Durante buena parte de este año, estudiantes de diferentes colegios secundarios porteños protestaron contra la decisión del gobierno de la ciudad de aplicar una nueva currícula de estudios, homologada por el Ministerio de Educación de la Nación y que ya está en vigor en el resto del país. Ese reclamo se hizo manifiesto a través de la toma de los establecimientos, una metodología que generó no pocas polémicas en los medios de comunicación y que registra un antecedente inmediato en las que ocurrieron en 2010, cuando el alumnado reclamaba por mejoras edilicias en escuelas públicas que indudablemente las necesitaban (y que, en muchos casos, las siguen necesitando). Sobre esa experiencia pone el foco La toma , específicamente sobre lo que ocurrió en el colegio Nicolás Avellaneda (también tomado en 2007 por problemas con la calefacción), uno de los veinticuatro que en ese momento resolvieron llevar adelante esa medida de fuerza ante el indiscutible deterioro que venían sufriendo. Lo notable de la película de Gugliotta es su enérgica voluntad de exceder el mero registro de los hechos para inclinarse por la construcción, con solvencia, gracia e inteligencia, de una historia con todos los condimentos de una buena ficción, sin por eso resignar su valor documental. L a toma tiene personajes entrañables muy bien delineados como tales, un crescendo dramático ejemplarmente armado a partir de un gran trabajo de montaje que refleja con claridad el saludable clima de debate interno en el colegio, que incluye acuerdos, concesiones y fisuras generacionales. La película ataca varios frentes al mismo tiempo: destaca la capacidad de organización de los estudiantes, revela sus convicciones, desnuda su candidez y sintetiza su cotidianidad con pincelazos muy precisos. Trata a los protagonistas con un visible cariño y hasta logra un pico de alta emotividad en una enérgica alocución de una alumna sobre la conciencia política. Lo que finalmente se discutió en el Avellaneda fue si lo correcto era pensar exclusivamente en lo propio (conseguir las mejoras en el colegio como objetivo central) o bien desarrollar un espíritu colectivo, teniendo en cuenta lo que pasaba en el resto de los colegios de la ciudad, muchos de los cuales no estaban obteniendo la misma respuesta. Independientemente del resultado, la experiencia de los alumnos del colegio de Palermo ha sido realmente valiosa en esos términos: en honor a la larga tradición de luchas estudiantiles en la Argentina, vale la pena pensarse como parte de un todo. La toma nos ayuda a verlo de ese modo sin ceder a la tentación del panfleto. Por eso es una gran película.
¿Por qué no organizar las cosas que sabemos que van a ocurrir?, se pregunta Ricardo Péculo en El problema con los muertos es que son impuntuales . Tanatólogo, profesor de la inusual materia "Ceremonial exequial" en la Universidad de Avellaneda, hermano de Alfredo, fundador de la famosa Cochería Paraná y partícipe activo de la inhumación de los restos de Juan Domingo Perón en 1974, Ricardo es el protagonista de este documental originado en un incidente de salud que sufrió el director, Oscar Mazú. El hilo conductor de la película es la voz en off del propio realizador, que nos cuenta primero las peripecias que vivió (un infarto, cuatro by pass, el corazón sin funcionar por horas) y luego se interna en el mundo de los servicios fúnebres, lleno de detalles escabrosos y sorprendentes. "Llevo una vida dedicada a los asuntos de la muerte", dice Péculo en un momento apelando al juego de palabras. Y después habla a lo largo del film de ataúdes con herrajes de bronce labrado o pintados con los colores de Boca, bóvedas decoradas con agudo sentido artístico y cadáveres maquillados (hay una clase especialmente divertida de este tipo tan particular de maquillaje que Péculo da a un grupo de mujeres). Y hay también revelaciones inesperadas, mitos populares derribados y un humor deliberada y necesariamente negro que recorre toda la película, antídoto que el director utiliza para atenuar su confesa misantropía: "Cuando veo el lujo de ciertos velorios o de un determinado ataúd, me parece algo absurdo. Es una vanidad que reafirma lo que pienso del ser humano, el animal que menos me gusta de todos los que conocemos", ha declarado Mazú, que en el final, muy a tono con esa gracia con la que equilibra el peso de un tema tan traumático y que recorre todo el documental, nos reserva un pequeño paso de comedia que puede arrancarnos una tensa sonrisa.
