Bloquear contacto Cuando David Fincher se despachó con Red Social (The Social Network 2010) el énfasis de la historia giraba en torno a la génesis de la red en sí y las excentricidades de su creador. El Círculo (The Circle, 2017), el nuevo opus de James Ponsoldt, carga la tintas no sobre la creación sino sobre la aplicación y el impacto en la sociedad de una organización virtual que coquetea con las ideas del tan mentado panóptico de Michel Foucault. Mae Holland (Emma Watson, la eternal Hermonie de la saga de Harry Potter) consigue el trabajo de sus sueños en El Circulo, una corporación ficticia que combina lo mejor –o lo peor- de Facebook y Google, ofreciendo unificar todas tus cuentas virtuales en una sola, al mismo tiempo que sus múltiples divisiones de investigación y desarrollo suman peso en sectores como la política y la salud. Como pueden sospechar, todo marcha de maravilla en un principio para Mae, pero conforme la trama se espesa las verdaderas motivaciones de la compañía comienzan a aflorar. Tom Hanks y Patton Oswalt son Eamon Bailey y Tom Stenton, una suerte de Steve Jobs y Steve Wozniak de El Círculo, con charlas motivacionales revolucionarias y prácticas poco ortodoxas incluidas. Los recientemente fallecidos Bill Paxton y Genne Headley interpretan a Vinnie y Bonnie Holland, los padres de Mae, cuyos apremios podrían ser potencialmente solucionados por la beneficencia pseudo-filantrópica de la compañía. Karen Gillan y John Boyega interpretan a Annie y Ty respectivamente, compañeros de trabajo que exponen el costado menos glamoroso de la corporación que todo lo ve. Probablemente el planteo del conflicto sea lo más logrando del film, de ahí en más todo tendrá una liviandad inexplicable. El costado crítico se vuelve pueril e inocente, tan banal que funcionaría mejor si fuera una parodia cómica antes que un intento de thriller social. La visión crítica, en contra de aquellas corporaciones que buscan controlarlo todo y polarizar la virtualidad de las redes sociales y su impacto en el día a día, se pierde en un mar de ideas que no terminan de lograr un tono ni una cohesión verosímil. Llama la atención que -contando con un reparto de actores y actrices clase A- el guión del propio Ponsoldt, ayudado por el autor de la novela original, Dave Eggers, entregue personajes con tan pocos matices, pero que al mismo tiempo exponen en pantalla cambios drásticos en su proceder sin la necesaria graduación dentro del relato. El cambio más alarmante de todos siendo el de la propia Mae, un personaje que pega unos curiosos volantazos que la alejan demasiado de esa Mae de la novela original, impidiendo que Watson se luzca en su interpretación. Para colmo de males, justo en el momento en que la cuestión se pone interesante y amaga con poner de manifiesto aquello que intentó construir en casi dos horas de película… todo se termina y ruedan los créditos. Sólo nos quedamos con una idea interesante que se va quedando sin empuje escena tras escena.
Fiebre en la cabaña Los trailers son un arma de doble filo. Pueden sugerir y anticipar sutilmente aquello que veremos en un film buscando generar expectativa, si bien a veces pueden pecar de explícitos. Y otra veces lo que se sugiere directamente a través de las imágenes previas sufre tales modificaciones -a menudo consecuencia de una determinada estrategia del departamento de marketing- que dicho avance termina “vendiendo” una película que no es. Esto es algo que suele pasar a menudo, y de forma más seguida dentro del género de terror. Viene de Noche (It Comes at Night, 2017) es el caso más reciente de una campaña publicitaria que intenta marketinear un film de manera que parezca más mainstream y llegue a un público masivo, temiendo que su naturaleza original no sea demasiado atractiva como propuesta, a pesar de tratarse de una obra con méritos suficientes para obtener su bien merecido reconocimiento. En medio de lo que parece una suerte de epidemia que arrasó con la civilización, Paul (Joel Edgerton) se recluye en su cabaña junto a su esposa, Sarah (Carmen Ejogo), y su hijo, Travis (Klevin Harrison jr.), saliendo al exterior sólo cuando es estrictamente necesario y nunca de noche, si es posible. Cuando un extraño invade su refugio buscando protección para su mujer y su bebé, Paul y su familia los aceptan después de una larga meditación, pero los problemas -tanto externos como internos- no tardarán en hacer mella en este pacto de confianza. Su planteo simple y lleno de drama humano recuerda a La Epidemia (The Crazies, 2010) de Breck Eisner (basado en el film de George A. Romero), donde todo un pueblo es víctima de una