Javier Torre cuenta con rigor la historia de un perdedor Julio, en torno del cual gira la historia del film, tiene 35 años, un trabajo oficinesco que desprecia, una esposa sumisa y acostumbrada a las humillaciones de su marido y un pequeño hijo que casi todo el día está jugando en la calle o amparándose en su abuela, quien comparte la casa humilde que habita esa familia. Este hombre gris tiene como única diversión las carreras de caballos y los juegos de dados y de cartas, pero el azar siempre le es esquivo. Su mujer, perteneciente a una clase social más alta, lo padece. Un buen día conoce a otro hombre, apuesto, con una apreciable fortuna, con quien comenzará un apasionado romance. Ella, por fin, cree haber hallado la completa felicidad. Pero su destino cambia por completo. Javier Torre y Rodolfo Mórtola, de acuerdo con una novela de Leopoldo Torre Nilsson (padre del cineasta), lograron un guión en el que la angustia de sus personajes asoma en cada escena, en cada detalle y en cada frase. Del grupo sobresale ese Julio desesperado y abandonado, cuyo mundo se derrumba definitivamente La dramática anécdota, sin duda presente en la novela original, tuvo en la dirección de Torre a alguien que supo recorrer con enorme convicción las andanzas de ese hombre que espera, vanamente, que el azar le brinde alguna vez una oportunidad. La dirección de arte tuvo en Catalina Motto a una sagaz vislumbradora de la época, principios de la década del 50, en que transcurre la acción, en tanto que el elenco, del que sobresale el para nada fácil trabajo de Adrián Navarro, estuvo acertadamente apoyado por Romina Gaetani, Mónica Galán y Norma Argentina.
La cinematografía nacional no abrevó con calidad demasiadas veces en nuestro pasado histórico. Revolución viene a llenar ese vacío tan necesario para remontarse al pasado y descubrir a esos personajes que hicieron la grandeza del país a través de sus asombrosas hazañas. Esta vez es San Martín quien transita este relato sincero y lo eleva a la condición de imprescindible para quienes deseen internarse en aspectos de la vida y de la obra del prócer. El comienzo del film se fija en 1880, cuando, en una pensión, un periodista desea entrevistar a Esteban de Corvalán, uno de los últimos hombres vivos que cruzaron los Andes junto a San Martín cuando aquél tenía 15 años y que por saber leer y escribir se convirtió en uno de sus secretarios. La memoria del entrevistado se remonta a los tiempos en los que el Libertador se disponía a acometer el cruce de los Andes a caballo o en mulas desde Cuyo hacia Chile para borrar todo vestigio de la ocupación española. Y aquí aparece la figura del prócer con su valentía, sus dudas, sus temores, su salud quebrada y su notable pericia para sortear los más difíciles obstáculos. El director y coguionista Leandro Ipiña supo resolver con solvencia su propósito, ya que su film encara la historia desde la perspectiva no sólo histórica de San Martín, sino que se adentra en su pensamiento y en su casi escondida voluntad de hacer posible lo que parecía una quimera. Rodada en exteriores de San Juan, la película contó, además, con un enorme esfuerzo de producción, ya que tanto la reconstrucción de la batalla de Chacabuco como el cruce alcanzan picos visuales poco vistos en nuestra cinematografía. Rodrigo de la Serna tuvo a su cargo la misión de ponerse en la piel del prócer y lo hizo con enorme convicción, con medidos gestos y con esa ternura y valentía que, unidas, lograron del actor la necesaria fuerza para salir indemne de su propósito.
En la Francia del siglo XIV, Behemen, un guerrero de gran valentía, emprende una misión: con su amigo Felson y un grupo de acólitos, entre ellos un sacerdote y un joven dispuesto a demostrar su necesidad de servir a la causa, deberán transportar a una muchacha acusada de brujería hacia un lejano monasterio. La travesía de este dúo está poblada de aventuras y desventuras, entre ellas el enfrentamiento con extraños seres que desean interrumpir esa marcha y ante la siempre atenta mirada de esa muchacha que, encerrada en una jaula, no se cansa de repetir que su hechicería no es tal. El director Dominic Sena, el mismo de la trepidante 60 segundos , intentó aquí cierta originalidad en un tema varias veces tomado por la cinematografía norteamericana, y el resultado es un film entretenido con escenas muchas veces cercanas al videoclip. Nicolas Cage parece disfrutar haciendo de caballero templario, aunque a veces su rostro impávido le quita fuerza a su papel, en tanto que Ron Perlman, como su cruzado amigo, no necesitó de demasiado esfuerzo para insertarse en el relato. Como curiosidad, Christopher Lee, animador de tantas producciones de terror, es aquí un deformado cardenal.
