Deus Ex Machina: la Película. En general siempre he defendido la nueva trilogía de la Guerra de las Galaxias – con todo lo reciclado, lo bueno y lo malo – porque estaba salpicada de momentos emocionantes, cosa que la trilogía de precuelas (aclaro!) by George Lucas (a) “el Padre de Todo” siempre careció debido a su pésima escritura y desarrollo de personajes. Y siempre he amado a Rey, no sólo por el carisma y la sensibilidad de Daisy Ridley para con el papel, sino por los retos emocionales que le suponía el camino desde chatarrera a suprema Jedi de toda la galaxia. Pero acá ni Ridley ni John Boyega, ni Oscar Isaac ni la tanda de gerontes históricos de la saga, ni el revivido Billy Dee Williams, ni los cameos ni los nuevos personajes… ni la mar en coche pueden redimir a este Frankenstein cinematográfico, un producto lleno de parches, saltos de lógica y continuidad y conejos salidos de la galera que sólo ocurren porque a los popes de Lucasfilms y Disney no les gustó Los Ultimos Jedi y decidieron deshacer todo lo que había hecho Rian Johnson – que entre lo bueno y lo malo, al menos quiso hacer algo distinto -. ¿Si emociona Episodio IX?. Sip, hay algunos momentos muy buenos. ¿Si es satisfactoria?. No, en absoluto. Está ok pero dudo que alguien hable de ella dentro de 5 o 10 años, al contrario de lo que ocurrió con El Regreso del Jedi que, comparado con esto (y eso que era una película mediocre en su momento), parece Shakespeare. Disney no entiende Star Wars. Claro, cuando compraron Marvel se quedaron con todo el staff, gente que entendía el producto y los personajes desde hacía décadas pero, cuando se quedó con Lucasfilms, lo primero que hicieron fue echar al único tipo que entendía la saga. Ok, George Lucas venía metiendo la pata hace rato, pero lo que precisaba Star Wars es poner a Lucas a hacer lineamientos generales y que otros directores / guionistas escribieran cosas potables en vez de los engendros que redactaba Jorgito. Se mandaron con otra trilogía para descontar los 4 billones que le pagaron al barba con el drama de que no pusieron a nadie como centro creativo de la nueva franquicia, un tipo que trazara un plano mínimo de lo que debía pasar argumentalmente en las costosas tres películas que iban a rodar en los siguientes 5 años. Así que lo que siguieron fueron tres películas completamente independientes en cuanto a filosofía, unidas argumentalmente por un lazo muy débil. Y claro, llega el momento de pagar las cuentas y cerrar el boliche, y ahí es cuando todos se ponen en apuros porque tienen que remixar el reciclado salvaje de J.J. Abrams de El Despertar de la Fuerza con la visión iconoclasta de Rian Johnson en Los Ultimos Jedi para darle un cierre, con la contra de que se quedaron sin villano principal ya que a Snoke lo cortaron en fetas. El Ascenso de Skywalker tiene muchísimo menos reciclado que El Despertar de la Fuerza – algunas escenas perdidas y el duelo final que parece la batalla en el trono de Palpatine en El Regreso del Jedi -, pero es mas por el emparche forzado no sólo para corregir los sacrilegios que Johnson hizo en Los Ultimos Jedi sino también para lidiar con la inesperada muerte de la que iba a ser la principal protagonista – Carrie Fisher -, con lo cual tuvieron que aplicar cirugía de emergencia. La cantidad de elucubraciones con las cuales se despacha el libreto es demasiada y agota. Balizas creadas hace 30 años para ubicar un templo secreto que no estaba en el pensamiento de nadie – ni siquiera de Palpatine – (además, ¿para qué inventar brújulas para ir a un lugar secreto si todos los que querían ir ya están allá?; y, por otro lado, es un reciclado del McGuffin del secreto mapa perdido para ubicar a Luke en El Despertar de la Fuerza); el regreso del WhatsApp espacial que ahora te permite hacer transferencia de objetos (!); Palpatine, salido totalmente de la nada, sin la mas mínima pista sobre su existencia dada en los dos filmes anteriores y un alevoso emparche de la historia (por mas que Abrams cacaree que siempre planeó revivir al emperador); Lando, estancado en un planeta durante décadas en busca de algo que estos tipos vienen y lo encuentran en dos segundos; dagas con inscripciones secretas que un robot multilingüe no puede leer, ni siquiera pisando su programación o haciendo caso a su dueño; pases libres para entrar en cruceros imperiales (!!); altos funcionarios imperiales devenidos espías (!!!); una revelación de parentesco tan absurda que uno debería estar revolcándose en el piso de la risa; golpes de efecto a rolete (como la visión de Rey versión Sith); cruceros imperiales materializados de la nada… ¿y operados con qué gente?; y el nuevo don de curar y dar vida que tienen los Jedi, que solo lo tomo por válido porque se lo vi a Baby Yoda en The Mandalorian. Pero no, El Ascenso de Skywalker es una máquina de despachar fruta y, si no cae en la hoguera, es porque hay buenas escenas de acción, muchos chistes, un par de escenas formidables (como los nuevos poderes de Rey), la actitud de Daisy Ridley, y C3PO convertido en un constante ladrón de escenas. Debo admitir que, aún con todas su incongruencias, el duelo final es impresionante – el planeta donde mora Palpatine, una especie de clon moribundo del emperador atachado a una máquina de vida a lo Braniac, es la versión perfecta del Infierno en el espacio – y que el filme tiene su cuota de momentos emocionantes (y creo que Richard E. Grant debería haber entrado mucho antes a la franquicia en vez de Domhnall Gleeson); pero creo que es mas por la calidad de los actores que por el libreto que va a los ponchazos todo el tiempo. Es posible que Lucasfilms empiece a encontrarle la vuelta al universo Star Wars “marvelizando” la franquicia – como pasa con The Mandalorian, trayendo a veteranos como Dave Filoni y a artesanos Marvel como Taika Waititi, Jon Favreau, e incluso la participación directa de Bob Iger, CEO de Disney, en los papeles ya que lo de Kathleen Kennedy bordea el desastre a esta altura – y que los productos que vengan de ahora en mas sean mejores (cosa curiosa, a Disney le pasa con Lucasfilms lo mismo que a la Warner con DC, en donde terminaron volando toda la plana gerencial y poniendo a gente del palo, creativos y no burócratas en los puestos decisorios). Lo que precisa Disney / Lucasfilms es abandonar por completo a la familia Skywalker y sus aliados, y utilizar el universo Star Wars para contar historias de todo tipo, en cualquier planeta y con otros personajes. Lo hizo Rogue One – lo mejor que ha dado la franquicia en este milenio – y lo hace The Mandalorian, aunque ahí van a los tropezones y no se animan a despegarse por completo de la nostalgia y el fan service. Quizás cuando entiendan esto, podrá ser que puedan crear algo único, original y excitante en el universo Star Wars. Porque se trata de todo un universo, ¿no?, así que es imposible que vengan con la excusa de que no existen otras historias que no tengan que ver con los Skywalker y su prole.
