Pasión por el cine (prohibido) Una película sobre la cinefilia que engrandece tiempos pasados se supone melancólica, al menos en apariencia. Pero nada más alejado de la nostalgia tanguera, Un importante preestreno (2015) tiene mucha onda, algo que sorprende desde el principio hasta el final, y es gracias al punto de vista de su director Santiago Calori. La película anuncia ser “Una oral e improbable historia de la cinefilia porteña” y lo es de alguna manera, porque el tono, entrevistados y punto de vista está puesto en el motor que llevó a los argentinos a llenar las salas de los cines de la calle Lavalle entre 1960 y mediados de la década del ochenta. Motor impulsado muchas veces por la censura que prohibía películas convirtiéndolas en films de culto, o por la propia imaginación de distribuidores que aprovechaban la tendencia para transformar películas mediocres en éxitos de taquilla. Santiago Calori apela al recuerdo colectivo signado por la fascinación que generaron ciertas películas, no por eso grandes obras. Justamente en ese imaginario la película universaliza sus temas a simple vista dirigidos a entendidos. Y lo hace con humor, ritmo y mucho dinamismo, sin presentar a los entrevistados –recién lo hace al final- para que las anécdotas acerca de la época sean lo primordial. Un importante preestreno es un film genuino e inteligente, cuenta la historia que quiere todo cinéfilo, la del cine arte pero también la del cine de culto. Como si la pasión por el séptimo arte y la vocación de voyeur fueran la misma cosa (y tal vez lo sean). En este clima distendido, la figura del nefasto censor Paulino Tato deja de ser macabra y pasa a ser la de un pobre tipo que genera más lástima que temor. Tato era miembro del Opus Dei y en audio de archivo asegura hacer “cortes higiénicos” para llegar a su ideal de amputar 200 películas al año. Este documental está dividido en capítulos temáticos sobre los temas hablados por los entrevistados. El momento sublime es cuando los distribuidores de antaño cuentan el cambio de nombre de películas mediocres o de explotación para sumarse al éxito comercial de un film masivo. Así El castillo de Frankenstein pasa a llamarse …Y después los perros en su versión local, o Julie Darling se estrena bajo el sugestivo título Déjala morir adentro, con un éxito arrollador de taquilla. Por supuesto las anécdotas son acompañadas de imágenes de estos films, y del mismo modo las películas nacionales de explotación (Sucedió en el internado, Correccional de mujeres) que se sumaron a la tendencia en los ochenta. En este estilo se asemeja a los cinéfilos documentales Not Quite Hollywood (2008), Machete Maidens Unleashed! o Electric Boogaloo: la loca historia de Cannon Films (2014). Los entrevistados son Fernando Martín Peña, Hernán Gaffet, Axel Kuschevatzky, Pascual Condito, Claudio María Domínguez, entre otros, y el gran Fabio Manes a quien está dedicado el film.
Los cinéfilos se divierten La tribu cinéfila de Buenos Aires ha sido enorme y variopinta. Pero el cine ha ido mutando y se han atomizado a punto tal que hoy los cinéfilos no pueden identificarse mutuamente como lo hacían décadas atrás. Si una película rara aparecía en una sala, lo más probable es que todos se vieran allí. Esto empezó en la segunda mitad de la década del 50 y se mantuvo bastante firme hasta un poco antes del año 2000. Todavía se los puede ver en algunos eventos y en los festivales, por supuesto, aunque ha sufrido muchísimos cambios. Cambios para bien o para mal, pero no trata de eso Un importante preestreno el documental de Santiago Calori. Lo que se cuenta en la película es ese esplendor irrecuperable de la oferta más completa posible de cine de todo el mundo. De la pasión cinéfila antes de internet, el cable o el DVD. Los testimonios y las imágenes vinculadas con ese cine de los sesenta, la lucha contra la censura, el breve espacio de libertad en el primer lustro de la década del setenta y la llegada de la última dictadura que luego de años oscuros culminó con otro destape, para terminar finalmente con la explosión del VHS. Como Calori no pretende hacer un documental académico ni está muy preocupado por la