"Terror en el estudio 666": los Foo Fighters se divierten La película se estrena unos días antes de la actuación del grupo en el festival Lollapalooza. El estreno local de Terror en el estudio 666 coincide (es una manera de decir) con la presentación de Foo Fighters en la jornada de cierre del Lollapalloza este domingo. Es que la película, un homenaje-parodia al cine de terror más ochentoso, parte de una idea original del líder del sexteto, Dave Grohl, y está interpretada por los miembros de la banda haciendo en todos los casos de sí mismos. O, más precisamente, versiones ficcionales de sí mismos. Es un caso típico de juego entre amigos, en el cual los resultados creativos dejan bastante que desear, aunque la propuesta tiene su atractivo, al menos en los papeles. La idea de base es más o menos la siguiente: los FF andan de capa caída y la grabación de un décimo álbum podría ser la tabla de salvación del grupo. O bien su caída en desgracia absoluta. El dueño de la discográfica (Jeff Garlin, el vecino y mejor amigo de Larry David en Curb Your Enthusiasm) les ofrece lo que parece el mejor lugar para componer y grabar las nuevas canciones: una pequeña mansión en la cual, veintipico de años atrás, ocurrió una gran matanza… de otra banda de rock. A poco de instalarse en el lugar, Grohl empieza a escuchar sonidos extraños y a ver a un misterioso personaje que anda cortando la maleza con unas enormes tijeras de jardín, pero el plan musical sigue en marcha. Las diferencias entre los miembros comienzan a surgir, pero lo peor tiene un origen muy diferente: en el galponcito del fondo un libro fabricado con piel humana bebe sangre de un mapache destripado, regenerando una antigua maldición. El gore tiene un peso específico importante en las imágenes de Terror en el estudio 666 (cruza de old school prostética con ayuda digital), como así también el humor. En pleno ataque del síndrome de la página en blanco, el vocalista y líder de los Fighters se pone a cantar la balada “Hello”, pero es interrumpido por el mismísimo Lionel Richie, cabreado por el uso indebido de su hit. Por supuesto, se trata de un sueño, aunque no es el más terrorífico. De a poco, seres de ojos color carmín y cuerpo demoníaco comienzan a recorrer la casa entre las sombras, anticipo de la carnicería en ciernes. El mejor de los gags recurrentes, guiño al progresismo que invadió el rock décadas atrás, es la grabación de un tema “épico” que comienza durando quince minutos, luego treinta, luego tres cuartos de hora y así. Un insospechado portal sonoro para abrir definitivamente las puertas del inframundo. Hay cuchillas, motosierras y otros instrumentos cortantes a medida que comienzan a apilarse los cuerpos y también varios chistes ligados al consumo de carne cruda (animal y, sí, también humana), además de un cameo del gran John Carpenter, quien además aportó su talento musical para el tema de apertura, compuesto junto a la banda. Así, a lo largo de 106 minutos que se sienten un poquito excesivos, este homenaje a la saga Evil Dead y al subgénero slasher en general avanza a los tropezones, con actuaciones conscientemente subestándar (Pat Smear parece decir con su mirada que todo es una gran pavada) y un aire trash que no alcanza para generar un buen tono paródico. El clímax ofrece alguna sorpresa genuina en esta curiosidad sólo para fans.
Cuentan los integrantes de Foo Fighters que, cuando se encerraron en una mansión californiana para grabar lo que sería su décimo disco, Medicine at Midnight, sucedieron cosas paranormales. Porque, ¿de qué otra manera podrían catalogarse las interferencias en las pistas o las repentinas desafinaciones de los instrumentos? Fue entonces que su líder, Dave Grohl, colocó varias cámaras por la casa que validaron que nada era muy normal allí dentro. ¿Qué captaron las cámaras? Imposible saberlo: Grohl y sus compañeros debieron firmar un acuerdo de confidencialidad ya que la casa estaba en venta. Los Foo Fighters grabaron mucho más rápido de lo planeado y se fueron del lugar no solo con un flamante disco, sino también con el germen de lo que sería Terror en el estudio 666, una película centrada en una banda que va a una casa a grabar un disco y termina envuelta en una carnicería demoniaca. Una banda que se llama… Foo Fighters. Imposible saber entonces si la historia repetida decenas de veces por Grohl fue real o no, pero lo cierto es que los integrantes del grupo se ponen delante de cámara para hacer de ellos mismos en esta historia hecha con dosis iguales de terror y comedia, que comienza con el grupo llegando a la casa original para la grabación en cuestión. Entre ensayos, referencias, guiños (hay cameos de Lionel Ritchie y John Carpenter) y la aparición de varios personajes secundarios (un ambicioso representante, una vecina fanática de la banda que les lleva una torta espolvoreada con ¡cocaína!) con incidencia en la trama, la película de BJ McDonnell nunca esconde su condición de vehículo para la autoconciencia. Lo hace mechando una cantidad nada despreciable de humor y, sobre todo, de sangre. En ese sentido, Terror en el estudio 666 es una de las películas contemporáneas con mayor inventiva para imaginar las muertes más absurdas y bizarras: cuerpos de plástico estallando cuando son arrollados, otros rostizándose en una parrilla y, el momento más destacado, una escena de alcoba que incluye la que probablemente sea la motosierra con los dientes más afilados de la historia del cine.
