Y seguimos con la onda de niños sicópatas. En este caso tenemos un ejemplar manufacturado por el auteur de Pandorum, un alemán que probó suerte en Hollywood y que, después de fracasar con este proyecto, decidió regresar al viejo continente. Honestamente, Caso 39 arranca tan pero tan bien que es una lástima que se derrumbe en la segunda parte, en donde decide revelar la naturaleza de la amenaza: en vez de mantenerse como thriller sicológico el libreto se despacha con una onda de delirio sobrenatural al estilo de La Profecía: otra de niños con superpoderes que le hacen la vida imposible a los adultos que lo rodean. El problema es que el encastre no es muy pulido que digamos y arruina la credibilidad de la historia, aparte de que los shocks carecen de impacto (o son tan bobos que no asustan a nadie). El final es artificial y arma una conclusión insulsa con las últimas dos gotas de combustible creativo que le quedaban en el tanque a los guionistas. La idea del subgénero siempre ha sido buena - la posibilidad de que un niño termine siendo un monstruo asesino, sea porque es un sicópata o bien porque posee alguna especie de superpoder - , lástima que la mayoría de los resultados tienden a ser pobres en la práctica. Sea La Mala Semilla (1956), La Profecía (1976) o El Bebe de Rosemary (1968), son mas las excepciones que la regla en cuanto a calidad del producto terminado, y las cosas siempre terminan derivando en cliches reciclados sin analizar lo estremecedor del caso. Parte del problema es la posibilidad de encontrar buenos niños actores, pero el grueso del defecto le corresponde a los creativos de turno: aún sin gore, un filme como Tenemos que Hablar de Kevin es mucho mas devastador y ponzoñoso que uno del hijo del diablo haciendo suicidar a su niñera en medio de una fiestita infantil. El tema es la cercanía, la inmediatez, la sensación de que uno conoce casos parecidos y los cuales pueden derivar en resultados tan estremecedores como sangrientos. Incluso el subgénero puede plantear cosas apasionantes si trata debidamente el tema del origen del mal, ya no como una cuestión de entorno familiar / social o cultural, sino como algo genético, algo que viene por naturaleza y que se trata de un engendro que obtiene su única razón de ser en torturar a las personas que lo rodean. No es una cuestión de defensa contra la agresión, sino en una naturaleza destructiva, sádica e imparable que tiene que ver con una ausencia de alma o la existencia de una de compostura retorcida. Esos temas son tocados al inicio de Caso 39 con bastante altura. La primera hora es genial, con buen clima, buenas actuaciones y un misterio realmente intrigante. La chica que todos parecen abusar tiene un aspecto angelical y pareciera que está a punto de quebrarse; el tema es que, intervenida su familia, pronto revela su naturaleza manipuladora. La perfomance de Jodelle Ferland es buena, pero carece de cierto impacto al momento de exponer su verdadera razón de ser. Quizás el punto es que se ve demasiado fría e intelectual, cuando aquí se precisaba algún tipo de versión junior de Jack Nicholson. Hay un par de escenas inspiradas - cuando los padres quieren cocinarla viva en el horno; el tiroteo intelectual entre Ferland y el sicólogo que compone Bradley Cooper en donde las cartas cambian de mano y la niña termina dominando la sesión - pero después el filme decide saltar por la borda y dejar la sutileza. En sí lo de la niña no parece el gran superpoder - de hecho, el filme hubiera quedado mejor si respetaban la idea del dominio mental; de que la niña, tal como las sirenas, fuera capaz de lavar el cerebro a la gente que la rodea y les ordenara cosas tan insólitas como atroces, o simplemente los sugestionara de tal manera de volverlos locos -, pero da la impresión de que la película pasó por la prensa del estudio y decidieron añadirle escenas y efectos especiales como para que los espectadores tontos pudieran descifrar de que la piba es mala y brava. De ese modo el filme dejar de ser uno horror val lewtoniano a transformarse en una de Roger Corman, recargado de obviedades. Las puertas se hinchan y se tiran abajo, los muebles salen volando, y hay toda una parafernalia que escupe en las buenas intenciones de la cinta. Y ni siquiera el climax cumple como corresponde, ya que se precisaba terminar con una nota deprimente - e incluso dejando abierto la puerta a una secuela en vez de rescatar a la protagonista del caos simplemente porque es Renee Zellweger -. oferta software de sueldos Recomendaría a Caso 39 por la primera hora pero, en la segunda mitad, el filme se clava de nariz y arruina los excelentes méritos obtenidos al inicio. Hay buenas perfomances - la de Ian McShane es una delicia - pero eso no quita que sea un filme de terror con poco filo. Es mejor sugerir antes que mostrar, lástima que aquí decidieron trocarlo por un festival de truculencias que terminan arruinando una obra que estaba plena de interesante potencial.
