Para poder seguir cazando, la poli necesita que haya depredadores Es más que una inspirada comedia con animalitos, acción, humor y suspenso. También es un film que entre esos enredos lanza algunos dardos sobre algo tan actual como la seguridad y el comportamiento de quienes deben cuidarnos. Es la historia de una coneja policía que es destinada a una gran ciudad donde los distintos animales (todos mamíferos) asumen los roles de las personas. Y allí va. Al comienzo la ningunean alevosamente y la ponen a cobrar multas de tránsito. Al final, capturará los bandidos y hasta revelará la trama corrupta de los que manejan la policía. La conejita acompañada por un zorro –también mal visto- se encargará de poner de relieve los prejuicios (y maldades) de un institución que, según Disney, necesita tener siempre predadores en el horizonte para justificar su rol de cazadores implacables. Es una idea para conversar, bien sostenida, que esta puesta como al pasar, pero que le da contenido a una película que además del mensaje feminista (la salvadora y la malvada lo son) proclama la convivencia entre los distintos y dice que los animales no nacen peligrosos, que es el sistema el que los transforma. Un film logrado, chispeante, inteligente y lleno de simpatía.
Sobria, rigurosa y certera En 2002, un equipo de reporteros de investigación del diario Boston Globe reveló los escándalos de pederastia cometidos durante décadas por curas de Massachussets. La publicación de estos hechos, que la arquidiócesis de Boston intentó ocultar, sacudió a la Iglesia Católica. El realizador Tom McCarthy ha explicado los alcances de su película: “Lo que falló fue el sistema. Se protegió a los curas pederastas porque se decidió que eso era lo mejor para la sociedad. Y ahí colaboraron todos: desde los medios de comunicación, a cada una de las instituciones pasando, claro está, por la propia Iglesia”. Lo mejor de este valioso film es que aquí los periodistas no son héroes, no se exponen a ningún peligro, es gente que sabe hacer –nada más y nada menos- lo que tiene que hacer. El jefe de este grupo sigue ese rastro a pedido de un nuevo editor que no es de Boston y que por eso mismo se anima a ver qué pasa en la entretela de esa sociedad tan cerrada y qué hay detrás de una denuncia de pederastia que hace unos años había merecido una nota menor en ese diario. El film delimita la responsabilidad de unos y otros. No sólo del obispo, que prefirió como otras veces, proteger a la iglesia con su silencio, sino también de los poderes ciudadanos, incluso del mismo diario que en su momento archivó las actuaciones en lugar de profundizar la noticia. Es un relato muy bien articulado por un talentoso guionista (Josh Singer, el de la formidable serie “El ala oeste”) que no se detiene en la historia personal de cada uno de los investigadores, que, como ellos, no se aparta del asunto principal y que tiene clima, ritmo y diálogos precisos para ir mostrando las diversos rostros de un poder tan extendido y ladino. No hay exhibicionismo. Ni de palabras ni de hechos. Hay dudas y discusiones. Y los actores le suman su sobria entrega a esta película estricta y punzante. Gran trabajo de McCarthy que ata con mano firme todos esos cabos. Hay suspenso, emoción y más de un acierto en la pintura de las víctimas. Y algo más: el film es una lección de civismo y un canto a la pofesionalidad y a la integridad de este equipo de trabajo. Incluso si se quiere, desde una lograda reconstrucción de época, es también un homenaje que le devuelve al papel y la prensa pre internet su verdadera fuerza testimonial. No hay sermones, no se dircursea. Connivencia, acuerdos espurios, intereses entrecruzados, silencios demoledores, decepciones. Todo está mostrado sin subrayados. El editor en su encuentro protocolar con el cardenal fija el lugar de cada uno. Y allí aporta su mejor moraleja. La responsabilidad por encima de todo: cada uno en su lugar, en la vida y en el trabajo.
