No se necesita demasiado cuando se tiene una buena idea y se la sabe contar claramente ¿Cuál es la realidad verdadera? ¿La que uno crea en su mente, la interpreta a su gusto y es capaz de divulgarla? ¿O la que un tercero mira desde afuera, objetivamente? Con estos interrogantes Matías Salinas, en su ópera prima, nos introduce en una historia simple desde lo argumental, pero compleja de llevar a cabo, para que el relato sea comprensible. El planteo es el siguiente: caer preso de la imaginación, convencerse y convencer a otros, que es real, o que no nos crean y nos juzguen por eso. Este duelo de conceptos filosóficos está encarnados sólo por dos personajes: Camilo (Javier Solís), un escritor treintañero que acaba de perder en un accidente con el auto a su esposa e hijo, y El psicoanalista (Carlos Piñeiro), que intenta ayudarlo en unas sesiones de terapia, para analizar, hurgar y encontrar todas las respuestas, a sus profundos interrogantes y reflexiones. El director utiliza para narrar el presente, durante las interpretaciones terapéuticas dentro del consultorio, una fotografía de color tradicional de estas épocas y, para los flashbacks contados por Camilo, dándole a las imágenes una textura que remiten a la década del ‘70, más granulada y desteñida aprovechando al máximo los recursos técnicos de los filtros de los lentes y las lámparas de iluminación. Además, para casi todas las escenas, tiene una música o unos sonidos incidentales siempre distintos, para generar adecuadamente los climas necesarios en cada una de ellas. El psiquiatra intenta destrabar los recuerdos de Camilo. Él, con su verdad, siente mucha culpa por lo sucedido. Todo el tiempo está atormentado y perturbado. Dice que lo sigue a todos lados un hombre de traje negro, descalzo y con un paraguas abierto que le cubre constantemente el rostro. El film recorre dos instancias en forma paralela, pero que van unidas entre sí. El cuento del accidente automovilístico, por un lado, y por el otro, la escritura de un libro con una antigua máquina de escribir, que ayuda al protagonista a desahogarse, y también a martirizarse cada vez que se le aparece el hombre del paraguas. El realizador encontró el tono justo para contar su historia, una mezcla de thriller con drama, donde la tensión y la intriga están presentes en cada momento. Austera desde el presupuesto, pero demostrando una vez más que no se necesita demasiado cuando se tiene una buena idea y se la sabe contar claramente. Durante el tratamiento, a través de la escritura en un cuaderno, por parte del psiquiatra, separa en cinco vivencias las acciones de Camilo manteniendo en vilo al espectador. ¿Hay que apiadarse de él?, ¿Dirá la verdad?, ¿Estará fabulando o shockeado? ¿Tendrá un bloqueo mental? ¿O la razón la tendrá el profesional? Los interrogantes son muchos, pero, para encontrar las respuestas, la seguimos en la próxima sesión.
A simple vista se podría intuir que estamos, una vez más, frente a un largometraje de aventuras, héroes y hazañas, pero que cambia nuestra perspectiva cuando nos enteramos de que es una historia real, ocurrida en 1983. Tami (Shailene Woodley) es inquieta, desestructurada, curiosa y viajera sin un rumbo fijo. Así llegó a Tahití para estar una temporada, no definida y pasarla lo mejor posible. A ella le fascina el mar, navegar y el surf. Cuando en el muelle conoce a Richard (Sam Claflin), un marinero en solitario que conduce su propio velero por los océanos del mundo, la fascinación y el espíritu aventurero de ambos, los atraerá indefectiblemente. Baltasar Kormákur describe de un modo clásico a este film un viaja del presente dramático y catastrófico hacia el pasado reciente, cuando la pareja se afianzó. Narrada como si fuese una novela romántica, los tiempos más apasionados, son endulzados hasta empalagar. Todo es ideal. Son lindos, jóvenes, felices, los lugares que visitan favorecen el idilio. Hasta que, un encuentro circunstancial con unos amigos de Richard les hará modificar sus planes de recorrer el mundo en el velero por algo más lucrativo y concreto que, en principio, no tendría que llevarles demasiado tiempo. Pero la suerte no fue completa para la pareja, y una feroz tormenta, de esas que se producen muy de vez en cuando, provocará el desastre y la tragedia en altamar cuando la sólida embarcación es una partícula minúscula en el océano, y Tami, sin quererlo ni desearlo, se convierte en heroína. A su personaje Shailene Woodley lo hace muy real. Es creíble y uno se identifica inmediatamente con ella. Su sufrimiento, desolación, desesperanza es evidente, Al igual que su fortaleza, pericia y valentía ante la adversidad. El relato alterna entre imágenes estéticamente bellas y edulcoradas, con otras que son las más sufridas por los protagonistas, donde la soledad y el deterioro físico se hace cada vez más evidente con el paso de los días que están a la deriva. El sonido ambiente y sus voces alegres o sufridas completan las escenas. El manejo de los momentos álgidos y tensos se equilibran con los plácidos y calmos. La recreación de la tormenta y la tragedia son convincentes. El presupuesto con el que cuenta el director permite trasladar a la pantalla las situaciones recordadas por Tami lo más verosímil posible. Los imponderables rigen la vida de las personas. Hasta las más ordenadas y estructuradas sufren esos avatares. Por eso mismo, Tami y Richard no pudieron quedar exceptuados de ellos. De modo que sus deseos y aspiraciones de vivir la vida, según a donde los lleve el viento, no resultó como lo soñado.
