Un plano secuencia de más de 10 minutos introduce al espectador en el atrapante relato de “Virus 32”, película con la que el uruguayo Gustavo Hernández vuelve a la pantalla grande tras “No dormirás”. En ese plano, Iris (Paula Silva), es descripta como una joven madre, segura de sí misma, que hace malabarismos para seguir adelante pese a que una tragedia, de la que no se dice mucho (punto a favor), la marcó a fuego. A los pocos segundos conoceremos a Tata (Pilar García), su pequeña hija, una niña que le devuelve a Iris su sentido de responsabilidad, pese a que el hábil guion la pinta como una madre diferente, una que se anima a poner por delante sus deseos y pasiones. Ante el olvido de tener que quedarse con la pequeña, decide ir al trabajo con ella, un puesto de serena de un viejo y gigantesco club social en el que la soledad del espacio garantizaría, claro está en otra situación, un remanso y espacio de descanso y ocio. Pero esto es una película, y de género, tal como lo transmite en la primera escena el guion, en donde un anciano toma entre sus manos a un pequeño canario, alertando sobre el peligro que acechará a sus protagonistas. “Virus 32” escapa a los lugares comunes del sub género de zombies, resignificándose por la resiliencia depositada en el personaje central, Iris, que lidiará con secundarios (Daniel Hendler, Franco Rilla) que pondrán a prueba la transformación que su camino para convertirse en heroína le tiene preparado. Paula Silva se pone en la piel de esta joven madre con una interpretación sorprendente, verdadera, reflejando ese deambular por la vida del rol, esperando que todo vuelva a ser como antes, o, al menos, parecido a aquello que soñó para ella y sus hijos, y pese a que el destino le tiene preparado otro final. Hernández, una vez más, logra un producto redondo, de impacto, con escenas que por momentos no son aptas para espectadores sensibles, pero que invitan a que la experiencia cinematográfica sea eso, un viaje hacia el profundo infierno de personajes que se encuentran en una que los sorprende, como, a todos, nos sorprendió ese paréntesis pandémico y del que a poco estamos saliendo, como Iris, como Tata y como cada uno de los zombies en los que nos convertimos.
En el rubro técnico, Virus 32 es impecable; la iluminación, el sonido y el preciso maquillaje de los rabiosos contagiados, demuestran el profesionalismo del director en cada detalle pero se destaca también en la búsqueda de hacer algo distinto para sorprender al espectador familiarizado con el género, con novedosas ideas
Una de zombis en Uruguay. La película es un aire fresco y puro en medio del aire sin oxígeno de las producciones contemporáneas del mainstream norteamericano dedicadas al género. La estética de la película, esa iluminación apesadumbrada y los escenarios decadentes, recuerdan un poco a las producciones de ciencia ficción de fines de los ´80, como Blade Runner. Lo mejor de la película: la confianza de que el efecto dramático se consigue por medio de una buena narración, no por el abarrotamiento de efectos especiales, no por medio de un expresionismo barato, o con temáticas delirantes reiteradas una y otra vez. El motivo es simple: primero, hay que esconderse; luego, escapar. En esa modulación del relato se cifra el logro del realizador. La narración se acoge a la lógica del género en su decisión de mantener en oscuridad las causas de los infectados, dejando sin explicación alguna el asunto de los 32 segundos, así como dejando en la indefinición la suerte final de Iris y su hija. Jugando a las escondidas La primera mitad del relato desarrolla el motivo del esconderse. La estructura es simple como canónica: la protagonista viene desde fuera e ingresa a un espacio que se transformará en el escenario de peligro. En esta secuencia se desarrolla una sub-trama, que refuerza aún más el suspenso: Iris y su hija se separan; Tata queda en un salón de juegos, mientras su madre se va a hacer la ronda de seguridad. La separación de las dos mujeres resulta un factor clave no sólo porque incrementa el efecto dramático de suspenso, sino porque se articula con la presencia de Luis. Luis se presenta como un personaje complementario respecto de Iris. También Luis trata de protegerse de los infectados; también intenta proteger a un hijo que aún no ha nacido; y ambos perderán a sus respectivas parejas debido a los infectados. Pero hay otro hecho que complementa a estos personajes: Luis consigue salvar a su hijo recién nacido, muriendo él mismo en el intento, que es una inversión de la historia de Iris, quien ha perdido a un hijo pequeño por una distracción. También Iris va a redimirse hacia el final cuando parece sacrificar su propia vida para que su pequeña hija pueda escapar. Finalmente, la decisión de llevarse al hijo recién nacido de Luis, quien ya ha fallecido, confirma esa redención. Como si la ofrenda de su propia vida fuese premiada con una restitución simbólica de un recién nacido, que compensa aquel hijo fallecido trágicamente. Hay que salir de acá La segunda parte de la trama desarrolla el motivo del escape. El esconderse termina agotándose, y agotadas todas las instancias, sólo queda el movimiento contrario. Si el esconderse implica meterse más adentro, en cada uno de los resquicios del salón deportivo, el escape es casi una reacción de rebote del primer motivo. Cuando ya no es posible esconderse más, lo único que se puede hacer es salir del escondite. La escena final no define realmente el destino y la suerte de Iris. Podemos suponer que logran escapar, pero la imagen final del puerto en llamas permite dudar de la eficacia última del plan, lo cual brinda una imagen de incertidumbre, que un poco recuerda la escena final de Los Pájaros (1963) de Hitchcock, con ese pueblo completamente invadido por las aves. Las caracterizaciones psicológicas El diseño psicológico de los personajes es el único punto que ha quedado un poco flojo. Por un lado, Iris se nos presenta en una primera instancia como una mujer inmadura, que no quiere hacerse cargo de su maternidad, aparentemente debido a su propia inmadurez. Sin embargo, en la mitad de la película se nos revela el verdadero motivo de su dificultad para desarrollar un vínculo profundo con su hija: ha perdido trágicamente a una criatura por una negligencia. Esta situación debería haber estado planteada desde el comienzo para poder comprender mejor el conflicto interno del personaje. Ninguna de las actitudes que vemos en Iris en el comienzo, nada en relación al contexto donde vive, en relación a las personas que la acompañan, permite sospechar siquiera esa pena honda que parece acongojarla. El personaje de Luis, en cambio, presenta otro inconveniente distinto. En su caso, el problema no reside en la dosificación o en el momento en que el espectador descubre su verdad, sino en el propio tono que Hendler la ha dado al personaje. Le falta un poco de profundidad psicológica y de peso dramático. El tono que el actor uruguayo le insufla al personaje parece quedar en una medianía, que, si bien no afecta a la trama, tampoco colabora en su intensificación.
