Relación devorada por el tiempo El matrimonio es, sin duda, una experiencia que muchas veces oscila entre la comprensión, el hastío, la difícil convivencia y el amor eterno. Dentro de estos elementos transitan Molly y Esteban, una pareja que ya llevan más de veinte años de casados y que, al parecer, el tiempo dejó hondas huellas en esa relación. El es un experto en preparar perfumes mientras que ella se aferra a una depresión que, a pesar de ser compositora de música clásica, se deja vencer por la monotonía cotidiana. Los días son, para ambos, aburridos y tristes. Apenas dialogan, se muestran indiferentes y dejan que las horas transiten sin alegría ni pasión. Esteban posee como único apoyo sus semanales visitas a un analista para tratar de que su problematizada existencia conyugal pueda tener una esperada solución. A Molly, entre tanto, le cuesta mucho trabajo dejar la cama y tratará de buscar, a través de casi silenciosas charlas telefónicas con un hombre, un cambio en su aburrida existencia. El marido recorre despaciosamente la ciudad tratando de desentrañar esa diaria tristeza, a la par que su mujer decide también cambiar su casa por paseos por las calles donde hallará personajes que le van abriendo la posibilidad de que todo pueda cambiar. Conocidos lugares de Buenos Aires son testigos de estos recorridos, mientras que ambos intentarán desentrañar qué es lo que los ha mantenido unidos a través de los años. En esas calles, y como en un laberinto emocional, se sucederán encuentros y desencuentros que descubrirán, finalmente, que la pasión no está muerta del todo. Inspirado libremente en Ulises , de Joyce, el film habla del amor en la madurez y de los imperfectos y contradictorios lazos que pueden unir a dos personas. El director Carlos María Jaureguialzo, que tiene en su haber Tres pájaros , rodado en 2004, logró insertarse en esos dos personajes a los que dotó de un carisma muy particular, de una sensible calidez y de una emoción que surge sin caer en lo melodramático ni en lo simple. El realizador, apoyado por una excelente fotografía de Miguel Abal, reconstruye la diaria lucha de la pareja que, en definitiva, tratará de que los años de convivencia puedan todavía surgir de la monotonía cotidiana. Para ello supo elegir a sus intérpretes, ya que tanto Cecilia Roth como Darío Grandinetti logran impregnar de soledad y de resquemores a sus respectivos papeles. Matrimonio , pues, debe verse como el retrato de tantas relaciones devoradas por el tiempo.
Cuando el horror tiene rostro de niño Un aciago día, un hombre -padre de dos pequeñas hijas- asesina en un rapto de locura a su esposa y escapa con las pequeñas hasta una lúgubre cabaña ubicada en medio del bosque. Mientras el hombre se esfuma misteriosamente, las hermanitas Victoria y Lilly desaparecen del vecindario en el que vivían y por cinco largos años su tío y la novia de éste las buscan desesperadamente. Finalmente, tras una empecinada investigación, la pareja las halla en un derruido caserón y se pregunta si todo ese tiempo lo han pasado solas. Mientras Annabelle, la novia del tío, intenta que las niñas se acostumbren a una vida normal, aumentan sus sospechas acerca de una presencia maligna que se instaló en la casa de la pareja. ¿Qué sucede en realidad? ¿Las hermanas están transitando por un momento de pánico traumático o un espíritu llega cada noche a visitarlas? Cuando la pareja trata por todos los medios de que las muchachitas se vayan acostumbrando a una existencia placentera, irá descubriendo el verdadero origen de los susurros que se oyen cada noche y de una fantasmal figura que aparece y desaparece a través de las paredes. Así comenzarán a reconstruir el pasado de sus sobrinas, mientras que ellas se ven acorraladas por un inmenso temor que las convierte en seres difíciles de comprender. Con esta fórmula no demasiado original en el género del thriller sobrenatural, el director argentino Andy Muschietti logró una historia -basada en un cuento de su autoría- que lentamente va logrando el requerido suspenso que necesitaba este entramado, hasta llegar a un final tan dramático como inesperado. El realizador supo manejar con habilidad los secretos que encierran sus pequeñas protagonistas y dotar a su relato de la necesaria dosis de espanto, cuyo eje es, en definitiva, el pasado de esas hermanas que tratarán de hallar en sus protectores el cariño de sus padres ausentes y la calidez que le brinda su nuevo hogar. Con unos efectos especiales bien logrados y una más que correcta fotografía, esta coproducción entre España y Canadá se inserta con el necesario clima a partir tanto del trabajo de las dos pequeñas protagonistas como en esa pareja de jóvenes que tratará de descubrir el misterio que llevan sobre sus espaldas las niñas. Así, el elenco acompaña acertadamente esta historia que habla de horror, pero también se detiene en la mirada cálida de ese tío y de su novia, quienes no cejarán en su intento de descubrir un pasado en el que un espíritu maligno se presenta para cubrir de miedo a esas dos almas inocentes que desean vivir en plenitud.
