Como una travesía musical y espiritual que encierra toda la mitología y las tradiciones autóctonas colombianas se podría definir Los viajes del viento, ambicioso segundo film de Ciro Guerra. Alemania, Holanda y Argentina participaron de esta coproducción que cuenta el último trayecto de un legendario acordeonista y cantor que ha decidido dejar de tocar, no sin antes cumplir con algunos mandatos. Ignacio Carrillo es el nombre de este popular juglar que tras años de recorrer poblados cargando con su acordeón, toma la decisión de hacer un largo viaje por la región norte de Colombia para devolverle el instrumento a su anciano maestro y así abandonar en paz su arte. Se plegará a su periplo un joven cuya ilusión en la vida es seguir sus pasos y llegar a ser acordeonista, con el que establece un vínculo paternal y de guía vivencial. Quizás el nulo espacio reservado para el humor y el excesivo metraje aumentan el peso de algunos subrayados acerca de la conducta del protagonista y ciertos momentos demasiado circunspectos o ceremoniosos. Rodada en cinemascope, Los viajes del viento logra captar gracias a este mítico formato visual la magnitud de un paisaje muy bien registrado. Lo que, sumado a sus indudables valores, vuelve recomendable ver este film –perteneciente a un cine poco divulgado en nuestro país-, en las salas.
Haciendo punta en una primorosa vuelta a las fuentes que está encarando la plana mayor de los Estudios Disney, La princesa y el sapo recuerda aquella época dorada de la animación que volvió inmortal a su creador, Don Walt. Este film realizado en animación tradicional es el primer paso de una serie en la que el cartón pintado vuelve a ser la estrella reemplazando a la digitalización y el motion capture, con Winnie The Pooh como proyecto inminente. En este caso John Musker y Ron Clements, dos experimentados hombres de la productora que tenían en su haber La sirenita y Aladino, plasmaron esta creativa versión de un clásico de los cuentos infantiles con princesa incluída que había quedado pendiente. Y con el condimento musical que caracterizó a films del estudio como Hércules y otros. El nuevo giro del relato original se ambienta en New Orleans en los años veinte y presenta a una chica afroamericana llena de ilusiones que se topará con un sapo en apariencia recién salido de los típicos pantanos de la zona pero que esconde a un príncipe hechizado. Y el proverbial beso que él se procurará para volver a ser humano dará pie a otro resultado y a una aventura colorida dotada de personajes muy divertidos. De todas maneras, y pese al aggiornamiento de situaciones y dibujos, efectos y criaturas, o quizás por esto mismo –por momentos hay un exceso de chistes de dudoso gusto-, La princesa y el sapo no alcanza la estatura de los grandes clásicos de Disney. Pero es un muy buen exponente remozado de una animación tradicional que estaba haciendo falta.
Si bien la mención aparece recién en los créditos finales y ni siquiera está consignado en el afiche –doble despropósito- Están Todos Bien es una versión estadounidense (coproducida con Italia) de la película de Giuseppe Tornatore Stanno tutti bene. Protagonizada por el gran Marcello Mastroianni y con otra extraordinaria partitura de Ennio Morricone, fue una verdadera obra maestra de Tornatore que, como ha ocurrido antes (Fabricante de estrellas y La leyenda de 1900 no fueron valoradas en su real dimensión) y sigue ocurriendo ahora (con la excelente La desconocida), ha estado eclipsada por la joya emblemática Cinema Paradiso. Con todo ese recuerdo, era muy difícil que ese buen director que es Kirk Jones (El divino Ned) logre empalidecer las virtudes del film original, cosa que por otra parte ocurre con el noventa por ciento de las a veces inexplicables remakes norteamericanas. De todas maneras Están Todos Bien, cuyo toque italiano en la producción sólo se vislumbra en la agradable música de Dario Marianelli, es un digno acercamiento al espíritu de aquél film, fundamentalmente porque la trama y la línea expresiva no pretenden emparentarse con la idiosincrasia familiera y extrovertida retratada por Tornatore. Jones se basa en la manera de ser del estadounidense, más sobrio con sus afectos y con una tradición familiar menos arraigada. Además le otorga al viudo y jubilado Frank una antigua tarea de manufacturador de cables, los mismos que acompañan sus viajes en tren y ómnibus por todo el país a la búsqueda de recomponer los lazos con sus distanciados hijos. En sus reencuentros descubrirá pequeñas o grandes tragedias que le eran ocultadas por ser un padre manipulador y proclive a la victimización. Él aún ve como niños a sus hijos adultos, y un tramo final profundamente emotivo le da un apropiado cierre a una comedia dramática que recupera a un gran actor como De Niro, acompañado por un elenco ajustado en el que se destaca Sam Rockwell.