¡Hacéle caso a tu madre! ¿Cuántas veces hemos escuchado esa frase? Hasta en la actualidad está vigente, pero mucho más en el año 1955, cuando comienza esta historia, y generalmente los chicos obedecían a sus padres mucho más que ahora. En Texas, Estados Unidos, hay una antigua granja donde vive una familia muy especial. Una mujer Verna (Lili Taylor) con sus hijos y, lo que se supone, el abuelo de ellos. El sadismo y la perversión surge de ella en forma espontánea, proviene de su más íntima naturaleza por lo que no hay explicaciones ni justificativos. Es así y punto. Y este tipo de conductas es la que les enseña a sus hijos, en la teoría, convenciéndolos que los demás son malos y ellos se tienen que defender a su modo, durante la práctica haciendo justicia por mano propia con los métodos más crueles y tenebrosos posibles. Luego la historia avanza diez años para contarnos la vida de ellos en esos momentos, y, en paralelo, la necesidad de un policía de vengar la muerte de su hija provocada por los muchachos, y también los sucesos ocurridos en un hospital psiquiátrico cuando los internos se fugan de allí llevando como rehén a Lizzy (Vanessa Grasse), la enfermera dulce y comprensible del establecimiento. Los directores Alexandre Bustillo y Julien Maury no escatiman en gastos de producción, efectos especiales y, por sobre todas las cosas, de sangre, mucha sangre. Para mostrarnos sin tapujos los excesos y atrocidades en grandes cantidades de seres humanos que, no actúan como tales. La insensibilidad e inhumanidad es su rasgo distintivo. Matan a quienes consideran que deben morir con una sordidez brutal. Cuánto más sufren, mejor. Pensada seguramente como una película de terror, no cumple con el objetivo, pues no llega a asustar en ninguna escena. El film está destinado a los fanáticos de género. Tal vez lo más conveniente es catalogarla como gore pero, con un poco de suerte, será recordada únicamente por sus actos violentos y despiadados, donde faltaría nada más que los chorros de sangre salpiquen a los espectadores.
Singular triángulo amoroso con ritmo preciso y efectivos diálogos silenciosos El amor puro y limpio es muy difícil de mantener. No sólo se tienen sentimientos de los buenos, reales y confiables, sino también que pueden convivir con otros simplemente distintos que son preferible esconderlos para no dañar a la pareja, y si llega la ocasión poder divulgarlos sin temores. Esta es una de las aristas que toca la película, sobre los vaivenes del amor, la imposibilidad de revelar los secretos más profundos, el engaño, pero como un instrumento de proteger al otro más que a uno mismo, en conjunción con otros de los placeres que tiene el ser humano como lo es la comida y más precisamente la pastelería, con sus tortas, galletas y otras exquisiteces dulces como las que hace Thomas (Tim Kalkhof). Él atiende una pequeña pastelería en Berlín. Hacia allí va eventualmente Oren (Roy Miller), porque vive en Jerusalén con su esposa y un hijo pero como trabaja en una compañía de planificación urbana germana-israelí cada tanto tiene que viajar a Alemania. Estando en ese local se produce una inmediata atracción entre ambos. La relación entre ellos es sincera, tranquila, pero se ven una vez por mes. Estando en su país, Oren muere en un accidente. Y ya nada será igual para Thomas, ni para su viuda Anat (Sarah Adler). El protagonista viaja a Israel, consigue trabajar en la cafetería de la mujer, se mimetiza con ellos, tal vez para no extrañar tanto a Oren estando cerca de sus afectos y ser partícipe de las religiosas actividades familiares. Ofir Raúl Graizer maneja con un ritmo tranquilo pero contundente, preciso, una historia muy particular sobre un triángulo amoroso aunque uno de los partícipes está muerto, cuyo gran secreto, es lo que mantiene en vilo a la narración. Thomas trabaja mucho, todo el día, se gana la confianza de todos con su maestría para crear delicias. Siempre está firme, estoico, no se doblega. Es amable, pero sabe callar. Sus sentimientos los expresa con sus manos, amasando. El director no sólo muestra la vida diaria de los protagonistas, y cómo ellos atraviesan el duelo a su manera, sino también el antagonismo del judío con el no judío. El religioso que mantiene incólume todos los ritos y costumbres con el que no las acata de igual manera. Todo expresado con las palabras justas, sin sermones. Hay muchas acciones en silenciosas, no es necesario decir nada, ni siquiera musicalizarlas. Hay muy poca música incidental porque en estos casos no ayudaría a acentuar los momentos dramáticos, pues ellos no saben ocultar lo que sienten, tienen la necesidad de llevarlo a cabo sin pensar en los problemas que pueden sobrevolar sus existencias.
