Inquietante y levemente perturbadora, La Inocencia de la Araña contiene logros creativos en la faz argumental, pero también desfasajes dramáticos y actorales que perjudican el conjunto. El guionista y director Sebastián Caulier ofrece aún así una auspiciosa ópera prima, en la que la idea de un temprano y perverso despertar amoroso de dos niñas, expuestas a contradictorios mandatos adultos y a dudosas leyendas mágicas de la zona, se destaca. Una araña, al igual que otro film nacional reciente, La araña vampiro, de Gabriel Medina, se transforma en un singular y metafórico eje que atraviesa la historia. En un colegio formoseño un nuevo y seductor profesor de biología lleva en una jaula de vidrio una tarántula para desarrollar experimentos, un gran amor suyo que hasta lleva un risueño nombre propio: Ofelia. Luego accederá a un vínculo real con una atractiva y superficial colega que ocasionará los celos de dos alumnas con una fértil imaginación y capacidad de trabajo para intentar separar a toda costa a la pareja. Dichas maquinaciones desembocarán en un cadalso, que sorprende y redimensiona la anécdota. Correctamente plasmada y enriquecida por un convincente protagónico de Juan Gil Navarro (un actor que debería ser más convocado por el cine), el film tiene como contrapartida la inexpresiva participación de las niñas (lugareñas y debutantes) que deben llevar a cuestas el mayor peso dramático de la historia.
Absolutamente sanguinolienta y macabra, Juegos de muerte es más una película gore que un film de terror en estado puro. O sea, impresiona, repugna, da miedo y también sobresalta, pero no es su principal virtud. En realidad, hablar de “virtudes” en este tipo de producciones es relativo, The Collection, tal su título original, está bien hecha dentro de sus retorcidos postulados, pero está claro que no se propone hacer arte. Aunque la traducción al castellano no lo anticipe, Juegos de muerte es la segunda parte de El juego del terror y no queda clara la razón de haber ocultado este detalle. Importante, claro, porque esta nueva entrega comienza directamente a partir del desenlace de la original y allí queda deschavada su condición de secuela. Veremos al principal sobreviviente del exterminio del primer film a manos de un asesino enmascarado, que es visitado por un grupo parapolicial para que se sume al rescate de una joven, nueva secuestrada por El Coleccionista. A todo esto se ha producido una masacre en una disco clandestina, que es un momento culminante dentro del estilo que predomina en el largometraje. El grupo armado, en busca del verdugo y sus secuestrados, ingresará a una fétida guarida llena de trampas y sorpresas desagradables. Con claras influencias de El silencio de los inocentes y otros films que surgieron a su sombra, combinada con la saga de Saw (El juego del miedo), Juegos de muerte va desarrollando su galería de atrocidades sin demasiada lógica ni explicaciones –que en varios pasajes harían falta-, hasta llegar a una lucha final que tiene cierto nervio. El aspecto visual está cuidado, pero, más allá de las ideas sanguinarias puestas en juego, el guión y los diálogos no están bien trabajados. Pero sin dudas un público ávido de truculencias podrá sentirse recompensado.