Con La casa muda (2010), Dios local (2014) y No dormirás (2018) el uruguayo Gustavo Hernández ya había demostrado su destreza como narrador, su ductilidad en el manejo del plano secuencia, su amor por el cine de género y su capacidad para sostener relatos en espacios cerrados. Todas esas características se renuevan y en algunos casos se potencia en Virus: 32, un film que no aportará demasiado a la larga historia de películas de zombies, pero que se sigue con interés por el manejo de la tensión y el suspenso, así como las ideas visuales de las que hace gala el realizador montevideano. Y una Montevideo nocturna y apocalíptica es el ámbito de este sucedáneo de Exterminio, de Danny Boyle, pero -claro- con una impronta local tan propia de la ciudad (y del club) donde transcurre. Es que la locación principal de Virus: 32 (el número hace referencia a la cantidad de segundos que hay para sobrevivir antes de la reacción y un nuevo ataque de los zombies) es el Neptuno, un club que parece anclado en el pasado con sus cafetería, sus gimnasios, su piscina, sus vestuarios, sus calderas y sus oficinas que -con la ayuda de la dirección de arte- nos ofrecen un look vintage. Iris (Paula Silva) es una madre joven que nunca se ha ocupado demasiado de Tata (Pilar García), su hija de ocho años, pero cuando Javier (Franco Rilla), el padre en apariencia bastante más responsable de la niña que está separado de Iris, la deja a su cargo ella no tiene más remedio que llevarla al Neptuno, donde trabaja en rutinarias tareas de vigilancia. En ese club nunca pasa nada, pero ese día se desatará el virus del título y decenas de zombies sedientos de sangre irrumpirán en el lugar en un juego de gato y ratón por las distintas instalaciones. A mitad de película aparecerá en escena Luis (Daniel Hendler), un personaje a todas luces contradictorio que además atraviesa circunstancias extremas que es mejor no anticipar.
No tardamos casi nada en darnos cuenta que Virus:32 transcurre en Montevideo. En la primera escena, un plano secuencia admirable, la plácida vida del barrio más tradicional de la capital uruguaya, mientras suena de fondo la inconfundible del Sabalero José Carbajal cantando La sencillita, se altera cuando alguien descubre una jaula vacía. La cámara sigue con su recorrido por los interminables recovecos de la Ciudad Vieja y se detiene frente a una pareja que no puede resolver qué se hace con su hija, que tiene unos diez años. El prólogo culmina con una extraordinaria panorámica del puerto de la capital uruguaya, cuando ya empezamos a tener la certeza de que algo horrible se incuba y no tardará en estallar. Toda esta información, sabiamente dosificada, servirá para entender lo que está por pasar. No existe ni el más mínimo sesgo de pintoresquismo en ese primer acercamiento a la geografía urbana montevideana más tradicional. Virus: 32 podría transcurrir en cualquier capital del mundo, pero resulta ser una de zombis a la uruguaya, construida con paciencia, amor por el género, destreza técnica y una cuidadísima puesta en escena. El meritorio creador de esta terrorífica obra es Gustavo Hernández (No dormirás), a esta altura un especialista consumado en el género y alguien que sabe mucho acerca de cómo capturar la esencia y el sentido profundo de esta clase de historias sin recurrir a las fórmulas más gastadas. Virus:32 tiene muchas virtudes. Asusta de verdad, recurre a vueltas de tuerca inesperadas en los momentos exactos, sostiene la tensión en todo momento y propone situaciones en las que a priori no parece haber escapatoria posible. Pero por encima de todo, logra que cada uno de los espacios cerrados del único escenario en el que transcurre la acción (un club barrial) adquiera sentido como parte de un mundo en el que ya no hay posibilidad de refugio o protección. Gimnasios, piscinas, pasillos y depósitos son las sucesivas postas de una batalla por la supervivencia entre Iris, la vigiladora nocturna del lugar (Paula Silva), junto a su pequeña hija Tata (Pilar García), y los muertos vivos infectados de un modo que desconocemos, con un detalle que enriquece las posibilidades de la trama: después de explotar de rabia asesina, cada víctima queda completamente paralizada durante 32 segundos. Otro detalle inesperado aparece con la llegada de Luis (Daniel Hendler, en un registro muy distinto al que le conocemos) y la aparición de otra muestra de una de las constantes de este relato clásico y convincente, el vínculo entre padres e hijos. El club barrial se llama Neptuno, como en la vida real. Lugar con historia en la vida de la zona más tradicional de Montevideo, muy cercano al puerto, cerró definitivamente sus puertas en marzo de 2019. Un año después llegó la pandemia, cuya impronta parece estar presente en cada momento de Virus:32, así como la memoria de un tiempo de normalidad perdido para siempre en medio de esos ambientes oscuros, abandonados y aterradores.
La rutina de varias personas cambiarán en un abrir y cerrar de ojos cuando comiencen a comportarse mediante actitudes extrañas. Virus 32 es un film uruguayo, dirigido por Gustavo Hernandez, que nos plantea un panorama que simula ser la de cualquier apocalipsis zombie, con la diferencia de nunca saber el origen que lo causó. Bajo una idea y escrito por Juma Fodde, la historia está narrada desde el punto de vista de Iris (Paula Silva) que trabaja como guardia de seguridad en un club deportivo. Ese día su marido (Franco Rilla) le deja a su hija (Sofía González) para que lo cuide por un par de horas hasta que él se desocupe. Sin embargo, ¿la impronta femenina será suficiente para afrontar semejante escenario? Yendo a lo técnico, la música de Hernán González ayuda a poner en contexto la situación que atraviesan los personajes, la fotografía de Fermin Torres adquiere tonos que van desde cálidos como los amarillos y los rojos saturados, violentos, hasta fríos como los azules y verdes. La actuación de Daniel Hendler, junto al guion, pone a la audiencia en duda sobre su rol hasta que después se desenvuelve y le ofrece la posibilidad de conocer algo de su vida. Además, quiero destacar el recurso de rodar con gimbal (estabilizador de imagen) para ciertas escenas de mucha tensión y el admirable arranque en plano-secuencia que son como 5 minutos sin cortes, demostrando de esta manera un gran laburo en conjunto. En fin, propuesta de 90 minutos, una producción entre Uruguay y Argentina, donde el cine de terror puede reinventarse ofreciendo locaciones claustrofóbicas que se acercan a la realidad y eso, al público, lo pone en un lugar cercano. 32 segundos para vivir o morir, el tiempo siendo un elemento esencial si se lo usa con inteligencia.