Ricky es un joven que se ha criado en un entorno de delincuencia y que vive rodeado de prostitutas, drogadictos y proxenetas y cuyo sueño es reencontrarse con su madre, encarcelada cuando él tenía 12 años. Cuando finalmente logra el ansiado reencuentro, le hace a su progenitora un regalo muy especial: un club por el que transitan individuos de la clase más baja siempre dispuestos a la venganza, la traición y la lujuria. Sin embargo, las cosas no salen tal como lo esperaba Ricky, ya que su madre, acostumbrada a la vida carcelaria, no recuerda que tiene un hijo e intentará toda clase de triquiñuelas para volver a prisión. En este punto comenzará una aventura trágica, una carrera de obstáculos protagonizada por ese joven y por su grupo de amigos, entre ellos un proxeneta, un matón con el desarrollo mental de un adolescente y un travesti convencido de que desciende de la familia real. Entre torturas, sangre y odio a esos personajes se suman otros tantos iguales o más sanguinarios que acompañan a Ricky en sus cotidianas andanzas, y así la historia va entrelazando entre la muerte y la violencia un thriller en torno a gente que tiene que luchar cada día para hallar un poco de dignidad en sus absurdas vidas. El director sevillano Paco Cabezas logró un retrato casi salvaje de esas criaturas que no logran una estabilidad en ese micromundo. El muy buen trabajo de Mario Casas responde cabalmente a lo intentado por el director, mientras que Luciano Cáceres, Vicente Romero, Darío Grandinetti y Ángela Molina apoyan con indudable capacidad esta historia que si por momentos abusa de las escenas más escalofriantes no por ello deja de radiografiar un pequeño mundo en el que los vicios, la maldad y la humillación juegan su gran partida
Jack Fuchs sobrevivió al Holocausto y vive en Buenos Aires. De rostro sereno, tono distendido y humor inteligente, permaneció prisionero durante años en campos de concentración, entre ellos en Auschwitz, y perdió a toda su familia en la Segunda Guerra Mundial. Pese al dolor, y luego de 40 años de silencio, Jack ofrece charlas y conferencias, recibe visitas y cocina para su familia y amigos. El director Tomás Lipgot tomó a este personaje para llevarlo a este documental concebido con enorme ternura y sólida emoción. Utilizando la animación e imágenes filmadas por el propio Fuchs como recursos, el film compone el retrato de un sobreviviente del genocidio nazi que, a sus casi 90 años, sorprende por su lucidez y su encantamiento. A través de las palabras del protagonista cobran vida sus recuerdos de aquellos años de torturas y de horror, se destacan su valiente accionar en medio de la metralla, se refleja su tan esperada liberación y se remiten a su estancia en los Estados Unidos hasta que, en 1963, se radicó en Buenos Aires. El documental nació a partir del libro El árbol de la muralla , que la psicoanalista y poeta Eva Puente escribió luego de incontables horas de conversación con Fuchs. En ese tiempo, la autora recogió sus palabras, y luego lo acompañó a Polonia, para recorrer los campos de concentración en los que estuvo encarcelado. El film permite una enorme reflexión acerca de ese hombre de calidez extrema. Salpimentado con dibujos de gran calidad, este documental es una lección de vida de Fuchs que, con picardía, dice que no es conveniente arrojar cadáveres ensangrentados cuando se trata de explicar la tragedia del Holocausto. Ver esta película es, sin duda, un emocionado encuentro con alguien que supo transformar el dolor en optimismo.