Néstor Kirchner fue un hombre que asumió la presidencia de su país convencido que no iba a ser un mandatario más. Arribó a un cargo bastardeado, menoscabado, degradado por nombres que a lo largo de la historia democrática contemporánea y aún apoyados por grandes caudales de votos, no se destacaron por el atrevimiento, el altruismo y la grandeza y sí por la claudicación, la indolencia y la avaricia. Hubo excepciones a la regla, nombres ilustres que alcanzaron a edificar, entre obstáculos irreductibles y enemigos insaciables, precedentes relevantes sobre los que Kirchner se alineó, aprovechando un momento propicio para llevar adelante políticas restauradoras y reivindicativas. Se entregó en cuerpo y alma a producir pura y transformadora gestión gubernamental, generando cambios sustanciales que quizás le hayan costado la vida. La cineasta Paula de Luque habla básica y precisamente de todo eso, aún usando palabras ajenas e imágenes prestadas. Con un espíritu militante y el nervio testimonial que hacía falta, Néstor Kirchner, la película contiene y expande la epopeya de un estadista esencial del segmento más reciente de la política nacional. Apelando a un formato y una modalidad expresiva alejada de su filmografía previa -aún de un film claramente político como su opus anterior Juan y Eva-, esta obra documental canaliza un poderoso caudal de imágenes alusivas con una impronta sobria y reflexiva, que se permite transgredir algunos preceptos del género y revalorizar otros. Con una cambiante y multigenérica trayectoria detrás, De Luque construye una pieza que, recorriendo postulados esenciales del discurso kirchnerista (como el resonante No voy a dejar mis convicciones en la puerta de la Casa Rosada) incluye toques poéticos y evocativos. Dentro de los momentos íntimos y desconocidos de su entorno familiar, la muerte del ex presidente ocupa una porción ínfima del film, que se realimenta permanentemente con actos de vida y militancia. Faltarán cosas, pero aún así se trata de un tributo cinematográfico fuertemente emotivo, una visión ambiciosa y a la vez austera enmarcada por la indispensable música del gran Santaolalla.
Crepúsculo y sus continuaciones deben conformar la saga más insípida producida por la historia del cine. Basados en novelas de la astuta autora Stephenie Meyer, y aún con algunos toques imaginativos dentro de la frecuentada mitología vampírica, el conjunto de cuatro films nunca lograron remontar su propuesta, pálida como la piel de sus protagonistas. Dirigida fundamentalmente a jóvenes preadolescentes, con una estirada trama que combina peripecias de chupasangres y licántropos con un lánguido y telenovelesco romanticismo, la saga llega a su clausura con un film dividido en dos partes. Siempre encarnados por chicos y chicas modernos, atildados, bellos y fashion, con escasas dotes actorales y expresivas, estos vampiros y hombres lobo presentan una casi imperceptible monstruosidad, un detalle menor dentro de las alternativas de la historia. Quizás esta última parte, incluyendo Amanecer parte 1, contenga mayores ingredientes de terror y aventura. Se podría mencionar el final de la primera parte, que muestra un inquietante embarazo de la heroína Bella, con algún toque de Alien, y el remate de este segmento definitivo, que muestra un enfrentamiento final con cierta épica y violencia desusada. Este desenlace guarda una sorpresa, que apela a un recurso empleado asimismo por Oliver Stone en su reciente Salvajes. Sea como fuere, hay cierto nervio y espectáculo en ese final, dentro de una película que en general no conmueve demasiado. Esto no ocurrirá con los abundantes fans de la saga, que con seguridad disfrutarán intensamente de este cierre crepuscular. Bill Condon, director de la excelente Dioses y monstruos y de la rítmica y atrayente Dreamgierls, no alcanza ni por asomo esa calidad expresiva con Amanecer Parte 2, pero sin dudas que conformará a los seguidores y habrá acumulado recursos para futuras obras más personales. El formidable histrionismo de Michael Sheen se destaca claramente dentro de la pobreza interpretativa.
Tras incursionar en el thriller con la estupenda El gato desaparece, en la introspección pictórica y metafórica con la fallida La ventana, y en una road-movie autóctona y deportiva con El camino de San Diego, Carlos Sorín vuelve a las fuentes con Días de pesca, con el marco en el que más se siente identificado y dentro de la estética y la pulsión narrativa que se han vuelto un sello en su filmografía. El realizador retoma el aliento y las atmósferas sencillas con las que diseñó ese film extraordinario que fue Historias mínimas, y lo hace a través de una trama en la que el protagonista podría haber sido amigo del personaje de Javier Lombardo y pariente de la chica que recorre la ruta con su auto en el citado film. Un hombre que viaja a Puerto Deseado con el objetivo claro, aunque con difusos elementos, de buscar reencontrarse con su abandonada hija, y a la vez cristalizar el viejo sueño de participar en la pesca deportiva de tiburones. Todo se irá desarrollando en forma minimalista e incierta pero con una inconfundible expresividad soriniana. Combinando nuevamente –hace tiempo que no lo hacía- actores profesionales con lugareños debutantes, el cineasta despliega una impronta sentimental que no sacude pero que le hace placenteras consquillas al alma, hasta arribar a un plano final que encierra una pequeña pero emotiva metáfora. Un Alejandro Awada entrañable e impecable en cada gesto y cada texto, muy bien acompañado por la ascendente Victoria Almeida completan un cuadro fílmico breve, sencillo, algo contenido, pero igualmente virtuoso, realzado por los magníficos estímulos sonoros de Nicolás Sorín.