epidemia que ataca a sus habitantes de forma inexplicable. El director y guionista Trey Edward Shults presenta una narración totalmente despojada de efectismos y golpes bajos, en la cual se agradece la ausencia de “jump scares”, esos sustos fáciles que tanto mal le hicieron al género en este milenio. Adherido a esa máxima según la cual menos es más, Shults maneja de manera soberbia el suspenso y la sensación constante de desconfianza en un drama claustrofóbico que se sostiene en las impecables actuaciones de los intérpretes y el trabajo de fotografía de Drew Daniels, que entrega momentos donde la absoluta oscuridad es sólo enfrentada con un farol o una lámpara, aportando un gran clima a cada una de las secuencias. Como decíamos al principio, seguramente el mayor problema de Viene de Noche sea su campaña publicitaria, que vende una película que difícilmente encuentre quien vaya a ver ‘una de terror’ a secas, con sangre, monstruos y demás etcéteras. Es probable que muchos salgan desilusionados, pero no por el film que vieron, sino porque CREYERON que iban a ver, motivados por los avances previos. Por su parte, el film no siempre resuelve todos los conflictos que plantea ni todas las interrogantes que abre, aun con el peso que tienen dentro del relato. Como suele suceder en el cine independiente y en esas producciones que escapan a la estructura narrativa clásica, estamos ante una experiencia, una “sensación” antes que una historia que resuelve su conflicto principal de manera estándar. A pesar de su estrategia de marketing y la falta de resolución a nivel narrativo, Viene de Noche es una obra que contiene suficientes elementos para convertirla en una propuesta atractiva, llena de momentos tensos que ponen de manifiesto los recovecos más oscuros de la naturaleza humana.
La chica, los autos, los tiros y los malos Algunas producciones no soportan la tentación de filmar en ciertas pintorescas ciudades europeas el próximo opus de acción y suspenso de mediano presupuesto. Aunque no siempre queda del todo claro si tal entusiasmo se debe a cuestiones escénicas o meramente presupuestarias. Persecución al Límite (Collide, 2016) da todos los signos de caer dentro de la segunda categoría, por desgracia. Nicholas Hoult –Un Gran Chico (About a Boy, 2002), Mi Novio es un Zombie (Warm Bodies, 2015), la saga X-Men)- interpreta a Casey Stein, un joven norteamericano que vive del rebusque ilegal en Colonia, Alemania. Al conocer a Juliette (Felicity Jones) decide dejarlo todo y buscarse una ocupación más digna. Por supuesto cuando un grave contratiempo azota, decide anotarse de lado turbio una vez más para pegar un “último golpe” y salir de sus problemas. Cuestión que no hará otra cosa que ponerlo en peligro a él y a su interés romántico apenas los planes se truncan y es perseguido por un empresario corrupto (Anthony Hopkins) y sus secuaces. El thriller del director Eran Creevy intenta elevarse a la altura de un Jason Bourne, un Transportador o tal vez una Gran Estafa, pero apenas le da el piné para sacarle algo de ventaja a las producciones más bizarras de Steven Seagal en su época actual de directo a DVD rodada en Europa del Este. La historia clase B desperdicia un reparto clase A en una narración que se desarrolla a los tumbos y desafía incluso su propia lógica interna. Anthony Hopkins interpreta al villano Hagen Kahl en piloto automático, entregando líneas de diálogo trilladas y vacías de energía. Sir Ben Kingley (no olvidemos su título nobiliario) hace lo que puede con tal vez el personaje más colorido de todos, una mezcla de su Mandarín de Iron Man 3 (2013) con un bandido de poca monta. Justamente el personaje de Kingsley, llamado Geran, todo el tiempo bromea con el parecido entre Stein y el mítico Burt Reynolds en su época gloriosa de los setentas, evidenciando, de manera involuntaria, el poco carisma de Hoult al momento de interpretar a lo que suponemos es un héroe/anti-héroe de acción. Más probablemente un craso error de casting que deficiencia interpretativa del bueno de Nicholas. Como película de acción y suspenso hecha y derecha, Persecución al Límite hubiese salido mejor parada. Pero una estructura narrativa que caprichosamente evita la linealidad sin motivo aparente y luego intenta meter una vuelta de tuerca para parecer “inteligente” cuando todo el interés del espectador abandonó la sala, la convierten en un film que nunca está a la altura de sus objetivos iniciales. Lo único que quedará en nuestras retinas es una excusa para hacer una olvidable película de corridas, escapes en auto, tiros y secuaces caucásicos europeos portadores de barbas hipsters.
