Django Sin Cadenas es la incursión de Quentin Tarantino en el western. Antes que nada, debo admitir dos cosas: una, que no es lo que yo esperaba y dos, que es excesiva y muy indulgente. En las dos horas 45 que dura, hay una hora de glorioso cine, y 105 minutos de relleno de variable calidad, la mayoría del cual bien podría haber terminado en el piso de la sala de edición como para darle agilidad y brevedad a la historia. Django Unchained no es un gran Tarantino, pero sin dudas es mejor (y mas entretenido) que un Tarantino flojo (o mas restringido) como, por ejemplo, Foxy Brown. Cuando escuché hace unos años que Tarantino quería hacer un western, me imaginaba un glorioso homenaje a Sergio Leone y una partitura de fondo compuesta por viejas glorias del Spaghetti. Lamentablemente no es lo que ocurre aquí; durante la primera hora hay unos torpes intentos de imitar un Spaghetti Western - pero no uno de Sergio Leone, sino alguno de los millones de imitadores italianos de segunda línea, del estilo de Sergio Corbucci & Co -, con zooms excesivos al rostro de los protagonistas, algunos flashbacks rodados en celuloide desteñido, y alguna que otra toma de jinetes posteados contra un amanecer / atardecer; pero, en cuanto al resto, Django Sin Cadenas se siente más como un filme blaxploitation que como un western de raza - esto es, melodrama con blancos presionando a negros hasta que éstos explotan y terminan por vengarse, amén de poner al héroe haciendo fanfarronadas diversas cuando las cosas le salen bien -, lo que incluye música negra contemporánea que, por momentos, resulta chocante en vista del contexto. El otro aporte que hace Tarantino son las balaceras, en donde toda esta gente parece estar manipulando cañones en vez de revólveres, razón por la cual los disparos retumban y la gente explota en una lluvia de sangre como si fueran bolsas de consorcio rellenas con jugo de tomate. Por otra parte Tarantino se regodea con escenas innecesarias, como toda la secuencia que transcurre la plantación comandada por Don Johnson, la cual incluye su cuota de perlitas - como la hilarante conferencia de los miembros del Ku Klux Klan, en donde discuten la mala calidad de sus capuchas -, pero que uno siente que no aportan nada al relato. Toda esa subtrama se podría haber resumido en un breve flashback, amén de agilizar la narración hasta llegar al punto en donde la historia se pone realmente interesante. Si durante la primera hora Jamie Foxx es un palurdo sin carisma (y todo parece jugado para que Christoph Walz se la pase robando escenas), cuando llega a la plantación el moreno comienza a emerger con auténtica estatura de héroe. Es que en realidad el núcleo del filme se basa en la entrada de Leonardo DiCaprio y Samuel L. Jackson en el relato, en donde las cosas se ponen realmente espesas. Ahí es cuando Tarantino nos recuerda que tiene talento para rato largo, fundamentalmente porque el tipo se despacha con otra de esas largas y tensas secuencias en donde todo termina para el demonio - ¿se acuerdan el largo monólogo que le disparaba el mismo Walz a un granjero francés al inicio de Bastardos Sin Gloria?; bueno, aquí hay algo equivalente, sólo que ambientado en el lejano oeste -. No sólo DiCaprio exuda maldad por todos sus poros, sino que posee un alarmante nivel de sofisticación, lo que lo convierte en un villano memorable - el tipo ha elaborado una contundente teoría (desde su perspectiva, y fundamentada por abundantes pruebas científicas y filosóficas) sobre el por qué los negros están condenados de por vida a ser esclavos de los blancos -; y, por otra parte, el papel de Samuel L. Jackson es deliciosamente repelente; es un negro más esclavista que su propio dueño y, durante la cena, parece un cuervo montado en el hombro de DiCaprio, dándole pies de conversación para que el hacendado se luzca. Por supuesto este dúo siniestro está rodeado de matones y amorales, todos los cuales terminará recibiendo su merecido tarde o temprano, y a manos del vengativo Foxx. ofertas en software en Sistema Isis - click aqui Mientras que la cena en la hacienda de DiCaprio es de un nivel formidable, por otra parte el filme empieza a presentar los mismos problemas narrativos que Bastardos Sin Gloria a medida que se acerca al final. Esto es: como a Tarantino le gusta voltear las expectativas e ir contra la corriente - sucede lo más impensable en el momento menos esperado -, se manda con un enorme shock... pero, pasado el momento, no sabe cómo terminar de rizar el rizo. En vez de montar un final mas standard - la gran balacera, la consagratoria venganza para el protagonista -, Tarantino se despacha con un rebuscado y estirado final que termina por matar el momentum. ¿Era necesario?. Uno podría decir que Tarantino es un eyaculador precoz, un tipo que se despacha con un climax anticipado en el momento más inadecuado... lo cual sorprende sin dudas, pero degenera en un desesperado intento por seguir manteniendo "firme" el relato cuando lo mejor ya pasó. No era necesario; es un golpe de efecto que sólo arruina la efectividad del final (y le agrega otros innecesarios 30 minutos a la historia). Aún con todas sus desprolijidades, Django Sin Cadenas tiene sus momentos inspirados y disfrutables. Pero hay problemas de tono y el director es muy indulgente consigo mismo. El corazón de la historia es simplemente brutal, y la visión de la esclavitud es tan salvaje como descarnada; pero, por otro lado, toda esa crudeza contrasta con la liviandad de los pasos de comedia. Yo creo que aquí se precisaba un editor con sangre fría, alguien dispuesto a poner a Tarantino en vereda cortándole buena parte de los adornos y apretando los nudos del relato; como ello no ocurre, lo que tenemos es algo muy dispar, que siempre es disfrutable pero que carece de la precisión y efectividad que todos estábamos esperando de un director del calibre de Tarantino.