Llevada adelante por personajes al borde del abismo y capaces de las más insólitos y retorcidos comportamientos –por un puñado de dólares, eso sí-, Ni un hombre más propone una historia policial que a la vez es una comedia de enredos con toques de humor negro. No caben dudas que el guionista y director debutante Martín Salinas ha intentado abarcar variadas facetas expresivas en su debut cinematográfico, como que suele suceder en una primera obra, pero de todas maneras se las arregló bastante bien hasta el último tramo, en el que no alcanzó a resolver de manera adecuada tantos estímulos que fue proponiendo. Las alternativas de esta pieza cuyo título (que se refiere a una frase menor dentro de la trama) no resulta para nada expositivo del espíritu de la película, crecen y se enriquecen disparatadamente hasta que llegan a un punto muerto en que se anulan mutuamente. Con notoria influencia del cine inglés de humor negro, desde El quinteto de la muerte hasta la reciente Cuatro muertos y ningún entierro, adaptados en este caso a un marco litoraleño, Ni un hombre más sorprende, entretiene y provoca numerosos momentos de grotesca y perversa diversión. El consustanciado elenco es clave para sostener sus logros parciales, entre los que se destacan la siempre brillante Valeria Bertuccelli, el dúctil y ascendente Martín Piroyansky y un Luis Ziembrowski en otro registro.
Dotada de una realización prolija, buen ritmo y un convincente nivel actoral y artístico, Otro corazón, no logra, pese a estas meritorias virtudes, conformar una película aceptable. El cineasta Tomás Sanchez despliega una multiplicidad objetivos expresivos que se quedan en estímulos vacíos en su pretensión de tocar fibras emocionales, ya que cierto apuro en acumular situaciones y diálogos van en desmedro de la hondura dramática. También habría que apuntar que la película está auspiciada por la Fundación Favaloro y el INCUCAI, instituciones que quizás establecieron pautas en la trama que pudieron limitar los alcances del guión. El núcleo argumental se refiere a un hombre que espera su primer hijo y se debate entre esa inminente paternidad y la afección cardíaca que amenaza la vida de su padre, precisado de un urgente trasplante de corazón. Esta temática, tomada de manera alivianada –y a veces candorosa- y con diversos toques de humor, se va ramificando con varias historias paralelas que, en lugar de enriquecer la narración, la disgrega y la vuelve confusa. Esta dispersión se agudiza en el último segmento del film, que no logra encarrilarse pese a sus aciertos formales. Entre ellos hay que apuntar la riqueza que expone el versátil elenco, especialmente Elena Roger, quién no sólo se luce actuando sino entonando buenas canciones de Javier Lopez Del Carril y Luis Alberto Spinetta. Lo propio se puede decir de Patricia Sosa y su prometedora hija Marta Mediavilla, con pasajes musicales que no se justifican demasiado, pero se disfrutan. Fabián Gianola y Carlos Moreno hacen también aportes interesantes con sus personajes.
