Las aventuras interplanetarias son, sin duda, una buena base para los dibujos animados. Aquí, y de la mano del director y coguionista Cal Brunker, el principal protagonista de esta trama es un famoso astronauta que, con la ayuda de su inteligente hermano Gary, se ha convertido en una leyenda. Cuando la jefa de la base interplanetaria intercepta una señal de socorro de un mundo conocido por su peligrosidad, Scorch ve la oportunidad de llevar adelante una operación para rescatar a sus habitantes. Pero el héroe de turno se da cuenta de que fue engañado y de allí en más quedará atrapado en ese mundo poblado por las mentes más inteligentes de todos los planetas. Sólo la inteligencia y la fuerza de Scorch serán capaces de permitirle escapar de esa emboscada y comenzarán así una serie de alocadas aventuras que pronto cae en la monotonía y en repetitivos gags. El realizador quiso volver sobre la conocida lucha entre el bien y el mal y sólo logró resultados interesantes en las escenas de acción, que no son muchas. La trama se ve opacada por dibujos carentes de calidad y por la cantidad de personajes que desfilan por la aventura. Sumado a ello, la música no logra tampoco insertarse con vivacidad en el entramado, con lo que esta producción pierde mucho de su destino final, es decir, entretener al público menudo.
Recién salido de la cárcel, Julián se registra en un hotel ubicado en una zona frecuentada por prostitutas. De pronto es sorprendido por violentos ruidos y desesperados gritos de una mujer que ocupa una habitación contigua. Sin dudarlo saca a relucir su revólver y allí se encuentra con una joven que le pide ayuda. Inesperadamente un hombre lo enfrenta y huye, y para sorpresa de Julián, él reconoce a una persona muerta sobre la cama. Se trata de un famoso y controvertido diputado, y frente a esta situación la mujer lo obliga a escaparse juntos. Mientras un periodista y un veterano policía intentarán descifrar el caso de ese asesinato, detrás del cual se esconden siniestros planes políticos, la pareja deberá eludir a unos crueles perseguidores que están involucrados en el crimen. Con una cámara en constante movimiento, el director Gustavo Cova recrea esta peligrosa aventura con indudable calidad estética y logra otorgar al guión, del cual es coautor, un clima dramático que, como en muchos y recordados thrillers de la cinematografía norteamericana, posee una suficiente dosis de suspenso y de violencia, elementos que convierten a Rouge amargo en un film casi atípico dentro de las producciones nacionales. Luciano Cáceres y Emme aportaron a sus personajes todo el vigor que necesitaban para salir indemnes de una sucesión de situaciones en las que la trama los envuelve cada vez con más fuerza y temor. Es un plato fuerte digno de degustarse.
Desde hace bastante tiempo los productores norteamericanos hallaron un gran filón en la repetición de fórmulas que toman historias humorísticas (casi siempre las mismas) y las convierten en alocados entramados cada vez más carentes de gracia y de ingenio. Esta quinta entrega de Scary Movie es un cabal ejemplo de ello. Aquí una joven y feliz pareja formada por Dan y Jody comienza a percibir una extraña actividad en su hogar tras la llegada de unas sobrinas, que han pasado tres años de soledad en el bosque. Cuando el caos se apodera de la vida profesional de Jody como bailarina clásica y la de Dan como investigador de monos, ambos llegarán a la conclusión de que son acosados por el siniestro fantasma de la mamá de las pequeñas. Con la ayuda de expertos y cámaras, el matrimonio hará todo lo posible para deshacerse de esa presencia demoníaca. Los guionistas -entre los que se halla David Zucker, el mismo que hace medio siglo realizó la saga de La pistola desnuda intentaron divertir parodiando films de terror como Mamá, Ac tividad paranormal , El origen o El planeta de los simios . Pero el resultado, pese al esfuerzo del director Malcom D. Lee, es muy pobre, una serie de disparates sin gracia, en escenas de dudoso gusto y en reiteraciones de chistes. El elenco que apela a morisquetas y tics presuntamente cómicos, mientras que los rubros técnicos no escapan a la mediocridad
La Casa Blanca es uno de los edificios más protegidos del mundo, pero, sin embargo, puede ser convertido en un montón de escombros y hierros retorcidos. Tal es la historia que cuenta esta película, en la que un grupo de terroristas atacan la residencia del presidente norteamericano y lo toman de rehen. Mike, el único miembro del servicio secreto que aún sigue con vida, deberá luchar en soledad contra todos esos malos de turno. El héroe ha quedado reducido a simple administrativo por sus errores del pasado, pero su suerte cambiará cuando deba demostrar su valía, armado hasta los dientes, mientras las autoridades gubernamentales van marcando a la distancia los pasos de ese Mike que tratará de sortear los más insólitos peligros hasta lograr su objetivo. Sobre la base de una historia en la que sobresalen la tensión y el heroísmo, el director Antoine Fuqua logró un válido entretenimiento en el que nada es demasiado nuevo, pero en el que se destacan las buenas labores de Gerard Butler, Aaron Eckhart y Morgan Freeman que, apoyadas por un muy correcto rubro de efectos especiales, convierten a esta producción en una peligrosa aventura que no da ni pide respiro.
