La humanidad entre el horror Desde las lejanas tierras de Hungría y después de haber cosechado excelentes críticas en Cannes nos llega esta cruda ópera prima del director László Nemes. Aunque la Segunda Guerra Mundial se ha visto innumerables veces en el séptimo arte, esta vez nos encontramos con una parte un tanto ignorada: el sonderkommando. Se trata de un área separada de Auschwitz en la que los prisioneros son esclavos obligados a asistir a los oficiales nazis en sus tareas cotidianas. Así, son los mismos judíos quienes se dedican a preparar a otros judíos menos afortunados para las ejecuciones programadas y luego encargarse de separar sus efectos personales, quemar sus cuerpos, y deshacerse de las cenizas. Saúl Ausländer lo hace en forma mecánica y sin observar realmente hasta que encuentra algo que no esperaba: reconoce uno de los cuerpos como el de su hijo. Enseguida, se entera de que un pequeño grupo del sonderkommando liderados por un kapo traidor a los nazis planea rebelarse y escapar. Sin embargo, a Saúl poco le importa ya que tiene otros planes: rescatar el cuerpo de su hijo, contratar un rabino y darle una apropiada sepultura. Aunque colabora con el grupo de rebeldes, pronto comienzan a sospechar de los verdaderos motivos de este hombre que nunca antes había mencionado a ningún hijo. ¿Era un secreto bien guardado o el hombre no está bien de la cabeza? ¿O bien es un espía nazi trabajando para evitar su pequeño escape? Pero estas preguntas no son las principales que nos plantea la película, y de hecho casi no se nos plantea ninguna. Y es que gracias a una cámara que sigue a Saúl como sobre su hombro, vemos todo como él lo ve: un horror naturalizado, de una forma tan cruda que parece no importarle nada más que la tarea de darle sepultura a quien cree que es su hijo. Así la cosa, este prisionero tiene un espíritu bien vivo y no descansará hasta cumplir la misión que se ha impuesto, pasando por todas las áreas del sonderkommando. El protagonista parece haber depositado todo lo que le queda de humanidad en esta única tarea, sin prestar atención al monótono horror que lo rodea. Está rodada en formato 4:3 y aunque resulte extraño a nuestra vista acostumbrada a la pantalla del cine, es un acierto. Así, el director saca del campo visual lo que pasa alrededor del personaje, que muchas veces está en primer plano. No vemos las clásicas escenas de matanza y tortura de Auschwitz sino que el drama está contado a través del protagonista. Los diálogos son escasos, en favor de las miradas y lenguaje corporal que nos hacen entender a este hombre abatido sin muchas palabras. Toda la fotografía que se utiliza en la película responde a la misma lógica: lograr un acercamiento íntimo y psicológico del personaje, sin caer en obviedades. Responde a un estilo narrativo que evidentemente no es para todos: pocos diálogos, sin música, sin muchos efectos. Está contada desde lo visual, y nosotros mismos debemos tomarnos la tarea de narrador de poner en palabras toda esa tensión emocional, ese drama casi inexplicable. Es acertadísimo que presente una perspectiva inusual en un tema narrado hasta el cansancio como lo es el holocausto y la Segunda Guerra. No sólo la interpretación del protagonista es muy apropiada, sino que se la juega recurriendo a una destreza visual diferente que resulta funcionar perfecto. Y sobre todo, la contradicción de que nos muestre una máquina de muerte desde los ojos de alguien tan vivo.
