ENTRAÑABLE DESPEDIDA Linda y colorida despedida de un maestro de finos trazos y aliento humanista, un poeta que le dio un vuelo más calmo a la animación. Aquí parte de una historia real, la vida de Jiro Horikoshi, el joven inventor que diseñó varios de los aviones utilizados en la Segunda Guerra Mundial. Desde allí, mezcla el apunte documental con un relato romántico. Los dos proyectos suelen estar matizados por las escapadas de ese ingeniero que encontró que el avión y el amor eran inalcanzables y fascinantes. Sus aviones siempre rondaban los sueños de un diseñador que de chico se extasiaba viendo las estrellas desde el techo de su casa y que de grande incorporó el amor y el dolor como parte de esa mirada. El filme es largo y seguramente muy alejado al gusto de un público infantil acostumbrado a pedir más riesgos, más explosiones, más sorpresas. Pero su poesía sigue allí y en algunos momentos, en esa idea del viento que nos llama a vivir, en sus mensajes por la paz, la serenidad, los valores de siempre, en su canto a la naturaleza y la solidaridad, en sus trazos delicados, surge el mensaje bello y melancólico de un artista que ha guardado su pincel después de enseñarnos a ver la vida con otros colores.
En el amor y el arte a veces se triunfa con las mentiras. Es la historia real de un recordado fraude: En los años 50 y 60, los pintores Margaret y Walter Keane tuvieron un éxito enorme con cuadros que representaban niños de grandes ojos. La autora era Margaret, pero los firmaba Walter, su marido, porque, él tipo era muy hábil para el marketing y ella algo sometida. Cuando Margaret quiso revelar la verdad -suele suceder- la gente muchas veces se quedó con la copia y le creyó más a la mentira. Una historia fascinante que el estilizado cine de Tim Burton no consigue aprovechar. Burton no es el mejor para hacer biopic. Se mueve mejor entre lo tétrico y lo extravagante. Lo suyo, en sus mejores versiones, es evanescente y cautivante. Por eso el tono de falso cuento de hadas no le cae bien a esta meditación sobre el poder y las falsificaciones, un relato que usa el arte y el amor para hablarnos mentiras, sueños y despersonalizaciones. Hay exageraciones en el trazo de un Walter más desorbitado que tenebroso y una impronta de comedia que le quita fuerza a una historia llena de matices, con colores y zonas oscuras y con esos ojos grandes que a su dueña no la dejaban ver. Detrás de su tono ligero, hay pinceladas sobre el machismo, los prejuicios de aquellos años y la búsqueda de identidad de una mujer falseada que en principio renunció a ser ella. La historia interesa, pero se vuelve cada vez menos rigurosa. En el amor y en el arte –nos insinúa Burtom- a veces se triunfa con la mentira.
SER OTRO NO ES GRATIS Al comienzo, uno agradece que por una vez Adam Sandler deje de ser el tonto de siempre, el que larga chistes estúpidos, el que no se lleva bien con el sistema, el que anda siempre orillando el borde más tonto. Aquí es Max, un zapatero de barrio que descubre que una vieja máquina remendona que le dejó su padre le permite cambiar su apariencia y ser como uno de los clientes con tan solo calzarse los zapatos que le han dejado para arreglar. La cosa empieza como una comedia costumbrista y con un Sandler mesurado y calmo. Pero la ilusión dura poco: la trama vecinal deja su lugar a una mezcla de policial con pinceladas románticas y algún mensaje cursi y aguado. El filme nos dice que ser otro es una tentación pero también un riesgo. Pero ni los malandras ni ese padre que vuelve del fondo del tiempo ni algunas viñetas supuestamente graciosas, alcanzan. Un fiasco, de punta a punta que ya tuvo su merecido: el público en todo el mundo le ha dado la espalda. Sandler a esta altura debería elegir con más cuidado. Sus últimas apariciones han sido pocos felices.
