Con un gran elenco de actores, el director Diego Rafecas, con una experiencia personal con el mundo de la droga, se interna en una temática difícil y alcanza a transmitir con verosimilitud situaciones extremas relacionadas con las adicciones. Especialmente las que se vinculan con la manufactura, el tráfico y el consumo de esa suerte de narcótico apócrifo y criminal denominado paco. Se puede decir que Rafecas es un realizador versátil, capaz de abordar un film espiritual, atrayente y entretenido como Un buda y de adentrarse en submundos marginales como en la no tan lograda Rodney. En Paco no recurre a elementos de la primera, apenas a algunos vinculados a la segunda, conformando sin dudas su film más intenso y descarnado, aunque desprolijo estructuralmente al abarcar una trama coral con variadas líneas argumentales. La más importante es la que lleva adelante Francisco, apodado justamente Paco, hijo de una influyente senadora inducido a la sobredosis y envuelto en una escalada de revancha y violencia. Paralelamente el film atraviesa con lucidez el proceso de rehabilitación de buena parte de los personajes. Dentro y fuera de ese ámbito se destacan profundas interpretaciones de Luis Luque, Juan Palomino y Norma Aleandro, y roles conmovedores como el padre e hija compuestos por Claudio Rissi y Romina Richi, el padre-madre de Willy Lemos, Guillermo Pfening y un sensible y ajustado Tomás Fonzi.
Luego de unos años de ausencia o de poca actividad, la realizadora Kathryn Bigelow, muy atípica en su óptica del cine con respecto a sus colegas de género, vuelve al ruedo con un film de extraordinaria intensidad, capaz de producir una tensión difícil de tolerar. La ex esposa de James Cameron -con el cual justamente van a compartir nominaciones en los rubros de Mejor Director y Mejor Película-, logra mancomunar en Vivir al límite lo más puro del cine bélico contemporáneo con una mirada inquietante sobre la condición humana. Luego de un film iniciático adelantado a su época, Cuando cae la noche, aquél transformado en un clásico, Punto límite y una pieza futurista audaz y singular, Días extraños, la Bigelow empezó a filmar con menos asiduidad pero alcanzó a entregar otro film relacionado con el militarismo pero desde un punto de vista submarino y soviético, K-19. Y reiterando su clara identificación con los temas que abordan los cineastas hombres, Vivir al límite está ambientada bien a fondo, como nunca antes se vio en el cine, en la guerra de Irak. Una zona en permanente conflicto vista a través de los ojos de tres soldados estadounidenses que forman parte del escuadrón elite que se ocupa de la tarea más ingrata, la del desmantelamiento de bombas y objetos explosivos de todo tipo que las organizaciones rebeldes diseminan contra los invasores pero también contra su propio pueblo. Este retrato tan cercano y dotado de un enfoque tan específico sobre el tema recuerda a otros grandes films del género como Apocalypse now, Pelotón, Nacido para matar y Salvando al soldado Ryan. Aunque aquí hay poco espacio para la reflexión y mucho para el constante desfile de situaciones extremas que se deben resolver, más que con valentía y coraje, con el mismo criterio suicida de sus oponentes. Si bien quedan algunos cabos sueltos, Vivir al límite es una obra de notable poder expresivo que deja lacerantes resonancias, dotada de un excepcional trío de intérpretes y que quizás sea la gran sorpresa de la próxima entrega de la Academia.