Martin Scorsese: qué director. Si uno considera a la década del 70 como los años que revolucionarían el lenguaje cinematográfico norteamericano, Scorsese es uno de los pocos pilares de aquel movimiento que aún mantiene el talento intacto. En el camino se desplomaron unos cuantos - George Lucas, Francis Ford Coppola - que no son ahora ni la sombra de lo que fueron en su momento. Pero Scorsese sigue manteniendo el mismo nervio, e incluso ha diversificado su tradicional menú mafioso como para mostrar su versatilidad. En lo personal creo que Scorsese es un excelente director de policiales. No compro la idea de Scorsese haciendo dramas de época o sico-thrillers (como La Isla Siniestra). Lo suyo es la violencia, los mafiosos, y el crimen desde un punto de vista épico. El resto de sus filmes serán muy buenos o excelentes, no lo dudo, pero son géneros en donde Scorsese aparece como artista invitado. Es que en realidad no hay directores todo terreno (ni siquiera Stanley Kubrick); todos ellos se decantan por un género u otro en la mayor parte de su filmografía, y allí es donde consiguen sus mayores logros. En La Isla Siniestra Scorsese juega a montar algo al estilo de Hitchcock. Conspiraciones, trampas de la memoria, y otro inocente perseguido por los villanos de turno. El escenario de la isla llena de acantilados en donde reside la clínica siquiátrica es muy hitchcockiano. A ello se suma la paranoia de las revelaciones que va recibiendo el protagonista, que termina por no confiar en nadie. Y la necesidad de escapar de un lugar imposible. El gran problema de La Isla Siniestra es la falta de sutileza en el manejo del relato. Cuando llegan las revelaciones finales, uno las ha adivinado desde 130 minutos antes (y eso que el filme dura 138 minutos, algunos de ellos demasiado largos). Parte de la culpa es del guión y otra parte reside en la dirección de Scorsese. Uno no puede negar que los flashbacks del protagonista tienen estilo, pero a su vez están tan recargados de intenciones que no logran esconder las sorpresas del relato (y, a su vez, hay demasiados flashbacks). Cuando Scorsese decide develar la mano, el espectador ya ha adivinado el 90% de sus cartas y a lo sumo se le escaparon unos detalles menores. En Identidad o El Maquinista (sin mencionar Sexto Sentido) el manejo entre realidad / alucinación y la gran revelación final estaban mucho mejor manipulados. En esos casos el espectador se sorprendía con la última vuelta de tuerca, pero en La Isla Siniestra definitivamente no lo hace. Eso no quita de que la travesía esté bien construída. Las perfomances son muy buenas, aunque DiCaprio ya esté un poco sacado de más desde el vamos y empiece a dar pistas sobre qué va el filme. Es un thriller serie B bien hecho, pero falla en los dos puntos fundamentales: la gran revelación final y el mantener a la audiencia sobre el filo, indecisa de si lo que ve es alucinación, realidad, locura, o efectos de las drogas que le dan al protagonista. Scorsese revela las cartas desde temprano, y sólo termina por plasmar un thriller prolijo y correcto.
Hace rato que Tim Burton no me impresiona, y Alicia en el País de las Maravillas representa otra oportunidad de confirmar dicho punto. Es cierto que Burton ha caído bajo las garras de la Disney, y el imperio del ratón jamás se arriesga a hacer cosas demasiado oscuras. Aquí hay un Burton sanitizado y light que no alcanza a inyectar todo el morbo que quisiera al relato; pero también es cierto que lo que aparece en pantalla no termina de impactar como debiera. Una orgía de excesos y efectos especiales sepultan algo que debería haber sido más oscuro, retorcido e íntimo. Confieso que nunca leí Alicia en el País de las Maravillas, ni vi ni una sola de sus adaptaciones, a no ser de a ratos y siempre me pareció una historia excesivamente retorcida. Este no es un cuento para niños sino una fantasía drogona versión siglo XIX al estilo de Hunter S. Thompson. En el anárquico y delirante mundo de Lewis Carroll hay criaturas de todo tipo y color, y todas ellas hablan y hablan, y siempre con galimatías. Es posible que Carroll haya creado dicho universo inspirado en pasajes del tradicional cuento de La Bella y la Bestia - que data de 1740, un siglo antes de la aparición de Alicia en el Pais en las Maravillas, y en donde habían objetos encantados que hablaban -, y haya decidido adaptarlo a sus fines literarios. Pero también es cierto que el retorcido mundo del país de las maravillas no es más que una versión alegórica de la vida del propio Carroll. El autor era un ferviente católico, un brillante matemático y, según los escribas malintencionados de siempre, un pedófilo camuflado que vivió enamorado de la hija de uno de sus amigos, de tan sólo once años de edad (la Alicia del título). Esos tres aspectos se encuentran reflejados en el relato, con alusiones religiosas y matemáticas, y convirtiendo a la Alicia de la vida real en la heroína de la historia. Aunque a uno le resulte chocante el texto, no puede dejar de reconocer la riqueza de la historia de Lewis Carroll. Bah, uno asume que si alguien se ha tomado la molestia de elaborar algo tan complejo y retorcido es porque tenía algo que decir y, como suele suceder con el arte en su sentido estricto de la palabra, el texto ha servido como un lienzo en donde la gente ha interpretado lo que se le ha dado la gana. En ese sentido Alicia en el País de las Maravillas funciona tal como una obra de Dali, en donde unos descubrirán temas religiosos, otros hallarán ángulos freudianos, y unos pocos lo considerarán como un viaje alucinógeno sin necesidad de tomar LSD. Lo que en principio parece un mamarracho literario (o el fruto de una mente perturbada) termina revelándose como algo mucho más complejo y atrapante a medida que uno profundiza en él. Y, por supuesto, todas esas posibles sublecturas se han ido al tacho en la versión Burtoniana de Alicia en el Pais de las Maravillas. Uno percibe un tufillo raro cuando vemos que la niña del título es ahora una adolescente liberada y demasiado moderna para el siglo XIX en donde se desarrolla el relato. Toda la secuencia previa es molesta, llena de elementos subrayados con rojo flúo como para que a uno no le queden dudas de dónde vienen los personajes que crea mentalmente Alicia en sus pesadillas. Y, cuando la muchacha llega al país de las maravillas, llega la catarata de excesos. Todos gritan, hay demasiados FX, hay demasiada gente rara... y no hay ni una pausa. ¿Dónde está la magia? ¿Dónde está el descubrimiento gradual, sutil de un mundo tan anárquico y rico?. ofertas