información minuciosa, la película puede parecer algo dispersa por momentos. Dispersa como conversación de cinéfilos, diría alguno, pero no. Porque la cronología se respeta, porque se va avanzando poco a poco y las anécdotas hablan por sí mismas. Los distribuidores de cine parecen primero paladines de la cultura universal, para luego convertirse en cortadores de películas y finalmente, lisa y llanamente, chantas que hacen cualquier cosa para estafar al público y que se llenen las salas. Pero todo eso convive, porque son todas esas cosas, aunque no al mismo tiempo. Ellos trajeron un cine excelente y también un cine horrible. Porque acá la idealización no es una posibilidad y la nostalgia tampoco lo es. Santiago Calori elige un lugar auténtico, parecido a lo que los cinéfilos hemos vivido. Deja que el espectador vuelva a vivir aquellos años o, en caso de tener menos de cuarenta, que entienda como funcionaban las cosas cuando ver en internet una película no era una posibilidad. Las historias del Lorraine, del Cosmos 70, del Cine Club Núcleo, de los videoclubes, todos se multiplica y estas historias que merecían ser contadas. De hecho el título de la película es digno de un film de espionaje, pero no diremos por qué. Y tampoco faltan cosas insólitas como el Topo Gigio, mezclado con La naranja mecánica, Solaris y Sucedió en el internado. Los testimonios incluyen a cinéfilos obligatorios, como Axel Kuschevatzky, Fabio Manes y Fernando Martin Peña, personas cuyas historias no deben ser olvidadas. También están los distribuidores independientes, con sus mencionadas proezas y bajezas, pero también con el testimonio de una época. El recuerdo de Salvador Samaritano, a quien todos hemos conocido y admirado y también el del oscuro y absurdo Miguel Paulino Tato, depositario de todo el odio en su calidad de feliz censor. Todos hombres, eso sí, al uso de la cinefilia argentina, aunque cuando en los agradecimientos aparecen algunas conocidas cinéfilas. En ese mundo de hombres no faltan las historias de valijeros y los recuerdos afines vinculados al destape. La cereza del postre, y ahí Calori muestra que su falta de rigor no es accidental, sino un estilo, será Claudio María Dominguez, dueño de algunas de las anécdotas favoritas de todo cinéfilo. La forma en que aparece está perfectamente construida. Su aterrizaje demuestra que Argentina es un país de aventuras, de sabiondos y suicidas, como diría el tango. Y de chantas que, cuando de cine se trata, dan más alegrías que tristezas. Los cinéfilos porteños tienen la obligación de ver esta película, eso está más que claro.
Un importante preestreno, de Santiago Calori, cuenta la historia -oral e improbable, aclara el subtítulo- de la cinefilia porteña, que durante años fue un faro para la región. El fascinante recorrido va desde los problemas con la censura y las formas de gambetearla (como los míticos tours cinéfilos hacia Uruguay) hasta la irrupción del video hogareño y la desaparición de las salas de Lavalle y los cines de barrio, que cambiaron para siempre la forma de ver películas. Distribuidores cuentan sus desopilantes ocurrencias para colgarse, con adquisiciones berretas, de los grandes éxitos de la época, o la forma en que trataron de aprovechar el destape de los primeros años de la democracia. Hay algunos momentos notables, que Calori resuelve con inteligencia y humor desde el montaje. Uno es el caso del estreno de Julie Darling (1983), que el inefable Claudio María Domínguez rebautizó, pícaro, como Déjala morir adentro. Cualquier cinéfilo que se precie debería conocer esa historia, y sin embargo en el cine, frente a la pantalla, la carcajada surge naturalmente por el modo preciso con el que se construye el suspenso. Hay algo de genuina y hasta necesaria nostalgia en Un importante preestreno, porque lo que se extraña no es una juventud que ya no volverá. Las formas de ver cine cambiaron radicalmente desde de los años noventa, y es difícil no sentir pena por el modo en el que el mercado -con la forma de shoppings, baldes de pochoclo y demás invasores- metió la cola. No todo tiempo pasado era mejor, pero mucha veces ofrecía un encanto que se perdió para siempre.
