Dirigida y protagonizada por Gad Elmaleh, uno de los comediantes más populares de Francia, La gran fiesta de Coco gira fundamentalmente alrededor de la figura de este actor, dotado de indudables dosis de carisma y energía. En tono de comedia vertiginosa, Elmaleh, también coautor del guión, derrocha su particular sentido del humor al narrar las peripecias de un improbable personaje llamado Coco, hombre de negocios ultra exitoso y multimillonario que no se pone límites a la hora de satisfacer sus ególatras deseos. Sus ideas y pujanza inagotable le permiten escalar rápidamente de posición, alcanzar un descomunal poder económico y una fama de estrella multimediática. En esa tónica Coco pretende celebrar el bar mitzvah de su hijo Samuel, transformando una ceremonia sencilla y tradicional (vista en el reciente film de los Coen Un hombre serio) en un espectacular megaevento. Pero su hijo sólo desea que su padre aprecie sus virtudes en el patinaje sobre el hielo, circunstancia que dará pie a desencuentros. Todas estas incidencias están salpicadas con gags dialogados y visuales que Elmaleh maneja desde su triple rol con aciertos y tropiezos, pero sin perder nunca un ritmo sostenido. Película muy taquillera en su país, aquí puede deparar un entretenimiento liviano que sólo en su emotivo cierre ofrecerá un matiz diferente.
Abordando con gran calidad artística y dramática un tema áspero y escabroso, la realizadora Gabriela David logra con La mosca en la ceniza su mejor film y la película nacional más destacada de este tramo del año. La directora de la atrayente y singular Taxi un encuentro mantiene una ambientación urbana y porteña pero se interna en una temática más vasta y disímil. Aquí la trata de adolescentes es su objetivo esencial, sin embargo debajo de esas “cenizas” asoman inquietantes alegorías y se disparan otros tópicos narrativos. El film arranca en un contexto pueblerino y campestre donde se producirá un pacto espúreo que permitirá que dos chicas lleguen a una ensoñada urbe no para desempeñarse como domésticas en moradas opulentas sino para ser esclavizadas en uno de los prostíbulos clandestinos que ya abundan en todo Buenos Aires. El martirio posterior en ese caserón convertido en calabozo, hará recordar perturbadoramente a películas ambientadas en el holocausto, en prisiones inclementes, o en los mismos años del Proceso, en los que la brutalidad, el silencio y la complicidad eran parte de la vida cotidiana. La incisiva y sorprendente mirada de David de una realidad incómoda alcanza momentos crudamente emotivos y está sostenida por un elenco sólido y de notable homogeneidad entre actores experimentados y fenomenales intérpretes jóvenes como María Laura Cáccamo y Paloma Contreras.
Interesante desde el punto de vista estético, visual y sensorial, La madre, nuevo film del peculiar cineasta Gustavo Fontán, no logra sin embargo sostenerse ni dramática ni argumentalmente. Si bien el realizador de El Árbol posee una línea experimental, en el caso mencionado una leve trama resignificaba la apuesta formal y le daba sentido a la obra. Aquí Fontán acentúa sus búsquedas expresivas mientras intenta narrar el calvario de un hijo adolescente frente a una madre bebedora que sufre diversos trastornos de conducta. Sus monólogos internos parecen aseverar esta idea y muchas de sus actitudes también, sin embargo su atildado aspecto personal y el cuidado al elegir su vestuario aparentan desmentirlo. Una mínima historia debería tener alguna continuidad y sustento, pero algunas licencias del director conspiran contra eso, quizás ex profeso. En la mitad del film la mujer aparece muerta y ensangrentada y en el final el joven ataca a hachazos un criadero de abejas, situaciones que, entre otras, sólo aportan confusión. Prácticamente despojada de diálogos y con un metraje que apenas justifica el rótulo de largometraje, La Madre ofrece climas audiovisuales muy logrados, en el que la contemplación estética alcanza bellos momentos. Las interpretaciones están supeditadas a un contexto algo caprichoso, pero aún así Gloria Stingo transmite ciertas sensaciones.
