El eje del segundo largometraje del cordobés Nadir Medina es el difícil reencuentro entre Pablo (Santiago San Paulo) y Jesi (Jazmín Stuart) después de un paréntesis agigantado por la distancia geográfica y la muerte de un amigo en común cuyo recuerdo persiste. La película opera sobre el impacto que provoca ese choque emocional con paciencia y delicadeza, sumando los valores de una utilización precisa del fuera de campo y un sutil trabajo sonoro como eficaces herramientas narrativas. También se apoya en las buenas actuaciones, sobre todo en el oficio de Stuart, capaz de volverse intensa o vulnerable sin lucir nunca artificial ni apelar al subrayado.
La cruel persecución que sufrieron los judíos en Hungría es el telón de fondo de la historia que cuenta esta película ambientada en el desenlace de la Segunda Guerra Mundial. Pero esta vez no hay guetos, deportaciones ni campos de concentración para revelar ese drama. Alcanza con el registro minucioso de la alteración que provoca en una pequeña aldea la llegada de dos hombres vestidos de riguroso negro que cargan una caja sobre cuyo contenido especula toda una población atravesada por la culpa y la paranoia. Aun cuando algunos de los personajes de este relato coral quedan empantanados en el estereotipo, se impone un atrapante clima de tensión logrado con recursos más propios del western que del cine político. Aquello que ese par de visitantes inesperados saca a la luz con su sola presencia es la mala conciencia de los que colaboraron con el régimen nazi y la persistencia de un profundo antisemitismo que en Hungría tuvo resultados trágicos: unas 450.000 personas asesinadas, el 70% de la población judía de ese país. Es notable el trabajo de fotografía del veterano Elemér Ragályi, aun cuando el preciosismo de esas imágenes en blanco y negro y la artificialidad de algunos encuadres contrasta con la crudeza de aquello que 1945 narra y que realmente importa: la vergonzosa complicidad con la que contó una maquinaria criminal de la que es imposible olvidarse.
Hay un encanto sutil pero a la vez pregnante en la ingenuidad de los personajes de Amor urgente. Apoyada en los resortes argumentales prototípicos de las historias de primer amor adolescente, la película de Diego Lublinsky (director también de los largometrajes Tres minutos y Hortensia) apuesta, antes que nada, por una deliberada artificialidad que se manifiesta en la repetida utilización de retroproyecciones -un recurso atípico en el cine contemporáneo muy bien usado por Willy Behnisch- para construir sus escenarios y se revela también en un estilo de actuación que mayormente evade el naturalismo. El resultado de esa decisión es saludable: la creación de un mundo propio que funciona con reglas que alteran levemente el sentido común narrativo. El despertar sexual es el gran tema del film, cuya eficacia se refuerza con actuaciones convincentes de los más chicos (Paula Hertzog, Martín Covini) y los más experimentados (Fabián Arenillas, Paola Barrientos), entregados por completo al juego que les propuso Lublinsky. Decidido a trabajar con una evidente distancia irónica sobre los estereotipos (los chicos rudos, los más freaks, las chicas inalcanzables), el director logra reinventar un cuento contado miles de veces gracias al dominio de los mecanismos de un humor liviano e inteligente y consigue así cierta singularidad, ese bien cada vez más preciado en el universo de la ficción cinematográfica.
Los ecos de la represión ilegal durante la última dictadura militar siguen resonando. Eso es lo que prueba de manera palmaria esta película intensa y angustiante que incluye historias de exilio forzado, ocultamientos, negligencias y necesidades de ejercicio de la memoria y de reparación moral. La inquietud de un periodista argentino-israelí, Shlomo Slutzky, pone al descubierto una densa trama de violencia, temor y complicidades iniciada en 1977 con el secuestro y la desaparición de Samuel, un médico que era primo hermano de su padre. Más allá del punto de vista de cada uno de los protagonistas de la historia (el de Mariano, hijo de Samuel, es particularmente importante) queda claro que los traumas que produjo aquel sistema represivo son muy difíciles de subsanar. En las dificultades y los conflictos de esta familia está, de algún modo, cifrado el destino de un país. Por eso, la rigurosa investigación llevada a cabo por Slutzky para este documental -realizado muchos años después de aquellos sucesos- cobra un valor muy especial. Los datos de ese notable trabajo también revelan sorprendentes derivaciones del caso que conducen a Cuba, Holanda e Israel, como si se tratara de un complejo thriller político ideado por un avezado guionista.