en software de facturacion para empresas de Sistema Isis No sólo el filme tiene la sutileza de un boxeador, sino que las perfomances son dispares y, algunas de ellas, molestas. No es un problema de los actores - que son capaces - sino de la dirección de Burton, que ha transformado a sus personajes en caricaturas sin gracia. Por ejemplo, Johnny Deep parece un asesino en serie, con momentos amenazadores y raptos de locura. Ni siquiera Deep logra poner algo de chispa o protagonismo al rol, y el mismo papel hubiera quedado mejor en manos de, por ejemplo, Elijah Wood (el que ni siquiera hubiera precisado maquillaje). Lo de Deep imitando a Wood me hace acordar al casting de Beowulf, en donde contrataron a Ray Winstone para que imite a Sean Bean (¿no hubiera sido mejor contratar directamente a ése actor?). Mia Wasikowska (que apareció en Rogue, el Territorio de la Bestia) es una teenager siglo XXI vestida con ropas de época. Crispin Glover hace su mejor imitación de Viggo "Aragorn" Mortensen y casi le sale. Anne Hathaway interpreta a la Reina Blanca como si hubiera ingerido una sobredosis de Valium. Los únicos que se destacan son la oruga sabihonda de Alan Rickmann y la Reina Roja de Helena Bonham Carter, la cual parece pasarla bomba y por lejos tiene las mejores líneas de diálogo de todo el guión. El problema es que, después de la decimoquinta vez que grita "córtenle la cabeza", uno empieza a cansarse. Hay problemas de interpretación y hay problemas de clima. Todo va muy rápido y, para colmo, cae en el consabido esquema de las profecías en donde el elegido de turno viene a restaurar el balance del universo en cuestión, un detalle que podría apostar que no figuraba en el relato original. Entonces todo esto termina con un climax muy al estilo de Las Crónicas de Narnia, con Alicia enfundada en armadura y peleando a espada desnuda contra un dragón. Y estoy seguro que Lewis Carroll se revolvería en su tumba al ver las modificaciones que le han hecho a su obra. Es posible que, con un criterio pasatista, Alicia en el Pais de las Maravillas sea potable. Para mí está sobreactuada en todo sentido, y está demasiado sanitizada by Disney. Si Burton hubiera dirigido una versión propia con capitales independientes, el resultado podría haber sido muy distinto y oscuro... y ésa hubiera sido una versión de este clásico que me hubiera gustado ver.
El Imaginario Mundo del Doctor Parnassus es el último filme del excéntrico Terry Gilliam. Gilliam comenzó formando parte de la mítica troupe cómica británica Monty Python, pero con los años decidió independizarse. Si bien había llamado la atención con Los Bandidos del Tiempo en 1981, no sería sino hasta el estreno de Brazil (1985) - una reimaginación Gilliamniana del 1984 de George Orwell - que obtendría reconocimiento internacional. En general los filmes de Gilliam distan mucho de ser éxitos comerciales y entran dentro de la categoría de cine arte, con la diferencia que suele utilizar astronómicos presupuestos. Si bien es un tipo de creatividad ilimitada, también es un artista que termina sucumbiendo a su propio ego, generando costosos delirios con presupuestos gigantescos y fuera de control. El caso de Gilliam es el típico ejemplo del sindrome del director con control total sobre su obra, lo que termina generando enormes dolores de cabeza a quienes financian sus filmes. En sí, el control maniático de Gilliam no difiere mucho del que hacían Kubrick o Welles, con la diferencia de que el británico suele revolver cielo y tierra, y siempre termina encontrando sufridos productores que lo respalden. El otro gran problema con Gilliam es que es un artista con una impresionante mala suerte, la cual se ha contagiado a más de un proyecto que ha empezado y ha terminado dilatado durante años o directamente terminó en el basurero. Caprichos del director, productores en bancarrota, retrasos de producción que se hacen eternos ... y la muerte de alguno de sus protagonistas. En el caso de El Imaginario del Doctor Parnassus, la yeta de Gilliam volvió a demostrar de que lo seguirá acompañando hasta el final de sus días; en mitad del rodaje ocurrió la muerte de Heath Ledger por una sobredosis accidental de somníferos, y todo pareció indicar que el proyecto estaba condenado - tal como le ocurrió en el 2000 con El Hombre que Mató a Don Quijote, cuya filmación quedó inconclusa -. A esto se sumaría la muerte de uno de los productores e incluso un severo accidente automovilístico que sufrió el propio Gilliam tras el rodaje (si esa no es mala suerte...). Perjurando de su propio destino, Gilliam se puso las pilas y se dispuso a concluir el filme a como fuera lugar. Utilizando el recurso del espejo mágico que figura en el libreto, pudo convocar a tres amigos de Ledger - Jude Law, Colin Farrell y Johnny Deep - y los puso a reemplazar al actor en su papel, a la vez que realizaba profundos retoques en el guión. Pero aún con todo el esfuerzo puesto por el director y los actores, El Imaginario del Doctor Parnassus no termina de cerrar. Ciertamente no debe ser la visión original que Gilliam reservaba para el filme, pero la historia da la impresión de no tener un propósito definido más allá de ser un collage de los excesos visuales que le encantan al director. Si había algún tipo de mensaje, quedó sepultado en el cuarto de edición y con la muerte de Ledger. Los filmes de Gilliam suelen ser el equivalente visual de un George Melies intoxicado con drogas pesadas. Toda la estética barroca de la película no difiere demasiado de otro filme de Gilliam - Las Aventuras del Baron Munchausen - y que a su vez pareciera inspirarse en la estética de Melies, al estilo de Un Viaje a la Luna (1902). Disfraces recargados de orfebrería, decorados de cartón pintado, paisajes alucinantes pintados a mano. Aquí hay un inmortal que viaja con su troupe de actores - su familia artística - con un espectáculo barato de feria. Parnassus se pone en trance e invita a los espectadores a cruzar el espejo mágico, en donde materializan sus fantasías en el imaginario del buen doctor. El filme jamás explica cómo Parnassus obtuvo semejantes poderes - uno deduce que le debe haber ganado otra apuesta al diablo -, ni cual es el sentido de poseer semejante habilidad. Durante la mayor parte del tiempo uno piensa en que Parnassus termina siendo un esbirro de Mr. Nick, ya que de una forma u otra termina recolectando almas para el diablo. Uno podría pensar que la dimensión fantástica a la que pasan las victimas de turno terminaría siendo una especie de purgatorio en donde las personas son castigadas con