Pino Solanas y el fracking Hace años que Pino Solanas viene combinando su carrera como cineasta con su actividad como dirigente político. Su saga de documentales sobre diferentes problemáticas de la Argentina arrancó en 2003 con Memorias del saqueo . La guerra del fracking es el séptimo capítulo de esa saga y está focalizado en la discutida metodología de extracción de petróleo y gas que utiliza perforaciones hidráulicas que inyectan presión en rocas blandas (por lo general, agua con arena y productos químicos). Solanas cuestiona el acuerdo que YPF firmó con la compañía multinacional Chevron para explotar los recursos del yacimiento de Vaca Muerta (Neuquén, Río Negro), una reserva de shale gas y shale oil descubierta en 2010 por científicos de Repsol, la compañía española expropiada por el gobierno argentino el año pasado. En su momento, se anunció que las reservas probadas del yacimiento podían estimarse en torno a 927 millones de barriles equivalentes de petróleo. Meses más tarde, YPF elevó la estimación de reservas a 22.500 millones. Solanas sostiene que el fracking prohibido en países como Francia y Bulgaria y muy discutido en los Estados Unidos produce alteraciones en el subsuelo, contamina el ambiente y provoca movimientos sísmicos. A lo largo de la hora y media que dura el documental, el candidato a senador de UNEN recoge testimonios de especialistas y pobladores de zonas cercanas a Vaca Muerta (productores agrícolas, representantes de pueblos originarios) que refuerzan el discurso ambientalista, pero no los contrapone con ningún argumento diferente. "Es una película sobre la cara oculta del fracking ; la otra ya la conocemos: es la política del gobierno argentino. Tenemos una fuente de energía solar térmica impresionante en la Puna de Atacama, compartida con Chile y Bolivia, y un formidable parque industrial de molinos para generar energía eólica, que también es una buena alternativa. La defensa del agua y de la naturaleza debe estar por encima de la rentabilidad", asegura Solanas. Datos como los que acaba de publicar Geology parecen darle razón: según un estudio dado a conocer por la prestigiosa revista científica estadounidense, el sismo de magnitud 5,7 ocurrido en Oklahoma en 2011 que provocó decenas de heridos, destruyó completamente catorce viviendas y dañó severamente varias rutas estuvo relacionado con la técnica del fracking . En Ecuador, Chevron fue condenada a pagar 19.000 millones de dólares por destruir el medio ambiente, aunque el fallo, apelado por la compañía, debe ser ratificado por el máximo tribunal del país que gobierna Rafael Correa.
James Wan deberá replantearse eso de dejar el cine de terror. Nacido en Malasia, este joven de 36 años asomó la cabeza en el Festival de Sundance de 2003 con la celebrada El juego del miedo y acaba de generar mucho revuelo con las cifras de taquilla de su nueva película: La noche del demonio 2 , continuación de una historia que vuelve sobre los repetidos tópicos de las casas embrujadas y los fenómenos paranormales y se transformó en la película de terror de bajo presupuesto más exitosa en lo que va de 2013. Wan -quien manifestó su intención de alejarse del terror por un tiempo- ya había sacudido la taquilla este año con El conjuro , el drama de otra familia que experimenta una serie de fenómenos extraños tras mudarse a una casa en las afueras de Rhode Island: recaudó más de 240 millones de dólares desde su estreno, el 19 de julio. No hay demasiadas marcas autorales en el cine de Wan, sino más bien un revival del cine de terror de los 70 con los viajes astrales y las apariciones demoníacas como condimentos ideales para apuntar al corazón de un audiencia de espíritu adolescente. Quien normalmente debería proteger a la atribulada familia Lambert del acoso de seres malignos, el hombre de la casa, Josh (Patrick Wilson), está ahora tomado por un espíritu, lo que complica sensiblemente las cosas. La apelación a un trauma del pasado de Josh para explicar ese asunto es una vuelta de tuerca remanida y bastante tosca. Uno de los problemas más notables de las dos partes de esta saga -que ya tiene un tercer capítulo confirmado por el propio Wan- es la desconfianza en la inteligencia del espectador. Se trata de guiones con muchos giros, pero, en el fondo, bastante ramplones. Y aun así, siempre aparece un personaje que declama un pequeño resumen argumental, por si nos distrajimos con el pochoclo. Wan ha declarado que David Lynch es una de sus referencias más importantes, pero su cine cree más en los golpes de efecto que en el poder de sugestión. Ahora trabaja en la séptima parte de la franquicia Rápido y furioso , lo que ratifica esa inclinación por el cine apoyado en el alto impacto. No sobran las novedades en el cine de terror norteamericano. Al menos en el que llega a las salas tradicionales de la Argentina.
