En el cine, los héroes solitarios le siguen ganando a las mafias Hay tantos remakes y tanto cine repetido, que cuesta encontrar algo ingenioso en un género desbordado de ofertas y lugares comunes. La súper tecnología ha reducido bastante el trabajo de los guionistas. Y son muchos los realizadores que apuestan sólo a los efectos especiales para atraer un público que se ha acostumbrado a no pedir demasiado en esta materia. Por eso, cuando aparece algo distinto, se agradece. Aquí la cosa funciona bien. Es un film de ritmo incesante, que no da respiro, con un libro que no deja cabos sueltos, con personajes bien trazados, una acción que no decae nunca y una buena mezcla de peligro, humor y sorpresas, señas de identidad del género. Cine bien presentado, con producción de gran nivel, con chiches y frenesí. Hay algunas franquicias que tienen el sello de su productora. Otras, el de sus personajes. En este caso sin duda es un cine de actor más que de autor. Tom Cruise, más allá de los buenos directores que ha elegido para su saga (Brian De Palma, John Woo, J.J. Abrams, Brad Bird y ahora Christopher McQuarrie ) es al fin quien le tributa sello personal a una serie de films que traen a un James Bond igual de movedizo, pero más desaliñado y con menos glamour. La cosa esta vez pasa por el Sindicato, una cuadrilla de mafiosos que se quiere quedar con todo, como siempre. La CIA tiene interés que el FMI (un FMI de ficción, por supuesto) se desactive. Y hay un capo del servicio británico que se mezcla en la pulseada. En el medio está Ethan Hunt, (Cruise) solito pero imbatible, a quien todos se lo quieren sacar de encima, pero no hay caso. Y por detrás asoman sus amigos de siempre, que deben ayudarlo a distancia, y una doble espía que juega un rato para cada lado, pero que en las horas decisivas mira con ganas a Ethan. Peleas de todo calibre, buenas persecuciones, escenarios cambiantes (de Minsk a París, pasando por Casablanca, Londres, Viena, Washington DC y La Habana), motos, autos y una escena inicial, como las de Bond, de altísimo impacto, logran redondear un producto vistoso y chispeante, que está por encima del promedio general y asegura diversión de la buena, sin tanta truculencia ni tanto monstruo.
EL AMOR QUE ABRE PUERTAS Nueva historia de John Green, el exitoso autor de “Bajo la misma estrella”. Cine para adolescentes que no reniega de los clisés: el baile de graduación, los secretos, el despertar del amor, los tironeos con sus padres, anhelos, dudas y sueños de unos chicos ansiosos probar todo. Están por dejar el secundario y es hora de empezar a buscar algo por encima de las travesuras. Es ingenuo, blando y cuesta meterse en una historian hecha a la medida de sus seguidores. Un amor imposible, una chica rara que inventaba ciudades de papel, un viaje de iniciación. Al final el protagonista aprenderá que en esa etapa el amor es más que nada la llave que abre la puerta a un mundo que empieza a descubrirse. Y que de papel estas hechas algunas ciudades y muchos sentimientos. Hay un viaje largo, música pegadiza, gente simpática, chistes simples. Seguramente los adolescentes sabrán valorarla mejor que uno.