En la historia del cine de ciencia-ficción o de anticipación hay un puñado de películas emblemáticas que parten de Metrópolis, pasan por La guerra de los mundos, La máquina del tiempo y El día que paralizaron la tierra, y llegan a títulos más contemporáneos como 2001 Odisea en el espacio, Encuentros cercanos del tercer tipo, Star Wars, Blade Runner y Matrix. Privilegiado inventario de films futuristas que va a incluír sin dudas a Avatar por sus avances técnicos y narrativos y su historia dotada de poderosos apuntes filosóficos y espirituales. La nueva obra de James Cameron transporta al espectador a otro universo, a otra realidad, como pocas veces antes el arte cinematográfico pudo plasmar, en la extraordinaria recreación de una lejana luna llamada -no casualmente- Pandora donde vive una tribu de criaturas azules de gran estatura rodeada de una deslumbrante fauna y flora. Allí descansa una de las potencialidades expresivas del film del autocalificado “rey del mundo” (o del cine), que como autor y director dejará sentada una postura ecologista y antimilitarista sencilla, pero impregnada de un altísimo voltaje emocional y audiovisual. Aún dentro de su trama singular y atrapante Avatar traerá a la memoria otros films, algo casi inevitable en el género; inclusive a algunos que se remontan al pasado como El último samurai de Edward Zwick. Pero nada disminuirá un impacto que recuerda el asombro que en su momento provocó el estreno de la primera Jurassic Park de Steven Spielberg o la que logró el propio Cameron, con con su poco reconocida El abismo. Sam Worthington, quien tuvo hace poco un flojo protagónico en Terminator 3, logra transmitir muy bien complejas sensaciones, alcanzando una empatía con el espectador que resulta fundamental en el andamiaje de esta monumental producción, dentro de un elenco convincente –algo inédito desde la implementación de las técnicas digitales en el cine- tanto en intérpretes virtuales o de carne y hueso. Inolvidable para los fanáticos del género e imperdible para cualquier tipo de espectador, Avatar propone una experiencia que no sólo hay que visualizar, sino vivenciar.
Curiosa y singular resulta la última propuesta fílmica protagonizada por Mel Gibson, fundamentalmente porque se trata de un policial que escapa a las obviedades del género, además de encerrar no pocas connotaciones. Tras una intensa etapa de su carrera en la que se dedicó a su faz de cineasta, asumiendo sin dudar riesgos históricos, teológicos y estilísticos –en especial en sus dos últimos films, La pasión de Cristo y Apocalypto-, se podía esperar que el australiano-estadounidense, al volver a trabajar simplemente como estrella protagónica, iba a descansar en una película de acción dotada de una trama eficaz y taquillera. Pero Al filo de la oscuridad , que arranca con el brutal asesinato de la hija de Thomas Craven (Gibson), veterano policía de Boston para quien aparentemente estaba dirigido el escopetazo, sorprende con su semblanza acerca de las sangrientas telarañas que urde el poder, incluyendo también momentos de fuerte dramatismo, extrema violencia y hasta metáforas espirituales. Desde Señales de M.Night Shyamalan, un film ya muy particular, que Gibson no se desempeñaba sólo como actor (a excepción de un ignoto film independiente que hizo a posteriori, The Singing Detective, no estrenado aquí). Así que se podía esperar que el actor de las Mad Max retomara como intérprete la línea de Revancha o la saga de Arma mortal. Pero la mano del guionista de Red de mentiras y Los infiltrados, William Monahan, y la solidez del director Martin Campbell logran que el film se adentre en terrenos que conducen a la corrupción política y hasta el capitalismo salvaje. Pero a pesar de su tono inquietante, su remate agridulce y su buen elenco, el film deja algunos cabos sueltos y la sensación que podría haber dado aún para más.
Con tan sólo tres películas en su haber, Jason Reitman ya se ha forjado un estilo muy personal y una trayectoria sustanciosa. Hijo de Ivan Reitman, el productor y director de exitosos films como la saga Cazafantasmas y Un detective en el kinder, pero también de una comedia inteligente como Dave, presidente por un día, el talento de Jason parece haberse inclinado por la línea expresiva de este film de su padre, donde asimismo trabajó como actor. Sea como fuere, tras su auspiciosa ópera prima Gracias por fumar y su brillante Juno, el joven cineasta propone en Amor sin escalas una comedia extremadamente agridulce, surcada por diálogos mordaces y situaciones irónicas y hasta bizarras, que pasa de lo risueño a lo doloroso y reflexivo con una inmediatez en el que las sensaciones contrapuestas no se acumulan sino que aportan un enriquecimiento dramático constante. Así como en Gracias por fumar Reitman describe a un hombre que trabaja sin remordimientos para las grandes tabacaleras defendiendo los “derechos” de los fumadores, aquí se ocupa de otro que es la estrella de una empresa que se dedica a un oficio aún más despiadado, el de comunicar a empleados de todo Estados Unidos que sus compañías deben efectuar drásticas reducciones de personal. Un servicio casi canallesco que él lleva a cabo con elegancia e indisimulable placer sólo porque adora volar y recolectar millas que lo lleven a un secreto y deseado objetivo. Convicciones se verán desdibujadas por la aparición de dos mujeres, una madura que se volverá su principal interés amoroso y una adolescente que, como Juno, desestabilizará todo lo que la rodea, aunque su arrogancia oculte una niña dolida y asustada. Sarcástica y tierna, contemporánea y tradicional, Amor sin escalas es una pieza fenomenal sostenida sin pausas por un elenco impecable, con un Clooney a la cabeza que pone en juego lo mejor de su carisma y destreza interpretativa.
