Con una coloratura, imagen y estilo artístico ascético, despojado y plomizo, Graba propone, entre otras cosas, la problemática inmigratoria de un sudamericano en un país claramente restrictivo y poco inclusivo en ese aspecto. Una capital de Francia muy alejada de las postales, con una realidad actual más gris y menos reconfortante que en otras épocas. En ese contexto, la protagonista argentina se debate entre un pasado reciente doloroso y un presente ambiguo, que le ofrece oportunidades laborales y amorosas, pero al mismo tiempo la deportación y el rechazo, en varios sentidos. Un misterioso test de embarazo termina de ensombrecer, o no, el panorama de una chica introspectiva y sufrida pero sensual y seductora a su modo, caracterizada de manera impecable por la magnética Belén Blanco. El cineasta Sergio Mazza diseña una pequeña obra cinematográfica cargada de silencios y significados, de sexo y desapego, de angustias y barreras. Con un marcado realismo intimista que reniega de apoyaturas musicales o visuales innecesarias, Graba va desarrollando su breve trama con inteligencia y sensibilidad. Algunas intrigas de la historia serán reveladas, otras no, ni tampoco harán falta, redondeando una pieza atrayente, por más que se proponga lo opuesto. El casi debutante francés Antoine Ronan Raux acierta en un personaje en crisis, complementándose apropiadamente con la mencionada actriz, ideal para su rol.
A pesar que Quentin Tarantino cumple en este film con sus excentricidades expresivas, cosa habitual en su –corta- filmografía, en el caso de Django sin cadenas esa característica se manifiesta sólo en pequeñas cuotas. La premisa principal de este extraordinario y memorable western en estado puro –o impuro-, es contar una historia ambiciosa, apasionante y a la vez durísima, que se entronca con las más salvajes y deplorables tradiciones del derrotero estadounidense. Aquellas perlitas levemente antojadizas siguen siendo, para qué negarlo, ese sello personal tan suyo que hace a sus películas algo único, pero el resto es narración limpia, cine clásico y moderno, poesía cinematográfica al servicio de objetivos dramáticos precisos. Una trama que se va construyendo a través de escenas y secuencias fría y minuciosamente calculadas, pero fervorosamente manufacturadas. La improbable amistad entre un cazarrecompensas alemán y un esclavo afroamericano es el inmejorable el hilo conductor del relato, vínculo que aúna conveniencia y venganza, pero a la postre, solidaridad y hermandad. Django sin cadenas es western spaghetti y western americano, es Lo bueno, lo malo y lo feo y El oro de Mackenna, pero fundamental y sustancialmente es un relevamiento estremecedor de las extremas perversiones de la esclavitud imperante. Si bien los toques de humor y parodia no están ausentes, el director de Kill Bill elije retratar la esclavitud en sus costados más humillantes, execrables y sanguinarios. En ese horizonte descarnado, poblado de laceraciones físicas y psíquicas, Django se vuelve una suerte de fascinante Shaft del Viejo Oeste. El cóctel audiovisual es realzado aún más por un elenco soberbio, partiendo de Christoph Waltz, el medido Jamie Foxx, un inusual Leonardo DiCaprio, hasta llegar al descomunal y camaleónico Samuel L. Jackson. E incluyendo disfrutables participaciones entre las que el propio Tarantino se reservó su respectivo y explosivo cameo. La anacrónica y nostálgica banda de sonido se ensambla de manera extraña y genial con la estética general de un cineasta al que se lo puede examinar de manera puntillosa o ampulosa, insertándolo en una ensalada –que él mismo propicia- de títulos y géneros. Pero más allá de cualquier análisis, Django sin cadenas es simple, lisa y llanamente, una gran película.
