La garota rebelde El cine social no está exento de caer en dos zonas peligrosas, una la idealización de sus personajes o la estigmatización de clase. Tampoco de un aspecto de fábula o cuento moral detrás de una historia por más mínima que esta sea, pero una de las cualidades es, sin lugar a dudas, el mensaje por encima de la forma. Es en ese sentido que la película Una segunda madre -2016-, de la realizadora Anna Muylaert encuentra un equilibrio entre contenido y fondo.
Val (Regina Casé) pasa sus días trabajando como mucama en la casa de un acaudalado matrimonio de Sao Paulo y su hijo adolescente. Bárbara (Karine Teles) y Carlos (Lourenço Mutarelli), sus patrones, la tratan prácticamente como a una integrante más de la familia, derecho que Val se ganó a fuerza de eficiencia, educación y mimos al pequeño Fabinho (Michel Joelsas), a quien vio nacer y consiente como una segunda madre (de ahí el título del film). Pero la calma en ese microclima burgués se verá alterada con la llegada de Jéssica (Camila Márdila), la hija de Val que, luego de una década de estar distanciada de su madre, viene a la ciudad para dar el examen de ingreso a la universidad. Los dueños de casa aceptarán en principio que la joven se INSTALE junto a ellos, pero con el correr de los días la personalidad de Jéssica (curiosa, inteligente, desenvuelta) hará mella en la pareja y en la propia Val. Premiada por el público en la sección Panorama en la Berlinale de 2015, Una segunda madre plantea una mirada sobre los conflictos de clase, pero no lo hace con los rancios y obvios modos que podría exponerlos el costumbrismo televisivo sino que aborda estas tensiones sociales con una sutileza que resulta por momentos inquietante. Son estos los pasajes más valiosos del film, en los que el aparente orden y un trato cordial -e incluso afectivo- no inhibe las diferencias entre patrones y servidumbre. Para bien o para mal, Jéssica será una figura de peso y la casa bailará al ritmo de ella. Aguda observadora de un universo al que quizás no pertenezca pero sin duda conoce, Anna Muylaert logra un film certero y crítico de estas pequeñas estructuras de poder. Lo único objetable es una emotiva revelación al final que, de haberse obviado, el film no perdía ni un ápice de vigor. Una cereza innecesaria para un postre ya de por sí sabroso.
Culpa de clase Inteligente retrato sobre las diferencias de clases es el que aborda la brasileña Anna Muylaert en Una segunda madre ((Que Horas Ela Volta?, 2015), película premiada en el prestigioso Festival de Sundance por el público y el jurado. Val (Regina Case) es la mucama de una adinerada familia de San Pablo. Vive con ellos desde hace una eternidad y es quien se encargó de criar a Fabrinho, el hijo adolescente del matrimonio integrado por Bárbara, una diseñadora exitosa, y Carlos, un pintor que perdió la inspiración. Pero Val tiene una hija (Jessica) a la que no ve desde que era una niña y hoy ya una mujer a punto de entrar a la universidad decide mudarse con ella durante un tiempo. La llegada de ese ser extraño y ajeno a la rutina de todos los integrantes de esa casa pondrá en crisis el aparente orden que los regía, obligándolos a replantearse todo lo vivido. Muylaert erige un sólido relato llevando siempre las riendas de la narración con suma inteligencia, para acabar sorprendiendo en cada giro dramático. Aparentemente parece que los personajes son de clisé, pero no es así. Tienen vida propia, desarrollando un arco coherente con el devenir de los acontecimientos. Cuando el espectador piensa que Val es como una suerte de Mr Belvedere (1985-1990), la autora brasileña da un giro de timón y cambia bruscamente el planteo. Sabe mezclar los momentos de comedia, donde carga las tintas sobre esa burguesía acomodada, con los de drama. Astutamente pone en marcha una serie de mecanismos dramáticos una vez que el espectador ha empatizado y se siente plenamente identificado con Val. Cuando el espectador piense que está viendo un drama heredero de Los ricos no piden permiso (2016) la realizadora volverá a sorprender con una lucha titánica entre madres, y el protagonismo se lo llevarán Jéssica y Fabinho. La mujer siente envidia de Val porque tiene la hija que ella no tendrá. A su vez, Val ha criado desde pequeño a Fabinho mientras la dueña de la casa se entregaba a su profesión. Así el niño se identifica más con la criada, y eso le corroe las entrañas a la madre, que desconoce en qué momento perdió a su hijo. Cuando el drama se tensa demasiado tira un balón de oxígeno lleno de comedia ofreciéndonos a una Val muy Celestina, una vez más los personajes de Jéssica y Fabinho son usados para enfrentar a esas dos madres indirectamente. Cuando el espectador empieza a intuir que el objetivo primordial es hacer una crítica del modelo de familia de “diseño” frente a una más “tradicional”, en ese momento activa el gran recurso dramático de contravenir las leyes entre arriba y abajo, con lo que el drama está servido en la mesa una vez más. Un punto interesante es como la autora juega con los diferentes elementos creando auténticas metáforas visuales. Interesantísimo el juego que le da la piscina, que comienza llena de agua, un agua que simboliza la pureza, la libertad, donde los jóvenes se bañan más allá de las normas dictatoriales maternas. Poco a poco veremos como el nivel baja a medida que la atmósfera se vaya enrareciendo y asfixiando a los personajes. Muylaert lucha constantemente por dar esa misma libertad al espectador a la hora de analizar y entender el relato mostrándonos una realidad llena de grises, en las antípodas de ese juego de café que Val le regala a Bárbara y que es una metáfora recurrente a lo largo de todo la historia.
