La acción de esta versión cinematográfica de las novelas de Cassandra Clare se centra en Clary (buen trabajo de Lily Collins), una muchacha completamente normal que vive en Brooklyn con su madre hasta que, junto a su amigo Simon, ve a un muchacho encapuchado cometer un asesinato en una discoteca sin que nadie parezca percatarse del crimen. Muy pronto, otras visiones comienzan a asombrarla: un raro símbolo en una taza de té, una niña que aparece y desaparece, hasta que duda de su cordura. Como si esto fuese poco, su madre desaparece y así ella comienza a descubrir el mundo de los cazadores de sombras, mitad ángeles y mitad humanos. Rodeada de demonios, brujos, vampiros, hombres lobo y otros habitantes sobrenaturales del mundo de las sombras, Clary se une a Jace, un joven cazador de sombras para hallar y proteger una antigua copa que dictará el destino de su madre. El director Harald Zwart supo relatar con pericia esta trama mediante un clima terrorífico y alucinante, y así el film atrapa y seguramente permitirá al público juvenil seguir con apasionado entusiasmo las peripecias de la heroína y de sus amigos. Un elenco de parejos méritos, una buena concepción de efectos visuales y una impecable fotografía apoyaron esta historia que como Crepúsculo , tendrá sus varias continuaciones.
La comunidad wichi está casi en vías de extinción; sobreviviendo en el Impenetrable chaqueño. Gustavo Salvatierra es una de esas personas que partió a la gran ciudad, pero que, agobiado, decide volver a Sip'Ohi, su lugar de origen, donde emprenderá la tarea de recopilar los relatos orales de su pueblo, junto a Félix, uno de sus amigos, que oficiará de acompañante. Transmitidos de generación en generación, esos cuentos casi fantásticos expresan el modo en que los wichis comprenden la naturaleza que los rodea y el movimiento de la vida, y hasta expresan un particular sentido del humor. El documental está hablado en legua wichi con subtítulos en español. El director Sebastián Lingiardi se internó con su cámara en ese espacio chaqueño cubierto de salvaje vegetación, siguiendo a Gustavo por los caminos que transita en su afán de escuchar esos relatos orales que conforman el centro del film. Así, y aunque por momentos el film cae en cierta monotonía, esa serie de leyendas sirve para iluminar una manera sorprendente de sentir y ver la vida y la naturaleza, desde una mirada que tiene tanto de cercana como de lejana. Una música de tenues sonidos y una fotografía que, casi como una protagonista más, recorre los más recónditos lugares de la naturaleza, hacen de este film un sincero modo de escudriñar la existencia más honda de una raza que vive a través de sus parcas palabras, de sus pequeños gestos y de esa humildad que nació en sus ancestros y prosigue hasta hoy, en medio del silencio y de la humildad.
Tomado de un hecho real publicado en la revista Frontline. el film narra la historia del hijo adolescente de un empresario dueño de una compañía de camiones. El joven recibe una encomienda que oculta un cargamento de drogas. La policía no tarda en detenerlo y acusarlo de contrabando, por lo que John, que confía ciegamente en la inocencia del muchacho, comenzará trabajar sin cesar para liberarlo, sin éxito. El último resquicio que le queda es infiltrarse él mismo en la banda de los narcos. El director Ric Roman Waugh logró imponer la necesaria emoción a esta historia que, unida a un permanente suspenso, recorre sin respiro las andanzas de ese antihéroe empeñado en hacer justicia por mano propia. Dwayne Johnson ( El rey escorpión ) salió airoso de su cometido y supo imponer su prestancia a ese padre dispuesto a todo para salvar de la cárcel a su hijo, mientras que el resto del elenco se acopló cómodamente a este relato que, sumado a una impecable fotografía y a una música de tensos acordes, se convierte no sólo en un válido entretenimiento, sino también en el emocionado relato de un hombre dispuesto a todo para limpiar el nombre de su joven vástago.