El protagonista de la cuarta película del chubutense Víctor Jorge Ruiz ( La última mirada, Ni vivo ni muerto ) es un hombre de mediana edad que gana mucho dinero en Buenos Aires (lo que, según declaró el director en una entrevista reciente concedida a la agencia de noticias Télam, sería considerado hoy como "un triunfador del sistema"), recibe la infausta noticia de una enfermedad incurable y decide entonces reencontrarse con un pasado que dejó archivado en la Patagonia. Allí habían quedado anclados un amor trunco, una dolorosa historia que involucra a un padre peronista perseguido por la dictadura en los años setenta y un secreto por develar necesario para armar un rompecabezas familiar del que había perdido interés hasta enterarse de su fatídico diagnóstico. Lo notable de Quiero morir en tus brazos es su anacronismo. Pareciera que para Ruiz no hubiera existido ni por asomo la profunda renovación que vivió el cine nacional a partir de la década del 90, un dato en el que, por remanido a esta altura, no vale la pena abundar. Literal hasta el hartazgo, incluso en el cumplimiento a rajatabla del mandato del título, la de Ruiz parece una película de otra época del cine argentino -básicamente de los 80, una etapa bastante oprobiosa en términos estéticos e ideológicos-. Plagado de declamación, tedio y solemnidad, el guión obliga a su elenco a enunciar textos acartonados, obvios y efectistas sobre el amor y la política, entendida como una disputa entre buenos y malos, entre héroes impolutos y perversos sin cura, una inclinación que, justo es decirlo, también han exhibido películas argentinas de notable suceso comercial. Aún teniendo muy claro que el Incaa debe desarrollar una política de apoyo firme y decidida a la producción de cine en el país, la pregunta que vuelve a aparecer es recurrente: ¿cuáles son los verdaderos criterios para elegir los proyectos? Cuesta entender cuál es valor de muchas de las películas que se producen con dinero del Estado, independientemente de sus resultados en la taquilla.
Hay una historia de ribetes curiosos, inusuales en esta ópera prima de María Florencia Álvarez. Un punto de partida que hasta podría parecer disparatado: una chica del interior viene a la ciudad a entregar unas artesanías, entra en contacto casualmente una comunidad musulmana y queda prendada de ese universo completamente desconocido. Inicia a partir de allí un derrotero que en la superficie parece estar relacionado con un descubrimiento religioso, algo así como una conversión, pero que en el fondo tiene mucho más que ver con la búsqueda de la identidad que cualquier jovencita de esa edad (apenas 20 años) atraviesa siempre con alguna crisis como telón de fondo. En poco tiempo, Analía (interpretada con sobriedad y delicadeza por Martina Juncadella, recientemente premiada por su labor en la obra La laguna de Agostina López) cambia de nombre (dice llamarse Habiba Rafat) y de hábitos, intenta aprender el idioma y las costumbres de esa comunidad, conoce a un par de buenas amigas e incluso se enamora por primera vez. Es en una ceremonia musulmana donde escucha la sentencia de una experimentado imán: "Nuestra conducta en esta vida debería ser similar a la del extranjero en el lugar que no le pertenece: tomar lo mínimo indispensable para subsistir y continuar camino a su propio destino". Ese consejo sabio es el que terminará cifrando el camino de Analía, previo paso por una serie de situaciones algo incómodas provocadas por el engaño que elige como primera estrategia de supervivencia en un mundo ajeno. Más que una película sobre la tolerancia, habida cuenta de los prejuicios que toda la comunidad musulmana sufre desde el famoso atentado contra las Torres Gemelas, Habi, la extranjera es una historia de iniciación, un cuento agridulce sobre el paso de la adolescencia al adultez. Una de las virtudes de la película es eludir con inteligencia la gravedad (las escenas en el hotel familiar con una pequeña recepcionista empecinada en hablar un precario inglés son un buen ejemplo) y los mandatos de la buena conciencia (una mujer discute con su pareja y amenaza con tirarse por una ventana, él le exige "que no sea arriba del auto"). Se trata de una película cálida, sencilla y bien provista de detalles sugerentes para quien esté bien dispuesto a los descubrimientos, como la propia protagonista.