sus propios vicios. Pero Gilliam tampoco pone el empeño por allí, mas allá de disparar fabulosos efectos visuales. Tampoco la película se centra en Tony, el recién llegado, ya que termina siendo el pato de la boda en otra carrera de apuestas entre Parnassus y el diablo. En un momento uno piensa que Tony va a terminar siendo el sucesor del ilusionista, y que Parnassus va a culminar pagando con su alma por la relación con el diablo - lo que quizás haya sido la intención original de Gilliam -. Pero el rearmado del proyecto tras la muerte de Ledger le termina de sacar filo al personaje, transformándolo en un accidente del relato. Es un caracter que parece honesto y después termina por demostrarse que no lo es, y en el fondo todo eso termina por desvirtuar al filme. Como interpretación postuma de Heath Ledger, no es memorable. Ledger termina siendo molesto en unas cuantas escenas, como si siguiera sintonizando al Joker de Batman, el Caballero de la Noche. Jude Law y Colin Farrell son flacos reemplazos, y quizás el filme se hubiera visto mucho más favorecido si Johnny Deep hubiera tomado el papel desde el vamos, ya que le da un toque de ingenuidad y cierta manía al rol que era lo que precisaba. Christopher Plummer y Tom Waits se deleitan con sus papeles, y el resto de los secundarios está más que ok, pero el libreto no es consistente. Siempre uno debe considerar que esto es un emparche de último momento, pero da la impresión de que lo más importante se quedó en el tintero. Tal como está, El Imaginario del Doctor Parnassus termina siendo una alegoría autobiográfica del propio Gilliam. Un veterano showman circense, creador de fantasías delirantes, que siente que ha debido pactar con el diablo para materializar sus obras y que ahora se encuentra pasado de moda. Pero, lamentablemente, no hay mucho más allá de eso. El destino amputó el potencial de la obra, y lo que vemos en pantalla es un pálido reflejo de la visión original del director.
La vida tiene amargas ironías y la saga Millennium fue una de ellas. Esta es una trilogía de thrillers escritos por un periodista sueco, Stieg Larsson, los cuales se convirtieron en un fenómeno de ventas a nivel mundial a partir de la publicación del primer libro en el 2005. El chiste es que Larsson había fallecido en el 2004 y no alcanzó a ver el enorme fenómeno que había generado con sus obras. Editadas post mortem, las mismas han sido llevadas al cine y Los Hombres que no Amaban a las Mujeres es el primer título que aquí comentamos. En sí, la saga Millennium está plagada de detalles autobiográficos del mismo Larsson. El héroe es otro periodista de investigación como era él, trabajando en una revista fundada por él - la Millennium del título en el libro, Expo en la vida real -, y un individuo apasionado por una variedad de temas que le eran muy cercanos, que van desde el abuso de menores hasta el colaboracionismo de los locales con el régimen nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Las tres obras funcionan en esa misma vena. En sí, Los Hombres que no Amaban las Mujeres es un thriller competente. La dirección de Niels Arden Oplov tiene el aplomo propio de un veterano, y el elenco es más que solvente. Pero lo que mas sorprende es el cuidado por la puesta en escena, que se maneja con un equilibrio excepcional. El relato está plagado de momentos fuertes - hay violaciones, mutilaciones y mucha violencia - pero la dirección nunca se regodea con lo repulsivo o cae en los límites de lo intolerable como podría haberlo hecho, por ejemplo, un giallo. Acá lo que importa es la historia y los detalles fuertes son mostrados sin extenderse en ellos. Ciertamente Los Hombres que no Amaban las Mujeres tiene mucho de policial negro. El héroe no es un detective privado, pero termina investigando el pasado turbio de una familia adinerada, descubriendo que todos están salpicados de corrupción. La intriga es buena, y la misma avanza sobre una serie de puzzles / enigmas que dejó la chica desaparecida, lo cual es un recurso que suena excesivamente artificial - yo no conozco a demasiadas chicas de 16 años que hubieran llevado a cabo su propia investigación sobre una serie de asesinatos y hubieran encriptado sus descubrimientos de manera indescifrable -. El otro punto que desluce la trama es el climax, que si bien sorprende, al verlo en perspectiva con el resto de la historia suena poco creíble. ofertas en software de facturacion para empresas de Sistema Isis Pero el punto fuerte del filme no es la intriga en sí, sino el background de los personajes principales, en especial la chica dark que acompaña al protagonista y que termina por robarle toda la película luego de un par de escenas. Lisbeth es oscura, andrógina, brillante, violenta y con un pasado estremecedor - que incluye violencia familiar y abuso sexual -. La película le dedica la primera hora a desarrollar la historia de fondo de los protagonistas y, en el caso de Lisbeth, resulta dolorosamente fascinante - en un momento, ella comienza a ser abusada por su oficial de control y rápidamente comienza a elaborar un plan de venganza que uno termina aplaudiendo -. Es un personaje de múltiples facetas y uno siempre descubre algo nuevo cuando ella aparece en el escenario. Es un alma atormentada que parece haber encontrado en Mikael a un hombre bueno y honesto, aunque su desconfianza le impide entregarse plenamente a él. En realidad toda la historia de Los Hombres que no Amaban las Mujeres trata sobre poder y misoginia. Es una cadena de abuso marcada por la testosterona. El industrial corrupto que usa su poder para doblegar (y callar) al periodista decente. El oficial de control que usa su poder para someter a la chica a su cargo. Los criminales nazis que usaron su poder para corromper adolescentes y destrozarlos. Cualquiera de las tramas del filme siempre termina en uno de estos modelos, mostrando la relación entre abusadores y abusados; quienes se someten sin chistar, quienes carecen de herramientas para enfrentarlos, y quienes se plantan frente a sus opresores. Hay una obsesión de Larsson con el tema del poder, como si dijera que resulta imposible que alguien con un poco de poder no se descarrile y comience a explotarlo en beneficio propio. Los Hombres que no Amaban las Mujeres es un filme muy sólido. El final no me resulta tan satisfactorio, me suena muy artificial, pero el resto de la película tiene tantos méritos que uno termina por perdonárselo. A mi juicio es una gran versión y me suena innecesaria la remake agendada para finales del 2011, con Daniel Craig como protagonista.
