En un pueblo olvidado de la cordillera patagónica vive una mujer que, todos los días, repite su misma tarea: dar de comer a sus gallinas y caballos, y recoger flores y frutos. Nada parece romper esa rutina que la convierte en un ser solitario y necesitado de afectos que nunca llegarán a su vida. El director Miguel Zeballos sigue con su cámara a ese ser inmerso entre la tristeza y la melancolía, y así este documental casi carente de diálogos se convierte en un ensayo poético acerca del tiempo y en una reflexión sobre el vacío y la muerte. El propio realizador, con su voz en off, es otro protagonista para retratar el silencio estruendoso de ese pueblo por el que transita esa mujer sin porvenir.
Elegía sobre la soledad Un ensayo poético sobre el vacío, la muerte y la memoria es la propuesta de Miguel Zeballos en Un continente Incendiándose (2017), documental que busca respuestas a partir de una indagación sobre la figura de Mercedes Muñoz, campesina y cantora de Las Ovejas, una localidad de la Provincia de Neuquén, ubicada en el departamento Minas. Un continente Incendiándose es parte de una trilogía en la que Zeballos aborda algunas cuestiones existenciales que le preocupan. En esta primera parte se sitúa espacialmente en la provincia de Neuquén, de donde es oriundo, para centrarse en Mercedes Muñoz, una mujer que pasa sus días en la soledad de un territorio hostil realizando tareas campestres mientras espera alguna fiesta popular para poder participar junto a otras cantoras de la zona. Zeballos realiza un retrato observacional sobre esta mujer campesina y cantora, mientras reflexiona a través de su propia voz en off sobre cuestiones que hacen al cine y la vida. Pero mientras la historia avanza aparece un documental sobre la realización de la propia película que interviene al relato original. Las tres narraciones, que se cruzan en todo momento provocando una fricción, se interpelan entre sí, de la misma manera que lo hace el director con la protagonista y la película con el espectador. Así, Un continente Incendiándose se convierte en tres películas en una. Una suerte de elegía visual, sin una estructura narrativa clara, donde todo es más bien aleatorio, que intenta responder preguntas que carecen de respuestas certeras en un tono poético y melancólico.
“Un continente incendiándose” sigue a una mujer que vive en un pueblo olvidado de la Patagonia argentina. Un documental valiente en su propuesta, que denota sus virtudes en la osadía de obligar al espectador a vérselas cara a cara con conceptos tan amplios y mudables como lo son el tiempo, la soledad, la muerte o la poesía. Una obra decididamente reflexiva que abre de par en par una ventana gigantesca al alma del director Miguel Zeballos, y expresa en cada una de sus tomas el amor por el cine y la cámara que dicho realizador ha empleado al realizarlas. La película es técnicamente correcta, se compone del resultado al desarrollo observacional que, no necesita en sí mismo implementar otro recurso más que el del asimilable a un ensayo poético y audiovisual, funcional al espectador, como si de un perfecto freno de mano vital a tanta vorágine con la que se lidia diariamente se tratase, sobre todo en las grandes ciudades. Una obra impregnada de nuestros aspectos culturales y raíces, literalmente un canto a la introspección, gracias a la convivencia que mantenemos como espectadores con una de las protagonistas visibles del documental: Mercedes Muñoz, cantora del lugar, mientras que, por otro lado, me atrevería a deslizar que los otros protagonistas del film son la poesía, el paisaje espiritual del pueblo “Las Ovejas” ubicado en Neuquén, la voz en off de su director y nuestra propia introspección reflexiva al verla, ya que es una de las cualidades que vivimos necesariamente al verla. Una cinta que paradójicamente logra a partir de la quietud un imperceptible movimiento interno o filosófico que invita desde la observación, aparentemente pasiva, a reflotar aquellas dudas que todos tenemos frente a cualquier certeza existencial. En definitiva, percibí un tranquilo, lento e interesante viaje audiovisual que mayormente trata más sobre uno mismo que sobre una situación, paisaje o persona externa.