En los últimos tiempos Hollywood ha abordado las comedias románticas con un target más amplio que le ha permitido atraer diferentes tipos de público. Este tipo de tramas de pareja con toques de humor ya no están dirigidas exclusivamente a las mujeres, como en el caso de Ligeramente embarazada con Katherine Heigl, una de las principales figuras del género, que luego hizo pareja con Gerard Butler en la más reciente La cruda verdad. Comedias bastante masculinas y hasta adolescentes, que, entre otras, ahora dan lugar a El caza recompensas, donde ese nuevo antigalán comparte cartel con una de las heroínas románticas por excelencia, Jennifer Aniston. Se trata de la conformación de una pareja que a priori parecía interesante, pero en las imágenes nunca se consolida. No logran remedar a la que en los años ochenta conformaban Goldie Hawn y Mel Gibson con mucha más química, carisma y sentido de la diversión, sin desconocer que además tenían detrás de las cámaras a un señor como John Badham. En este caso Andy Tennant parte de una buena idea para afrontar una historia que combinaba un poco de acción con romance y humor; un policía en desgracia transformado en caza recompensas que debe atrapar a su ex esposa metida en líos legales. En estas nuevas tendencias del paso de comedia amoroso, hubiera resultado impensado años atrás ver a un pretendiente encerrando en el baúl de un auto y esposando todo el tiempo despectivamente a su objeto de deseo, entre otros ejemplos de maltrato entre ambos. Pero El caza recompensas, más allá de algunas escenas divertidas, no tiene muchos puntos de contacto con la violencia sarcástica de Sr. y Sra. Smith ni mucho menos con La Guerra de los Roses, aunque estos films hayan servido de pretendida inspiración. Además la duración resulta excesiva para tan pocos momentos de auténtico entretenimiento.
Con la impronta de muchos films surgidos a la sombra de Harry Potter, como Las crónicas de Narnia, La brújula dorada o Los seis signos de la luz, ha llegado ahora el puntapié inicial de lo que sin dudas se transformará en una saga; Percy Jackson y el Ladrón del Rayo. Lo cual no extrañaría teniendo en cuenta el inminente final de la saga de J. K. Rowling, que el autor Rick Riordan ya escribió dos continuaciones y tiene dos más en la gatera y, fundamentalmente, que esta primera película cumple con la mayoría de los requisitos para ser aceptada por el público adolescente consumidor de este tipo de aventuras. Peripecias que protagoniza el estudiante del título que descubrirá ser un semidiós por ser el hijo de una deidad, Poseidón, dios del mar, y una mortal. Con semejante padre no tendrá más remedio que embarcarse en una misión en la que están involucrados los dioses griegos del Olimpo, a punto de trenzarse en una guerra en medio de la contemporánea Estados Unidos. y sus dos nuevos y extraños amigos, que también resultan ser semidioses. Lo más interesante dentro de este subgénero, es que Percy Jackson y el Ladrón del Rayo transcurre mayormente en paisajes urbanos como los de Las Vegas o Nueva York, apartándose de las ambientaciones que caracterizan a las otras sagas, y por otra parte quizás estimule a los más jóvenes a acercarse a la mitología griega. Chris Columbus, además de dirigir éxitos del más variado calibre como Mi pobre angelito, Mrs. Doubtfire, Nueve meses, El hombre bicentenario, también es responsable de la primera y la segunda Harry Potter; así que conocía muy bien la tela que debía cortar. De modo tal que diseñó un film entretenido y con algunos momentos visuales atrayentes como esa alucinada entrada al infierno de los personajes en cuestión. Intérpretes reconocidos como Pierce Brosnan y Uma Thurman, entre otros, deben sufrir un obligado doblaje, pero aún así vale la pena verlos.