Estreno de Una segunda madre, la opera prima de Anna Muylaert. Una segunda madre es la historia de Val, una mujer que debe dejar a su hija al cuidado de su abuela para poder ir a la ciudad a trabajar en una casa de familia y así, conseguir el dinero para criar a su hija. Así Val se transformara en la figura materna para el niño del acaudalado hogar mientras, su hija Jessica crece lejos de ella, distanciándose cada vez más. Hasta que un día, Jessica decide ir a estudiar a la ciudad y es así como termina viviendo con su madre en la mansión de sus jefes, donde la diferencia de clases que todos trataron de desestimar e ignorar durante todos estos años, finalmente aparecerá. Aunque por momentos un poco caricaturesca, Una segunda madre logra desarrollar de forma muy seria y más que creíble el conflicto de fondo de una sociedad que, como la mayoría de las sociedades latinoamericanas, tienen su mayor deuda en la abrumadora diferencia de estilos de vida entre la clase alta y la trabajadora. Uno de los puntos más interesantes es que la directora, que podría simplemente haber aprovechado la relación entre madre, hija y jefa, decide sin embargo desarrollar todo el espectro de situaciones en las cuales se refleja el conflicto y así cargar la atmósfera de ese hogar con una energía muy particular, como si todo el Brasil dependiese de cómo se desencadenan los hechos entre esas paredes. Las impecables actuaciones de Regina Casé y Karine Teles, empleada y jefa respectivamente, son sin dudas el plato fuerte de esta película. Lejos del ridículo y la palabra que sobra, componen desde las miradas y el cuerpo, la dinámica de ese hogar en el cual la segunda madre pasa a ser la primera y que solo ante la crisis cada una puede lograr ubicarse en el rol que le corresponde naturalmente. Una segunda madre, una película muy agradable para ver, con una mirada muy simple y muy entendible sobre un tema muy complejo que nos atraviesa a todos.
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Cómo sacudir el pequeño orden establecido “Va a venir una amiga del interior y vamos a necesitar el cuarto de huéspedes”, le dice doña Bárbara a la fiel Val, la doméstica, cuya hija Jéssica tuvo la osadía de ocupar esa habitación, que se supone no le corresponde a la parentela del personal de servicio. Doña Bárbara y su marido recuerdan un poco a eso que sugirió el domingo pasado el inspirado Chris Rock (o sus guionistas) durante la entrega de los Oscar, sobre el racismo “liberal” de Hollywood: se puede ser muy progre de la boca para afuera, y perfectamente reaccionario puertas adentro. Hasta la llegada de Jéssica, agente disruptor, todo funcionaba a la perfección entre empleadores y empleada, en lo de doña Bárbara y el “doctor” Carlos (así lo llama Val, aunque sea artista plástico): cada uno ocupaba “su” lugar, y la convivencia era ideal. Pero llegó esa Jéssica, con sus ideas subversivas sobre el cambio social, el orden preestablecido y los roles asignados, y todo se fue âo caralho.Migrante del Nordeste pobre, a Val se la ve feliz en la supercasa paulista, con piscina incluida y buen gusto a toda prueba, de doña Bárbara y el “doctor” Carlos. Sobrecargada de mímica y gesticulaciones, la actuación de la veterana comediante Regina Casé, próxima en estilo a la de una Nelly Láinez (o una Georgina Barbarossa, si se prefiere) sería insoportable, si no se tratara de un acierto de casting. En efecto, no es la actriz sino el personaje el que desborda. Val juega con los perros de la residencia y mima a Fabinho, el hijo adolescente de los dueños de casa, como si fuera su propio hijo. Lo mima y lo malcría: basta que pare la oreja y escuche cómo durante la cena doña Bárbara le grite porque lo pescó con una bolsa de yerba –y no para el mate– para que de inmediato le indique dónde fue que la señora tiró la maconia. Dos detalles interesantes: doña Bárbara le dice a Fabinho que de jóvenes ellos también fumaban (lo cual no le impide reprimirlo), y Val se comporta como una madre con el que no es su hijo, a la vez que vive a cientos de kilómetros de quien sí es su hija.Como se dijo, es la llegada de la hija la que irá desarmando un orden más represivo de lo que la fachada de presunta modernidad deja ver. Jéssica viene a dar el examen de ingreso en Arquitectura. ¿La hija de la mucama, futura arquitecta? ¿Justo en la misma facultad donde va a dar el ingreso el hijo de la familia? Demasiado, para lo que el doble discurso familiar (sobre todo de la doña) está dispuesto a tolerar. La correspondencia demasiado visible de lo que se narra con el Brasil pre y post-Lula, y un final demasiado complaciente, borronean en parte un film que no carece de agudeza y capacidad de provocación, tanto como de justeza de planos.