Es un ensayo poético sobre la soledad, la muerte y el paso del tiempo. Muestra primero la inmensa precordillera, las nubes y el cielo. Luego una casita perdida. Y una mujer que ahí tiene su campito con los animales. Casi cada plano es una pintura. Cerca de allí están los petroglifos de Colomichó, acaso también esté la tumba de los hermanos Pincheira, famosos cuatreros chilenos. Pero el autor, el neuquino Miguel Zeballos, no se distrae en esos asuntos. Y sus palabras en off se potencian con la bellísima fotografía de Lluis Mirás Vega. Esperemos que la proyección del Gaumont pueda estar a su altura.
Un pueblo olvidado en la Patagonia, una mujer grande que trabaja sola, incansable, a veces con un niño. Casi siempre con animales que dependen de ella para subsistir. Los trabajos y los días en un territorio solitario, captado por bellísimas imágenes en un “no lugar” que sirven para sentir la dimensión de su majestuosidad, lo difícil de la sobrevivencia y para reflexionar, como lo hace su director, Miguel Zeballos. Sus palabras y sus paisajes pretender captar lo inasible, los sentidos y sentimientos frente a las preguntas básicas. De cara al olvido. De frente a la muerte. Es posible, se interroga, captar el vacío, volver sobre lo andando y repensar el paso del tiempo, el verdadero valor de la memoria. Se lo pregunta el realizador que nos invita a este viaje de serena soledad y sólida presencia. De observación y valoración.
Un pequeño pueblo olvidado de la localidad neuquina, en la cordillera de la Patagonia, allí la cámara sigue a una mujer solitaria llamada Mercedes Muñoz que alimenta y cuida a los animales, que son su herramienta de trabajo y subsistencia, realiza ella sola un duro trabajo de campo, ella misma corta la leña, muy pocas veces la acompañan su nieto y otros familiares. El rostro de Mercedes está marcado por la experiencia, la soledad y la rutina, vive alejada de la civilización, pero por momentos cuando recuerda a su madre María Eleonor Muñoz la invade una fuerte emoción. Este es un relato intimista, formando parte de un ensayo poético y filosófico, sobre el tiempo, la memoria, el vacío y la muerte y con cierto toque experimental. Dentro de los rubros técnicos goza de la buena fotografía de Miras Vega, reflejando las nubes, la lluvia, la nieve, el viento, las cumbres, la vegetación y el lugar, y cuenta con la música original de Lola Linares que refuerza algunos versos de Zeballos.
Caminé tanto que empecé a caminar por el aire Pasan varios minutos de Un continente incendiándose para que escuchemos la voz de algún ser humano. Y cuando ocurre, no es ni siquiera una palabra, sino una suerte de llamado matinal que pareciera dispuesto a despertarnos del letargo frente a la expectativa de que las palabras guíen la imagen. Sería fácil decir que el documental se sitúa en la Patagonia y rastrea la vida de Mercedes Muñoz, una mujer solitaria que cuida su rancho y los animales que viven ahí. Pero esto no basta. La crudeza palpable en el retrato del día a día de esta mujer nos permite sentir que el director está apelando a la soledad de sus días y que, a partir de esta ausencia, conocemos algunas de sus experiencias pasadas. En ese sentido, no es gratuito que lo primero que escuchemos sea esa suerte de llamado que hace ella misma (¿a los animales, a la naturaleza desolada?). El canto será uno de los motores de la película como una manera de buscarle un ritmo a la soledad. Y Zeballos emprende por su cuenta una búsqueda poética entre la escasa narración y ciertos fragmentos del entorno que está filmando. Lo curioso es que este esbozo de poética no resulte distante. Más bien le brinda intimidad al documental, haciendo tan cercana la figura de la mujer que esta parece un pasado remoto personificado en una abuela. Por momentos, la película alca mlnza tanta ternura que esta mujer podría ser un familiar cercano del realizador. Y ternura acá no quiere decir empalagarnos por lo emotivo, sino una conciencia del dolor que nos brinde una alegría fugaz. Como reflexiona la escritora Victoria de Stefano en sus diarios: “La ternura es un amor con dolor, con temor; temor ante lo que pueda sucederle a los que amamos. En la ternura rogamos por la inocencia, por todo lo que ella tiene de incauto y desprevenido”. ¿No son estas impresiones