Sólida ópera prima de Pablo Yotich Los duros años de la dictadura en la Argentina, tema casi recurrente en la cinematografía nacional de estos tiempos, atrajo también al novel realizador Pablo Yotich. El relato comienza en la actualidad cuando Alejandro, un sacerdote, cree reconocer en Natalia a la hija de un hermano y de su novia desaparecidos durante aquellas décadas de terror. La acción se remonta, entonces, en la memoria del cura, a esos días de 1978, cuando otro de los integrantes de esta familia, Felipe, un militar, recibe la orden de detener a la pareja conformada por su hermano Ernesto y Paloma, su novia embarazada. El remordimiento hace mella en este hombre que, sin embargo, cumple con el mandato. El realizador logra, sin tomar partido, narrar en este relato las vicisitudes de sus personajes de entre los que sobresale la lucha con su conciencia del sacerdote (un impecable trabajo de Juan Palomino) y la necesidad de conocer su identidad de esa joven mujer, que se debate entre la impuesta por la familia que hasta entonces creyó la suya propia y la de sus verdaderos padres. El entramado va logrando fuerza y convicción, méritos sin duda conseguidos por el director en ésta, su primera y prometedora ópera prima. Además de la labor de Palomino, merecen citarse las muy buenas actuaciones de Alejandro Fiore, de Agustina Posse, de Humberto Serrano y de Raúl Rizzo en papeles de enorme envergadura dramática de los que ellos supieron salir indemnes de este nada fácil compromiso. La fotografía y la música, compuesta por Víctor Heredia, son otros fuertes pilares para que este film logre el cálido interés de los espectadores.
Los lazos de sangre, vistos a través de una mirada realista En un antiguo y casi destartalado hotel de Valeria del Mar viven Ernesto, un casi cincuentón duro y estricto; Elisa, su madre, callada e introvertida, y su hermana Betina, una muchacha que desea gozar de su juventud. La vida rutinaria de esa familia dueña del hospedaje se verá de pronto interrumpida con la llegada desde Buenos Aires de Julia, la hija de Ernesto, que tras ocho años de ausencia procura reclamar el amor paterno. Pero ambos esconden secretos trascendentes que no están dispuestos a develar y que entorpecen la relación de esos seres que se mueven en un micromundo en el que las miradas sutiles suplen a las palabras y la cotidianidad parece ser ya un sello que los marca a cada minuto. En busca del mutuo reconocimiento entre Ernesto y Julia, esa familia recorre una senda tan dramática como disparatada que concluirá con un final inesperado. El director Edgardo González Amer, autor de varios libros en los que cuenta historias de encuentros y desencuentros, sin duda su temática preferida, logró aquí un clima casi chejoviano en el que ese grupo familiar se involucra en una serie de situaciones que retratan con patetismo y algunos rasgos de humor la necesidad de estrechar vínculos que hagan de esos seres sin presente ni futuro una unidad que les cuesta asumir. Un elenco ideal El realizador necesitaba un elenco que se adaptase a los caracteres de esos personajes, y así halló en Norma Aleandro, en Oscar Ferrigno, en Valeria Lorca y en Malena Sánchez los actores ideales para convencer de que esa familia en crisis transitase por los más duros y espinosos caminos de sus problematizadas existencias. El film queda así como un sólido retrato de amores y desamores y como un espejo en el que cada uno de ellos vive la existencia a su manera. Por momentos algo monótona en su trama, la historia sin embargo logra conmover por el retrato de esa familia que, sin duda, debe rearmarse para seguir existiendo. Una impecable fotografía y una música de suaves ritmos son otros valiosos elementos de esta sensible comedia dramática que se instala, con un logrado clima, en unas pobres existencias dispuestas a dejar en claro secretos bien guardados y a convencerse de que la unión entre ellos será el único elemento que los volverá a instalar en la ansiada redención.