Las consecuencias del impacto La mesa ya está servida para esta temporada de premios, y uno de los platos más usuales es la historia basada en hechos reales. Si ver a Michael Keaton desenmascarando un complot de la Iglesia no les alcanzó, tienen otra oportunidad con Will Smith desenmascarando a la NFL (Liga de fútbol américano). Casi irreconocible para el público acostumbrado a verlo, cambia radicalmente también su estilo interpretativo. Lejos de ser un especialista en seducción o un agente secreto entre alienígenas, este actor se pone en un rol dramático como el Dr. Bennett Omalu. Él es un nigeriano (lo que su forzado acento se ocupa de recordarnos a cada rato) en busca del “sueño americano”, pero demasiado calificado para su puesto. Se pasa los días haciendo autopsias en la morgue municipal de Pittsburgh. Ferviente católico, adicto al trabajo y antisocial hasta que un día le toca realizar una autopsia a un jugador de fútbol americano. Sintomas inusuales que no se corresponden con el estado del cerebro comienzan a intrigarlo, por lo que comienza una investigación contra viento y marea para acabar descubriendo una nueva enfermedad. Todo indica que su causa eran los golpes que solían recibir los jugadores, por lo que su trabajo recién empezaba. Comienza entonces una cruzada para publicar y difundir su investigación, mientras recibe descrédito y amenazas de la NFL. Es una película dirigida a un público puramente “yanqui”, no sólo porque trata de un deporte que en Latinoamérica nos es bastante indiferente, sino por la constante reafirmación de que los estadounidenses son los mejores del mundo. Es cierto que es un estereotipo común en Hollywood, pero en este caso es tan exagerado que podría resultar ofensivo. Es decir, ¿hace realmente falta que el protagonista sea nigeriano y se pase toda la película deseando ser estadounidense? Lo deja claro cuando afirma que Estados Unidos está nomás un escaloncito abajo del Cielo. Por suerte en las (pocas) escenas de la esposa del Dr. Omalu, Prema (Gugu Mbatha-Raw), esto no se repite aunque sí tenemos otro estereotipo; ella es una inmigrante a quien conoce en la iglesia. Si bien el planteo que nos hace esta película es harto interesante y suceptible a ser explotado, la historia está contada con una estructura narrativa y visual muy predecible. Peca de no haber sabido dar una vuelta de tuerca. Si están familiarizados con los policiales, seguramente les recordará a un capítulo largo de “La Ley y El Orden” o la serie de su preferencia. Igualmente, no todo es crítica, y no podemos dejar de destacar las interpretaciones, especialmente Will Smith y Alec Baldwin. De todos modos nos es más fácil identificarnos con ellos en los momentos en que se sacuden ese nacionalismo que roza lo ridículo. Sin embargo, lamentablemente le falta innovar en el modo de contar la historia. Es evidente que no alcanza con una buena idea, sino que se necesita contarla de una buena manera. Entretenida, pero demasiado común, sin nada nuevo bajo el sol.
Lo trágico de la búsqueda Eddie Redmayne vuelve al drama luego de haberse llevado el Oscar a casa el año pasado tras interpretar a Stephen Hawking y ahora se pone en la piel de la primera persona en la historia que se sometió a una operación de cambio de sexo. Un dramón lacrimógeno de parte del ganador del Oscar Tom Hopper, que nos trae la historia de Einar (Eddie Redmayne) y Gerda (Alicia Vikander), un matrimonio joven de artistas plásticos que atraviesa un fuerte cambio en sus vidas cuando ella le pide a su esposo que se vista de mujer para modelar en uno de sus cuadros. Este hecho aparentemente aislado despierta algo en él que le hace comenzar a investigar su propia identidad de género, al principio avergonzado pero luego con creciente motivación. Si estaban esperando una trama con tintes moralistas que nos deje una moraleja de aceptación, se llevarán una sorpresa. Es un acierto, todo sería demasiado forzado si esperáramos una aceptación plena a instantanea. Recuerden que se trata de un primer caso en el mundo. Los personajes nunca supieron de un transexual en su toda vida, ni siquiera la misma protagonista. Incluso su esposa, que luego convertida en mejor amiga demuestra constante amor y apoyo, tiene momentos en que flaquea. No se trata de una lucha por la aceptación interna y externa de la identidad, sino que eso es sólo una parte. La sociedad se enfrenta de pronto a un tipo de individuo del que nunca había tenido registro. La familia y la pareja se ven obligadas a cambiar, no sin culpa ni celos u otras emociones que se mezclan en forma positiva y negativa. La película es una aventura emocional, y como tal está llena de contradicciones. Las interpretaciones de los protagonistas están cargadas de verosimulitud y conflicto, convirtiendose en dos personas heridas por sus emociones contrapuestas. Pero la mayor contradicción viene del personaje de Gerda, quien debe asistir no sólo como espectadora sino como artífice necesaria de la transformación de