Justo, pero justo en la semana en la que los Foo Fighters subirán al escenario principal del Lollapalooza en el Hipódromo de San Isidro se estrena aquí Terror en el estudio 666, la película que combina -o, después de verla, conviene decir que mezcla- comedia y horror, con asesinatos y muertes espeluznantes. Sobre una idea e historia escrita por Dave Grohl, el líder y cantante de la banda, los Foo Fighters se interpretan a sí mismos, como hacían los Beatles en los años ’60, pero con una diferencia: aquí no hay fanáticos que los persigan, sino que ellos son perseguidos por entidades diabólicas. O algo así. En la ficción, los Foo Fighters están por grabar su décimo álbum, y quieren hacer algo distinto, que los diferencie de las otras bandas y que sea a la vez atípico. Y vaya que lo será. Pero mejor habría que empezar por el comienzo, cuando una terrible matanza ocurre en una mansión o casa en Encino, por supuesto convenientemente alejada de casi todo. Era, también, una banda de rock que estaba grabando, pero alguien enloqueció y todos terminaron muertos y sin terminar el disco. Esto es en el pasado, por el año 1993, y en el presente, ¿a qué no saben a dónde irán a instalar su estudio de grabación los músicos? Marihuana y carne casi cruda Como dijimos, el lugar está lejos de casi todo, pero no tanto: hay una vecina que los reconoce y les hace unos pastelitos con marihuana. No queda claro si porque los reconoce les da la droga, o sencillamente les convida los dulces. No importa. Al llegar al lugar, Grohl se siente como impregnado, conectado del ambiente, y junto al bajista Nate Mendel, los guitarristas Pat Smear y Chris Shiflett, el baterista Taylor Hawkins y el tecladista Rami Jaffee se ponen a componer y tocar. Pero hay fuerzas endemoniadamente negativas que afectan al líder de la banda en esa casa aparentemente embrujada. Hay indicios de que algo no está del todo bien cuando Grohl comienza a comer la carne decididamente cruda. La película, además de estar dirigida a los fans de los músicos, tiene como principal destinatario a los espectadores que aman el cine gore en el que las muertes sean lo suficientemente exageradas como para provocar más risas que estupor y/o sorpresa. El director BJ McDonnell tiene en su haber la película slasher Hatchet III, y videos para la banda de metal Slayer. No es que haya contado con mucho presupuesto -las acciones transcurren prácticamente todas en el interior y el exterior de la casa- y algunos efectos dan más para la risa que para pegarse un susto. Y, para que vayan preavisados, el mismísimo John Carpenter hace un cameo como un ingeniero de sonido, y hasta coescribió uno de los temas musicales de la banda de sonido.
Texto publicado en edición impresa.
A horas de tocar en Argentina en el Loollapalooza, los Foo Fighters se prestan para esta puesta al día del cine de género en donde la obsesión por parte de Dave Grohl para terminar una canción maldita, terminará por sembrar el terror y la sangre en toda la banda. Le sobran varios minutos, pero entretiene con su divertida propuesta.
Los cruces entre el rock y el terror han sido más que fructíferos. Quizás el mejor ejemplo sea la audacia de Rob Zombie en la dirección de la sangrienta La casa de los mil cuerpos (2003) y la incursión en la franquicia Halloween con el pulso del heavy metal. Al líder de White Zombie siempre le interesó el terror, pensar el género, expandirlo hacia un territorio propio en el que la música sea parte de la creación. En cambio, en Terror en el Estudio 666, la apuesta es más modesta y atada a un ejercicio lúdico. David Grohl y la banda Foo Fighters cede un poco a la vanidad y hace una excursión a una casa embrujada ubicada en la soleada Encino para recuperar su inspiración y sacar su décimo álbum con verdadero espíritu rockero. Grohl deja la cámara en manos del director de videoclips BJ McDonell que sigue a la banda y sus aventuras en clave gore con el pulso y la celebración de un verdadero groupie. A decir verdad la película funciona menos en el terreno del terror que en el de la parodia de rockeros que deciden burlarse de sus propios egos y mañas con algo de sangre y magia negra. La historia asimila con orgullo los lugares comunes del horror y los tópicos de las narrativas de músicos: sumergidos en un bloqueo creativo y con la presión de la discográfica para entregar un nuevo disco, los Foo Fighters se recluyen en una casona en el bosque para encontrar inspiración, como Led Zepelin lo hiciera en su épica estadía en el castillo de Clearwell para componer “In Through the Out Door”. En un breve prólogo nos enteramos que en las tierras de Encino ocurrió una tragedia a comienzos de los años 90: otra banda dejó un proyecto inconcluso porque el líder masacró a todos sus músicos. Entre ecos de Nirvana, burlas a Coldplay y cameos de Lionel Richie, Grohl intenta hallar la inspiración en los sótanos teñidos de sangre del rock californiano. Nunca los Foo Fighters se toman demasiado en serio, y por momentos todo parece un viaje de egresados escalonado con brutales escenas de gore y chistes de club de barrio. Los recursos del terror están siempre supeditados al efecto cómico, no solo las muertes concebidas con instrumentos o los plomos electrocutados, sino que la idea subterránea es siempre la del chiste interno, esa complicidad entre quienes se conocen y dejan una ventana abierta para el disfrute del fanático. Filmada en plena pandemia, la construcción narrativa es algo previsible y las actuaciones amateurs, pero el encanto radica en ese ruego desesperado que anima a la banda para resucitar los mitos del rock aunque sea a través de la reencarnación demoníaca. El propio Grohl exprime la efervescencia de su carisma, con una jactancia algo cascoteada por la conciencia del tiempo presente. Sus interacciones con Rami Jaffee y Pat Smear resultan ocurrentes; las breves apariciones de John Carpenter y la naciente Scream Queen Jenna Ortega, un guiño a la crudeza y autoconsciencia del slasher; y el resultado final, una experiencia gratificante para los protagonistas y los fans que nunca pretende quedar en la historia del cine.
