Automovilismo, pasión y recuerdos La Buenos Aires-Caracas era la niña bonita de las carreras latinoamericanas de automovilismo y trató (y lo consiguió) unir en esa competencia y dentro de un mismo recorrido, a la Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador y Venezuela. Esta hazaña tuvo lugar en 1948 e intervinieron en ella nombres tan prestigiosos de ese deporte como Juan Manuel Fangio, los hermanos Gálvez, Domingo Marimón y más de cien pilotos que, a fuerza de coraje, cubrieron 10.000 kilómetros de la carrera entre metrópolis, pueblos desconocidos y caminos de tierra mezclados con avenidas. Cuando aún no existía el París-Dakar, este puñado de hombres transitó durante 20 días y en 14 etapas esos largos trayectos muchas veces tratando de eludir accidentes (aunque los hubo, y graves) y siempre atentos a que sus pies pisasen el acelerador a fondo. El director Andrés Cedrón posó su atenta mirada en esa hazaña y, sobre la base de una larga investigación, recurrió a antiguos materiales fílmicos, a diarios y revistas de la época y a diversas filmaciones en las que reconstruye en el presente ese episodio ocurrido hace 64 años, y da así a conocer una epopeya extraordinaria en la que esos héroes del volante cubrieron con honor y valentía. Pero Cedrón no se conformó con llevar a la pantalla esos episodios, sino que reunió a varios veteranos pilotos que, entre la pasión y los recuerdos, hablan de esa carrera con la emoción a flor de piel. El documental va descubriendo también la historia, social, política y cultural del continente, en la que no están ausentes el golpe militar en Perú y la presencia de Perón en la partida y la llegada de la carrera. Con una impecable fotografía, una excelente música de "Tata" Cedrón y una cámara atenta a cada una de las etapas de la competencia, que resignaron la gloria del triunfo por el honor de socorrer a sus compañeros de ruta.
Largo camino hacia la nada La vida cotidiana de Eloy, un joven notificador del Poder Judicial, es bastante aburrida. Todos los días debe recorrer domicilios y negocios para entregar esas cédulas que siempre llevan malas noticias para sus destinatarios, y así este muchacho algo introvertido conocerá a personas extravagantes y casi siempre dispuestas a recibirlo con el ceño fruncido. El novel director Blas Eloy Martínez apuntó con su film a radiografiar a un ser solitario que pretende algo más de la vida, pero su intento se convierte en una historia que naufraga a medida que el protagonista reitera las visitas y trata de sacar de ellas algo positivo. Con algunas primeras secuencias prometedoras, la trama no tarda en caer en monótonas reiteraciones que alargan el relato que va perdiendo interés, pese al esfuerzo de su realizador por insertarse en lo más profundo del alma de su personaje. Así, con más pretensión que calidez, el camino de Eloy nunca logrará la propuesta de un director que, como Blas Eloy Martínez, ansió pintar a un ser alienado por su cotidianeidad. Tampoco el elenco ayudó demasiado para elevar la historia, ya que la labor de Ignacio Toselli, de rostro imperturbable asediado por primeros planos; de Guadalupe Docampo, una muchacha que pasa sin pena ni gloria por el guión, e Ignacio Rogers, ese amigo al que la trama podía haberle dado más autenticidad, caen en repetidos gestos y en por momentos soporíferas situaciones. Los rubros técnicos no pasaron más allá de cierta prolijidad y así El notificador queda como un film que requería una mayor emoción.