En su pueblo santafecino, Walter trata de convertirse en un exitoso dibujante de historietas. No sin poco esfuerzo logra publicar un libro y su sorpresa es mayúscula cuando lo llaman de Buenos Aires para contarle que su obra fue galardonada y que será presentada en la Feria del Libro. El muchacho rápidamente viaja a la gran ciudad para asistir a la presentación de ese volumen en el que volcó su fantasía y, también, algunos apuntes de su vida personal. Pero el destino le tiene reservado un contratiempo cuando asciende a un taxi para dirigirse al lugar en el que, presume, recibirá aplausos y congratulaciones. El conductor es un hombre hosco que, al sentarse Walter en el asiento trasero, traba las puertas y parte velozmente. Muy pronto el pasajero comprueba que en el piso del auto se halla una gran cantidad de explosivos y su primera reacción es escapar, pero todos sus intentos son vanos. Poco a poco Walter y el desconocido comienzan a deshojar sus respectivos conflictos. El joven rebela su fracaso sentimental con una muchacha de su pueblo; el conductor confiesa su frustrado matrimonio, la infidelidad de su esposa y la muerte de su pequeña hija. Ambos van dejando entrar en ese casi minúsculo lugar fantasmas del pasado, frustraciones y planes de fuga y, al mismo tiempo, van comprendiéndose mutuamente hasta hacer de ese fugaz encuentro una extraña amistad. El hombre ya ha tomado una implacable decisión: embestirá su auto-bomba contra la casa del amante de su mujer como una venganza en la que también está en juego su vida. El director Sergio Bizzio, autor también del sólido guión, narró esta trama con certeros brochazos de suspenso y supo dotar a sus dos casi únicos protagonistas de las angustias y de los dolores que transitan por sus existencias. El realizador de Animalada y de No fumar es un vicio como cualquier otro vuelve en éste, su tercer largo, a insertar su mirada en esos seres que luchar por subsistir en un micromundo que les es adverso con ternura, pero también con violencia. Con indudable autoridad Jorge Marrale se pone en la piel del patético chofer, en tanto que Alan Daicz aporta credibilidad a ese muchacho que, a pasos de la gloria, transitará por el repentino miedo de perderlo todo. Buenos rubros técnicos apoyan esta aventura amarga y cálida a la vez.