las que nos dejan la mirada de Mercedes? Como si se tratara de una elegía del porvenir incierto, la música de Lola Linares acompaña los pasajes donde están presentes las reflexiones sobre el cine o lo vital. Es posible que esta sea la decisión más tradicional en la película, lo que le brinda un ritmo fragmentario pero poco amalgamado. Dentro de la historia y fuera de ella, la música se convierte en un soporte ocasional para que las imágenes encuentren un asidero. Y aún en el vasto silencio terrenal y las contadas veces que Mercedes canta, el documental crea un vínculo con ella, con lo que conocemos de ella y lo que ignoramos. En medio de la rutina totalmente ajena a lo citadino (miramos con pudorosa atención cómo despluma una gallina degollada), los traspiés de la película en cuanto al ritmo la convierten en una experiencia similar a detallar una piedra: en apariencia indescifrable, hay rasgos que nos permiten, ya no entenderla, sino palpar qué la hace térrea e imperfecta.
El vacío lleno. Como parte de la Trilogía del vacío, proyecto de Miguel Zeballos todavía sin terminar, Un continente incendiándose es el primero de los documentales ensayos en que la cámara registra el paisaje de la Patagonia y a la protagonista Mercedes Muñoz, uno de los tantos elementos que la búsqueda de la memoria reconoce como parte de una idea mucho más compleja y que pone el ojo en la palabra “vacío”. Para llenarla de objetos, y significados que rozan a veces la reflexión sobre el tiempo que se detiene o la muerte desde la expresión más acabada del vacío. En ese sentido sin una marca o rumbo definido, el derrotero de este opus lo guía la intuición del propio Zeballos en el momento de no esquivar las preguntas difíciles y de cuestionarse desde la puesta de la imagen y su falta de anclaje por el rol directo del observador. Así, los objetos ocupan y desocupan el espacio y el paisaje se vuelve más desolador, el abandono de ese territorio patagónico no es otra expresión fidedigna de la angustia o la perplejidad que a veces genera tomar contacto con personajes, personas como Mercedes Muñoz, su vida rural acompañada de vacas escuálidas, enfermas y ese incipiente gusto por lo poco y el despojo material llevan a este ensayo a instancias lo suficientemente poderosas para intentar encontrarle imágenes a la incertidumbre, la futilidad y la transparencia de la ausencia. También por eso el interés sobre el opus de Miguel Zeballos puede ser menor para ese público acostumbrado a documentales de mayor caudal narrativo, de linealidad constante que acomoda las piezas más allá de los diferentes tonos de registro.
Bellas imágenes de los paisajes neuquinos dan inicio a este documental subjetivo del realizador Miguel Zeballos, oriundo de aquella provincia. Conocedor seguramente de esas geografías, y cómodo tanto en los amaneceres como en los anocheceres, Zeballos hace un documental en el que la observación le sienta bien a esta una mujer granjera, que emprende frente a cámara el trabajo cotidiano de dar de comer a sus gallinas, de curar a sus vacas, e su humilde casa de montaña. Esto le permite a su vez internarse en un universo más recóndito en el que dos voces en over se ocupan de crear un “más allá” de lo que se ve. Algo mas relacionado con lo universal, lo existencial y lo incorpóreo. Un gran continente invisible. No está mal exponer desde un principio los objetivos que el propio director tiene con la realización, a modo de tesis: hablar sobre la infancia, sobre el vacío, sacar alguna conclusión sobre la muerte. Tal vez puntos excesivamente ambiciosos que por lógica difícilmente logren alguna respuesta. Esa declaración de objetivos desovillan un nuevo tema: el del proceso de creación de un director filmando algo y filmándose a sí mismo. La reflexión final siempre lleva al cine. Un documental que se transforma en un film sobre el propio director y sobre el proceso de filmación de este documental. La voz de los primeros minutos, la de Mercedes Muñoz, presenta una incógnita interesante: una mujer buscando a su madre, presentándose como “el corazón del desierto” o “el corazón del viento blanco” que hubiera sido también interesante seguir desarrollando. Hay que entrar al juego poético que propone Un continente incendiándose, con su misterioso título y todo.