Cuando el destino nos da una lección Muchas veces el destino aparece como una luz en el camino de esos seres que se ven arrinconados en alguna encrucijada de la que, aparentemente, no pueden escapar. Como Manolo, un hombre en plena crisis ya que la rutina de su trabajo le resulta asfixiante y su matrimonio con Beatriz está al borde del caos, que ve que su presente y su futuro no son para nada halagüeños. Pero este cuarentón aburrido y desencantado comienza a tener extrañas visiones: hacia donde mire se le aparece la figura de una mujer gorda que lo observa fijamente. A esto se suma un accidente, tan tonto como inesperado, que lo obligará a ir a un hospital, donde los especialistas tratarán de descubrir los motivos de esa permanente obsesión. Allí, en este lugar en el que los enfermos tratan de aferrarse a la vida, Manolo conocerá por azar a Antonio, un muchacho de 15 años nacido en las islas Canarias que padece de cáncer aunque posee, sin embargo, una vitalidad contagiosa y un espíritu de superación impresionante. El hombre comenzará una amistad con el joven. Una amistad que le irá abriendo las puertas de una senda en la que irán quedando atrás sus resquemores y sus angustias, un camino, en fin, que le permitirá ver que no todo es negro ni falto de soluciones. La relación de ambos pronto implicará a todos quienes se cruzan en sus vidas. La madre de Manolo, aburrida de su encierro en un geriátrico que adopta a otra anciana como su doncella; un tierno mexicano que reparte comida a domicilio; la sufrida madre de Antonio y una muchachita hermana de uno de los pacientes del hospital, todos ellos se unirán a Manolo para que ese chico condenado por la enfermedad sea lo más feliz posible en sus últimos días de vida. Historia a primera vista dramática, lo que ocurre en ella nunca llega al melodrama altisonante ni cae en los golpes bajos. Paco Arango, su director y guionista, se basó en un hecho real al que dotó de enorme optimismo, de certeras pinceladas de humor, de calidez en cada uno de sus personajes, de una esperanzadora mirada hacia el futuro. A cada paso del relato, Manolo va comprendiendo que el amor puede trasponer las más difíciles barreras y su acercamiento a Antonio, ese joven que siempre tiene a flor de piel una sonrisa solidaria, lo va convirtiendo en un hombre nuevo. Así, y poco a poco, todos estos personajes, más un solitario vecino y una fantasmal enfermera se unirán en una cena de Nochebuena en la que todo será alegría, una alegría que ni la misma proximidad de la muerte puede desbancar. Maktub , título original del film, es una voz árabe que significa "lo que está escrito". Y aquí lo que está escrito es esa enorme fuerza que hace de Antonio un ser que es querido y comprendido, y de Manolo alguien al que las penurias del pasado quedaron tan atrás que él ya las ha olvidado. La trama está urdida con enorme emoción, con una enorme autenticidad en sus diálogos y en sus situaciones y está, además, interpretada por un excelente elenco. Diego Peretti hace una emotiva composición de ese Manolo que ve cambiar su rumbo al son de la amistad, mientras que Aitana Sánchez Gijón, Goya Toledo, Rosa María Sardá, Amparo Baró y el resto del reparto supo unirse con convicción a esta especie de canción a la vida. Pero sin duda es la labor del joven Andoni Hernández quien se lleva los más estruendosos aplausos, ya que con una simple mueca, una sonora carcajada o un gesto tan imperceptible como sincero da cuerpo a ese ser que, tan cercano a la muerte, sabrá vivir sus últimos días con la ilusión de haber sido feliz. Los rubros técnicos apoyaron con calidad este entramado que habla de la muerte pero que, sin embargo, sobresale de él la ilusión de vivir sin temores y sin angustias.