Nuestro país ha sido pionero en el género ya que aquí se realizó el primer largometraje animado del mundo, El Apóstol, pieza de Quirino Cristiani. Tras él surgieron las figuras de Dante Quinterno, con Upa en apuros, uno de los primeros largos sonoros y en colores, y Manuel García Ferré, cuya hegemonía dentro de la animación atravesó varias décadas con productos de primer nivel. Nada de esto encuentra punto de comparación con Plumíferos, Aventuras Voladoras, impresentable estreno realizado en animación 3D que desmerece absolutamente esta rica historia. Más aún si nos referimos a films de los últimos años realizados con técnicas mixtas como la futurista Cóndor Crux, la corrosiva Mercano el marciano y especialmente la formidable Boogie el aceitoso. Hasta en los recientes films del Ratón Pérez –estos sí dirigidos al público infantil-, los personajes digitales interactúan con la acción viva con una técnica notoriamente superior a este mamarracho. El hecho que este film haya sido manufacturado por un estudio independiente empleando un software libre no justifica su extremada precariedad en todos los rubros. A pesar de estar protagonizada por aves, nunca remonta vuelo en su idea, diálogos, gags, voces (exceptuando los personajes a cargo de Peto Menahem y Mike Amigorena) ni fundamentalmente en una animación y fondos carente de todo arte, creatividad y gracia.
Inesperadamente proveniente de España, que vuelve a demostrar su capacidad de exportación en el mettier, PLANET 51 es un film de animación digital tan rebosante de creatividad como divertido. Hollywood hace rato emplea intérpretes (Banderas, Bardem, Penélope Cruz) como realizadores (Amenábar, Collet-Serra, Isabel Coixet, entre otros) y ahora también estrena y distribuye films de ese origen, algunos pertenecientes a terrenos muy ligados a la Meca del cine como el caso del terror, con REC y REC 2. Y con esta notable comedia animada de Jorge Blanco, logra –con la inestimable colaboración de Sony Pictures- un nivel técnico a veces similar a piezas de Pixar-Disney o Dremaworks, y por momentos superior por su desprejuicio, mordacidad, calidad visual y artística. La trama es uno de sus mejores atributos, al ironizar sobre la carrera espacial estadounidense a través de un engreído astronauta que se supone un adelantado en un planeta ya habitado por seres que, entre desniveles tecnológicos y el temor de ser invadidos por extraterrestres, lo transforman a él en un peligroso alienígena. Homenajeando la estética de los años 50 y con personajes fenomenales como Rover, un caninizado robot recolector de muestras con toques de WALL-E, Planet 51 redondea una experiencia reconfortante para todo tipo de público.
Los dos estrenos argentinos de esta semana, Matar a Videla y La Tigra, Chaco presentan un tópico similar: el regreso de un joven a su pueblo natal y sus afectos primordiales. Y hace poco se dio a conocer Los Angeles, otro film nacional afín a esta tónica pero con una impronta más cruda, que se vincula a esta joyita dirigida por Federico Godfrid y Juan Sasiaín por sus valores cinematográficos y por retratar pueblos reales de pocas cuadras de extensión y escasísima población. En este caso ese retorno es relatado con tanta economía de recursos expresivos como generoso despliegue de apuntes costumbristas, diálogos verosímiles y una cristalina capacidad de transmitir sensaciones y emociones. La búsqueda nunca explicitada de un padre nómade parece ser la excusa de Esteban para reencontrarse con olores, sabores, texturas y afectos perdidos. Y fundamentalmente con una compañera de la infancia que desestructurará su presente, levemente cosmopolita, devolviéndole su propio corazón detenido. La excelente y sensible interpretación de Ezequiel Tronconi y la bellísima Guadalupe Docampo se conjugan impecablemente con un elenco en que se amalgaman –acaso con un espíritu soriniano- lugareños y actores profesionales. Un film pequeño en su propuesta y duración pero enorme en su alcance artístico y emocional.
Basada en una sarcástica obra de Noel Coward, Buenas costumbres cuenta con la inesperada mirada del director de Las aventuras de Priscilla, reina del desierto, Stephan Elliott. Se trata de la reaparición de un realizador muy poco prolífico, el film nombrado, su ópera prima, data de 1994, y su segunda pieza ya tiene casi diez años de estrenada. Y este cineasta australiano que tiene aquí el desafío de adaptar a este prestigioso autor al frente de un elenco repleto de figuras, se puede decir que arriba a buen puerto, sin apartarse del espíritu del dramaturgo y aportando algunos toques ácidos y de humor grotesco que aggiornan al original. El arranque de Buenas costumbres muestra imágenes proyectadas en un cine de los años veinte que combinan tomas de archivo con agregados digitales actuales que dan la sensación que el film va a transitar por el terreno de la gran recreación de época con historias cruzadas entre muchos personajes. Pero no, la trama nunca se diversifica demasiado, restringiéndose a un enfrentamiento entre una dama de buena familia británica que transita su decadencia y su flamante nuera, una sexy y glamorosa joven mujer estadounidense que además está adelantada a su tiempo –aún hoy lo estaría-, ya que es corredora y líder en carreras de autos. Un joven, frívolo y –en apariencia- acaudalado caballero inglés se casa impetuosamente con ella y al poco tiempo la lleva a su hogar familiar, confrontándola inconcientemente con su rigurosa, hiriente pero a la vez lúcida y sabia madre. La dinámica familiar que gira alrededor de ellas dos, incluyendo la servidumbre, los allegados, las costumbres y pasatiempos al aire libre, funcionan como un sustancioso desfile que caracteriza a un film que atrae sin pausas pero que no mueve a grandes reflexiones. Tampoco son muy necesarias, estas Buenas costumbres redondean un momento de agradable buen cine con estupendos intérpretes como Kristin Scott Thomas, Colin Firth, Kris Marshall y la cada vez más bella Jessica Biel.