Conviene adentrarse de a poco en el nuevo documental de Miguel Zeballos que se estrenará el 24 de enero en el cine Gaumont. El título Un continente incendiándose evoca el recuerdo de la expresión que los navegantes europeos usaban para referirse a Australia antes de que el inglés Matthew Flinders popularizara el nombre de origen latino. Sin embargo, aquel burning continent sólo comparte la ubicación sur con el rincón patagónico que el realizador neuquino retrata a partir de reflexiones y versos propios, y de la delicada fotografía de Lluis Miras Vega. Conviene adentrarse de a poco para elegir entre sortear el título que algunos espectadores considerarán engañoso, o aceptarlo como una invitación a la aventura. Se trata de una expedición radicalmente opuesta a las de aquellos viejos navegantes cargados de prejuicios, que contribuyeron a expandir el dominio blanco. En las antípodas de esos antepasados, Zeballos desmonta sus preconceptos a medida que explora el paisaje de la cordillera patagónica. El viento, las nubes, la lluvia, la nieve, las cumbres, las copas de los árboles inspiran nuevas –y cambiantes– reflexiones sobre el tiempo, la memoria, la(s) ausencia(s), la oscuridad, el vacío, la poesía, la documentación cinematográfica. Conviene adentrarse de a poco para conocer sin espantar a la habitante de este otro continente incendiándose. Mercedes Muñoz se llama la campesina que lleva adelante su granja en general sola, a veces en compañía de sus nietos. En el rostro, las manos, el andar de Meche parecen anidar la memoria, el tiempo, la soledad que Zeballos intenta capturar con la cámara y con palabras antes y después de recordar la existencia de un mundo sin idioma. Desensillar de la vorágine urbana y tecnológica es condición sine qua non para disfrutar de este ensayo poético ambientado en la pequeña localidad neuquina de Las Ovejas. La música original de Lola Linares ayuda a dedicarles la merecida atención a los versos de Zeballos, a la fotografía de Miras Vega, a la rutina inquebrantable de Meche. “El que juega con fuego se quema”, reza el refrán. Acaso por eso también convenga adentrarse de a poco en este otro continente austral que enciende más preguntas que respuestas.
En el norte de la provincia de Neuquén, allí donde el turismo no suele llegar, se ubica un pueblito cerca de la cordillera cuyos habitantes se dedican mayormente a las tareas rurales. Hacia ese sitio se trasladó Miguel Zeballos para filmar este documental. Perdida en la inmensidad del territorio hay una casita de adobe y paja. Ahí vive Mercedes Muñoz, quien se prestó amablemente para protagonizar esta producción. La cámara está muy cerca de ella constantemente. Vemos cómo destina casi todo el día a la crianza de ganado vacuno, gallinas, y también algún caballo. Al parecer su actividad es rutinaria. No sabemos si vive sola o con la familia de su hija, que participa muy poco del relato. El director toma la figura de Mercedes para saciar su curiosidad filosófica sobre ciertas reflexiones personales. Él mismo, con la voz en off, cuenta lo escrito en un anotador. Son ideas muy profundas, existenciales, y esos pensamientos los narra con una tranquila música instrumental de fondo. Lo inquieta el vacío, la ausencia. Y durante la película intenta transmitir esa sensación a través de las acciones y la piel curtida de ésta mujer. Miguel Zeballos comete el mismo pecado que otros colegas suyos, los tienta la idea de producir un documental porque piensan que tienen una historia interesante o una imagen que les revolotea dentro de la cabeza y necesitan plasmarla en una pantalla. Y no todo puede ser filmado para que lo vea un gran público. Deben tener la sagacidad para separar bien los motivos personales. de los que tienen valor cinematográfico. La protagonista no se amilana frente a la cámara, se la ve cómoda y a gusto. Aunque no por eso el relato resulte atractivo. Es lento, cansino y aburre hasta la exasperación. Lamentablemente no hay ningún elemento rescatable, sólo los maravillosos paisajes patagónicos, pero que no logran llenar el vacío que tanto le preocupa al director.