Dos estrellas internacionales de distintas generaciones (el veterano Harvey Keitel y el más joven Hayden Christensen, conocido por interpretar a Anakin Skywalker en la saga Star Wars) protagonizan esta película dirigida por un argentino (Rodrigo H. Vila, realizador de documentales sobre Mercedes Sosa y Astor Piazzolla). El film acumula demasiados clichés del cine industrial en el marco de una historia que se desarrolla en un ambiente distópico que también replica el de decenas de producciones de Hollywood de mucho mayor presupuesto. Visualmente, Vila consigue algunos buenos momentos, pero no colabora demasiado un guion superficial, inconexo y, en más de un pasaje, notoriamente solemne que termina dejando al film en clara desventaja respecto de sus modelos más evidentes.
Las fisuras en los lazos familiares están siempre en el centro de la escena en las películas del iraní Asghar Farhadi. Grietas que aparecen en lugares inesperados, revelaciones de traumas irresueltos del pasado, cuentas pendientes que no terminan de saldarse... Así ocurría en La separación (2012) y El viajante (2017), ambas ganadoras del Oscar a la mejor producción en lengua no inglesa. Y también ocurre en este caso, con una historia que se desarrolla en una preciosa zona de viñedos de España y arranca con un espíritu festivo que, de pronto y sin nada que permita sospecharlo, cambia radicalmente. En ese primer tramo de cerca de media hora -que en parte puede remitir a la famosa escena de la boda que Francis Ford Coppola inmortalizó en El padrino (1973)- Farhadi consigue contagiar el clima embriagador de un concurrido casamiento que vuelve a reunir a Laura, recién llegada de la Argentina (el personaje con el que brilla Penélope Cruz), con una familia tan numerosa como cargada de los conflictos prototípicos de un melodrama barroco que de a poco irán emergiendo, uno tras otro, con la fuerza de un torbellino. Otra muy buena escena, filmada en este caso en el campanario de una iglesia (desde siempre una buena locación para el cine), sirve para que descubramos una vieja historia de amor que tiene un papel muy importante en una trama que opera su mutación hacia el thriller a partir del secuestro de la hija adolescente de Laura. Pero no es esa la línea que más le interesa a Farhadi, está claro. En realidad, el secuestro es la excusa para desatar una ola de picantes enfrentamientos entre varios personajes que, por diferentes razones, en algún momento terminan "mostrando la hilacha". Para sostener esa persistente guerra de nervios son fundamentales las actuaciones: así como Cruz logra reflejar de manera categórica el dolor de una madre desesperada, Javier Bardem es capaz de componer un personaje lleno de matices, carismático o lúgubre según lo exija el contexto, y Ricardo Darín puede resolver con eficacia la parte que le toca, un hombre angustiado que se reencuentra con los ecos de un viejo episodio que creía superado. Todo lo que circula por fuera de ese drama íntimo -el asunto policial, básicamente- queda un poco desdibujado, revelándose como recurso introducido con fórceps en un guion apuntado con claridad hacia otro lugar.