Hay un momento en Batman, El Caballero de la Noche, en que uno de los personajes comenta: "el villano tomó al mejor de nosotros y lo corrompió... lo hizo a su imagen y semejanza, convirtiéndolo en un asesino y manchando de sangre sus manos... arruinando toda su obra y todo lo bueno que había hecho con ella hasta ese momento". Algo de ello ocurre con Zero Dark Thirty, la crónica de Kathryn Bigelow sobre la cacería de ocho años del terrorista más buscado del mundo, Osama bin Laden. Ciertamente sería una ingenuidad afirmar que los norteamericanos nunca rompieron una regla para obtener lo que desean, pero da la impresión que - después del atentado del 11 de setiembre del 2001 - la furia del odio los ha llevado a descuidar los secretos y las apariencias, surgiendo a la luz numerosos hechos de violencia e intolerancia devenidos con todo el accionar militar que supuso la captura de bin Laden y la guerra contra el terrorismo. Mientras que la administración Bush erigió a los Estados Unidos como una especie de paladin implacable de la justicia frente al cual no había que interponerse - "ustedes están con nosotros y con Dios, o con los terroristas" -, lo cierto que semejante afirmación terminó por transformar a la causa yanqui en una especie de Jihad propia, antimusulmán e imperialista, desbordante de tonos facistoides e incapaz de reconocer cualquier tipo de límite - incluso los que intentó poner la administración Obama - que supusiera un freno al desbocado impulso de aplastar a un enemigo que no tiene forma ni color, y que yace en el anonimato. Si bien La Noche Más Oscura es el relato de los hechos que culminaron con la captura y muerte de Osama bin Laden a manos de las fuerzas norteamericanas el 2 de Mayo del 2011, en realidad es la crónica de una guerra sucia entre facciones completamente amorales, las cuales se han valido de cualquier tipo de recurso - por bajo que sea - con tal de aplastar a su enemigo declarado. Hay dos aspectos que hay que evaluar en La Noche Mas Oscura: el filme en sí, y la repercusión que genera. En el aspecto cinematográfico Zero Dark Thirty es un thriller competente, aunque no brillante - a final de cuentas, éste es un racconto de hecho históricos y no una trama procedente de la imaginación de un novelista de género, el cual la ha salpicado de sorpresas y vueltas de tuerca inesperadas como para "entretener" al público -. Ciertamente la directora Kathryn Bigelow se da maña para crear algunas secuencias de shock - en especial la escena en donde una cúpula de la CIA intenta reunirse con un infiltrado de Al Qaeda en un aeropuerto secreto en Afganistán; y, desde ya, la larga secuencia del copamiento de la mansión de bin Laden en Pakistán, la que ocupa prácticamente los mismos 25 minutos que duró el operativo en la vida real -, las cuales condimentan el relato; pero el resto de la historia no es mas que una sucesión de informaciones obtenidas en sesiones de torturas, en donde el testigo A dice una pista y van a torturar a B para confirmarla.... y pasan los años y se topan con el testigo C, al cual flagelan para obtener otro dato... y así sucesivamente. Acá la sorpresa pasa porque la modosita protagonista resulta ser un angel de corazón negro y duro, una persona capaz de presenciar (sin mosquearse) los actos mas violentos que se le puedan cometer a un ser humano en cautiverio. Mientras que la prensa norteamericana ha alabado el personaje de Maya - considerándola que es una especie de capitán Ahab, un individuo que ha abandonado todo de sí en pos del objetivo al que ha odiado toda su vida -, considerarla como un personaje salido de las páginas de un clásico tan noble como el Moby Dick de Herman Melville me suena perverso. Maya no es mas que una persona que ha transformado el sufrimiento humano en eficiencia operativa; quizás ella no aplica picanas ni le hace "submarinos" a los prisioneros, pero presencia las interminables sesiones de tortura con una actitud de completa indiferencia. La humanidad se ha muerto en ella, y mentalmente ha transformado a los presos en cosas: fuentes de información que sangran y a las cuales hay que arrancarle a golpes los datos, residiendo el misterio (y la demora del proceso) en hallar la parte del cuerpo (o de la mente) que resulta necesario presionar para liberarlos de las ataduras mentales y morales que los acallan. Como dice uno de los personajes, "frente a esta presión todos terminan por hablar; es una simple cuestión de biología". Por el otro lado están las repercusiones del filme, en donde medio mundo ha salido a rasgarse las vestiduras y declarar que los procedimientos ilustrados en la película son falsos y mal intencionados, amén de acusar a Bigelow y su equipo de haber accedido a datos altamente clasificados sobre el operativo de búsqueda y captura de bin Laden. Hay algo sumamente hipócrita en negar que las fuerzas de seguridad hayan utilizado la tortura para obtener información clave: en el frío plano de la lógica, quizás no hubiera existido otro medio posible para conseguir pistas de la boca de gente tan convencida de la superioridad y justicia de su propia causa. Pero, por otro lado, este mismo argumento resulta tan brutal como inhumano, escondiendo a decenas de personas en cientos de lugares secretos alrededor de todo el mundo y sometiéndolos a torturas durante años y años. Eso ha transformado al reclamo por justicia de la nación norteamericana en algo sucio; primero en una venganza, y despues en una causa desbordante de odio, en donde los implicados se transforman en "objetos" carentes de humanidad y de derechos. Si uno quiere, podría decir que el pueblo norteamericano ha vivido en una burbuja - sea por desconocimiento o por propia elección - durante todos estos años, engolosinados con las tonterías y el consumismo, y dejando de ver la realidad que ocurre a miles de kilómetros de sus hogares, en donde el gigantesco e implacable ejército nacional se dedica a aplastar los cráneos de los enemigos del estado y derroca gobiernos extranjeros para apoderarse de los recursos que resultaren necesarios para mantener el status quo de la sociedad yanqui. En tal sentido, La Noche Más Oscura supone un doloroso cachetazo en el rostro - admitir que el gobierno avala la tortura como metodología de interrogación no difiere demasiado del shock que tuvo la sociedad ingenua e idealista de la Norteamérica de los años 60, cuando descubrió que sus chicos eran masacrados de manera salvaje por los vietnamitas al otro lado del mundo, y que la nación invencible bien podía perder una guerra que le resultaba interminable y sangrienta; fue el final de los tiempos edulcorados a lo Doris Day, y marcó el inicio de una era de cinismo y descreimiento -, y la pone en el mismo plano que La Batalla