Comedia para pasarla bien Rafa es un sevillano simplote que tiene un affaire de una noche con una chica del País Vasco que anda por allí, queriendo olvidar un novio que la abandonó que. Ella se va esa mañana sin despedirse, pero olvidó su billetera. Y Rafa, flechado por esa vasca, viaja a Euskadi para devolvérsela y conquistarla. Claro, son tan conocidos los recelos mutuos entre vascos y andaluces, que los amigos le avisan al Rafa que vaya, pero disfrazado de vasco. Y allí va Rafa, a cumplir su parte en esta historia de amor que ni había empezado. Lo ayudará un incidente que no estaba en sus cálculos: Amalia fue abandonada por su novio y Rafa hará de novio por unos días hasta que el padre de Amalia, un vasco que odia los sevillanos, se vaya otra vez con su pesquero. Film de enredos, ágil y directo, que no apela al mal gusto, que invita a la risa y tiene cuatro personajes que aportan lo suyo para que, mal o bien, como siempre pasa en las comedias, después de mucho sudor, el amor se abra camino para poner las cosas en orden y acortar distancias. El film ha batido todos los récords de público en España. Pero aquí no pasará desapercibida ante la ausencia de buenos exponentes de un género que a falta de ingenio ha elegido tipos desaforados, historias locas y recursos de grueso calibre. Aquí hay buenas réplicas, situaciones graciosas, la simpatía de sus personajes y la buena idea de recargar los estereotipos para poder pintar con brocha gorda los rasgos salientes de una y otra región: para estos vascos, los andaluces son superficiales, alegrones, básicos y fabuladores; y estos andaluces ven a los vascos como tipos cortantes, secos, intolerantes y violentos. Un esquema argumental simple pero muy bien defendido por sus actores, sobre todo por el Rafa de Dani Rovira, un hallazgo. Es una película fresca, sencilla que contagia alegría y que invita a pasar un buen rato. No es poco.
Casas llenas de secretos Debut en la realización de Israel Horovitz, fecundo autor teatral. Historia densa, recargada de revelaciones que va descubriendo sucesivas capas de mentiras y ocultamientos. En el centro está Mathias, un norteamericano en bancarrota –pobre alcohólico y tres veces divorciado - que llega a Paris para tomar posesión de la hermosa residencia que le dejó de herencia un papá ausente. “Fue lo único que me dejó”, dice Mathias, aunque la amargura y la soledad que siempre lo acompañan también se lo carga la cuenta de su progenitor. Pero se encontrará con una sorpresa: en esa casona vive la vieja y querida dama del título. Vive con su hija. Usufructúan el lugar por un legado de su dueño. Inquilina vitalicia, que le dicen. Y hasta que ella no se muera, Mathias no podrá adueñarse del lugar. El film trabaja sobre esa alegoría del tener y no tener. Porque así fue la vida de este viajero que viene buscando una salida para su futuro y se encontrará con su doloroso pasado. La obra se despliega al comienzo como una comedia costumbrista con pincelazos pintorescos. Pero de a poco la cosa se empieza a oscurecer. La casa, que guarda el pasado de esa vieja dama, custodia también secretos sobre la vida de Mathias y de la hija d ela dueña, dos seres condenados por una niñez recargada de olvidos. Dramón espeso, muy hablado, que no disimula su estructura teatral y que se desarrolla casi totalmente en esa residencia que alguna vez fue símbolo del amor y ahora es morada de la mentira. Cada personaje se ajusta cuentas con su pasado. Horovitz nos habla de esos arrolladores amores adúlteros que van dejando ruinas a su paso; también de padres ausentes y sobre todo del poder destructivo de la mentira. Mathias se dará cuenta que gran parte de los pesados secretos de su vida estaban escondidos allí. Es una pieza demasiado explicada, sin matices, con algunas subtramas resueltas con mucho apuro (la relación clandestina de la hija) y con poco aire y poco movimiento. Por suerte hay tres buenos actores: Maggie Smith, encantadora; Kevin Kline, y la bella Kristin Scott Thomas, una señora que no merece tanta soledad. Pero le falta emoción, sutilezas y hondura.
Un profesor que enseña poco y aprenderá mucho El guionista Keith Michaels anda en la mano. Hace mucho ganó un Oscar y conoció la fama. Pero la pólvora se le secó, su mujer se fue con otro, su hijo no lo tiene en cuenta y le falta amor, ganas y plata. Por eso aceptará de mala gana un puesto de docente de literatura creativa en una universidad pública de una ciudad del interior. Y allí va, sin ilusiones. Está convencido de que no puede enseñar nada, que el pueblo es chato. El sólo espera una llamada de Los Angeles para volver a Hollywood. Pero bueno, tomará contacto con una mujer separada del lugar que lo irá conectando con aspectos de su vida que estaban dormidos. Y aprenderá que esa pequeña ciudad le puede dar a su vida más que el falso oropel del mundo del cine y la fama. El film habla de segundas oportunidades (en el amor y en la vocación) y su protagonista se dará cuenta de que a veces, al mirar atrás para tratar de revivir viejos logros, nos olvidamos de lo que tenemos enfrente. Film liviano, muy hablado, medo ingenuo, que tiene en el centro de la escena a Hugh Grant y su personaje de siempre: un galán dubitativo, desorientado, que trastabilla y mete la pata, pero que hace valer su simpatía y su ternura. A su lado está la siempre encantadora Marisa Tomei. Ella será la que le dará letra a este profesor que enseña poco pero aprenderá mucho.