su esposo en Lili, un hombre del cual sigue enamorada pero parece esfumarse más a cada momento. Y es por ese mismo amor que lo ayuda y apoya aun a costa de su propia condición. Con interpretaciones impecables y un guión realista y elegante que desborda angustia, pero que viene con la emoción fuerte en forma esporádica. Si no tuviéramos esos descansos, estaríamos llorando todo el metraje. Pero de este modo resulta más eficaz para enganchar al público sin agotarlo en demasía. De todas maneras, déjenme señalar que la interpretación que merece el Oscar en este caso es más la de Vikander que la de Redmayne. Con una química maravillosa entre ambos, es ella la que le da los rasgos de mayor humanidad a la vez que cuenta la historia de un amor incondicional sin caer en la trampa de convertirlo en una narración romántica. Y no olvidemos que Redmayne interpreta a un personaje medido, con la dosis justa de amaneramiento para no convertirlo en una caricatura. Si bien se podría haber ahondado un poco más en los escabrosos temas que trata (suficientes como para escribir varios tomos de grosor de diccionario), el guión sabe plasmar en forma sutil y elegante una temática que fácilmente podría virar a lo grotesco o lo ofensivo. Aunque no sea extremadamente audaz o innovadora, lo cierto es que se trata de una historia que engancha, entretiene y emociona en partes iguales.
“En primera plana”: Periodistas y detectives Pocos días antes de la ceremonia de los Oscars, llega a nuestras salas otro de los platos fuertes de la temporada. Con seis nominaciones en categorías principales, este drama basado en un caso real narra la historia de la investigación que llevó a desenmascarar una conspiración de la iglesia católica para esconder sacerdotes pedófilos. “Spotlight” sigue los pasos del grupo de periodistas del Boston Globe que se dedica a las investigaciones especiales y más profundas, bajo la tutela de Robby (Michael Keaton). El equipo se completa con Matt (Brian d’Arcy James), Sacha (Rachel McAdams), y Mike (Mark Ruffalo); estos dos últimos nominados como mejor actriz y actor de reparto. Un nuevo editor toma el control y es siguiendo sus órdenes que el equipo de Spotlight comienza a investigar el caso, aunque no de muy buena gana. Es una historia de detectives que se narra de manera lineal, siguiendo de una pista a otra como lo haría Sherlock Holmes, aunque cada miembro del equipo tiene su tarea específica. De este modo seguimos el camino de pistas de cada uno hasta que comienzan a entrecruzarse. No es una historia con grandes picos de tensión y emoción, sino que se mantiene como una constante. Las grandes revelaciones no están servidas al público, sino que debemos deducir junto a ellos, y hacer un esfuerzo mental excepcional. Las interpretaciones son todo lo que sustenta nuestra historia, larga y sin momentos explosivos. Si no fueran impecables, la historia se tornaría aburrida. Pero las actuaciones son perfectas, personajes humanos y coloridos que logran conmovernos sin resultar nunca predecibles. La historia “basada en hechos reales” está explotada lo mejor posible, y no sólo narra con sobriedad y madurez un tema tan espinoso y que despierta tantas pasiones sino que ilustra perfectamente la vocación del periodista. Es el equivalente más moderno de “Todos los Hombres del Presidente” que podemos encontrar en el cine de los últimos años. Del mismo modo, elige sugerir antes que explicar al 100% y es un gran acierto para mantenernos despiertos. Incluso trata aristas del lado humano que salen de lo estríctamente investigativo. Un ejemplo de esto es cuando la creyente abuela de Sacha lee el artículo sobre los abusos de sacerdotes. Casi ninguna palabra, pero todo dicho sin caer en el melodrama innecesario, lo cual resulta bastante tentador dada la temática de la narración. Esta película evita la dramatización y la composición de los planos es sencilla, sin ningún agregado que resulte aparatoso. De este modo no sólo lo sentimos más realista y cercano, sino que no hay nada que nos distraiga del trabajo detectivesco que van haciendo los periodistas. Funciona también como una película de denuncia, ya que nos cuenta los pormenores de un caso que tiene alcance mundial pero del que desconocemos gran parte. Además, no pone a los periodistas como los grandes héroes que pueden derrotar al sistema, al mencionar el hecho de que tenían todos los datos desde hacía años pero no habían investigado. Sin nada obvio, para pensar en el tema de la famosa objetividad. “En primera plana” quedará en la historia como uno de los grandes exponentes del sub-género de historias de investigaciones periodísticas, y como un exacto retrato de una profesión. Sólo nos queda preguntarnos cómo reaccionará la iglesia católica al estreno de esta película, considerando que más de una vez ha boicoteado producciones que los dejaban mal parados. Ya veremos, pero mientras tanto no hay duda de que se perfila como una de las grandes ganadoras de esta temporada de premios.