Una clase sobre las diferencias de clase Premiada el año pasado en los festivales de Sundance y la Berlinale, esta tragicomedia ratifica el talento de la directora de Durval Discos. No es la primera vez que el cine latinaomericano posa su mirada en el lugar de las empleadas domésticas dentro del contexto de una familia. Allí están desde la chilena La nana hasta las argentinas Cama adentro y Réimon, pasando por dos documentales brasileños de títulos casi similares (Doméstica y Domésticas), por citar sólo algunos ejemplos. También desde Brasil, pero en el ámbito de la ficción pura, llega Una segunda madre, una inquietante (por momentos angustiante) tragicomedia que arranca como una descripción simpática y algo previsible sobre las diferencias de clase, pero que al rato deviene en algo bastante más provocador. La protagonista es Val (la enorme Regina Casé, vista en Eu Tu Eles), la mucama todoterreno de un matrimonio acomodado de San Pablo integrado por un pintor sin demasiado suceso (Lourenço Mutarelli) y una gurú del diseño (Karine Teles) más un hijo adolescente (Michel Joelsas) con el que ella mantiene una relación de mucha complicidad e intimidad (sin llegar a nada perverso). Es, como dice el título de estreno en Argentina, “una segunda madre” para él. El film plantea en las primeras escenas esa relación aparentemente cordial y respetuosa entre patrones y empleados, pero la llegada por unos días de Jéssica (Camila Márdila), la hija de Val a la que no veía desde hacía diez años, cambia no sólo la rutina cotidiana sino que hasta tensiona y pone en crisis las distintas relaciones dentro de la casa. Llegada a la gran ciudad con la idea de dar el examen para ingresar a la facultad de arquitectura, esta joven curiosa, inteligente y desbordante despertará todo tipo de reacciones en el resto de los personajes con resultados que van desde lo hilarante hasta lo perturbador. Lo interesante de este film de Anna Muylaert (realizadora de Durval Discos y guionista de El año que mis padres se fueron de vacaciones) es que no tiene que apelar a grandes golpes de efecto ni a situaciones demasiado subrayadas para exponer las pequeñas humillaciones y la sumisión de Val, así como las diferencias generacionales en todos los sentidos con su hija. Si bien el desenlace no está a la altura del resto de la propuesta, Una segunda madre nos ratifica no sólo el talento de Muylaert para la puesta en escenas (precisa, austera) y para la dirección de intérpretes (cada gesto, cada mirada tiene un sentido), sino también la certeza de que el cine brasileño está encontrando nuevos caminos decididamente valiosos.
Los puntos más fuertes de la película son alguna de sus interpretaciones, climas muy logrados, una vez más sale el conflicto de clases, el amor, la hipocresía y las mentiras.
Pasado versus presente. Val, la segunda madre a la que hace alusión el título, junto con otra empleada doméstica y los dueños de casa, son los representantes de un pasado vigente. Encarnan la naturalización de la servidumbre, de la esclavitud ad eternum de un sector de las clases bajas. Por el contrario, Jéssica -la hija biológica de Val que llega para quedarse unos días con su madre- representa al empoderamiento popular -en este caso de Brasil, pero podría extenderse a gran parte de Latinoamérica- de la última década. Esto queda plasmado en un comentario de Bárbara, la dueña de casa: “las cosas están cambiando”, comenta al aire cuando Jéssica cuenta que va a estudiar arquitectura en la prestigiosa FAU. Con esa decisión de ruptura, Jéssica se gana el respeto de la familia burguesa y el orgullo de una madre que no pudo criarla por tener que criar a Fabinho, su hijo laboral. Bárbara dice que “las cosas están cambiando” otorgándole a su frase una connotación positiva, sin embargo, es la primera en sentir malestar cuando Jéssica rompe las reglas tácitas del hogar y elige quedarse en el cuarto de huéspedes y no en el de servicio, o cuando se mete a la pileta, espacio vedado a los empleados y símbolo de clase utilizado por la directora desde el principio de la película. En el personaje de Bárbara se concentra una interesante idea sobre la distancia entre ideología, sentimientos y realidad, entre el progresismo shampoo y estar realmente dispuesto a ceder beneficios en pos de una verdadera redistribución de los ingresos y un achicamiento de la brecha entre los que tienen verdaderas opciones y los que no. “¿Un colchón tan lindo y no lo usa nadie?”, pregunta Jéssica sin un ápice de inocencia cuando se sienta en la cama de la habitación de huéspedes, y para su madre, más reaccionaria por acostumbramiento a la subordinación que por ideario, es como un disparo al corazón. Jéssica llega para dar vuelta a la casa y a su madre. Fabinho y Carlos -esposo de Bárbara- sienten atracción por la joven; de hecho Carlos llega al punto de querer cobrarse el siniestro y todavía vigente derecho de pernada, aunque claro que de una manera más cool y sutil, como le corresponde a un artista progre. Y Val, que no pudo educar a su hija, ahora se educa políticamente gracias a ella. La directora separa espacios astutamente utilizando planos fijos con profundidad de campo en los que muestra el lugar de los empleados y el de los patrones al mismo tiempo. Su potente mirada sobre la realidad de las empleadas y la maternidad nunca flaquea por una bajada de línea trivial o por exceso de didactismo, sino que se nutre de un relato que puede movilizar, divertir e indignar, todo al mismo tiempo. Una Segunda Madre es, ante todo, hablar de lo que no se habla y mostrar lo que no se muestra, sacándose las máscaras: estamos ante la película anticareta del año.