La experiencia de ver cine Santiago Calori cuenta desde su lugar, despojado de academicismo, sumadas voces referenciales, para todo aquel que haya escuchado hablar de esa fauna llamada cinefilia, una historia posible de aquel fenómeno, que durante la década de los 60 reunía grupos de personas amantes del séptimo arte y les acercaba el cine más interesante, no como espectáculo, sino como arte en sí mismo. La dictadura argentina y la censura condenaron a distribuidores y personas de mentes abiertas a cambios rotundos en la oferta cinematográfica y a hacer de ese abanico de opciones europeas un puñado de títulos que superaban las trabas impuestas por el nefasto Paulino Tato, cuya jactancia de crítico y censor a muchos nos repugna, a pesar del contexto en el que se daban los acontecimientos en los que el cine, obviamente, ocuparía un estamento menor a otras realidades de mayor preocupación. El repaso histórico que va desde la década del 60, con la efervescencia de aquellos tiempos, pasa por el oscurantismo de la dictadura, sigue con la primavera democrática hasta encontrar la decadencia por los cambios de hábito se intercala con voces a cámara de reconocidos cinéfilos como Fernando Martín Peña, Axel Kuschevatzky, el fallecido Fabio Manes -a quien se dedica esta obra- o Bobby Flores, no ligado a la crítica, y refleja la falta de libertad de los espectadores y las verdaderas proezas para tomar contacto fronteras hacia afuera con, por ejemplo, La Naranja Mecánica o El último tango en París. Sin embargo, y más allá de la anécdota de cada uno de ellos; del ritual de asistir a salas pequeñas y a veces hasta clandestinas, aparece la figura de los distribuidores y su ambigüedad entre calidad y comercio para dar rienda suelta a películas bizarras o de terror, que debían cortar por pedido expreso de la censura de Tato. La picardía para comercializar películas de dudosa calidad, a veces con sugerido contenido sexual, es una de las confesiones a cámara más jugosas de este simpático documental, en el que se expresa, además la enorme distancia entre aquellas generaciones que aún iban a la sala y lo que una vez consolidado el VHS fue transformándose en otra cosa que hoy por hoy terminó mutando en internet y en algún resabio de ciclos en salas alternativas, donde todos se ven las caras y se conocen por amar la misma pasión.
Un imperdible y nostálgico documental Podrá parecer exagerado, pero lo tengo que decir: es necesario y urgente que todos los que se consideren cinéfilos, vean Un importante preestreno, el documental sobre la cinefilia argentina dirigido por Santiago Calori (que desde su título mismo se presenta como una historia oral e improbable de la cinefilia porteña). ¿Por qué? Porque el documental es genial en todo sentido, ya que narra a través de testimonios de referentes de distintos rubros de la cinefilia porteña, los distintos momentos que el séptimo arte fue padeciendo en el país, como por ejemplo las épocas de censura primero con el gobierno de Onganía y luego desde 1976 con el inicio del régimen militar. Genera indignación al oír y ver como ciertos films eran recortados -en palabras de varios distribuidores “todos debían tener una moviola en su oficina porque sabrían que debían usarla“- o directamente prohibidos. Ante ese gris y triste panorama, el ingenio porteño no podía hacer otra cosa que emerger: se comenzaron a cambiar los títulos de ciertas películas para así intentar engañar al censor de turno, o bien modificar afiches para lograr la aprobación del ente regulador. ¿Si todo fallaba? Aún quedaba algún que otro refugio donde mirar las películas prohibidas, como por ejemplo el mítico Cine Club Núcleo. Además se puede ver el cambio de escenario con el regreso de la democracia, y la posterior llegada del VHS, así como también se aborda y reflexiona sobre el fenómeno de éxito de ciertos directos predilectos para el cinéfilo porteño medio como Woody Allen o Ingmar Bergman. Sin embargo, Un importante preestreno muestra esto y mucho más, y lo hace de forma fresca, por momentos conmovedora, por otros alegres, pero también hay lugar para la melancolía y la sorpresa al ver ante cámara a ciertos personajes… Nostálgico y apasionante como pocos documentales, la propuesta de Calori se completa con testimonio de Fernando Martín Peña, el fallecido Fabio Manes, Axel Kuschevatzky, Guillermo Hernández, Pascual Condito, Hernán Gaffet, Cristian Sema y Raúl Manrupe, entre otros referentes de la cinefilia porteña, así como también podemos ver comentarios de Bobby Flores y el gran Daniel Melero. Registro imperdible, delicioso y fundamental para el cine argentino realizado con un ritmo impecable, como sólo un apasionado podría hacerlo. Aplausos a Calori & cía. Alegría Sin Fin!