una historia de amor intensa, delicada y hermosa Es una obra maestra. Encantadora, elegante, sutil y envolvente. Cuenta una historia de amor con los recursos más nobles del melodrama de los años cincuenta. Tiene dos actrices formidables, una trama bien armada, una mirada diáfana y una puesta en escena intensa y delicada que alcanza a enaltecer con alta dosis de romanticismo este gesto de desafiante rebeldía en los puritanos años 50. La novela (¿autobiográfica?) es de Patricia Highsmith, la talentosa creadora de Tom Ripley, ese personaje que también vive de ocultamientos. Ella firmó “Carol” con seudónimo, acaso para poder mantener en secreto desde el vamos la crónica de un amor tan problemático para aquellos tiempos. Carol y Therese son dos mujeres de distinto mundo. Carol vive un matrimonio infeliz con un millonario. Es lesbiana y lo admite. Therese es más joven, trabaja en una tienda en Manhattan y tiene un novio que la aburre. El destino se encargará de darle espesura emotiva y fatalismo, como buen melodrama, a los vaivenes de un amor que es mucho más que un desafío, una pasión que es más presente que futuro y que no puede dejar de avanzar aunque sepa que camina sobre terreno minado. Todd Haynes, que ya nos había deslumbrado con “Lejos del paraíso”, aquí vuelve a otra crisis matrimonial y vuelve a los años 50. Su mirada, profunda y poética, va más allá de la reconstrucción de época. Todo es verdad. La atmósfera, los miedos, las palabras, el sexo. Todo es bello y también es apasionado y fogoso. La escena inicial, con esa fotografía neblinosa, nos pone en su lugar y en su clima. El film se abre y se cierra con ese encuentro, como si Haynes hubiera querido enfatizar allí el trazo circular de un amor que no tiene otra salida que volver perpetuamente sobre sí mismo. Haynes retrata con mano maestra y enorme sutileza los avatares de una relación que va creciendo desde pequeños detalles (una mano, una melodía en el piano, una mirada) y que debe enfrentar prejuicios, dudas, un divorcio muy traumático y un afuera que ahoga y pide explicaciones a cada paso. Delicadeza, intensidad y buen gusto son atributos de este film bello y sensible y que no ha descuidado nada. Pocas veces el clima de época fue tan real. Pocas veces la banda sonora fue puesta con tanta maestría. Pocas veces dos actrices, sin necesidad de recurrir al histrionismo y sin exagerar nada, construyen desde adentro una pareja rebelde y valiente. La Blanchett es a esta altura una de las mejores actrices del mundo. Su sola presencia le da fuerza y señorío a cada uno de sus personajes. Ella contrasta con la dulzura y las dudas de una Rooney Mara que, con esa media sonrisa que acompaña a sus ojos, marca la fuerza, la sorpresa y el temor de una pasión que no quiere callarse. Film hermoso, sentido, profundo, una inolvidable historia de amor.
COCINA INSULSA Una nueva de cocineros. Como siempre, se cuenta las andanzas d e un chef que anda en la mala y al final se recompone y gana. Aquí es Bradley Cooper es un chef chinchudo, intratable, que empezó a perder nombre y fama cuando la cocaína le ganó a las cacerolas. Pero el hombre se recompone. Un amigo, una linda ayudante, pero sobre todo ese mundo de olas y recetas lo sacarán a flote. Una nueva incursión plagada de lugares comunes por ese mundillo de apurones, egos, salsas y sabores.
Al mexicano Alejandro González Iñárritu le gusta que sus personajes sufran. La violencia extrema es parte sustantiva de su bagaje estilístico. Aquí cuenta la historia de Hugh Glass, un experto explorador que en 1823 y 1824 trabajó en expediciones dedicadas a la caza de animales y la comercialización de sus pieles. Tras el escalofriante ataque de un oso (una escena tocante) sus compañeros lo abandonan. Y quedará allí, a merced de osos, nativos y una naturaleza que no da tregua. El contraste entre la desolación de esta escapada y el esplendor de un deslumbrante paisaje es el sustento de un film políticamente correcto que deja ver, por detrás de una trama cargada de suspenso y desamparo, un homenaje a los pueblos originarios (son casi todos buenos) que contrastan con la codicia, el desprecio y la maldad de los blancos. DiCaprio pone su cuerpo literalmente al servicio de esta epopeya valerosa, que se alimenta de tenacidad, esperanza y coraje. La expresión de la naturaleza (los ríos transparente, los cielos azules, la nieve purificadora) alivia los detalles sangrientos de un realizador que no le teme a los excesos y que aquí parece tentado, como el Terrence Malick de “El árbol de la vida” a dejar muchas veces que la naturaleza hable más que sus personajes. Otra historia repleta de nieve y venganza.
