Cuesta mucho volver atrás, en el tiempo y en la pareja Comedia dramática sobre una pareja de cuarentones que no define su rumbo. Los desencuentros familiares es un tema que recorre la obra de este guionista y realizador. Josh (Ben Stiller) y Cordelia (Naomi Watts) son dos artistas con temas pendientes. No tienen hijos ni quieren tenerlos y se aburren con esos amigos que sólo hablan del crío. Viven en medio de un desconcierto que no los deja crecer. Sus proyectos y su matrimonio no avanzan. Por eso se deslumbran (él más que ella) cuando conocen a una pareja de jóvenes lanzados, frescos, sin ataduras, llenos de ilusiones. Ven allí la chance de recuperar el fuego que han perdido. Pero cuesta revivir el amor. Y asumen los trazos superficiales de sus nuevos amigos. Se comportan como ellos. Pero no todo es como parece. Jamie, el muchacho, no es tan desinteresado y sincero. Y bueno detrás de la desilusión surgirá la chance de recrear la pareja desde otro lugar. El amor –nos dice- necesita mirar hacia adentro y no hacia afuera. La crisis los obligó a sincerarse. Es una comedia agridulce sobre manipuladores y hombres ambiciosos (ellas son más simple sy prácticas) que van ocupando lugares que no les pertenecen: Josh se mimetiza con Jamie, su amigo joven; pero Jamie usurpa ideas y lugares en su trepada. Hay toques de humor, otra buena labor de Naomi Watts, y algunas jugosas réplicas. Todos alguna vez soñamos son ser otros, nos recuerda Baumbach. Pero detrás de esos falsos espejos suelen surgir las grietas que no queremos ver. La identidad, el paso del tiempo, el desgaste del amor y las dudas del artista colorean esta fábula simpática.
Una es fóbica y otra es inmortal, pero el amor al final las cambiará Agradable comedia romántica. Gabriel (Peretti) viene a pérdida pura: su mujer lo dejó, con el padre no se habla y le ha bajado la cortina a todo plan amoroso. No es amargo, pero anda solo y sin ganas. El único vínculo cercano es con su hija. Vive para la nena. Pero bueno, siempre aparece alguien que le hace desandar el camino. Ella es Vicky (Maribel Verdú), una española luminosa y vital. Se conocieron en la adolescencia y 25 años después se reencuentran. Flechazo y a otra cosa. Todo marcha bien, peor Vicky tiene una fobia: odia los chicos. Y Gabriel, con tal de no perderla, le dice que él es un separado sin hijos. A partir de allí se despliegan los enredos que son parte de las buenas comedias románticas. ¿Qué hacemos con esa hija? La tarea no es fácil, entre otras cosas porque la nena de 9 años -una agrandadita piola, típica hija cómplice de cine- jugará su parte. Lo mejor de este trabajo del interesante Winograd (“Cara de queso”, “Mi primera boda”, “Vino para robar”) es que tiene buen gusto, timing y no ridiculiza a sus personajes. L a historia avanza sin grandes hallazgos pero sin tropiezos y es un producto bien terminado que no es meloso ni forzado, que respeta a rajatablas las leyes del género y que muestra que en el terreno de la comedia romántica, simpática y tierna, el cine nacional viene obteniendo más de un logro. Los actores siempre ayudan: Peretti cada vez se afirma más en ese rol de antihéroe algo confundido y melancólico. Y la Verdú está espléndida. El final es otra apuesta a favor del amor: él recupera ilusiones y ella perderá sus fobias. No es poco.
MORIR POR AMOR Otra comedia romántica. Esta vez el enredo es más complejo: Adaline se ha vuelo inmortal. Adquirió esa condición por culpa de un choque. Y no envejecerá más. No es mala idea, sobre todo porque queda eternamente detenida en los 25 años, que siempre es una buena edad para estacionarse. Pero ser inmortal no es gratis. Tiene que huir de un lado a otro. Conoce gente, se enamora, pero tiene que huir si quiere guardar su secreto. Pero un día aparece el hombre. Le rehuye, pero al final cede. ¿Qué hacer? ¿Huir o contarle? Y allí empieza la otra parte de esta historia, de buen planteo, que podía haber aprovechado mejor el tema del paso del tiempo en el amor. El filme en cambio se conforma con un par de enredos extras. Al final el amor triunfa, incluso sobre la muerte. Porque Adaline un día se alegrará al saber que ella es mortal, que no necesita seguir huyendo y que podrá envejecer junto al hombre de sus sueños. El amor y el ser humano –nos dice- no son inmortales. Por eso hay que vivir intensamente, porque nadie sabe cuándo se acaba el juego.