Terror en el Estudio 666 sale a flote cuando vemos a los Foo Fighters bromear entre ellos, burlarse de la cultura zen de Rami Jaffee y meter el saludo «Peal Jam» de vez en cuando. Por eso, a pesar de las críticas puntuales que uno le pueda hacer es una propuesta interesante para los fans de la banda en la que se nota la pasión por el género de terror y el gore explícito.
“Sting sería otra persona que es un héroe. La música que ha creado a lo largo de los años, realmente no la escucho, pero el hecho de que la esté haciendo, lo respeto.” Hansel, modelo masculino. Zoolander (2001) Foo Fighters, son mis héroes, la música que han creado a lo largo de los años, realmente no la escucho, pero el hecho de que hayan producido y protagonizado una película de horror satánico donde hacen de ellos mismos, lo respeto. Studio 666 (2022) es una película de terror dirigida por BJ McDonnell y escrita por Jeff Buhler y Rebecca Hughes, sobre una historia de Dave Grohl. La banda, en medio de una crisis creativa, es llevada a una casa en Encino para la grabación de su décimo disco. Lo que ellos no saben es que años atrás una banda murió brutalmente asesinada en esa misma casa. Pronto descubrirán que fuerzas oscuras habitan allí y que la música puede estar conectada. Studio 666 arranca con un asesinato brutal y de ahí corta a unos hermosos títulos de cine de terror clásico con una música que recuerda a la que John Carpenter compuso para sus películas. ¡Y está compuesto por John Carpenter! Ya con eso la película se acomoda en el género y pasa ahora sí a la presentación de la banda. Luego habrá un par de sorpresas muy bien utilizadas y el propio John Carpenter hará un pequeño papel. Pero lo que realmente hace al corazón de la película es ese género absurdo que podríamos llamar banda de rock que se divierte haciendo una película. Incluso, como ya fue mencionado, sin seguir a la banda, se nota la diversión en cada momento. La película es salvajemente violenta y aunque es en gran parte una comedia, los asesinatos se presentan con el nivel de gore adecuado que necesita cualquier seguidor del género. Aunque el protagonista es Dave Grohl, toda la banda participa y se divierte. Pat Smear, particularmente estático como actor, parece Harpo Marx, con su sonrisa inocente. Creo que se dan cuenta, porque le ponen un gorrito de dormir como los que el cómico usó en algún film de los Marx. Toda la iconografía del género horror satánico está bien representada, pero tal vez la idea más graciosa es la del líder de la banda con un objetivo distinto al resto. Justificado por la historia, pero jugando con la idea de quien estando al frente solo piensa en sí mismo. Recuerda en ese aspecto a uno de los sketches más famosos de Saturday Night Live, en el cual Jon Bon Jovi convencía al resto de su banda de que se llamaran Bon Jovi. Nunca confiar en el más famoso miembro de un grupo de rock. Studio 666 es una pequeña joya del terror que no tiene desperdicio.