Crítica realizada durante el BAFICI [17]. En la linea de grandes documentales cinéfilos como Electric Boogaloo: The Wild, Untold Story of Cannon Films y Not Quite Hollywood: The Wild, Untold Story of Ozploitation! (que se pudo ver hace algunos BAFICI atrás), Santiago Calori dirige Un Importante Preestreno, un ágil y divertido documental sobre la cinefilia y el espectador porteño a través de la décadas. La cinefilia local bajo la lupa El cinéfilo porteño es un ser especial. Quizás en esta época, entre tantos estrenos que apuntan a un publico joven y donde solo se busca llenar la sala con la película del momento, eso no se note a simple vista. Pero, por ejemplo, en Argentina y sobre todo en Buenos Aires, Woody Allen es un éxito mucho mayor al que es hoy por hoy en otras partes del mundo. Algo similar sucedía con el cine de Claude Chabrol tiempo atrás o el mismísimo Ingmar Bergman durante casi todos los años que se encontró en actividad. Hay una explicación lógica para esto y es esa justamente el punto de partida de Un Importante Preestreno, el documental dirigido por Santiago Calori que, tal como su título extendido lo indica, es una historia oral e improbable de la cinefilia porteña. Comenzando en la década del cincuenta, la película nos plantea el panorama del mundo del cine y su público visto a través de la palabra autorizada de periodistas, historiadores, exhibidores y distribuidores nacionales. Y mediante clips, imágenes de archivo y entrevistas, construye de manera cronológica un relato que se va extendiendo a nuestros días y donde veremos como distintas situaciones y momentos que se dieron en el país, inevitablemente terminaron transformando al espectador local. La película es un viaje nostálgico que denota amor por el séptimo arte. Con algo de humor (y hasta dando lugar a la indignación) se recorren momentos desde que Buenos Aires era considerado por muchos como un faro de la cinefilia mundial al tener una cartelera sumamente variada y rica. Se explora la llegada de la censura junto con la dictadura y el posterior destape en 1983, y finalizando con la llegada del VHS, donde el cinéfilo local pudo llevar el cine a su casa. Conclusión Un Importante Preestreno es el documental definitivo para y sobre el cinéfilo porteño. Presentado de manera elegante, bien musicalizado y con buen ritmo, la película cuenta con divertidas anécdotas sobre como los distribuidores locales lograban mantenerse al frente de la censura o de los grandes tanques de Hollywood, y como estos hechos al mismo tiempo nos fueron moldeando como espectadores. Con un recorrido a través de las décadas, Calori deconstruye la cinefilia porteña y el resultado final es verdaderamente imperdible.
Avatares de la cinefilia (y del país) Un documental muy disfrutable sobre las vicisitudes del negocio cinematográfico y de los amantes del cine en tiempos de censuras y destapes. El reconocido guionista y conductor radial Santiago Calori (se) propone en Un importante preestreno la reconstrucción de los avatares de la cinefilia (y del país) desde los míticos años ‘60 (con los cineclubes y las salas de la “L”) hasta la primavera democrática alfonsinista y el destape luego del oscurantismo de la dictadura militar. Podrá decirse que la estructura es básica (muchas talking heads) y hasta un poco televisiva, que falta más archivo de las distintas épocas (la memoria, se sabe, no es un fuerte de los argentinos), pero el recorrido es siempre simpático y divertido (aun cuando la censura de Miguel Paulino Tato y la represión de los gobiernos militares le den al tema un tinte por momentos trágico). Por los 72 minutos de Un importante preestreno desfilan distribuidores, exhibidores, coleccionistas, cinéfilos: desde Bernardo Zupnik hasta Fernando Martín Peña, pasando por Luis Lavalle, Fabio Manes, Pascual Condito, Axel Kuschevatzky y algunas presencias un poco antojadizas como Daniel Melero o Bobby Flores. Algunas anécdotas son bastante conocidas (Claudio María Dominguez y Déjala morir adentro), pero más allá de sus convencionalismos se trata de un documental decididamente disfrutable.