Hercule Poirot… Jacques Clouseau… y, a partir de ahora, Benoit Blanc. Otro super sabueso con un cerebro de aquellos y nombre francés (ok, lo de Clouseau es un chiste aunque el tipo siempre se las apañaba para resolver los casos de una forma u otra). La gracia en este caso es que a) el detective de nombre galo es de Kentucky y b) lo interpreta un británico que, para colmo, se regocija con su rebuscado acento sureño estadounidense. Y se nota que Daniel Craig disfruta como loco con el papel. Es como el primo mas urbano de la versión vaquera de Jeff Bridges (¿alguno recuerda su gloriosa sobreactuación en RIPD o Hell or High Water?). Ya Craig se había anotado un poroto con su rol de Joe Bang en Logan Lucky (que algún día podré terminar de verla) y acá le toca otro de tonada campesina pero de modales tan afectados que uno debe esperar a que termine una larga perorata de cinco minutos (como la delirante imagen de la dona dentro de la dona) para intentar captar lo que pretende decir. Y cuando se enoja y habla rápido, prácticamente no se le entiende. Se le enredan las palabras en su lengua. Por supuesto un personaje peculiar no hace de por si solo a un filme, pero Knives Out (Cuchillos Afuera, como cuando en el boxeo dicen “segundos afuera!” y dan luz verde para que los peleadores se destrocen en el ring) está plagado de ellos. Don Johnson – que viene remontando su carrera de manera olímpica – que hace de conservador racista y mujeriego, Jamie Lee Curtis como su cínica esposa, Michael Shannon como el fracasado al cual papi le tuvo que inventar un trabajo para que viva de algo, su hijo manuelero y nazi, la nuera viuda (Toni Colette) que está detrás de la fortuna, y el nieto playboy que es un tiro al aire (Chris Evans, intentando sintonizar su cómico interior como en la época de Los 4 Fantásticos), ninguno de los cuales se soporta y menos en un cuarto cerrado. Y está Christopher Plummer – glorioso, en 10 minutos en escena el tipo tiene mas carisma que todo el elenco junto – que es el escritor de novelas policiales de gran fama e increíble fortuna tras la cual están todos estos buitres. Por supuesto Plummer cuenta con una aliada: su super honesta enfermera Marta (Ana De Armas, que no solo tiene una química excelente con Plummer sino que brilla en cada escena en que aparece), la cual es incapaz físicamente de mentir ya que cualquier calumnia la obliga a vomitar. Plummer aparece muerto – ¿suicidado? – y los policías investigan con su santa pachorra pero es Blanc (Craig) – al cual alguien contrató anónimamente para que investigue el caso – el único que piensa que hay gato encerrado y que el suicidio no es lo que parece. Usualmente no soy fan de los thrillers de Agatha Christie – son plomizos, largos y tan elitistas… la gente rica mata por aburrimiento! – aunque reconozco que una densa y sólida trama policial, en manos del director adecuado, puede convertirse en una maravilla. Lo hizo Kenneth Branagh con su remake de Asesinato en el Orient Express y lo hace ahora Rian Johnson – lamiéndose sus heridas después de pasar por la franquicia de Star Wars – con Knives Out. El filme empieza con un whodunit a lo Agatha Christie… pero a los 30 minutos hay una revelación y la película pasa a convertirse en una de Columbo, de esas en donde sabemos quién es el asesino y vemos como el detective lo acosa mientras intenta esconder pruebas a lo loco (acá hay un par de momentos muy graciosos en tal sentido). Si ya sabemos quien es el responsable, ¿para qué seguimos con el misterio?. Entre Navajas y Secretos está plagada de vueltas de tuerca que, lo mejor de todo, se pueden seguir. Hay mucho chiste sutil intercalado – sobre todo, todo lo que tiene que ver con el volátil carácter de los herederos de Harlan Thrombey, sea el que ninguno acierta con la nacionalidad del personaje de Ana De Armas (lo que demuestra el desdén con que la tratan) hasta todo tipo de sugerencias, amenazas y mentiras que surgen después de leer el testamento del personaje de Plummer -, y bastantes sorpresas que no se ven venir. Hablar cualquier otra cosa sería revelar demasiado sobre un película que debe disfrutarse. Y sip, viene una segunda parte – bah, una nueva aventura de Benoit Blanc, el investigador con nombre de fino vino blanco – en camino, la cual espero con mucha ansiedad.
“Cuando me dijiste que tu familia era disfuncional… no pensé que era una banda de locos asesinos!!” Esta es una idea simpática y limitada que termina dando mucho mas de lo promete. Algo así como El Malvado Zaroff (The Most Dangerous Game) pero ambientada entre cuatro paredes. Samara Weaving se casa con el heredero de una familia podrida en plata, la cual hizo su fortuna en base a juegos de mesa. La costumbre familiar es que la novia, en la noche de boda, saque una carta de un cofre misterioso y tenga que jugar el juego que dice el naipe. El 99% de los juegos son inofensivos – ajedrez, backgammon, etc – pero la Weaving tiene la mala suerte de sacar la carta de “Escondidas”. Como la cara la delata, la Weaving piensa que esto es una estupidez extrema y desea complacer a su nueva familia política así que sale a esconderse. Lo que mas tarde descubre es que todos salen a buscarla… armados hasta los dientes y dispuestos a liquidarla a la primera oportunidad, sin importar si el novio está de acuerdo con las tradiciones familiares o no. La Weaving es la sobrina de Hugo Weaving (Elrond!) y, por lo visto, la cara de loca es hereditaria. Considerando la carrerita que se viene armando (la vi en una de zombies encerrados en un edificio de oficinas), la Weaving es seria candidata a convertirse en una scream queen, una reina del género de terror del bajo presupuesto – su caso es muy parecido a la de Fiona Dourif, hija de Brad, que tiene una cara de chiflada descomunal y la que vimos fugazmente (y ultrasacada) en Dirk Gently: Agencia de Investigaciones Holísticas, amén de participar con papi en algunos capítulos de la franquicia de Chucky, el Muñeco Diabólico -. La piba es fea, narigona, flaca, dientona y con ojos enormes de animé, pero tiene cierto mojo que uno disfruta cuando empieza a putear como camionero. Porque acá la novia no es una mina virginal e inocentona sino una piba media recia y malhablada, que al principio se desmorona al ver toda esa locura y después acepta las reglas del juego y se vuelve badass… aunque sea por un tiempito. Verla con el traje de novia roto y ensangrentado, con una bandolera de municiones y portando un rifle para matar elefantes te causa una impresión difícil de borrar. Por supuesto la premisa es estúpida y la única manera de ejecutarla de manera decente es convirtiéndola en una comedia. Mientras que las expresiones de la Weaving son impagables – al ver todas las atrocidades cometidas por sus suegros -, el resto no se queda atrás. La hija menor (Melanie Scrofano, de la serie Wynnona Earp) es una torpe de aquellas y mata a medio elenco al ser incapaz de operar como la gente las armas antiguas que deben usar para la cacería (y es una de las mejores cosas del filme). El siempre bienvenido Henry Czerny pone cara de asombro para todo, y una envejecida Andie McDowell prueba suerte en una comedia fuera de su zona de confort, en donde tiene sus momentos. Pero lo mejor es la tía Helene de Nicky Guadagni, una veterana pasada de maquillaje que parece salida de Los Locos Addams y que no duda en portar una hacha gigante a la hora de volverse medieval. Hay algunos shocks aunque la onda es el humor macabro a lo Tarantino donde la gente se despedaza por error, explota por el aire dejando un baño de sangre como si el cuerpo humano tuviera 100 litros de hemoglobina, y se hieren de las maneras mas bizarras como el agujero en la mano que se consigue la Weaving después de un encuentro “amistoso” con uno de los críos de la familia. Para agregarle contexto hay una historia flotando por ahí de cierto pacto diabólico que deben cumplir antes del amanecer, so pena de perder la fortuna y la vida de la peor manera. Si Boda Sangrienta es dispar, es porque en la última media hora se deshilacha un poco. Cobra un poco de energía en el clímax, pero no le alcanza para compensar el bajón. Eso no significa que sea una película mala en absoluto, pero si una que te entretiene bastante si te gustan las comedias de horror bien sangrientas, y si no te ponés a pensar demasiado en lo rebuscado de la premisa (¿para qué jugar a la cacería cuando podían drogarla sin llamar la atención, si lo único que precisaban es un cuerpo para un sacrificio humano?). Está ok, pero pienso que un Sam Raimi o un Peter Jackson (de sus comienzos de carrera) podrían haber hecho cosas mas salvajes con la premisa, y hubieran dejado una impresión mucho mas duradera.