Todos somos lo mismo Michael Stone es un exitoso especialista en atención al cliente, esposo y padre, que debe dar una conferencia de prensa en Cincinatti. Él había vivido allí años atrás, y no resiste la tentación de llamar a su ex. Sin embargo, las cosas no salen bien y Michael parece desolado hasta que de casualidad conoce a Lisa. La premisa parece simple: un hombre casado en busca de una aventura de una noche. Sin embargo, con este planteo típico, el director y guionista Charlie Kaufman nos hace preguntarnos un poco más profundo. En primer lugar, es un acierto que se haya recurrido al stop motion para contar una historia sobre la naturaleza humana. Con una técnica impecable, constituye un metalenguaje en sí misma: desde el punto de vista de Michael todos tienen los mismos rasgos físicos y la misma voz, todos son práticamente iguales. Es así hasta que conoce a Lisa, la anomalía en su vida, la única que es diferente. Llevado a un extremo, cuando las personas no nos despiertan interés, ¿las vemos a todas iguales? Es una soledad que viene dentro de un mundo global en el que nada es extraordinario sino que todo parece estandarizado. Hasta que conoce a alguien que no lo es. Sin embargo, no es una historia de amor. Todo nuestro relato dura poco más de 24 horas, y al final nos dejará más tristres y frustrados que una típica comedia romántica en la que todo sale bien fácilmente. Nos preguntamos por qué Michael se comporta así, qué rige sus sentimientos, qué es el amor y si es posible enamorarse en tan poco tiempo. Es una historia de angustia y de insatisfacción por la vida de un hombre en la crisis de la mediana edad. El aspecto morfológico de que las caras de los personajes de ensamblan por piezas, lo que él descubre en un momento de lucidez o debilidad, destaca incluso más la idea de que todos son iguales cuando poco nos importan. Una historia bizarra como todas las de Kauffman (“Being John Malkovich“, “Ladrón de Orquídeas“), y que nos dejará pensando o tendremos que ver más de una vez. Aunque es un guión sencillo, tiene mucho en lo que explorar; sólo nos pide que nos tomemos el tiempo para hacerlo. Las acciones se ven más realistas incluso que con actores de verdad, de una forma que por momentos es incluso cruda. La fotografía que deriva del stop motion es hermosa, cuidada en cada detalle desde el más pequeño adorno en el hotel y hasta cómo la luz entra por las ventanas. Esto le valió la nominación al Oscar a mejor película de animación, totalmente justificada. La obra de Kauffman parece sencilla porque el planteo lo es, pero no es simple en absoluto. Es una película para dejarnos pensando y entrar en el verdadero mensaje que busca transmitir con reflexión y paciencia. Pero no desesperen, vale mucho la pena y encontraremos un raro diamante escondido en lo que al principio parecía una típica comedia romántica.
