La noche y sus fantasmas Vapor transita la noche urbana con la misma fuerza que escudriña en la historia de sus personajes. Ella y él, no hay nombres pero si un pasado y una relación amorosa en común. Cada uno trató de hacer su vida luego de la aventura de la pareja y en el presente el reencuentro con sabor a nostalgia se entremezcla con la propia nostalgia del recuerdo de alguien que ya no está. El punto de partida es escapar del velorio de su padre, la protagonista se ve abrumada por la situación y el azar la lleva a reencontrarse con aquel confidente que más la conoce. Él escribe historias, esbozo de novela en puerta con gusto a catarsis o ponerle un relato a la idea de la soledad. Mientras tanto, las charlas banales de un paseo que parece no tener destino más que el de caminar las calles como si nadie estuviese alrededor encuentra en la pausa de los diálogos el reposo de la mirada y de una cámara que cumple el rol de narrar más que de filmar. Los climas de Vapor (2016) se adecuan perfecto al tono del relato, rico en matices en lo que a propuesta visual se refiere y bien llevado desde la química entre Julia Martínez Rubio y Julián Calviño. Su vinculo es creíble, también la distancia que promueve esa separación del pasado. Vapor es una propuesta atractiva por la austeridad y el buen uso de la economía de recursos, con universo propio que vale la pena descubrir.
Julia Martínez Rubio y Julián Calviño encarnan a dos ex amantes que se toman una noche de verano para desandar el camino que transitaron juntos años atrás. Su desempeño actoral constituye una de las virtudes de Vapor, crónica de una despedida demorada -casi extemporánea- que mañana jueves desembarcará en el cine Gaumont y en el Centro Cultural Cotesma de San Martín de Los Andes. Mariano Goldgrob es el autor de esta ficción que se pre-estrenó en abril pasado en la sugestiva sección Panorama/Pasiones del 18° BAFICI, y que por momentos parece inspirada en la memorable trilogía Antes del amanecer, atardecer, medianoche del estadounidense Richard Linklater. Con escasos recursos técnicos pero con una buena dosis de precisión y sensibilidad, el guionista y director argentino recrea uno de esos reencuentros que se revelan necesarios para cerrar las historias de amor, en especial aquéllas que quedaron truncas. Mientras comparten recuerdos y se ponen al día, los protagonistas deambulan por calles solitarias de una Buenos Aires calurosa y “seca” al decir de ambos. Sin embargo, la directora de fotografía Soledad Rodríguez consigue mostrar el vapor que emana de la confesión de fantasías y de relatos protagonizados por algún fantasma del pasado. Goldgrob retrata dos aristas del amor: su naturaleza inasible y el duelo ante su partida o pérdida definitiva. Acaso para reforzar este segundo aspecto, el reencuentro en cuestión tiene lugar mientras transcurre el velatorio de un ser querido, y termina minutos antes del sepelio. A través de la mirada siempre atenta y de cuerpos que se atraen pero rara vez se tocan, Martínez Rubio y Calviño expresan la pasión, ternura, nostalgia que sienten sus personajes. El amor será inasible, pero los amantes se dejan reconocer, aún cuando el vínculo que los une amenaza con evaporarse.