El sistema sanitario es uno de los muchos problemas que deben afrontar los pobladores de las regiones más humildes de la Argentina. Faltos de médicos y de enfermeras, esos hombres, mujeres y niños intentarán curar sus dolencias -provenientes casi siempre de la mala alimentación y de sus condiciones infrahumanas de supervivencia- acudiendo a quienes, apoyados por antiguos ritos, harán lo posible por salvar vidas. Julián, un niño de la comunidad indígena Mbya Guaraní de la provincia de Misiones, es un ejemplo de esa desidia de las autoridades. Cuando finalmente el pequeño es trasladado e internado en un hospital de Buenos Aires, los médicos le diagnostican una severa enfermedad cardíaca que necesita una inmediata cirugía. Sus progenitores, que confían más en el líder espiritual de la comunidad, se niegan a que los "médicos blancos" realicen esa intervención y piden su regreso a la aldea para restablecerlo allí a través de sus antiguas formas curativas. La directora Ximena González fijó su mirada y su cámara en este episodio en el que los medios de comunicación, los médicos, los funcionarios y los caciques hablan por Julián, que espera una decisión encerrado en una habitación del hospital. El tiempo pasa, la solución no llega, y Julián y su familia, lejos del monte y completamente solos, continúan su agonía. Con una fotografía por momentos impactante en su deseo de captar cada uno de los gestos de sus protagonistas, Mal del viento se convierte en un llamado a la solidaridad, a la comprensión y al amor que necesita la infancia en sus momentos más dolorosos.
El fútbol es pasión, entrega y sacrificio. El mejor ejemplo de ello se dio el 8 de octubre de 2012, cuando más de cien mil simpatizantes e hinchas de River Plate unieron la vieja cancha de Alvear (hoy Libertador) y Tagle con el estadio Monumental con l bandera más larga de un club de fútbol: casi 8 kilómetros de extensión. Ello, sin embargo, pasó a ser una excusa. Lo verdaderamente significativo de este multitudinario acto fue el amor de esos riverplatenses por su camiseta y por sus jugadores en el momento más duro de su historia, cuando el equipo perdió la categoría. Federico Peretti se internó con su cámara en todos los detalles de la construcción de esa bandera: la recolección de la tela, la costura en talleres secretos para resguardar su seguridad. El documental, sin embargo, no se detiene sólo en mostrar esos momentos felices sino que aparecen en pantalla, con emocionadas palabras, varios de los centenares de hinchas que habían dedicado su tiempo y su trabajo a concebir y darle forma a esa bandera, además de varios y recordados jugadores del club, como Beto Alonso, Amadeo Carrizo, Enzo Francescoli y Ariel Ortega, que no pueden ocultar su orgullo frente a esa ciclópea muestra de cariño hacia un River Plate que, en las buenas o en las malas, sabe del fervor de sus seguidores. El film habla, fundamentalmente, de esa pasión que se siente por un equipo de fútbol, una pasión que deja de lado la violencia para apuntar a la calidez más extrema y a la alegría más contagiosa. El realizador supo poner en pantalla, pues, estos elementos apoyado por un impecable equipo técnico que realza este grito de entusiasmo por un club de fútbol.
Cofundadora del movimiento Madres de Plaza de Mayo, Nora Cortiñas se convirtió en una activa luchadora en su labor por el esclarecimiento de los casos de violencia durante la dictadura militar. El comienzo de esta tarea, que prosigue en la actualidad, tuvo su detonante en abril de 1977, cuando desapareció su hijo Carlos Gustavo, y desde entonces no ha cejado en su propósito para que, según sus palabras, "paguen quienes cometieron el crimen de los crímenes". El director Miguel Mirra posó su cámara sobre esta mujer para recrear su trayectoria en este movilizador documental en el que la protagonista relata su juventud en el barrio de Monserrat y se detiene en melancólicos relatos acerca de su familia, en la época de bienestar que le tocó vivir en la década del cincuenta y en la desesperada búsqueda de su hijo. Con los relatos de la misma Nora Cortiñas, a los que se suman fragmentos de noticieros y recortes de diarios y revistas de aquellos tiempos, el realizador armó un cálido retrato de esos tiempos difíciles y en especial de esa madre que nunca se dejó vencer ni por el tiempo ni por las constantes amenazas. Dejando de lado cualquier tópico de índole político, la película va descorriendo los distintos momentos de la vida de Nora Cortiñas, incluidos sus viajes a Haití para apoyar al pueblo contra la ocupación militar y la miseria; a Formosa, donde trabajó junto con Adolfo Pérez Esquivel en los reclamos de los habitantes de los pueblos originarios por el derecho a sus tierras ancestrales, y a España en 1998, para ver al juez Baltasar Garzón con el fin de aportar datos para esclarecer los episodios más sangrientos de esos trágicos años. Sin perder su casi tímida sonrisa y con su fortaleza a prueba de contrariedades, ella llega hasta nuestros días con el mismo ánimo altivo que en el pasado. Documental sin dudas esclarecedor, Norita. Nora Cortiñas se convierte así en un vehículo para mostrar una Argentina casi escondida de la mirada de sus gobernantes.