PALABRAS QUE SOBRAN En Un continente incendiándose, de Miguel Zeballos, aparecen imágenes que se retroalimentan: por un lado las que conforman el relato principal, las de Mercedes Muñoz en el campo árido de Neuquén trabajando con el ganado y realizando diversas tareas. Esas imágenes exhiben la soledad, el vacío existencial de la experiencia humana en un lugar que parece sólo vacío. Son imágenes potentes, bellas, excelentemente encuadradas y fotografiadas. Casi sin diálogos, apelando al vínculo entre esta mujer y la naturaleza, el documental logra fascinar desde el primer momento, desde esa niebla que se va despejando y nos deja en la pequeña casita que habita Mercedes. Pero allí aparecen otras imágenes, las que muestran el detrás de escena y rompen con la idea de soledad: ahí Un continente incendiándose se muestra no sólo autoconsciente, sino además deconstruido. ¿Cuánto de lo que vemos está manipulado para la mano del realizador? ¿Qué es lo falso y qué lo real? ¿Cuáles son los límites de la ficción? ¿Cuál es la implicancia del cine en cómo asimilamos todo lo demás? Está claro que el film de Zeballos más que un documental es un ensayo, y sobre ese territorio experimental es que avanzará durante algo más de 60 minutos. Mercedes trabaja en el campo, cuida el ganado, pasea con sus perros, despluma una gallina, se encuentra y juega con su nieta. Son todas actividades que lleva adelante ante la intrusión de una cámara que se pone en la distancia justa. Zeballos sabe mirar y en aquellos pasajes donde el rodaje se hace evidente, demuestra además una relación con la protagonista -su objeto de análisis- por demás cordial y cercano. Mercedes, además, es cantora, y su presencia en un festival está registrada con un nivel de tensión increíble: ¿qué piensa Mercedes al momento de salir al escenario? ¿Cómo una mujer tan callada lleva adelante una actividad donde la voz es fundamental? ¿Cuál es la relación entre su actividad y lo que canta? Parte del misterio de la experiencia humana que la película escruta con sutileza. Pero hay un tercer elemento que se involucra en la construcción que hace Zeballos y que es la que hace tambalear la estructura: la voz en off. No sólo porque la voz en off es un recurso particular, que hay que saber manejar, sino porque además se trata de una voz en off que viene a explicitar aquello que las imágenes apenas querían sugerir. El director dice directamente que quiere hacer una película sobre el vacío, el paso del tiempo, la muerte. Y no sólo suena pretencioso, sino además innecesario en esa verbalización: porque ¿cómo hacer cuando las imágenes no llegan a representar aquello que desde lo verbal se asegura que se busca? Entonces una película que reflexionaba sobre el límite de las imágenes y de un género como el documental, termina evidenciando el límite de las palabras. Claro que de manera inconsciente eleva aún más la figura de su protagonista, que desde el silencio y las mínimas palabras dice mucho más que esa invasiva voz en off.