Film cálido y auténtico sobre los afectos La época de la dictadura en la Argentina sigue dejando hondas huellas en hombres y mujeres que todavía hoy tratan de descifrar episodios que los marcaron para siempre. Uno de esos seres es Ernesto, que a sus 36 años decide retornar a la Argentina proveniente de Alemania, donde vive desde pequeño, llevado allí por sus abuelos tras la desaparición de sus padres. Llega para hacerse cargo de los negocios que su abuelo mantenía con empresas dedicadas a la lana, y al llegar al aeropuerto los recuerdos del último momento con sus padres comienzan a apoderarse de él. Son rápidos y pequeños flashes desordenados e incomprensibles que lo afectan hasta provocarle desmayos. Ya instalado en Buenos Aires, el primer paso de Ernesto es visitar a un viejo amigo de su abuelo, quien le obsequia una fotografía en la que se encuentra posando junto a sus abuelos y a su padre. Detrás se ve una casa de campo sobre cuyo portón se lee la palabra Schafhaus. Casi con un pie en el avión para volverse a Alemania, Ernesto toma una rápida decisión: alquilar un automóvil y viajar hacia Trelew, ese lugar patagónico en el que espera hallar las respuestas. Amistad Ernesto va conociendo poco a poco a esas personas que le brindan su amistad y que, supone, lo guiarán hacia esa casa de campo. Apasionado por un libro que halló por casualidad, Ernesto desea conocer a la autora (una muy buena labor de María Fiorentino), y ella le irá descubriendo todos los secretos de su familia. El director Alberto Masliah logró su propósito de emocionar al seguir el recorrido de Ernesto y al mostrar a ese pequeño grupo que lo rodea y que, en definitiva, lo convencerá de que los recuerdos amargos pueden ser borrados, ya que la vida debe seguir su curso al lado de otras personas y de otras escenografías. Con un elenco de parejos méritos (son dignos de destacar los trabajos de Sergio Surraco, de María Lía Bagnoli y de Bernarda Pagés), con una excelente fotografía que capta con poesía los paisajes patagónicos, y con una música que va desgranando sus notas al compás de la historia, el film convence por su autenticidad. Lo que no es poco para una producción nacional hecha sobre la base del esfuerzo y de la tenacidad de sus responsables.
La seducción del poder, el robo y la codicia El deseo incontrolado de subir los escalones del poder se convierte muchas veces en un transitar por una cornisa que puede llevar al hombre a cometer las más insólitas e inesperadas acciones. Esto es lo que le ocurre a Roger, un bribón, respetado y exitoso cazatalentos de Noruega. Casado con Diana, bella propietaria de una galería de arte, vive en una confortable casa de campo y nada parece faltarle. Claro que para poder mantener esa vida se dedica al robo de valiosos objetos artísticos. Cuando conoce a un millonario que posee una colección de cuadros, la codicia lo transforma en un ser dispuesto a todo para robarle a su reciente amigo, tan pícaro y audaz como él, una obra de arte de valor incalculable, y ambos comienzan entonces a hacer gala de sus respectivas astucias. El guión, adaptado de un best seller del escritor británico Jo Nesbo, posee todos los buenos aditamentos de ese tipo de thrillers de acción y suspenso que, a la par que entretienen, se condimentan de personajes de extrañas psicologías. Esto lo tuvo muy en claro el director Morten Tyldum que en 2003, y con su opera prima Buddy , presentó al público una nueva generación de actores, convirtiéndose así en un punto de inflexión en la reciente historia cinematográfica noruega. El elenco se plegó a la trama con gran habilidad, y sobresalen Aksel Hennie, uno de los actores más populares de Noruega, y el danés Nikolaj Coster-Waldau, popularizado mundialmente por la serie Game of Thrones
La vieja receta del cine de suspenso Cuando Sarah, su padre y su tío llegan hasta una sombría mansión levantada en un paraje solitario, no es difícil adivinar que dentro de esa casa ocurrirán cosas extrañas. Y efectivamente ocurren. La muchacha descubre primero un misterioso agujero en la pared, luego escucha siniestros gemidos y poco después advierte que sombras pasan raudamente frente a sus ojos. La historia repite la vieja receta a la que tantas veces recurrió la cinematografía norteamericana en este género: suspenso, sustos, algo de sangre, un misterioso pasado y un final que intenta ser esclarecedor. Remarke del film uruguayo La casa muda, de Gustavo Hernández (2011), esta nueva versión poco agrega a aquella producción casi olvidada, ya que las directoras se dejaron tentar por describir la trama en tiempo real presentada como un plano secuencia en el que la protagonista sufre todo tipo de persecuciones. Lo que nunca logran es el suspenso que el entramado requiere y en su búsqueda abusan de los primeros planos del rostro de Sarah. La labor de Elizabeth Olsen es, sin duda, lo más atractivo de la película, ya que todo el peso de la anécdota recae sobre ella, mientras que el resto del reparto, la música y la fotografía no escaparon a la mediocridad de este entramado que, posiblemente, tenga algún interés para los fanáticos del género.