En Montevideo se propaga un virus, causando que quienes sean infectados se transformen en una especie de zombies que tratan de asesinar a los todavía no contagiados. Iris (Paula Silva) no está enterada de la situación y concurre a su trabajo de guardia de seguridad en un club deportivo como si fuese un día típico, con la excepción de que se ve obligada a llevar con ella a su hija, Tata (Pilar García), tras haber olvidado que era su turno de cuidarla. Buscar Alta Peli Virus: 32CRÍTICASVirus 32 (REVIEW) por Milagros Caroy publicada el 20/04/2022 Los zombies invaden Montevideo en Virus 32. El director uruguayo que generó terror con «La Casa Muda» (2010), «Dios Local» (2014) y «No dormirás» (2018) vuelve a las salas de cine. Crítica, a continuación. En Montevideo se propaga un virus, causando que quienes sean infectados se transformen en una especie de zombies que tratan de asesinar a los todavía no contagiados. Iris (Paula Silva) no está enterada de la situación y concurre a su trabajo de guardia de seguridad en un club deportivo como si fuese un día típico, con la excepción de que se ve obligada a llevar con ella a su hija, Tata (Pilar García), tras haber olvidado que era su turno de cuidarla. Iris le pide a su hija que la espere en un sector del lugar mientras ella lo recorre y revisa las cámaras de seguridad. Están separadas cuando notan que comienzan a ingresar infectados. Iris debe encontrar la manera de llegar a Tata dentro del extenso y oscuro club: para lograrlo tiene que atravesar zonas peligrosas y enfrentar ataques aterradores. Virus 32 Virus: 32 presenta un planteo poco original, tan solo hay una epidemia zombie y sus protagonistas intentar sobrevivirla. Sin embargo, lo que la hace interesante es que está situada en Montevideo: no es producto de una superproducción de Hollywood, es una co-producción uruguaya-argentina. El ambiente en sí de Uruguay genera una sensación de novedad e intriga en el desarrollo de la película. Destaca además el trabajo de su director, Gustavo Hernández, quien vuelve a demostrar habilidad para el uso del plano secuencia. La ópera prima de Hernández, La Casa Muda (2010), ya había sobresalido en el Festival de Cannes utilizando esta técnica y extendiendo el mismo plano durante todo el film. Su utilización en la primera escena de Virus 32 resulta en un virtuoso inicio, poniéndonos en contexto, introduciendo ya indicios de lo que se viene con el virus y presentando adecuadamente a los personajes principales. Buscar Alta Peli Virus: 32CRÍTICASVirus 32 (REVIEW) por Milagros Caroy publicada el 20/04/2022 Los zombies invaden Montevideo en Virus 32. El director uruguayo que generó terror con «La Casa Muda» (2010), «Dios Local» (2014) y «No dormirás» (2018) vuelve a las salas de cine. Crítica, a continuación. En Montevideo se propaga un virus, causando que quienes sean infectados se transformen en una especie de zombies que tratan de asesinar a los todavía no contagiados. Iris (Paula Silva) no está enterada de la situación y concurre a su trabajo de guardia de seguridad en un club deportivo como si fuese un día típico, con la excepción de que se ve obligada a llevar con ella a su hija, Tata (Pilar García), tras haber olvidado que era su turno de cuidarla. Iris le pide a su hija que la espere en un sector del lugar mientras ella lo recorre y revisa las cámaras de seguridad. Están separadas cuando notan que comienzan a ingresar infectados. Iris debe encontrar la manera de llegar a Tata dentro del extenso y oscuro club: para lograrlo tiene que atravesar zonas peligrosas y enfrentar ataques aterradores. Virus 32 Virus: 32 presenta un planteo poco original, tan solo hay una epidemia zombie y sus protagonistas intentar sobrevivirla. Sin embargo, lo que la hace interesante es que está situada en Montevideo: no es producto de una superproducción de Hollywood, es una co-producción uruguaya-argentina. El ambiente en sí de Uruguay genera una sensación de novedad e intriga en el desarrollo de la película. Destaca además el trabajo de su director, Gustavo Hernández, quien vuelve a demostrar habilidad para el uso del plano secuencia. La ópera prima de Hernández, La Casa Muda (2010), ya había sobresalido en el Festival de Cannes utilizando esta técnica y extendiendo el mismo plano durante todo el film. Su utilización en la primera escena de Virus 32 resulta en un virtuoso inicio, poniéndonos en contexto, introduciendo ya indicios de lo que se viene con el virus y presentando adecuadamente a los personajes principales. La apariencia lograda con los infectados es extraordinaria, realmente nos hacen creer el virus. Ellos son peculiares, pues no comen a sus víctimas ni tampoco son lentos o torpes como acostumbramos ver en producciones norteamericanas. Su único objetivo es matar a quienes están sanos y lo hacen con gran destreza, provocando aún más tensión cuando Iris debe escapar de ellos. Otra característica particular de estos zombies es que, luego de atacar a alguien, dejan de «funcionar» por 32 segundos (se quedan casi inmóviles). Si bien es algo que cambia las dinámicas del género, la falla reside en que la protagonista lo aprende demasiado rápido y se siente un poco forzoso. No se espera a que ella lo descubra en sus propios enfrentamientos con ellos, sino que lo hace fácil y temprano simplemente observando la cámara de seguridad. Del mismo modo, otro factor intrigante como es la historia familiar de Iris y Tata, se siente desaprovechado: momentos dramáticos que para la protagonista son trágicos y de profundo dolor, aparecen de forma apresurada, pasando sin más a lo siguiente. De todas formas, Paula Silva como Iris es una notable protagonista, la empatía con ella se logra idóneamente.
Una vez más el director Gustavo Hernández (“La casa muda” y “No dormirás”) pone en funcionamiento su talento, su dominio técnico, su gran capacidad para mantener el relato en un lugar cerrado, y manejar un suspenso que nunca decae. Aquí tiene como escenario un club (El Neptuno) en Montevideo, una ciudad durante una noche apocalíptica, donde irrumpen los zombies con su inapelable agresividad. Ese escenario de canchas vacías, pileta de natación, oficinas, calderas, un laberinto que uno imagina lleno de vida diurna, esa noche es un elemento más para lo escalofriante. En especial porque para hacer frente a tanta locura asesina solo hay una mujer como vigiladora, que tuvo que llevar a su niña al lugar de trabajo. El título hace alusión a los segundos en que quedan en calma, paralizados, los infectados, antes de reanudar los ataques. Una persecución llena de ideas, de variantes visuales, de efectos de luz y sonido, que unido a cada toma estudiada y precisa, redondea una tensión que en algunas escenas, que no contaremos, llegan al límite de lo soportable. Dentro del subgénero de zombies, estos son inteligentes, deciden, se manejan en grupos organizados para que todo sea más temible. El director y Juma Fodde delinearon un guión preciso. El trabajo protagónico de Paula Silva es notable, porque también se abordan sus conflictos de madre abandónica y sus terribles conflictos. Daniel Hendler aparece en la mitad de la película en momentos impresionantes.