"Que me abuchee la prensa es un halago, quiere decir que estoy en buen camino." Con esa afirmación tajante y polémica, el mexicano Carlos Reygadas respondió a las críticas y los silbidos con los que fue despedida Post Tenebras Lux en la función para críticos de la edición 2012 de Cannes. Finalmente, el jurado no opinó igual que la mayoría de los periodistas especializados y le otorgó el premio al mejor director del festival, una pequeña venganza que Reygadas pudo disfrutar en solitario. El cine de este mexicano de 42 años, perturbador y exigente, siempre funcionó bien en el ámbito de los festivales, particularmente en Cannes, donde obtuvo una mención especial por su primera película, Japón (2002), y el premio del jurado con Luz silenciosa (2007), la tercera, filmada dos años después de Batalla en el cielo (2005), su film más discutido debido a un par de escenas de contenido sexual explícito que fueron censuradas en su propio país. "Reygadas no hace películas, simplemente filma situaciones", escribió el veterano crítico español Quim Casas luego de ver Post Tenebras Lux , y hay algo de cierto en ese sintético análisis. El propio Reygadas ha declarado que su cine no se apoya en la representación ("eso es cosa del teatro", sostuvo), sino más bien en la captura de un presente determinado, una idea más cercana a la fotografía y la pintura. Desoyendo el famoso consejo de Hitchcock ("nunca trabajes con niños, animales ni Charles Laughton"), Reygadas arranca con una gran escena protagonizada por su pequeña hija, rodeada de perros, vacas y caballos, e hilvana a partir de allí una serie de situaciones sin demasiada relación aparente que giran en torno a un nudo argumental apenas esbozado: la crisis de una pareja de la alta burguesía urbana de México que se ha mudado a una lujosa casa enclavada en medio de un exuberante paisaje rural (los preciosos bosques del estado de Morelos). En ese entorno idílico empieza a asomar la violencia, encarnada en primer lugar por un curioso diablo animado. El título del film alude a un versículo bíblico del libro de Job -"Después de las tinieblas, espero la luz"- y, según aclaró el propio director, a la esperanza ante la incertidumbre que siempre tenemos respecto del futuro. Las situaciones que Reygadas encadena en la película son muy disímiles y se desarrollan en ámbitos también diferentes -desde los vestuarios de un equipo de rugby hasta un sauna poblado de swingers-. No responden a ninguna lógica narrativa tradicional y requieren una activa participación del espectador (el director se ha referido a Post Tenebras Lux como "una vasija que cada uno puede rellenar como quiera"), aunque por lo general tienen en común una mirada cáustica y muchas veces despiadada sobre la sociedad mexicana en todos sus estamentos. Está claro que el de Reygadas no es un cine del consenso. Allí donde muchos distinguen a un artista conceptual de profundo calado político, otros señalan con enfado a un manipulador que produce películas estetizantes y vacías. Lo mejor, naturalmente, es verlas y decidir por cuenta propia.
Estrenada en el último festival de Mar del Plata, Puerta de hierro, el exilio de Per ón , con Víctor Laplace en el triple rol de director, coguionista y protagonista, narra la vida de Juan Domingo Perón en el exilio, sobre todo durante su larga estadía en Madrid, antes del regreso a la Argentina en noviembre de 1972, luego de diecisiete años de ausencia obligada. Ante la imposibilidad de presentarse como candidato presidencial, Perón impulsó la fórmula Cámpora-Solano Lima, una salida electoral que quedó resumida en la famosa consigna "Cámpora al gobierno, Perón al poder". La historia es conocida. Esos años de exilio del militar argentino que fue elegido tres veces presidente por voto popular estuvieron marcados por la resistencia peronista en la Argentina, una lucha iniciada luego de que entrara en vigencia, en 1956, el decreto 3855 promulgado por el gobierno golpista que lo había derrocado, que disolvía el Partido Justicialista, inhabilitaba para ocupar cargos públicos a todos los dirigentes políticos y gremiales que los hubieran ejercido durante los gobiernos de Perón y prohibía el uso de todos los símbolos peronistas e inclusive nombrar en público a Perón y Evita. En ese contexto, Perón se ocupó de diseñar su regreso al país, mientras se mantenía en contacto permanente con los referentes de su heterogéneo movimiento político. Técnicamente impecable (es muy bueno el trabajo de fotografía de Diego Poleri), la película de Laplace tiene además un ritmo narrativo sostenido y un buen desempeño actoral del protagonista. No cumple sin embargo con la promesa de mostrar a Perón con sus virtudes y contradicciones que Laplace anunció en el catálogo del Festival de Mar del Plata. Igual que el Néstor Kirchner de Paula de Luque, este Perón es un personaje casi impoluto: decidido, equilibrado y valiente, habla casi siempre a través máximas y debe lidiar con la deslealtad de algunos de sus seguidores, nunca con alguna equivocación propia. Es un Perón solemne, idealizado y cercano al bronce que celebrarán los convencidos y rechazarán los opositores de siempre. Es decir, en sintonía con un relato histórico cristalizado que obtura preguntas y resignificaciones y no prenuncia el trágico desencuentro que se produciría entre el veterano líder político y la sociedad movilizada de los 70, paso previo al período más oscuro de la historia contemporánea del país..