Antes del estreno del filme Elizabeth Banks – directora y guionista del filme – le dijo a la prensa que no le importaba si la película fracasaba, que en tal caso demostraba el punto que a los hombres no les gustan las películas de acción protagonizadas por mujeres. ¿En serio, señora Banks?. Déjeme nombrarle un puñado de títulos: prácticamente toda la saga de Alien (incluyendo Prometheus y secuela), Mujer Maravilla, Capitana Marvel, Resident Evil, Los Juegos del Hambre, Lucy, Atómica, Kill Bill… incluso las primeras remakes de esta franquicia – protagonizadas por Cameron Diaz, Drew Barrymore y Lucy Liu – que fueron muchísimo mejores que este adefesio que acaba de pergueñar. No, señora; la gente le escapa a las malas películas, no importa si tienen mujeres, chicas trans o aliens como protagonistas. Puede haber alguna injusticia que otra (Ghostbusters 2016?; alguien?; … Bueller…. Bueller…) pero, en general, el público nunca se equivoca. El problema con su filme, señora Banks, es que es un bodrio. El guión es un pastiche que no tiene nada de original (y se toma muy en serio a si mismo; ah!, lo escribió usted misma), la edición es un horror y pareciera que le faltan pedazos a la película porque la trama va a los saltos, y la puesta en escena es cualquier cosa menos divertida. Oh, si, Kristen Stewart no solo está bonita sino simpática (uy, Dios, acabo de decir esto sin arder en llamas!!) y hasta me gustaría verla en una franquicia Marvel porque la enana tiene pasta (que adquirió después de aprender a actuar en filmes por toda Europa), lástima que el guión de la Banks es horrible y está plagado de chistes obvios. La otra que brilla es la gigantesca Ella Balinska… y paremos de contar. La hermosa Naomi Scott queda reducida a un patético rol de comic relief que no le sienta, Patrick Stewart va en piloto automático y la Banks – tomando para si misma el rol del jefe Bosley – habla con una altanería que asquea. No importa si mataron a un miembro de la organización que era amado por todos; pueden celebrarlo de la manera mas desubicada y superficial posible con un gurú New Age, una bebida de hierbas y una costosa tabla de quesos. El gran problema con Los Angeles de Charlie 2019 es que no tiene sentido del humor. Los chistes son malos o no tienen gracia. Todo es tremendo y a la vez estúpido, y ni siquiera las escenas de acción funcionan por el terrible trabajo de edición – no se terminan de ver los tiroteos o como la gente regresa al interior de un vehículo en una persecución a todo trapo -. Pero, como si esto fuera poco – el filme como filme de acción es mediocre a mas no poder, lleno de diálogos pomposos o vacíos -, la Banks se despacha con un alegato ultrafeminista que bordea lo panfletario. Los jefes coquetean con las empleadas, los dueños de empresas las tratan como sirvientas (aunque sean super ingenieras de informática), los guardias de seguridad manosean a las mujeres y, cuando no, los villanos de turno se babosean con ellas porque piensan que son bonitas y huecas. Una aliada del trío se resiste a trabajar con ellas porque, en su momento, le prometieron ayuda para mantener su clínica de abortos abierta; y al final la Scott recibe el entrenamiento oficial de la agencia, plagado de figuras femeninas de renombre como Rhonda Roussey, Danica Patrick y hasta el icono LGBT Laverne Cox. Los varones abusadores son empalados y las mujeres independientes, valientes y fuertes, reciben su recompensa. Si la señora Banks quería hacer un filme sobre el abuso de poder sobre las mujeres, podría haber dirigido un drama (¿Bombshell?); pero en un filme pasatista como éste suena descolgado y hasta banaliza la importancia de tales injusticias. Elizabeth Banks es muy bonita y creo que es una muy buena actriz, pero como directora apesta – dirigió la terrible (aunque taquillera) Pitch Perfect 2, y el chocante segmento donde a Chloe Grace Moretz le venía la “tía de rojo” en el peor momento en Movie 43, una falta de respeto total para la mujer considerando que ahora ella se golpea el pecho y se clama feminista -, y solo obtiene el sillón de director porque su marido debe tener banca en Hollywood. Acá todos sus defectos, falencias e impericias quedan a la vista, y aunque el cast se defiende como puede, es incapaz de rescatar algo tan tosco e incoherente como esto. No, no es de uno de esos filmes que es tan terrible que a los cinco minutos los frenas y los sacas del reproductor de DVD, sino que es una de esas películas que amenaza con mejorar y siempre empeora, metiendo alguna escena pasable de vez en cuando con lo cual tenes esperanzas que se redima al final… cosa que, obviamente, no ocurre. Es terriblemente frustrante. Por su bien, y por el del resto de la humanidad, espero que la señora Banks no vuelva nunca mas a dirigir nada (por lo menos hasta que aprenda el oficio como debe! – así no suena como un comentario machista -), y no porque es mujer sino porque es una pésima libretista y cineasta.