Un continente incendiándose hizo del vacío una melodía de vida y desamparo Una superposición de imágenes hacen una composición ilustrativa patagónica argentina, a la vez hace de portada a un documental cargado de reflexiones implícitas en lo que “Un continente incendiándose” se configura como un cine – ensayo. Por Florencia Fico La dirección del filme documental estuvo a cargo de Miguel Zeballos el proponía una narrativa sobre la historia de una mujer en soledad en una región bajo un clima helado y el abandono, Zeballos como una voz omnipresente piensa mientras prueba los conceptos de: vacío, memoria y muerte. La iniciativa de Zeballos es ir y volver con la cámara, se detiene en detalles insignificantes que luego se transforman en situaciones enigmáticas. El filma como si fuera todo un recuerdo o la memoria, cosas que aparecen y desaparecen el juego de una cinematografía en incomprensión hasta llegar a la meditación de los movimientos intolerantes casi en desvelo. “No había cuadro que no sea del viento y la inutilidad de la puesta en escena”, comenta Miguel. Lo que lo hace tener una visión introspectiva pero a la vez participativa del desarrollo del relato de la historia de vida de Mercedes. Cada fragmento de su obra es amalgama su viaje itinerante, lo poético de sus señalamientos y sus indagaciones personales. Su presencia casi nula en el documental pone en manifiesto su compromiso y recorre el mundo que indaga para elaborar razonamiento. La protagonista es la cantora Mercedes Muñóz que aceptó que el lente la persiguiera en todo su recorrido. Su trabajo como mujer rural al ser pastora de vacas, distribuidora de ganado, manipulando la naturaleza con una destreza innata. El seguimiento de sus animales y los senderos de su territorio. La dirección fotográfica de Luis Mirás Vegas propone proyecciones de archivo del director en formatos más antiguos como de videocasetera, con tratamientos vintage. Indicó una vídeo instalación dentro de la región con tomas panorámicas de cada montaña congelada, copa de los árboles en movimiento. Un armado en fundido en los primeros 5 minutos que deja la sensación del acompañamiento autóctono del espacio. Por la secuencia de tomas fijas a: un río en plena lluvia y el sol se refleja esfumado, las nubes en crepúsculo entibiadas por el sol que las incendia y el rojo se hace vital, un arroyo con el punto de fuga de una choza, la flora en movimiento o desvanecida. La figura humana y protagónica de Mercedes se da en primeros planos en pequeñas conversaciones, sus tareas, el andar, su rostro y su irrepetible mirada al horizonte. Vegas manipula las sombras de su cuerpo e iluminación natural de su esplendor en la preparación de un recital. La música instrumental a base de piano y guitarra se posan en cada palabra dicha por los personajes de la historia. Lucía Linares encargada de la melodía del documental reflejó en tonos graves apropiados para los momentos en los que Mercedes recuerda en estrofas entonadas, cuánto buscó a su madre y a su hermano. “Caminé tanto que empecé a caminar por el aire (…) quién es, qué hace, a donde va. Soy el corazón del desierto, soy el corazón del viento blanco, a todos pregunte en el pueblo, cuanto caminé mamita para encontrarte”, esboza parte de su melancolía cuando la vocaliza y más cuando el director le hace que la lea. Brotan lágrimas de una acorazada Mercedes que demuestra su tristeza. A su vez cuando hace memoria de un tema romántico a sus amistades. Las guitarras se propagan al final del filme, para cargar a la película con una búsqueda más entusiasmada de Mercedes. Cabe destacar que no hubo bandas sonoras, ni canciones solo la voz a capela de Muñóz. El sonido de la dupla Federico Billordo y Fernando Ribero ambientan la película en tonos de la brisa, los ladridos de perros o zorros, el desguazar una gallina, la respiración acalorada y extenuada de una vaca al cabo de parir una ternera. Los ruidos de la paja, el cargar una bolsa, los pájaros despertando a mercedes, las