Desigualdad bajo el calor del afecto "Es evidente que el país está cambiando", reflexiona, no sin un dejo de contrariedad, la señora burguesa dueña de la amplia residencia de clase media alta en el barrio acomodado de San Pablo donde reside, cuando se entera de que la hija de su criada, una pernambucana que vive con ellos hace años, ha sido niñera de sus hijos y los ha criado, y está por llegar a la ciudad con la intención de ingresar en la Facultad de Arquitectura. Algo estará cambiando si una adolescente nacida en un hogar humilde del Nordeste puede ahora proyectar un futuro que la equipara con sus propios hijos, pertenecientes a una clase de un nivel económico y sociocultural mucho más elevado. ¿Pero ha cambiado tanto como para que se haya alterado la tradicional jerarquía entre patrones y empleados? ¿O esa convivencia cordial y amistosa (para los dueños de casa, "la criada es "como de la familia" porque en el vínculo mucho tiene que ver el afecto), aunque calladamente la relación responde también a reglas que se aceptan naturalmente de una parte y otra casi en forma inconsciente, basta para que cada uno sepa ocupar su lugar, quizá como una silenciosa y atenuada prolongación del patriarcalismo? Anna Muylaert, que dice haberse inspirado en films como Cama adentro y El custodio y hasta en el cuento de Cortázar Casa tomada, ha encontrado un modo de referirse a las desigualdades sociales en su país observando situaciones de la vida cotidiana, como ésta de las relaciones entre el servicio doméstico y los patronos en las que la prolongada convivencia favorece un vínculo afectivo. Para sostener a Jessica, su única hija, Val, la protagonista, la ha dejado en Pernambuco y ha trabajado trece años en este hogar paulista, primero como niñera del mayor, Fabinho, a quien ha mimado más que su madre biológica. Y todo seguiría en esa armoniosa cordialidad hasta que Jessica, ya adolescente, decide estudiar en San Pablo y por un tiempo es acogida en la casa donde vive Val, pero no en el cuartito que ella ocupa, sino en la habitación de huéspedes a sugerencia del dueño de casa, quizá con alguna doble intención. Pero la jovencita pertenece a otra generación y se resiste a seguir el ejemplo de sumisión que le propone su madre, y esa diferencia se evidenciará en más de un choque entre ellas y en las manifestaciones de la "liberalidad" de Jessica que alimentan las mezquinas (y bastante forzadas) reacciones de la dueña de casa. Muylaert, que sugiere las diferencias de clase en apuntes un poco más sutiles en la primera parte, los hace ahora demasiado explícitos, como si necesitara asegurarse de que queda claro que bajo la estratégica cordialidad del trato hay explotación y amable abuso. De esa voluntad surge, por ejemplo, el subrayado de las mezquindades de la señora (manda limpiar la piscina después de que la chica se sumergió en ella) y la comparación entre los dos estudiantes; el ocioso hijo de ricos que fracasa en su examen y la chica de humilde origen que es pura dedicación y esfuerzo y logra ingresar en la facultad. Un toque más (como mandan los crowdpleasers) para satisfacer el ánimo del espectador, propósito para el cual ya contribuyen el dibujo de los personajes, especialmente el de Regina Case (Val) en un papel a su medida, y la no menos destacable Camila Mardila, como su hija.
Tu casa no es mi casa En la primera escena ya se ve que los roles están cambiados. La mucama cuida a un niño de una familia de clase alta de Sao Paulo, hace de madre, lo acaricia, lo abraza. Una llamada que recibe la mucama, de su hija diciéndole que está en otra ciudad, y el diálogo difícil que se da permite vislumbrar que la falta de contacto entre los personajes será uno de los temas principales de Una segunda madre, Anna Muylaert. El relato avanza y pasa el tiempo, por medio de la elipsis. El niño es un adolescente, pero sigue siendo criado por la mucama. Val (el nombre de la mujer) recibe la noticia que su hija Jessica quiere venir a la ciudad para anotarse en la facultad. La llegada de la joven, quien vivirá en la casa de los patrones de su madre por un tiempo, trae pequeños cambios a la vida de todos los integrantes de la familia. Una segunda madre lleva su peso hacia la gran actuación de Regina Case, quien sigue las órdenes de sus patrones sin contradecirlos, haciendo su vida pura monotonía. El cambio que produce la introducción de su hija a su casa/trabajo la hará cambiar de a poco. Todos en la familia, de alguna manera, buscan afecto. Hay un aroma a Teorema, de Passolini, dando vueltas por el ambiente: el personaje de la hija irá generando interés en la parte masculina del entorno, pero se queda ahí; es un intento que sirve para disparar hacia otro lado. Muylaert muestra un sector de la sociedad brasileña, lo describe bien, quizás se le puede criticar que remarca mucho la relación de la mucama con el hijo de su patrona. Tiene grandes momentos de humor, que ayudan a aflojar cierta sensación de que todo va a complicarse. Uno de ellos es cuando el padre se siente atraído/seducido por Jessica, la invita a comer a la mesa en la que sólo puede sentarse la familia y no la servidumbre. La interacción entre patrón/mucama a través de la puerta de la cocina y un conflicto con el gusto de un helado, funciona para marcar las diferencias entre lo que piensan la madre y la hija.
Entre el prejuicio y la oportunidad “Una segunda madre” o “Que horas ela volta?” es una película brasileña que toma como eje del relato la relación entre madres e hijos afectados por la distancia. Puede ser la distancia física o la distancia emocional, o ambas cosas. Val es una mujer oriunda del nordeste del país, una región más pobre que el centro y el sur. Como tantos otros nordestinos, ella arribó a San Pablo en busca de trabajo. La gran urbe, con su perfil industrial y pujante, que se alza compitiendo con las grandes capitales del mundo, es un lugar en el que una empleada doméstica, bien ubicada en una casa de una familia de clase media acomodada, puede ganar un buen sueldo que le alcanza para ella y también para enviar a su familia, que ha quedado allá en el norte. Es el caso de Val, que trabaja cama adentro en un hogar compuesto por un matrimonio con un hijo. Cuando ella llegó, el niño era pequeño. Ahora, ya han pasado diez años desde entonces, y el pequeño es un adolescente que ha crecido, mimado y malcriado por una Val que añora a su propia hija, a quien ha visto poco y nada durante todo este tiempo. La mujer esconde un pasado conflictivo. Ha tenido una pareja con quien ha tenido una hija, pero por alguna causa, el matrimonio no funcionó y ella decidió abandonar el hogar en busca de un destino mejor. La niña ha quedado al cuidado de alguien de la familia, aunque Val le ha estado enviando dinero todos esos años. De repente, Jéssica, la joven, le comunica un día que irá a San Pablo a reunirse con ella, porque quiere ingresar a la universidad a estudiar arquitectura. Hace diez años que madre e hija no se ven y el reencuentro es un tanto tenso y en principio, complicado. A simple vista, Jéssica aparenta ser una joven independiente, segura de sí misma y sin los prejuicios de clase que afectan a Val, quien, como empleada doméstica cama adentro, tiene que respetar algunos límites, ciertas barreras invisibles pero bien concretas, entre sus patrones y ella. Jéssica pensaba vivir con su madre, pero ignoraba que no tenía un lugar propio. Si bien en un principio la familia la acepta, hasta que encuentre un lugar mejor donde alojarse mientras curse en la universidad, pronto su presencia comienza a alterar, aunque sin querer, el orden establecido y pone nerviosos a todos. La película, opera prima de Anna Muylaert, constituye un relato costumbrista que, apelando a oportunas dosis de humor y un compendio de imágenes metafóricas y símbolos, grafica las desigualdades sociales imperantes en Brasil, mostrando un caso testigo, tomado seguramente de los miles de casos parecidos que se dan en la realidad. La convivencia entre estos seres de distinto origen, con diferentes expectativas, intereses y hábitos, si bien está impregnada de modernidad y tolerancia, dispara una complejidad de prejuicios de uno y otro lado, que amenazan con derivar en verdaderos conflictos. Pero, antes de que la sangre llegue el río, las cosas se resolverán y cada uno encontrará su lugar, aunque las diferencias tenderán a blanquearse y acentuarse. Sin ahondar demasiado en el profundidad psicológica de los personajes, Muylaert esboza a grandes rasgos los perfiles de cada uno, insinuando más que desnudando, historias de vida en las que cada uno lleva su propia cruz a cuestas y tiene que lidiar con el rol y el lugar que le ha tocado en suerte. Y si bien hay cierto fatalismo en su mirada, siempre aflora una suerte de salida alternativa que intenta sobreponerse a los condicionamientos rígidos. Toda la película se concentra mayormente en el proceso de Val, quien es la que sufre la mayor de las transformaciones y aprovecha la oportunidad que la da su hija de resolver un conflicto personal para saldar una cuenta pendiente con su pasado y poder encarar el futuro de otra manera.