Un virus mortal amenaza la vida de los vecinos de un edificio porteño que harán lo imposible para sobrevivir y convivir Coco y Pipi forman un moderno y juvenil matrimonio que acaba de mudarse a un elegante departamento. Ella está embarazada y es feliz frente a este acontecimiento, en tanto que él, algo gruñón, trata por todos los medios de ayudar en ese hogar que presagia un alegre futuro. Sin embargo, un aciago día varios individuos ataviados con ropas aislantes les comunican a los sorprendidos vecinos del edificio que éste deberá ser puesto en cuarentena por la aparición de un virus mortal. Rápidamente el aislamiento trae aparejados problemas básicos, como la escasez de víveres y el enfrentamiento de los habitantes de ese lugar, que se convierten en inesperados enemigos, tejiendo alianzas y urdiendo conspiraciones. Frente a estas circunstancias, Coco se ve obligado a realizar una alianza con Horacio, su más próximo vecino, paranoico e inestable, que se dedicará a estar bien pertrechado para defender el contenido de su heladera. Pipi, mientras tanto, observa atónita cómo su marido se transforma en alguien casi salvaje en su afán por enfrentarse con los demás habitantes del edificio, entre los que se halla Zanutto, un hombre mayor que procura, blandiendo una mortal escopeta, solucionar ese encierro que lo ahoga. Así, entre la violencia y la persuasión, Coco y Horacio comenzarán una tarea casi imposible: lograr que la paz vuelva a reinar en esos departamentos cuyos habitantes se ven cada vez más aterrorizados ante el forzado encierro. El novel director Nicolás Goldbart pretendió con su guión armar un puzzle en el que el suspenso, la violencia y algunas situaciones humorísticas ofrecieran la oportunidad de que la cinematografía nacional se interne en el género de la ciencia ficción, pero su intento quedó a mitad de camino, ya que la historia se prolonga demasiado en esas escenas en que Coco y Horacio buscan cómo defender a sus vecinos y cómo salir indemnes de su casi alocada aventura. Teniendo como único escenario ese edificio cercado por la cuarentena, sus habitantes comenzarán a caer bajo las certeras balas de la escopeta de Zanutto, y así la trama se convertirá en una especie de comedia bizarra con intenciones de lograr el interés de los espectadores. Daniel Hendler sale airoso de un papel con bastantes visos de incredulidad, en tanto que Jazmín Stuart, como la esposa, y Federico Luppi, en la piel de ese individuo dispuesto a no dejar títere con cabeza, más la caricaturesca intervención de Yayo, el amigo y cómplice de Coco, componen la plana mayor del elenco. Con mejores buenas intenciones que logros, el realizador procuró construir un entramado en el que el suspenso y la violencia estuviesen presentes en medio de un juego casi perverso, pero el resultado no pudo lograr esos propósitos y así el film recorre con cierta monotonía el camino de esos alocados personajes. Una buena fotografía y una música de adecuado ritmo apoyan esta aventura que pedía, sin duda, algo más de imaginación.
Ashton Kutcher y Natalie Portman, poco convincentes El verdadero amor puede surgir de las situaciones más inesperadas. Y esto es lo que les ocurre a Emma y a Adam, que se conocieron en la escuela secundaria, pero dejaron de verse. Ahora, ya crecidos, ella trata de alejarse de los pretendientes, ya que no desea ningún compromiso formal, mientras que él, dispuesto a convertirse en un guionista televisivo de éxito, jura dejar de lado todas sus conquistas amorosas, ya que su padre, otrora famoso astro de la TV, se vincula románticamente con una de sus ex novias. Cuando él y Emma se reencuentran, se sienten atraídos, pero sólo logran la felicidad en los momentos que pasan juntos en la cama. Allí, según creen, quedan afuera los compromisos. Sin embargo, entre encuentros y desencuentros, comprenderán que el verdadero amor puede ser, también, algo duradero. El director Ivan Reitman, experto en esta clase de comedias, tropezó aquí con un guión que nunca se aparta de las situaciones simples en las que la pareja central vivirá circunstancias reiterativas por una senda que pretende ser picaresca. Como casi siempre en estos films de enredos, tanto Emma como Adam se rodean de amigos que aconsejan, de familias escandalizadas por los amoríos transitorios y, aquí, por un padre donjuanesco encarnado con poca convicción por Kevin Kline. La pareja central, integrada por Natalie Portman y Ashton Kutcher, procura dar cierta verosimilitud y simpatía a sus personajes, pero ambos caen en una interminable redundancia de gestos, sonrisas forzadas y diálogos sin mayor gracia.