Después de los éxitos de la trilogía de El Señor de los Anillos, la remake de King Kong y la producción de Distrito 9, Desde Mi Cielo es el primer paso en falso de Peter Jackson. De ninguna manera implica que su talento se haya drenado, pero sin dudas es el equivalente al 1941 de Steven Spielberg - material mal manejado y director incorrecto para el mismo -. Aquí Jackson intenta regresar a los mismos terrenos de Criaturas Celestiales, pero comete una serie de pifias gruesas con el tono. El resultado es como un collage de buenas escenas, pero que no quedan bien juntas y que parecen pertenecer a distintas películas. The Lovely Bones (Los Adorables Huesos) está basada en la novela homónima de Alice Sebold. No conozco la obra de Sebold más que por referencias, pero su temática parece siempre girar alrededor de muerte y violación, lo que en su caso es un tema personal ya que la autora fue atacada sexualmente cuando era joven. Obviamente la experiencia le abrió una imprevista corriente inspirativa, lo cual puede catalogarse de explotación comercial de su propia tragedia, visión filosófica de su pasado o terapia literaria, según como se la quiera interpretar. Los especialistas de turno han considerado que la novela era imposible de adaptar al cine, pero el estudio Dreamworks adquirió los derechos y se los ofreció a Jackson, el que se encontraba detrás del proyecto desde hacía años. Pero en el fondo Desde Mi Cielo no deja de ser un melodrama típico. Se crea a una protagonista adorable - la excelente Saoirse Ronan, que reboza belleza y carisma, y con seguridad tendrá un gran futuro por delante -, se la destruye de la peor manera posible, y después viene el drama lacrimógeno de turno. Durante el primer tercio Desde Mi Cielo sigue fielmente los pasos del melodrama y, cuando llega el momento de la vejación, simplemente la omite, saltando directamente a la parte onírica. Susie Salmon es violada y asesinada (asumimos por lo que sugiere la policía), y despierta en un mundo que es una mezcla de la Tierra Media con Mas Allá de los Sueños. Un limbo en donde puede materializar lo que desee. Y es allí donde el filme se clava de punta. El tema es que The Lovely Bones no precisaba un mundo de fantasía y CGI. Es algo que se podía haber omitido olímpicamente, dejando a la voz en off de Susie Salmon y centrándonos en el drama - lo que hubiera sido más elegante y conciso -. Desde el momento que Susie corre carreras de trineo en fantásticos paisajes nevados, la historia pierde foco. Los pensamientos de Susie no son muy interesantes, la historia se desvía hacia el resto de la familia - llena de personajes a medio terminar hasta ese punto -, y el relato se dispara en intentar completarlos de apuro. Y a la audiencia lo que le interesa es cobrarse revancha de Stanley Tucci. Allí figura el problema central de todo el filme: Jackson se decanta por un melodrama con toques fantásticos, mientras que la platea exige un caso de justicia sobrenatural al estilo Ghost, la Sombra del Amor - con Susie vengándose del pedófilo o dándole pistas a los vivos sobre la identidad de su asesino -. Y yo creo que, más que un defecto de Jackson en ese punto, hay que atribuirle la falta al libro original, que intenta manejar una situación horrible dandole un tono poético ridículo y chocante: si la chica hubiera muerto en un accidente de auto, no habria problemas en que fuera un fantasma romántico; pero si fue violada y asesinada, lo que se precisa es venganza o justicia. La prueba está en el lamentable final, que es completamente insatisfactorio. Hasta ese entonces, The Lovely Bones era tolerable con sus defectos... pero la suerte de Stanley Tucci es tan arbitraria que termina siendo absurda y termina por hundir al filme. Eso no quita de que haya momentos inspirados como las secuencias fantásticas en el limbo - aunque no deberían estar -. La perfomance de Stanley Tucci es muy buena... con el grave problema de que le pusieron un maquillaje ridículo que no era necesario, con lo cual lo transformaron en una especie de caricatura de lo que debe ser un pedófilo - jopo, anteojos, dientes postizos, bigotes -. La abuela de Susan Sarandon está completamente fuera de lugar. Saoirse Ronan es deliciosa en pantalla, pero desaparece en la segunda mitad del relato. Mark Wahlberg y Rachel Weisz son bastante anónimos en sus papeles, pero por falta de tiempo y desarrollo. Y en general toda la sensación que deja el filme es la de insatisfacción: no emociona, no deja reflexiones profundas, no cumple con la justicia divina que exigía el relato, no cierra la historia sobre el resto de la familia Salmon. Simplemente Desde Mi Cielo es un mix de criterios diferentes sobre una misma historia, de los cuales no cuaja ni termina por sobresalir ninguno de ellos.