En el marco de una lujosa residencia en San Pablo, la película sigue el trayecto de Val: una mucama “con cama adentro” que ha trabajado durante más de veinte años al servicio de una familia disfuncional, cumpliendo los roles de ama de llaves, confidente y sustituto de los padres. Una vida de devoción casi ciega que se verá alterada por la irrupción de su hija Jessica, una adolescente a la que apenas conoce. La joven sexy y emancipada llega a la ciudad para dar los exámenes de ingreso a la facultad de arquitectura, perturbar el orden de la casa y despertar en su madre una conciencia de clase. Retomando de Teorema de Pasolini el motivo clásico del intruso-revelador, Una segunda madre observa el colapso de la ilusión burguesa a través de una serie de pequeños desarreglos, malentendidos y mezquindades, que combinan la comedia de costumbres con una crítica social de una llamativa agudeza. La actriz Regina Casé, superestrella de la televisión brasilera, imprime un flujo burlesco, ingenuo y encantador que hace resplandecer al conjunto. Anna Muylaert se vuelca hacia un cine naturalista:un estudio de caracteres con el trasfondo de la fractura social y étnica que divide al país entre la burguesía blanca y las precarias poblaciones negras. La directora evita la cuota de sordidez habitual en este tipo de películas, aunque su mirada puede resultar un poco complaciente. En este cuento moral atravesado por una singular ironía, Jessica materializa la insurrección latente contra el statu quo, anexando progresivamente los espacios reservados a los patrones: la mesa para el desayuno, la pileta, la habitación de huéspedes. “Es evidente que el país está cambiando”, dice la dueña de casa. De madre a hija, una nueva generación plantea la concurrencia de los hijos de los ricos y los de las mucamas con una indiferenciación perturbadora.
El último cine brasilero está obsesionado por contar historias que entrelazan clases sociales. A las recientes “Casa Grande” de Felipe Barbosa, o “Nova Dubai” de Gustavo Vinagre, profundizaron las relaciones que se forjaron a la fuerza del conglomerado económico y social. “Una segunda madre” (Brasil, 2015) de Anna Muylaert, vuelve con la temática desde la particular visión de una empleada doméstica cama adentro llamada Val (Regina Casé), quien brinda servicios de una manera precisa para una familia adinerada de la clase alta paulista. Durante años Val dirigió los destinos de la vivienda mientras sus dueños aprovecharon la incipiente fama para seguir alimentando los millones que poseen. A su vez, Val crio a Fabinho (Michel Joelsas), con quien mantiene una relación tan cercana que termina por generar celos en la verdadera madre del muchacho. Cuando un día recibe la inesperada llamada de su hija Jessica (Camila Mardila), quien irá a San Pablo a estudiar, Val decidirá pedirle a la dueña de casa la posibilidad de hospedarla en lo inmediato mientras busca un lugar para ir ambas a vivir. Pero con la llegada de Jessica todo cambia. Val ve cómo el sentido de pertenencia de clase se confunde en la joven, aceptando las ofertas del Dr. Carlos (Lourenco Motarelli) de participar en la vida de la familia como uno más. “Una segunda madre” está dividida en dos etapas narrativas bien disimiles entre sí. Una primera en la que la presentación de Val y Fabinho es esencial para empatizar con ambos, etapa digresiva de detalles que sólo por la energía de Val y la verborragia de ésta difiere del relato costumbrista clásico. La siguiente fase, en la que el conflicto estalla ante la llegada de la hija, el tradicionalismo narrativo se potencia con una mirada mucho más opresiva, no enjuiciadora, sobre la llegada de Jessica y los avances de ésta sobre la familia. Si Val se mantiene con su postura ante la sumisión que exige el puesto de trabajo, Jessica se rebelará ante cada directiva que la dueña de casa imparta o su propia madre le indique ante algunas situaciones. Hay un intento de Muylart por despegarse de lo que cuenta cuando juega con la idea de independencia necesaria para que Val y Jessica puedan reencontrarse y conjugar las ideas sobre clase que cada una tiene. Cuando el dueño de casa avanza sobre la joven, de manera sorpresiva, el relato se desencadenará hacia un punto de no retorno por el que Val deberá tomar una decisión sobre ella y su hija. Un juego de café, regalo de Val a su dueña, que se repite a lo largo de todo el metraje, será también la idea con la que la directora quiera jugar sobre la integración de las clases. En el rechazo de la clase alta, en la mirada soberbia y superadora, y en la concepción del trabajo como fundador de la moralidad “Una segunda madre” va narrando su historia lentamente potenciando los conflictos cotidianos como la amenaza más fuerte para las relaciones.