Pantallazos de una época que ya no volverá Un importante preestreno arranca con una voz en off enumerando las salas que durante la primera parte de la década del 60 convirtieron a la calle Lavalle en el polo de exhibición cinematográfico más importante del país, mientras que en la pantalla desfilan imágenes de las iglesias, farmacias, bingos y locales de comida rápida que hoy ocupan esos espacios. La escena enciende una luz de alerta: no hace falta demasiada perspicacia para interpretarla como el preludio de una elegía centrada en mostrar que el cine –y sobre todo su consumo– ya no es lo que fue. Pero el periodista, conductor radial y guionista Santiago Calori esfuma rápidamente esa vertiente para convertir su film en algo parecido a un reencuentro de compañeros de secundario. Esto es, una tertulia de viejos conocidos y amigos imperada por recuerdos y vivencias narrados desde un presente no mejor ni peor, sino simplemente distinto.“Esta es una historia oral e improbable de la cinefilia porteña”, aclara una de las placas de apertura, marcando así que la validación periodística importa menos que sentar testimonio de una coyuntura social, cultural y tecnológica irrepetible, envuelta en algunas verdades que son tales y otras que han alcanzado ese status a fuerza de reiteración. Calori recurre a distribuidores, exhibidores, productores, historiadores, directores e incluso alguna presencia arbitraria del ámbito musical para recordar cómo era someterse a ese hormiguero que era la actual peatonal un sábado a la noche (“Se tardaba cinco o seis minutos para hacer una cuadra”), las picardías (viajes en hidroavión a Montevideo organizados por el Cine Club Núcleo, llamadas telefónicas en código, montajes recompuestos en las salas de proyecciones) de los distintos integrantes de la industria para evitar la censura implementada desde la llegada de Onganía, e incrementada hasta lo imposible después del nombramiento de Miguel Paulino Tato al frente del Ente de Calificación Cinematográfica –“Hemos prohibido 125 películas y, si me dejan, mi meta es llegar a las 200, que es el número ideal para un año”, se lo escucha– y un reverdecer democrático ilustrado por cientos de estrenos exploitation con títulos tan inexactos como gancheros.Así, por ejemplo, una buena porción del metraje está destinada a explicar cómo Julie Darling (1983) se convirtió en Déjala morir adentro. El autor del delirio lingüístico fue un tal Claudio María Domínguez, quien antes de convertirse en estrella de la espiritualidad televisiva tuvo un exitoso pasado como distribuidor atento a los requisitos de la platea, y afinadísimo a la hora de encontrar el equilibrio comercial entre producciones clase B y otras hoy de culto como La ley de la calle, de Francis Ford Coppola. Este y otros recuerdos son verbalizados por sus protagonistas entre risas, orgullo y una pátina de nostalgia que felizmente no se convierte en melancolía. Calori toma la sabia decisión de apropiarse de esa levedad anecdótica para expandirla a toda la película, haciendo de Un importante preestreno un documental formalmente chato (las cabezas parlantes son una norma) y con agujeros históricos notorios (la dictadura de 1976 es una breve secuencia de montaje de imágenes de archivo), pero que se esfuerza por esbozar y generar una sonrisa en medio de un panorama para muchos desolador.
Cómo se eludía la vieja censura "Hoy daremos un importante preestreno", era la contraseña que los directivos del Cine Club Núcleo transmitían a sus socios, cada vez que se daba una película prohibida. No decían el título, para no levantar la perdiz. Algo similar pasaba en el concurridísimo microcine de la Asociación de Cronistas (esto no figura en el documental que ahora vemos, pero merece recordarse). En ambos casos, la proyección se daba con anuencia del propio director del Ente Nacional de Calificación Cinematográfica, vulgo censura, el inefable Miguel Paulino Tato. "A diferencia de la gente común, los críticos y cineclubistas son gente preparada", se justificaba. Este documental registra esa y otras anécdotas de la trastienda del cine, siempre girando alrededor de la censura y la forma en que distribuidores y publicistas se dieron maña para convivir con ella, desde la época en que "Lavalle era Lavalle", como dice un exhibidor, es decir, cuando "la calle de los cines" desbordaba de gente, hasta el final de los 80, cuando empezó a apagarse. Muy bueno el comienzo, con la voz que va enumerando los cines mientras la imagen muestra el destino actual de esos grandes locales. Muy buena también la selección de veteranas y venerables personalidades del negocio, como Rabeno Saragusti, pocas veces entrevistado, Bernardo Zupnik, Norberto Feldman y Cacho Ortiz, Luis Lavalle, Pascual Condito, a los que se suman Axel Kuschevatsky, Fernando Peña, el recordado Fabio Manes y otros. Entre todos repasan diversas épocas y curiosas costumbres, como las ridículas tiras negras tapando parte del cuerpo femenino en los anuncios, y la creatividad para los títulos. Por ejemplo, el antológico "Déjala morir adentro" que llevó multitudes a las salas. Ése lo inventó Claudio María Domínguez, quien después, hábilmente, supo desarmar la amenaza de prohibición explicando a las autoridades que el título se refería a dejar "morir la ilusión dentro de tu mente". Cualquier otra interpretación corría por cuenta de los malpensados. Lástima, el uso de montaje alternado que corta los chistes, y la dispersión al querer abarcar también la historia del VHS y otros asuntos.