Con la intención de ofrecer una película familiar, S.O.S: Familia en apuros busca cierta fórmula divertida dentro del subgénero pero no se preocupa demasiado por partir de un guión mínimamente potable, y hasta la idea hace acordar a algún otro film. El director de la afín y poco atractiva Entrenando a Papá reincide en la temática familiera con niños incluidos con discretos resultados, aún contando con una pareja protagónica de expertos comediantes como Billy Crystal y Bette Midler. La historia parte precisamente de ellos, que en medio de una pequeña crisis deciden viajar a la otra punta del país para cuidar a tres nietos que no ven hace años. La “vieja escuela” de los abuelos choca con la modernosa educación de sus padres y en ese pequeño apremio reside la tónica del film. Pero los gags son forzados y algunos de ellos bastante escatológicos, con la suposición que pueden resultar graciosos para chicos y grandes. Para colmo otro grupo de chistes abusa del materialismo, ya que el abuelo “soborna” al más pequeño para que cumpla con sus presuntas enseñanzas. Mal gusto y capitalismo, en yunta. De todos modos Midler y Crystal aportan su carisma y brindan un momento agradable al cantar a dúo una vieja canción infantil, y en el final algunos toques emotivos pueden funcionar. Pese a los reparos, los chicos se pueden enganchar perfectamente con la trama, a ellos –y quizás también a un público muy mayor- está dirigida la propuesta.
Más allá de un excelente –por más que resulte habitual, cosa que no se debe confundir con rutinario- protagónico de Ricardo Darín y una impecable factura técnica, Tesis sobre un homicidio falla en su remate y además se emparenta de manera llamativa con El Secreto de sus Ojos. Ambos largometrajes, aunque el de Juan José Campanella haya sido más abarcativo y ambicioso, entran dentro del terreno del thriller policial y presentan un cruento y misterioso asesinato a una chica, que casualmente propiciará la obsesiva investigación de un abogado especialista en criminología, rol llevado a cabo por el mismo intérprete del film ganador del Oscar, cuyo protagonista trabajaba asimismo en el ámbito judicial. Paralelismos que se acumulan y pueden no resultar tan oportunos. Fuera de esto, Tesis sobre un homicidio atrapa en todo su transcurso con buenas armas formales y expresivas. La calidad de todos sus rubros, como el de la fotografía, se aprecian con gusto, en medio de un desarrollo argumental que siempre genera interés, a través de ese investigador vuelto docente que desea fervientemente volver a sus mejores épocas. Y que acaso haya creado para sí un escenario criminal ideal para que esto sea factible, porque él no está fuera de la lista de sospechosos, aún convencido de la culpabilidad de un alumno suyo, a la vez hijo de un viejo amigo. El sorpresivo y ambiguo desenlace sugiere un difuso culpable, sin embargo se asemeja más a un final abierto que a otra cosa. Justamente un momento de clímax en el que daba la sensación que aún faltaba mucho por contar; el principio de una etapa investigativa definitoria en la trama. El talentoso Hernán Goldfrid, responsable de la formidable Música en espera, comedia romántica que aunaba varios géneros y estímulos, no alcanza aquí los mismos resultados pero repite buenas performances actorales, aparte de Darín se destacan Arturo Puig y el hispano-cordobés Alberto Ammann con exactas composiciones.
Con una gran interpretación de Richard Gere, un libro inteligente y una realización espléndida del cuasi debutante Nicholas Jarecki (sólo con un documental en su haber), Mentiras mortales establece una pieza de primer nivel, con no pocos toques reflexivos. Si hay que cuestionar algo no es culpa de sus artífices, y es el deplorable título en castellano, que no aprovecha el sentido de Arbitrage, palabra inexistente en el diccionario inglés que combina términos como arbitrariedad, pacto y calamidad. Describiendo sin pausas la atribulada vida de un prospero empresario y casi magnate, a pocos días de festejar su cumpleaños número 60, Arbitrage es una película que desde un formato aparentemente convencional propone conceptos alejados del más reciente y rutinario cine estadounidense. Este hombre entrará en una vorágine de desventuras –por manejos ilegales y una muerte inesperada- que llevarán su privilegiada vida profesional y familiar a una crisis de proporciones. El film va desarrollando su estructura dramática de manera certera e impecable, induciendo al espectador a introducirse en zonas inquietantes del turbulento mundo de las componendas y agachadas financieras, hasta llegar a la amarga redención de su plano final. Las actuaciones son un pilar en la estructura clásica del film, al ya mencionado Gere se suman las breves pero soberbias participaciones de Tim Roth y Susan Sarandon y los jóvenes y notables Brit Marling y Nate Parker, todo realzado por las magnéticas impresiones musicales de Cliff Martinez.
