Alegres aventuras de un payaso La televisión y el teatro hicieron de Piñón Fijo un personaje dicharachero y simpático que muy pronto se ganó el favor de los niños que vieron en él a un payaso que relataba amenas aventuras y entonaba pegadizas canciones. El cine, pues, no podía dejar pasar la oportunidad de mostrarlo en la pantalla grande, y así surgió este film que relata una original trama en la que Piñón Fijo, único personaje humano de la historia, siempre acompañado por su fiel amigo Cabrito, se verá de pronto inmerso en una alocada misión cuando el grillo Cri Cri le pide ayuda para salvar a sus compañeros del bosque, que son asediados por el malvado Cuis, que desea empañar la popularidad de Piñón Fijo. Éste acepta ayudar a sus nuevos amigos y, juntos recorrerán una serie de mágicas travesuras en las que el payaso pondrá en juego toda su astucia para salir indemne con su plan, al son de esos temas musicales ya tan conocidos por sus seguidores. Los directores Luciano Croatto y Francisco D'Intino, basados en un entretenido guión, lograron su propósito de divertir a los pequeños espectadores al compás no sólo de la gracia de Piñón, sino también de esos animalitos dibujados con indudable pericia por un equipo artístico que supo conjugar la presencia humana del protagonista con las graciosas andanzas de sus cómplices animados. Los admiradores del payaso se divertirán, sin duda, con sus canciones y con esa picardía que emana de su amplia sonrisa y de sus cálidos relatos. Lo técnico, rodado con gran imaginación por el director de arte Mauricio Martínez, se da la mano con la soltura de ese payaso siempre dispuesto a ayudar a los necesitados al compás de la música y de la gracia en cada una de sus intervenciones. Todo en el film es, pues, entretenido y por momentos alocado y está servido, como sabroso plato, para que los muchos admiradores de Piñón Fijo puedan ahora, desde la pantalla grande, proseguir por ese sendero de aplausos que hizo de este payaso un ícono del mundo infantil.
Melodrama sin emoción Tengo ganas de ti (España/2012) . Dirección: Fernando González Molina / Guión: Ramón Salazar, basado en la novela de Federico Moccia / Fotografía: Xavi Jiménez / Música: Manol Santisteban / Edición: Irene Blecua y Verónica Callón / Elenco: Mario Casas, María Valverde, Clara Lago, Álvaro Cervantes, Marina Salas / Distribuidora: Alfa Films / Duración: 127 minutos. Nuestra opinión: mala En 2010, el director español Fernando González Molina rodó 3 metros sobre el cielo , film nunca estrenado en la Argentina, en el que una pareja de jóvenes vivía un apasionado romance hasta que ella decidía finalizar esa relación. ¿En qué situación anímica quedaba el protagonista? Tengo ganas de ti se convierte así en una secuela de aquella historia desde el momento en que Hache, el novio frustrado, vuelve a su tierra barcelonesa tras una temporada en Londres, donde se había refugiado del recuerdo imborrable de aquel amor. Mientras el joven procura reconstruir su vida, Gin, una chica de espíritu libre y vital, le hace creer que es posible revivir aquella magia del pasado. Entre ambos nacerá de pronto una atracción que se verá interrumpida por una serie de acontecimientos domésticos que pondrán a prueba esa relación. Inesperadamente aparece en escena Babi, aquella antigua novia, y todo en la vida de Hache comienza a desmoronarse. Montado en su veloz motocicleta deberá enfrentarse con una serie de conflictos que, poco a poco, van ensombreciendo la trama, hasta un final inesperado. El realizador se apoyó para contar esta historia en un guión sin fuerza ni emotividad, y así las peripecias de Hache conducen a la acción a un sinfín de arbitrariedades que complican todo el andamiaje de estas aventuras y desventuras que ese joven (y de los espectadores) deberán dilucidar entre la monotonía y la total falta de lógica de todo el entramado. Así el film se convierte en un melodrama sin atenuantes protagonizado con muy poca convicción por Mario Casas (un galancito muy de moda en España), al que secunda un elenco que hace todo lo posible (y nunca lo consigue) por tratar de convertir en creíbles sus personajes.