Abordando una historia fuerte relacionada con dos amigas de la adolescencia, casi hermanas, El sexo de las madres se introduce en duras y controvertidas temáticas femeninas, que la directora Alejandra Marino afronta con disparidad. Ambas volverán a encontrarse en un lejano hostel campestre, un reencuentro signado por secretos muy ocultos y peligros que merodean. Serán los hijos de ellas quienes activarán ciertos resortes para que los misterios de sangre y vejación se aclaren. Cierta buscada sensualidad en ambas madres, tal como anticipa el título, aparecen en distintos momentos del relato, lo mismo que las pistas con respecto a maternidades reales o ficticias. La historia posee cierta intriga, con un par de sorpresas en su tramo final, pero la narración y los diálogos no acompañan adecuadamente el trámite. La cineasta no opta por un final explícito, logrando ser sugerente frente a los tangibles matices truculentros que afloran en el desenlace. En las actuaciones conviven dos actrices experimentadas y sensitivas como Victoria Carreras y Roxana Blanco, que le otorgan entidad a sus conflictuados personajes, junto a adolescentes debutantes apenas convincentes como Tahiel Arevalo y Carolina Rodríguez Carreras. Un rol destacable y difícil está a cargo de Juan Carlos Di Lullo. Marino, de todos modos, mejora con respecto a la melodramática Franzie y merece un crédito para su futura realización.
Un jubiloso y entrañable compendio de lo mejor del caudal expresivo y estético de Tim Burton ofrece el último film del gran cineasta, o más bien artista integral del arte audiovisual. Frankenweenie se puede tomar como una pieza infantil, para todo público o acaso para adultos con alma de niños freak, pero sea como fuere, se trata de una obra cautivante y memorable. Recreando y expandiendo al máximo su primer cortometraje, homenajea en primera instancia al cine de terror, un género en el que Burton se siente irremediablemente extasiado, y que lo ha inspirado en gran parte de su suculenta filmografía. Imposible dejar de mencionar a El extraño mundo de Jack como principal antecedente -aquella maravillosa relectura del mito de la Navidad que extrañamente no fue dirigida por él pero que nadie deja de adjudicársela-, por el espíritu tenebroso y la técnica de realización, exactamente la misma utilizada en Frankenweenie, ese cuadro a cuadro que en este caso recibe varias ayuditas de la animación digital, pero que destila en todo momento ese sabor artesanal y diferente a tanto producto de dibujo computado reciente. El introvertido e ingenioso niño protagonista es sin dudas un alter ego de Burton, ya desde el hecho de realizar películas caseras que sus padres disfrutan, que luego se convertirá en un genio sombrío al tratar de resucitar a su amado perrito Sparky, inspirado en otras hazañas llevadas a cabo por otroras portadores de su apellido Frankenstein. Con claros homenajes a la imagen en blanco y negro que lograba James Whale en sus films sobre aquel científico y reanimador serial, Frankenweenie propone un deleite tan terrorífico como humano, porque el creador de El joven manos de tijera ofrece criaturas repletas de ternura y capacidad de redención. Fascinante en todo su metraje, incluyendo su delicioso desfile de monstruos final, el film posee el plus de poder ser apreciado en su idioma original y escuchar las voces de grandes intérpretes como la del legendario Martin Landau (el Vincent Price de Ed Wood, la mayor obra de Burton).
Un experimento cinematográfico no siempre se puede englobar dentro del cine experimental, por eso Longchamps sólo se podría ubicar en el terreno de lo primero, un simple experimento, insípido y apenas tolerable. Filmada en un solo día, ubicada en una única locación, presuntamente de la zona a la que hace referencia el título, y basándose en improvisaciones de un grupo de actores en formación, el film deambula dentro de una pobre excusa argumental, que en todo su transcurso no logra alcanzar ningún tipo de asidero. Según reza la información, la película se llevó a cabo a través de una idea técnicamente ingeniosa, con ocho tomas de una hora de duración registradas simultáneamente en distintos espacios de esa casa que es el epicentro de las alternativas del film. La idea central aúna una nueva guerra mundial con partituras de Béla Bartok, y sólo acumula situaciones confusas y diálogos reiterativos y absurdos. La experimentación en el cine siempre es bienvenida, pero en este caso el resultado es insostenible y no justifica su estreno al público. Aún así, o precisamente por todo lo apuntado, quizás Longchamps llegue a ser considerado un film de culto. Todo es posible.