de Argelia, aquel clásico de Gillo Pontecorvo que estremeció las pantallas del mundo en la década del 60. Por supuesto el filme de Pontecorvo planteaba otras premisas - una insurrección creciente e imparable, frente a la cual las fuerzas de seguridad debían apelar a los recursos más crueles e implacables - pero, en esencia, contenía el mismo mensaje: cuando el enemigo está empapado de idealismo, sólo puede ser quebrado a través de la tortura. El shock del filme de Pontecorvo residía en mostrarnos que las fuerzas de seguridad obtenían resultados gracias a su accionar sádico, una horrenda lección que pronto terminó por contagiarse al resto de los paises convulsionados por la guerrilla y las revueltas internas durante los acalorados años 60 y 70. Mientras que en dichos años los Estados Unidos vivían en su burbuja de idealismo y consumismo, el resto del mundo se ha desangrado en temibles guerras civiles, llenando cementerios enteros con los cadáveres que dejaron tanto los guerrilleros como el terrorismo de estado, y padeciendo interminables dictaduras militares. Es por todo esto - por lo mucho que pasamos nosotros, por lo poco que pasaron ellos - que su respuesta frente a la violencia que transpira Zero Dark Thirty es de una ingenuidad (o hipocresía, según cómo se mire) pasmosa. ¿Acaso creían que toda esta gente, cuando fuera capturada, iba a hablar con ellos y darles toda la información de buenas a primeras?. La Noche Más Oscura es un buen filme, ni mas ni menos. La dirección es muy buena, las perfomances ok, pero el problema principal reside en el libreto, que es incapaz de darnos siquiera un personaje potable por el cual tomar partido, o al menos un atisbo de remordimiento frente a tanta crueldad desatada (ni siquiera el breve lloriqueo final de la protagonista alcanza a apaciguar el rechazo que nos genera; no es un rapto fugaz de humanidad sino un estertor de egoísmo, en donde el personaje piensa más en sí mismo - en todo lo que sacrificó, en su falta de metas después de haber apagado el infierno que la quemaba durante todos estos años - que en todas las vidas que arruinó y cegó debido a su larguísimo accionar amoral). Todos los caracteres están teñidos de gris oscuro y la protagonista, en particular, es despreciable - posiblemente el aspecto mas chocante sea que se trata de una mujer, ya que uno asocia mentalmente su genética a un ser comprensivo y maternal, una persona protectora y no violenta (por contra al desborde de testosterona propio del hombre) -. Todo esto transforma a Zero Dark Thirty en la crónica de un hecho sucio y desgraciado, un filme rodado por alguien con tanto talento que ha sabido mantener la objetividad frente a semejante espectáculo siniestro.
El Ultimo Desafío es el regreso al cine de Arnold Schwarzenegger, ícono del cine de acción de los años 80 y 90. El punto es que Arnie colgó los guantes para irse a jugar las ligas mayores de la política - terminando por ganar la gobernación de California en el 2003, y siendo re-elegido por un segundo término en el 2007, amén de haber sido considerado un serio candidato para la Casa Blanca a finales del 2011 -, y decidió volver al cine de acción a una edad en donde todos están jubilados y dándole de comer a las palomas en las plazas. 65 años es mucho para un héroe de acción y, en escasos casos - como Stallone o, incluso, Sean Connery -, la gente conserva la prestancia y la energía como para resultar creíbles. Y mientras que Schwarzenegger sigue siendo un tipo simpático, el físico está tan deteriorado que se ve propiamente como un geronte. Incluso llega un punto en que uno piensa que el filme hubiera funcionado mejor con otro veterano como protagonista en vez del envejecido Arnie. En sí, El Ultimo Desafío es pura diversión. La gran estrella no es el austríaco sino el director Kim Ji-Woon (el mismo de A Tale of Two Sisters, que tuvo su remake en inglés llamada La Maldición de las Dos Hermanas), el cual maneja la acción y la comedia con mano diestra. Es como si Arnold hubiera caído en una película del tipo Rápido y Furioso, en donde el villano se roba un super coche potenciado y se va a toda pastilla hacia el pueblo donde el austríaco oficia de sheriff. Hay dos toneladas de improbabilidades - que el malvado viaja más rápido por tierra que por aire, gracias a birlarse un Corvette experimental que posee cientos de caballos de fuerza, y que toda la acción transcurre en cuestión de 5 - 6 horas a lo largo de la madrugada; que el flaco piense cruzar a todo gas por encima de un enorme cañón en medio del desierto, utilizando equipos de apoyo que levantan un puente militar en cuestión de minutos; y de que tenga un ejército a mano, listo para ayudarle cuando se topa con alguna barricada policial hecha a último momento -, pero la historia está narrada con un ritmo tan endiablado que uno no se pone a pensar nunca si todo esto es una estupidez. A final de cuentas Eduardo Noriega escupe maldad, y la acción está rodada como los dioses. Y, cuando tenemos vistazos de lo que ocurre en el pueblo, las cosas van de amenas a simpáticas. Pero cuando la cámara se posa en Arnold... Oh, Dios... Ciertamente Schwarzenegger actúa más relajado que en sus últimos papeles pre-gobernación. Total, ya no tiene la exigencia de la taquilla ni la presión del super - estrellato, y todo esto debe parecerle una terapia en comparación a su convulsionado divorcio (en donde le llenó el bombo a su feúcha mucama mientras estaba casado con una de las finolis de la casta de los Kennedy, lo que equivale a una auténtica herejía política y social). El problema, en todo caso, es el director Ji-Woon, el cual toma a Arnie de la manera más desangelada posible. A Schwarzenegger se lo ve extremadamente flaco, viejo y petiso - hay planos en donde otros tipos (como Forest Whitaker) le sacan una cabeza de ventaja, y confirman la leyenda urbana que Arnie mide menos de 1.80 mts. -, e incluso cuando carga las armas le tiemblan las manos. Pero lo peor es el final, en donde el austríaco se ve obligado a trenzarse en una pelea cuerpo a cuerpo con Eduardo Noriega... y donde, si no fuera por el libreto, el español le habría hecho tragar su puño (y su chapa de sheriff) al ex fisicoculturista. El Ultimo Desafío es una tontería muy divertida y rodada con brío. Pero quizás la mayor falla del filme sea Schwarzenegger, que se ve demasiado agotado para ser creíble. Incluso diría que el filme hubiera funcionado mucho mejor con cualquier otro veterano - desde Mickey Rourke hasta Stallone - que exhiba mejor cuerpo y más energía que Mr. Terminator. Así como está es un espectáculo más que ok, aunque uno termina sintiendo cierta lástima al ver que nuestros íconos de culto del ayer están mucho más deteriorados de lo que uno esperaba.