Portaaviones pisteando como si fueran bólidos de Rápido y Furioso. Tipos esquivando cazas japoneses como si fuera una de Star Wars. Perfomances horribles. Exceso de personajes e historias donde el espectador termina perdido y no sabe quién está en dónde ni haciendo qué. Efectos especiales mediocres que, por momentos, parece una de The Asylum (los amerizajes son patéticos). Diálogos indigeribles. Y la lista sigue con Midway: Ataque en Altamar, la última chupada de medias patriótica de Roland Emmerich. Considerando que es un director mediocre que solo tiene talento para el bochinche – léase, las escenas de acción -, Midway resulta increíblemente anodina, como si el germano hubiera perdido todo su mojo. Salvo un par de escenas, el resto es abrumador y tedioso y, como los personajes te importan un soto, el espectador pone emoción cero en las refriegas. Es casi como una de esas horrendas películas setentosas de cine catástrofe con cast largo como chorizo, historias cliché y cero interés en sus dramas hasta la llegada de las secuencias de los efectos especiales… con el plus de que acá, aún con la parafernalia de modernos CGI que exhibe la película, ni siquiera resulta minimamente interesante. El principal problema pasa por el protagonista, el cual es un ladrillo. Ed Skrein no tiene cara de héroe, es huesudo, y acá parece un zombie hablando a dos por hora. Su físico no impresiona, su perfomance es aún peor y cada vez que abre la boca es un bostezo. Pero Skrein no es el único ofensor de los sentidos en tal aspecto; Luke Kleintank ya había probado ser un mal actor en The Man in the High Castle y acá resulta inexplicable el por qué lo contrataron. Idem con Nick Jonas, aunque el tipo es mas simpático. Con los veteranos no va mucho mejor: Woody Harrelson va en piloto automático como el Almirante Chester Nimitz, Dennis Quaid parece Manolito con unas cejas exageradas para interpretar al Almirante Bull Halsey, y solo Luke Evans y Patrick Wilson salvan las papas, haciendo maravillas con papeles horrendamente escritos. Si el drama personal no funciona acá, es porque Emmerich hizo una película patriótica de los años 40 – de esas protagonizadas por Van Johnson o Jeff Chandler, no hablo siquiera de grandes estrellas -, esas cintas bélicas recargadas de estoicismo y diálogo disparado a lo ra-ta-tá donde primaban las acciones y los ideales antes que la humanidad de los personajes. Midway: Ataque en Altamar precisaba a un Spielberg, alguien que demostrara con lujo de detalles la carnicería de la guerra área y naval, que salpicara de tripas la pantalla y que hiciera del suspenso y los personajes bien desarrollados la clave de la trama, podando el aburrido ataque a Pearl Harbor del principio (porque, honestamente, hay que tener falta de talento para filmar sin gracia semejante carnicería que de por sí sola merece su propia película – ¿recuerdan Tora, Tora, Tora!?; ese era cine del bueno! -), omitiendo el raid de Jimmy Doolittle sobre Japón y enfocándose en el drama de adivinar a ciegas si los japoneses se van a cargar al resto de los portaaviones yanquis, dónde y cuándo. Tan solo la secuencia del descifrado de los mensajes encriptados japoneses debería haber sido el nudo de la película, generando un suspenso increíble por la perspicacia de los yanquis al mandar un mensaje falso sobre Midway – el problema en la bomba de agua de la base en la isla – y releerlo en los mensajes de la milicia nipona. Pero acá eso es vomitado al pasar en dos segundos, sin pena ni gloria, y se enfoca en la aburridísima vida familiar de Skrein, la aburridisima perorata militar de Skrein y el anodino heroísmo sobreinflado de Skrein, quitándole espacio al resto de los personajes. Digo: si la Midway original (1976) era mas que pasable y estaba hecha de requechos de documentales (sin efectos especiales propios como Tora, Tora, Tora!), ¿por qué diantres no hacer una remake textual y con mejores FX?. Pero no; acá se despachan con fruta como que los americanos fueron los primeros que quisieron hacer un ataque kamikaze (cuando el bombardero cae rozando el portaaviones del almirante Yamaguchi), pisteando portaaviones para esquivar bombas como si esas moles giraran 90º en 10 segundos, o los japoneses recién dándose cuenta de que los aviones americanos están al acecho cuando los tienen a dos metros de sus narices. La batalla de Midway fue crucial en la guerra del Pacífico. Los americanos – como todo en su época – tenían terribles aviones así como terribles tanques, torpedos que no funcionaban, maquinarias que andaban emparchadas y que solo eran eficientes por el heroísmo de sus pilotos. Si los americanos ganaron la guerra era por su impresionante maquinaria industrial que le permitía reponer maquinas así como entrenar pilotos en corto plazo – a los japoneses, carentes de recursos, le demandaba lustros poner a flote un crucero o, peor aún, un portaaviones -. En Midway los japoneses perdieron toda la plana mayor de sus pilotos mas experimentados – los mismos que atacaron Pearl Harbor y lucharon durante toda la expansión japonesa en Asia -, simplemente porque creían que eran inmortales e indestructibles y no habían encarado el entrenamiento de una generación de reemplazo. También en Midway quedó evidente que los japoneses se arriesgaron demasiado y perdieron casi toda la flota de portaaviones con lo cual pusieron pies en polvorosa y ni se arriesgaron a poner en peligro al acorazado mas grande del mundo, el Yamato, el cual tenía un enorme valor simbólico y apenas vio acción durante la guerra hasta que lo hundieron en 1945 cuando tuvo que hacerle frente a una flotilla de aviones yanquis sin cobertura aérea de respaldo. Pero nada de eso queda explicado en Midway: Ataque en Altamar; todo queda sepultado en el cliché del cine catástrofe y los elencos multitudinarios. Midway: Ataque en Altamar puede ser un entretenimiento pasable para los que le apasionan las películas de efectos especiales – Emmerich hizo una carrera de eso -, pero los puntos muertos dramáticos son casi insalvables. Y es tanta la falta de empatía que despierta Skrein que directamente rezamos para que algún artillero japonés le pegue, lo tire abajo y otro actor ocupe el centro de la pantalla. En los créditos finales amenaza con una secuela – ¿Midway 2: la Venganza? – y de seguro la veré porque me encantan las películas de la Segunda Guerra Mundial – que en esta época podrían tener un renacer ya que la magia de los efectos especiales podría crear escenarios monumentales de caos y destrucción con ejércitos masivos digitales (la batalla de Kursk, alguien?) – pero, si Emmerich no hace los deberes y si no consigue otro libretista, volveré a ponerle el pulgar abajo… como en este caso, en donde me seguiré quedando con la emparchada (pero mucho mas efectiva) versión de 1976 con Charlton Heston, Henry Fonda, Robert Mitchum y Toshiro Mifune (entre una tonelada de estrellas de la época) en los roles estelares.