Buen trabajo técnico y cierto humor negro en un guión escabroso y sorprendente Las pirañas, esos peces devoradores de carne humana que ya demostraron su temible poder en un film rodado en 1981 dirigido por James Cameron, están de vuelta en la pantalla, esta vez en 3D. La nueva historia tiene como escenario un tranquilo balneario de Arizona que se llena de turistas. Luego de un súbito temblor submarino, quedan en libertad decenas de peces prehistóricos carnívoros cuya mayor debilidad son los seres humanos, y será entonces cuando un grupo de forasteros que ni siquiera se hubieran saludado en circunstancias normales se unirán para no caer en los afilados dientes de las inesperadas criaturas. El director Alexandre Aja supo, a pesar de los convencionalismos del guión, construir una trama en la que no faltan escabrosas escenas, litros de sangre, cuerpos destrozados y continuos gritos de horror. Por momentos la historia no deja de lado cierto humor del tinte más negro, y así las aventuras de ese grupo de jóvenes que intentan salvar a sus amigos se dejan arrastrar por el nerviosismo de sus sádicas escenas y deberán enfrentar a esos peces que nunca se cansan de alimentarse con los que poco antes eran felices turistas. Casi sin olvidar sus travesuras en la saga Volver al futuro , Christopher Lloyd se pone en la piel de un extravagante estudioso de la fauna marina, al que el grupo de rescatistas expondrá esa sucesión de terribles hechos. Elisabeth Shue, Adam Scott y Jerry O'Connell, por su parte, aportaron la necesaria convicción para ilustrar esta historia con final sin duda sorprendente.
Con esta historia, la cinematografía belga se suma a las producciones de dibujos animados en 3D, y lo hace a través de una trama tan simple como tierna que, sin duda, atraerá a los pequeños espectadores. El relato se desarrolla en torno de Sammy, una tortuga marina que decide recorrer el océano para hallar a Shelly, el amor de su vida, a quien perdió en la playa donde ambos nacieron. Durante este intrépido viaje, Sammy deberá desafiar las corrientes y las mareas y conocerá a una serie de simpáticos personajes, entre ellos Ray, un gato sagaz; los integrantes de una comunidad hippie que lo adoptarán como mascota, y, además, una variada colección de cetáceos que, finamente, lo ayudarán en su misión. La fuerza de voluntad y la sagacidad de este personaje central deberán, además, enfrentar una peligrosa mancha de petróleo y presenciar la caída del Apolo XI en el océano Pacífico. Con todos estos elementos que se le presentan a cada paso, Sammy se convertirá muy pronto en testigo del daño que el hombre causa al planeta. Sobre la base de simpáticos dibujos y del fondo marino, principal escenario de la trama, el director Ben Stassen logró su propósito de fomentar el cuidado del medio ambiente y realzar el poder de la amistad. Situaciones hilarantes son los elementos primordiales de esta aventura en la que la valiente tortuga está decidida a defender su amor. Una música que combina armoniosamente todo ese cúmulo de divertidas escenas es otro de los elementos que apoyaron con indudable gracia a este film.
Una trama que se apoya en un sólido guión para un film cargado de horror y suspenso Muy pocas veces la cinematografía nacional incursionó en el género de terror, y cuando lo hizo esos films sólo podían calificarse en la categoría B. El director platense Adrián García Bogliano decidió, en cambio, jugar una arriesgada apuesta, y así nació este film, que contiene todos los elementos para atemorizar a los espectadores más sensibles. Al principio, la historia se plantea como una película romántica, pero no tarda en transformarse en una montaña rusa de horror. Hay aquí un joven que busca a su novia desaparecida y, con la ayuda de una amiga incondicional, comenzará la investigación para dar con el paradero de su pareja. Una tétrica casona será desde entonces el escenario en el que ambos incursionarán para encontrar a la joven desaparecida, y allí, entre penumbrosos pasillos y muebles desgastados, comenzará una aventura. Puertas que rechinan, gritos que sobresaltan y charcos de sangre son, desde entonces, lo que se presenta a los ojos de la pareja que, muy pronto, deberá poner en juego todo su ingenio para salir indemne de la persecución de los malvados sujetos. Al estilo de esos films de terror a que nos tiene tan acostumbrados la cinematografía norteamericana, Sudor frío va ganando en suspenso y en emoción. Los jóvenes deberán comprobar de qué manera los individuos que secuestraron a la novia de quien se desespera por hallarla conviven entre la amistad y el rencor. Uno de ellos posee el poder de mando; el otro, en cambio, será el torturador que corta cabezas y brazos a un grupo de personas que, horriblemente mutiladas, se desesperan por escapar de ese infierno. El realizador no escatimó crudas escenas ni permitió que los nervios de los espectadores reposaran en ningún momento, ya que las más crueles situaciones se van hilvanando a través de un guión bien elaborado al que los efectos especiales le brindaron todo su necesario andamiaje.