Hansel & Gretel, Cazadores de Brujas es el debut hollywoodense de Tommy Wirkola, el director responsable de Dead Snow - esa comedia con zombies nazis perdidos en Noruega -, lo cual debería haber sido una garantía de espectáculo demente, bizarro y entretenido. El problema es que el filme nunca termina por funcionar como corresponde, y todo se ve superficial y hueco. Ciertamente con un título tan disparatado como éste uno no espera que se trate de Hamlet, pero al menos podría haber sido un delirio de ésos que solía rodar Sam Raimi en sus comienzos de su carrera. Ciertamente las intenciones de Wirkola de imitar a Raimi están; los personajes son bizarros y hay abundantes masacres - las cuales rebosan de sangre y tripas -, pero lo que se ha perdido en el camino es la gracia. En si, Hansel & Gretel, Cazadores de Brujas se siente como una versión moderada de Van Helsing - aquel excesivo festival de efectos especiales dirigido por Stephen Sommers - , con tipos fanfarroneando, usando armas anacrónicas y matando demonios mientras mantienen la pose. Mientras que toda esta gente aparentemente vive en la Edad Media, por otra parte usa escopetas, ametralladoras Gatling, gramófonos y hasta una primitiva versión de taser - esa pistola que dispara una carga electrificada de tan alto voltaje que te voltea -, artilugios que son propios de los siglos XIX o XX. Ciertamente uno no va a buscarle el pelo al huevo - al final de cuentas, éste es un mundo de fantasía y el director / guionista puede crear lo que se le ocurra -, pero hay momentos en que uno siente que Wirkola parece haberse inspirado más en Los Picapiedras que en Van Helsing. Una de las características de Los Picapiedras era la de mostrar aparatos, costumbres y otros elementos de la vida cotidiana moderna, recreados en versiones antediluvianas - como el troncomóvil, las brontohamburguesas, o el diario hecho en piedra que Pedro Picapiedra recibía en su casa todos los días -. Acá - por ejemplo - tenemos a un fan / acosador de la pareja protagonista, el cual ha armado un album de recortes de periódico (que en la Edad Media no existían!) con los reportes sobre sus andanzas. O tenemos a Jeremy Renner dándose inyecciones de insulina, ya que se ha empachado con tanto azúcar de las casas de las brujas que ha matado que ha terminado por volverse diabético. El problema es que ninguno de estos toques de color despierta la sonrisa que debiera en la audiencia, y sólo sirve para mostrar las limitaciones del director a la hora de vendernos la propuesta. Los protagonistas tampoco se ven muy convincentes. Todavía estoy buscando un rol en donde Jeremy Renner muestre dureza, y éste definitivamente no lo es. Por otra parte Gemma Arterton será la mujer con quien todos nos queremos casar (o realizar actos más impuros y menos legales!), pero sigue permaneciendo en su eterno rol de despistada / altiva / torpe / simpática con el que hizo pie en el cine en Quantum of Solace. Ninguno de ellos parece poner demasiado empeño en tomarse en serio el asunto, y las frases de remate - onda Schwarzenegger - terminan resultando demasiado blandas en sus labios. Por contra, los únicos que se relamen con sus roles son Famke Jansen y Peter Stormare, lo cual compensa la desabrida puesta en escena. Hansel & Gretel, Cazadores de Brujas es un filme que podría haber funcionado mucho mejor con otro director - ¿Timur Bekmambetov? - que con el blando Tommy Wirkola. En los últimos 10 minutos las cosas toman otro cariz - cuando los héroes se meten de lleno a arrasar un aquelarre compuesto por demonios de todo tipo y color que parecen salidos de Razas de Noche -, pero ya es tarde. La historia es hueca y superficial, y la dirección es blanda y poco inspirada. Ok, se deja ver, pero definitivamente no entusiasma a nadie como para una segunda visión de la película y, si los rumores de los ejecutivos del estudio resultan ciertos - y hay una secuela -, la continuación debería caer en manos de gente con un poco más de nervio para manejar las cámaras.