Basado en un personaje creado por un ex productor televisivo desempleado, Jack Reacher - bajo la mira tiene un arranque estremecedor si tenemos en cuenta los sucesos recientes en el país del norte: un hombre con un rifle de mira telescópica mata a cinco personas en un espacio público sin razón aparente. Luego entrará en acción el protagonista, un ex militar e investigador policial marginal que será tanto héroe como villano prófugo en distintos pasajes del film. Christopher McQuarrie, responsable como director de la violentísima pero casi filosófica Al calor de las armas y como guionista de la brillante Los Sospechosos de Siempre, construye su película apoyándose en climas y tiempos psicológicos de los personajes. Pero el problema es que el material argumental no era muy profundo ni creativo que digamos, por más que el cineasta se esfuerce por otorgarle una entidad más reflexiva al film. Tanto intercambio de palabras e hipótesis investigativas lo extienden innecesariamente y le otorgan cierta solemnidad, aunque algunos toques de humor no están ausentes, especialmente en algunas réplicas descontracturadas del protagonista. Aún así el film posee solidez narrativa tanto en las secuencias de acción –varias de ellas excelentes- como en intensos diálogos que ofrecen un par de vueltas de tuerca. Y cierta línea chispeante se intensifica con la aparición del rol interpretado por el legendario Robert Duvall, en un personaje relajado que se complementa a la perfección con el inflexible y acosado Reacher. En suma, un film con menos acción que la esperada pero que igualmente atrapa. Y que quizás sea el arranque de una nueva saga -hay dieciséis novelas más de Reacher- con un Cruise convincenteque sabe otorgarle matices a sus personajes.
Una auténtica sorpresa rojo sangre y tarantiniana nacional, entrega este Diablo, realizada por el casi debutante Nicanor Loretti y celebrada en el Festival de Mar del Plata 2011. Procedente de la redacción de la emblemática publicación de cine fantástico y alternativo La Cosa, Loretti se decidió para su ópera prima de ficción por una pieza repleta de violencia gore y guiños vinculados al cine de Guy Ritchie, Robert Rodriguez, el mencionado e idolatrado Quentin y hasta nombres más lejanos como los de Sam Peckimpah. Sin embargo, y he aquí lo mas destacable y disfrutable de la película, tiene muy poco de cine americano y si -y mucho-, de costumbrismos locales que le otorgan una fenomenal identidad, y que colaboran en un espíritu juguetón que llega a deparar momentos auténticamente desopilantes. Diablo es también el nombre de un antihéroe inesperado que presenta el film, el primo del ex campeón de boxeo que la protagoniza, un hombre acabado y abrumado que sólo desea recibir la visita de su ex novia, pero que se hundirá sin pausas en un cadalso de violencia y muerte. Siempre al borde del absurdo y el ridículo, y aún con algunos cabos sueltos inevitables, Diablo sale a flote de todas sus situaciones extremas con sagacidad narrativa y bizarro sentido del humor. Para ello se sostiene en una explosiva e imperdible caracterización de Juan Palomino, brillantemente acompañado por Sergio Boris, dentro de un elenco consustanciado.