Basada en una pieza que a su vez tuvo su origen en un film de Federico Fellini, esta recreación fílmica de Rob Marshall propone un deslumbrante y melancólico homenaje al cine en formato de comedia musical. El curioso trayecto de esta obra que tuvo su punto de partida en el cine y que ahora vuelve con renovado formato al celuloide, no tiene una trama definida porque es precisamente una semblanza del bloqueo creativo de un director de cuya crisis salió la inmortal 8 y medio y muchas décadas después nos depara esta espléndida Nine. La manera en la que Marshall, responsable de una brillante adaptación del género con Chicago pero también de un gran film como Memorias de una geisha, aborda su despliegue narrativo y visual, es a través de quiebres permanentes. Desarrolla su trama con un estilo expresivo claramente europeo, y traslada de pronto al espectador a un escenario con toda la puesta en escena correspondiente el espectáculo, para luego volver a las calles, los estudios o los hoteles de Roma donde prosigue una historia escasa y a veces inconexa pero sustanciosa glamorosa, irresistible y por momentos emocionante. Daniel Day-Lewis, Marion Cotillard, Sophia Loren, son algunos de los nombres que iluminan la pantalla a puro carisma y talento.
Concebida como una auténtica superproducción llevada adelante por Kazajistán, Rusia, Mongolia y Alemania, Mongol es un épico y extraordinario film del realizador ruso Sergei Bodrov que compitió hace un par de años por el Oscar en su rubro. Con notorias y casi indisimulables influencias de Akira Kurozawa, el film ahonda en los conflictivos primeros años de la vida de alguien nacido bajo el nombre de Temudgin que luego se transformará en el poderoso, proverbial, casi mitológico líder Genghis Khan. Bodrov elige una pintura benigna acerca de la niñez y juventud de quién fue considerado un salvaje y despótico emperador, retratado como un duro guerrero pero también como un hombre tenaz, visionario y generoso. Todo el enorme crisol de costumbrismos cotidianos, ancestrales y guerreros de esas regiones están recreados de manera espléndida en la película de Bodrov, como la ceremonia o pacto de sangre que sella una hermandad, la elección varonil de las prometidas, el temor a los truenos, y la astrología, que titula y segmenta el film, en varios capítulos de acuerdo al animal correspondiente (caballo de fuego, tigre, etc). Si bien el film progresa de manera cronológica, no tiene un tono biográfico y prefiere contar sus incidencias con toques poéticos, elipsis sugerentes, figuras que se recortan en el paisaje imponente y miradas poderosas que resumen en silencio pasajes de la trama.
Bellísima analogía entre el mar, el agua y el alma femenina, Medusas es un film israelí capaz de contar un puñado de historias dispares y encadenarlas sin perder nunca su línea narrativa. Situaciones costumbristas y cotidianas en el marco urbano de Tel Aviv que no sólo atraen y comprometen emocionalmente sino que también incluyen, imperceptiblemente, un universo surreal, onírico y metafórico. Una mesera de catering que recoge a una niña aparentemente abandonada en la playa, una pareja que atraviesa una accidentada luna de miel, una mujer filipina que cuida ancianos y que desea volver a su país con un barco de juguete para el cumpleaños de su hijo, una mujer que vive una relación conflictiva con su hija actriz y que desea desesperadamente dar y recibir afecto, son algunos de los personajes que recorren la pantalla en su muy corto metraje. Esa compleja estructura coral presentada por la pareja de escritores y ahora cineastas Etgar Keret y Shira Geffen da la sensación que dejará unos cuantos cabos sueltos que deberán ser completados por la imaginación al espectador, sin embargo, el brillante guión de ambos –colmado de pequeñas sorpresas- se las ingenia para esbozar un destino claro para todas esas frágiles y entrañables criaturas. Las sensibles composiciones de todo el elenco redondean una pequeña, poética e imperdible joya fílmica.