Ralph el Demoledor es un producto de la Disney. Parece un licuado de ideas de otros productos surgidos bajo el paraguas de la misma Disney, que van desde Tron a Toy Story, incluyendo algunas gotas de Mi Villano Favorito. Aquí hablamos del mundo de los videogames, en donde los personajes parecen tener vida propia una vez que los jugadores abandonan las máquinas y se apagan las luces; hay todo un universo interconectado en donde los caracteres de Street Fighter se saludan con los fantasmitas del PacMan, van a beber a la taberna de Tapper, y se codean con Sonic the Hedgehog; y, entre todos ellos, tenemos a nuestro protagonista, el cual es el villano de un arcade similar al Donkey Kong, el cual desea recibir una cuota de reconocimiento y redención. Por supuesto los hechos nunca son lineales y el sufrido Ralph deberá pasar las mil y una para obtener su recompensa; esto se traduce en una aventura de aquellas, plagada de paisajes delirantes, toneladas de nostalgia, una parva de caracteres deliciosos y una catarata inagotable de creatividad. Con todo ello Ralph el Demoledor logra superar los achaques de su falta inicial de originalidad y crea su propio camino, generando uno de los mejores filmes animados del presente año. En sí, ésta es la historia de un villano que termina descubriendo su héroe interior. Ralph es uno de los personajes de un juego antiquísimo - de la época de los 8 bits - que sobrevive en el mundo actual de la alta definición gracias a que posee una jugabilidad endiablada (al igual que el Pacman). Por supuesto sobre ellos se cierne la sombra de la jubilación, la que llega el momento en que nadie quiera jugar más con ellos o que la máquina se rompa, razón por la cual serán retirado de servicio. Ya que Ralph se siente despreciado por sus compañeros de "trabajo" decide hacerse con una medalla de héroe, algo que va muy en contra de las reglas establecidas en semejante universo. Por eso el tipo se va de callado a un juego supermoderno de matanzas en primera persona, en donde se disfraza de soldado intergaláctico que desembarca en un planeta infestado de aliens. Es notable ver cómo los libretistas resuelven todos los pormenores de lógica de semejante situación - los caracteres viajan de un juego a otro a través de los cables de electricidad; hay un puerto universal que posee los accesos a todos los juegos disponibles en el salón de recreativas donde se encuentran; cada sesión de juego es un show montado al estilo de los espectáculos del parque de diversiones de la Universal, donde los personajes protagonizan complicadas coreografías para darle vida al universo en donde se desenvuelve el jugador (y después se van a las duchas o regresan a sus puestos iniciales para una nueva sesión); incluso el jugador tiene un avatar en semejante universo, siendo un personaje con cabeza de monitor, en donde se puede ver el rostro del humano que está comandando las acciones del juego -, y lo hacen con una brillantez loable. Incluso establecen reglas tan claras y lógicas que sirven para crear situaciones de su propio pecunio; por ejemplo, cuando Ralph se ausenta de su juego, el mismo empieza a fallar - el personaje no aparece, con lo cual el edificio no se demuele y el jugador gana siempre -, y también empieza a fallar el juego en el cual se ha infiltrado, ya que su presencia provoca cambios en el desarrollo natural del mismo. Por si todo esto fuera poco el compañero de Ralph (una especie de clon de Mario Bros) va a buscarlo y lo hace en compañía de una marine espacial, una tremenda marimacho que desea a toda costa recuperar la medalla que el grandulón se llevó de su propio juego, y cuya ausencia ha comenzado a sumirlo en el caos. Ralph el Demoledor es una delicia por donde se la mire. Si usted ve la versión original - y tiene capacidad de entender inglés - verá que el casting vocal es excelente. John C. Reilly le da una enorme dulzura al bruto que le toca componer; por otra parte está Sarah Silverman - la cual suele ser algo densa en sus presentaciones en vivo, pero que aquí parece haber rebajado y depurado sus decibeles -, quien termina inyectándole una formidable energía a su nenita malcriada y malhablada (pero de gran corazón), la cual quiere participar de la carrera para lograr su propia rehabilitación. El cast se completa con la siempre eficiente Jane Lynch como la sargento más dura que el acero, la cual termina enamorándose del blandengue Felix - personificado por Jack "30 Rock" McBrayer -, y Alan Tudyk como el locuaz y retorcido rey Candy. Ralph el Demoledor es nostalgia, risas y emoción. Desborda creatividad por todos sus poros, en especial en el universo del videojuego Sugar Rush - en donde todo está hecho de confites y golosinas, y donde abundan las trampas mortales como los pantanos de chocolate o el geiser de Diet Coke caliente al cual le caen pastillas de Menthos al azar, provocando horribles erupciones en cadena -; pero además posee un stock de personajes formidables, los cuales desbordan de carisma y dulzura. En sí es una agradable sorpresa, ya que va mas allá de los límites de su premisa y logra encandilar al espectador con su magia, la que se basa en un libreto plagado de personajes fuertes, atractivos y bien escritos. Desde ya es un gran film y, si usted es como yo - de los que poseen un pasado turbulento habiendo gastado fortunas en las salas de recreativas - sentirá esa sensación de calidez que le brinda el regreso fugaz a una parte importante del pasado de todos nosotros, una que añoramos y que el filme se encarga de reconstruir en toda su gloria.
Cuando juntamos a gente como Joss Whedon - Serenity, Buffy, la Cazadora de Vampiros, Los Vengadores - y Drew Goddard - Cloverfield -, el resultado final tiene que ser descomunal o algo bien enfermito, pero nunca standard. Gracias a Dios las predicciones se confirman y lo que han parido este duo de cerebros sicotrçonicos ha sido un bolazo tan disparatado que resulta genial. Ok, la película tiene su cuota de fallas y no se sostiene demasiado cuando uno la revisa en perspectiva pero - mientras uno la ve - termina siendo una deliciosa caja de sorpresas. Durante los primeros minutos de la cinta, La Cabaña en el Bosque pareciera que fuera otro clon más del clásico de Sam Raimi Evil Dead. Otra vez un grupo de muchachos calenturrientos que van a una cabaña en el bosque en el medio de la nada, se topan con un manuscrito prohibido y realizan una invocación mágica que revive a un puñado de zombies que comienzan a atacarlos. Sin embargo todas las previsiones terminan por irse al diablo cuando vemos que todo esto es supervisado por un grupo de tipos que operan desde una cabina de control de alta tecnología. Los quías tienen cámaras y controles remotos para accionar toda clase de dispositivos ocultos en