"Virus-32": la peste Con acertado criterio, Hernández no pierde ni un segundo en explicar cómo se produjo el virus del título y cómo se transmite. Un deslumbrante travelling inicial que recorre pasillos, atraviesa paredes, viaja de una casa a otra y termina saliendo al exterior, donde se aprecian signos de un estado de caos, y una mayúscula licencia dramática final, obligan a bajarle un puntito a Virus-32, magnífico relato de terror del uruguayo Gustavo Hernández. En el caso del titánico travelling, porque su única justificación es presentar una serie de personajes, de los cuales sólo dos harán parte de la historia. El cine de género de la otra orilla halló el modo de hacer del máximo minimalismo espacial el trampolín para narrar el encierro, y por lo tanto el terror concentrado y sin salida. El que marcó la tendencia fue el propio Hernández con La casa muda (2010), donde una mujer aislada se veía acosada por presencias que no eran de este mundo, a las que el realizador mantenía obstinadamente fuera de campo. Lo siguieron los realizadores y guionistas Fede Álvarez y Rodo Sayagues, alternándose en esos roles en las muy buenas No respires (2016) y secuela (2021). Ahora Hernández vuelve a lograrlo, en el doble rol de director y coescritor, en esta paráfrasis de La casa muda, más poblada y física que la anterior pero igualmente encerrada. Ahora se trata de un inmenso club deportivo montevideano (aunque esa localización no se explicita, como modo de universalizar una película que no apunta sólo al mercado hispanohablante), que Iris (excelente Paula Silva, en un papel de alta exigencia física y emocional) cuida por las noches. Se ve obligada a llevar a su hija Tata (Pilar García, muy ajustada también) con ella, ya que el padre “olvidó” que ese día le tocaba a estar a cargo. Una vez en el club empiezan a aparecer, en forma furtiva, figuras en la oscuridad cruzando los pasillos, y pronto empezarán a multipicarse. La radio reporta ataques y muertos en las calles, y en un momento dado Tata desaparece. Atravesando vestuarios y canchas de basquet se encontrará con Luis, un desconocido sumamente estresado (Daniel Hendler, más perturbado que de costumbre), que está más al tanto de la erupción de seres contagiados, y que reconoce saber dónde está Tata. Propone un extraño pacto: si Iris la ayuda con el parto de su esposa, que espera junto a unos lockers, él le dirá dónde está Tata. Hay un problemita: la esposa de Luis está atada, amordazada, y se sacude con transpirada furia en una silla. Con acertado criterio, Hernández no pierde ni un segundo en explicar cómo se produjo el virus del título y cómo se transmite. Total, qué importa. Lo único que importa es que los tipos (y tipas) son letales, aunque no anden comiendo gente: no se trata de zombies, sino de infectados. Imitando la economía del realizador, el cronista no perderá tiempo en comentar el carácter de parábola de contemporaneidad, ya que lo que importa no es ni siquiera el virus, sino la mera, mínima situación de heroína e hija amenazadas, y las hordas multiplicándose en el recinto. La cámara de Hernández, siempre móvil (cero histeria), recorre el club entero, generando el curioso efecto de un encierro en movimiento. En otra muestra de inteligencia, el realizador utiliza una cerrada oscuridad (la copia presentada a la prensa, de segunda calidad, tenía planos casi impenetrables de tan oscuros), tanto para crear clima y establecer un tono (la película es muy dark, a pesar de cierta concesión final) como para mantener semiocultos a los atacantes, un poco a la manera de las tres primeras Alien. Aunque le guste lanzarse en travellings, Hernández no se ata a algún carácter programático (un mal de la época): ver la escena del segundo encierro en una camioneta, narrada con planos fijos y cortes de montaje. La salida final, sumamente ambigua en tanto no está claro si se trata de una liberación o el encuentro a una amenaza mayor, recuerda, y tal vez esté basada, al extraordinario último plano de Los pájaros, donde los Brenner logran escapar en pleno esperanzado amanecer… rodeados de aves inquietantemente quietas.
El subgénero de los zombis suele comprender dos criaturas distintas: los muertos vivientes, que George A. Romero impulsó gracias a su saga de clásicos, y los infectados. Aquí los personajes muestran conductas depravadas, inhumanas, por acción de alguna enfermedad. Este caso también tiene a Romero como figura clave; en The Crazies, un arma biológica libera los impulsos más primitivos. David Cronenberg aportó los suyos con Shivers, donde unos parásitos liberan el frenesí sexual de los habitantes de un edificio, y Rabia, en la que una joven, Rose (Marilyn Chambers) contagia a todo Montreal a partir de un apéndice mutante debajo de su axila. Más acá en el tiempo, Danny Boyle, con guión de Alex Garland, presentó Exterminio, que le insufló un prestigio hasta entonces novedoso a estos films. Poco después, Brad Pitt se enfrentó a hordas de estos seres en Guerra Mundial Z. Y llegaron más exponentes, como la coproducción uruguaya-argentina Virus: 32. Se trata de la nueva película de Gustavo Hernández, que supo triunfar con La casa muda y viene de realizar No dormirás. Ya la secuencia inicial remite a su ópera prima: un elaborado plano secuencia permite ir descubriendo cómo se desata un brote de violencia entre los ciudadanos de Montevideo, y en paralelo presenta a la protagonista: Iris (Paula Silva), una joven mujer separada, que debe cuidar a Tata (Pilar García), su pequeña hija. Entonces la lleva a su trabajo, en el turno nocturno como cuidadora de Neptuno, un club venido a menos. Por desgracia para ellas, los infectados corren a hacerles compañía, pero hay una mínima ventaja: 32 segundos en los que quedan paralizados antes de seguir provocando destrucción. Como en sus films anteriores -al que también se debe sumar Dios local-, Hernández demuestra ser un experto en sacarle el jugo a una sola locación. Gracias a un cuidado trabajo de arte y fotografía, convierte a Neptuno en una especie de castillo, con sus pasillos interminables, piletas vacías y canchas abandonadas donde la amenaza puede surgir de cualquier rincón oscuro. El director también sabe crear escenas truculentas -ni los animales se salvan del raid homicida-, aunque sin regodearse en las aberraciones. Y por sobre todas las cosas, Hernández no descuida que el centro de la historia reside en Iris y la relación con Tata, y cómo en medio de aquel caos de locura y sangre deben superar tormentos del pasado. A ellas se suma Luis (Daniel Hendler), un individuo que debe lidiar con una esposa embarazada… y contagiada. Virus: 32 es una odisea de supervivencia que recupera los mejores elementos de esta clase de películas y se destaca por una identidad propia.