Profesor de filosofía y de lógica de una escuela secundaria nocturna, Gabriel está atravesando un serio problema conyugal y decide, con la ayuda de su primo Tony, mudarse a un pequeño y destartalado departamento donde sólo un colchón y desvencijadas sillas componen todo el mobiliario. Al finalizar una de sus clases se le acerca una nueva alumna que desaparecerá súbitamente luego de dejarle unos dibujos de Benjamín Solari Parravicini, un artista plástico nacido en Buenos Aires en 1898, quien en vida obsequió cientos de dibujos proféticos que los estudiosos del tema sostienen que predijeron entre otros hechos, el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York. Gabriel intentará interpretar el significado de esos dibujos y se verá envuelto en un marasmo de preguntas sin respuesta, al tiempo que se empeñará en volver a hallar a esa alumna. El director Gustavo Giannini procuró armar un thriller con elementos apocalípticos, pero su guión se va enredando cada ve más en una madeja que, por momentos, hace de la acción una monótona sucesión de significados bastante difíciles de comprender. Esos personajes que pasan por la cotidianeidad de Gabriel lo guiarán hacia un destino inevitable e inesperado y así la historia va perdiendo poco a poco el interés que prometía. El realizador procuró ser original en su propuesta, aunque el resultado final es apenas aceptable y se deja tentar por ese clima entre siniestro y misterioso que recorre el largo (demasiado largo) camino del protagonista. El elenco apenas pudo dar cierta credibilidad a sus papeles, y así tanto Antonio Birabent como Gonzalo Suárez y Belén Chavanne se esmeraron en apoyar una historia que, sin duda, necesitaba de una mirada más comprensiva para con el espectador. Con muy poco apoyo aparecen en pequeñas partes Norman Briski, Daniel Fanego, Ricardo Bauleo, Adrián Yospe y Atilio Pozobón, en tanto que los rubros técnicos no escaparon de la mediocridad de este entramado.
Muchas veces las familias aparentemente bien constituidas guardan secretos que nunca aparecen en la superficie. Este es el caso de Jorge y de Elena, casados durante 30 años, que para festejar el acontecimiento deciden agasajar a sus hijos y parientes cercanos con un sabroso cordero que, lentamente, se va asando en el jardín de la hermosa chacra a la que, por imposición de Elena, el matrimonio decide irse a vivir tras la jubilación del marido. La mañana de ese domingo soleado se va poblando con la llegada de cada vástago, pero será Jorge quien romperá con la rutina de esa reunión en la que los hijos, una cuñada y una criada, sumados a un callado peón que cuida la cocción, comenzarán a poner en descubierto sus más escondidos misterios. Hay entre ellos un estafador, un narcotraficante y alguien que aprovecha el silencio del lugar para dar rienda suelta a sus apetitos sexuales. Poco a poco, y entonado por las bebidas alcohólicas, Jorge comenzará con sus acusaciones. El director Gabriel Drak demostró en éste, su primer largometraje, una gran capacidad para retratar a esa familia que disimula sus secretos. Un elenco de indudable calidad dio vida a estas criaturas escondidas en sus temores y en su cinismo, y así surge del reparto el nombre de Ricardo Couto, que hace una verdadera creación del torturado Jorge. Impecable en sus rubros técnicos, La culpa del cordero queda como un film que va ganando en tensión a medida que transcurre su historia y se convierte así en una cortina que descubre los secretos bien guardados de una familia aparentemente normal.
Un hombre solitario ya entrado en años y con una frágil ofrenda en sus manos recorre solitarios caminos embriagado por la magia y la vitalidad de las creencias populares. En sus manos sólo lleva un pequeño árbol, fruto de su propio jardín, para entregar en forma de pago por su salvación. Su travesía tendrá como punto final una curandera del poblado vecino que puede sanar el mal que lo aqueja. En su cansino caminar se encontrará con una serie de personajes con los que dialogará acerca de temas banales mientras arma despaciosamente un cigarrillo y habla con voz quebrada y mirada perdida. Los directores Miguel Baratta y Patricio Pomares retrataron entre la ficción y lo documental la calidez de ese hombre que necesita de su soledad para poder hacer de su vida un resumen de recuerdos, de fatigas y de algún destello de esperanza. Por momentos la simple trama se convierte en un monótono vagar, que atenta contra la intención del dúo de realizadores de relatar una historia cálida sobre la base de una cámara que se fija con insistencia en paisajes y rostros curtidos por el tiempo y las contrariedades. El mínimo equipo de actores está conformado por habitantes del poblado bonaerense de Carlos Keen. Las marcas de sus cuerpos, las arrugas de sus rostros y el peso de sus manos curtidas son los rasgos imprescindibles para conformar el relato. Sobre la base de una muy buena fotografía y de una música de tenues melodías, el film puede interesar, sin duda, a aquellos que desean contemplar una existencia solitaria transida por el dolor y la soledad.