Este es el regreso de Martin Scorsese a la épica mafiosa y no hubiera sido posible de no ser por la mano que le tendió Netflix para concretarla. Es un proyecto que estuvo mas de 30 años en el development hell debido a reescrituras, falta de financiación y agendas dispares entre todos los interesados. Es un delicioso retorno de Scorsese a sus raíces donde, si bien su talento es todo terreno – con su sociedad con Di Caprio se metió en un montón de géneros fuera de su zona de confort, desde la sátira hasta la biopic -, uno extrañaba un comeback a las historias crudas, hiperviolentas y callejeras que lo hicieran famoso. ¿Interesante?. Por supuesto. ¿Perfecta?. No, y excesiva en su duración… pero es cine del que resulta imprescindible ver. Si es un regreso a las fuentes de Scorsese también es un necesario comeback de De Niro, que desde hace rato vuela bajo el radar participando en material mediocre. Como siempre, sus mejores perfomances se las saca Scorsese y acá arma un circo con todos sus amigotes – Joe Pesci, al que le insistieron miles de veces para que saliera de su retiro para interpretar este papel; Harvey Keitel en un cameo fugaz; algunos miembros frescos del club como Bobby Carnevale, Stephanie Kurtzuba y Anna Paquin; su equipo técnico de siempre – para hacer la crónica de Frank Sheeran, un asesino de la mafia que creció dentro la organización hasta convertirse en el guardaespaldas y amigo personal de Jimmy Hoffa, el sindicalista camionero que tuvo en vilo a Estados Unidos durante casi 20 años y que desapareció misteriosamente en 1975. Precisamente la épica de base es el ascenso de Sheeran hasta volverse íntimo de Hoffa y participar (según su versión) en el asesinato del camionero y posterior desaparición sin rastro de su cuerpo. Como puede verse, ésta no es una película para millennials superficiales y, si bien uno no ha vivido en Estados Unidos, al menos conoce parte de esta historia a través de otros filmes sobre el tema (caso del Hoffa de Danny DeVito). Debo ser honesto: me encanta Scorsese y admiro su obra, pero acá al filme le sobra 20 %. El comienzo es caótico, con una tonelada de data dicha sobre la marcha, la cual es imposible atender porque, durante el relato de un anciano De Niro (recordando su vida, ascenso y caída en la mafia), ocurren montones de cosas en pantalla. Es de esos filmes en donde uno ubica personajes por los actores que los interpretan – Keitel es un jefe mafioso, Pesci es un operador de la mafia, Ray Romano es un abogado de la mafia – pero cuando se habla de ellos por parte de otros caracteres es difícil ubicarlos salvo que sean parte de los caracteres principales. Scorsese apela a la magia digital y “rejuvenece” a los actores con FX pero el resultado inicial es horrible. Frank Sheeran se supone que araña los 40s cuando conoce a Russell Bufalino (Pesci), pero se ve como un geronte con ojos de zombie (carecen de brillo, están irritados, no se ven naturales), un rostro hinchado y rojizo y, lo mas evidente, que De Niro naturalmente no tiene la agilidad de un tipo de 40s (ni el físico; uno con la edad es mas lento, hace panza y la flacidez generalizada de los músculos hace resaltar los hombros, incluso la piel curtida es difícil de camuflar). Si los críticos hablan maravillas del rejuvenecimiento digital es porque funciona muy bien en segmentos cortos y acotados (se acuerdan de lo impresionante que era ver un Michael Douglas cuarentón en Ant-Man – aunque la comparación le duela a Scorsese -?), pero en una película larga con variedad de escenarios e iluminaciones se nota en exceso, sobre todo cuando debe figurar que los tipos tienen la mitad de la edad que tienen en la vida real – y también se nota en el rendimiento físico, aún cuando hayan contado con un asesor “de movimientos” que obligaba a todos estos gerontes a moverse como si tuvieran 30 años menos; Pacino puteaba en arameo por las “proezas físicas” que debió hacer, sea caminando rápido, saltando de una silla o revoleando mobiliario en un ataque de bronca – . Mucho mas natural se ven Pesci, De Niro, Pacino & co en los años 60, cuando figuran tener 10 años mas y no se ven como purretes. Si el Acto I es anecdótico – el ascenso de Sheeran como sicario de confianza en la mafia -, la película empieza en el Acto II cuando Al Pacino entra como una tromba en la trama. Scorsese reune a toda la vieja banda pero deja que un recién llegado les robe el dulce delante de sus ojos. Si Pesci es mas que correcto y De Niro muestra rango por primera vez en años, Pacino es un ladrón de escenas constante, un tipo que exuda personalidad y domina cada charla en la que participa. Para mi Pacino es un sobreactor – al igual que De Niro – pero acá es lo que el médico recomendó para el rol y uno realmente lamenta que Scorsese se haya demorado tanto para unirlo a su grupo. Es dulce, violento, personalista, familiero, abrumador, filosófico, impetuoso y uno realmente se pega al asiento cada vez que Pacino ejecuta su magia. De Niro en cambio, va a media marcha mostrando humildad, docilidad, emotividad cuando es necesario… y tremendas explosiones de furia cuando el momento lo amerita. Como es obvio, el relato sufre cuando Hoffa sale de escena – y ahí es donde Scorsese se mete en un excesivo Acto III, el cual pretende descifrar la sicología de Sheeran -. Con el mafioso en decadencia y tras las rejas, lo que le queda es analizar lo que le quedó en su vida – su familia que lo esquiva o su hija mayor, que adoraba a Hoffa como si fuera un tío y está convencida (aunque no tenga pruebas) de que su padre tuvo qe ver en la desaparición del mismo, juzgando por su conducta errática posterior -. Scorsese insiste en buscar la conciencia del asesino y para ello lo pone a la par de un cura mientras está recluido y solo en un geriátrico. Para él el arrepentimiento no existe porque las víctimas eran extraños… pero la muerte de Hoffa (aunque no lo admite) es la única que le pega fuerte. Esa llamada, esa maldita llamada en donde tuvo que actuar frente a sus esposa (amiga de muchos años de su familia) como si no supiera nada de la suerte del sindicalista… Pero dedicarle mas de 40 minutos a esto es mucho para un filme de 3 horas y media, y aunque no deja de tener su interés, uno no deja de pensar de que hay algo de indulgencia en un libreto al cual le podrían haber podado una hora para hacerlo mas eficiente. El Irlandés es un gran filme, pero uno que no está exento de detalles. Son defectos menores en una película plagada de momentos apasionantes e inteligentes, una épica fenomenal plagada de talento y un ejemplo de gran cine… el cual es un espécimen muy escaso en los tiempos que corren.
¿Cuál fué la última película de carreras que vieron y que valió la pena?. ¿Grand Prix?. ¿Esa con Thor y el Barón Zemo como James Hunt y Nikki Lauda? ¿O ese engendro con Stallone?. En general las películas sobre pilotos profesionales suelen ser bastante torpes en lo dramático, ya sea porque inventan culebrones entre carrera y carrera o porque se meten con sanata pura, pirotecnia verbal de odio entre conductores para llenar tiempo. Pero Ford v Ferrari (¿a quién se le ocurrió la estupidez del v en vez de versus? ¿a algún fanático de Batman v Superman?) no es solo carreras y palabrería sino un duelo de personalidades, cada una mas abrasiva e imperante que la otra, lo cual funciona de maravilla en la pantalla. Eso no significa que la película sea perfecta. Yo estoy harto de los monstruos cinematográficos que duran mas de dos horas, y pareciera que esa es la tendencia generalizada. Al filme le sobra media hora y, por mas entretenido que sea, hay un momento en que uno desea de que esto termine de una buena vez. Pareciera que los directores han perdido la capacidad de optimizar las historias, de narrarlas con los elementos justos y son cada vez mas indulgentes con la duración de los relatos. Por supuesto, lo que ocurre es que los personajes son deliciosos, sean por su tozudez, su carisma, su locura o su retorcida personalidad. El filme se basa en una anécdota de la industria automotriz, y mas bien debería figurar comentada en nuestro portal AutosDeCulto; pero no se necesita ser un fanático de la historia de las carreras (o de las marcas) para entender el conflicto y por qué ocurre lo que ocurre. Si hay un mensaje subliminal en esto, es que los americanos siempre ganan a fuerza de dinero y recursos ilimitados. Claro, hay talentos de su lado – Carroll Shelby, Ken Miles – y el esfuerzo de crear una maravilla tecnológica desde cero, pero todo comienza como una afrenta personal entre Henry Ford II y Enzo Ferrari, y el capricho del americano por darle un cachetazo en la arena deportivo al icónico constructor italiano. Vale decir, se trata del capricho de un tipo pedante que busca vengar su banal orgullo y por eso se embarca en una tarea millonaria. Mientras que Enzo aprecia la estructura pequeña, intima y casi familiar de su exquisita fábrica, Ford se relame con la opulencia, la burocracia y los recursos ilimitados, y lo suyo es una demostración de poder. Claro, es un industrial versus un artesano – y alguien que los mismos italianos aprecian, hasta el punto que la FIAT le compra la empresa a Ferrari por el doble del precio ofrecido por Ford, y le respetan no solo el puesto a Enzo sino que le dan carta blanca para que opere con total independencia; ¿cómo decirle al Dios de la Velocidad lo que debe hacer? -, un tipo que tiene vibra con los motores