Terror en el estudio 666 es una propuesta que probablemente resultará satisfactoria para el nicho de fans más acérrimo del músico David Grohl que busque ver a su ídolo en el cine. Caso contrario cuesta bastante encontrarle algún valor notable a esta producción que resulta decepcionante como sátira del cine de terror clase B. Más que una película de los Foo Fighters el proyecto parece un capricho vanidoso de Grohl que tranquilamente se podría haber exhibido como un corto de media hora en You Tube o en alguna plataforma de streaming. A diferencia de la banda Kiss, donde sus integrantes le ponen onda a todo, inclusive a un largometraje animado con Scooby Doo, en este caso es David quien acapara el protagonismo mientras que el resto de sus compañeros, en piloto automático, tienen participaciones limitadas para no dejarlo solo al baterista. La idea conceptual no era mala pero lamentablemente no le encontraron la vuelta en la realización y la ejecución resultó fallida. La película busca rendirle homenaje a través de la sátira al cine de terror clásico de los años ´70 Y ´80 y toda la era de los efectos especiales prácticos, como los que solía ofrecer Tom Savini. La secuencia inicial, ambientada en 1993, evoca el subgénero slasher de aquellos días con una introducción efectiva del gore que más adelante cobra protagonismo. El problema es que la historia enseguida se desinfla con la introducción de Grohl, quien hace un esfuerzo sobrehumano por intentar ser gracioso y termina saboteado por un guión deplorable. El resto de los Foo Fighters salen mejor parados al tener una presencia testimonial, donde queda claro que no tenían ganas de trabajar en un largometraje de este tipo. Las situaciones graciosas son desastrosas y parecen escritos por los guionistas de la franquicia Marvel, campeones mundiales del humor forzado. Con el correr del tiempo este aspecto del film se vuelve tedioso y como la música de banda tampoco tiene relevancia en la trama, Terror en el estudio 666 se hunde por el peso de su propia estupidez. La dirección corrió por cuenta de B. J.Michaels, quien había hecho un trabajo decente hace unos años en Hatchett 3, con Danielle Harris, y en esta labor presenta una obra incoherente que nunca define lo que desea hacer con el género. Queda la sensación que la película la fueron armando mientras la filmaban sin tener claro el rumbo que le querían dar a la historia. Por momentos intentan centrarse en la parodia del thriller sobrenatural, con referencias a Evil Dead y El exorcista, después se mete con el slasher y luego con los misterios de Scooby Doo y no consigue ser efectiva en ninguno de esos campos Lo único rescatable se encuentra en la música incidental, que contó con la colaboración de John Carpenter (quien aparece en un breve cameo) y un par de escenas que juega con los efectos prácticos de los ´80 y están bien realizadas. El resto es para el olvido. David Grohl hubiera quedado mejor parado si liberaba esto en You Tube para los fans en lugar de lucrar comercialmente con una comedia de terror mala que ni siquiera difunde la música de la banda. Comparada con esta producción Kiss Meets the Phantom of the Park parece una obra de David Lynch.
Foo Fighters contra los fantasmas. Terror en el estudio 666 es una comedia de terror protagonizada por los integrantes de la exitosa banda Foo Fighters, en la que se interpretan a ellos mismos yendo a grabar su décimo disco en una mansión embrujada. Es así como su líder Dave Grohl ocupa el rol protagónico, acompañado de Nate Mendel, Pat Smear, Taylor Hawkins, Rami Jaffee y Chris Shifflett, todos ellos dirigidos por BJ McDonnell. La historia, escrita por el propio Grohl, está inspirada en El resplandor. Dave Grohl, líder de la banda, va enloqueciendo poseído por un espíritu maligno mientras busca inspiración para grabar su disco, superando la crisis que le genera el bloqueo creativo. Lo que lo lleva a asesinar de forma bizarra a sus propios compañeros, en escenas donde se lleva al extremo el humor negro y la violencia gore. Pero el principal problema son las malas actuaciones de los músicos, que hacen que más allá que se trata de una parodia y se utilice una estética bizarra propia del cine de bajo presupuesto en los efectos visuales, el espectador no termine de empatizar con los personajes. Lo que trae como resultado el mal funcionamiento de algunos gags, a pesar de sus buenas intenciones y una duración que se vuelve excesiva por su gran cantidad de tiempos muertos. Aunque también resulta necesario rescatar la originalidad de una escena en la que se usa una motosierra para cometer un asesinato. Así como también el cameo del maestro John Carpenter, uno de los principales referentes del género, a quien además se lo homenajea con referencias a En la boca del miedo (1994) y con el parecido físico de su ayudante al Snake Plissken de Kurt Russell. En conclusión, Terror en el estudio 666 es una película que no funciona, a pesar de partir de una buena idea como es fusionar el terror con la comedia y que sea protagonizada por una banda prestigiosa como es Foo Fighters haciendo de ellos mismos. Porque queda claro que les resultó divertido hacerlo, pero se olvidan de hacer partícipe al otro integrante fundamental que es nada más y nada menos que el público.
Esta es la película para los fanáticos de Foo Fighters y del terror slasher que desparrama sangre, vómitos, utiliza sierras, resortes, tijeras con el fin de despanzurrar a cuanto humano (incluido un mapache) se pueda destripar. La idea es utilizar el magnetismo de la banda, especialmente de Dave Grohl, para que en el mismo estudio donde terminaron su décimo álbum, Medicine at midnight, se diviertan con una de terror. El tema es que aunque los músicos sean talentosos y carismáticos no son actores y ya se sabe que hacer de sí mismos es una tarea difícil. Y hay momentos donde quedan expuestos. Pero para los amantes del terror, con sus lugares comunes, disfrutar de la música del grupo que es lo mejor, ver a Grohl endemoniado y caníbal terminando con cada integrantes de la banda, les puede resultar muy divertido, porque el terror triunfa aunque de risa, regodeándose en el lugar común y el exceso, de tiempo incluido. Que el estreno coincida con la presencia de la banda de culto en nuestro país le suma puntos.