Acción ortodoxa Hacía tiempo que el cine argentino no se le animaba al cine de acción sumando la comedia a su fórmula. El debut cinematográfico de Federico Cueva como director con Sólo Se Vive Una Vez (2017) no se avergüenza ni en apenas un fotograma mientras desparrama tiros, explosiones, insultos y referencias a Kiss. Leo (Peter Lanzani) es un extorsionador profesional que vive de embaucar a empresarios acaudalados filmándolos en situaciones comprometedoras, cuando se cruza en el camino de unos peligrosos hombres de negocios bajo el mando de Duges, interpretado por el francés Gérard Depardieu. Para escapar del aprieto, se hace pasar por judío ortodoxo y se refugia en una sinagoga que, convenientemente, hace un retiro religioso. De ahí en más, Leo y todo aquel cercano a él pasarán por todo tipo de aprietos, intentando salir vivos y con algún billete en el bolsillo. A Lanzani lo acompañan Santiago Segura, Eugenia Suárez, Luis Brandoni, Pablo Rago y Dario Lopilato, interpretando personajes en algunos casos relevantes para la trama y en otras ocasiones algo más “decorativos”, con cierto aroma a concesiones propias de una coproducción. Con un tono humorístico que funciona en ciertas escenas en igual medida en que se extralimita en otras, la propuesta cumple con su función primordial de entretener, mediante un relato que para los mayores de 30 podría contener ecos y guiños cómplices a Testigo en Peligro (Witness, 1985) y Cambio de Hábito (Sister Act, 1992). Gracias a un verosímil que todo el tiempo juega al límite de su propia lógica interna, Sólo Se Vive Una Vez llena de entretenimiento los 90 minutos de un film que nunca pide ser tomado en serio, ¿O acaso es esa la forma de meterse en una película en la que Peter Lanzani improvisa un look de judío ortodoxo en cinco minutos, Pablo Rago es cura y Luis Brandoni es un rabino a cargo de una sinagoga? Con una propuesta que por momentos recuerda a las películas ochentosas de Carlos Galettini y un esquema de producción que permite contar con más herramientas al servicio del divertimento, Sólo Se Vive Una Vez funciona como producto pasatista local si sabemos darle las licencias que el género supone.
La regla de oro Tras doce años de letargo, el director Stephen Gaghan regresa al largometraje con El Poder de la Ambición (Gold, 2016), en el cual Matthew McConaughey vuelve ponerle el cuerpo a un personaje de la vida real. Se trata de Kenny Wells, un legítimo buscador de oro norteamericano de la década del ‘80 que pierde todo para volver a ganarlo, y luego perderlo nuevamente. El relato nos lleva al año 1988, en el cual un ambicioso Wells empeña lo que no tiene para asociarse con Michael Acosta (Edgar Ramírez), un geólogo poco ortodoxo que lo ayuda a buscar oro en Singapur, desafiando todos los pronósticos de los expertos en el tema. Por supuesto, los problemas suceden cuando la suerte les sonríe y se vuelven una fuerza financiera que camina con pie firme por Wall Street ante la mirada controladora de los peces gordos. Como suele suceder con esta clase de biopics, donde el dinero y el poder determinan el curso de la historia, y asistimos durante 120 minutos a los diversos resurgimientos y caídas de un personaje carismático que jamás abandona el centro del relato. El guión no pierde tiempo en desarrollar a los personajes periféricos; todo se centra en un Kenny Wells, interpretado por McCounaghey con su histrionismo habitual. Los individuos impulsados por su propio espíritu a lograr lo imposible mediante su carácter inquebrantable parecen caerle como anillo al dedo. La estructura narrativa permite que incluso quien desconozca los detalles de la vida del verdadero Kenny Wells pueda apreciar el film sin temor a perderse dentro del marco histórico-temporal del relato. De hecho, las referencias a la época en cuestión son apenas las necesarias para acomodar todo en su lugar. El peso de la historia y su propio atractivo están por encima de una necesidad de recreación exhaustiva. Tal vez el único punto flojo se haga evidente en el tercer acto, donde nos quedamos con ganas de saber un poquito más del devenir de Kenny Wells. El ritmo se acelera y no tiene la misma paciencia para narrar los sucesos como lo hace durante la primera mitad. Con buenas actuaciones de McCounaghey, Ramírez y Bryce Dallas Howard, El Poder de la Ambición es un film que genera el suficiente interés en torno a una personalidad sumamente colorida del mundo de los buscas, ya sea proveniente de la bolsa de valores, la barra del bar o un sitio de excavación en el sudeste asiático.