Santiago Loza es un cineasta con un fuerte sello personal que mantiene una unidad de estilo aunque sus films transiten por distintos escenarios y temáticas. Sus obsesiones formales y narrativas no buscan la empatía del espectador medio y ese registro estético está presente en su nueva pieza La invención de la carne, que tras ese pretencioso título aborda el incierto viaje emprendido por una extraña pareja taciturna, que luego derivará en la inesperada apropiación de un bebé. Una trama relativamente sencilla y dotada de ciertos simbolismos complejos pero comprensibles, que aún así no garantizan el entendimiento o un objetivo claro de la propuesta. Lo cual no es un factor imprescindible en el cine ni en ningún arte, pero en este caso podría estar plasmado en forma más apasionada y atrayente. Los escasos diálogos, ajustados y lacónicos, no están dispuestos como simples apuntes que acompañan las imágenes, sino que disparan conceptos enfáticos, tornándose forzados y poco creíbles. Algunas escenas bellas y audaces como el baño bajo el agua con el bebé, no alcanzan para justificar la totalidad de un metraje –corto- en el que los protagonistas deben luchar interpretativamente con situaciones antojadizas. Al menos en este plano Umbra Colombo se muestra mucho más convincente que su joven compañero.
La guionista y cineasta rosarina Julia Solomonoff da un paso adelante en carrera como realizadora con El último verano de la Boyita, luego de su interesante debut con Hermanas. También supo tener un breve pero delicioso momento actoral en Historias mínimas, pero ahora hay que hablar de esta pieza en la que pone en juego lo mejor de su sensibilidad y capacidad de observación, en este caso del mundo tan particular como el de la preadolescencia. Y lo hace desde un bello marco campestre a través del cual, entre cabalgatas y baños en el río, el conflicto de un par de niños que transitan cambios hormonales se verá acentuado por estar rodeados por adultos dominados por la ignorancia, el prejuicio y hasta la brutalidad. Luego de una primera porción muy descriptiva, visual y narrativamente, que se ocupa de las vivencias de una niña que prefiere irse al campo con su padre en lugar de vacacionar con una madre y una hermana con las que no siente empatía, el film entra en una franja más intensa dramáticamente, en la que la pérdida de la inocencia y el despertar sexual desembocan en descubrimientos inéditos para ella y la comunidad. Con ciertos toques a lo XXY, la película aporta muy buenos desempeños de un elenco inegrado por niños y mayores y redondea un pequeño pero muy estimulante film nacional.
El renombrado Bar El Chino, es –o ha sido, porque ya perdió parte de su esencia- un lugar emblemático que cobijó las raíces más puras del tango arrabalero. Y también ya fue objeto de dos films, uno titulado como el bar y ahora El último aplauso, que propone un conmovedor y abarcativo registro testimonial sobre la trayectoria de este reducto ubicado en Pompeya, fundamentalmente a través de los artistas y personajes que lo habitaron. Bar El Chino de Daniel Burak combinó ficción y documental en un sentido acercamiento al espíritu de un lugar que en este caso recibe una mirada más profunda, moviendo durante su metraje un sinnúmero de resortes sentimentales aún para aquellos que poco gusten del género. El documentalista argentino afincado en Alemania Germán Kral propone un recorrido visual y sonoro que rara vez deja indiferente, haciendo a su vez foco en la humilde y genuina estética del bar, inclaudicable frente a los mercantilistas espacios for export. Narrando la última época antes de la muerte de su dueño El Chino Garcés y llegando a sus momentos más recientes antes de su remodelación, El último aplauso es una obra de largo aliento plasmada con enorme sensibilidad y talento, que además permite descubrir a un puñado de artistas veteranos y jóvenes que se hacen cargo como pocos de un extraordinario repertorio ciudadano.
La talentosa directora alemana Doris Dorië regresa a nuestras carteleras con un delicioso film que está a la altura de sus antecedentes y se eslabona perfectamente con otras piezas de su filmografía. Inesperada versión de una fábula de de los hermanos Grimm, El pescador y su mujer está basada en una de sus imaginativas historias, que con el mismo título presenta a una mujer excesivamente ambiciosa casada con un pescador humilde y sumiso. Este hombre un día atrapa a un pez parlante que puede cumplir cualquier deseo, y a partir de allí la mujer de él no se detendrá en sus pedidos hacia su esposo para cumplir con sus insaciables pretensiones. Este punto de partida disparó en la realizadora de Hombres y ¿Soy linda? una trama mucho más moderna y cambiante en la que la pareja está compuesta por un joven pescador alemán especialista en la crianza de peces de raza y una chica rumana apasionada por las telas y las frutas. Ni ella es tan caprichosamente ambiciosa ni él es un hombre tan sometido ni carente de objetivos, y las alternativas entre ambos estarán salpicadas por los diálogos de una pareja de peces hechizados –el toque de fábula- que ironizan sobre el amor y la condición humana. Un insólito y divertido final y el carismático trío protagónico redondean esta inclasificable y regocijante comedia.