Val, la protagonista de esta película, es la mucama con cama adentro de una familia adinerada de Sao Paulo. Lleva muchos años en esa casa y ha establecido un vínculo con el hijo del matrimonio para el que trabaja, que el joven no tiene con su propia madre, y según conoceremos con el correr del filme, Val tampoco lo tiene con su hija. La hija de Val es Jessica, una joven adulta que quiere mudarse a Sao Paulo para estudiar en la Universidad. Ellas estuvieron mucho tiempo sin verse, incluso llegaron a perder el contacto, pero pronto Jessica llegará a la ciudad y se instalará en la casa poniendo en crisis la aparente calma del hogar y provocando distintas pasiones en cada uno de sus habitantes. Una segunda madre puede vincularse fácilmente con películas latinoamericanas recientes centradas en la figura de la empleada doméstica, pero en lo personal me parece que hay una serie de elementos que la relacionan especialmente con Casa Grande (Brasil, 2014). En ella Fellipe Barbosa contaba la historia de una familia carioca en plena decadencia. En ambos filmes, que están ambientados en las principales ciudades de Brasil, se trabaja tanto sobre la idea de la movilidad de clases (una clase dominante que cae en decadencia o ve como los sectores oprimidos empiezan a ocupar espacios -la universidad en el caso de Una segunda madre– que antes le resultaban inaccesibles) como en los estrechos vínculos que establece el hijo con los empleados de la familia. Sobre el final del metraje Val descubrirá que su hija puede llegar a repetir algunas situaciones de su propia historia por lo cual tendrá la posibilidad de tomar alguna decisión que le permita romper ese círculo. Todos estos tópicos son trabajados con sutileza y precisa caligrafía por Anna Muylaert, una cineasta que demuestra un gran control sobre la puesta en escena y lucidez para marcar con pequeños detalles el humor de sus personajes. Una segunda madre es un trabajo notable y una invitación a esperar a su sucesora Mãe só há uma, que acaba de estrenarse en la Berlinale. Por Fausto Nicolás Balbi @FaustoNB
A crowdpleaser that managed to fool many critics is likely too shallow for local audiences Brazilian production Que Horas Ela Volta? (styled The Second Mother in English), written and directed by Anna Muylaert, won the Special Jury Prize at Sundance as well as the Audience Award and the top prize in the Panorama section at Berlin. It also amassed good deal of critical acclaim. Due to the issues it addresses, some foreign critics have compared it to Lucrecia Martel’s masterpiece La ciénaga (The Swamp). Now, that makes no sense whatsoever. In fact, I seriously doubt many Argentine film critics and viewers will find it realistic. And for a good reason: they are likely to be familiar with the social scenario, which is common in many Latin American countries. Of course, so is the director, but she opted to go the Hollywood way rather than the Brazilian one. The story goes like this: Val (Regina Casé) is a live-in-maid for a well-off family in São Paulo. One day and pretty much out of the blue, she announces that her teen daughter Jessica (Camila Márdila), whom she hasn’t seen in ten years, is coming to town to apply to a prominent university. So she asks her employer and household head Barbara (Karine Teles) to allow her daughter to live with her in the house for a short while until they can find an affordable place they can move to. Not without some reluctance, Barbara agrees. But when Jessica arrives, things begin to change. She’s not really keen on obeying the unwritten house rules and boundaries live-in-maids are expected to follow. Not that she is bad-mannered or ill-bred, but she doesn’t hesitate to point out how much she disagrees with the social order. As an example, she doesn’t like her mum’s small room, which she’s supposed to share. So she indirectly suggests she would like to have the large, comfy guest room. Barbara’s husband Carlos (Lourenco Mutarelli) says she can do so. In addition, he tells her she can eat the expensive ice cream they buy for their teen son, Fabinho (Michel Joelsas), who was practically raised by Val because his parents are always too busy with their jobs and social calendar. So it’s only a matter of time until Jessica plunges into the large swimming pool meant for family members only. The thing is that Que Horas Ela Volta? is a comedy designed to stand also as a drama, but built upon stereotypes on class difference, precisely when it pretends to be the exact opposite. Val is an ever kind, hard-working maid who never wants anything more than what she’s given. And she’s happy with that. Barbara is a competitive professional woman stuck in a loveless marriage. She’s unsatisfied, high-strung and unable to live a different life. Carlos is a kind man who talks calmly, doesn’t pay much attention to his wife and is sort of infatuated with Jessica. Other than that, he has nothing to do in the film. As for Fabinho, it’s hard to say what he is like since he’s also an underwritten character. And Jessica — well, she’s the rebel who’s also smart and well-learned. It’s hard to say what’s more annoying: the director’s overall sugarcoated gaze in dealing with a multifaceted reality so superficially (the many confrontations between Jessica and Val start and end in just a few minutes), the dialogue filled with ready-to-use lines that turn characters into concepts, or Regina Casé’s over-the-top, histrionic performance that’s meant to draw empathy from viewers. It’s just too easy to make a film with these traits. It’s a formula that may work for other stories and other genres, but here, it backfires spectacularly. Unlike Chilean director Sebastián Silva’s The Maid (La nana), a largely down-to-earth character study of an alienated maid who’s worked for the same upper-class family for more than 20 years, Anna Muylaert’s Que Horas Ela Volta? may mean well but ends up being a rather inauthentic, demagogic take on class friction with a little credible happy ending that ultimately preserves the status quo. A crowd pleaser that managed to fool many critics too. Production notes Que horas ela volta? (Brazil, 2015) Written and directed by Anna Muylaert. With Regina Casé, Michel Joelsas, Camila Márdila, Lourenço Mutarelli. Cinematography: Barbara Alvarez. Editing: Karen Harley. Running time: 110 minutes. @pablsuarez