Otro film basada en hechos reales. Otro ejemplo de perseverancia con otros osos mordiendo cerca. Está inspirada en la vida de la inventora de un lampazo de última generación. Y desde allí lanza una mirada farsesca pero punzante sobre el sistema, sobre sus implacables exigencias. Hay algo de mafioso en ese mundo de hallazgos y negocios. Jennifer Lawrence le da consistencia a esta madre que vive bajo un clima hogareño de fuerte presión, con padre tarambana, madre aislada y media hermana envidiosa. Su lucha es un mensaje que va mas allá de honrar al feminismo. Sus logros, tan entrecruzados, muestran la cara más cruel de un sistema feroz. La primera parte trastabilla por su costumbrismo ramplón, su tono de fábula ingenua y sus forzados recursos. Pero al final, cuando se pone seria, se hace valer.
Venganza, nieve, sangre Sobran palabras y sangre en esta historia ambientada en el siglo XIX que dialoga sobre la colonización, la Guerra Civil, el racismo, la justicia. Un Tarantino más conversador que nunca encierra a sus personajes en una trama que combina suspenso (poco) y exageraciones varias. La puesta tiene un aire de suficiencia que molesta. La mezcla de extravagancia y aciertos son marcas de fábrica de un realizador que parece ya haber dicho todo. Es larga, se nota, y los trucos del Tarantino quedan al descubierto más de una vez, aunque siempre deslumbra su capacidad para generar esos diálogos eternos que hacen crecer la historia, el clima y sus personajes. Es Tarantino y es otra violenta indagación sobre la venganza.
Una playa y una pareja con muchas piedras en el camino Lánguida, ceremoniosa y pesada incursión en un drama de pareja que lleva la triple firma de Angelina Jolie, en su rol guionista, protagonista y directora. Pero no sale bien parada de este nuevo desafío. La historia, melancólica y reiterativa, está ambientada en un pequeño pueblo costero del sur de Francia. Allí llegan en plan salvataje una pareja en plena crisis. El es Roland, un escritor que se la pasa chupando en el boliche del pueblo y no es capaz de escribir una línea; y la, que arrastra una angustia que no le da tregua y que al final se sabrá de dónde viene. La película tiene un ritmo de siesta veraniega, relajada, algo displicente, cansina. La puesta en escena es contemplativa, recargada, presuntuosa, con diálogos chatos que dejan ver el esfuerzo de un paciente marido con ganas y de una señora histérica y vistosa. El recurso narrativo, que pone un poco de intriga entre tanta quietud, es muy traído de los pelos: un agujero bien ubicado en el cuarto de ellos –algo que habla muy mal de la hotelería francesa- les permite espiar a una pareja de recién casados en el cuarto vecino. Eso es todo. ¿Envidia, perversión, inspiración, ganas de sumarse al juego? El agujero pasa a ser una alegoría. Por él se ve lo que ellos fueron perdiendo. Gracias ese voyeurismo, la pareja podrá recuperar el brío perdido y hasta soñar con una aventura que puede apuntalar un vínculo ganado por la pena y la rutina. La historia avanza siempre para el mismo lado, como ese pescador que todos los días atrapa la atención de la señora. El dueño del bar del lugar, un viudo reciente y desconsolado, le marca el camino a este escritor de trago largo y letra corta. Estos dos ejemplos tan cercanos –el recién casado y el bolichero- operan como contraste de esta pareja que ha puesto en suspenso al amor. Hay paisajes, caminatas, miradas a lo lejos y la presencia de una Jolie convertida en esfinge, que se la pasa haciendo nada y sufriendo. Brad Pitt no está cómodo en el rol de este escritor que a falta de inspiración se entrega al trago y la tristeza. Ella es una ex bailarina que busca hijos y deseos y anda por ahí, luciendo una fotogenia de mujer afligida y vistosa, que está decidida a buscar en la aventura ese soplo de vida que ni su matrimonio ni sus recuerdos le pueden dar.