Esperar sin esperanzas Abonar cierta suma de dinero para que alguien ocupe un lugar en alguna de esas interminables filas en las que muchos hombres y mujeres esperan turno para realizar trámites es algo que ya se volvió cotidiano. Y tan cotidiano que muchos desocupados deciden hacer de esa tarea un negocio que, en definitiva, les da una ganancia que apenas les permite vivir con cierta comodidad. Uno de estos "servidores públicos" es Félix Cayetano Gómez, un hombre que nació exactamente un 7 de agosto, Día de San Cayetano, patrono del trabajo, y que frente a una situación extrema, y al no poder conseguir una situación laboral más rendidora, se presta diariamente a acomodarse en esas colas para sustituir, en las largas horas, a aquellos que aguardan turno para resolver problemas burocráticos o lograr un buen lugar en funciones teatrales o cinematográficas. Félix vive con una mujer que se somete a sus caprichos (un buen trabajo de Ana María Picchio) y, junto con sus colegas, sueña con formar un sindicato que proteja los derechos de esos "trabajadores", y con sus casi nulos ahorros fantasea con viajar a París para reencontrarse con su hija Yanina. Los directores y guionistas Enrique Liporace y Ezequiel C. Inzaghi posaron sus atentas miradas en esos seres angustiados que se esfuerzan por salir adelante en medio de un micromundo en el que día a día les devora sus más íntimas ilusiones. De esta manera, La cola se transforma en una gran metáfora que refiere a una Argentina letárgica. Si por momentos el film cae en algunas reiteraciones, no son ellas las que impiden descubrir en esta historia un soplo de calidez, una ráfaga de amor, un sólido afán por mostrar, quizás, el otro lado de las cosas cotidianas que, muchas veces, pasan inadvertidas por la mayor parte de la gente. Los realizadores tuvieron en Alejandro Awada a un actor de enorme capacidad para ponerse en la piel de ese Félix que, finalmente, descubrirá que el problema y la solución no es ser "el último en la cola", sino saber qué se puede esperar cuando se deja de esperar. Por el elenco transitan también, en breves y sustanciosas apariciones, Antonio Gasalla, Alberto Anchart y el propio Liporace, a los que se une una meritoria participación de Lucrecia Oviedo, como esa hija que trata de vencer a la adversidad a través de la mentira
Deconstruyendo al western clásico Rodar una película no es tarea fácil, y menos si es un western . Esto lo sabe muy bien Sergio, un director de cine español que con su guión ya escrito recorre las oficinas de varios productores para interesarlos en el proyecto, pero la negativa es feroz. ¿Qué hacer con esta historia por la que él siente tanta pasión? ¿Cómo resolver el problema de concretar esa obsesión? Finalmente decide viajar al norte de Chile para tratar de buscar allí la inspiración necesaria para reescribir esa historia que siempre soñó. Pero al llegar al desierto de Atacama, comenzarán sus dificultades. Los pocos pobladores lo observan con mucho temor desde las puertas de sus desvencijadas viviendas y él no comprende el rechazo. Sin embargo, su estupor será mayor cuando alguien lo llama Diego. ¿Quién es Diego? Un criminal que dejó un tendal de muertos y, como si esto fuese poco, tuvo relaciones sentimentales con la esposa del hombre más poderoso de la zona. El director Diego Rougier elaboró con calidad y originalidad un entramado que va creciendo en intensidad a medida que Sergio es hostigado hasta verse convertido en un antihéroe. Indudable admirador de los films de Sergio Leone, el realizador consiguió dotar a su anécdota de ese clima de violencia y de cierto misterio que poseen algunas de las más emblemáticas producciones norteamericanas inscriptas en el western . Sal es un desafío del que Diego Rougier sale airoso y para ello contó con los muy buenos trabajos de Fele Martínez, Patricio Contreras y Javiera Contador. Conviene mantener en secreto el final, que incluye un duelo en el que intervienen sus protagonistas centrales y remite a la escena culminante de A la hora señalada , ese inolvidable film que quedó como emblema del género.