Bradley Cooper es Adam Jones, un maestro chef que construyó una impecable carrera en restaurantes cinco estrellas de París, y luego lo destruyó consumiendo drogas y volviéndose un soberbio maltratador que nadie aguantaba. Dándose cuenta de sus errores, se impone a sí mismo una penitencia y luego de dos años decide volver al ruedo y recuperar su buen nombre como chef. Este es el escenario que nos plantea esta película. Elige Londres como su nuevo campo de juego, y con la ayuda del hijo de su padrino profesional, Tony (Daniel Brühl) intentará redimirse y abrir el mejor restaurante del mundo. Para eso necesita dos cosas: la primera, armar un dream team de chefs en una narrativa deportiva de búsqueda y pruebas a los aspitantes. La segunda y más importante, ganar tres estrellas en la Guía Michelin, una prestigiosa publicación que entrega premios a restaurantes y hoteles desde hace casi un siglo. Las tres estrellas son una especie de Oscar de los restaurantes. De hecho en Londres sólo hay cuatro restaurantes que conservan actualmente ese galardón, y nuestro protagonista quiere ser el quinto. El problema con Adam es que amén de haber dejado las drogas, no ha cambiado nada en su vida. Sigue siendo el maldito soberbio que nadie soporta, y se le hace difícil encontrar un equipo que sea rendidor y leal. El personaje principal, si bien goza de la mayor parte del tiempo en pantalla, no logra generar empatía ya que su hijaputez supera ampliamente su redención, y bien podría ser Gordon Ramsay, que es igual. La protagonista femenina Helene (Sienna Miller) representa uno de los más repetidos estereotipos, como parte del equipo de chefs de Adam. Maltratada por un jefe abusivo, y una madre soltera que necesita el trabajo; acaba encontrando sin motivo aparente el lado tierno de Adam y acaban enamorándose. Un cliché tan grande que la actriz parece interpretarla de memoria, sin agregar nada nuevo al personaje que nos llame la atención. Otras actrices como Uma Thurman y Alicia Vikander, que podrían haber aportado una interpretación más variada, tienen minuto y medio de aparición en toda la película. Una pena, porque representan caminos que de haber sido tomados por la narración, hubieran aportado buenos momentos. “Una buena receta” es el ejemplo perfecto de cómo buenos ingredientes no hacen un buen plato. Si ponemos en su mayoría buenos actores, pero no les damos personajes bien escritos o una historia original con la que trabajar, el resultado será una película sin mucho gusto a nada. La cocina cinco estrellas está de moda, y observar los platos desfilar ante nuestros ojos en unos pulcros escenarios; es un elemento con mucho potencial para explotar. Pero el guión resulta demasiado predecible y forzado como para darle una vuelta de tuerca al ambiente de cocina que ya hemos visto en varias películas. Entretenida, pero no más que eso. Para ver en casa, pero después de comer eso sí. Sino tanta fotografía de comida va a darnos mucho hambre.