VECINO PELIGROSO Jennifer López no gana para sustos en el cine. Es la productora y protagonista de este fallido policial erótico. Ella es Claire, una profesora de literatura. Vive con su hijo adolescente. Se separó porque su marido la engañaba. Y tiene como nuevo vecino un joven de buena pinta, que se hace amigo del nene para acercarse a la mami, que empieza siendo servicial, pero después quiere cobrar en la cama. Sola y aburrida, una noche Claire cae en sus brazos. Y a partir de allí empezará el acoso, la amenaza, y la locura. El quiere llevarse a Jennifer, como sea. No es mala idea, por supuesto. Y eso es todo. Película indefendible, con una historia resabida y personajes de madera, un film de bajo voltaje y vecindario riesgoso, con peleas de juguete y suspenso de entrecasa. Ni siquiera la sangrienta pelea final logra añadirle algún interés.
DERRUMBE Y RECOMIENZO Film simpático y emotivo. Transmite ganas de hacer cine, empuje y vitalidad. No es poco. En sus momentos risueños recupera el tono de la buena comedia costumbrista italiana. Y en los momentos duros, no recarga las tintas. Nos habla de las vicisitudes que enfrenta una familia (madre y dos hijos) venida a menos. Tienen un castillo pero no pueden mantenerlo. El hijo se está muriendo y la hija, Louise, es una ex actriz, que busca un amor, un hijo, un rumbo. Ella es Valeria Bruni-Tedeschi, una buena directora y buena intérprete que encara con aire fresco y despreocupado un relato absolutamente autobiográfico: la que hace de madre es su madre, el que hace de novio es su novio y tuvo un hermano que murió joven. De allí el tono sentido y humano de ese retrato. Transcurre en Italia y Francia. La bancarrota acecha. ¿Alquilarán el castillo, venderán sus cuadros más valiosos? Todos tantean sin encontrar el camino. El amor, la amistad, la religión hacen su parte. En ese árbol abatido de la escena final surge la imagen de un derrumbe que puede ser también la puerta a un nuevo florecer. No es perfecto ni mucho menos, pero sus escenas convencen y sus personajes tienen vida.
EL PASADO NUNCA SE VA Es una historia real: la lucha de María Altmann, hija de una familia judía, que viaja de Estados Unidos a Viena, su ciudad natal, para tratar de recuperar las posesiones que los nazis le confiscaron a su familia. La pieza más valiosa es la célebre obra de Gustav Klimt, el Retrato de Adele Bloch-Bauer. Adele fue tía de María y la búsqueda confrontará con el gobierno de Austria y con sus recuerdos. No está sola. Randy Schoenberg, un abogado inexperto y entusiasta, descendiente también de judíos, la acompañara en una lucha llena de altibajos. La estructura del film es parecida a la de “Philomena”, aunque cinematográficamente está muy por debajo. Es una de esas películas cuidadas, correctas, irreprochable en su discurso y en su factura, que no tiene nada fuera de lugar, pero tampoco va más allá de ser un retrato más sobre la nazismo, la responsabilidad de los que miraron para otro lado cuando llegó el horror y la puja entre los recuerdos y el olvido. Alterna las imágenes de hoy con los recuerdos dolorosos de María. Y su victoria final es una manera de convertir a su exigencia en una batalla que tiene mucho de justicia y de reivindicación. María volverá a Viena, donde dejo todo su pasado y ese cuadro será el símbolo de un rescate más generoso. Ha perdido tanto en el camino que recuperar algo es todo un mandato. En su largo tramitar interviene la Corte Suprema de Estados Unidos y el gobierno de Austria, que no quiere ceder esa obra, María le dará sentido a su vida. Aunque su mayor litigio es con esa ciudad, donde dejó mucho más que un cuadro. “Hay que dejar ir al pasado”, le dice María a su abogado. Una manera de empezar a cerrar las heridas.