Caminar sobre palabras La ópera prima de ficción de Mariano Goldgrob (¿Qué sois ahora?, un documental sobre Pequeña Orquesta Reincidentes, 2011), Vapor (2016), es un ensayo sobre el reencuentro de una pareja a partir de un fallecimiento, y la comunicación que entre ambos surge en medio de una calurosa noche cerca de fin de año. Mientras esperan para despedir a ese cuerpo que los ha unido nuevamente, la pareja decide deambular por la ciudad, recorrerla de punta a punta, para también aprovechar la oportunidad de volverse a ver luego de un tiempo y ponerse al día. A contracorriente de aquello que podría pasar o esperarse, esta pareja (Julia Martinez Rubio y Julián Calviño) se vinculan nuevamente desde el amor y la compasión. Si en Antes del amanecer (Before Sunset, 1995) Richard Linklater planteaba el deambular como estrategia de conquista, acá Mariano Goldgrob deja la duda durante toda la película si estos ex amantes, quizás en la desesperación de la noche, volverán a unirse. El film rodea a los personajes con luces que se esfuman, con ruidos nocturnos en el medio de la soledad de las calles. La decisión de llevar el color a un tono que se asemeja al blanco y negro, brinda una opacidad a la imagen que realza la interpretación y reafirma cada gesto y cada movimiento que los protagonistas hagan, por mínimo que sea. Vapor es una película dinámica, porque en el acompañar a sus personajes, vincularlos con otros, espiar las reacciones ante el encuentro y desencuentro con los demás, hay también una necesidad de unificar el relato lejos de lugares comunes. Todo lo contrario: hay un cine que busca construir el fresco de una pareja que intenta seducirse sin acosarse ni reprocharse nada. La decisión de una cámara nerviosa, amplia esa necesidad por buscar en la misma caminata que reencuentra a los dos, una justificación a su relato urbano y callejero, porque Vapor es en definitiva eso: un acercamiento maduro a aquellas historias de amor que dejaron de ser tales, y que se convirtieron en recuerdos de algo bello y perdurable, pero que en realidad, terminó trunco sin que nadie sepa por qué.
Tras su paso por el BAFICI 2016 se estrena esta ópera prima de ficción de un director con amplia experiencia en el rockumental. Difícil obtener un dato que lo valide, pero el modelo narrativo de Antes del amanecer debe ser uno de los más replicados en las últimas dos décadas. Primer largometraje de ficción del realizador Mariano Goldgrob, que había codirigido los rockumentales Mono y ¿Qué sois ahora?, un documental sobre Pequeña Orquesta Reincidentes, Vapor es la historia del reencuentro de una ex pareja durante una tórrida noche porteña. El relato comienza con el encuentro casual de un hombre y una mujer (Julia Martínez Rubio y Julián Calviño) en la puerta de un velatorio. Ellos fueron pareja durante varios años, hace un largo tiempo que no se ven, y no tardará en surgir la idea de compartir una charla. El film muestra el derrotero de ambos en medio de una Buenos Aires realista y nocturna digna de la etapa germinal del Nuevo Cine Argentino. Lejos del cada vez más deslocalizado cine mainstream local, Goldgrob apuesta por cargar al espacio de particularidades. Allí, entre viajes en subte, cervezas en vasos de plástico y cigarrillos compartidos, la ex pareja irá poniéndose al día, develando progresivamente sus capas sentimentales más profundas. Vapor encuentra sus picos más altos en las interpretaciones de sus actores, que hacen de las miradas y la gestualidad dos elementos comunicacionales fundamentales. Hay por momentos un apremio narrativo generalizado que evidencia las costuras del relato, pero el resultado es una película amable, sincera y noble. Igual que sus protagonistas.
DOS SOLEDADES EN LA NOCHE Un encuentro de una ex pareja. Ocurre en un velorio. El va a acompañarla y ella decide salir a caminar la ciudad con su ex amor, en un acercamiento poco convencional que les permite deambular una noche entera convocando recuerdos o mirándose o adivinándose en gestos y situaciones olvidadas que a veces salen a la superficie. En este film de Mariano Goldgrob, protagonizado por Julia Martínez Rubio y Julián Calvino, se arma un clima de soledad compartida, de gajos del ayer, de calor, de preguntas sin respuesta y en definitiva de un juego de seducción que apenas encubre el deseo. Bien lograda, lejos del registro naturalista, inspirada, sin dudas en “Antes del amanecer” de Linklater, pero con un registro personal. Buena química entre los actores.