El siempre recomendable Anthony Hopkins es John Clancy, un médico con poderes de clarividencia que vive recluído desde la muerte de su hija. Sin embargo, sale de su retiro para investigar un asesino en serie a pedido de su viejo amigo, el agente del FBI Joe Merriweather (Jeffrey Dean Morgan) y su colega Katherine Cowles (Abbie Cornish). La particularidad de Clancy es que al tocar una persona, viva o no, es capaz de ver su muerte. Es la gallina de los huevos de oro de los detectives de homicidios. Sin embargo, Clancy parece haber encontrado a su igual cuando los indicios lo llevan a descubrir que el asesino también tiene el don de la clarividencia. El asesino que nuestros protagonistas persiguen, Charles Ambrose (Colin Farrell), juega a ser un dios piadoso, ya que todas las víctimas tenían enfermedades terminales. En su retorcida lógica, para evitarles dolor los asesina en forma amable de forma instantánea e indolora. La película entonces deviene en una competencia de habilidades sobrenaturales, una caza del gato y el ratón un tanto extraña. El problema es que se recurra a tantos estereotipos y lugares comunes en el guión, que no llega a engancharnos porque oscila entre ser muy confuso o muy obvio. La fotografía es un tanto descuidada, aun para una película de acción, que no suelen destacar por este aspecto. Incluso se recurre a un recurso que ya creíamos descartado en Hollywood, la cámara temblando al ritmo de una carrera a pie. Además, se abusa de los montajes de imágenes aparentemente inconexas en las secuencias de las visiones de Clancy. Esta bien como recurso, pero tiene tal excesiva cantidad de minutos en pantalla que nos hará perder la atención. Por cierto, no podemos dejar de mencionar la escena en la que Clancy evalúa todos los caminos que Ambrose puede tomar “viendo” copias de él en diferentes direcciones. Juraría que ví una escena igual en “Next” con Nicolas Cage. Es una película de cacería pero probablemente hubiera funcionado mejor como thriller psicológico, explorando los matices morales de la eutanasia que propone Ambrose. Sin embargo, es un camino que se toma a medias tintas, prefiriendo la acción de la caza en la que la presa siempre va un paso adelante. Y con razón, ya que puede ver el futuro sin problema alguno. ¿Cómo se resuelve esto? ¿No se ha metido el guión en un acertijo que no se puede resolver en forma lógica o creíble? Decirlo sería un spoiler, pero créanme cuando les digo que no es uno de los finales más brillantes del séptimo arte. Si son parte de ese selecto grupo de culto a las películas de acción o thriller de serie B, esta película podría ser su placer culpable de este año. Salvo que sean exigentes, entonces no. Si no son demasiado fans de la acción, les recomiendo que pasen a otra cosa, no se pierden de mucho.
Una clase magistral de actuación Los que gustan del cine de gangsters saben qué pueden esperar de una película del género: fiestas, drogas, dinero, golpizas, amenazas y muchos disparos. Con estos elementos se pueden hacer películas excelentes, tomando como profesores a Brian de Palma o Martin Scorsese. Pero en el caso del director Brian Helgeland, responsable de escribir “Río Místico”, agrega algo diferente: la historia no tiene un protagonista sino dos, hermanos gemelos interpretados por el mismo actor pero muy diferentes entre sí. Tom Hardy es Ronnie Kray y Reggie Kray, y nos brinda una interpretación impresionante de ambos. Reggie es elegante, analítico, conciliador pero aún así amenazante; todo lo que un buen gangster londinense de los ’60 debe ser. Por otro lado, Ronnie tiene esquizofrenia paranoide, es abiertamente homosexual, violento y con una lengua filosa que no conoce de decoro. Es un personaje que invita a la caricatura y a la sátira, pero Hardy sabe medirse y logra que lo tomemos en serio. Ronnie terminará siendo el protagonista sin duda, cuya presencia en pantalla opaca a cualquier otro personaje con el que se cruce. El trabajo de voz es impresionante, por cierto. La traducción no le hace justicia, es necesario verla en idioma original para notar cómo un actor puede sacar voces tan diferentes. La historia es narrada en tercera persona por Frances (Emily Browning), la novia de Reggie Kray, quien se debate entre su amor por la persona pero su desprecio por el gangster. Este es el gran error de la película. Reggie se debate entre Frances y Ronnie, dos personas por las que tiene una gran lealtad y sacan lo mejor y lo peor de él. Helgeland tenía todo para explorar psicológicamente la relación simbiótica y enfermiza de amor-odio que tienen los gemelos, pero gracias a la narradora se va tornando una injustificada historia de amor. Uno de los aspectos más interesantes que surge de esto es la rivalidad implícita que se da entre Frances y Ronnie, compitiendo en cierto modo por quedarse con Reggie. El hilo conductor de la historia de estos gangsters, paradójicamente, no es su llegada a la cima del crimen organizado y su posterior ocaso sino la historia de amor. Es por eso que aterrizamos en un Londres donde los hermanos ya ocupan