Sin caer en lo macabro, el film cumple su cometido Desde el comienzo, la trama llama la atención de los espectadores, pues de una caja misteriosa aparece una especie de sombra que mata a su dueña. El guión da de pronto una vuelta de tuerca cuando Clyde, un exitoso entrenador de básquet recién divorciado, concurre con Em y Hannah, sus dos adolescentes hijas, a una feria de venta de los más estrambóticos objetos. Entre ellos está esa caja que llama la atención de Em, quien le pide a su padre que se la compre. El hombre accede y la caja va a parar a la casa de Clyde, donde los fines de semana las dos jóvenes van a pasar unos días con su progenitor y, desde ese momento, la muchacha se obsesiona de manera muy extraña con la caja y a pesar de que los padres, en un principio, no le dan demasiada importancia a este hecho, la existencia de la muchacha se torna cada vez más asombrosa y la pareja teme la presencia de una fuerza malévola. El director danés Ole Bornedal, que ya había rodado La sombra de la noche en los Estados Unidos, supo sin duda otorgar el oscuro clima y la necesaria dosis de suspenso a un guión bien elaborado que nunca cae en lo macabro ni se deja tentar por escenas demasiado escabrosas. Claro que esta película tiene como productor nada menos que a Sam Raimi, creador de una gran variedad de films que van desde la comedia más alocada al terror más gore, y que se recuerda con nitidez por la dirección de la exitosa trilogía de El Hombre Araña . El elenco se desempeñó con corrección, ya que tanto Jeffrey Dean Morgan como Kyra Sedgwick supieron darle la necesaria emoción a los padres de la chica acosada por ese espíritu, pero sin duda es el trabajo de Natasha Calis, como esa adolescente que tortura y es torturada por el fantasma de la caja, quien se lleva los más entusiastas aplausos.
Los pequeños pueblos del interior no son ajenos a la pasión futbolística. El Juventud Unida Fútbol Club se ha convertido en uno de esos equipos que, con sus eufóricos protagonistas, compiten no sólo con los cuadros locales sino que también hacen, de vez en cuando, algún viaje para enfrentar a las escuadras vecinas. El héroe del equipo es José, un humilde cuarentón que, cansado de su empleo público, se aboca a convertir goles para esa escuadra futbolera. Su esposa, Andrea, está deseosa de tener un hijo, pero su marido parece conformarse sólo con correr detrás de la pelota. Pero el destino le tiene reservada una amarga sorpresa, ya que en una revisión médica comprueban que su corazón ya no podrá resistir el esfuerzo que le demanda su deporte favorito. Su club está a punto de descender y Caruso, el técnico del equipo, no lo tiene más en cuenta, y así, él y un par de amigos van al banco de suplentes. Esta historia tan patética como angustiante tuvo en el novel director Juan Manuel D'Emilio a un hábil escrutador de esos personajes anónimos que transitan con convicción por lo que más los conmueve en la vida. Y lo hizo sin caer en el simple melodramatismo, ya que supo salpimentar la trama con trazos de humor. La cámara del realizador supo mostrar las íntimas angustias de su protagonista (un muy buen trabajo de Carlos Issa). Natalia Lobo, por su parte, se puso hábilmente en la piel de esa esposa que, en su intimidad, desea un hijo que ya comenzará a nacer en su vientre, mientras que la fotografía y la música apoyaron con indudable calidad este entramado que habla de las ilusiones frustradas, pero también de la lucha por vencer los palos en la rueda que el destino pone muchas veces en la vida de los hombres.