“Antes del atardecer” porteño. Vapor, el primer y ultra independiente largometraje de ficción en solitario de Mariano Goldgrob, comienza con un viaje en auto. Su protagonista femenina (Julia Martínez Rubio, una de las “musas” del realizador Matías Piñeiro) viaja con lágrimas en los ojos al velatorio de su padre. Montaje alterno: el coprotagonista de la historia, otro personaje sin nombre (Julián Calviño), se lava la cara y se prepara para salir a la calle sobre el final de uno de esos días de verano de altas temperaturas y humedades estratosféricas. Desde ese primer momento el espectador anticipa que ambas experiencias se cruzarán más temprano que tarde, aunque no puede imaginar que Él y Ella ya se conocen: son ex novios o amantes, y a partir de los primeros diálogos, luego del casual encuentro bajo las sombras de la noche, resulta claro que las huellas que dejaron uno sobre el otro son profundas y duraderas. Sobreviene un recorrido por calles, esquinas y bares de Buenos Aires que sólo terminará al amanecer, cuando esa otra realidad interrumpida por el reencuentro reanude su inexorable impulso. Goldgrob dispone el relato (minimalista sólo en apariencia, ya que se dicen y recuerdan muchas cosas y ocurren otras tantas) a partir de un énfasis en tres elementos centrales: la dosificación de la información, que la conversación va revelando a partir de momentos aparentemente triviales, la búsqueda de un tono naturalista en las actitudes del dúo protagónico –logrado en casi todas las instancias– y una elaboración del ámbito urbano como tercer y esencial personaje. Ambito, dicho sea de paso, aquejado por la falta de agua en hogares y locales, que persigue a los habitantes de la ciudad –y a ese par de transeúntes– con su sequedad, parecida a la del “upite de una monja”, según dicen al unísono en un primer momento de recuperada complicidad. La tentación de hacer del personaje masculino un escritor y, por ende, de superponer otra capa narrativa no logra usurpar el lugar de privilegio que posee la historia central, que hace del movimiento el principal motor de esa despedida que ninguno parece estar dispuesto a acelerar. Podrá pensarse, momentáneamente, en algún capítulo de la saga de los amantes de Linklater (hay incluso una referencia directa a Antes del atardecer en un diálogo temprano), pero lo que parece interesarle al realizador no es tanto la posibilidad o imposibilidad de un nuevo episodio conjunto en la vida de sus criaturas como una elaboración del duelo ante la pérdida, doble en el caso de ella. Es por eso que el pasado y el presente se confunden muchas veces en la charla, mientras la espera del último subte, la fugaz parada en un bar sin aire acondicionado o el descanso en un boliche de karaoke activa emociones casi olvidadas, relegadas a una memoria selectiva que ahora abre sus compuertas durante unas pocas horas de noctambulismo. Esa búsqueda poética a partir de elementos tan concretos, tangibles incluso, es el logro más acabado de un film pequeño, pero esencialmente honesto, sensible y sustancial.
Mirando atrás sin rencores Donde hubo fuego cenizas quedan. Eso es lo que confirma a su manera este singular primer largo de ficción de Mariano Goldbrob (también codirector de un documental sobre Pequeña Orquesta Reincidentes estrenado en 2011), cuyos dos protagonistas recorren la noche de Buenos Aires agobiados por el calor y enfrascados en una larga conversación plagada de recuerdos de una relación que significativamente dejó sus huellas. La película dosifica con inteligencia la información sobre ese pasado en común y va comprometiendo gradualmente al espectador en la historia de esa pareja que mira hacia atrás sin rencores y asume el presente con nobleza. El gran trabajo de fotografía de Soledad Rodríguez colabora decisivamente a la creación de los climas que la historia va reclamando. También son sólidas las interpretaciones de Julia Martínez Rubio y Julián Calviño, actores de notable trayectoria en el circuito del teatro off, que cargan sobre sus espaldas el peso del relato con mucha convicción, y muy funcional la banda de sonido, que incluye "Subiendo la cuesta", gran tema de Dios, esa banda original e irrepetible del under porteño de los 90. Los tópicos de esta película económica y efectiva son nada menos el amor y la muerte. Sobre eso se discute con gracia y profundidad en un recorrido que va tomando los matices de la ensoñación a medida que avanza.