un lugar importante en la escena criminal y no sabemos cómo llegaron allí. Los episodios que se narran en su vida profesional son aislados e inconexos, con personajes que no terminamos de conocer. Tampoco sabemos cómo terminaron sus carreras. Pregona ser una biopic, pero no creo que lo sea en el sentido estricto de la palabra. La película falla en contarnos el mundo del crimen en beneficio de una historia de la vida personal de uno de ellos que no nos agrega demasiado. No podemos dejar de hacer mención a la ambientación de finales de los 50′ y ’60 que hace a toda la puesta en escena. Los trajes, los peinados, los autos: todo esta cuidado hasta el mínimo detalle para que la adaptación sea perfecta. Pero no nos queda duda de que lo mejor de esta película es Hardy, este monstruo de la interpretación que da vida a un infantil, salvaje y algo descerebrado mafioso; junto a otro sobrio y contenido que aun así no está excento de carisma a pesar de ciertos brotes de agresividad. Su fuerza y magnetismo nos hace preguntarnos si hubo otros actores en la película, incluso opacando a Emily Browning que aunque correctísima, no llega a su altura. “Leyenda” es un acercamiento superficial a la vida de los hermanos Kray, que no explota la psicología de la relación entre ellos, y cuyos episodios de narrativa delictiva carecen de un enganche dramático. Y es una pena, ya que tanto la ambientación de la época como la interpretación de Hardy son impresionantes. Pero el guión no logra explotar todos los recursos que el director logró juntar, y le quita calidad a la película. Pero no dejen de darle una oportunidad, en especial si gustan del género de gangsters, van a salir del cine bastante satisfechos.
El mundo está afuera Todo empieza en las cuatro paredes donde Joy (Brie Larson) y su pequeño hijo Jack (Jacob Tremblay) pasan todo su tiempo. Allí ella le educa, juega, y estimula ingeniosamente en la limitada forma que le permite el monoambiente. Por la noche, Jack tiene que dormir en el armario por las dudas que venga el Viejo Nick. Una narración desde el punto de vista de un niño de cinco años, por lo que no sabemos muy bien qué ocurre. Sabemos, sin embargo, que para Jack el mundo es esa habitación y no conoce otro ser vivo. El director Lenny Abrahamson nos da pistas para que a través de los ojos de este niño entendamos lo que está pasando: ambos están secuestrados desde hace años. La madre y su hijo han construido, con toda lógica, una relación simbiótica. Pero la curiosidad de Jack aumenta con la edad junto con la desesperación de su madre. Entonces decide planificar la fuga de su hijo para que al menos él sea libre. En la segunda mitad de la película encontramos la parte más rica: cómo este niño va descubriendo un mundo enorme que desconocía y esta joven que intenta reconstruir su vida. Es un buen giro de las típicas películas de toma de rehenes, saber cómo sigue el “día después” le agrega mucho a esta película que resulta intimista y humana. Lo mejor son las interpretaciones de este dúo que ocupa la mayor parte del tiempo en pantalla. Brie Larson es una madre maravillosa pero aun así imperfecta, que busca permanentemente el bienestar de su hijo pero que se ve desbordada por las situaciones siempre que puede, y que descarga injustamente su enojo con personas que intentan ayudarla. Jacob Trembley es un pequeño actor que derrocha talento y carisma, que siempre transmite algún tipo de emoción. Siempre nos fascinan los personajes infantiles, pero más aun cuando está escrito realmente como un niño, y no como un adulto bajito. Su química juntos es innegable, y la relación entre ellos que se explora psicológicamente es el gran acierto de esta película. Cuando tenemos un guión tan íntimo y una historia que nos llega hasta el alma, junto a interpretaciones conmovedoras; le podemos perdonar algunos errores menores. Es un acierto contar la historia desde la perspectiva del pequeño Jack, de modo tal que no resulte morbosa sino inocente, aunque comprendemos que está pasando en donde él no lo entiende. Es una sorpresa que el director Lenny Abrahamson que se ha dedicado a un cine independiente, llegue a las grandes salas. Su última película fue “Frank“, con un gran paso por festivales pero un muy limitado estreno comercial. Hoy, “La Habitación” está nominada a cuatro Oscars (mejor película, mejor actriz, mejor director y mejor guión adaptado) y es una de las favoritas. Es película está basada en el best seller de la escritora Emma Donoghue, quien a su vez se basó en el espeluznante caso real de Elizabeth Fritzl, una austríaca que fue mantenida en cautiverio por su padre durante 24 años y tuvo con él siete hijos fruto del abuso sexual; algunos de los cuáles nunca habían salido del calabozo. Un caso escalofriante, pero que sin embargo gracias a la mirada de este niño se ha logrado convertir en una historia sensibilizante pero sin elementos morbosos, tratado con una delicadeza inusual y muy enriquecedora. Grandes interpretaciones y una excelente forma de contar una historia conmovedora. Para no perdérsela.