Virus:32 – Una de zombies, en serio De Uruguay y Argentina para el mundo: la reinvindicación de un género que se niega a morir. ¿Qué harías si de repente todo a tu alrededor se derrumba y las personas empiezan a asesinar a mansalva? ¿Y si tu hija está en peligro? Gustavo Hernández sorprendió en 2010 con la película independiente uruguaya La Casa Muda, y ahora volvió a reclamar su título de Master of Horror rioplatense… esto es Virus:32. ¿De qué va? Un virus se propaga por las calles de Montevideo, desatando una masacre escalofriante. Los enfermos se convierten en rabiosos cazadores que únicamente calman su fiebre matando a los que aún no han sido infectados. Desconociendo la situación, Iris y su hija pasan el día en el club de deportes donde Iris trabaja como guardia de seguridad. Esa noche, comenzará una salvaje lucha de supervivencia. La esperanza por fin aparece cuando descubren que luego de cada ataque, los infectados tienen 32 segundos de calma antes de volver a atacar. Desde los años 70s, el género puramente cinematográfico creado por George Romero (con varias proto-instancias antes) no dejó de estar presente en la cultura. Mezclándose con la comedia, el fantástico, el terror más puro… siempre fue un tipo de relato que se niega a perecer. Pero ¿hay más que contar? Es un día común y corriente en Uruguay, Iris (Paula Silva) acepta a regañadientes cuidar durante la jornada laboral a su hija Tata (Pilar García), es cuidadora de un club abandonado en aras de que nadie lo ocupe. De repente, afuera el mundo se empieza a caer a pedazos. El director dio muestras de saber usar la cámara. Su película La Casa Muda (ya nombrada) tenía la particularidad de ser todo un gran plano secuencia (herramienta del lenguaje audiovisual que consta en nunca cortar la cámara, obviamente se miente para dar esa sensación), y en Virus:32 sube la apuesta. Todo se inicia con un preciso y precioso plano secuencia en donde comenzamos a percibir que las cosas no están del todo bien aunque su protagonista no se percate. A partir de ahí, más y más planos bellamente compuestos e iluminados. Virus:32 no es una experiencia para estómagos débiles. Es dura, fuerte, incorrecta, un tour de force para quienes no consumen el género. Los y las amantes de los come-cerebros entenderán la búsqueda por estirar una y otra vez los márgenes, conociendo los elementos base de su concepción. Además de la factoría técnica que nombré más arriba, tiene un preciso trabajo de realización, de ritmo y tiempos, logrando un in crescendo constante, que ayuda hacia el final a una sensación que todo se fue al demonio y que es gigantesco. De haber arrancado muy arriba, no existiría tal crecimiento… conociendo el género y los propios límites, todo se puede explotar mucho más y mejor. Las actuaciones son muy acertadas, y ayudan al desarrollo de la empatía para con estos personajes que serán carne de cañón como en todas las películas de este tipo. Paula Silva (una mezcla entre la argentina Clara Kovacic y Sansa Stark) logra atravesar varios estados diferentes, respondiendo a una historia de vida que la convirtió y la hizo interpretar un papel como método de defensa. Lo de Daniel Hendler es para aplaudir de pie, logrando un sobreviviente de esos que llegan al extremo con tal de sobrevivir y proteger a los suyos. Su parquedad y crudeza maridan muy bien con la protagonista, haciendo que sus escenas juntos sean igualmente incómodas y sorpresivas. ¿Tiene arbitrariedades? ¡Obvio! Todas las películas explotation las tienen. Siempre le perdonamos esas cosas a los relatos foráneos, porque no hacerlo con los propios. Cada uno de los elementos y sorpresas se van explicando a medida que avanza la historia, da pena que justo antes del final exista una ruptura del verosímil y sus propias reglas, restándole excelencia. Virus:32 entra en el Top3 de películas argentinas de zombies sin lugar a dudas… si no existiese Plaga Zombie y su importancia histórica, hasta podría ser la número uno. Visualmente arrolladora, incómodamente cruda en lo que sucede (¡ay esas secuencias violentas!) y con actuaciones precisas que tridimensionalizan a los personajes permitiéndonos sufrir cuando algo les sucede, es sin duda una obra para mirar el fin de semana con amigos y amigas, una cerveza y ganas de pasarla bien/mal.
El club de los pasmados El subgénero del terror cinematográfico correspondiente a los muertos vivientes, nacido por cierto con Zombie Blanco (White Zombie, 1932), de Victor Halperin, y Yo Caminé con un Zombie (I Walked with a Zombie, 1943), de Jacques Tourneur, viene de capa caída desde hace por lo menos un lustro si lo pensamos en términos comerciales porque a nivel creativo la decadencia es más dolorosa e indudablemente se extiende a bastante más de una década atrás por un cansancio y un deterioro discursivo que siguen acumulándose desde aquella lejana eclosión moderna de la mano de La Noche de los Muertos Vivos (Night of the Living Dead, 1968) y El Amanecer de los Muertos (Dawn of the Dead, 1978), ambas de George A. Romero, y esa homóloga posmoderna escalonada que va desde El Regreso de los Muertos Vivos (The Return of the Living Dead, 1985), de Dan O’Bannon, hasta llegar a la también decisiva Exterminio (28 Days Later, 2002), dirigida por Danny Boyle a partir de un guión del querido Alex Garland. A pesar de que ya no genera en taquilla los dividendos de antaño y del hecho innegable de que la mediocridad no da tregua en lo referido a la catarata de bodrios y clones varios que el mainstream y el indie continúan produciendo en todos los rincones del planeta como cadena de montaje ya terminal, el rubro de los finados se resiste a desaparecer incluso con el calamitoso declive cualitativo experimentado por The Walking Dead (2010-2022), otro de los productos responsables de esta insistente moda comercial. Ahora bien, la escena rioplatense del horror jamás fue adepta a tales menesteres y lo que subsiste hasta el día de hoy son apenas parodias como Plaga Zombie (1997), de Pablo Parés y Hernán Sáez, y algún que otro exponente sólo del marco contextual apocalíptico símil Fase 7 (2011), de Nicolás Goldbart, amén de una escena de terror en general muy despareja en la que conviven artesanos valiosos como Adrián García Bogliano y Demián Rugna, otros más olvidables en línea con Gonzalo Calzada, Gabriel Grieco y Daniel de la Vega y esos clásicos mamarrachos de toda cinematografía nacional o regional, pensemos en el dúo de Luciano y Nicolás Onetti, ejemplos de la costumbre mimética y nostálgica hiper baladí de cierto cine de género industrial que por suerte va quedando cada vez más en el pasado. Dentro de todo este panorama viene destacándose el director y guionista uruguayo Gustavo Hernández, quien comenzó su trayectoria en el indie con dos realizaciones muy dignas, La Casa Muda (2010) y Dios Local (2014), que le permitieron saltar al mainstream de No Dormirás (2018), aquella asimismo interesante