Concebida como un producto llevadero dirigido, como reza su título, a mujeres y hombres vinculados afectivamente, esta comedia norteamericana cumple en ese aspecto con su módico cometido. El problema es que Solo para parejas no aprovecha consistentemente su buena idea global, que progresa con escasas dosis de audacia e inventiva. Con esta comedia sentimental o farsa romántico-sexual, debuta como director el actor Peter Billingsley, que cuenta con un guión en el que también intervienen los protagonistas Vince Vaughn y Jon Favreau (que está desarrollando una gran carrera paralela como director con Zathura, Iron Man y su secuela). Y en este campo Vaughn se reserva los mejores pasajes, a tal punto que por momentos sus líneas parecen corresponder a un stand up. La película se inicia con unos logrados créditos para luego enfocar situaciones apenas graciosas de cuatro parejas en sus vicisitudes cotidianas. Ante la crisis de una de ellas, todos los personajes emprenderán un viaje a un entorno vacacional paradisíaco que presenta reglas casi dictatoriales. Con toques paródicos acerca de las terapias y tratamientos new age, el film entretiene sin brillar ni en sus alternativas ni en su sentido del humor. Ni siquiera el gurú a cargo de Jean Reno aporta demasiados matices divertidos.
Con la atrayente presencia de la antiheroína de la saga Underworld, y la dirección de Dominic Sena, con aceptables antecedentes hollywoodenses en Swordfish y 60 segundos, Terror en la Antártida prometía un momento de crispación y sobresaltos en medio de un gélido escenario polar. Quizás a uno le quedó el recuerdo de La cosa de John Carpenter, que en un marco similar había logrado una obra memorable, y aún sabiendo que en este caso no intervenía lo fantástico, suponía que se iba a encontrar con un film inquietante y acaso –precisamente- escalofriante. Casi nada de eso queda expuesto en este simple thriller que en varios momentos intenta escapar a lo rutinario y previsible, sin conseguirlo. Ya desde el título en castellano el asunto asoma fallido, ya que no se trata de un film de terror; el original reza simplemente Whiteout (algo así como “todo blanco alrededor”), y da la sensación que se trató de cambiar el género de la película a través de un nombre levemente tramposo. Fuera de estas consideraciones aleatorias, el film ofrece un módico suspenso y entretenimiento a través de una trama que incluye un hallazgo tentador en pleno hielo y un sádico asesino que pretende usufructuarlo junto a un misterioso cómplice. Demasiado paisaje para tan poca sustancia.
Nuevamente amor es una comedia romántica dotada de varios títulos en castellano (Sorpresa de amor figura en el afiche, mientras que una tercera traducción aparece cuando asoman los títulos), que fundamentalmente propone una flamante pareja cinematográfica conformada por dos intérpretes exitosos y requeridos. Jennifer Aniston, Aaron Eckhart y su peculiar combinación de caracteres logran en principio una aceptable química en pantalla, lo cual es casi un cincuenta por ciento de la eficacia de una producción del género. El film se interna en terrenos terapéuticos y de autoayuda, a la vez que integra su lógico romanticismo con dramáticos padecimientos –básicamente dolor y sentimiento de culpa- del protagonista masculino. Eckhart es un mediático terapista y escritor que maneja grupos donde sus pacientes deben tratar de superar trágicas pérdidas, mientras que Aniston sólo es una florista recién alejada de un novio. Se encontrarán en un hotel donde él dicta un seminario, pero la atracción instantánea entre ambos deberá atravesar por arduas pruebas, claro está. El hasta ahora guionista Brandon Camp intenta en su ópera prima dotar al género de un fuerte contenido dramático y hasta humanista. Pese a esto el tramo final del film cae en fórmulas ya transitadas y además queda en evidencia su afán de equilibrar el drama con momentos distendidos y leves toques de humor. Lo cual se emparenta con el entretenimiento buscado. No hay muchos valores más para rescatar de esta historia de amor que amaga con ser más de lo que finalmente resulta. Eckhart alcanza un par de momentos emotivos, mientras que la actriz del otro film en cartel, El cazarecompensas, tiene aquí un rol mucho más agraciado, en el que puede desplegar un delicioso repertorio de mohines. Buenos trabajos de reparto de John Carroll Lynch, Dan Fogler y un muy vigente Martin Sheen.