Aplaudido por los públicos más heterogéneos del mundo, René Lavand es un ilusionista especializado en cartomagia que realiza sus tareas con la única ayuda de su mano izquierda, ya que perdió la derecha, siendo un niño, durante un accidente. Pero no se dejó apabullar por esta circunstancia y practicó desde sus primeros años el arte del más completo dominio de las barajas. Cuando aquí, en este documental que recorre parte de su vida en los escenarios y se detiene en aspectos personales de su existencia dice: "No se trata de que la trampa no se vea, se trata de que ni siquiera se sospeche", es imposible preguntarse si Lavand es un artista o un tahúr. El director Néstor Frenkel tomó a este personaje y lo convirtió en alguien que, con los recuerdos de su larga trayectoria y con acertadas pinceladas de humor, se transforma en el ejemplo de un retrato cálido e íntimo que por momentos pareciera abandonar su máscara y dejar ver lo más profundo de su alma. Dentro de esta historia fluida Lavand recorre calles, dialoga con amigos, mantiene animadas charlas con su esposa y aparece, en escenas tomadas de sus actuaciones en los países más exóticos, como alguien al que la vida le dejó sin una mano para convertir a la otra en una increíble apuesta a lo mágico y a lo insospechado. El realizador tuvo la inteligencia de seguir el derrotero de Lavand en su existencia cotidiana, en su simpatía a flor de piel, en su alegría de ser alguien que sabe transitar un destino marcado por la adversidad que transformó en arte y en sonrisas. El film se convierte así en el profundo retrato de un ser querible, en una especie de embaucador que siempre deja atónitos a sus espectadores. Frenkel tuvo en sus manos a un personaje encantador al que supo otorgarle una intensa poesía y una simpleza que lo convierten en alguien mágico, casi tan mágico como las piruetas que hace con su mano mientras los naipes aparecen o desaparecen o los dados se multiplican o se restan dentro de una simple taza de café. Todo en este film es verdad e ilusión y es, además, la necesidad de no dejarse vencer por la fatalidad para convertirla en un arte del que Lavand conoce con enorme soltura. Una impecable fotografía -los primeros planos de ese ilusionista son bellos cuadros que muestran arrugas siempre sostenidas por una mirada pícara-, y una música que va puntuando el trajinar de ese hombre son otros elementos dignos de destacar.
Apasionado por la escritura, Rory no se cansa de presentar sus manuscritos a todo editor que se le cruce en el camino, pero siempre falla en su intento. A pesar de que sus historias poseen una gran cuota de calidad, la suerte le es esquiva hasta que un día halla en un tren el manuscrito de una novela. Tras algunas vacilaciones, decide tipear en su computadora la obra que lo ha fascinado y arrogarse su autoría. El resultado es más que alentador: un editor decide publicarla y de la noche a la mañana Rory se convierte en el favorito de los lectores y la crítica. El joven literato, carismático, inteligente y de talento, parece tenerlo todo: una maravillosa vida, una mujer que lo ama, el mundo a sus pies, y todo gracias a sus palabras. ¿Pero de quién son esas palabras? Y, en definitiva, ¿de quién es esa historia? Ya convertido en triunfador, Rory tiene un casual encuentro con un anciano desaliñado que le dice que fue el autor de ese manuscrito y le relata los hermosos aunque trágicos recuerdos de su juventud en París después de la Segunda Guerra Mundial, elementos que dieron origen a ese libro. Al comprobar que otro hombre ha pagado caro el tesoro que contienen esas páginas, Rory deberá hacer frente a cuestiones como la creatividad, la ambición y las elecciones morales que ha hecho guiado por sus intereses. Estructurada en varias capas narrativas, a modo de historia dentro de la historia, se demuestra que la vida del propio escritor es una ficción, y así el film se transforma en una mirada desencantada a un mundo viciado inserto en un excelente guión que, lentamente, va describiendo el paso de sus personajes con enorme calidez, íntima ternura y gran melancolía. Todo es aquí una perspicaz y provocativa exploración del precio del éxito y a su vez un intrincado mosaico de historias dentro de otras historias con reflexiones que se encadenan mutuamente. En su debut cinematográfico, los directores y guionistas Brian Klugman y Lee Sternthal lograron así un relato siempre conmovedor. Para que la trama tuviese la emoción buscada por sus autores se reunió a un elenco de notables méritos, compuesto principalmente por Bradley Cooper, Jeremy Irons y Dennis Quaid. Todos ellos, más una impecable fotografía y una adecuada música, hacen de Palabras robadas un film de gran calidad ética y estética que habla del éxito, del fracaso y, sobre todo, de la amargura de esos seres que se enfrentan, se humillan y se convierten, en definitiva, en radiografías de un micromundo de pasiones sin límites.