Un drama sin lógica ni emoción Sebastián vive una crisis matrimonial y decide hacer un viaje hacia algún punto desconocido. El destino o la casualidad lo hacen detenerse en un pequeño pueblo y allí conoce a Mariela, una niña que lo cree un enviado de Dios y les miente a todos diciéndoles que él es su tío y que ha llegado para hacerse cargo de ella. Carente de afecto, Sebastián comienza a relacionarse con la pequeña y así se entera de que el padre de ésta se suicidó y que Barrera, el hombre fuerte del lugar, quiere adueñarse de la hostería, herencia familiar de la muchacha. Es casi imposible lo que el director Dieguillo Fernández se propuso con éste, su primer largometraje, ya que todo en la trama cae en lo absurdo y en lo incomprensible. Nunca se sabe bien el motivo por el cual el arquitecto lleva siempre en su cintura un cuchillo ni por qué la encargada del lugar, al parecer ex prostituta, es gemela de una mujer mansa que, sin embargo, esconde varios secretos y ni siquiera se puede adivinar un duelo final, la aparición de una caja misteriosa y la existencia de un extraño aparato que atraerá a un gigantesco enjambre de abejas. Los rubros técnicos no pueden salvar del naufragio a este film destinado a un pronto olvido.
Secretos bien guardados Una noche de lluvia y un caserón derruido son los escenarios para un extraño velatorio. Allí, junto al féretro, hay sólo un hombre con la mirada extraviada y una enorme quietud, aunque sin embargo no tardarán en llegar al lugar dos individuos que no lo conocen ni se conocen entre ellos. El trío, casi como con una mínima señal, comienza a jugar al truco y entonces se producirá el diálogo, un diálogo que revelará secretos bien guardados. Fernández, uno de los integrantes de ese trío, es un escritor que relata la historia de Laura, alguien que lo entrevistó tiempo atrás en una biblioteca y con quien se involucró en un extraño juego sexual. Santos cuenta su relación con Sofía, una antigua amante y esposa de su íntimo amigo que lo pone a prueba en situaciones límite. Villalba, el tercero de esos hombres, relata el momento en que era chofer de un colectivo y conoce a Rosita, una joven a punto de quedarse ciega y que pretende seguir viendo a través de su imaginación. ¿Quién de esas tres mujeres es la que está al lado de ellos en el momento de su adiós? El novel director Pablo Bucca supo, sin duda, extraer de su guión ese clima tétrico poblado por fantasmales apariciones en que las tres mujeres (buen trabajo de Viviana Saccone) se imbrican en la existencia de esos hombres ahora taciturnos. Con cierto aire teatral, lo que no impide que la anécdota se siga con atención, el realizador necesitaba de un elenco que anudase cada uno de los personajes y logró su propósito, ya que tanto Eduardo Blanco como Alejandro Awada y Oscar Alegre supieron dar a sus personajes el misterioso sabor de sus antiguas aventuras.
Cuando la infancia se asemeja a una pesadilla En el Perú de la década del 80, cuando la violencia terrorista agita ese país, Cayetana, una niña de 9 años, vive con su madre en una casa aislada y rodeada de sombríos campesinos a los que ella espía con mirada torva y sonrisa maliciosa. Hija de padres separados, la pequeña está sola y aislada y crece al amparo de dos solícitas empleadas. Su madre se halla casi siempre estudiando en el extranjero, y su padre, un impenitente donjuán, va en su busca cada vez con mayores intervalos. Para completar su soledad, Cayetana crea un mundo fantástico lleno de héroes nacionales caídos en los campos de batalla y mártires cuyas imágenes atesora en láminas como fetiches y a quienes recurre cada vez que sufre una crisis. Ella es inteligente, pero con una personalidad oscura y distorsionada, y ronda sin sentido por esa casona perteneciente a un sector de la clase alta limeña en proceso de deterioro. Cuando su madre regresa de un largo viaje anunciando que está embarazada, el frágil mundo de Cayetana se desmorona. La directora Rosario García Montero logró con este film, seleccionado por Perú para los Oscar 2013 en el rubro mejor película extranjera, retratar con mano maestra el casi trágico derrotero de esa nena que fantasea en su soledad, que mira con ojos inquisidores a todos y a cada uno de quienes la rodean y que concibe a la muerte como su opción ante el futuro. La realizadora dejó de lado el simple melodramatismo para narrar una trama que llega, desde la personalidad de Cayetana (un excelente trabajo de Fátima Buntink), hasta los más hondos pliegues del sentimiento y de una realidad contaminada por el miedo y la soledad.