TERCERA OPORTUNIDAD Segunda parte de una comedia apenas amable sobre la tercera edad. Si la primera parte fue casi ñoña, esta episodio dos no mejora nada. Otra vez la India y su mezcla de exotismo y paisaje. Y otra vez, aunque aumentada, el contingente de maduros que se quiere llevar a buen puerto el saludable proyecto de vivir juntos, hacer planes y divertirse como se pueda. Y hay de todo. Pero en un tono que no va más allá de lo simpático. Y que difunde el mensaje muy repetido de que no queda otra que el presente, que la vida hay que disfrutarla y que todo puede ser mejor si se tiene espíritu, ganas y buena compañía. El elenco (ahora más poblado que nunca) permite que todos se puedan lucir en esta viñeta dulzona sobre la tercera edad y las chances que ofrece el turismo de estos días.
El amor y el tren se pierden fácilmente Marc llega jadeante a la estación de Lyon pero pierde el tren. No va ser el único tren que pierda en su vida. Por suerte ese día conocerá a Silvie, una señora de esa ciudad, mal casada y con ganas de subirse a otros trenes. Y dan una vuelta y charlan y una cosa lleva a la otra. ¿Qué hacer? Acuerdan una cita para el viernes que viene en París. Pero el mismo destino que le quitó un tren y le dio una señora, le jugará otra mala pasada: no podrá llegar a tiempo. No hay teléfono (imperdonable en estos días) para avisar por qué. Y todo parece acabar allí. Pero entra en escena el tercer corazón Y se acaba la calma “3 corazones” es un interesante melodrama que aporta al cine francés de hoy, tan liviano y distante, lágrimas, culpas, nervios y un aire de tragedia inminente. Porque a partir de allí, todo será ilusión y zozobras. ¿Los flechazos se olvidan fácilmente o persisten, dulces y mejorados, porque no llegaron a nada? Algo de eso le pasa a este inspector fiscal, muy atento para poder encontrar fallas en las liquidaciones de otros, pero poco avispado a la hora de pasar en limpio sus amores y ajustar cuentas con su pasado. Marc se casa con Sophie. Ignora que es la hermana de Silvie. Cuando se entera, su felicidad se derrumba. Silvie vuelve y todo se reaviva. ¿Marc ama de verdad a Silvie? El amor es azaroso, todos lo saben, y sus idas y vueltas sacuden como marionetas a quienes lo disfrutan y padecen. ¿Qué hacer? Marc es un tipo angustiado por exceso de amor. Duda de las ganancias ajenas mientras su vida amorosa acusa pérdidas. No tiene respiro. No sólo las coronarias le piden explicaciones. También su alma pone contra las cuerdas a este padre culposo que no sabe dónde meter esa historia que siempre vuelve porque nunca se fue del todo. Y al que no le queda otro refugio –como se ve en la escena final- que a recordarla como hubiera sido, fantasear un poco más con ese amor que llegó más tarde que aquel tren que lo abandonó.
Otro rebuscado filme de Paul Haggis (“Crash”), un artesano de buenas ideas que invariablemente cede a la tentación de los golpes de efecto, las historias retorcidas y los personajes calculadamente raros. Tres historias de amor tienen lugar simultáneamente en tres ciudades: Nueva York, París y Roma. Un escritor neoyorquino (Liam Neeson), que acaba de separarse de su esposa y se encuentra en París con su difícil amante (Olivia Wilde). Una madre neoyorquina (Mila Kunis) disputa con su esposo la tenencia del niño. Y en Roma, un norteamericano que roba diseños de ropa (Adrien Brody), se enamora tanto de una gitana (Moran Atias) que entrega todo. Es un relato coral (otra tendencia de Haggis), un pequeño festival de desdichados que habla sobre parejas en crisis y sobre las turbulentas relaciones entre padres e hijos. El cine inverosímil y extravagante de Haggis alcanza sus mejores momentos en las escenas intimistas (la mejor historia es la del escritor y su amante), pero todo es difícil de creer y de entender. Realización plana y convencional, innecesarios subrayados, personajes que no dejan de hacer cosas absurdas y vueltas de tuercas argumentales para ir sumando más tensión. El forzado final en Roma quiere ser alegórico: el escritor sale a perseguir a una esquiva Anna que sin querer se transforma en todas.