Mirada inteligente y divertida sobre las emociones y la niñez ¿Qué pasa dentro de la cabeza de Riley, una nena de 12 años? Cinco emociones predominantes manejan su día a día: tristeza, alegría, furia, desagrado y miedo. Y el film se instala allí dentro de una cabecita que vive saltando de un lado a otro. Riley sufre por la mudanza: no sólo ha perdido la infancia; también su hogar, su ciudad, su escuela, sus amigos. Las emociones que bailan en su mente, tienen tareas de sobra. Con humor, inteligencia, acción y chispa el film nos deja ver las ilusiones, rabietas, rebeldías y recuerdos de una Riley en pleno cambio. La estructura narrativa es compleja, porque la historia no le saca el cuerpo ni a las abstracciones ni al inconsciente. Desde su ágil y colorido empaque, “Intensa-mente” propone un reconocimiento al importante lugar que ocupa la tristeza en el mundo de la infancia. Y nos habla también de esa época, cuando los padres no pueden responder a todas las preguntas de las nenas que crecen. Y de la llegada del asombro, de los juegos y de las nuevas preguntas que ocuparán su cabeza. Pixar-Disney ha recuperado con “Intensa-mente” el formato inspirado y exigente que lo ha consagrado. La poesía y la melancolía alumbran otra vez la soledad de la niñez, como en “Toy Story” y “Wall-E” sus obras maestras. Este film no alcanza esa altura. Aporta aventuras, humor y acción, pero también una mirada entre compleja y confusa que puede dejar a muchos niños afuera. En “El sueño de Walt”, Disney (Tom Hanks) le decía a la autora de Mary Poppins: “todos tenemos nuestros cuentos tristes, pero no hay que quedarse detenido en esos recuerdos”. Y el film parece viajar desde aquel sueño a este cerebro.
Perdonar es divino La escena inicial, un intenso y largo plano, define tema y personajes. Paulina, joven abogada, le explica a su padre que quiere volver a Misiones a enseñar educación cívica en una escuelita rural. El padre es juez y trata de disuadirla. Idealismo y pragmatismo confrontan allí. Y seguirán confrontando. “Quiero ponerle el cuerpo a esta experiencia”, dice Paulina. Y demostrará que lo de poner el cuerpo no es una metáfora. La historia es conocida: se va a la escuelita, la violan, pero ella asume el espíritu sacrificial de la buena católica para seguir adelante. No condena a sus victimarios, no los denuncia, se agarra a ese ultraje para darle más contenido a una entrega que parece purificarla. Y al saberse embarazada, la mezcla de culpa y ofrenda le ilumina el camino hacia un incomprensible perdón. Paulina siente que a los violadores también son víctimas, que ellos también ponen el cuerpo (Paulina es violada y ellos son golpeados en la comisaría) y que es la injusta realidad la que en alguna forma los iguala. De nada valen los argumentos de ese padre. Tampoco la posición de su novio. Para ella, su decisión es un desafío, una manera de interpelar un mandato social. ¿Es lógico lo que hace? Santiago Mitre dio algunas pistas: “Decidimos que así como no había que juzgarla tampoco había que entenderla, sino acompañarla”. Y esa forma de poner el cuerpo acaba siendo para ella una toma de conciencia y un acto libertario. “Vos sos víctima no heroína”, le dice el padre. Pero ella siente que el perdón es una fuente de afirmación y que el ultraje quizá sea la manera de ponerse a tono con el lugar que ha elegido. Film sólido, fuerte, que tiene en Dolores Fonzi una intérprete estupenda y en Oscar Martínez un compañero a su altura. Que no descuida ni una escena ni un detalle, que está bien dialogado y bien ambientado. Es intenso y creíble este drama de conciencia que invita a la reflexión. Paulina fue a evangelizar y terminó crucificada. Pero decide seguir adelante. Así termina.