INVENCIBLES CORRECAMINOS. Cada vez pelean contra villanos más grandes. Es la ley de las sagas de acción: se recargan a sí mismas para ir doblando la apuesta. En el centro, por supuesto, están las calles, los autos, las persecuciones. Estupendamente presentadas. Nada iguala la espectacularidad y la imaginación de estas corridas. Lo demás es lo de siempre: tipos básicos, simples, imbatibles, que cada vez que logran disfrutar una vida tranquila el deber o lo que sea los convoca. Y otra vez salen a la cancha a pelear contra los malísimos. Ahora el que los gtiene mal traer son dos súper enemigos: un vengativo de alto vuelo; y un invento feroz, El ojo de Dios, un chiche que ubica lo que quiere en cualquier lugar del planeta. Peleas largas, balazos y piñas, autos que hacen de todo y pilotos a su altura. Taco, punta, aceleraciones y frenada, derrapes, saltos y velocidad pura. Para los fierreros, un plato bien servido. Los que buscan otra cosa, mejor sacarse el casco y abstenerse.
Cuando el poder se queda con todo Pueblito pesquero del norte de Rusia. En la bahía, todo es ruina. No solo el paisaje es gris y desolado. También sus habitantes y sus hogares. El de Kolla, sobre todo, ese mecánico que está a punto de perder mucho pero ignora que al final va perder todo. El corrupto alcalde necesita su terreno para construir una mansión. Y ya se sabe, cuando el poder quiere algo –sucede en las mejores familias- no espera ni necesita permiso. Kolla resiste hasta donde puede. Y puede poco. La maldad lo acecha por todos lados. Su hijo adolescente lo rechaza, su linda mujer quiere cambiar demasiadas cosas y ni la policía ni la justicia se apiadan. Tampoco la iglesia le hace lugar a su desdicha. Las ruinas de la bahía lo copian. Retrato desmoralizador que nos dice que todo sigue como en la época de los comisarios políticos. O peor. Roban todos y no hay lugar ni para la esperanza. No hay nadie ejemplar. Hasta ese abogado que viene a ayudarlo al final se le queda con lo más querido. El chantaje y el apriete son las monedas de cambio de un pueblito sin horizontes. Y las borracheras, el tedio y el suicidio son formas de escapar. El filme está bien. Es intenso. Duele y se ve con interés. Está muy cuidado visualmente y propone más de una lectura. El elenco es ajustado. Y hay algo kafkiano en ese relato fatalista de un calvario sin pausa. Kolla conmueve en su decrepitud. Un hombre que no cree en nadie, que se siente sin dios ni amigos, que se refugia en el vodka y la desazón. Su mujer encuentra en el engaño la única chance de poder dejar atrás ese presente. El filme se abre con esos deshechos y se cierra con otra imagen demoledora: la grúa viene a demoler la casa de Kolla. Su enorme bocaza de hierro es uno de los rostros de un poder que va devorando todo lo que encuentra.
Dolorosa historia sobre las ruinas de un país y un amor Alemania. Recién terminó la Guerra. Las ciudades y la gente luchan por reconstruirse. Nelly vuelve de Auschwitz con el rostro desfigurado. Y le pide al cirujano plástico que se lo rehaga. Quiere encontrar a Johnny, su marido. Su búsqueda, su ruego y su calvario es una dolorida alegoría sobre la Alemania de entonces, también desfigurada y llena de escombros. Magnifica historia sobre el odio, la venganza, la reinvención del amor, la resbaladiza identidad y la culpa. Nos habla de la conciencia de un país desde el relato íntimo de este nuevo ser que se hace llamar Esther. Quiere encontrar a Johnny, su amor, pero la vida le tiene reservada una sorpresa: como él la ve parecida a su ex, le pide a la falsa Esther que ella ocupe el lugar de Nelly para poder hacerse de una herencia. Ignora que Esther es Nelly, que vuelve en busca de un amor que la fue desfigurando por dentro. El juego de los dobles es magnífico. Nelly solo podrá recuperar a Johnny si juega a ser otra. ¿Se entiende? Y Johnny sólo le hará un lugar a su falso amor a través de esta falsa copia. Historia honda y llena de resonancias sobre las ruinas de una ciudad y de un amor. Nelly necesita saber quién es desde la mirada de los demás. Y el sobrecogedor final pondrá las cosas en lugar: recién allí Nelly asumirá su pasado y empezará a dejar atrás los fantasmas. El film atrapa cuando reflexiona sobre estos asuntos, pero es menos convincente cuando retrata escenas colectivas (en el cabaret, el reencuentro en la estación). Su historia es potente y más allá de algunas reiteraciones demuestra fuerza trágica y enorme poder alegórico. El film comienza con un soldado que no quiere ver esa cara desfigurada. Y termina con un marido que tampoco quiere ver a la verdadera Nelly. Por encima de ocultamientos y negaciones se asoma la historia de una mujer y un país que muestran en carne viva las marcas de la pólvora y el olvido.