Las bandas reales y los largometrajes ficcionales tienen una sana relación hace un buen tiempo, desde los Beatles pasando por Kiss hasta intentos más contemporáneos como el de Metallica. Aunque en esta ocasión, esa tradición parece venir más de la mano del estilo del esfuerzo audiovisual que supo realizar la banda Tenacious D de Jack Black. «Studio 666» junta el rock con el cine de género y algo de comedia sabiéndose nada más profundo que un buen rato para cualquier fanático de la banda o de este tipo de sangriento divertimento. Dave Grohl y compañía tenían algunas decisiones que tomar a la hora de encarar este proyecto. La primera es quizás la más importante: ¿Para quién es? Podrían haberlo hecho solo porque querían protagonizar una peli, o algo exclusivamente pensando en los fans de la banda, aunque seguramente los tentaba (siendo posiblemente fans del terror) poder captar un poco del público del género que tan receptivo es con todas las potenciales experiencias en festivales especializados. El resultado no es poco ensalada pero sí termina siendo efectivo gracias a tener siempre como prioridad divertirse haciendo algo enfocado completamente en entretener. El carisma de Grohl lo sostiene de buena manera como protagonista, con unos pocos actores «reales» sosteniendo los roles más satelitales. Aunque una de las mejores decisiones por parte de la dirección es que el resto de la banda se sostenga más en la química entre ellos que en su carisma o dotes actorales. Los chistes se sienten como un juego entre amigos pero tampoco necesariamente llegando a tocar la poco satisfactoria zona de «improvisación» que tan mal le hace a la comedia estadounidense en general, un buen equilibrio entre guion y ensayo que seguramente fue resultado de una colaboración entre los miembros de la banda para dar veracidad a su dinámica. Entre eso y que el director BJ McDonnell entiende que una cinta de terror debe sostenerse en un buen uso de banda sonora, uno puede sentarse tranquilo sabiendo que no está en manos tan inexpertas. Hay buena música, sorprendentes cameos, priorizando la atmósfera ocasional de tensión aunque sin sacrificar por ello el humor que constantemente dice presente. Entiende muy bien que para ser una comedia de terror efectiva debe saber cuando tomarse completamente en serio y cuando levantar el pie del acelerador para que todos recordemos que la sangre falsa y los demonios asesinos están en pantalla para que vuelen los pochoclos por el aire. Quizás pierde intensidad en el cierre final, pero para entonces la hora y media anterior ya ha sabido entregar un buen ritmo, alguna risa y la cantidad justa de sobresaltos y litros de sangre. No es ninguna obra maestra, ni tampoco trasciende la experiencia a la que apunta. Pero ya es un triunfo valorable que «Studio 666» logre ser un buen rato para un grupo de amigos, una noche inofensiva de pareja o incluso satisfacer la curiosidad individual de «¿Será cualquier cosa esta película que flashearon hacer los de Foo Fighters?».
MUCHO EGO, POCAS IDEAS Con artistas como los Foo Fighters (y en particular Dave Grohl, el líder de la banda), puede darse el siguiente problema: la noción por anticipado de que cualquier cosa que hagan va a ser, inevitablemente, interesante y digna de ser tenida en cuenta. De ahí que el público tienda a festejar cualquier cosa y que la crítica quiera encontrar complejidad donde solo hay superficialidad. Es lo que sucede con Terror en el Estudio 666, una película entre autocelebratoria y hasta caprichosa, que tiene apenas un par de ideas atractivas y que sin embargo mucho intentan valorar de una forma que no merece. En el film de BJ McDonnell, los integrantes de Foo Fighters tienen que grabar de una vez por todas su esperado décimo álbum. En busca de inspiración, aceptan la propuesta de su mánager de mudarse a una mansión en Encino, sobre la que pesa una de las más siniestras historias del rock. En cuanto arriban, Grohl deberá lidiar con fuerzas sobrenaturales y demoníacas que amenazarán su estado mental, el proceso de grabación y la vida de todos los integrantes, mientras se van acumulando eventos donde se combinan lo terrorífico con lo cómico. Si la estructura de producción de Terror en el Estudio 666 es pequeña y concentrada (casi toda la película transcurre en esa mansión poseída), también lo es su imaginario, con una mitología limitada y situaciones donde prevalecen lugares comunes. Hay un intento no solo de parodiar diversos elementos del cine de terror, sino también de las poses y gestos artísticos del rock, además de proponer una mirada hacia las tensiones internas que vienen con la popularidad y los egos en colisión. Y eso no está mal, pero el problema no es solo que ya se ha hecho eso, sino que se ha hecho con mucha más energía y creatividad. En cambio, aquí el planteo se agota rápidamente, en un relato que pasa demasiados minutos girando en el vacío. Se podrá decir que en Terror en el Estudio 666 hay algunos chistes que funciona y que el giro del final -luego de una sanguinolenta acumulación de cadáveres- no deja de tener cierto riesgo a partir de las inquietantes posibilidades que introduce en el acto creativo. Pero no hay mucho más que eso y hay que esforzarse un montón -demasiado en realidad- para pasar por alto que la puesta en escena es ciertamente perezosa, que los Foo Fighters están lejos de ser buenos actores (y ni siquiera se juega con eso desde la autoconsciencia) y que la pretendida reflexión sobre los egos en la música no deja de ser bastante ególatra. En Terror en el Estudio 666 desfilan varios nombres relevantes en distintos cameos (Will Forte, John Carpenter, Lionel Richie, Jenna Ortega) pero no deja de ser una comedia de horror con poco humor y nulo terror, cuya mediocridad solo es celebrada porque tiene a los Foo Fighters al frente.