coproducción con España y Argentina que ahora le posibilita replegarse hacia una suerte de propuesta de “idiosincrasia mixta” que conserva un presupuesto generoso, aquí gracias a productoras y/ o entidades de Uruguay y Argentina, pero volcándolo a ese encierro pesadillesco de La Casa Muda y No Dormirás, hablamos de Virus-32 (2022), distribuida en el mercado anglosajón vía el inefable Shudder. El raquítico guión de Hernández y su colaborador habitual Juma Fodde Roma deja bastante que desear en materia de originalidad, como prácticamente todo el acervo cinematográfico mundial de hoy en día, aunque ese terreno nunca constituyó el fuerte del director porque su maestría radica en el desarrollo minimalista de personajes, la genial puesta en escena y por supuesto la catarata de instantes de tensión, aquí fotografiados de manera meticulosa por el extraordinario y muy imaginativo Fermín Torres Echeguía. Iris (Paula Silva) es una guardia de seguridad en un club deportivo, el Neptuno, y una madre negligente de la pequeña Tata (Pilar García), a la que engendró con un muchacho con el que la mocosa convive, Javier (Franco Rilla). Un buen día Iris, quien tiene de compañera de casa a una suculenta morena centroamericana, Nicky (Anaisy Brunet), se olvida de la visita pautada de Tata y por ello debe llevarla al trabajo sin percatarse de un brote infeccioso símil aquel virus modificado de la rabia de Exterminio que convierte a los contagiados en homicidas feroces y raudos con tendencia caníbal, aunque con la diferencia sustancial -y sin explicación alguna- de que los susodichos quedan pasmados durante 32 segundos luego de cada ataque mortal. Dentro del club madre e hija se separarán y la segunda quedará como rehén de un tal Luis (Daniel Hendler) que aparece de la nada, señor que de inmediato insta a Iris a que lo asista en el parto de su esposa, Miriam (Sofía González), una infectada que desea asesinar al no nato. Sustentada en el muy buen trabajo de Silva y Hendler, los juegos con las penumbras y la iluminación sutil de Torres Echeguía y la partitura deliciosamente hollywoodense pomposa de Hernán González, Virus-32, como decíamos con anterioridad, recupera las obsesiones carpenterianas de Hernández con la reclusión, ofrece una experiencia adictiva y de una factura técnica en verdad fenomenal y hasta trae a colación, sobre todo durante la apertura/ introducción en el hogar montevideano de Iris, aquel gustito por las tomas secuencias de La Casa Muda, film que hacía uso del recurso en su variante simulada a lo La Soga (Rope, 1948), de Alfred Hitchcock, Birdman (2014), de Alejandro González Iñárritu, y El Hijo de Saúl (Saul Fia, 2015), de László Nemes, obras que se oponen a la fotografía más trabajosa y realista de Timecode (2000), de Mike Figgis, El Arca Rusa (Russkiy Kovcheg, 2002), de Alexander Sokurov, y Victoria (2015), odisea de Sebastian Schipper. Hernández se luce especialmente en esos planos aéreos del comienzo, la escena de la primera arremetida del tremendo zombie oficinista (Rasjid César), la subacuática en la pileta, la del descubrimiento de un Javier ya moribundo, la del parto en sí, aquella del pasillo lleno de zombies y todo el desenlace en su conjunto, ejemplos de que los latiguillos bobos -hoy el pasado traumático de la protagonista, vástago menor incluido fallecido bajo su supervisión, Nicolás (Tiziano Núñez)- no destruyen las buenas intenciones cuando existe talento auténtico de fondo…
El filme abre con un muy buen plano secuencia, atributo del director, el mismo de “La Casa Muda” (2010), donde quedo demostrada su habilidad, realizando todo un filme con esta característica. En este caso, lo utiliza para adentrarnos en tema, la primera escena lo establece con un hombre desenfocado apretando un canario en sus manos, la cámara continua su recorrido para presentarnos a la mayoría de los personajes principales. La salida del edificio por parte de los protagonistas es utilizado para mostrar la parte vieja de la ciudad de Montevideo, con pequeños detalles, en el principio de la hecatombe. Iris (Paula Silva) es la joven madre de Tata (Pilar Garcia), Javier (Franco Rilla), el padre. La pareja esta separada, ese día le toca a Iris quedarse con la niña. Deberá llevarla al club Neptuno, donde trabaja por las noches, como guardia de seguridad. En este espacio es donde transcurre la mayor parte del metraje, cuando estalla todo, la irrupción de muertos vivos que intentarán ingresar al club, su único objetivo se convierte en salvar a la niña. Al promediar el relato hace aparición Luis ) Daniel Hendler, un sobreviviente que carga con su esposa embarazada a punto de dar a luz. El la exhorta a ayudarlo con el parto y se compromete ayudar a salvarla con su hija. El gran problema de esta producción es que le da mucha mas importancia a lo formal que al contenido. De hecho estos zombis no cumplen con todos los rasgos típicos en este subgénero cinematográfico, no son lentos, pueden resolver situaciones, por lo que su inteligencia parece seguir activa, no se sabe como contagian, se supone que mordiendo a los sanos. Solo nos informan que luego de un gran desgaste de energía, los zombis quedan en estado de suspensión por 32 segundos, se paralizan y es el tiempo que tienen los sanos para resguardarse, asimismo es el elemento que da el titulo del filme. Ahí se queda, como si se hubiera perdido la oportunidad de explotar ese rasgo. Hay escenas muy bien filmadas, la locación elegida es perfecta, hasta se podría decir que en cuestiones de las acciones esta bien utilizada, sin embargo este poco interés por desarrollar desde el guion le juega en contra. El filme no aburre, no hay segundas lecturas, no hay tema subyacente, digamos que no hay planteo político alguno, ni recurre al humor. Entretiene, sobre todo subvirtiendo los lugares comunes del genero, pero solo eso.
Hacía mucho tiempo que no me ponía tan incómodo en una sala de cine, al punto de querer cerrar los ojos (lo cual no hice, pero mucha gente en la proyección sí). Eso me causó Virus: 32, película uruguaya de zombies (suena raro y lindo al mismo tiempo), que se convirtió en uno de los mejores films de ese género que he visto. El director Gustavo Hernández, quien nos deslumbró con La casa muda (2010) vuelve con todo en esta entrega pandémica. Ya solo con el increíble plano secuencia inicial, la realización es para aplaudir. La actriz Paula Silva entrega todo y deja al espectador pasmado en más de una escena. La acompaña un Daniel Hendler más que correcto. Es un film contenido, es decir, no es grandilocuente a escala mundial. No sabemos lo que está pasando más allá de lo que viven los protagonistas. Lo cual lo hace aún más atractivo. Nos metemos con todo en ese mundo y en esa claustrofobia. No voy a describir imágenes, pero hay una que quedará grabada por siempre en mis retinas. Virus: 32 se convirtió en una de mis películas de zombies favoritas de todos los tiempos. Vayan a verla.