Buena parte del cine de terror que se filma en la Argentina, y que tiene en el ya tradicional festival Buenos Aires Rojo Sangre un espacio sólido y bien organizado de difusión, suele producirse en condiciones modestas y con actores con poca o nula experiencia. Con La memoria del muerto , Javier Diment se corre de esa lógica: su propuesta es una película más cuidada desde el punto de visto técnico, que busca impactar con un uso sofisticado de recursos visuales y sonoros pero no descuida el nivel de las actuaciones. Los integrantes del elenco del largometraje son actores de reconocida trayectoria en el ámbito del teatro y el cine nacionales, pero trabajando en el marco de un género que los desafía, justamente por su poco desarrollo local. Y resuelven con solvencia una historia de ribetes melodramáticos, cargada de secretos sentimentales inconfesables, pero teñida de sangre: como una telenovela de la tarde virada al rojo más furioso. Diment trabaja sobre el gore y el humor negro para contar la historia de un peligroso ritual al que un grupo de amigos se entrega con el objetivo de regresar de la muerte a un recién fallecido. No se trata de adolescentes, como en la mayor parte de las películas de este tipo que se producen en serie en los Estados Unidos con buenos resultados de taquilla, sino de adultos con problemáticas propias de su edad. La buena performance actoral y la imaginación de Diment para generar imágenes inquietantes son lo mejor de una historia cuyo argumento a veces flaquea. Para el director, que ya había filmado Parapolicial negro , donde cruzaba la ficción con el documental, y un telefilm dedicado al abuso de mujeres cuya exhibición fue finalmente descartada por su crudeza, es un primer paso ambicioso que tuvo repercusión internacional (en los festivales de Sitges y Fantastic Film de Montreal) y que está claramente destinado a, como él mismo ha declarado, "trabajar el cine de género para provocar efectos concretos en lo emocional de los espectadores, al margen de la reflexión".
Una odisea en el margen Cinco años tardó el formoseño Ezio Massa para estrenar esta película, a pesar de que tuvo un buen recorrido internacional y de que aborda un tema que no es moneda corriente en el cine argentino. El antecedente más notorio es Elefante blanco , de Pablo Trapero, ambientada también en una villa de emergencia, filmada a posteriori, pero estrenada antes que el film de Massa, quien aprovechó para lanzar un dardo sobre el tema: "Me llamó la atención que me dijeran que no podía estrenar porque la miseria era una tema que no interesaba y que él haya conseguido salas tan pronto. Encima me enteré de que su película también se iba a llamar Villa ", declaró hace unas semanas el realizador, visiblemente molesto. Disputas al margen, lo cierto es que las de Trapero y Massa son películas muy distintas. Villa no tiene ninguna estrella en su elenco -casi todos los actores viven en el escenario del film, la villa 21 de Parque Patricios-, apuesta por un argumento sencillo e intenta evitar la moraleja: tres pibes deben arreglárselas para ver el debut de la selección nacional en el Mundial de Corea-Japón 2002, un objetivo pedestre para muchos que se convierte en una pequeña odisea para ellos. En eso la película acierta: logra dejar bien claro que en la vida cotidiana de la gente de las clases más marginadas cada pequeño detalle puede convertirse en un problema explosivo. Massa narra las peripecias de los protagonistas apelando a encuadres poco convencionales y un montaje nervioso. El efecto que provoca esa decisión es ambiguo: subraya la distancia entre el director y ese mundo que eligió describir, arrimándose incluso al lenguaje televisivo, lo que le resta profundidad y potencia, algo parecido a lo que ocurría con la exitosa Ciudad de Dios , uno de los grandes éxitos del cine brasileño de los últimos años. La película funciona mucho mejor, en cambio, en una lograda escena de interiores, cuando un mafioso negocia la entrega de un arma a uno de los protagonistas. Esa secuencia tiene tensión, buenos desempeños actorales y una resolución novedosa. Es evidente que el cine argentino no llega hasta el territorio que Massa ha recorrido en esta película porque no sabe muy bien qué hacer con él. Que Massa se haya animado a darle visibilidad a ese mundo con reglas propias que está a la vuelta de la esquina, pero por lo general decidimos ignorar es valioso. Es su perspectiva personal la que naturalmente denota Villa , que abre la puerta para que aparezcan otras..