Una docuficción diferente y admirable propone La muestra, film acerca de las vicisitudes del prestigioso escultor Antonio Pujia en su intención de hacer una presentación de sus últimos trabajos. Una empresa para nada pretenciosa teniendo en cuenta la dimensión del artista, sin embargo ese simple proyecto se volverá una verdadera odisea, aquí expuesta y desarrollada por Lino Pujia, su hijo. En este segundo documental suyo buscará un camino alternativo y sumamente creativo en su propósito de retratar a su padre en su trabajo diario, su pensamiento, sus estados de ánimo y en sus vínculos familiares, artísticos y mundanos. Utilizando como excusa la cristalización de la anhelada exhibición, la película registra la dinámica de esos lazos con una intimidad y verosimilitud pocas veces vista en un trabajo de este tipo. Esos pormenores y vaivenes rozan también temas más incómodos: el mercantilismo de las galerías de arte, la indiferencia del medio y la poca consideración de la cultura estatal ante un artista poco afecto a los vericuetos de la modernidad. La muestra escapa claramente al rótulo de documental y se acerca por momentos más a la ficción sin que la continuidad del film se resienta, transmitiendo tanto impresiones estéticas como genuinas emociones al espectador.
Promocionado como un simple film de terror, Eden Lake produce más espanto por su concepto y realización que por responder a los resortes clásicos del género. Coqueteando en buena parte de su metraje con el golpe bajo, el gore y la truculencia, este film británico se puede definir más como un thriller extremo y sale bien parado de tanto desborde, redondeando una pieza sin concesiones que vale la pena ver. Hay que atreverse, porque la propuesta no es para estómagos frágiles; el director debutante James Watkins no anduvo con medias tintas al plantear un crudo enfrentamiento entre una pandilla de preadolescentes y una pareja que sólo tenía pacíficos y románticos planes. El marco, un idílico y solitario paisaje arbóreo al borde de un lago, lentamente irá cobrando un aspecto más sombrío, y ya el bosque y la naturaleza pasarán a resultar agrestes y siniestros. Si bien en un principio la película parece tomar partido por la inocente pareja de enamorados, luego esto no será tan claro y se verá que en ellos también subyacen instintos revanchistas y criminales. Excelentes intérpretes, tanto de parte del dueto protagónico como del convincente grupo de jóvenes, completan un cóctel excedido en sangre pero atrayente y con espacio para la reflexión.
Con una interesante y audaz metáfora sobre los desaparecidos, esta coproducción española-argentina que en apariencia sólo se propone sobresaltar, sale airosa de su singular y riesgoso mix. Aparecidos pretende producir espanto por más de una razón, y por momentos logra su tenebroso cometido, ya que la trama, nada sencilla de resumir, afronta con mucha dignidad la premisa de asustar por sus fantasmas y también por su conexión con las más execrables prácticas del terrorismo de estado. Dos hermanos españoles, cuya madre argentina se exilió con ellos de pequeños, vienen a Buenos Aires a hacerse cargo de un padre en coma sobre el cual pesan sombrías sospechas. Esto traerá a colación un viaje al sur de ambos con un Ford Falcon rural –todo un símbolo- que oculta un rotoso diario que describe el asesinato de una familia, mientras una oxidada y tétrica camioneta y unos muertos que no tienen paz, ni de un lado ni del otro, los acosan sin piedad. Estos y otros ingredientes van diseñando una alegórica pieza de horror que cierra apropiadamente con una espectral y conmocionante imagen final de Buenos Aires. Dentro de un elenco sólido se destacan sus dos estupendos y jóvenes protagonistas ibéricos, Javier Pereira y Ruth Díaz, y las buenas participaciones de intérpretes locales como Pablo Cedrón, Héctor Bidonde y Graciela Tenenbaum.