Juegos, trampas y una espada en la piedra Espadas y reyes… castillos y ejércitos, calabozos y dragones. En su mayoría estos elementos suelen ser la base de la épica fantástica medievalista y su narrativa. Gran parte de ellos están presentes en El Rey Arturo: La Leyenda de la Espada (King Arthur: Legend of the Sword, 2017) la más reciente aventura del director Guy Ritchie, en un terreno no del todo familiar para el inglés. Como podrán imaginar, la que se cuenta es la historia del mítico Rey Arturo (Charlie Hunnam), ese personaje de la literatura inglesa destinado a hacerse del trono de Inglaterra tras sacar de la piedra la famosa espada conocida como Excálibur, el arma a la cual el mago Merlín dotó de un poder especial. El guión nos presenta a un Arturo que es despojado de su herencia monárquica, alejado de su familia y forzado a criarse en las duras calles de la antigua Londinium. Su tío Vortigern, interpretado por Jude Law, es quien está detrás de todo esto y quien se hace del trono en su ausencia. Siguiendo el tan mentado camino del héroe a rajatabla, Arturo hará un largo viaje tanto geográfico como mental en pos de recuperar su lugar y liberar al pueblo de la opresión de Vortigern. El gran acierto de Ritchie reside en dotar a la historia mil veces narrada de ese espíritu posmoderno y vertiginoso por el cual se hizo conocido el director gracias a films como Juegos, Trampas y dos Armas Humeantes (Lock, Stock and Two Smocking Barrels, 1998) Snatch: Cerdos y Diamantes (Snatch, 200o) y RocknRolla (2008). El desdoblamiento temporal de las secuencias y el tono “urbano” con el que se manejan los personajes dentro de la pantalla son algunos de los puntos más atractivos de la película, logrando una frescura y un espíritu que son muy bien recibidos dentro de un género que necesita este tipo de innovaciones para seguir siendo relevante. El Arturo de Hunnam es más un peleador callejero y un “busca” antes que un legítimo heredero del trono. Su inteligencia y su ardid por momentos -y salvando las distancias- recuerdan al Ulises de Homero, ese tipo de personajes que saben el modo de conseguir lo que necesitan sin utilizar obligatoriamente la fuerza. Sin dudas, Jude Law disfruta el papel de villano y se lo ve muy cómodo en el rol. Al igual que con la estructura narrativa, el diseño de producción también hace un buen trabajo balanceando el estilo medieval combinándolo con detalles modernos, sumando porotos en lo que refiere a la estética visual. Si bien muchos son adeptos al principio de “Si no está roto, ¿para qué arreglarlo?”, El Rey Arturo… se presenta como la relectura de una historia clásica, a la cual agrega matices que actualizan su narración desde lo cultural y a través del lenguaje propiamente cinematográfico del nuevo milenio. Y de paso -porque no hay que olvidar la pata comercial de todo esto- funciona como introducción para una potencial saga de films de Los Caballeros de la Mesa Redonda. ¿Le quedará grande la corona? Por lo pronto, esta entrega inicial sugiere que el trono está en buenas manos.