la casa, los que van desde trabas para las puertas hasta picos camuflados que lanzan gas y/u hormonas para modificar la conducta de los protagonistas. Incluso en un momento uno piensa que todo esto no es mas que algún tipo de experimento secreto del gobierno y que, incluso, los zombies no son reales... hasta que uno de ellos le arranca la cabeza de cuajo a uno de los chicos y la lanza directo a la cámara. El libreto se da maña para disparar algún delirio cada cinco minutos y tirar por tierra todas nuestras suposiciones. Por ejemplo, descubrimos que la invocación de zombies es una de las tantas trampas que los tipos de la cabina de control tenían preparadas para que las victimas pudieran elegir: otras opciones posibles eran hombres lobos (!), cenobitas (!!), vampiros gigantes (!!!), alienígenas (!!!!), y un largo etcétera. Como puede verse, Goddard y Whedon decidieron flipar alto y tiraron al ruedo todo tipo de referencias a clásicas del cine de terror, que van desde It, El Payaso Asesino, Alien, El Hombre Lobo, Hellraiser, hasta La Noche de los Muertos Vivientes y un larguísimo etcétera. Al meter semejante cantidad de opciones, el filme entra en terrenos surrealistas. ¿Cómo es posible que esta gente tenga semejante cantidad de monstruos a mano, y que los mismos sean reales?. Por supuesto al final de todo esto hay una explicación - tan terriblemente traída de los pelos que los mismos protagonistas se ríen de ella -, pero eso es lo que menos importa. Como sea, La Cabaña en el Bosque es un compendio de momentos WTF, en donde parece que va a ocurrir una cosa y de pronto pasa otra... totalmente descolgada de lo que uno podía esperar. Ciertamente La Cabaña en el Bosque no es muy buena a la hora de los sustos - en ese sentido la dirección de Goddard es muy genérica - pero, por lo demás, es una muy buena comedia de terror. Sólo con humor uno puede digerir la enorme cantidad de disparates que lanza el libreto, y que no parecen terminar nunca. Si dijimos al principio que La Cabaña en el Bosque amenazaba con ser un clon de Evil Dead, despues se transforma en Evil Dead II - un filme de terror que en absoluto se toma en serio a sí mismo -, mezclado con gotas de Scream. No solo parodia al género y desafía sus expectativas, sino que desconstruye los clisés de este tipo de filmes - el micro rubro de cabañitas malditas perdidas en los bosques - y los torpedea a base de delirio. El final es acorde al nivel de disparate que ha ido acumulando la historia a lo largo de toda la película. Si quieren ver una buena comedia de terror, vean La Cabaña en el Bosque. Si quieren ver algo realmente fresco y diferente, vean La Cabaña en el Bosque. Como siempre, Whedon y su amigote Goddard demuestran que saben del género y lo pueden manejar como quieren... y pueden manufacturar algo tan único que sencillamente es recomendable por su rareza.
Voy a ser sincero: no soy fan de Tolkien. Yo llegué a Tolkien gracias a los filmes de Peter Jackson - la Trilogía del Anillo - y, cuando tomé sus libros, fue con el deseo de llenar los huecos argumentales que dejaron los libretos de Las Dos Torres y El Regreso del Rey (que son dos de mis películas favoritas). Pero, dentro de todo lo fabulosa que me parece la trilogía, debo admitir que la parte de los hobbits es la que me resulta más pesada. Cuando veía los dvds, pasaba sus escenas en fast forward y, cuando leía los libros, salteaba párrafos buscando la próxima secuencia en la que aparecieran Aragorn, Gandalf o algún otro de estatura normal. Lo de Frodo, Sam y el Gollum siempre me sonó a un melodramático menage a trois que resultaba chocante con el tono épico del resto de la historia. Es por eso que mis expectativas eran bajas cuando escuché el rumor de que iban a rodar El Hobbit. Las expectativas bajaron mucho más cuando se desparramó la noticia que el libro - un modesto relato infantil de unas 350 hojas - iba a transformarse en una gigantesca historia épica que abarcaría tres filmes y más de 10 horas de metraje. Uno se da cuenta de que los números no dan cuando uno piensa que la trilogía de El Señor de los Anillos se basaba en tres libros (cada uno de ellos, grueso como una Biblia), y que ahora se van a rodar tres películas basadas en una novela que apenas llega al grosor del Nuevo Testamento. Si bien es cierto que las buenas historias necesitan oxigeno para desarrollarse como corresponde, también es cierto que existe el límite de lo tolerable, pasado el cual uno empieza a despachar verdura de manera salvaje como para poder rellenar 3 filmes de 3 horas cada uno. Esos problemas de estructura están presentes en el primer filme de esta saga de precuelas, al cual han llamado El Hobbit: Un Viaje Inesperado. La primera hora es larga e innecesaria, y todo lo que ocurre en ella bien podría haberse condensado en diez minutos. Hay una cena en donde Bilbo conoce a los enanos, la cual dura unos eternos 45 minutos. Lo que sigue también es largo, aunque algo más ameno: hay una catarata de cameos - viejos conocidos de la trilogía del Anillo que regresan, aunque en versiones mas jóvenes ya que esto es una precuela - que parecen insertados de manera forzada. Admito no haber leído el libro, y sólo me guío por lo que veo aquí por primera vez (y hasta es posible que en el relato original se mencionaran a dichos personajes); pero, por otra parte, me parece que el libreto insiste en dichas apariciones como una especie de guiño para los fans, amén de intentar validar desesperadamente el abolengo de El Hobbit: Un Viaje Inesperado como digno integrante de la saga. Mientras que en las precuelas de Star Wars la presencia de caracteres conocidos sólo servía para recordar la mediocridad del filme que estábamos viendo, acá tiene el agradable sabor del reencuentro (gracias, Quilmes!) con viejos amigos. Eso no quita que algunos cameos no resulten todo lo felices que debieran: las intervenciones de Hugo Weaving (Elrond) y Christopher Lee (Saruman) resultan vulgares, demasiado relajadas, despojadas de la solemnidad que siempre acompañó a dichos personajes. Eso no quita que Ian McKellen o Cate Blanchett siguen manteniendo su carisma intacto; y, en cuanto al Gollum, éste merece un párrafo aparte; no sólo se roba todas las escenas en las que aparece, sino que destila locura y malignidad como nunca antes se lo vió en toda la saga. Cuando uno supera la etapa de los cameos termina por meterse de lleno en la historia, con lo cual el filme realmente arranca como corresponde a la mitad de su proyección. Hasta ese entonces la película se ha extendido en tridimensionalizar personajes y presentar viejos amigotes de la saga, amén de abrir un puñado de subtramas que resultan insatisfactorias - como las rispideces entre elfos y enanos, o la aparición de un mago oscuro en el bosque - ya que quedan inconclusas al final de la película. Pero cuando la aventura comienza, lo hace en gran forma. Y, en medio de ella, hay dos personajes que destacan enormemente. Por un lado tenemos a Thorin, el rey de los enanos - encarnado con gusto por Richard Armitage -, el que posee la misma carga trágica que tenía Aragorn en la trilogía original (ahora vive en el destierro y la única razón de su existencia es recuperar la antigua ciudad de Erebor para devolvérsela a su pueblo); pero Thorin es mas orgulloso y venal, razón por la cual no escucha a nadie y comete más errores que el rey de Gondor. Y por otro lado está el hobbit Bilbo, el que empieza siendo un pavote y después se transforma en un auténtico héroe de armas tomar - éste no es el lloricoso Frodo, atormentado por los retos que le impuso el destino, sino un hobbit que se enfrenta a orcos y huargos de igual a igual, aunque más por desesperación que por valentía -. Aún cuando nunca me gustó Martin Freeman como intérprete, debo admitir que su perfomance aquí es notable: comienza como un bufón, pero después se transforma en un héroe impensado y, sobre todo, un individuo que transpira inteligencia y nobleza. Cuando se enfrenta a Gollum en un duelo de adivinanzas - de cuyo resultado depende su vida -, el rostro de Freeman transparenta tanto su nerviosismo como su sagacidad, pudiendo ver como funcionan a toda velocidad los mecanismos de su cerebro en encontrar las respuestas. Desde ya su Bilbo es por lejos el mejor personaje hobbit de toda la franquicia. El Hobbit: Un Viaje Inesperado es dispar. Precisaba un editor sin prejuicios, dispuesto a rebanar el 50% del filme para hacerlo más ágil y ameno. Cuando el libreto logra hacer foco en la historia principal - la travesía hasta la ciudad de los enanos en donde mora el dragón gigante -, se convierte en una pasada de aquellas. Hay combates masivos, la adrenalina sube a niveles estratosféricos, y hay secuencias que rebosan emoción - como el enfrentamiento final entre Thorin y Azog -; pero, por otra parte, es un filme demasiado indulgente consigo mismo, rebosante de relleno innecesario y engolosinado con la riqueza natural de sus personajes, al punto de transformarse en algo parecido a un reality - es como ver 5 horas de Gandalf tomando mate, o una jornada entera de Bilbo yendo al baño -. Los personajes fascinantes precisan historias a su altura y El Hobbit: Un Viaje Inesperado la provee... con más de una hora de retraso. Ello termina por quitarle méritos a un filme que tiene abundantes virtudes, pero entre las cuales el poder de condensación brilla por su ausencia.
Siempre hay un aspirante a Tarantino y, en esta ocasión, tenemos a Martin McDonagh. El tipo dirigió Escondidos en Brujas - una comedia negra sobre un par de torpes asesinos a sueldo a los que les sale mal un trabajo y que terminan siendo perseguidos por su jefe para liquidarlos -, la cual estaba ok pero tampoco era guau. Algo similar ocurre con Siete Sicópatas, la cual arranca muy bien, y nunca termina por cumplir lo prometido. Como Pulp Fiction, aquí hay mafiosos, razonamientos bizarros, personajes amorales, persecuciones, y momentos de soberana ridiculez que culminan con un reguero de cadáveres. El problema es que con todos esos condimentos Siete Sicópatas debería ser mejor de lo que es. Quizás el punto sea que a la trama le sobran sicópatas, ya que termina enredándose con ellos. Hay demasiados personajes apenas desarrollados y, para colmo, el protagonista es el menos interesante de ellos. Gracias a Dios tenemos a Christopher Walken, el cual se encarga de inyectarle gracia a todo el asunto y, de ese modo, obviar los problemas del guión. En realidad toda la historia viene onda de metaficción. Hay un escritor bloqueado, el cual sólo tiene el título de la novela - los dichosos Siete Sicópatas -, pero que no logra avanzar de la primera frase. El tipo no es precisamente un ejemplo, ya que le gusta empinar el codo y decir / hacer disparates, amén de tener su cuota de ideas raras - por ejemplo, hacer un policial ultrasangriento, pero pacifista y con mensaje (wtf!!) - . El quía está rodeado por un grupo de dementes, ya sea el bizarro Billy - que insulta todo lo que camina, roba perros de raza para vivir de las recompensas que obtiene al devolverlos, y se intoxica de mil maneras diferentes - o el extraño Hans, el cual tiene una visión bastante extraña de la vida y utiliza siempre un pañuelo al cuello por razones innombrables. En el medio hay un asesino serial de criminales llamado Jack de Diamantes, un loquito (Tom Waits) que se contacta con Colin Farrell para contarle cómo se convirtió en un vigilante, varias relatos que aporta Sam Rockwell como para que Farrell termine de inspirarse y arranque la novela, y un mafioso malísimo (Woody Harrelson) al que las cosas no siempre le salen como corresponde. Considerando el perfil de los personajes y el calibre de los actores, resulta increíble ver cómo Siete Sicópatas nunca termina por despegar. Uno se pasa esperando que la historia explote en algún momento... pero el mismo nunca llega. Al menos Walken tiene su cuota de salidas graciosas, amén de proveer el personaje mejor desarrollado de la historia; pero el protagonista es aburrido y, para colmo, el filme se empantana en la segunda hora cuando el trío de personajes principales se va al desierto... y sólo hay charlatanería fútil. Quizás una de las causas por las cuales no funciona Siete Sicópatas es que intenta respetar a rajatabla la disparatada metaficción que ha creado. Esto es, los delirios que escribe Farrell no son más que versiones adornadas de todo lo que le está pasando y de los personajes que lo rodean, amén de que hay fragmentos en donde su historia anticipa lo que realmente va a pasar en cuestión de minutos en la película - como la travesía al desierto, el héroe no violento, y la pausa en medio toda la matanza para filosofar sobre el sentido de la vida -; pero ninguno de esos vericuetos narrativos termina por resultar interesante. Lo único que tenemos es un grupo de locos charlatanes que ocasionalmente explotan en ráfagas de violencia y que, de vez en cuando, disparan algún bocadillo tibiamente gracioso. Pero la historia en sí es muy desordenada, e incluso el climax llega demasiado temprano y después hay un par de secuencias desprolijas como para intentar darle un cierre a las subtramas abiertas (como la de Tom Waits). Pero, en ningún caso, la solución implementada termina por ser satisfactoria. Es posible que haya gente a la que le guste Siete Sicópatas; yo le encuentro demasiados problemas a la historia, la cual intenta venderse con una gracia que apenas posee. En todo caso es un pasatiempo medianamente digerible, siempre y cuando uno no se obsesione con los defectos del relato.