Acción y suspenso, a todo vapor En una pequeña ciudad fronteriza donde todo es calma y bienestar, el comisario Ray pasa sus días tranquilamente recordando su trabajo en Los Ángeles. Por aquella época había participado en una operación fallida que lo dejó lleno de remordimientos. Su existencia pacífica se hace añicos cuando el narcotraficante Gabriel Cortez se fuga del FBI, y con la ayuda de una banda de mercenarios comenzará una carrera hacia la frontera mexicana con un rehén en el remolque. A mitad de camino deberá enfrentarse con un grupo de policías liderados por un astuto agente especial, quienes tendrán la última oportunidad de interceptar a Cortez antes de que el violento fugitivo escape para siempre. Ray acepta participar de la misión y, con un grupo de habitantes del lugar, esbozará un plan para impedir su alocada fuga. De aquí en más la historia se convertirá en una violenta sucesión de tiroteos, persecuciones y luchas cuerpo a cuerpo en las que el ya algo envejecido comisario intentará salir indemne de tantas luchas y peligros. La trama, bien conducida por el director Kin Jee-Woon, contiene todos los aditamentos para entretener a los espectadores adictos a este género, a lo que se suman algunas pinceladas humorísticas que ponen en carpeta los años transcurridos desde que Arnold Schwarzenegger mostraba su cuerpo musculoso y luchaba sin cuartel contra todos los enemigos de la ley. El actor sale airoso de su personificación de ese comisario que revive las emociones de su pasado, en tanto que el resto del elenco apoya a esta aventura con indudable calidad. Los rubros técnicos se esmeraron en lograr que este entramado que queda, en definitiva, como una buena apuesta a un género que la cinematografía norteamericana sabe, sin duda, impregnar de acción y de suspenso.
Una tortuga en divertidos apuros Sammy, aquella simpática tortuga acuática que en 2010 apareció por primera vez en la pantalla grande, vuelve aquí a enredarse en una serie de aventuras en las que demostrará su astucia y su valentía. En esta nueva historia, tanto ella como su amigo Ray se divierten en un mar de coral junto a los pequeños Ricky y Ella, a quienes guían y protegen de los peligros del mar. Pero la existencia del grupo se verá alterada cuando varios pescadores furtivos atrapen a Sammy y a Ray y los trasladen a un gran acuario. Un caballito de mar, cabecilla del lugar, los incluye en su plan para escapar, aunque siempre fracasa. Las dos tortugas acuáticas conocerán a una serie de personajes, entre ellos un pez de ojos saltones, una langosta poco amigable y toda una familia de pingüinos que, juntos, intentarán salir de ese enorme acuario. Sammy se convertirá de pronto en el cabecilla de esa heterogénea fauna marina y, con gran valentía, apostará a conquistar la ansiada libertad. Pero para llegar a ella deberá hacer frente a una variada sucesión de inconvenientes y de peligros, ya que no todos los animales del acuario son dóciles. Simpático y entretenido, el film habla no sólo de la amistad y de los riesgos de esos seres acuáticos, sino que contiene además un profundo mensaje ecológico que, sin duda, será comprendido por los niños, destinatarios finales de la aventura.
El terror por partida triple Tres historias de terror (un género bastante olvidado en la cinematografía local) componen este film por el que transitan una serie de siniestros personajes interrelacionados por un individuo dispuesto a recorrer un perverso camino de maldad y de seducción. El primero de estos episodios transcurre en 1979, cuando la policía se topa con una misteriosa pareja en una casa derruida en la que se intuye el mal, al que le sigue la historia ambientada en 1999 en la que una extraña caja servirá para curar a un asesino. En el tercer capítulo, situado en 1989, un grupo de adivinas conocerá su inminente futuro de la manera más sangrienta. Sobre la base de estas situaciones truculentas, los directores Demian Rugna y Fabián Forte intentaron construir un film distinto, una especie de tríptico en el que el humor negro y el horror se diesen la mano con lo absurdo. No era tarea fácil salir indemne de esta extraña experiencia para la que ambos realizadores se apoyaron en la truculencia, en la maldad a flor de piel y en situaciones que se extralimitan en cuanto a sangre y torturas. La intención de los realizadores, sin embargo, se vio bastante frustrada frente a un guión por momentos confuso que procura acercarse a ese tipo de películas que tan bien digieren los espectadores acostumbrados a esta temática, en la que no faltan ni esos personajes extraños con intenciones de matar a todo lo que se pone a su paso ni esas secuencias tan repetidas en films gore que durante años inundaron la cinematografía norteamericana. El elenco trató de poner su pericia a esa cantidad de personajes que aportan sus rostros desencajados y sus manos siempre dispuestas a esgrimir las armas más insólitas, pero apenas consigue exagerar cada una de sus acciones. El equipo técnico luchó con cierta calidad por brindar una fotografía tan tenebrosa como las historias mismas, mientras que la música apoyó todas las secuencias con un ritmo oscuro y redundante. Malditos sean! queda, pues, como una película que lucha por lograr su objetivo, es decir aterrorizar sin miramientos y posiblemente se convierta, con el paso de los años, en una producción de culto.