UN PATIO SIN GRACIA No pasa nada en este patio. Las fisuras del edificio son apenas un adelanto de las grietas que padecen sus ocupantes. El flamante conserje viene de una crisis depresiva y habla poco; Mathilde tiene sus obsesiones y con eso ya tiene bastante. Hay un vendedor ambulante, un ocupante que llena el patio de bicicletas, otro que ladra por las noches. Una sarta de tontos que se ajustan perfectamente a la mirada liviana y aburrida de esta desabrida estampa parisina. Da pena verla a Catherine Deneuve metida en semejante consorcio. Ella es el centro de esta decepcionante muestra de un costumbrismo francés que de a poco ha ido abandonando los buenos temas para poner en escena las bobas preocupaciones de un vecindario que sin gracia. ¿Qué hacer cuando la historia no interesa, los personajes no existen, faltan ocurrencias y está filmada con pocas ganas? Siempre se puede acudir a un final trágico para hacernos creer que al final la grieta era más una faena para psicólogos que para albañiles.
Alice y su dolorosa lucha contra pérdidas y olvidos. “El arte de perder no es tan difícil de dominar”, dice Alice al hablar en público de su enfermedad, un Alzheimer prematuro que la va dejando sin nada. Cita a la poeta Elizabeth Bishop y explica “que muchas cosas nos empiezan a faltar, pero no es un desastre. Hay que aprender a perder cosas cada día”. Y la frase va más allá del Alzheimer y suena a enseñanza de vida. Alice Howland, una mujer felizmente casada y con tres hijos, es una reconocida profesora de lingüística que comienza a olvidar palabras. ¿Qué le pasa? El devastador diagnóstico la obligará a emprender una desgarradora y conmovedora lucha para mantenerse conectada con la persona que alguna vez fue y que de a poco la va abandonando. A partir de ahí, Alice entablará una dolorosa lucha contra el olvido. Advierte que lentamente irá perdiendo todo lo que fue acumulando en su vida. Y que el imparable deterioro se va quedando con todos sus recuerdos. “¿Quién nos tomara en serio cuando dejemos de ser lo que fuimos?”, se pregunta. Lucida y resignada, va tanteando los caminos que tiene por delante. Repasa fotos familiares, se ha grabado en la PC y se escucha a sí misma cuando necesita ubicarse. “No sufro –le cuenta sus oyentes- , lucho por seguir conectada a la vida”. Su hija al final dirá algo que a todos nos llega: “Nada está perdido para siempre. La vida es un progreso doloroso que anhela lo que va dejando atrás y sueña por adelantado”. Es un film serio, previsible, respetable, convencional, que no profundiza, pero tampoco es lastimoso ni lacrimógeno. Tiene como excluyente protagonista a esa Alice que se va apagando. El film no se aparta de ella, incluso desdibuja a todos los demás. Julianne Moore está estupenda. Sin exagerar, sin falso histrionismo, compone con mucha humanidad a una mujer que pasa de la sorpresa al dolor, de la bronca a la vergüenza, del desamparo al olvido. Sus largos planos silenciosos expresan el tamaño de su vacío. Ella, en sus fugaces raptos de lucidez, aprenderá que la vida es una constante pérdida que, de a ratos, ofrece el pálido consuelo de permitirle recuperar lo que tanto se tuvo y ya no vuelve. Los realizadores Richard Glatzer y Wash Westmoreland vuelven sobre estos temas. Y lo hacen adoptando el trazo de un melodrama algo didáctico que reseña enfermedades poco conocidas y busca echar luz sobre el alma de sus enfermos. No siempre lo logran. Curiosamente, el martes, dos días antes de este estreno, uno de ellos, Richard Glatzer, murió como consecuencia de una esclerosis lateral amiotrópica, un enfermedad que desde hace mucho lo aquejaba y que sin duda le viene a añadir otro sentido a esas palabras que Kristen Stewart al final le dice a Alice (y también a él) : “La vida es un progreso doloroso que anhela lo que va dejando atrás”.