El Origen de los Guardianes es un filme tremendamente hueco. No comete ningún pecado terrible, pero no hay nada en él que resulte medianamente atractivo. Hay actuaciones (digitales) simpáticas, buenas animaciones, mucha pirotecnia visual y, en sí, la historia zafa, pero jamás termina por ser convincente. Quizás el problema de fondo con el filme es que intenta vendernos una mitología demasiado traída de los pelos, amén que está basada en una serie de figuras que la gente al Sur del Rio Grande apenas conoce. Yo no sé quién corno es el Conejo de Pascua ni el hombre de arena, y en vez de Hada de los Dientes tenemos acá al ratón Pérez (curiosamente el filme se despacha con un gag sobre esto). Pero si dichos personajes entran en la categoria de leyendas urbanas o mitos populares, el libretista se despacha con una interpretación muy fumada sobre lo que pueden hacer o sobre su función en el mundo. Por supuesto esto le importa un rábano al público cuya edad consta de un dígito - ya que está encandilado con los efectos y los chistes visuales -; pero, para los sufridos acompañantes adultos, hay momentos en que uno termina crujiendo los dientes debido a la débil y resentida credibilidad con que se maneja toda la historia. El Origen de los Guardianes viene a ser la versión kinder de Los Vengadores: un grupo de personajes infantiles populares (al menos en el hemisferio norte) viene a ser una especie de ensamble de super héroes, que monitorea el bienestar de los chicos del mundo desde su central en el polo Norte. El Nick Fury / Reed Richards / Profesor X de turno viene a ser North, simpático apodo que le han dado a una especie de versión heavy de Santa Claus (tatuaje incluido), el que dispone de una pantalla gigante con gráficas del estado de felicidad infantil en todo el planeta y que, a falta de un avión Thunderbird negro, posee de un trineo turbo que mola de diez (dirían los españoles). El tipo es amigo del Conejo de Pascua - una especie de versión gigante, ninja y australiana del personaje -. el Hada de los Dientes, y el hombre de arena (y ése, ¿de qué cuento salió? ¿de El Hombre Araña 3?). Los tipos deben combatir al Cuco, el cual ha comenzado a aumentar su poder impidiendo la labor habitual de los mismos guardianes; por ejemplo, evitando que las haditas entreguen monedas a cambio de los dientes, robando los huevos de Pascua, o intentando arruinar el reparto de regalos en Navidad. Como al Cuco le han salido bien las cosas, ahora tiene más poder que los Guardianes (o, mejor dicho, éstos han comenzado a debilitarse), por lo cual deben llamar a un foráneo - que no es canadiense ni tiene garras enormes que le salen de las manos, y que vendría a ser una especie de versión albina de Justin Bieber -. El problema es que el flaco es un conflictuado de aquellos, especialmente porque los niños no lo identifican tan bien como al Conejo de Pascua o a Santa Claus. Para colmo padece amnesia, y las pistas sobre su origen aparecen aquí y allá, a medida que comienza a combatir al Cuco.
Amanecer, Parte 2 es la última (por ahora) parte de la saga Crepúsculo. Por el momento le da un cierre a la historia, aunque está tan plagada de pistas y puertas abiertas que no sería nada extraño que la franquicia fuera resucitada de aquí a unos años. Mientras que la calidad de la saga ha ido en franco declive, las arcas de los productores se han visto inundadas de dólares provenientes de los bolsillos de calenturrientas adolescentes - las cuales darían su riñón derecho por obtener un calzoncillo usado de Taylor Lautner o el rollo de papel que tiene Robert Pattinson en el baño de su camerino -, quienes han visto una y otra vez las mismas mediocres películas para grabar en sus retinas los apasionados besos que se plantan los insulsos protagonistas de la saga.. Amanecer, Parte 2 es más de lo mismo. Tiene un poco más de ritmo que el filme anterior, pero eso sólo sirve para que los defectos afloren con mayor velocidad. Debo confesar que la única película que me ha gustado de la saga fue la primera y, después de eso, vino el precipicio y el olvido. Si alguien me pregunta quién es quien en el universo Twilight, o por qué tal o cual hacen determinada cosa, le confieso que no me acuerdo ni me interesa acordarme. Tampoco es un dato esencial, con lo cual no me quita el sueño sentarme a ver la Parte 2 sin acordarme siquiera de la Parte 1. Me acuerdo que había unos vampiros malos que viven en Italia, y que la Stewart y el Pattinson viven en una especie de pecado - debido a pertenecer a razas diferentes -, con lo cual iban a ser castigados de un momento a otro. La Parte 2 viene a disparar todos los mecanismos dramáticos que la saga ha ido acumulando desde las anteriores entregas... los cuales parecen resultarles insuficientes a los responsables de la franquicia. Es por ello que la película empieza a incorporar estupideces salidas de la galera, como que todos los vampiros poseen un segundo superpoder oculto - leer mentes, manejar los elementos como el agua y el fuego, crear escudos de energía, anticipar el futuro, etc -, con lo cual se transforman en una especie de versión berreta de los X-Men. Es extremadamente frustrante ver como la historia comienza a trampear sus propias reglas, inventando Deus Ex Machina diseñados exclusivamente para darle un espectacular grand finale a la saga. Y mientras que la batalla final tiene su nervio - que debe ser lo único destacable de toda la película -, por otra parte viene con un giro de tuerca shyamalanesco que equivale a dispararse en sus propios pies. ¿Tanto preparativo para una sesión de clarividencia de miserables cinco minutos?. ¿Tanto les costaba matar a alguno de los personajes principales o generar una mínima sensación dramática?. Todo termina tan encausado por los carriles de lo políticamente correcto que resulta vomitivo.