Las callecitas de Buenos Aires tienen ese qué sé yo… En una primera instancia, es imposible ver Vapor sin pensar en el modelo argumental de Antes del Amanecer de Richard Linklater (y por supuesto, la legendaria Un Buen Día). Es decir, un chico y una chica deambulan por una ciudad durante toda la noche y en el ínterin transcurren extensas charlas sobre diversos tópicos hasta que ulteriormente la pareja debe separarse. Sin embargo, al pasar los primeros minutos del metraje, se hace cada vez más palpable la distancia que quiere mantener Mariano Goldgrob de la obra de Linklater. Esta no es una película de locaciones idealizadas listas para ser visitadas por el turista de turno, es un relato que muestra el costado de Buenos Aires que el transeunte suele frecuentar. Paredes graffiteadas, subtes sin aire acondicionado, bares muertos con birra barata; ese el espacio donde sus dos protagonistas deciden moverse y camuflarse. Vapor no contiene una trama de grandes eventos ni vueltas de tuerca, sino que hace foco en pequeños momentos y expresiones. Su eje principal son las interpretaciones de Julia Martinez Rubio y Julián Calviño; dos viejos amantes treintañeros que vagan toda la noche recordando y compartiendo nostalgia, anhelos y miedos varios. La dupla es esencial para el sustento del relato y si no fuera por su gran trabajo actoral, llena de sutilezas gestuales, la cinta no podría funcionar bajo ningún aspecto. El ser y la nada: Con cámaras que persiguen a los personajes de espaldas y se entrometen en las cercanías de sus rostros, Goldgrob apunta a una estética realista, casi documental (cabe mencionar que ya ha dirigido dos: Mono y ¿Que sois ahora?). Una impronta asfixiante que tiene como objetivo compartir el calor – literal y metafórico – que experimentan los personajes en su paseo nocturno. El director y guionista únicamente suspende el realismo para presentar pequeñas secuencias musicales en karaokes imposibles o paseos en Ford Falcon que podrían rotularse como herencia estílistica del llamado Nuevo Cine Argentino. Sin embargo, ya hacía el final, da la sensación de que había mucha más tela para cortar entre la pareja protagonista. Los diálogos son deliberadamente triviales en su mayoría y pese a que son expuestos con soltura, éstos evaden varios de los puntos más fuertes e interesantes de la relación. Por otro lado, la naturaleza de dicho vínculo quizás representa el estado emocional de una franja etaria específica de la fauna porteña cada vez más presente en el cine nacional. Conclusión : Vapor es una película que no se queda sólo en los manierismos típicos del cine contemporáneo independiente y sale a flote gracias a muy buenas performances y un gran trabajo de dirección.
DE REENCUENTROS, DESENCUENTROS Y BÚSQUEDAS SIN RUMBO Mariano Goldgrob incursiona por primera vez en la ficción con Vapor, film pequeño, poético, nostálgico. Con el deambular de una pareja que se reencuentra el director plantea un relato sencillo y sin embargo profundo, lleno de aquellas cuestiones que inundan la cotidianidad de cualquier individuo. Los protagonistas se presentan ahogados por una problemática existencial, la de querer y no poder, por eso mismo estos seres poéticos (pero incapaces) se encuentran para sobrellevar la tragedia de una muerte insipiente. Paradójicamente el contexto que los rodea y condiciona es el de la sequía, una sequía que trastoca a una Buenos Aires bellamente retratada. El tema es la falta, la falta del ser querido que se perdió, de un amor que no funcionó, de una profesión que no resultó, de un paseo que no lleva a ningún lado, la falta de agua que lave los “mambos” que ambos acarrean en sus espaldas. La película se presenta como una cámara intrusa que sigue el andar nocturno de estos dos amantes por la ciudad de Buenos Aires: las calles, el subte, la cantina de barrio, una fiesta under, construyen una puesta en escena repleta de lugares comunes, identificables para el espectador porteño. En el andar constante de ambos personajes, este periplo nostálgico del reencuentro (sumado al alcohol y al calor de una sequía que azota la ciudad) va desarrollando una tensión amorosa particular, de aquellos que quieren estar juntos, pero no se animan. Los diálogos son por momentos profundos (hablan de deseos pasados y futuros, experiencias) y por momento banales, denotando cómo el encuentro íntimo se va postergando, lo que crea la intriga del film. La pareja protagonista está muy bien concretada por la dupla de actores, la dinámica entre ellos es atrayente y estimulante para el espectador, que no deja de querer saber más de su historia, ya que la misma es relatada fragmentariamente, por medio de recuerdos, sensaciones, anécdotas, etc. Esta progresión dramática es eficaz y entretenida, consiguiendo de esta forma atrapar al público, sin necesidad de musicalizar las escenas, ya que el dialogo y el trabajo corporal de los actores es casi en tu totalidad trabajado desde un aparente sonido directo. En su sencillez, Vapor permite disfrutar de los pequeños detalles que construyen los grandes momentos (como es el caso de un reencuentro amoroso). En este sentido, el film recuerda a otras grandes películas como como las de Richard Linklater (Antes del Amanecer, Antes de atardecer, Antes de la medianoche) Abbas Kiarostami (Copia certificada) o de Hans Canosa (Conversations with other women).