El escalofriante relato de zombis de Gustavo Hernández El director uruguayo de “No dormirás” vuelve a los orígenes de su ópera prima “La casa muda”, con este claustrofóbico film protagonizado por Paula Silva y Daniel Hendler. Unos fastuosos movimientos de cámara describen la zona portuaria de Montevideo con sus edificios y habitantes. Se trata de un plano secuencia circular que sigue a Iris (Paula Silva) hasta el viejo club que vigila por la noche con la compañía de su pequeña hija Tata (Pilar García). Este movimiento circular genera la sensación de encierro en una suerte de prólogo de lo que vendrá: La puja por salir con vida del enorme galpón cuando una maraña de violentos zombis las acechan, mientras, por otro lado, busca salvar a su hija escondida en los recovecos del edificio, con la culpa de la muerte de su bebé en sus espaldas. La trama es convencional pero la manera de narrarla sumamente novedosa. Hernández apela a todos los recursos visuales a su disposición para hacer, con pocos personajes y una única locación, un film angustiante con momentos que rozan la desesperación. Un tour de force por sobrevivir al ataque de los infectados por el virus en las laberínticas instalaciones del viejo gimnasio. La clave para escapar estará en los 32 segundos de parálisis que tienen los zombis luego de matar. Virus: 32 (2022) demuestra que el cine de género latinoamericano tiene un nivel extraordinario. La película apunta al clima opresivo y a las sensaciones producidas, prescindiendo de las explicaciones de algunos hechos. Con un diseño sonoro, una iluminación que juega con la oscuridad y, sobre todo, el minucioso trabajo de montaje (atento a lo que se muestra y a lo que se sugiere, al estilo Tiburón), la producción logra la difícil tarea de mantener la tensión de principio a fin. Gustavo Hernández hace cine de terror de calidad, potente y estremecedor, con mucho conocimiento de la historia del cine, en esta coproducción argentina-uruguaya que tiene todo para convertirse en un clásico contemporáneo que, podrá gustar o no, pero que de ningún modo pasará inadvertida.
Un orgasmo de 32 segundos: eso es lo que les provoca la intensidad homicida a los zombies de Virus: 32 después de una descarga de violencia. El director uruguayo Gustavo Hernández no intenta reescribir el género, pero le toma el pulso al terror con una puesta de escena estilizada, que aprovecha al máximo sus recursos para crear la atmósfera saturada de un espacio oscuro y cerrado que transpira desesperación.
Si hay algo que caracteriza el horror en estos tiempos es el aislamiento y el encierro. Será que en estos últimos años vivimos momentos de confinamiento total o casi-total. El guion de "Virus: 32" de Juma Fodde y Gustavo Hernández nos recuerda esa sensación de claustrofobia. Aquí hay un virus que se contagia entre personas y los que lo poseen atacan sin piedad a quien se ponga delante. La película dirigida por Hernández sitúa la acción en el club deportivo "Neptuno", un lugar de grandes proporciones en Montevideo donde trabaja Iris (@paulisil ) una Guardia de Seguridad que ese día se ve obligada a concurrir con su hija, porque olvidó que había hecho ese arreglo con el padre de la niña. Cuando llega debe cumplir con la "ronda" obligatoria y deja a su pequeña en un gimnasio con la advertencia de llamar a su madre mediante un handy si algo sucede. Iris escucha ruidos y se da cuenta que algo extraño está sucediendo, lo que no imagina es lo que está a punto de suceder, aparecen zombies ávidos de pasar el virus a nuevos humanos. Lo que descubre Iris es que una vez que atacan pasan 32 segundos para volver a atacar, y eso les da una mínima fracción de tiempo para intentar escapar. La palabra zombie no aparece en ningún momento y tampoco se sabe cómo apareció el virus, pero eso no impide que la acción y el suspenso se mantenga de manera constante. En el medio de la lucha por reencontrarse con su hija, llega Luis (@daniel_hendler_ ) con Miriam (@sofigonzalezs ), su esposa que está a punto de dar a luz. Lo que sigue en esta película argentino-uruguaya es una carrera contra el tiempo para escapar de la locura entre pasillos angostos, pasajes, salones con piletas olímpicas y puertas que no se pueden abrir o cerrar en secuencias que no tienen desperdicio y actuaciones convincentes de todo el elenco, además de un muy buen trabajo de maquillaje de Sofía Sellanes.
Hay muchos ejemplos de cine de terror en Sudamérica. En Argentina el género no para de crecer y esta coproducción con Uruguay es otro ejemplo claro. A pesar de la buena voluntad y de las ideas, la mayoría de estos títulos no consigue estar a la altura de sus ambiciones. Por eso es una grata sorpresa Virus 32, una película que demuestra que no es una cuestión de presupuesto, sino de talento, el poder resolver las historia de género de forma satisfactoria. Un virus se desata en la ciudad de Montevideo y va diezmando a la población. Las víctimas de algo así como una plaga zombie se convierten luego en victimarios. Cada vez quedan menos sobrevivientes. Iris y su hija se encuentran en el club deportivo donde ella es guardia de seguridad. No se dan cuenta, hasta que es demasiado tarde, del peligro que corren. No serán las únicas sobrevivientes. Un hombre junto a su esposa embarazada también están allí. Parece una situación sin escape, hasta que descubren que luego de cada ataque los zombies se calman durante treinta y dos segundos. La historia es interesante, los personajes son buenos, los actores están bien. Pero la película brilla particularmente en la magnífica elección de las locaciones y la manera en la cual el director las aprovecha. En esa creación de ambiente está gran parte del buen resultado. Un guión con clima y un director que además filma muy bien. El encuadre en cada plano y el montaje permite que la película tenga el suspenso y la tensión que tanto cuesta lograr en el cine de esta parte del mundo. Virus 32 es una gran película de terror que por momentos recuerda al cine de John Carpenter, aunque tenga vida propia y encierre la promesa de un enorme realizador por venir.