Hay que vender y venderse Diego está en caída libre. Debe un montón, está con el ánimo por el suelo y se queda sin trabajo. Niega, miente, se angustia. Tiene una mujer y una hija adolescente. ¿Qué hacer? Su tío le presta una casita en el Delta y allí van. También le ofrece trabajar de vendedor en su empresa inmobiliaria. Y Diego no tiene muchas opciones. Vivir en el Delta no es fácil: humedad, vacío, todo queda lejos, no hay señal. Diego va y viene todos los días. La familia sufre y él también. Su meta es poder llevarlos de vuelta a Buenos Aires. “Showroom” es una comedia negra que echa una mirada corrosiva sobre las aspiraciones de una clase media que solo quiere poseer, como sea. Diego se desespera tanto por vender que al final se termina vendiendo a sí mismo. Filme sobre la alienación y los falsos paraísos, que es también un canto muy transitado sobre la vida sana y sobre la sabiduría de vivir con lo que se puede y de no aspirar a más. El filme juega con esos contrastes: la cámara va de Tigre al centro, del verde al cemento. Y muestra lunares: escenas sin gancho, personajes básicos, moraleja anunciada. Lo mejor que se puede decir de este debut en Molnar en el largometraje, es que no recarga las tintas, que no tiene golpes de efecto, que se conforma con su modestia, que deja ver un solvente trabajo de Peretti y que trata con sensibilidad a sus personajes.
CODICIA Y CHANTAJES Es una pena haber desaprovechado otra buena novela de Patricia Highsmith, con dobles, roles intercambiables, sorpresas y fraudes. Los personajes son una pareja de norteamericanos visitando Grecia y un guía, que primero quiere aprovecharse de ellos y termina –como le gusta a Highsmith- implicado. Las ruinas de Grecia anticipan el derrumbe de una pareja sostenida en la estafa. Hay una amenaza, un crimen, un deseo no dicho. La pasión y la codicia rondan. Los dos hombres se recelan y se necesitan. Y en el fono está Colette, la mujer, que será a un tiempo botín y excusa. La novela daba para un dibujo más sórdido y oscuro. Pero el filme se queda en el paisajismo, no sólo para mostrarnos Grecia sino para dejarnos ver muy por arriba el alma oscura de estos personajes desolados. Las vueltas de tuerca sostienen el interés, la culpa va de un lado a otro. Una historia espesa que merecía un trazo más intenso y sombrío.
Palabras que matan y amores que duelen Mathieu Almaric (“Tournee”, “La escafandra y la mariposa”) es una de las figuras más altas del cine francés. Sus filmes aportaron intensidad, vitalidad y vuelo. Aquí, parte de una novela de George Simenon para hablarnos de Esther, dueña de una farmacia y Julien, un empresario. Son amantes. Los dos están casados. Pero será ella, con su afán posesivo y su amor incontrolable, la que irá definiendo el rumbo y el tono de la relación. Lo besa, lo rodea, lo atrae y lo muerde. Y esa forma de marcarlo será el símbolo de este amor enfermizo y riesgoso, que deja en un segundo plano a los cónyuges engañados: un marido enfermo y una esposa que prefiere mirar para otro lado. La secuencia del comienzo subraya los contrastes: después de esa apasionada escena de sexo, aparece el interrogatorio por un crimen. ¿Qué pasó? Esther, una obsesiva que toma cada palabra como un pacto, sueña con un Julien para ella sola. Pero él le explicará al juez que en la cama y en esos momentos lo que se diga no tiene un valor condenatorio. Esther es literal y quiere traducir en hechos lo que sólo son palabras: pero, “la vida es diferente cuando la vives que cuando la cuentas después” dice un Julien solo y culposo que, al final, ya sin nadie, sólo puede refugiarse en el odio. Es un filme sobre los cuerpos sinceros y las palabras (las dichas, las olvidadas, las que están en las cartas) dudosas. Una propuesta interesante, pero fría y puntillosa. Lejos del mejor cine de Amalric. Es una lástima, porque daba para más esta desdichada historia de pasión, traición y muerte.
OTRO AMOR IMPOSIBLE Otra previsible viñeta amorosa entre una señora de 60 y un profesor con 30 años menos. Caroline (Ardant) es odontóloga. Se acaba de jubilar y está de duelo por una amiga. Tiene buen marido y dos hijas. Pero bueno, la rutina matrimonial y la necesidad de darle un golpe de timón a su vida, la tientan. Y se anota en un club para la tercera edad y allí conocerá a este muchacho. No estaba en sus planes, pero tampoco estaba abandonar el deseo. Encuentro, flechazo, lo de siempre: estampas muy conocidas, sin nervio ni mayores novedades. Todo es muy francés, distante y respetuoso, hasta la confesión de ella, asumida con esa entereza distante de los maridos del cine, un buen hombre que se queja de no haber sido avisado más que haber sido engañado. Fanny Ardant aporta una belleza otoñal y nada molesta en esta historia de amor imposible que culmina tontamente: ellos en la playa nudista, dispuestos a sacarse todo (ropa y fantasmas) para poder empezar de nuevo.