Vapor es la ópera prima de Mariano Goldgrob, que tuvo su recorrido por festivales y finalmente tiene su estreno comercial. Es un film de escasos recursos económicos pero con una historia sólida que la hacen una propuesta atractiva. Además, en un contexto de todas candidatas a los premios y tanques, esta rareza aparece como una opción diferente en cartelera. Esta es la historia de un reencuentro entre una pareja que no se han visto en mucho tiempo. Cada uno siguió con su vida y queda claro que esto no es más nada que un parche porque ella perdió a su padre. El trabajo de Julián Calviño y Julia Martínez Rubio sostiene la situación a base de la química que presentan. Magistralmente dirigida, con planos cerrados, tortuosos, que nos muestran esa constante incomodidad entre todo lo que quisieran hacer, las preguntas que surgen y no pueden decirse y el calor insoportable de una Buenos Aires en una supuesta sequía. Mención aparte se merece el uso de la música y el sonido, ayudando a este ambiente de incomodidad y tensión que sienten nuestros personajes y potencia la sensación. Estos recursos técnicos no son menores ya que es un film donde todo el peso de la acción está en la palabra y no en lo que hacen los personajes, de manera que es lo que le da una dimensión y riqueza visual a algo que si no serían simplemente kilos de información. Está muy bien resuelta y tiene elecciones inteligentes en cuando a planos, profundidad de campo, el uso de espejos y el reflejo constante de ella como búsqueda de sí misma. Por otro lado, la Buenos Aires que presentan es totalmente diferente a la que conocemos. Filmada en su totalidad casi de noche, recorre barrios y calles casi desiertas, arrulladas por el sonido de los motores de colectivos. Las locaciones son atractivas porque son reconocibles para el espectador y diferentes a los espacios elegidos como locaciones para otros films nacionales. El film es corto, sencillo y no tiene pretenciones. Es una mirada al amor, a la muerte y a cómo hay personas que pasan por nuestra vida y no nos dejan del todo nunca más.
En su primera película de ficción, Goldgrob sigue una línea trazada por películas como la trilogía ANTES DEL AMANECER/ ATARDECER/ ANOCHECER o recientes títulos como BLUE JAY o LA RECONQUISTA para narrar lo que sucede en el reencuentro de dos personas que fueron pareja y que pasan una larga noche juntos caminando por Buenos Aires. Una mujer y un hombre (Julia Martínez Rubio y Julián Calviño) se vuelven a ver en un velorio después de muchos años. Ella, visiblemente afectada y un tanto mareada, decide salir del lugar y él la acompaña. Pronto comenzarán a conversar acerca de sus vidas recientes y de su pasado como pareja, además de contarse historias, anécdotas y hasta proyectos de películas. En una Buenos Aires brumosa y nocturna, irán de bar en bar, se detendrán en un karaoke –en donde ella hará una un tanto bizarra pero muy efectiva versión del clásico country “Jolene”–, irán a una fiesta en un piso bastante elegante, se separarán por momentos pero seguirán su marcha juntos hasta que la noche se convierta en día. Goldgrob elige, también a la manera de Linklater, no plantearse como objetivos grandes declaraciones emocionales o lecciones de vida. La película –salvo alguna excepción– es más que nada anecdótica en cuanto a lo que se habla y es a partir de las miradas entre ambos, la cercanía física y el evidente afecto que se profesan donde los sentimientos ocultos entre ambos van cobrando mayor relevancia. El está ahora casado y tiene hijos. Ella dice estar sola aunque no del todo y habla bastante de una ex pareja (un arquitecto) con quien estuvo bastante tiempo. Pero una pregunta de ella se convierte en una que podría hacerse la gente al verlos tan conectados entre sí. “¿Por qué fue que nos separamos?”. Ni él, ni la película tienen respuestas rotundas a esa pregunta. Mejor así. Es el tiempo, en estos casos, el que suele tener las cartas ganadoras. Sólidas actuaciones de la pareja protagónica (casi no hay otros roles de peso, más allá de algunos cameos) y un estilo naturalista de puesta en escena que los lleva a recorrer barrios, en la mayoría de los casos, no demasiado pintorescos de Buenos Aires, transforman a VAPOR en una película honesta, sencilla y romántica. La historia de un reencuentro en una ciudad silenciosa y semivacía que deja de ser un espacio público para convertirse en uno privado, a disposición de ellos dos.