Melodías de un amor prohibido Poeta de las cosas simples, José María Contursi fue, sin duda, uno de esos hombres que hicieron inmortal el tango. Su vida estuvo signada por el dolor y, también, por restos de felicidad cuando, a pesar de estar casado, se enamoró perdidamente de Gricel, una muchacha de 16 años que vivía en la localidad cordobesa de Capilla del Monte y pasaba sus días entre concursos de belleza y clases de piano. Ella fue la inspiradora de su tango "Gricel", y aunque el romance entre ambos se cortó de improviso Contursi se obsesionó con el recuerdo de su amada y, de allí en más, cada uno de sus temas habla de desengaño y desdicha. En torno de esta historia, Manuel, un cantante lírico, se dispone a componer una ópera que hable de ella. Así, y con la necesidad de ahondar más en ese amor, recorre salones de tango en los que las piezas de Contursi le brindan la necesaria inspiración. Sus pasos lo llevan también hasta Capilla del Monte, donde antiguos pobladores recuerdan a Gricel y lo obligan a conversar con personajes más autorizados en materia tanguera. El film comienza a perfilarse como un documental que se mezcla con la ficción a través de ese cantante (inexpresivo trabajo de Pablo Basualdo). Un par de tangos de Contursi van otorgando al film un aire melancólico que el director Jorge Leandro Colás ( Parador Retiro ) supo capitalizar. Una cámara siempre dispuesta a recoger con calidad los lugares en los que ese amor se cristalizó con enorme fuerza (desde las serranías cordobesas hasta los más típicos lugares porteños) convierte a esta producción en el recuerdo de un poeta que, desde su inspirada pluma, cantó a lo más profundo de la pasión, de esa pasión en la que Gricel fue su figura romántica y su necesidad de convertir el amor en tiempo de tango.
En busca de la felicidad En Colombia, el pueblo vive (o sobrevive) con labores que dejan apenas un pequeño margen para comer, pagar alquileres y educar a los hijos. En ese micromundo se desarrolla la vida cotidiana de Porfirio, un hombre de bigote incipiente y labios gruesos que debe desplazarse en una silla de ruedas, que para él es no sólo el soporte de su cuerpo, sino también el apoyo de cada una de sus acciones. Con un teléfono celular que pende de su cuello y al que alquila a sus vecinos para todo tipo de llamadas, Porfirio desea que el Estado lo apoye en la aventura casi quijotesca de lograr que contemplen su estado físico y lo ayuden económicamente. Pero ese Estado es sordo y burocrático, y ese hombre deseoso todavía de ser útil decide tomar la justicia por su propia mano y por medios nada convencionales. El director y guionista brasileño Alejandro Landes, que con Cocalero (2007), su primer largometraje, logró importantes premios internacionales, sitúa su acción dentro de ese marco de terror que vive el pueblo colombiano y del que Porfirio es un claro exponente. Siguiendo el derrotero cotidiano de su protagonista, el realizador se detiene en momentos aparentemente callados, banales entre la tragedia y lo humorístico. Rodada con medios artísticos y técnicos que dejaron de lado lo grandilocuente y lo melodramático, Porfirio es, a la vez, un film simple en su capa externa y duro en la pintura de ese hombre que deja pasar sus días con el convencimiento de que, alguna vez, alguien lo mirará con ojos compasivos y comprenderá su dolor y su deseo de ser útil a pesar de sus piernas muertas. El elenco logró hacer de esta trama un bello retrato de alguien que desea seguir sirviendo a los demás y un abrazo fraternal a todos quienes están persiguiendo un sueño al parecer inalcanzable. La guerra colombiana es, aquí, el marco de esta historia. Pero el eje principal es ese Porfirio que lucha por ponerse de pie y gritar un triunfo que tiene escondido en su garganta desde hace mucho tiempo.
Pintores por las calles porteñas Los artistas plásticos no sólo transitan por las importantes galerías desde donde reciben los aplausos de sus críticos y admiradores. Están, también, en las calles de Buenos Aires, donde, casi anónimamente, trabajan en sus obras. Precisamente este documental fija su óptica en un grupo de pintores que viven en Floresta, en Monte Castro, en Versalles, en Villa Luro, en Villa Real y en Vélez Sarsfield, donde desde sus atelieres imprimen todo el colorido, la nostalgia y la pureza de esos espacios porteños. Estos artistas -algunos de gran renombre, como Antonio Pujía- cuentan aquí sus vidas ligadas al arte y tratan temas como el aprendizaje constante, el legado de sus maestros, la influencia del barrio, sus similitudes y divergencias, las dificultades económicas de la actividad artística y la necesidad de ser queridos. Éstos son los temas que el director Fernando Romanazzo trató en este film cálido y por momentos emotivo, sobre todo cuando su cámara enfoca esos lugares en los que pintores sin grandes nombres, amas de casa con inquietudes artísticas y jóvenes que dejan sus indelebles marcas personales en murales que adornan esas casas todavía con olor a nostalgia hablan de sus vidas signadas por la vocación de la paleta y de los pinceles. El joven director logró así trasladar a la pantalla grande los sueños y las ilusiones de esos hombres y mujeres que posiblemente nunca saldrán de su anonimato, porque para ellos pintar es un modo de ser felices, de dejar de lado las amarguras diarias, de extraer de su corazón las cosas más sencillas que los rodean todos los días. Bello documental, sin duda, porque está realizado sobre la base de lo humano y de lo tierno, de lo vocacional y de lo sincero. Una música con aire aporteñado acompaña a estos seres que viven para la pintura y no de la pintura, mientras que una fotografía que, como no podía ser de otra manera, refleja con aires de coloridos pinceles estas simples historias con sabor a ternura y a humanidad. Al film se suma Boteros, de Martín Turnes, una radiografía de 20 minutos de duración que relata la existencia cotidiana de esos hombres rudos que, con sus botes, trasladan a los pasajeros en viajes de ida y vuelta desde la isla Maciel hasta la capital en tránsitos que ya van quedando en el olvido barridos por el moderno puente que une esos dos espacios geográficos.