"Hacer cine es la posibilidad de saltar el muro y echar a correr." Ésta y otras frases son las que salen de la boca de Rémoro Barroso, un veterano director de cine alojado en un instituto neuropsiquiátrico. Sus recuerdos son borrosos y sus palabras amargas hablan de un tiempo en el que había hecho de la cámara el ojo avizor y de un mundo que lo fue dejando de lado. Tres jóvenes estudiantes de cine creen que ese hombre de sombrero y larga barba, misterioso y pintoresco, había sido en los años 60, un cineasta de éxito del que no se tuvieron más noticias luego de un confuso episodio en el que murió una mujer. Así, llegan al manicomio para tratar de comprobarlo. Los tres muchachos va ganando la confianza de Rémoro Barroso mientras intentan descubrir su verdadera identidad. En cada visita al manicomio, él les dará lecciones acerca del oficio de dirigir películas. Cada una de sus frases descubre retazos de su pasado y de su amor al séptimo arte. "Los cineastas les dice somos sepultureros que trabajamos en el cementerio de la memoria" o "Todos los directores de cine somos melancólicos porque somos fabricantes del pasado". En un momento los estudiantes le dejarán una cámara para que grabe lo que quiera y el resultado son algunos breves y extraños cortometrajes que muestran figuras estrambóticas. Eliseo Subiela, que en cada uno de sus films supo descubrir los lados más mágicos de la poesía, se propuso con Paisajes devorados rendir homenaje a esos realizadores que el tiempo sepultó en el olvido. No es casualidad que para el papel central haya convocado a Fernando Birri, alguien al que todavía se le está debiendo un gran homenaje, ni que esos muchachos (buenos trabajos de María Luz Subiela, Juan Manuel López Baio y Juan Marcelo Rodrigo Martínez) se esmeren en tratar de descubrir las facetas más íntimas de ese hombre de mirada profunda que les va dando lecciones de cine y de vida. El film, tratado como un falso documental, logra su propósito de homenajear al cine partiendo de una figura cálida y emblemática.
El cine chileno, que en más de una oportunidad fue reconocido a nivel mundial con títulos tan emblemáticos como, entre otros, Julio comienza en julio y La luna en el espejo, ambos de Silvio Caiozzi; El chacal de Nahueltoro , de Miguel Littin, o La frontera , de Ricardo Larraín, es, lamentablemente, poco estrenado en la Argentina. La pasión de Michelangelo -tras la premiada No , también de esa procedencia- viene, pues, a reparar en parte este olvido y a mostrar a Esteban Larraín como uno de los más jóvenes y promisorios realizadores del nuevo séptimo arte trasandino. Para su propósito, el realizador tomó una historia verídica ocurrida en un pequeño pueblo de aquel país durante los duros años de la dictadura de Augusto Pinochet. Hasta allí, y por órdenes de sus superiores, llega el padre Ruiz-Tagle, un jesuita que carga desde hace años una profunda crisis de fe, para investigar a Miguel Ángel, un adolescente huérfano que dice poder ver y hablar con la Virgen María. Rápidamente, el rostro sufriente del muchacho es reproducido en todos los medios y de inmediato cientos de miles de personas peregrinan hasta Peñablanca, el poblado en el que vive, para participar en ceremonias donde profecías, estigmas, levitaciones y curas milagrosas son parte de la rutina habitual. El sacerdote verá confrontadas sus certezas y sus dudas con algo que parece una manifestación divina. Por su parte, Miguel Ángel ha comenzado una drástica transformación pasando de un tímido adolescente a un caprichoso dictador que manipula el entorno a su favor. ¿Qué puede hacer ese sacerdote recién venido de la gran capital para esclarecer este misterio? ¿De qué manera podrá luchar contra varios pobladores que hacen pingües negocios vendiendo imágenes y estampas de la virgen a aquellos que caen arrodillados a los pies del joven? Las conversaciones entre éste y el cura no bastan para apaciguar ese entorno en el que enfermos y moribundos se arremolinan en torno de ese muchacho para que él les acaricie sus cabezas en procura de salud y bienestar. Los miembros de la Iglesia Católica prohíben, con la intención de apaciguar los ánimos, rendir culto a la virgen en Peñablanca y el gobierno deja al muchacho librado a su suerte. Sobre la base de un guión tenso, por momentos cálido, a veces intensamente dramático, el director logró un film en el que sus personajes y sus entornos hablan de una fe que se convierte en angustia para esos dos personajes que confrontan sus ideas y sus convicciones. Larraín logró, además, y con precisos toques de multitudes sedientas de esperanza, un entramado en el que ese Miguel Ángel, poderoso al principio, no puede evitar sufrir un derrumbe bíblico. Para apoyar este relato están aquí la impecable labor de Patricio Contreras como ese sacerdote inmerso en una problemática que se le escapa de las manos, y de Sebastián Ayala, un joven actor que supo ponerse con autoridad en la piel de alguien que cree estar signado para acercarse a la devoción divina. La fotografía y la música son otros precisos elementos de apoyo en esta producción que habla, sin duda, de un cine chileno que siempre busca impactar y sacudir al espectador.