Todo lo que sucede, sucede en un instante; el reconocimiento del deseo, un reencuentro y el aviso de una muerte. Lo hermoso de las películas peripatéticas, es decir, aquellas en las que los personajes caminan y hablan durante toda su duración, es que ese registro del tiempo en el tiempo se siente plenamente. Vapor transmite ese desplazamiento del tiempo que se sincroniza con el propio desplazamiento de los personajes. Además, Goldgrob tiene un sentido del espacio preciso y los barrios de Buenos Aires elegidos para hacer transitar a sus personajes acompañan a estos dándoles asimismo un sentido de pertenencia. Un hombre y una mujer, alguna vez novios, se reencuentran azarosamente. Él ahora está casado y ella quizás esté con alguien. Para él es una noche entre otras, no para ella. Su padre acaba de morir, dos años después de que sucediera lo mismo con su madre. El reencuentro no se define por lo extraordinario de la situación que atraviesa ella, aunque bien podría decirse que volver a ver a una persona que alguna vez se amó, sobre todo si el tiempo ha pasado, es como estar ante la presencia de un espectro. La peculiar irrealidad de las horas compartidas entre los dos personajes, un tiempo que va de la noche a la madrugada, se refuerza en esa continuidad que desconoce el fin del día y el comienzo de otro. Irrealidad de lo real que muchas veces se intuye también ante la visión de la muerte de un ser querido. Los diálogos ocasionales remiten al presente y al pasado de los personajes. La novela que él escribe desde hace tres años, la vida matrimonial, la dificultad de estar solos, el paso de tiempo, algunos recuerdos compartidos como pareja. Lo que pasa no es necesariamente lo que dicen y sienten. Vapor es una película fugaz y pequeña, pero tiene corazón y cumple lo que se propone. El esmerado registro tiene también la recompensa de sus intérpretes. Podría haber quedado en el olvido, pero al menos en esta semana se encontrará con algunos de sus merecidos espectadores.
Es una noche de calor extremo. Ema (Julia Martínez Rubio) acaba de perder a alguien querido. Sale de la casa velatorio para tomar aire y se encuentra, quizá no casualmente, con Ramiro (Julián Calviño), un ex que pese a su actitud dice haberse asentado junto a otra persona. Ramiro acompaña a Ema en una caminata interminable por la noche de Buenos Aires hacia lo que sugiere un reencuentro. De entrada, surge una asociación inmediata con la trilogía de “walkmovies” de Richard Linklater, pero hay diferencias sustanciales. No son estas dos personas que se están conociendo (BeforeSunrise), redescubriendo en las diferencias (BeforeSunset) o separándose (BeforeMidnight): lo que une a este viaje es un cariño residual del pasado, la curiosidad por el presente y el enigma –sin presiones–por la posibilidad de un nuevo encuentro. El director, guionista y productor Mariano Goldgrob (autor de los documentales Mono y ¿Qué sois ahora?, que aquí debut con su primer largo de ficción) parece más interesado en la atmósfera que en la narración. Como si lo sociopolítico se hubiera desintegrado (por seguir el paralelismo con Linklater), los tópicos de conversación son estrictamente personales: una novela que escribe Ramiro, los permanentes recuerdos de Ema y una solapada necesidad de hidratación, mientras el agua parece haberse evaporado en Buenos Aires. filma luces saturadas y el modo hipnótico que guía a la pareja por la ciudad nocturna, por sus calles moteadas de contenedores y sus subtes vacíos. Hay eventuales desvíos, al estilo Después de hora, en un bar peruano, en una suerte de karaoke y en un Falcon destartalado que los lleva a una fiesta en el departamento de una amiga de Ema. La naturalidad de Calviño y Martínez Rubio es un verdadero plus de la película, pero la verdadera protagonista es la atmósfera, tan cautivante como lo es a su modo en La larga noche de Francisco Sanctis. En este esfuerzo por descubrir el valor de los intersticios, esos momentos neutros que jamás le interesaron al cine comercial, emerge una faceta verdaderamente prometedora del cine argentino.
