta con el que corresponde ajustar cuentas. En este trayecto se encontrará con otras travestis, prostitutas y clientes, policías, traficantes, adictos varios y un taxista rumano obsesionado con ella. Para el abordaje, el director Sean Baker (Príncipe de Broadway, Starlet) mezcló actores profesionales y no profesionales con una soltura envidiable, al punto de que no podría decirse cuál de ellos es uno u otro, y a pesar de que la variada música se impone reforzando el artificio, el realismo logrado es sobresaliente. Más allá de esto, Baker logra echar luz sobre un grupo de marginales, sin hacer concesión alguna ni a los estereotipos ni a la corrección política. Los personajes no son lo que queremos que sean, ni lo que creeríamos que son; por dar un ejemplo, durante la mayor parte del metraje hay un personaje invisible al que se hace referencia continuamente, justamente el proxeneta que suscita la travesía. Desde un comienzo se lo pinta no sólo como el villano de la película, sino además como un tipo particularmente insensible, abusivo, traicionero. Cuando por fin aparece, comprendemos que no es nada de eso sino que se trata simplemente de un ser humano equiparable a cualquier otro; uno esencialmente defectuoso, pero en definitiva un tipo tan detestable como querible, sentimental y desconsiderado, honesto y al mismo tiempo algo sádico. Esta clase de dualidades parecieran presentes en cada uno de los personajes principales, lo cual nos acerca a ellos muy a pesar de sus exabruptos y los juicios que pudiéramos tener sobre su comportamiento. Tangerine es una joya, un refrescante oasis en medio del cine independiente estadounidense actual. También de la clase de películas que tienden puentes emocionales y llevan al espectador a conectar, al menos por un rato, con ciertas minorías discriminadas. Publicado en Brecha el 22/4/2016
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Tránsito perpetuo Sin perder el tiempo, casi como urgido por el tren de una historia que no se quisiera perder nadie –pero que de hecho, de acuerdo a su pronto repliegue de la cartelera, se la están perdiendo todos-, Tangerine (2015), la notable película de Sean Baker, anunciará desde la primera escena el impulso que desencadenará el conjunto de acontecimientos de un relato que avanzará a puro vértigo. Dos amigas travestis en un bar conversan animadas, festivas, contentas de volver a verse. Es Navidad y Sin-Dee (Kitana Kiki Rodríguez) regresa a la ciudad después de pasar veintiocho días en prisión. Pero la alegría del reencuentro durará, como cada escena, poco. Porque Alexandra (Mya Taylor), casi al pasar, a partir de un comentario entre inocente y burlón, le revelará que su novio, un chulo llamado Chester, la ha estado engañando con una mujer, una de las prostitutas que trabajan para él. La noticia escandalizará de inmediato a Sin-Dee. No solo por la infidelidad, sino más bien por haber sido engañada con una mujer, lo que convierte a la traición en una ofensa digna de venganza. Sin-Dee saldrá a la calle en busca de los culpables. La acompañará su amiga Alexandra. Será ella quien intente calmarla y convencerla de que los hombres no valen la pena. Casi a los gritos le solicitará, como prerrequisito para ayudarla, que no haga del conflicto un drama. Condición sine qua non que Baker afortunadamente sostendrá como principio narrativo. En ningún momento, bajo ningún punto de vista, la película sucumbirá en la tentación ideologizante de una representación plañidera y quejosa de almas perdidas. No se entregará al sórdido barro de la conmoción sensacionalista. Asumirá una perspectiva diferente, absolutamente audaz, determinada por la vitalidad y desparpajo de sus personajes y sostenida por un ritmo galopante provocado por la utilización versátil de recursos –para empezar, la película fue filmada íntegramente con un Iphone 5-. La infidelidad que sufre Sin-Dee será el puntapié inicial no para el despliegue lento de un drama insufrible, sino para el inicio de una cruzada irreverente por la ciudad. Una road movie urbana. Un trip febril por Los Ángeles, pero ligeramente desviado de sus reconocidas vidrieras de glamour hollywoodense. “Los Ángeles es una mentira con un envoltorio bonito”, rezongará en algún momento uno de los personajes. El film de Baker trazará un recorrido diverso. Identificará aquellas otras estrellas que rondan por los callejones deslucidos de la ciudad. Un itinerario cuyo espacio central de referencia serán las esquinas. Por allí pasará Sin-Dee una y otra vez, saludándose y puteándose con sus camaradas. La cámara la seguirá por una geografía iluminada por postes de alumbrado público y carteles de luz brillante. Su travesía abarcará moteles, lavanderías, paredones, playas de estacionamiento, baños públicos, colectivos, subterráneos, locales de comida rápida. Lugares definidos por la condición que acaso determina su propio trabajo y su propia identidad: la transitoriedad permanente. La cámara seguirá también la trayectoria de Alexandra, quien además de ejercer su profesión a diario, intentará desarrollar su talento como cantante. Repartirá invitaciones a los amigos y clientes preferidos para uno de sus shows. Con otros tendrá problemas. Los clientes serán representados como tipos que aguantan, que se quejan de sus familias. Hombres que necesitan acabar con desesperación. Otro itinerario estará marcado por un taxista armenio, quien llevará y traerá a distintas personas y conflictos. El armenio es padre y sostén de su familia, pero además consumidor habitual de travestis. Buscará consuelo en ellas, como una oportunidad para realizar un cierto tipo de liberación sexual siempre postergada. La película desnudará la doble moral pequeñoburguesa, pero sin enfatizarla ni juzgarla. Las calles exhibirán la ausencia de pudor. La subjetividad encontrará allí la inestimable posibilidad de su expansión. La historia transcurrirá casi en su totalidad en exteriores. Será precisamente en la ostentación de su exterioridad donde el film alcance a lucir la condición excéntrica del travesti. Bajo el pulso de su ritmo alocado, Tangerine evidenciará, como sus personajes, la imposibilidad de una determinación categórica. Baker superpondrá y alternará procedimientos. Finalmente terminará por consolidar una película múltiple: sobre la aventura travesti en la ciudad, sobre la soledad que implica sobrellevar un deseo, sobre el valor de la amistad. No es poco. Y sin embargo, tal vez ya no sea posible verla en cines. Las buenas oportunidades suelen durar lamentablemente muy poco.