y para el cual las carreras son su vida. En cambio el otro es un fabricante de productos, el cual quiere hacer algo único y de calidad por primera vez en su vida. Allí es cuando entra Caroll Shelby – un delicioso Matt Damon, haciendo su mejor imitación de Matthew McConaughey en la pantalla grande (luego de mofarse afectuosamente en montones de shows de TV) -, un tipo con un talento enorme que se retiró de las carreras por una afección cardíaca y que puede decifrar los problemas de un motor con tan solo escucharlo. Claro, Shelby diseña y construye pero precisa un alter ego para montar a la bestia que ha creado y el suyo reside en un piloto inglés, mordaz y bastante chiflado, un rebelde de aquellos que rebosa de talento por todos sus poros: Ken Miles (Christian Bale). La relación dentre Shelby / Damon y Miles / Bale es magnífica. Nunca vi a Bale tan gracioso y desquiciado. El tipo habla solo, va cantando mientras el Ford GT-40 ruge en la carretera, putea como un camionero y es un loco de la guerra como pocos. Pero el tipo sabe, siente la carretera y el filme hace un esfuerzo supremo para demostrarte que lo suyo no es simple profesionalismo sino un talento innato, un sexto sentido que le permite la comunión entre hombre y máquina – y es algo que Shelby también posee, lástima que su salud lo obliga a estar alejado del asiento del conductor -. Como Miles es demasiado excéntrico, los burócratas de Ford intentan domarlo y hasta radiarlo de la escena, pero es Shelby quien se pone en el medio para defender a su amigo.. porque sabe que él es el único que puede llevar al GT-40 a su mayor rendimiento. Todos son locos: buenos, malos, carismáticos, chiflados, geniales. Damon está muy bien pero los ladrones de escenas son Bale (que merecería una nominación al Oscar) y Tracy Letts como Henry Ford II, que rebosa de veneno y prepotencia… hasta que Shelby lo saca de paseo con el GT-40 y lo hace mear encima (en la mejor escena de la película). Cosa curiosa, el GT-40 fue un proyecto de Ford y un gran triunfo para Ford, pero acá la Ford es la villana de la película, sea por la arrogancia de Henry Ford II o el chupamedias serial de Leo Bebbe (Josh Lucas), un burócrata que sólo piensa en términos de marketing y que siempre le arruina las cosas a Shelby y Miles. Otra cosa curiosa que ocurre con el film es el perfil de Lee Iacocca (Jon Bernthal), al cual lo pintan como un tercer banana cuando en realidad el tipo era una estrella de los negocios, el verdadero padre del Ford Mustang (acá lo pintan como su fuera una idea de Bebbe) y un tipo que en la vida real chocaba a muerte con Henry Ford II por una cuestión de celos profesionales a pesar de haber diseñado algunos de los autos mas icónicos de la Ford. A Iacocca lo fletarían y recién sería apreciado como el Dios que era en la Chrysler, a la cual sacó de la quiebra y la convirtió en una máquina de fabricar autos económicos, populares y de solida calidad, desde la minivan (proyecto despreciado por Ford II), pasando por la popular plataforma K hasta la adquisición de la AMC y la marca Jeep en los años 70. A mi me gustó mucho Ford v Ferrari. Cuando está en la pista, emociona y tiene algunas de las mejores tomas de carreras desde la mítica Grand Prix. Pero fuera de la pista sigue siendo igual de apasionante – tanto para el conocedor como para el lego – porque los datos anecdóticos condimentan de manera deliciosa el relato pero la historia dramática de por si es muy interesante… y porque es un circo de personajes mas grandes que la vida misma – aun en los papeles mas pequeños como la esposa y el hijo de Miles, o la gente del staff de Shelby – gente con la cual empatizás de entrada y cuyas vivencias te mantienen atado a la butaca hasta el fotograma final.
A principios de los años 70 Christopher Lee – harto de los papeles de Drácula y otros roles de monstruos que encarnaba en la Hammer – decidió cortarse solo y producir un filme de horror… diferente. En un principio se acercó al libretista Anthony Shaffer, el cual había leído la novela Ritual de David Pinner y había quedado prendado con el texto. En él un policía de firmes convicciones cristianas investigaba lo que parecía ser un asesinato con tintes de sacrificio pagano en un pequeño pueblo inglés. Sin embargo Shaffer decidió tomar la novela como inspiración para expandir la premisa – le pagaron a Pinner los correspondientes derechos sobre el libro – y creó una historia mucho mas sólida y fascinante, la cual se plasmó en el filme The Wicker Man – El Hombre de Mimbre – dirigida por Robin Hardy en 1973. Aunque obtuvo los favores de la crítica, el distribuidor manejó muy mal la publicidad y prácticamente el filme fue ignorado por el público, siendo redescubierto años mas tarde y pasando a ser un auténtico clásico de culto. Si todo director de porte ha querido hacer su propio 2001, Odisea del Espacio – una de ciencia ficción pensante con connotaciones trascendentales -, la admiración de Ari Aster (Hereditary) pasa por otro lado y ha decidido hacer su propio Hombre de Mimbre. No, no es un calco del filme de Hardy pero las influencias son super obvias – forastero envuelto en un culto pagano; una comunidad aislada que venera el sol y la fertilidad; la muerte como sacrificio ritual a los dioses y proceso de reciclado de la vida -, solo que Aster las cocina de un modo diferente. Hay un largo preámbulo para establecer el background emocional de la protagonista – la siempre formidable Florence Pugh de Mujercitas, Luchando con mi Familia y la inminente película de Viuda Negra de Marvel -, la cual vive en permanente agonía después de que su hermana bipolar matara a sus padres y ella misma se suicidara. Para colmo la Pugh no tiene apoyo emocional de nadie ya que su novio egoísta (Jack Treynor) está harto de ser su soporte y la troupe de sus amigos (William Jackson Harper de The Good Place; Will Poulter de El Corredor del Laberinto; el sueco Vilhelm Blomgren) le exigen a gritos que rompa y se busque una chica con menos problemas. Surge en el medio una propuesta del chico sueco para visitar el pueblo donde viven sus padres en Suecia (¿dónde, sino?), el cual vive sumergido en una religión pagana que tiene aspectos fascinantes como para que los chicos universitarios puedan escribir una tesis sobre él. Aster crea un ambiente de incomodidad en constante aumento. La apatía de los chicos, el desborde emocional de la Pugh carente del consuelo que merece; los planos fijos en donde los diálogos de la Pugh con sus interlocutores se mantienen a través de los reflejos de éstos en vidrios y espejos (no hay el tradicional corte de plano a la cara de cada uno cuando alguien dice un parlamento, resaltando la distancia emocional entre la Pugh y el resto de la gente), y esos ambientes oscuros y cerrados que contrastan en gran forma con la luminosidad del pueblo sueco de Harga que, para colmo, está sumido en el Sol de Medianoche… la falta de oscuridad altera los sentidos (recuerdan Insomnia?) y, entre eso y los honguitos alucinógenos que se mandan los suecos, nada de lo que viven los chicos parece real. Ni bien la troupe principal pisa Harga, Midsommar entra en modo The Wicker Man a full. Hay diferencias, claro: ni la Pugh ni su apático novio ni sus detestables amigos poseen la fortaleza moral y espiritual de Edward Woodward en el filme de 1973, y son mas espectadores pasivos de un espectáculo que se vuelve cada vez mas terrorífico sin que tengan una vía de escape a mano. Cuando la gente de Harga se vuelve explícitamente una amenaza, ya es demasiado tarde. El problema con Midsommar es que, salvo un par de escenas de shock, el resto es mas incómodo que terrorífico. El filme falla cuando, al terminar la primera hora, se despacha con un espectáculo sangriento… y los yanquis deciden quedarse a pesar de todo porque aceptan lo ocurrido como una tradición propia de la religión pagana de la gente de Harga. No es la reacción natural de cualquiera – yo me hubiera subido a la camioneta sin pensarlo y hubiera salido pitando del pueblo -, con lo cual todo lo que sigue es medio traído de los pelos. Esta gente – molestos, irrespetuosos, banales – es demasiado pasiva con lo que ocurre alrededor y actúan como si fueran típicos turistas que ven un sacrificio humano con absoluta naturalidad – es uno de los puntos álgidos de su “tour” -. Por eso no es de extrañar que les pase lo que les pasa. Al menos la Pugh obtiene su recompensa, encontrando su lugar en el mundo en el medio de este culto con tintes matriarcales. Midsommar tiene sus momentos, pero es demasiado larga y poco precisa. Aster está mas embelesado en crear climas y costumbres bizarras de los religiosos que en desarrollar el viaje emocional de la protagonista, el cual tiene un desarrollo muy abrupto. Está lejos de ser otra The Wicker Man, porque en el filme de Hardy el protagonista destilaba carisma e inteligencia en su cruzada contra la conspiración pagana que le ocultaba la verdad. Acá sólo se trata de un grupo de yanquis aburridos que prefieren pasar sus vacaciones en el pueblo mas bizarro y aburrido de Suecia – ¿en serio? ¿pudiendo ir a esquiar o a visitar Estocolmo, los fiordos u otro lugar mas excitante? – sólo porque el libreto lo quiere… y aún después de ver un par de muertes horribles. No, no es un desarrollo natural de los acontecimientos ni la reacción mas natural de una persona… a menos que sea un artilugio intelectual del libreto para poder exponer su teoría.