Con un claro estilo clásico de film de gánsters de la era de la Ley Seca, Los ilegales respeta sin fanatismos los códigos del género, aportando toques distintivos que la realzan. Dirigida por John Hillcoat, responsable de una pieza post apocalíptica notable y sin concesiones como La carretera, cambia aquí radicalmente su impronta expresiva y temática para introducirse en un mundo sórdido e inclemente. Y en ese sentido, tanto para abordar un impredecible futuro como un más palpable pasado, Hillcoat apela a armas visuales y dramáticas que lo llevan a terrenos inesperadamente semejantes. Y asimismo se rodea nuevamente –como un el caso mencionado, que contó con nombres como los de Viggo Mortensen, Charlize Theron, Robert Duvall y Guy Pearce- de un elenco extraordinario, magníficamente conducido. Basada en un libro de Matt Bondurant en el que se recorre la epopeya criminal de la familia que lleva ese apellido, el film se ocupa de tres temerarios hermanos que se atreven a competir en el redituable negocio del alcohol ilegal, enfrentándose con obstinación a enemigos irreductibles que los acosan desde ambos lados de la ley. La obsesión de los Bondurant, con diferentes matices entre ellos, es hacerse respetar y crear su propio imperio en una época descarnada y sin códigos de comportamiento. Con elementos narrativos que recuerdan films de los Cohen (especialmente De paseo a la muerte), otros de los 70 como Dillinger o Bonnie & Clyde, o la reciente El enemigo público, Los ilegales entrega intensos momentos de acción en los que la truculencia y cierto preciosismo visual que hace foco en lo nefasto, no están ausentes. Las interpretaciones son soberbias, partiendo de Tom Hardy y el ascendente Shia LaBeouf hasta las fenomenales participaciones de Guy Pearce y Gary Oldman.
Insertando a un joven hombre urbano y profesional en un contexto extraño y hostil -un pequeño pueblo en el que queda varado, a expensas de historias y personajes que le son ajenos pero que lo intrigan y motivan-, el realizador Dieguillo Fernández ofrece una ópera prima despareja pero valiosa y argumentalmente atrayente. Ese arquitecto, que espera que su remota mujer se decida o no por seguir con él, despojado de su identidad al extraviar su bolso, encontrará en ese poblado indeterminado nuevas e insospechadas razones de vida a través de una niña huérfana o abandonada, repleta de misterios y a la vez necesitada de un vínculo afectivo que la salve. La trama tiene chispazos de originalidad y está bien desarrollada a través del guión del propio director y Edgardo González Amer, logrando pasajes interesantes, poéticos y emotivos, fundamentalmente por intermedio del rol de la pequeña de mediana edad, con suficientes cuestiones a resolver que logran atraer. Luciano Cáceres lleva adelante un protagónico convincente, evocando a otros personajes cinematográficos masculinos fuera de su ámbito y buscando reencontrarse con ellos mismos.
A través de un talentoso cuarteto de intérpretes y una interesante línea narrativa, Una mujer sucede es el primer largometraje de Pablo Bucca, quien adapta con recursos consistentes una novela de Luis Lozano dotada de buenas ideas. El arranque resulta atrayente, en un indeterminado pueblo del interior, cubierto por una copiosa lluviosa nocturna, tres hombres se reúnen accidentalmente –o noen el velatorio de una mujer, cuya identidad se desconoce. A partir de allí, entre cartas, truco y cortes de luz, cada uno irá desgranando hipótesis acerca del nombre real del cuerpo oculto en un cajón –que a la vez oficia de mesa- en ese despoblado funeral. Y aflorarán historias amorosas que han signado sus rutinarias existencias, todas representadas por mujeres caracterizadas por la versátil y bella Viviana Saccone. Del trío de relatos, desarrollados través de sendos flashbacks, se destaca el capítulo del medio, el más logrado dramáticamente, con una trama potente y cambiante. Los otros están dentro del tono ambiguo y melancólico que trasunta un film que quizás adolezca de un climax final o acaso de un remate que justifique mejor la propuesta. Fuera de la ya mencionada y camaleónica performance de la Saccone, las actuaciones masculinas están teñidas de una gran sensibilidad, a través de un exacto Eduardo Blanco, un convincente Alejandro Awada y un entrañable Oscar Alegre.