Una segunda Madre (Que Horas Ela Volta?) dirigida y escrita por Anna Muylaert, recibió el Premio del Público en el Festival de Berlín y el Premio del Jurado en Sundance. Es un drama optimista que aborda el choque generacional que se produce cuando Val pide alojar temporalmente a su hija en la casa donde trabaja, después de años sin verse. Mejor ajena que propia Val se desvive por su trabajo y pasó muchos años en San Pablo atendiendo a un acaudalado matrimonio y su hijo adolescente, a quien crió desde niño. El padre de familia es un depresivo artista que perdió el interés por toda actividad y se dedica a vivir de su herencia mientras su esposa lleva una exitosa pero no muy lucrativa carrera de diseñadora. Tal como afirma su autora que es común para la clase alta brasilera, ambos dedican poco tiempo a su hijo Fabinho y ceden esa responsabilidad a Val, lo que resulta en un adolescente cariñoso pero un tanto consentido que la trata como una segunda madre. Aunque durante todos esos años demostró que no le falta habilidad ni voluntad de hacerse cargo de un niño, esa dedicación le impidió cumplir el mismo rol en la vida de su hija Jessica, generando una serie de tensiones y reproches mutuos que esperan agazapados la oportunidad de salir. Y la oportunidad llega cuando Jessica llama a su madre desde su ciudad de origen anunciándole que necesita pasar algunos días con ella en San Pablo para rendir el examen de ingreso a la universidad, a lo que Val accede con gran alegría pero sin aclararle que el alojamiento que le consigue es en la misma casa donde vive y trabaja. Allí es recibida cordialmente por la familia, pero cuando descubren que no tiene una personalidad sumisa como su madre tanto Fabinho como su madre comienzan a ver amenazado el lugar en la estructura familiar que venían sosteniendo, por lo que el acceso a algunas situaciones comienza a serle explícitamente vedado y Jessica descubre que la bienvenida no era tan sincera. Medio camino del héroe Aunque la relación con sus empleadores es superficialmente afectuosa, Val sabe los límites del lugar que ocupa y hasta cierto punto entiende que hay algo de falsedad en esa relación familiar en la que está inserta, aunque elija negarlo. Con su vida absolutamente dedicada al trabajo, es hija de una generación que considera normales las reglas tácitas de su servidumbre y las cumple estrictamente, sin replantearse los motivos ni soñar con un cambio. La llegada de Jessica revoluciona a la familia entera justamente porque rompe esas reglas que Val considera obvias, al principio por ignorarlas pero cuando mas tarde comienza a conocerlas, las rechaza abiertamente. Para la recién llegada resulta ridículo que un cómodo dormitorio de huéspedes permanezca vacío mientras su madre vive en una calurosa y pequeña habitación fuera de la casa, de la misma manera que le parece absurdo no aceptar los ofrecimientos e invitaciones que le hacen los dueños de casa. Su madre le insiste con que lo hacen por cortesía y que esperan que con la misma cortesía los rechace, pero Jessica es parte de una generación donde la clase trabajadora ganó derechos que le fueron negados por décadas y que ya no cree que deba aceptar ser tratada como ciudadanos de segunda, por lo que cuando descubre esa hipocresía en las relaciones decide que no quiere seguirles la corriente, sin tener en cuenta los disgustos que eso le produce a su madre. Val le enseña a su hija como es el mundo desde su experiencia, pero Jessica responde enseñándole que su mundo no es todo el mundo y que no está obligada a aceptar ser lo que se espera que sea. A pesar de la resistencia inicial, Val comienza a ver validez en algunos de los planteos de su hija, descubriendo que su vida no era tan ideal ni inmutable como ella creía y animándose a soñar con romper con la inercia del rumbo que llevaba. Conclusión Una Segunda Madre es discreta pero precisa, con todos los personajes fieles a si mismos y un guión bastante ágil que no cuenta nada que no sea necesario para abordar con seriedad pero sin solemnidad una historia compleja con la que muchos se podrán sentir identificados desde distintos ángulos porque genera reflexiones interesantes sobre el choque generacional y de clases, pero sobre todo sobre el hecho poco mencionado de que los hijos no están para aprender pasivamente de sus padres sino que también tienen la misión de cuestionarlos, enseñarles y ayudarlos a crecer.
Con una famosa protagonista, Regina Casé, la directora Anna MuyLaert pone en evidencia el racismo solapado de las clases altas sobre los que menos tienen y aceptan ese servilismo. Hasta que un personaje irrumpe para cambiar. Esa mucama que cría un hijo ajeno y descuida al propio confinada a un cuarto ínfimo en una casa lujosa, es una verdad incómoda para todos. Inteligente, bien actuada.