En busca de la esperanza La existencia de Leo parece no tener contrariedades. El y su esposa María esperan su primer hijo, están a punto de mudarse de vivienda para que el vástago nazca en la ciudad natal de la madre y ambos sueñan con un futuro pleno de felicidad. Pero el destino le tiene deparada una amarga sorpresa a Leo: su padre necesita con urgencia un trasplante de corazón y ello retrasa el viaje de la pareja, ya que ese muchacho ahora angustiado le brinda su casa como refugio a la espera de ese trasplante y, al mismo tiempo, se hace cargo de la empresa familiar. Historia por momentos coral, Otro corazón habla de la necesidad de comprender a los demás en los momentos más difíciles de la vida, en el amor que se necesita para soportar las más crueles enfermedades y en la dedicación que los seres deberán aportar para que los suyos puedan escapar de los instantes más críticos de sus vidas. El director y guionista Tomás Sánchez no se dejó tentar por el melodrama sino que supo, con calidez y cierta dosis de humor, narrar las vicisitudes de su protagonista -muy buen trabajo de Mariano Torre- en medio de ese mundo en el que todo parece desmoronarse. Eje del relato El hijo recién nacido y el padre necesitado de un nuevo corazón se transforman así en el eje de este relato que deja en descubierto lo más íntimo de ese protagonista dispuesto a una lucha constante por salvarse de caer en el más hondo pozo de la depresión. Todo ello está logrado por el novel director que apostó a lo entrañable y pudo salir airoso de su cometido. Elena Roger, Fabián Gianola, Lito Cruz, Betiana Blum y Beatriz Spelzini acompañaron con enorme convicción a ese joven envuelto en su problematizada existencia, pero sin duda es la labor de Carlos Moreno como el optimista padre que necesita otro corazón la que se destaca con mayor nitidez de este elenco de primeras figuras. No menos impecables son los rubros técnicos (excelente fotografía de Marcelo Iaccarino y una exacta banda musical de Javier López del Carril) convierten a este film en un canto a la vida.
Un secreto de sangre El film narra la existencia de Ana y de Laura, dos hermanas de la vida que se han separado para seguir distintos caminos. Tras una llamada telefónica en medio de la noche, ellas volverán a verse en un amplio paisaje montañoso (la película fue rodada en Tucumán) y el ansiado reencuentro estará signado por la alegría, pero también por un peligro que merodea a su alrededor y que ninguna quiere nombrar. Alrededor de este secreto transitarán Roberta y Juan, hijos de ambas mujeres, quienes inesperadamente descubrirán el secreto de amor y de sangre que las une. La realizadora intentó radiografiar hondamente estas relaciones, pero a pesar de sus buenas intenciones la historia se va sumiendo en una serie de circunstancias que por momentos se hacen imposibles de descifrar. Algunos personajes recorren la trama con tanto misterio que es casi imposible para el espectador deducir qué hacen allí, mientras los restantes acuden a excesivos diálogos que terminan por convertir la película en algo monocorde y reiterativo. El dúo protagónico -buenas labores de Roxana Blanco y de Victoria Carreras- desea ser feliz a pesar de todo y no pierde el humor aun en las circunstancias más dramáticas, pero nunca queda en claro qué se esconde tras esos rostros y esas ansias de las dos mujeres de reencontrarse tras la larga ausencia. Tampoco es muy creíble el escenario en el que se desarrolla la acción de El sexo de las madres . Es bastante difícil de comprender las razones de la directora para mostrar de este modo una problemática tan comprometida como es la de la violencia de género. Como intención, se le debe acreditar a Alejandra Marino la idea de llevar a la pantalla este tan árido tema, pero el resultado final quedó a mitad de camino.