Quizá no muchos sepan que antes de sumarse a las huestes de Fidel Castro, Ernesto Guevara recorrió numerosos territorios americanos en su afán aventurero por conocer lugares inhóspitos y la gente más pobre y marginada. Esta faceta del que sería el legendario Che es la que ha elegido el director Jorge Denti para este film que sigue la ruta de ese muchacho que, recién recibido de médico, dejó la Argentina con un pequeño equipaje del que sobresalían los libros y acompañado por Carlos "Calica" Ferrer, amigo de la infancia. En este recorrido conocerá a los indios desterrados de sus Andes fríos, a los mineros que mueren a los 30 años; a los pueblos olvidados y negados tras los espejos de los rascacielos. Ahí están las piedras secretas del Machu Picchu, los misterios de las ciudades mayas abandonadas, los dioses aztecas mirándolo fijamente a la cara. El joven que había aprendido en la universidad las curas para el cuerpo se enfrentará a viejas heridas nunca cicatrizadas, a dolores de pueblos jamás consolados, a la mucha sangre derramada. Jorge Denti dejó de lado todo aspecto panfletario para introducirse en los viajes de Guevara; el relato está basado en la correspondencia que mantuvo con su familia, fundamente con su madre, en la que le relata sus aventuras y desventuras. Sobre la base de fotografías, de fragmentos de noticieros y películas, y de los testimonios de amigos y de personas que compartieron su vida, el film va desgranando los ideales de ese hombre que fue, además de médico, fotógrafo, vendedor de baratijas y simple empleado de un hospital. Con una inquieta cámara atenta al paso de su protagonista, el realizador del film deseó mostrar a otro Guevara y lo va descubriendo en cada escena, en cada paso, en cada gesto. Una fotografía de notable calidad, una música que apuntala estos extensos viajes y un impecable montaje son rubros que engrandecen este film..
En uno de los inmensos paisajes del sur patagónico viven don Ernaldo, sus hijos y sus hermanos. Ellos son mapuches, una raza en vísperas de extinción, y organizan su supervivencia entre la modernidad y una necesaria resistencia que es arañada por los alambrados hostiles, tendidos con fines de economía rentable, mientras el desprecio los acorrala cada día con mayor ingratitud. Las ovejas son, a la vez, su sustento y su forma de lograr algún dinero proveniente de la esquila en tanto, y a lomo de caballo, recorren las planicies desiertas envueltos en sus silencios y en sus labores cotidianas. Con esta temática intimista, el director francés Mathieu Orcel, argentino por adopción, logró un documental que refleja las vivencias de esa familia. Tras convivir cuatro años con dos comunidades mapuches de Neuquén, el realizador concibió este film que habla de las angustias de esos habitantes ya acostumbrados al olvido y al dolor, aunque siempre piensan en un futuro mejor para sus descendientes. Con una cámara que, como un ojo atento, se posa en los rostros de sus protagonistas, Orcel rodó esta aventura atravesando no sólo los problemas de esa tierra patagónica, sino asumiendo la responsabilidad de mostrar el infortunio de sus criaturas, esos seres que todavía conservan su propio idioma y se enfrentan con los más dispares problemas sin perder el tesón heredado de sus ancestros. Una excelente fotografía y una música de serenos compases apoyan este film que merece verse para insertarse en un micromundo casi ignorado y casi siempre despreciado..