La ciudad de Buenos Aires se caracteriza por tener siempre una vida cultural tan fascinante como intensa. En lo referente al cine, desde los ’60 -y, sobre todo, hasta mediados de los ’80- se convirtió en un paraíso para los fanáticos del séptimo arte. Desde obras de autor hasta películas eróticas y de terror de bajo presupuesto, las opciones parecían infinitas. Ni siquiera los gobiernos de turno, con sus férreas políticas de censura, pudieron detener este fenómeno que jamás había sido registrado… hasta ahora, gracias al documental Un Importante Preestreno. El director Santiago Calori se adentra en un período único, en el que las salas porteñas (principalmente, las de la calle Lavalle) se llenaban de espectadores dispuestos a dejarse llevar por imágenes de astros europeos, desnudos femeninos, gorilas gigantes y más, muchas veces en funciones continuadas. A la par, muestra cómo estos hábitos quisieron ser modificados por políticos como Juan Carlos Onganía y quienes le sucedieron. Vemos cómo surgió la figura del censor, que tuvo entre sus representantes a Ramiro de la Fuente y al más conocido Miguel Paulino Tato. En un muy interesante audio, Tato se vanagloriaba de su tarea cortando películas con horror, sexo e ideologías cuestionables, en pos de preservar su sentido de la moral. Una época oscura para los cinéfilos, en la que los mismísimos distribuidores debían ingeniárselas para editar ellos mismos las copias traídas de afuera para que pudieran estrenarse. Además, la película rescata viejos mitos locales, como que en Argentina fue donde se descubrieron los films de Ingmar Bergman y los viajes a Uruguay para ver películas que prohibían en este país, y conoceremos las tácticas de los distribuidores para mover productos exploitation sacando partido del éxito cinematográfico más cercano, como sucedió con el bombazo Emmanuelle o con el King Kong producido por Dino De Laurentiis. A la cantidad y calidad del material de archivo se le suman los ricos testimonios de, entre otros, los distribuidores Pascual Condito y Bernardo Zupnik, Claudio María Domínguez (creador de uno de los títulos argentinos más sugestivos: Déjala Morir Adentro, nombre local de Julie Darling, de 1983), Alejandro Sammaritano, Axel Kuschevatzky; los historiadores Fernando Martín Peña, Raúl Manrupe y el fallecido Fabio Manes, en una aparición póstuma. También hay entrevistas a figuras públicas de diferentes ámbitos que cuentan sus experiencias como devotos de la pantalla grande, como el locutor Bobby Flores y el músico Daniel Melero. Cada anécdota va de lo desopilante a lo más serio, en especial cuando se habla de la censura. Con un estilo dinámico y entretenido, Un Importante Preestreno rescata un período extinto de Buenos Aires y sirve para mostrar cómo la pasión derriba toda clase de imposiciones, sea en las salas cinematográficas o en la vida.
La resistencia de la cinefilia. Normandie, Ocean, Atlas, Trocadero… las primeras imágenes de Un Importante Preestreno (2015) proponen un juego de contraste entre la actual calle Lavalle y sus épocas de esplendor, con sus salas de cine como faro de la cultura cinéfila, inundadas de gente un sábado por la noche. El documental de Santiago Calori se autodefine precisamente como “una historia oral e improblable de la cinefilia argentina”. Tal vez sea la forma más adecuada de encuadrar a esta obra, que combina revisionismo y anecdotario en partes iguales. A través de los testimonios de distribuidores, productores, intelectuales, historiadores y personalidades curiosas (si, nos referimos al ecléctico José María Dominguez) se reconstruye el devenir del circuito cinematográfico en general y del circuito de Lavalle en particular, desde el Onganiato de los 60s hasta la vuelta de la democracia en el ‘83. Una obra como esta es de suma importancia para dejar constancia de una época en la que alguien podía ir al cine a ver una película Ingmar Bergman, algun exponente clase B de exploitation o alguna obra que sugiriese algún tipo de contenido erótico en momentos en los cuales la nación no gozaba de la libertad que llegaría más adelante. Todo esto estaba a la disposición de un espectador que sin acceso a Wikipedia o IMDb depositaba su buena fe en aquello que la censura y los picaros distribuidores ponían a su disposición. Es curioso pensar en una época de la cartelera nacional en la cual este tipo de productos llegaban a las salas, en especial si se lo compara con la actualidad y sus tanques industriales que monopolizan el contenido disponible a través de las grandes cadenas exhibidoras. Se aprecia el gran trabajo de investigación y recolección de material de la época, tanto fílmico como fotográfico y publicitario, el cual sirve de soporte para aquello que es la columna vertebral del documental: los testimonios de los entrevistados. Pascual Condito, Bernardo Zupnik y Luis Lavalle ayudan a trazar una linea de tiempo que atraviesa las desventuras de los distribuidores; mientras que figuras como Bobby Flores, Axel Kuschevatzky, Daniel Melero, Fabio Manes -quien tiene una dedicatoria especial- y Guillermo Hernández aportan el costado más anecdótico, que incluye posters y títulos adulterados, copias pirateadas en Súper 8, viajes al Uruguay para ver Último Tango en París y “valijeros” de cines condicionados. Con una duración de apenas 72 minutos, la obra es lo suficientemente dinámica y entretenida como para condensar más de cuarenta años de cultura cinéfila local, a través de los cuales se puede constatar que cuando hay ganar de ver, cuando hay ganas de conocer y por sobre todo cuando hay ganas de hacer, el ingenio siempre lo supera todo.