Entre la vigilia y el sueño se desplaza el reciente film de Mariano Goldgrob, que se ciñe a un relato de amor y sus recuerdos. No hay nombres solo un pasado que revive y se transforma en un instante, unas horas, ¿una noche quizá? La historia de Vapor es muy simple y compleja a la vez. Simple porque da cuenta del reencuentro entre una ex-pareja, a propósito de la muerte de un allegado muy íntimo de ella. Entonces él va a buscarla porque ella lo necesita. Él lo presiente, lo sabe. Hay vínculos que a pesar del tiempo, la ausencia y que no exista más romance son irrompibles y transcienden la razón. Ella sufre y precisa evadirse con alguien que conoce, a quien brindó toda su confianza. Es así que ambos saldrán a deambular por la ciudad. Una charla para ponerse al día, una sidra caliente sin alcohol compartida, también una cerveza en un bar conocido, hasta un viaje en auto hacia una fiesta de cumpleaños efervescente, son varios de los escenarios que recorrerá la pareja. Compleja, porque las relaciones lo son. Es fácil capturar esos momentos que son puro sentir, comprender al otro y dejarse llevar, pero que difícil es trasladar esta relación a la vida cotidiana. Lo más probable es que después de esa noche transitada entre la vigilia y la ensoñación, los ex-amantes no se vean más. Y esto es Vapor, como su nombre lo indica son momentos que se condensan, pero también se esfuman. Recuerdos que tienen la necesidad de volver a surgir en palabras, pero resignificados. Una cámara en mano nerviosa, y a veces subjetiva, sigue a los personajes por el ámbito urbano. Las luces y los fuera de foco se funden en los ruidos citadinos, canciones que se escuchan por lo bajo y en alguna conversación. Las actuaciones son naturales y cotidianas…exactas, logran el tono que el film quiere transmitir. Un universo fantasmal, melancólico, que aborda dos tópicos existenciales como el amor y la muerte, de manera honesta, sencilla y sobre todo con gran corazón.
APARIENCIA NOCTURNA Vagabundeo. Una caminata sin razón ni rumbo, con la única certeza del prolongamiento y la sucesión de lo místico, del fragmento, de lo oculto, de recuerdos, de lo ambiguo, ideas, sueños, sensaciones envueltas en el velo de un reencuentro inesperado. En su primera película de ficción, Mariano Goldgrob crea un universo, en el que los personajes se sostienen mediante dos aspectos: por un lado, lo evidente reflejado en el calor sofocante y en las calles desiertas de distintos barrios porteños. Este último punto funciona como bisagra porque si bien se pueden identificar algunos nombres de calles, estaciones de subte o infraestructura con los barrios, hay un fuerte trabajo para volverlos no-lugares. Por otro, lo inasible presente en las anécdotas, en ciertas acciones y, sobre todo, en el estado de permanente ensoñación que ambos atraviesan durante toda la noche; un diálogo entre dichas cuestiones y la cámara que se convierte en el tercer personaje. Vapor, lejos de apostar por las explicaciones se deja llevar por la inercia de la ciudad en un recorrido sin ataduras, que se modifica de forma constante así como también por la condición de posibilidad tanto de lo que es como de lo que podría ser. El amanecer borra los últimos vestigios de sopor, de luces centellantes y de confidencias. Ahora poco importa la sucesión de fragmentos ambiguos y los saltos temporales de la charla porque las imágenes se vuelven nítidas, ordenadas y discernibles. El otro universo despierta: es tiempo de andar con un sentido y en una única dirección. Por Brenda Caletti @117Brenn