Este debe ser el enésima aspirante a una franquicia a lo Harry Potter. Al menos Percy Jackson y el Ladrón del Rayo se da el lujo de tener al mando a Chris Columbus, quien iniciara la saga del mago adolescente. No es que Columbus sea el mejor director del mundo, pero al menos tiene un mínimo sentido del entretenimiento que los responsables de otros engendros (La Brujula Dorada, Cirque Du Freak: El Aprendiz del Vampiro, etc) carecen. En sí, la ejecución de Percy Jackson y el Ladrón del Rayo roza lo ridículo varias veces y la sombra de la falta de originalidad oscurece sus intenciones; pero, mientras dura, es lo bastante divertida como para resultar perdonable. Percy Jackson y el Ladrón del Rayo es la adaptación del primero de una saga de cinco libros (hasta ahora), escritos por el norteamericano Rick Riordan a partir del 2005. Con el éxito de las sagas de fantasía orientadas a un público infantil / adolescente, las novelas de Percy Jackson obtuvieron gran repercusión y pronto Hollywood se encaminó a adquirir y adaptar la franquicia. Lo cierto es que el filme tuvo una tibia repercusión en USA, aunque le fue muy bien en el resto del mundo. Falta ver si esa recaudación es suficiente como para potenciar una secuela, algo que viene resultando excepcional en el género de la fantasía en los últimos años con excepción de Harry Potter y Las Crónicas de Narnia. Acá hay un chico que resulta ser un semi dios - el hijo entre un dios griego y una humana -, y que termina involucrado en una interna mitológica que amenaza con arrasar al planeta. El problema es que Percy Jackson y el Ladrón del Rayo vive a la sombra de los filmes de Harry Potter, ya que prácticamente se alimenta de manera parasitaria de la estructura de las aventuras del niño mago, trasladándola al mundo de la mitología griega. Aquí hay otro niño nacido para salvar el mundo, que vive con sus parientes abusivos; hay un descubrimiento sorpresivo de su destino de grandeza; hay innumerables amenazas sobrenaturales; está acompañado en sus aventuras por una chica y un chico (bah, un sátiro) como Hermione y Ron; hay otro guardia / mentor tal como el gigante Rubeus (por momentos el centauro de Pierce Brosnan se ve idéntico); posee poderes especiales y puede salir ileso de los más imposibles desafíos. Como se puede ver, son demasiadas coincidencias. Otro gran problema de la película es que la historia transcurre en el mundo actual y, para peor, en tierras norteamericanas. Al menos la trama podría haber tenido la decencia de mudarse a Europa, que es la geografía original de estas leyendas. Pero poner a los dioses griegos viviendo en lo alto del Empire State o dejando artefactos mágicos en medio de un casino de Las Vegas le da un irremediable tufillo mediocre. Es propio de un norteamericano que nunca ha salido de su país y que piensa que su patria es el centro del mundo. Al menos Percy Jackson y el Ladrón del Rayo no se toma muy en serio a sí mismo, y las escenas de acción están filmadas con nervio. Pero todo esto le suena a uno como un reciclado de segunda mano de ideas provenientes de mejores obras. El combate entre Percy y Medusa es un robo total de Lucha de Titanes, sólo que con mejores efectos especiales. El otro punto es que la historia se empeña en transcurrir en la actualidad, cuando al menos los filmes de Harry Potter se desarrollan en un mundo paralelo y fantástico en donde la magia resulta creíble. Pero ver a los dioses peleando en el falso partenón de Nashville o en las colinas de Hollywood suena patético. Ciertamente el filme resulta digerible hasta que el trío principal llega a Las Vegas, en donde la historia se clava de punta y no se recupera. Hasta ese entonces todo venía bien con un tono medianamente cómico, pero después empieza a tomarse muy en serio a sí mismo y comienza a hundirse. El final está ok, sin ser demasiado excitante. Percy Jackson y el Ladrón del Rayo es entretenida mientras dura, pero al mismo tiempo uno se da cuenta de que esto es material mediocre escrito por un escritor mediocre que piensa que el mundo comienza y termina en los Estados Unidos. No hay nada malo con el casting ni con la dirección; la falta debe atribuirsele a la fuente literaria, que precisamente carece de originalidad y frescura.