La carrera más larga El actor noventero devenido en director Peter Berg completa su ”trilogía patriótica” pro-yanqui con Día del atentado (Patrios Day, 2016). Al igual que en El sobreviviente (Lone Survivor, 2013) y Horizonte profundo (Deepwater Horizon, 2016) vuelve a hacer equipo con Mark Wahlberg para retratar un hecho verídico que tocó de cerca al pueblo estadounidense: el atentado de la maratón de Boston. Con un mix de hechos reales y personajes ficticios se nos presenta el antes, durante y después del atentado perpetrado el 15 de Abril de 2013 por dos hermanos Tamerlán y Dzhojar Tsarnáev en el que murieron 3 personas y hubo múltiples heridos, lo que derivó en una cacería humana de 4 días en busca de los responsables. El esquema coral que involucra al propio Wahlberg junto a otras estrellas clase A como John Goodman, Kevin Bacon, J.K. Simmons, Michelle Monaghan y Melissa Benoist, entrelaza múltiples historias que tienen lugar durante la tragedia y retrata lo sucedido desde distintos ángulos, en pos de aumentar el realismo. La inclusión de material verídico registrado durante el atentado no hace otra cosa que sumar valor agregado a la propuesta. Por una vez Mark Wahlberg puede aprovechar con justificación geográfica y guionística su acento nativo de Boston, para interpretar irónicamente al único personaje ficticio de este film basado en hechos reales. Tomando como norte el libro de Casey Sherman “Boston Strong”, la película -a pesar de su propio título- evita en gran medida la tentación de caer en el cliché del patriotismo chavacano de bandera americana ondulante en el viento, y de manera similar a lo hecho en Horizonte profundo pone mayor énfasis en retratar la unión de una comunidad de hombres y mujeres enfrentando la adversidad. La baja concentración de patriotismo por fotograma también se hace evidente en la representación que se hace de las fuerzas especiales norteamericanas y la facilidad con que los procedimientos “de manual” puede irse al demonio en un segundo, dejando todo librado a la desprolijidad más absurda. Una película correcta que se mantiene dentro de sus cabales sin olvidarse nunca del peso de aquello que se está narrando.
Hay una chica en mi cuerpo André Øvredal es un director venido de las tierras nórdicas, un noruego que ganó notoriedad hace unos años gracias a Troll Hunter (2010), una película pequeña pero moderadamente exitosa, que le abrió las puertas para elegir sus próximos proyectos. Es así como su propio interés lo llevó a ponerse detrás de cámara para dirigir su siguiente opus, La Morgue (The Autopsy of Jane Doe, 2016), película que desde su estreno en el Festival de Cine Toronto del año pasado logró un recorrido más que interesante por las salas del mundo. Tommy y Austin Tilden, interpretados por Brian Cox y Emile Hirsch, son padre e hijo que trabajan codo a codo en el negocio familiar: una morgue. Es cosa de todos los días recibir los cuerpos de aquellos que fueron víctimas de robos, asesinatos, accidentes, etc. Pero sucesos extraños comienzan a ocurrir cuando el cuerpo de una joven no identificada llega a su sala de autopsia. Así como en nuestra jerga local se conoce como “NN” a los cuerpos no identificados, en los países anglosajones se los suele llamar John Doe y Jane Doe, dependiendo de su género. Por supuesto, los hábiles distribuidores de nuestras tierras prefirieron ahorrarse un dolor de cabeza y esta explicación, cuestión reflejada en la elección del título en castellano del film. Conforme padre e hijo intentan adentrarse en las causas de la muerte de la joven, el film se torna un relato probablemente más fantástico que propiamente de terror. Escena tras escena se descubre una nueva pista sobre el cuerpo y al mismo tiempo se develan secretos traumáticos de la familia Tilden. Øvredal hace un gran trabajo en los primeros dos tercios de la película, dosificando la información que entrega al espectador y generando un clima de suspenso que se refuerza confinando a los dos personajes principales -tres si contamos al cadáver de la joven- al espacio hermético de la morgue. Probablemente el mayor atractivo del film sea al mismo tiempo su mayor problema: nuestra Jane Doe, nuestro cadáver. ¿Cómo desarrollar argumentalmente a un personaje que está muerto es una sala de autopsias durante 86 minutos? La película responde esta pregunta en ocasiones con más efectividad que en otras, como sucede en el tercer acto, donde muchas cuestiones se apoyan demasiado en el guión y poco en las acciones, algo que siempre quita frescura a un largometraje. Gracias a un interesante diseño de arte, responsable de una atmósfera lúgubre que marca con precisión el tono del film, sumado a una idea simple pero que la mayoría del tiempo se prueba efectiva, La Morgue resulta un interesante ejercicio cinematográfico a pesar de no cumplir por completo con todo lo que propone inicialmente.