Solemnes historias paralelas En 1996, Pablo César filmó Unicornio, el jardín de las frutas, un film coproducido entre Argentina y la India. Con Pensando en él repite la experiencia, abordando dos historias paralelas: una en color y en tiempo presente, protagonizada por un profesor que da clases de geografía en un centro de detención de menores y termina viajando a Santiniketan; y la otra en blanco y negro y ambientada en la década del 20, la época en la que escritora Victoria Ocampo (encarnada por Elenora Wexler) conoció al poeta y filósofo bengalí Rabindranath Tagore, ganador del Nobel de Literatura en 1913. Hay un vínculo algo forzado entre ambos relatos, que se van intercalando para darle forma a una narración errática que además sufre enormemente el peso de la solemnidad que la tiñe casi por completo.
Valioso retrato de un artista único Ástor Piazzolla fue un personaje único. Tanto por sus logros artísticos como por su polémica personalidad, el músico marplatense fue siempre motivo de endiosamientos y discordias, algo que este documental de Daniel Rosenfeld refleja con seriedad y precisión. El hallazgo de varios casetes con charlas entre Diana, la hija de Astor, grabadas para escribir una biografía de su padre publicada a fines de los 80, es una de las fortalezas de la investigación que llevó a cabo el director. Y su equilibrada combinación con un valioso material audiovisual de archivo y los melancólicos testimonios de Daniel, el otro hijo de Piazzolla, terminan por delinear acabadamente el perfil de un artista singular. La película da cuenta de la estrecha relación de Astor con su padre, Nonino, de su profundo amor por Nueva York y del desencanto que le produjo no conseguir en esa ciudad el reconocimiento con el que soñaba, de la sagacidad y la obstinación para construir una mitología propia, de la ferocidad con la que enfrentaba a sus enemigos y hasta de su particular afición por la pesca de tiburones, una tarea complicada, a la altura de la que se planteó cuando se propuso renovar el lenguaje del tango, cruzándolo con el jazz, las influencias clásicas y la música contemporánea y proponiendo la creación de un estilo en el que la experimentación pudiera convivir en perfecta armonía con la emocionalidad.
Todo comienza como un cuento de hadas, como era de esperar. Pero en lugar de asistir a la conocida vindicación de la pobre Cenicienta, de esclava de sus odiosas hermanastras a glamorosa princesa de un reino inesperado, aquí el de la mala suerte y el renovado destino es un tímido y elegante ratoncito. Agudo narrador y carismático protagonista, el héroe de esta historia sale de las alcantarillas junto a sus amigos para asistir al fastuoso baile del reino, enfrentar a la malvada bruja y desentrañar el hechizo que ha signado su fortuna. No hay demasiadas sorpresas: Cenicienta sale de la cocina, baila con el acartonado príncipe y sueña con ser la señora del castillo. Sin embargo, hay algunos cambios que aggiornan la versión y dan vida a este nuevo "punto de vista": un hada madrina aprendiz, que con cada truco deshace alguna convención, y una resolución original y nada concesiva. La animación es deudora del universo clásico de Disney, con algunas imprecisiones en los gestos de las figuras humanas y mejores resultados en el retrato del universo animal, desde los ratones hasta la perezosa tortuga que habita en el bosque. La bruja es casi la hermana gemela de la malvadísima Maléfica de La bella durmiente, pero ataviada con su olla de pociones y hechizos, sus pájaros salidos del mundo de Oz y algo del aguileño perfil del crítico gastronómico de Ratatouille. Lo que se dice un verdadero homenaje a los clásicos infantiles.
En esta ópera prima del israelí Ofir Raul Graizer, un talentoso repostero berlinés mantiene una relación amorosa con un ingeniero casado que llega desde Jerusalén por temas de trabajo. La historia continúa en Israel, luego de que el taciturno protagonista de la historia se entera de la muerte de su amante en un accidente de tránsito y decide viajar hasta allí para encontrarse con su esposa, oculto detrás de una identidad falsa. La riesgosa decisión tiene consecuencias. Pero la agudeza de la película está concentrada en otro lugar: más que los detalles del drama íntimo, lo que resuena con potencia son los resultados de la rigidez de una sociedad anclada en mandatos religiosos ancestrales que, en este caso, se transforman pronto en mucho más que un mero telón de fondo.