Hollywood apostó por más obsesión y menos miradas Llegó la esperada remake de “El secreto de sus ojos”, el gran filme de Campanella. Y no es lo mismo. Las innovaciones han restado cambios de tonos y no han aportado nada. La comparación es inevitable y es entendible: Nicole Kidman, con mejor cara, sigue siendo una muñeca tiesa y esta a mil kilómetros de la soberbia Soledad Villamil; el morocho Chiwetel Ejiofor, (“Doce años de esclavitud”) es Ray, agente del FBI especializado en contraterrorismo, un Darín menos romántico, menos gastado y más desesperado; Julia Roberts hace el papel de Rago y se luce a cara lavada como esa madre desolada que solo vive para mantener viva su obsesión; de Francella, pero sin nada de humor, está Dean Norris. La trama tiene por supuesto puntos de partida parecidos, pero el filme apunta más a lo estrictamente policial y deja muy al costado el humor y el romance. La trama se recuesta más en la tragedia que vive la Roberts. Y por eso la obsesión está en el centro de la escena. Y si bien está narrada con solvencia, la adaptación descuida el verdadero rumbo del texto de Sacheri, que no es otro que el jugueteo cambiante de los personajes por encima de una historia que ponía a la mirada (para descubrir el crimen y descubrir el amor) como el centro del relato. El amor entre el investigador y la fiscal aquí es apenas el esbozo de una historia no cumplida. No fue y listo. La desesperación de la madre es el eje de una historia que deja ver, por detrás, las Torres Gemelas y el terrorismo. Como thriller la cosa no avanza con la garra necesaria, aunque el final, cambiado y todo, sigue impactando. De cualquier manera, no es un producto desechable. Hay tema y buenos actores, aunque falta el humor que en la versión de Campanella era como un remanso para aligerar tantos contornos sombríos.
El desamor se hace valer Vivian decide divorciarse. No quiere más a Elisah, su esposo. Pero la ley religiosa en Israel marca que si él no lo permite, no hay divorcio. Y el quiere seguir siendo el dueño de ella. Ocurre en todos lados. Se resiste a la separación definitiva. Ni el marido ni los jueces entienden que el desamor es una realidad imperiosa y suficiente. “¿Su marido le pega, la maltrata, la engaña?” le preguntan a Vivian. No, pero ella no lo quiere más. El film cuenta las interminables presentaciones de esta mujer ante ese tribunal que insiste que ella debe volver a casa, quedarse junto a su esposo y sus hijos y renunciar a la idea del divorcio. Este largo deambular esta contado como una obra teatral. La cámara sólo registra la sala de audiencias y la sala de espera. La pareja, sus abogados y los testigos. No hay nada más. Salvo ese tribunal que por supuesto toma partido por la unidad familiar y que dilata sus decisiones para tratar de desgastar a esa mujer tozuda que ha transformado su lucha en un verdadero símbolo de libertad y resistencia. Película austera, seca, conversada, a veces reiterativa, pero siempre intensa y esclarecedora. Falla solamente a la hora de recoger los testimonios de los testigos. Allí se nota algún subrayado que empaña la textura rigurosa que venía observando. La película es el opus tres de una trilogía de los hermanos Elkabetz destinado a pasar revista al mundo de la mujer en Israel. Y Ronit (que es también la coguionista y la protagonista) fija su posición y muestra de manera implacable el funcionamiento de una sociedad patriarcal, severa e injusta, que alcanza a la intolerancia religiosa y a costumbres. El film no sale del lugar para mostrar la encerrona que padecen aquellas mujeres que deben someterse al marido, incluso a la hora de querer librarse afectivamente de ellos. La libertad de elegir contrasta con las esas paredes y esos jueces que nunca cambian. La sala única, y el tema único concentra toda la dramatización: ella quiere el divorcio y él no. Eso es todo. No hay revelaciones ni sorpresas (salvo la que lanza el abogado del marido sobre el abogado de ella) y apenas se alude a la religión y la vida íntima de la pareja. Todo se repite como para subrayar el cansancio y la tenacidad de esa mujer a la que el desamor es al fin lo único que la sostiene. Tanto, que hasta en la promesa final renuncia a la ilusión de un mejor futuro con tal de asegurarse la libertad de este amargo presente. Vale la pena.