La banda del Titanic Mi cinefilia furiosa comenzó en 1991, con la fiebre del VHS. Por eso, cuando en Un importante preestreno se repasan los institucionales de las compañías editoras -de AVH a Gativideo de LK-Tel a Plus Video- es imposible no sentirse ganado por la nostalgia sobre un tiempo que ya no volverá: los espectadores de salas para 1000 personas y visitas interminables al videoclub somos los dinosaurios de la cinefilia, con el infortunio de que no tuvimos la suerte de desaparecer como aquellos. A nosotros, el meteorito tecnológico nos destruyó el pasatiempo y nos permitió sobrevivir para penar y recordar eternamente. Sin embargo el documental de Santiago Calori tiene una particularidad que lo hace especial: está construido sobre la base de múltiples pesares y pérdidas (una cinefilia -aquella- sin presente; el videoclub como vía de escape extinta; salas gigantescas convertidas en bingos, templos o cualquier otra cosa; incluso la figura de Fabio Manes como testimonio de todo aquello), sin embargo nunca se permite caer en la lástima o la autocompasión. Por el contrario es alegre, vital, chispeante, regado de anécdotas invalorables para todo aquel que siente curiosidad sobre un tiempo curioso: uno donde para entrar en un cine en la calle Lavalle había que hacer cuadras y cuadras de cola y una película podía estar un año en cartelera o poseer un título que no tenía nada que ver con el original. Pero nada. Bernardo Zupnik, Fernando Martín Peña, Daniel Melero, Bobby Flores, Pascual Condito, Norberto Feldman, Cacho Ortiz, Claudio María Domínguez son algunos de los entrevistados; distribuidores, exhibidores, especialistas en cine o, simplemente, espectadores. Todos fueron parte de la historia que cuenta el documental, que abarca un tiempo que va desde los 60’s hasta el presente. Espacio clave, ya que le permite al film arrojar una mirada a los cambios culturales pero también políticos que hubo en el país. Pensemos: gobiernos de facto, Triple A, peronismo, dictadura, regreso democrático, destape y todas las modificaciones tecnológicas de las últimas dos décadas. Si bien Un importante preestreno tiene al cine como eje, su mirada se posa sobre los espectadores y sus vivencias; en cómo todos estos cambios modificaron sus costumbres y sus hábitos de consumo. Tal vez desde lo periodístico, el film de Calori no entregue mayores novedades: es un trabajo destinado al público cinéfilo y este ya conoce, con más o menos detalle, aquellas historias y eventos. Tampoco desde lo formal. Pero es la sumatoria de anécdotas divertidas y ese aire ligero y desdramatizado que campea en todos los entrevistados, lo que lo convierte en una película para atesorar. Esa banda de alegre instrumentistas del Titanic que con el agua por el cuello, al borde de la extinción, igual sigue tocando.