El recuerdo como herramienta El de Paz Encima fue un debut más que auspicioso con Hamaca Paraguaya (2006), y por eso la presentación de su segundo largometraje, Ejercicios de Memoria (2016), reviste un hecho sumamente relevante. En esta ocasión la directora paraguaya se aleja de la ficción y se mete de lleno en el género documental. La película pone el foco sobre el desaparecido Dr. Agustín Goiburú, máximo opositor a la dictadura de Alfredo Stroessner en Paraguay, aquella que se mantuvo en el poder desde 1954 hasta 1989, convirtiéndola en la más extensa de América Latina. Más allá del mayor o menor conocimiento que, como espectadores, podemos poseer de la desaparición del Dr. Goiburú, es imposible no identificarse con otro país latinoamericano que sufrió de primera mano los estragos de los regímenes militares y la consecuente desaparición de personas opositoras al poder reinante. La voz en off de los hijos de Goiburú es la que marca el ritmo del relato, rememorando historias, anécdotas y detalles de la vida con su padre, hasta el día de su desaparición y todo lo que este trágico suceso desencadenó. La directora va intercalando estas experiencias con un exhaustivo material de archivo que pone en evidencia el alto nivel investigativo del proyecto, a lo que suma imágenes en ámbitos naturales con personajes ficticios que funcionan como contrapunto a toda la crudeza expuesta desde el relato, devolviéndolo todo a un estadio naturalista. Vale la pena destacar esta “declaración de principios” de Encima, haciéndose cargo y poniéndole el cuerpo a una propuesta que logra aproximarse a una temática sumamente delicada y trágica, sin la necesidad de caer en golpes bajos ni efectismos baratos. Gracias a este buen manejo el documental logra movilizar al espectador como consecuencia directa de su alto nivel narrativo, interpretativo y de investigación.
La mecanicidad del alma ¿La memoria y los recuerdos nos liberan o nos atan?¿Bajo qué criterio definimos nuestra alma?¿Qué nos define como humanos? Estas son sólo algunas de las interrogantes más abordadas por la Ciencia Ficción como género en más de un siglo de contar historias que involucran la tecnología y lo intrínseco de la naturaleza humana. La adaptación cinematográfica de La Vigilante del Futuro: Ghost in the Shell (Ghost in the Shell, 2017) -basada en la popular serie anime y el manga original- transita estos tropos con pie firme y resultados más que interesantes. Scarlett Johansson interpreta a la Mayor Miria Killian, líder de una organización anti-terrorista de un futuro distópico. Su cuerpo fue reemplazado completamente por uno cibernético a raíz de un trágico accidente y su cerebro es el único “componente original” remanente. La elección de Johansson no estuvo ajena a la polémica, siendo elegida para interpretar a un personaje de origen asiático en su concepción original, lo cual derivó en críticas de “whitewashing” similares a las recibidas por Matt Damon y su papel en La Gran Muralla (The Great Wall, 2016). En esta ocasión el villano titular se compone de variados retazos del material previo, y es una amenaza para el mundo cibernético y corporativista planteado en la historia, hecho que pone en alerta a la Mayor Killian y su equipo. Con referencias tanto estéticas como narrativas con reminiscencias a Blade Runner (1982), Matrix (The Matrix, 1999) y algo de Minority Report: Sentencia Previa (Minority Report, 2002), el film de Rupert Sanders es por momentos un policial, en otras ocasiones una historia de ciencia ficción pura y dura, y ocasionalmente una película que intenta profundizar en la naturaleza humana. A pesar de una estructura narrativa con un ritmo algo desparejo, el guión de Jamien Moss y William Wheeler se las ingenia para tomar múltiples elementos del concepto original, decantando en un relato sobrio, con un tono sombrío que se vuelve la constante durante los 106 minutos de película. Scarlett logra canalizar de manera efectiva al personaje, desde su cadencia al hablar hasta su andar poseen una artificialidad totalmente asociable con las entidades robóticas. También ayuda el gran nivel de vestuario y maquillaje que dan ese look sintético a su personaje. Con una historia que capta nuestro interés, develando detalles escena tras escena, un tratamiento estético atractivo que no agobia, y una interpretación sólida de su protagonista, La Vigilante del Futuro: Ghost in the Shell sale más que airosa del laberinto en que a veces suelen perderse las adaptaciones cinematográficas. E incluso se da el gusto de meter un poco de filosofía existencialista.