ESTAFADORES EN BUENOS AIRES Comedia turística de estafadores elegantes metidos en ambientes de lujo. Truchadas de alto nivel, con enredos y suspenso. El viejo tema del cazador cazado que al final caerá en las trampas del amor, que cuando atrapa no suelta. Al comienzo la cosa suena bien: Will Smith es un embaucador simpático y entrador. Y ella es una muchacha que quiere ascender en el submundo del hampa cinco estrellas. Y aprende mucho al lado de él. Y la alumna de a poco se le pondrá a la par. Los dos están tan acostumbrados a fingir y disfrazar todo, que les cuesta descifrar si ese amor, que empiezan a sentir, es cierto o es el gran truco final. Son respetables señoritos que saben distinguir un buen vino y un buen reloj, que van de un lado a otro y la juntan con palas. Arrancan en Nueva York, pasan por Nueva Orleans y acaban en una Buenos Aires fotogénica. Lamentablemente el libro no ayuda. Pero Caminito, San Telmo, Puerto Madero le ponen coqueta escenografía las andanzas exageradas de estos estafadores de buenos modales. Hay tantos trucos y tantos engaños que al final nada es cierto y hasta ellos se confunden. Pero se deja ver, nos muestra una Buenos Aires colorida y vale la pena el trabajo de esta actriz que junta malicia inocencia y audacia a pura mirada y sonrisa. Algo es algo.
Identidad, sexo y otra hermosa muchacha en plena búsqueda. François Ozon es un realizador prolífico, desparejo y liviano. Su registro frío y lejano muchas veces suena presuntuoso. Es un producto casi industrial de un costumbrismo francés que adopta una mirada más distante que profunda. Isabelle festeja sus 17 años debutando en sexo. Y a partir de allí, pese a que esa novedad no le deparó placer, decidirá prostituirse. Porque sí. No hay razones. Ozon no da pistas, aunque el poema de Rimbaud y las cuatro canciones de Francois Hardy echan algo de luz sobre búsquedas y rebeldías. Esta nueva “Belle de jour” ahorra explicaciones. Estudia en la Sorbona, tiene una madre que le puede dar los gustos, un hermano mirón y un padrastro gentil. Pero se prostituye. No goza ni sufre. Nada duele ni molesta. Perturba más su indiferencia que sus revolcones. Vive su doble vida con una actitud más desafiante que envilecedora. Se alquila y no se entrega. Y cuando el juego se descubre, tampoco habrá en ella ni arrepentimiento ni vergüenza ni culpa. Isabelle aceptará la nueva situación con la misma tranquilidad con que asumía sus citas. Vuelve a la normalidad, prueba con un novio, trata de rehacerse, pero la escena final parece adelantarnos que sólo en el desafío, la provocación y el riesgo, podrá encontrar identidad y propósitos. La mirada fría y lejana de Ozon nos dice que no hay que sermonear ni sorprenderse, que todo es natural, que puede pasar y pasa. “Joven y bella” nos trae otra historia con una hermosa muchacha que explora el despertar sexual buscando algo más. El film muestra una subtrama que se desvanece (la supuesta infidelidad de su madre), un cuadro familiar poco creíble (cada vez que se abre una puerta alguien se está masturbando o anda cerca) y además ese tono excesivamente discreto, superficial de un Ozon que no quiere inquietar sino que escandalizar un poco.