El ex baterista de “Nirvana”, Dave Grohl, fundó en 1994 el icónico grupo Foo Figthers, en Seattle, cuna del grunge. Tres décadas después, hablamos acerca de un referente del rock contemporáneo, alcanzando aquí el terreno cinematográfico. Humor negro, sarcasmo, terror y comedia confluyen en un relato que se emplaza en una mansión llena de espeluznantes recovecos. Casas malditas que han hecho del cine de terror un lugar común, como las que albergaron la leyenda urbana que cobija a la gestación de grandes discos, como “Led Zeppelin IV” (1971). La intención conceptual emula al más puro estilo ‘serie b’, sin maquillar, sin embargo, su débil construcción narrativa. Cabe aclarar, que el presente no se trata de un rockumental, sino que el género más popular difumina las barreras de la ficción, logrando aquí un híbrido que tiene algún que otro punto en común con aquella extrañeza gestada por Metallica en “Trough the Never” (2013). Un extravagante verosímil saca provecho de efectos visuales trillados, sí, pero…¿podrá el embrujo recuperar la inspiración perdida? Vida de rock and roll y excesos, el paradigma dista del que circundaba a los húmedos sótanos de la casa parisina en donde The Rolling Stones grabara “Exile on Main Street” (1971). “Terror en el Estudio 666” promete la décima placa editada por Foo Figthers, mientras una apuesta más lúdica y menos formal no se reserva múltiples referencias y guiños a bandas como “Pearl Jam” y “Coldplay”. Salvaguardando cierta dignidad, no es el terror involuntario el que rige los dominios de una película hecha para parodiar, aunque el registro sea más permeable a maquillar ciertas falencias de origen.
El mal y el Rock. El Diablo y la música. El artista y su lucha por ganar la eternidad. Desde el críptico Robert Johnson y su legendario pacto con lucifer, pasando por la casa dónde fue asesinada Sharon Tate por el clan Manson y utilizada como estudio por Trent Reznor en 1994, buscando nueva inspiración para su obra maestra The Downward Spiral, hasta el tenebroso suceso que vinculó a los Mars Volta -en gira con Red Hot Chilli Peppers-, cuando utilizaron una ouija que despertó todo tipo de extraños eventos y supersticiones y a la que le dedicaron un disco, The Bedlam in Goliath. La música carga en sus espaldas, o sobre sus partituras y acordes, un sinfín de hechos esotéricos que abren las puertas a los infiernos de las conjeturas más extravagantes y macabras. Algo de eso, pero en solfa y en plan metaparodia, es lo que plantea Studio 666, que tiene de protagonistas a la banda de rock Foo Fighters. El film arranca con una masacre en un caserón, en medio de equipos de música y amplificadores. Corren los años 90, 1993 para ser exactos, año en que el grunge noventero o el rock alternativo llegó a su pico máximo gracias a discos como In Utero de Nirvana, Siamese Dream de The Smashing Pumpkins, VS de Pearl Jam o Pablo Honey de Radiohead. Ese salto a las gradas del éxito sería el hincapié máximo para lograr la fama absoluta en una época dorada para el rock sombrío, donde dormían las mentes atormentadas de tipos como Layne Staley de Alice in Chains. Ya en la actualidad, sin la mitad de las mentes que dieron vida a estas bandas, una de ellas resurgió de la trágica desaparición de Kurt Cobain: los Foo Fighters. Su líder y mayor figura, Dave Grohl, mantiene el legado de toda una generación cuya mayor virtud es dejar atrás el sonido oscuro y solemne que caracterizaba a sus predecesores. Si tomamos todos estos elementos, tenemos una película sobre un grupo que debe pasar una estadía en el infierno para hallar inspiración para su nuevo disco. Acá el lugar elegido por un mefistofélico manager es el viejo caserón del principio. Una vez establecidos, la banda comenzará a experimentar todo tipo de fenómenos, uno más descabellado que otro, y será Grohl quien le ponga toda la onda posible a un relato que se cae a pedazos a medida que va avanzando. Se disfraza de clase B ochentera, pero en ese intento desesperado por empatizar con un grupo determinado de seguidores no hace más que ahogarse en las limitaciones artísticas a las que quiere transgredir y pierde la pulseada con mano débil. Los homenajes al cine de terror de los ‘80 se manifiestan sin mayores pretensiones que solo hacer gala de una generación que bucea en el pasado para disfrazar de urgencia formal todo lo que en realidad sabemos es nostalgia pura y dura. Hay tanto de The Evil Dead como de su secuela y de cualquier slasher sobrenatural de aristas genéricas que pululaban las salas en aquellos tiempos en que las tripas y la sangre vendían más entradas que una de Disney. Se esfuerza tanto por ser