Hay secuelas… y hay secuelas. Hay secuelas que solo regurgitan (con maquillaje) la premisa del filme original con la vil excusa de recaudar unos dolares mas y hay otras secuelas que son un dechado de originalidad, que expanden la historia hasta límites nunca antes vistos. Doctor Sleep cae en una categoría intermedia. Te da la impresión que acá hay una historia independiente que no precisaba a Danny Torrance ni toda la mitología de El Resplandor dando vueltas, y cuyo mayor propósito es adornar la historia con fines meramente comerciales. Tomen el culto de los vampiros de almas, añadan a la morenita con poderes mentales (que encima, es tan viva que da vuelta como una media a los villanos) e inventen un clímax en donde la heroína le pase el trapo a los malos. ¿Qué? ¿Que no puede matar porque es una niña?. No creo que sea una limitación moral para Stephen King porque acá se despacha (con mucha valentía artística, debo admitir) con un par de asesinatos de niños en primer plano. Es simplemente que King quiere seguir recaudando con El Resplandor – una de sus obras mas populares – y lo encastra como puede en esta trama. Esta secuela no trata sobre los orígenes de la maldición del Hotel Overlook, ni sobre Danny Torrance buscando venganza contra el hotel desbordante de demonios y fantasmas que se cobró la vida de su padre; el Overlook es simplemente el escenario de un duelo, Danny está en modo inhibido la mayor parte del tiempo y cualquier otro adulto con poderes mentales hubiera podido ocupar su rol. Lo que ocurre es que el relato está tan salpicado de detalles sobre El Resplandor, que es imposible no apartar la vista de la pantalla. Es como El Despertar de la Fuerza: se siente mas como un fanservice que como parte integral del relato. Las deudas pendientes con el Overlook y sus moradores se resuelven casi de manera accidental, secundaria, no como un evento orgánico y una conclusión natural de la historia. Debo admitir que soy un No Fan declarado de El Resplandor de Kubrick. Me parece sobreactuada y ridícula, en donde los experimentos en fotografía de Kubrick (y su desprecio por el lado humano de la historia) la castran y la convierten en otra cosa, en un galimatías visual que no deja de tener su costado fascinante. Y por mas de que yo chille (y de que King chille, porque a él nunca le gustó la versión de Kubrick sobre su novela), El Resplandor de Kubrick está plagada de imágenes memorables: las tomas de Danny en triciclo por los interminables corredores del hotel, el fantasma putrefacto de la habitación 237, los planos simétricos y en profundidad, el diseño de las alfombras y tapizados, la música, los planos aéreos, los escenarios enormes… Para encargarse de esta secuela llamaron a Mike Flanagan – un nombre en alza después de Oculus, Hush y la miniserie basada en The Haunting que emite Netflix -, quien decidió conciliar las críticas de King, la versión literaria de El Resplandor, la versión de Kubrick y la historia de la secuela… simplemente porque la imaginería kubrickiana es tan potente que es imposible negarla como si nunca hubiera existido, amén de que defraudaría a una enorme cantidad de fans del filme de 1980. El resultado final es una película inteligente que sorprende mas que asusta. Sip, hay un par de momentos tétricos – las muertes de los niños, las muertes de los vampiros, la iconografía del Overlook presente en las pesadillas de Danny – pero no asustan demasiado. En cambio es una intriga interesante, especialmente porque hay un villano potente – Rebecca Ferguson, relamiendo con gusto un rol que parece nacida para interpretar – y hay un héroe potente – y no el pavo de Danny Torrance sino la novata Kyliegh Curran, una morenita de 14 años que exuda inteligencia, carisma y que puede ser igual o mas despiadada que la reina de los vampiros -, y el duelo entre ambas no está en absoluto resuelto de antemano. Danny actúa mas como un asistente, ya que la morenita lo contacta y le va dando pistas de los crímenes que va cometiendo la secta de los vampiros – disfrazados como Johnny Depp en Dead Man, mezcla de hippies e indios -, los cuales absorben la energía psíquica –el mentado Resplandor – de las víctimas cada vez que las matan (y si es con crueldad, mejor, ya que rinde mas energía) y rejuvenecen al aspirarla. Sip, los villanos son unos vampiros vapeadores, los cuales incluso guardan un stock de humito de sus antiguas víctimas en unos bonitos termos para el caso de que pase mucho tiempo sin que capturen una presa fresca. Ciertamente las perfomances son muy buenas, pero te da la impresión de que Ewan McGregor / Danny Torrance es mas un segundo banana (como dicen los yanquis) que un auténtico protagonista. Uno sigue todo su descenso a los infiernos, el alcoholismo y el abandono, la peregrinación constante, la reconstrucción de su vida gracias a la colaboración de un alma caritativa (Cliff Curtis), y la persecución constante en pesadillas de los sucesos ocurridos en el hotel maldito. Es realmente casual el cómo se topa con la morenita Curran y su WhatsApp síquico (a lo Rey / Ren en El Ultimo Jedi) y se enreda en la trama de la tribu errante de vampiros síquicos. Por otra parte King recicla recursos de otras historias – esa estupidez de los muros / bibliotecas / castillos mentales (que en la imaginación se ven como uno físico) y que usara en Dreamcatcher – y se manda a hacer cameos de momentos memorables de El Resplandor (en donde Flanagan los traduce a la iconografía de Kubrick) el cual sorprende y es curioso… pero no estoy seguro de que la mayoría de ellos contribuyan al relato. En vez de apelar a trucos digitales, Flanagan contrata a actores parecidos a los originales (hay un clon de Shelley Duvall, uno del joven Danny, otro de Scatman Crothers) y rehace / extiende algunas escenas de la historia original con resultados intrigantes: en el caso del personaje de Dick Halloran está justificado porque viene a ser una especie de Obi Wan Kenobi que le enseña al joven Danny Torrance a controlar su poder y combatir sus demonios; pero otros pierden el efecto porque parece una fiesta de Cosplay, en especial el cameo de cierto tipo de cejitas arqueadas. Flanagan prefirió la perfomance real con sosías en vez de apelar a un adefesio al estilo del Peter Cushing digital de Rogue One, el cual se ve como un zombie ultramaquillado y se mueve de manera antinatural en pantalla. Flanagan mantiene un clima muy interesante en donde toda esta sanata suena creíble. Y, mientras tanto, se da el lujo de imitar a Kubrick copiando