gotas de lluvia al caer una lluvia, la lucha de Mercedes encauzando al ganado, el silencio como comodín en los muchos momentos de añoranza y apartamiento de la protagonista. El guión de Miguel Zeballos es un tobogán de expresiones: artísticas, líticas, conciencia de una canción interminable y gélida en las palabras de Mercedes. Se aprecia que ella se olvida de las cámaras y resuelve su vida cotidiana sin problemas, muestra su belleza y sus desgracias a flor de piel. El género documental incentiva el rol de la imagen costumbrista y el potencial de las fotografías para contar sobre otras. La averiguación de términos tan amplios como: el fallecimiento, el recuerdo y lo desierto de una región; da lugar a una visión y estilo filosófico de Zeballos con respecto a diversas situaciones sociales. La aparición de un gaucho que rasura el pelo de un caballo que conserva Mercedes, transmite ese toque rupestre. Aunque cae su fundamento del vacío en el cual halla en Mercedes, la imposibilidad de esto por su relato de: esa hija, madre, abuela, compositora, trabajadora que lo es y fue. Su constante rememorar su vida hicieron del filme una conmovedora carta de pasado con desapariciones, lo llena de vigor que está ella en su región aunque quiera irse. El acompañamiento de su hija y nieta con la que juega. El color de sus vestimentas cuando regresa a los escenarios con camisas coloradas y estampadas y maquillaje, como contrapunto de su ropa en la zona rural. Su tonada seca al cantar a medio tono ponen alma al filme y el viento es la capa que protege el espíritu de la película que dura 72 minutos. Puntaje: 75
El neuquino Miguel Zeballos descubrió el mundo de las mujeres cantoras en el norte de esa provincia. Un universo duro, de contacto con la naturaleza y los animales, que subyuga a través de las bellas imágenes de este film que se presenta como un ensayo poético y puede verse en el Gaumont. Lo que iba a ser un documental sobre estas cantoras terminó convirtiéndose en la historia de una de ellas, cuya presencia, en la localidad de Las Ovejas, marca la película. Mucho más que la poética impuesta desde el texto del director, que anuncia un trabajo personal, casi introspectivo, sobre el tiempo y el vacío.
En un pueblo olvidado de la cordillera patagónica vive una mujer que, todos los días, repite su misma tarea: dar de comer a sus gallinas y caballos, y recoger flores y frutos. Nada parece romper esa rutina que la convierte en un ser solitario y necesitado de afectos que nunca llegarán a su vida. El director Miguel Zeballos sigue con su cámara a ese ser inmerso entre la tristeza y la melancolía, y así este documental casi carente de diálogos se convierte en un ensayo poético acerca del tiempo y en una reflexión sobre el vacío y la muerte. El propio realizador, con su voz en off, es otro protagonista para retratar el silencio estruendoso de ese pueblo por el que transita esa mujer sin porvenir. La belleza árida de Neuquén, con la cordillera de fondo, otorga algunas bellas imágenes iniciales que consiguen captar la atención del espectador. Parecen, en ese comienzo, suficientes para cautivar, maravillar e incluso hacer pensar. El documental sigue los pasos de Mercedes Muñoz, una mujer que vive en el medio de esa inmensidad, que guarda conflictos y angustias que asomarán en algún momento, pero que básicamente se dedica, más allá de todo, a su rutina diaria en el campo. Casi no hablará en toda la película, solo hará lo que hace siempre. ¿Pero cuánto puede durar esto manteniendo el interés cinematográfico? Hay otra película que surge, la película dentro de la película, la película sobre las ideas de la película. La voz en off del realizador, una exploración poética y filosófica, no suma nada a lo que se ve, incluso lo rompe, nos genera una distancia, nos arruina la belleza de las imágenes. Si la película deseada no apareció, la que la reemplaza no es mejor, no la completa, no la mejora, solo la desarma. Quedan tan solo algunas bellas imágenes.