bizarra, irresponsable y desmedidamente divertida, que se olvida por momentos que muchas de las películas a las que rinde pleitesía le sobraban por naturaleza instintiva y formas o fórmulas que respondían a una época, el pulso narrativo preciso: contaban como un reloj lo justo y necesario, y el timing para la comedia, como para la desfachatez de sus ideas, era perfecto porque eran tiempos (sociales, culturales) que así lo requerían. Si hoy en día los slashers están casi extintos es porque claramente su función sirvió como política y discurso de una época determinada(los ‘70, ‘80 y algo de los ‘90, dónde ya vio su extinción post Scream), por dar un ejemplo de un subgénero al que se lo quiere revivir con la excusa de revitalizarlo sólo por hacer de la final girl una figura más politizada de lo que ya era. Hoy en día la nostalgia vampiriza una época sin entenderla del todo cuando quiere tomarla como modelo. Películas como The Evil Dead y Evil Dead 2: Dead by Dawn (conocida en Argentina como Noche alucinante) son reflejo y respuesta de un contexto específico, unívoco, al que se le puede llegar sólo si hay una visión del mundo que pueda actualizar, revitalizar la mitología de la película original (en el caso de ser una remake) o entender que las formas a las que respondía el terror o la clase B en general son una herramienta para expresar el estado del mundo cuando fue concebida. Mover ese tipo de cine a la actualidad es de una mera negación hacia las formas actuales con que se reproducen las imágenes. No es que no se puedan filmar películas bizarras hoy en día, o que tengan un “espíritu” de aquellas obras, claro que no. El problema es la insistencia de que ese cine sea puro goce del nostálgico que quiera calcar un estilo, sus formas y funciones cinematográficas sin siquiera entender en la actualidad se expresa el cine como arte y política. Para entender esto pongamos de ejemplo Posesión infernal (2013), la remake de The Evil Dead. Película mucho más tenebrosa, que funciona como una licuadora cerebral por las imágenes agresivas que no dejan indiferente al espectador. Más allá de los resultados artísticos, si son del agrado del espectador o no, hay una codificación del mito original, dejando de lado cualquier postura nostálgica y acercándose a una reutilización de la película de Sam Raimi, casi un “mitologema” cinematográfico (para entender el concepto de mitologema leer los escritos de Károly Kerényi o el concepto del cine de Faretta). De esta misma manera, Duro de matar (1988) se transforma en una especie de mitologema para películas como Rascacielos (2018), por dar un ejemplo. Es entender el mito, pero revitalizado en base a las urgencias de la actualidad. Pero bueno, en fin; Studio 666 no es una película para tomarse en serio y se nota que su concepción fue meramente para divertirse: el problema es que esa diversión pueda traspasar la pantalla y hacernos partícipes de ella. Se siente como si la película total fuera un chiste interno de la banda al que solo ellos tienen acceso y conocimiento para su disfrute. Por momentos quiere oler a rock, a garaje, a cerveza y joda, pero sin consistencia en la comedia es imposible generar algo más allá de las simpatías que puede despertar en un fanático de la banda. Se ahoga en berrinches bizarros sin llegar a retribuir a todo aquello que se permite homenajear a su vez que parodiar. Cuando un gag parece funcionar, otros 15 se apelotonan como la sangre y vísceras sin generar siquiera simpatía. Más bien un poco de vergüenza. Las humoradas son aniñadas y poco estimulantes a la hora de divertir y, por el contrario, aburren bastante. Ver a Dave Grohl sacudir la cabeza por cualquier cosa y reiterar eso como un chiste que debe ser divertido solo por el hecho de ser insistente, no deja más que la posibilidad de ver cuán poco inspirados estaban los que escribieron este pastiche. Películas como Este es el fin (2013), que tomaba a un puñado de comediantes amigos y los insertaba en la pantalla en dónde se interpretaban a ellos mismos, pero de un modo miserable, autoparódico y crítico, funcionaba porque todo lo descabellado no apelaba más que a la llamada nueva comedia americana y porque justamente todos eran comediantes y no músicos que apenas parecen recordar un par de líneas básicas del guión, más allá de si el relato los expone hasta el paroxismo en sus desbordes. No necesitaba resucitar una fórmula ni mucho menos pararse en los hombros de la nostalgia para ser divertida. Studio 666, por el contrario, es apenas un ejercicio olvidable que ni al menos exigente le puede llegar a dibujar una sonrisita durante hora y media de duración.