Hay veces que se hace necesario recurrir al pasado para que las nuevas generaciones, las que no conocieron la sangrienta tijera de la censura durante el oscuro proceso de dictadura cívico militar, puedan entender el brillante momento democrático que en materia de cultura, y principalmente cinefilia, se vive en Argentina. Nada de pensar que porque por cuestiones comerciales una película se termina bajando de los cines, los otros circuitos pueden terminar absorbiéndola y exhibiéndola a la mayoría de los espectadores interesados en el o los filmes. Aparentemente Santiago Calori comprendió esto y apelando al recuerdo y el relato oral, ese que muchas veces termina por recuperar una parte de la historia negada por algunos, finalmente logra estrenar “Un Importante Preestreno” (Argentina, 2015) luego de varias postergaciones y de idas y venidas (muchos ya creían que esta película era un mito urbano) para homenajear, con humor, mucho humor, a los “mártires” de la gesta cinéfila local. La anécdota es el vector de la narración, que con interlocutores válidos como Axel Kutchevatsky, Fernando Martín Peña, Guillermo Hernández y Fabio Manes, entre otros, reconstruyen el complejo trabajo por parte de cineclubes y cinéfilos para poder ver y mostrar todo lo que la censura durante los años setenta se prohibía. También se expone el trabajo de los productores y distribuidores, de larga tradición, para poder, de alguna manera, exhibir a pesar de todo las películas que adquirían, muchas, por no decir la mayoría, eran productos menores ensalzados para potenciar la salida a las salas y así rápidamente recuperar las inversiones en la cinta en cuestión. Con el ahora gurú de la buena onda Claudio María Domínguez como hacedor de uno de los éxitos de taquilla más grandes de la historia de la taquilla argentina, basado en un engañoso título “Un importante Preestreno” busca ejemplificar la “chantada” argentina detrás de un negocio descomunal y que buscaba la liberación de materiales y películas pese a la presión de la censura. La edición ágil y dinámica, posibilitan el visionado del filme, que pese a caer en lugares comunes desde la enunciación, puede esquivar su linealidad gracias a una reconstrucción de la época con afiches, fotos, pero, principalmente, por la oralidad de las entrevistas. “Un Importante Preestreno” se anuncia como película evento, con una decidida apelación a aquellos que vivieron durante la época que retrata, pero también busca llegar a los que en la actualidad disfrutan de su pasión cinéfila sin tapujos y con total libertad. Hay cierto apresuramiento en la resolución de algunas de las hipótesis que plantea, producto de su necesidad de ser finalizada antes del BAFICI de este año, del que formó parte, y también hay una búsqueda de lograr efecto con muchas de las participaciones de Fabio Manes y la utilización de su imagen como claro ejemplo de una de las personas que potenció el estudio del cine para revelar mucho más que una reseña cinematográfica. Pese a estos lugares que ella misma se plantea “Un Importante Preestreno” logra su cometido, y en la transgresión de Calori por utilizar música y figuras provenientes de diferentes áreas, no sólo las que se relacionan directamente con el cine, es en donde esta película puede jugar con todos aquellos descubrimientos que él y su equipo de investigación se toparon a lo largo de los años.
El BAFICI tiene varias películas que encaran la historia del cine nacional desde lugares reconocibles pero sesgados, haciendo más eje en cierta “vieja guardia” de los ’60 a los ’80 y no tanto en los sobreanalizados últimos años del cine argentino. Con sus grandes diferencias, películas como TRAS LA PANTALLA, LA SOMBRA y ésta, analizan al cine local como industria. No se discuten estéticas ni teorías sino que se habla del anecdotario del “mundillo” y cómo eso se cruza con la historia argentina de los últimos 50 años o más. De todas las películas citadas, ésta es la que más claramente habla de esos temas… y es la más floja de todas ellas. El filme de Calori, realizado con toda la anodina efectividad de un documental televisivo, compila entrevistas una atrás de otra junto a secuencias de montaje que hacen pasar años resumiendo la historia “grande” de la Argentina con titulares de diarios y fotos para contar algo que, en realidad, no se sabe muy bien qué es. Es, por un lado, una historia sobre el cine de arte de los ’60 transformándose en cine de explotación de los ’70 en una lógica forzada de acontecimientos que no tiene nada que ver entre sí. Es, también, la historia de la censura que ahonda en casos canónicos del “onganiato” o del primer paso de Miguel Paulino Tato por el Ente de Calificación Cinematográfica pero luego se salta de un plumazo todo el Proceso Militar. Y es también la historia de la aparición del video casero que, digámoslo, no tiene mucho que ver con lo narrado anteriormente. Es entretenida, por momentos, porque el anecdotario del cine argentino de los ’60 a los ’80 tiene historias increíbles, pero el formato elegido es rutinario, el eje narrativo es por lo menos difuso y no todas las “cabezas parlantes” justifican su presencia en el filme. Es una pena, porque con un poco más de ingenio narrativo y síntesis temática, podría haber aprovechado mucho mejor ese período riquísimo de la historia del cine nacional. (Crítica publicada durante el BAFICI)
Escuchá el audio (ver link). Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli. Un espacio dedicado al cine nacional e internacional. Comentarios, entrevistas y mucho más.
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