Voto a Dios y a los productores de Hollywood para que prohiban participar (de por vida) a Anthony Hopkins de otra remake de un monstruo clásico de la Universal. Hopkins se dió maña para arruinar la versión de Francis Ford Coppola de Dracula (1992), inundándola con una sobreactuación salvaje. Y si bien en esta remake 2010 de El Hombre Lobo el actor está mucho más restringido, el personaje que le toca en suerte es un engendro creado por este libreto y que no tiene nada que ver con el original. Pero sería injusto recargar las tintas sobre el actor; a todo el mundo le corresponde una cuota del fracaso de The Wolfman 2010, fallando miserablemente en conseguir algo memorable. El Hombre Lobo es un monstruo clásico del panteón del horror de los estudios Universal, conjuntamente con Frankenstein, Dracula, La Momia y El Monstruo de la Laguna Negra, y todos creados entre 1930 y 1950. Con la excepción de Gill Man, todos ellos recibieron sus remakes en sus respectivos momentos; y con la salvedad de Drácula, ninguna de ellas ha hecho algo que valga la pena con los mitos que honran. Una vuelta de tuerca seria e intensa, que permitiera ver a la historia desde un punto de vista completamente nuevo. Confieso no haber visto nunca el original de 1941 de El Hombre Lobo. Sé que no es una gran película y que su mayor contribución fue sentar toda la mitología moderna sobre los hombres lobo - el inocente condenado por una maldición; las balas de plata, etc -. La falta de visión del filme original de George Waggner me da cierta libertad de prejuicios respecto de la visión de la remake. Pero lo que uno sí entiende es que esta película trata sobre "el" hombre lobo. Vampiros hay muchos, pero sólo hay un Dracula; y lobizones habrá a centenares en la filmografía universal, pero Lawrence Talbot hay uno solo. Pero uno se da cuenta de que el filme tuvo problemas enormes y no cumplió con las expectativas cuando investiga el backstage de la producción. Hace dos años que rodaron el filme y permaneció en el limbo hasta su estreno en el 2010. Pasaron dos directores como Mark Romanek y Brett Ratner hasta que la silla del director la ocupó Joe Johnston - Jumanji -. La partitura original de Danny Elfman fue tirada a la basura, trajeron al músico Paul Haslinger, lo echaron, y recuperaron el soundtrack de Elfman, sólo que le hicieron numerosos arreglos. El cambio del tono de la banda sonora motivó cambios en la edición del filme y el rodaje de nuevas escenas. A esto se suma que el maquillador Rick Baker se ofreció de manera entusiasta a crear al hombre lobo, ya que el filme de 1941 inspiró su carrera; pero en el corte final optaron por utilizar CGI para las secuencias de transformaciones, lo que arruinó el esfuerzo de Baker. Y tampoco es que el maquillaje de este artista (para esta versión) fuera algo que uno podría calificar como excepcional. Lo que yo entiendo de los lobizones es que se tratan de tragedias con ribetes sobrenaturales. Es un inocente condenado a transformarse en un asesino cuando sale la luna llena, y no hay nada que pueda hacer para evitarlo. Es una mutación de la historia clásica de Jekyll y Hyde, pero mucho más dramática, ya que el protagonista ligó la maldición completamente de arriba y de manera involuntaria. Y, en el cine moderno, la única película que pudo reflejar esa suerte trágica fue El Hombre Lobo Americano en Londres. El tema es que el filme de John Landis data de 1981, con lo cual en treinta años no han hecho nada potable con el mito. Y aún siendo de 1981, El Hombre Lobo Americano en Londres tiene mejores efectos especiales (y más creíbles) que esta versión hecha en pleno siglo XXI. Pero el problema más grande del filme es que no se contenta con un solo hombre lobo - como el original - sino que pone dos. Sí, Anthony Hopkins es el otro pero esto no es un spoiler ya que desde el primer fotograma vemos que el actor inglés no está haciendo de Blancanieves sino que destila maldad por todos sus poros. En el medio el filme sigue de manera respetuosa al original, aunque Benicio del Toro (fan de la película de 1941) no hace nada destacable con su personaje. Hopkins tampoco, y eso es decepcionante para dos intérpretes oscarizados de semejante altura. El Lawrence Talbot de del Toro es bastante anónimo y no despierta la simpatía del público. Es una perfomance ok pero no una destacable. Pero cuando aparecen los efectos especiales, el filme comienza a clavarse de nariz. El maquillaje de Rick Baker homenajea al del original, pero a su vez no se ve bien - o será que los colores afectan a la credibilidad de la criatura frente a cámaras-; y los CGI son horribles. La pelea final es tan exagerada y patética que me hace acordar al clímax de Van Helsing (2004). La persecución por los tejados a mitad de la película carece de originalidad - parece tomada de la citada Van Helsing o de La Liga Extraordinaria -. Y todo en el filme se ve correcto pero chato - a excepción del desastre de los gráficos por computadora -, y totalmente insuficiente para homenajear a la historia de "el" hombre lobo como corresponde. Aquí calificamos de acuerdo a las expectativas; y para los fans del horror, El Hombre Lobo 2010 resulta decepcionante. Es un filme standard al que le queda muy grande el prestigioso traje que pretende ponerse. Inserta con calzador la presencia de un villano que la historia no precisaba, con la excusa de generar un grand finale que no satisface a nadie. Todo es chato y fácilmente olvidable, demasiado lineal y carente del sentido de la tragedia que siempre caracterizó a la historia.