Una inquietud reiterada y bienvenida respecto a la interacción de clases, detectable en algunas películas recientes brasileñas (Santiago y Domesticas, entre otras), es el organizador narrativo de este film de Anna Muylaert La pertenencia de clase no es un tema menor, ni en el cine, ni fuera de él. Mal que les pese a los profetas advenedizos del siglo XXI, envalentonados en una retórica de la disolución fuerte de lo político, la conformación de clase organiza la sensibilidad, los sentimientos, la ideas, incluso los conceptos de espacio y tiempo. No es menor, porque además en la diferencia de clase hay una consecuencia práctica: la división del trabajo. La distribución social de las tareas es el tema de Una segunda madre, la cuarta película de Anna Muylaert, lo que significa necesariamente filmar la intersección de clases, aquí en clave doméstica. Zona de riesgo en cualquier representación, allí en donde alguien sirve y el otro es servido, esto también puede implicar, cuando se trata de personal doméstico y patrones en situación de convivencia, tener que lidiar con lazos afectivos que contradicen el lugar establecido por la lógica del trabajo. ¿Cómo filmar la interacción de clases y la incomodidad –si existe conciencia de ella– que supone la asimetría entre el que tiene y dispone y el que necesita y recibe? El plano inicial (que remite en demasía a La ciénaga, de Lucrecia Martel, una referencia ineludible para este filme) es preciso al respecto: plano general de una piscina de una casa lujosa, un niño aparece, luego una empleada doméstica. El probo afecto entre ambos supera cualquier contrato laboral; se quieren, indudablemente. En efecto, Val adora al pequeño Fabinho, pues acaso opera como una sustitución afectiva de Jéssica, su hija, a la que no verá por 10 años. De esa presentación, una elipsis reenviará el relato al presente. Los primeros minutos, o el primer acto, constituyen un retrato de la vida cotidiana de una familia pudiente de San Pablo. Val los despierta a todos, prepara el desayuno, espía y escucha las discusiones familiares, aún duerme ocasionalmente con Fabinho, que ya es un adolescente. Eso se cuenta, pero lo que importa es cómo se muestra: los planos fijos generales instituyen espacios de circulación acotados para Val. En el living se limpia y se sirve, al igual que en el jardín y los otros cuartos; la cocina, en cambio, es un lugar más “democrático”. En ese sentido, la revelación de un cuarto de huéspedes, que se descubrirá ante la visita de Jéssica a la casa, es uno de los mejores momentos cinematográficos del filme. Parte del conflicto narrativo del filme se desencadena en la desavenencia de sensibilidades entre Jéssica y su madre. La joven parece más cerca de sus empleadores, y el filme sugiere que ese “encuentro” puede tener que ver con la democratización simbólica posibilitada por el uso de Internet; de hecho, la joven ha llegado a la ciudad para dar un examen y entrar a una universidad muy exigente. Quiere estudiar arquitectura. La empatía entre desiguales no estará exenta de seducciones de otra naturaleza, pero Muylaert elige detenerse frente a la evolución del ríspido erotismo en condiciones desemejantes. Lo que es común a todos es sociológicamente devastador: la total inconsciencia de clase de los personajes respecto de sí, pero no de la directora, que jamás pierde el control respecto de su punto de vista. ¿Qué le falta a Una segunda madre? Es difícil explicitarlo. Todo parece estar bien. Las interpretaciones son sólidas, los encuadres meticulosos y el nudo narrativo no apela a la típica conciliación de clases que suele prescribirse en muchas películas con un legítimo prurito social. ¿En qué radica entonces el demérito del filme? A Una segunda madre le cuesta imaginar la rabia de los sirvientes, algo que un notable filme brasileño reciente y hermanado con este, Casa grande, de Felipe Barbosa, conseguía incorporar orgánicamente a su relato. Una segunda madre sabe denotar el desprecio contenido, o en su defecto la condescendencia afectiva, de los patrones, pero le falta acceder a la bronca diluida de los sirvientes y, por consiguiente, provocar en su relato un poco de indignación.
“Una segunda madre”, producción que cuenta con guión y realización de la directora brasilera Anna Muylaert, se apoya en temas de diferencia de clases y los vínculos familiares a través de Val (Regina Casé), una mucama todo terreno que toma su trabajo con mucha responsabilidad, desarrollando sus tareas en el hogar de un matrimonio clase media alta en un barrio acomodado de San Pablo, Brasil. Val es una pernambucana que desde hace varias décadas presta servicios con cama adentro en esa familia, llevando una convivencia amable y casi integrada a sus patrones, habiendo sido también niñera de los chicos a los que ha tratado con cariño maternal, los que ahora, ya adolescentes, la siguen respetando y obedeciendo, lo que, en cambio, no sucede con sus progenitores. Desde la niñez se fue gestando una relación muy estrecha entre Val y Fabianho, el mayor, de amor, complicidad y confidencialidad que no se generó con la madre biológica. Las jornadas se van sucediendo placenteramente en la casa, hasta el día que regresa Jessica, la hija de Val, a la que ésta no ve desde hace 13 años, distanciada desde que quedó al cuidado de la familia en el Nordeste. Con la creencia que su estadía se limitará a unas vacaciones, solicita a la dueña de casa permiso para que ocupe una habitación destinada a la criada. Cuando se entera que en realidad viene con el propósito de radicarse en la ciudad para estudiar arquitectura en la facultad local, sus exigencias, actitudes discordante, y el no acatar las reglas de la casa, pondrán en situación extrema la relación patrona-criada, generando múltiples conflictos tanto entre madre e hija, como de Val y la señora, con el señor como débil y fallido componedor, poniendo al descubierto la inevitable división de clases que, más allá de las apariencias, en su esencia nunca han sido superada Jessica pertenece a la nueva generación y no acepta el manso sometimiento, con ficticia convivencia plena de las clases sociales exigiendo un tratamiento igualitario entre la patronal y sus empleados. Los puntos de quiebre lleva a Val a tomar una decisión, al asumir la realidad ineludible ante una apariencia endeble, para ganar, reiniciar y fortalecer el vinculo con su hija. Interesante propuesta, bien planteada y desarrollada, para ofrecer una mirada, simple pero aguda, a uno de los aspectos de la relación entre estamentos sociales, patrones-criados, y su posible gravitación entre madre biológica y “una segunda madre”. Cálida realización, con apropiado tratamiento técnico, convincente en lo narrativo, con la animación de la historia por intérpretes de buen nivel, con destacado trabajo de Regina Casé.