“Joy: El nombre del éxito”: De pobre a rica en una sola idea El director David O. Rusell parece haber encontrado su musa en Jennifer Lawrence. Y no es para menos, después de haberla llevada al Oscar con “El Lado Luminoso de la Vida” y a las diez nominaciones al premio de la academia que le valieron “Estafa Americana“, intentará repetir la fórmula con “Joy: El nombre del éxito”, que cuenta una vez más la historia de una vida excepcional. En este caso la mujer que da nombre a la película (Jennifer Lawrence) tiene una vida con la que no está muy conforme. Obligada a dejar de lado la universidad por cuidar a sus padres, divorciada con hijos pequeños y una familia disfuncional, todos sus sueños parecen más lejanos que nunca. Sin embargo, en un momento de inspiración diseña una mopa de fregar que se escurre sin necesidad de tocarla. Cobrándole un favor a su padre Rudy (Robert de Niro) y a su nueva novia Trudy (Isabella Rosellini), consigue patentar su invento. La película sigue los intentos de Joy por vender su producto hasta llegar a un programa de televentas que catapulta su éxito. Si tuviéramos que definir esta obra en una palabra sería justo decir que la película entera es Jennifer Lawrence, cuyo presencia en pantalla es la mayor parte del tiempo disponible. Robert de Niro tiene probablemente uno de los papeles menos llamativos de su carrera, con poco diálogo y aún menos cambios que lo hagan humano, con escasos minutos en pantalla. Lo mismo ocurre con Neil Walker, el personaje que interpreta Bradley Cooper. Son todos secundarios, pero aun peor: son unidimensionales. Parecen tener una sola cualidad todo el tiempo, sin cambios en su carácter y es una pena que se desperdicie a buenos actores en personajes pobremente escritos. De la misma manera que estos personajes se opacan, Joy tiene la oportunidad de brillar y Jennifer Lawerence se pone a la altura del desafío. El guión es más frustrante que tensionante y la historia comienza a tornarse cíclica después de un tiempo. Las similitudes con “Escándalo Americano” son a veces evidentes, aunque se nota un esfuerzo para mostrar a Joy como una persona normal. Esto se hace por momentos demasiado forzado, como si el personaje oscilara entre mostrar una mujer luchadora y mostrar una mujer fracasada. Pero es una historia de redención, por lo cual terminará demostrando que cualquiera puede alcanzar sus sueños con esfuerzo, aunque comience en la pobreza. ¿Un cliché? Un poco, sí. El director repite fórmulas que ya había usado en otras ocasiones, y aunque no dejaron de funcionar del todo, pierde efectividad en la repetición. Lejos queda de las geniales producciones de “El Luchador” o “El lado luminoso de la vida“. Es una película que cumple, pero no en exceso. No es una historia tan conmovedora ni esperanzadora como pretende hacernos creer al principio. Si consideramos también los personajes que quedan afuera, alrededor del personaje principal pero sin llegar a tocarlo casi nada; nos encontramos con una película prácticamente unipersonal. Necesitaría una vuelta de tuerca, de otro modo se queda a mitad de camino.