Existen algunos factores que hacen a los espectadores considerar una película como algo extraño o poco común y “Virus 32” posee varios de estos. Si bien el cine del vecino país Uruguay no nos es ajenos, no suelen llegar en gran medida a las salas y menos aún si se trata de una de terror. Pero no se asusten, o si pero no por estos motivos, el audiovisual dirigido por Gustavo Hernández, transforma estas variables en virtudes positivas. Además cuenta con la participación actoral de Daniel Hendler, Paula Silva, Sofía González y Franco Rilla. Se estrena este jueves 21 en todos los cines. Las tranquilas calles montevideanas amanecen como suelen hacerlo, salvo por un extraño virus que transforma a los humanos en máquinas insaciables de violencia. Solo alcanzan la paz por escasos 32 segundos cuando logran matar algo. Pero esto no lo sabe Iris cuando va a trabajar de vigilante de un club deportivo junto a su hija. Parecían estar seguras dentro de las paredes del edificio, al menos hasta que se hizo de noche la noche y todo se transformó en tsunami de violencia. Siempre es interesante ver cómo se aborda el cine de género con una perspectiva latinoamericana. Tenemos aquí un subgénero de las películas zombies que lo hace muy bien. Por momentos frenética, con momentos altos de tensión que te mantienen al borde del asiento. Una destreza técnica sublime, Hernández da clase de como hacer un buen plano secuencia. Aunque por momentos la narrativa se estanque un poco, teniendo sus puntos más altos en el segundo acto. Donde Daniel Hendler interpreta a un personaje muy interesante de manera magnífica.
La nueva película del director uruguayo Gustavo Hernández, que ya había probado su amor por el género en películas como La casa muda y No dormirás, regresa con una película de zombies. ¿Qué se puede hacer con un subgénero tan explorado? ¿Intentar encontrarle una nueva vuelta o apostar al homenaje más clásico? Hernández parece haber optado por una opción intermedia. En forma de plano secuencia, Hernández nos introduce a un barrio con personajes cotidianos y un índice de algo que no funciona bien. El travelling llega hasta la protagonista, una joven que se olvidó que hoy le tocaba cuidar a su hija, que bebe a cualquier hora del día, y que trabaja como seguridad (pero sin poseer arma de fuego) en un club deportivo que de noche permanece vacío. Entonces Iris (Paula Silva) se lleva casi obligada a su hija Tata (Pilar García) al trabajo y la entretiene como una trataría de entretener a una nena en un lugar que a simple vista no tiene nada de divertido. Sin embargo el caos no tarda en cobrar forma y pronto el encierro se vuelve protagonista cuando unos seres infectados por un virus cuya procedencia nunca se explicará intentan atacar con furia desmedida a cualquier ser vivo que se les cruce. Pero estos zombies ni lerdos ni perezosos no buscan alimentarse detrás de su violencia sangrienta sino que lo de ellos es la furia como una especie de catarsis, una ira que cuando es saciada les permite, como descubrirá pronto su protagonista y un extraño (Daniel Hendler) que se sumará en el intento de supervivencia, unos exactos 32 segundos de calma y tranquilidad. En esta película escrita por el director junto a Juma Fodde Roma, la historia de los zombies salvajes de Virus: 32 no es mucho más que eso, con el agregado de una infectada embarazada a la que el personaje de Hendler, su marido, quiere obligar a parir porque es su hijo el que lleva dentro. No se explica de dónde salió y ni siquiera los personajes se lo cuestionan: en este momento sólo importa saber si hay salvación, si es posible llegar a un lugar donde puedan estar a salvo de las violentas criaturas. En cambio sus personajes sí cargan con una historia personal que la trama va desarrollando de a poco: se entiende por qué Iris actúa como actúa ante la vida y ante su hija, con ese aire de aparente irresponsabilidad y despreocupación, la tragedia que lleva a cuestas. También está la niña cargando su propia cruz. Es cierto de todos modos que ese componente dramático a veces desentona con el ritmo frenético de la película de género y hay momentos mejor aprovechados que otros. Además a veces coquetea con algunos lugares comunes y por lo tanto predecibles. Hernández demuestra su oficio con una película que tiene buenos momentos de terror, con escenas sangrientas y una tensión que no da respiro, todo en una enorme locación y con sólo un puñado de personajes. Porque a la larga es cuestión de segundos, porque la vida puede cambiar de un momento para otro, porque a veces no hay tiempo para detenerse si se quiere seguir adelante y porque, si algo nos enseñó la reciente pandemia, es que hay catástrofes que no se pueden prevenir pero eso no implica que no estemos preparados para sortearla o al menos dejarlo todo en el intento, con el aprendizaje de que quizás ya nada sea como antes. Virus: 32 es una propuesta fresca y rica para amantes de géneros. Una película que consigue transmitir muchas emociones distintas, con el agregado del componente local aunque la historia luzca universal.
El director uruguayo de «La Casa Muda» (2010) y «No dormirás» (2018) vuelve a traernos un film de terror con varios sellos distintivos que lo caracterizan como realizador. «Virus 32» comprende una película de zombies rioplatenses que, a pesar de tocar ciertos aspectos ya explorados en varios films y series del género, igualmente logra interpelar al espectador gracias a un enorme despliegue a nivel técnico y visual, así como también al cobrar una mayor relevancia con el panorama pandémico que nos sigue asediando actualmente. El largometraje comienza en las apacibles calles de Montevideo con un plano secuencia maravilloso que va relatando el comienzo de la propagación de un virus, mientras también nos van presentando a los personajes principales de esta historia. En pocos minutos comienza una masacre sin precedentes donde los enfermos se convierten en despiadados (y muy veloces) zombies que van cazando a las personas. En este panorama adverso, Iris (Paula Silva) trabaja como guardia de seguridad de un club deportivo, mientras cuida a su pequeña hija. Cuando llega la noche, los ataques de los zombies que se encuentran en las calles no tardarán en trasladarse dentro del club. Su única esperanza de salvación llega cuando descubren que después de cada ataque los infectados parecen tener 32 segundos de paz antes de volver a atacar. Gustavo Hernández logra llevar los zombies rápidos y desenfrenados al estilo de «28 Days Later» (2002) de Danny Boyle, a un contexto más contenido y claustrofóbico dentro de las paredes de un club. El relato consigue dosificar bien los momentos de tensión y suspense que se van tejiendo lentamente, con los momentos de locura y urgencia, que van cayendo más sobre la segunda mitad del relato cuando las criaturas despiadadas comienzan a agolparse frente al club. Ese equilibrio entre la construcción de la tensión y las secuencias más de acción hacen que el relato sea sumamente efectivo y que no de respiro desde su elegante comienzo hasta un final que puede sentirse algo un poco más torpe pero igualmente efectivo. Todo esto es posible, no solamente gracias a una impresionante puesta de cámara y a un increíble trabajo de producción sino también al tremendo compromiso de Paula Silva que le pone el cuerpo a Iris, a Pilar García que hace de la niña pequeña y al siempre cumplidor Daniel Hendler, componiendo a Luis en un rol importante dentro del relato. «Virus 32» puede no ser grandilocuente al estilo «Train to Busan» u otros exponentes recientes dentro del género, ni tampoco contar con un guion novedoso, pero sí logra sorprender por la pericia de Hernández como director y en cómo consigue optimizar los recursos disponibles para brindar un producto sumamente entretenido y sólido.