La comedia de terror de los Foo Fighters con el fallecido Taylor Hawkins La reconocida banda de rock indaga en el cine de género en clave paródica con alusiones constantes al cine de los años ochenta y noventa. Dave Grohl es el alma de esta semana película. Es el protagonista absoluto, por momentos el antagonista, pero el responsable de la idea de Terror en el estudio 666 (Studio 666, 2022), un film a imagen y semejanza del cine de terror de los años ochenta y noventa. Las referencias al cine de Darío Argento y John Carpenter (quien compone la música) es notoria. Al comienzo del film comentan Waterworld (1995) con Kevin Costner y Duna (1984) con Sting, para marcar el tono y registro de una producción que busca codearse con Noche alucinante (Evil Dead II, 1987) o Mal gusto (Bad taste, 1987). El humor se presenta porque los integrantes de Foo Fighters hacen de ellos mismos (Dave Grohl, Pat Smear, Taylor Hawkins, Chris Shiflett, Rami Jafee), con chistes internos de la banda, referencias musicales (el saludo Pearl Jam) y estereotipos construidos por cada uno a lo largo del tiempo, de los cuales se ríen en cada momento. Dave Grohl es el líder autoritario, pero también está el galán, el dubitativo, el introvertido, etc, etc. La historia nos trae a la banda apunto de grabar su disco número diez y, para que sea especial, se recluyen en un estudio aislado que esconde una maldición que no escatimará en demonios, fantasmas, posesiones infernales y un libro de los muertos. Todos los lugares comunes del género para reírse de y con ellos. La película funciona como un entretenimiento cinéfilo y descontracturado. Jamás se toma en serio a sí misma y hace un festín de sangre y tripas con algunos efectos especiales clase B muy divertidos, que recuerdan a las producciones de antaño. Sin embargo se resiente su duración (106 minutos) entre tanto desparpajo cinematográfico. Los Foo Fighters hicieron su película y tal vez, no podría haberse tratado de otro tipo de producto. Exuberante, ridícula, por momentos insoportable, y con una alta dosis de asimilable incongruencia.
Aunque está llena de sangre y horror, esta es una humorada bastante inocente de los Foo Fighters que recuerda (aunque potenciada) aquella cosa llamada Kiss contra los fantasmas, que era lo mismo pero sin sexo ni vísceras. Igual exuda amor por el cine y sus deformidades, lo que está muy bien y cuaja con el sentimiento rocker, aunque en el fondo es una “película de culto” demasiado calculada como para lograr tal estatuto.
Dirigida por BJ McDonnell y basada en una historia del propio Dave Grohl, “Studio 666” tal el titulo original, que de original tiene nada, ya que inmediatamente se asocia al numero del diablo, en realidad es o intenta ser una comedia de terror protagonizada por la banda de rock-pop Foo Fighters. Termina siendo una producción vulgar protagonizada por Dave Grohl, lider de la banda, secundado por sus compañeros de ruta. No son actores profesionales y se nota desde un principio. El filme empieza antes, para decirlo de algún modo, con una escena que transcurre en 1995, en la que un grupo esta grabando un disco, pero que el cantante del mismo en pleno desquicio mental mata a todos y se suicida. Veintiseis años después no encontramos a estos músicos decidiendo donde ir a grabar su décimo disco, surge la idea de esta mansión, ellos no conocen esta embrujada. (Me parece que esta película ya la vi). Dave hará contacto con un demonio que lo poseyera, con la idea que termine de componer una canción empezada por la malograda banda hace 26 años, pero no es la única intención del diablo. No hay nada que sorprenda, del elenco se puede decir que son amateurs y que en realidad reemplazan a las victimas adolescentes las victimas preferidas de estos engendros, siendo en este caso, personas de alrededor de los 60 años, aunque esta cinta de pruebas de su estancamiento intelectual en la adolescencia. Vade Retro Satanás. El filme no escatima en sangre y escenas demasiado “gore”, dicho mas explícitamente violencia extrema. Da la sensación que esta producción pueda ser una real perdida de tiempo o un divertimento, según lo que genere en el espectador el grupo o exclusivamente Dave Grohl. En este punto entramos directamente a la fase musical del filme, o sea la excusa por la que se filmo, queda claro que ninguno de ellos escribe música, son casi unos improvisados y tanto Dave como sus compañeros, que tampoco demuestran saber leer una partitura. Podría decirse que puede dar cuenta a partir de esa grabación de hace 25 años, que la ausencia de evolución en la música de Rock es alarmante, simultáneamente esa cinta es copia de lo que se escuchaba a fines de los 70 y principios de los 80, pero eran otros músicos con otro aprendizaje o con formación musical para ser mas exacto. En cuanto a la producción y hubo muchas de naturaleza similares, lo que demuestra que el encanto de una estrella de la música o el rock específicamente, no se traduce en capacidad histriónica, solo pocos ejemplos de este tipo lo han demostrado. Si a todo esto le sumamos que los gags se huelen arcaicos, la fluidez entre ellos aparece como forzada, todo derivaría en un ejercicio de pura vanidad mal concebida y volvimos al principio de la nota. Calificación: Regular