Si hay un premio sobrevalorado, poco confiable y carente de la más mínima objetividad, ése es el Oscar. Son innumerables las obras maestras que fueron ignoradas olímpicamente por la Academia, como Citizen Kane o 2001, Odisea del Espacio. Premió a filmes apenas correctos que se perdieron en la memoria del tiempo; colocó galardones según el color político de las épocas que corrían, y manejó una especie de justicia digitada según los valores propios del marketing. Si al menos Hollywood premiaba en los 40, 50 y 60 al espectáculo de calidad, en los últimos años se ha convertido en un show de lo que pretenden creer que es lo políticamente correcto. Con escasas excepciones, la mayoría de los títulos ganadores de las últimas décadas no han hecho nada memorable que los pusiera a la estatura de, p.ej., un El Padrino, un Casablanca, o siquiera un Annie Hall. Y The Hurt Locker (que se podría traducir por "el cerrador de heridas", una expresión que nació en los primeros escuadrones antibombas durante la Guerra de Vietnam) es el último nombre que se agrega a esa lista de filmes sobrevalorados. Entiéndanme: The Hurt Locker es un muy buen filme, pero no un digno ganador del Oscar. Tampoco creo que el otro gran contendiente - Avatar de James Cameron - tuviera que ganarlo, ya que es un reciclado sci fi de Danza con Lobos, pero al menos Avatar tiene más momentos memorables y es más redonda en ideas que el filme de Katrhyn Bigelow. Acá se trata de una dramatización de lo que Mark Boal vivió como corresponsal de guerra durante la ocupación de Irak, a lo cual el mismo autor le sumó bastante ficción. El problema es que The Hurt Locker no termina de analizar en profundidad ninguno de los temas que sirve en bandeja - ni al desquiciado sargento James, ni a la guerra, ni a los responsables de los atentados -, y pone su mayor empeño en ser visceral y transmitir los horrores de la guerra... lo que termina por conseguir a medias. En realidad ésta es simplemente la historia de un loco enamorado de la guerra. William James es la versión contemporánea del sargento Kilgore de Apocalipsis Now, sólo que adora el olor del Napalm a la mañana, a la tarde y a la noche. Uno no sabe si es un inconsciente, un valiente, un genio que se abstrae de lo que le rodea con tal de cumplir su trabajo, o simplemente es un sicópata en uniforme militar. Es eminentemente pragmático, visiblemente maniático, y constantemente impulsivo. No sigue las reglas, y es capaz de trabajar desnudo o meterse en la boca del lobo con tal de desactivar bombas. Pero The Hurt Locker tampoco analiza demasiado a su personaje principal. La perfomance de Jeremy Renner es muy buena (parece el hermano menor de Daniel Craig), pero el libreto tampoco explora demasiado al rol como para que el actor le pueda sacar provecho. El filme termina, vienen los créditos finales, y el 99% de la audiencia se queda sin entender la esencia del impulsivo sargento del escuadrón antibombas. En cuanto a la guerra, el filme muestra las secuelas, pero tampoco hace preguntas. Irak es un mundo sin reglas, en donde la muerte flota a cada instante en el ambiente; pero la película no toma ningún tipo de partido en lo político, lo cual es sorprendente. Los iraquíes rebeldes son los enemigos; pero nadie se pregunta por qué son enemigos y hacen lo que hacen - ¿no será que no quieren que nadie los invada y los ocupe? - . En ese sentido es tan aséptica que resulta aborrecible - al no emitir juicios de valor, su silencio termina por otorgar -. A The Hurt Locker le faltaban más personajes (que representaran puntos de vista sobre la guerra y la ocupación) y un tono más discursivo. Así como está, sólo representa la tensión y la paranoia en medio de la guerra, generando buenas escenas de suspenso pero omitiendo tomar posturas o dar y/o ampliar explicaciones vitales que el relato precisaba.
El último éxito de la taquilla norteamericana es Zombieland, una comedia de terror con zombies al estilo de Shaun of the Dead. Aquí hay un equipo creativo que figuraba en ligas menores - secuelas de títulos de la Disney; otras secuelas de calidad cuestionable como Cruel Intentions 3; productores televisivos - que ha pegado el gran zarpazo. Si bien no tuvo una recaudación espectacular - éstas suelen ser de las fechas más flojas en las taquillas yanquis -, a todo el mundo le gustó la película. Y es que Zombieland, tal como Shaun of the Dead, tiene risas, sustos y sobre todo corazón. A alguien se le ha ocurrido decir (y con bastante inteligencia) de que el horror está dividido por clases sociales. Los vampiros suelen ser condes y, por lo tanto, de clase alta; los hombres lobo son de clase media; y los zombies vendría a ser el horror proletario. Son masivos, todos tienen las mismas características y son baratos de fabricar. Aunque hay momentos de gore y ataques multitudinarios de muertos vivientes, los zombies no son lo más importante en Zombieland. A la película no le interesa demasiado explicar las causas, o poner un evidente villano en el centro de escena. Los muertos vivos son más un paisaje de fondo que otra cosa. Como suele suceder con el género de los zombies - y por ello la popularidad del mismo -, semejante escenario da para generar subtextos. En realidad, siempre se sigue el modelo de George A. Romero - el padre de la criatura desde su clásico La Noche de los Muertos Vivos y sus interminables secuelas y remakes -, en donde los revividos son una especie de alegoría social. Aquí la historia pasa en realidad por un grupo de inadaptados sociales que terminan formando una familia sui generis - y los zombies vendría a ser el resto de la sociedad que los ataca o rechaza - . Vean sino los especímenes que han sobrevivido a la hecatombe: un adolescente fóbico y antisocial, un provinciano racista y violento, un dúo de estafadoras. No son precisamente lo mejorcito del mundo para intentar reconstruir la existencia de la raza humana. El tema es que semejantes personajes terminan resultan queribles, porque empiezan a mostrar un lado humano bastante tierno. La historia se centra en Columbus (Jesse Eisenberg), un nerd maniático y antisocial, que comienza a descubrir el mundo y a madurar cuando debe salir al exterior de su hermético departamento de estudiante. En el fondo, Zombieland no es más que una road movie en donde los personajes se redescubren a sí mismos. Ya sé que todo este análisis suena demasiado intelectual ya que estamos hablando de una comedia, pero allí precisamente es donde radica el plus que hace tan disfrutable al filme. No son personajes profundos ni demasiado tridimensionales, pero al menos son entendibles y creíbles, y uno se identifica con ellos. Y mientras se redescubren y empiezan a valorar el significado de la amistad, se les presentan situaciones disparatadas. Por momentos Zombieland parece sintonizar a Feast - en especial los cartelitos en pantalla con las reglas de supervivencia de Columbus -, y muchas veces la acción es propia de las caricaturas, como la secuencia de el asesino de zombies de la semana. Al momento de generar situaciones cómicas, lo hace con gracia y a veces con mucha gracia. Toda la secuencia en que el cuarteto llega a Los Angeles e irrumpe en la mansión de Bill Murray es desopilante. Será breve, pero por lejos es lo mejor del filme. Zombieland es una excelente comedia con zombies. Hay gore, pero no tanto. Los diálogos tienen su chispa, y los actores están espléndidos en sus excéntricos papeles. Entretiene de cabo a rabo, y encima ofrece un plus de cierta profundidad. Y eso ya es pedir demasiado para un filme de terror cómico.