Jeff Chang cumple 21 años y sus dos amigos de la infancia deciden llevarlo de festejos durante toda la noche. El problema es que al otro día Jeff, quien en principio se niega a la invitación, tiene que presentarse a una entrevista para ingresar a la escuela de medicina que definirá su futuro junto a su padre, un obsesivo insoportable. Pero la tentación de recorrer bares y de conquistar bonitas chicas puede más, y así el trío comenzará una noche de locura: Jeff pronto cae en una semiinconsciencia que obligará a sus dos compinches a tratar de llevarlo de vuelta a su hogar, pero una serie de alocadas circunstancias impedirán que se concrete esta posibilidad. De aquí en más, el relato reitera situaciones, cae en burdas gracias y se aproxima a lo escatológico, elementos que los directores y guionistas Jon Lucas y Scott Moore, los mismos de ¿Qué pasó ayer? , trataron de imprimir con muy escasa fortuna a esta anécdota a la que le sobran gags que no arrancan la más mínima sonrisa y a la que le falta esa pintura que merecía una comedia tan alocada. El elenco trató de hacer que todo lo que ocurre en el relato sea mínimamente creíble, pero fracasa en su intento y deja en descubierto una metodología que se repite a lo largo de los años en la filmografía de Hollywood en lo que a este rubro se refiere: abordar el mismo tema en múltiples versiones, que por el camino se degeneran hasta terminar siendo malas copias de la original.
El 20 de octubre de 2010 fue asesinado Mariano Ferreyra, un integrante del Partido Obrero que participaba de una manifestación. Justamente por estos días, los jueces del tribunal oral que juzga a los responsables de su muerte deberán expedirse acerca de la culpabilidad de José Pedraza, sindicado como uno de los autores del hecho. Este entramado, rescatado del libro de Diego Rojas, sirvió para que los directores Julián Morcillo y Alejandro Rath rodasen este film que oscila entre lo documental y lo ficcional, y tiene como eje central a un periodista que realiza una serie de entrevistas y dialoga con familiares y amigos de Ferreyra. Los realizadores trataron de que su obra transitase por esa pequeña cornisa en la que su protagonista, interpretado por el escritor Martín Caparrós en su debut cinematográfico, se convierte en una especie de antihéroe, ya que sus jefes de redacción le ponen trabas en su intento de escarbar en todos y cada uno de los recovecos del episodio, pero él insiste en su denodada labor. Mientras tanto, escenas de noticieros dejan ver los enfrentamientos en los que murió Ferreyra, se detienen en las manifestaciones obreras y muestran la manera en que José Pedraza, máximo dirigente de la Unión Ferroviaria, quien aparece en la pantalla durante una entrevista, participó de los sangrientos hechos. Morcillo y Rath procuraron que su film se apartase de todo tipo de elementos políticos y que recayese sólo en la labor del periodista en su odisea por tratar de llegar a su verdad. Posiblemente los responsables de esta producción quisieron, además, mostrar el idealismo del protagonista. En lo técnico, la película exhibe una muy buena fotografía y una adecuada música, y muestra, también, que el dúo de directores supo manejar con capacidad su intención de reflejar ese episodio, pero el guión deja varios puntos sueltos.
Tratar de hallar el origen de los ancestros es una tarea nada fácil que ronda en la cabeza de muchos. Entre estos está Grace Spinelli, una actriz que imaginó contar la historia de su bisabuelo. De la mano del director Hernán Belón nació este documental tan cálido como emotivo que refleja la manera en que esa mujer de origen libanés que reside en Buenos Aires decide hacer un viaje hacia el pasado. Un día su tía abuela le confía un secreto: Mohammed, su bisabuelo, no murió en la Argentina, sino que volvió al Líbano dejando abandonada a la familia que había formado aquí. La tía abuela entrega a Grace una caja con cartas escritas en árabe que nunca nadie leyó y así ella comienza su investigación que logrará, luego de cincuenta años y a pesar de la distancia, las guerras y el silencio, que dos familias vuelvan a encontrarse. Documental sin duda atípico, Beirut-Buenos Aires-Beirut no tarda en convertirse en un llamado a los recuerdos más entrañables de una mujer apasionada por ese bisabuelo que, lentamente, va tomando cuerpo a través de sabrosos diálogos, de amarillentas hojas de cartas y de una escenografía tan bella como extraña para los ojos de los visitantes. Una adecuada música y una excelente fotografía apoyan este entramado que habla con emoción de la necesidad de volver la mirada hacia atrás para recrear algún secreto familiar que, como en este caso, tiene su eje en los orígenes y en la inmigración.