planos, recreando el hotel Overlook, haciendo guiños de todo tipo para los fans (cameos de personajes inesperados; la oficina donde Bruce Greenwood mantiene una charla con Ewan McGregor, que es la misma donde Nicholson tenía su entrevista de trabajo en el filme de Kubrick; el asilo donde trabaja McGregor, con planos simétricos y en profundidad de los pasillos, tal como Kubrick filmaba los pasillos del Overlook; incluso el plano aéreo inicial de El Resplandor, recreado aquí en versión nocturna cuando McGregor y Curran deben huir de los villanos… y qué mejor que refugiarse en el sitio mas peligroso del mundo que es el Overlook), y aportando su cuota de estilo. Claro, el filme tiene sus momentos de credibilidad forzado – como, p.ej., como Cliff Curtis acepta en dos minutos toda la historia de tipos con poderes y vampiros que chupan su energía, y plegándose a emboscar y matar a los enviados de la Ferguson sin cuestionarse siquiera si son fantasías de McGregor -, pero es mucho mas sólido e interesante que ese desastre monumental y decepcionante que fue It: Capítulo Dos (y que se dió maña para recaudar 7 veces mas que éste filme, que tiene muchos mas méritos). Doctor Sleep es satisfactoria. Cosa curiosa, no se siente como un filme de terror sino como uno de superhéroes (tipo la menospreciada Push, o una de los X-Men), con dos bandos antagónicos enfrentados y haciendo uso intensivo de todos sus poderes para ver quien gana la pulseada. Lamentablemente no veremos secuela (hubiera sido interesante ver las andanzas posteriores de la morenita Curran) ya que le fue mal en taquilla. Será que las secuela llegó demasiado tarde, que a una generación le gustó pero a la mas moderna no, o de que pensaban de que había que ver si o si una película vieja de 1980 para entender lo que ocurría acá. Son esas sorpresas que ocurre en el mundo del cine, en donde un bodrio es taquillero y una película solida se pierde en el anonimato. Porque Doctor Sleep no es lo mejor de King, pero ciertamente está muy lejos de ser el fondo del tarro.
Lo siento, para mí hay un solo Homero Addams y ése es John Astin. Y la única versión válida de Los Locos Addams es la serie de 1964 (y el telefilm reunión de 1977). Hasta podría ser amable con la serie – refrito de 1998, que copiaba de cerca los manerismos de la serie original. Pero en mi radar jamás podrá entrar los filmes de Barry Sonnenfeld, esos engendros sobreproducidos y plagados de histérica comedia slapstick que no tienen que ver en absoluto con la esencia de los personajes. Porque Los Locos Addams no se trataban de chiflados hiperactivos gritando todo el tiempo, sino de una familia (muy normal!) excéntrica, carente de maldad y extremadamente unida por el amor que se tienen. Si, son tétricos, pero ése es el encanto. Y los mecanismos de la serie de 1964 se basaban en que la gente común que quería embaucar a estos chiflados (o simplemente hacerles algún tipo de servicio) terminaban corriendo y a los alaridos después de descubrir los horrores que ocultaba la mansión. Era un humor blanco, ingenuo, cálido. Si la versión animada 2019 de Los Locos Addams es algo chata (y merecería solo tres atómicos), al menos le pongo uno extra por la fidelidad a la obra original. Este filme se siente realmente como una secuela de la serie de los 60, con estos locos enseñando disparates, demostrándose cariño constantemente y dotados de un fuerte sentimiento de familia. Ciertamente la historia es un refrito de la mecánica de la serie de 1964, vale decir, los Addams vs la gente común. Acá hay una mina que es estrella del cable y que tiene un programa sobre remodelación de casas – tipo Queer Eye for the Straight Guy -, la cual se ha despachado con su propio proyecto zonal en gran escala. Lo que no sabe es que, al drenar el pantano, desaparecieron los vapores que ocultaban la cima de la colina cercana y que es donde figura la residencia Addams – un castillo que parece salido de una película de terror y que desentona con los colores chillones de la comuna -. Para solucionar las cosas Margaux Needler – la gurú del remodelamiento de casas – decide hacerle una cirugía fashion al castillo de los chiflados, la que termina siendo rechazada y provoca el conflicto de la trama. Es obvio que los creativos del filme se inspiraron en varios lados, y el diseño de Asimilación (!) (el pueblo que construyó la gurú y cuyas casas pretende vender a precios altísimos) así como el contraste con el castillo Addams parecen salidos de El Joven Manos de Tijera (con toda esa onda colorinche y retro pop) (cosa curiosa, alguna vez Tim Burton fue mencionado como potencial candidato para hacer una remake animada de la serie luego de los filmes de Sonnenfeld). A su vez los tipos metieron montones de gags en segundo plano, los que funcionan como en Y Donde Está el Piloto? y que, muchas veces, son mas graciosos que los chistes que hacen los protagonistas (ya sea ver a Dedos sondeando Internet y descubrir que tiene un fetichismo por los pies; el bizarro diseño de las paredes de la mansión Addams; las alfombras de osos polares que atacan a los visitantes; las colitas con forma de horcas de Merlina; y un vasto etcétera). El diseño es feo, pero se basa en los originales de la tira de Charles Addams de 1938 – con Homero siendo un clon tétrico de Peter Lorre, las mujeres con cabezas en forma de globo y todos con ojitos muy chiquitos -. Merlina sigue siendo la ladrona de escenas, especialmente cuando conoce a una chica y empieza a desarrollar gustos “normales” (como usar prendedores y ropa rosa y con brillitos), y el otro es el tío Lucas, el cual tiene menos participación de la que debería. Yo no diría que es hilarante ni mucho menos la comedia del año, pero me gustó el tono zumbón del humor del filme y el respeto por el estilo de la serie de 1964 que tanto adoré – el filme se despacha con un sentido homenaje al final, recreando la presentación de la tira y con Homero haciendo los mismos gestos de Astin -. Es cierto que podrían haber probado otras cosas – como en el teaser que trata sobre el noviazgo y casamiento de Morticia y Homero; encarar una precuela hubiera seguido un camino menos transitadoo -. Es un filme para veteranos como yo y para chicos muy chicos, sin mayor contenido que el humor ingenuo. Sip, los intentos de modernizarlo se ven forzados – como el gag que alude al payaso de It – pero no me pareció insultante. Y si ya agendaron una secuela, disponen de dos años para corregir errores y afinar la puntería… un segundo capitulo para el cual, seguro, me anoto.