Auspicioso debut de un cineasta que sabe lo que quiere y cómo tratarlo audiovisualmente Se podría intuir a través del título que ésta realización va a interiorizarse sobre una personalidad destacada, perteneciente a un lugar específico o a un momento en particular, pero nada más alejado de eso. El debutante Santiago Esteves, busca entrelazar dos ámbitos tan disímiles entre sí, y, a su vez, tan parecidos, pero con un objetivo en común, apropiarse de lo que no les pertenece. A los suburbios de un pueblo mendocino llega, luego de pelearse con su madre y abandonar el hogar Reynaldo (Matías Encinas), un menor de edad con mucha “calle”, donde lo espera su hermano Josué (Martín Arroyo), que lo invitó a pasar un tiempo con él. Su compinche, para aceptarlo, impone como condición involucrarlo en un robo que van a cometer el día siguiente. El protagonista, pese a ser inexperto, acepta el desafío. Pero para que una película tenga la razón de ser necesita imperiosamente que algo no salga como lo planeado, y se requiera luego solucionar el error de cualquier modo, aunque, del otro lado, haya abogados y policías corruptos. Pese a que la mayoría de las personas no tiene la fortuna de que se le presente una gran oportunidad para cambiar sus vidas, a Rey sí, porque al huir de la escena del crimen cae, literalmente, en el patio de una casa donde residen Mabel (Elena Schnell) y Carlos (Germán De Silva), ex custodio de un camión de caudales, actualmente jubilado. Él será quién lo eduque y lo guíe al adolescente, pero no para encauzarlo en la vida sino, más bien, para perfeccionarlo porque sabe que no lo va a cambiar, entonces, le explica los secretos de disparar con un rifle y un revólver. Desde el comienzo, durante la presentación de los personajes y el cuadro de situación de la historia, el director le imprime una gran velocidad al relato, sabe exactamente lo que quiere y lo que pretende que suceda en cada escena. Rey es obediente con la familia que lo recibió, pero en la calle se mueve con soltura, coraje y decisión, cualidades altamente necesarias para sobrevivir en el mundo del delito. Cada momento sólo, o compartido por él protagonista, viene a justificar la información dada previamente. Todo lo exhibido en pantalla tiene un porqué. Las escasas ocasiones en que se oye algo de música es para resaltar las escenas más álgidas. El único punto discutible es el criterio que utiliza Santiago Esteves para provocar los cambios temporales, porque hay en un par de situaciones demasiado sol, y a la toma siguiente ya es de noche. Como las acciones más preponderantes son nocturnas, seguramente no quiera dejar esperando al espectador hasta que oscurezca, pero resulta un poco chocante apreciar esa disparidad lumínica. Por todo lo demás, es un muy buen policial, con actores a la altura de las circunstancias, que llevan adelante una historia, en la que no se sabe del todo bien quién es más delincuente.
En los últimos años las pantallas televisivas de los dos canales líderes del país fueron invadidas por telenovelas turcas, y para aprovechar el envión que traen esos éxitos recala en la Argentina ésta película de Turquía. Y lo decimos así, lacónicamente, porque cuesta enormemente intentar explicar lo que dirigió Çagan Irmak. Durante la primera parte vemos como Kerem (Engin Akyürek), un exitoso arquitecto, que siempre está de buen humor, con una sonrisa en su cara, que lleva el optimismo a flor de piel, que nada lo hace tambalear, ni siquiera su esposa Yesim (Hilal Altinbilek), quien tras varios intentos de fertilización sigue sin poder quedar embarazada. Ella está triste, aunque no deprimida. Juntos van en auto a una casa que tienen en el campo para despejarse un poco, cuando la tragedia los atrapa, pues en un accidente ella muere y él queda herido, pero se recupera y las pesadillas lo atormentarán continuamente. A partir de un planteo tradicional, pero contundente del drama que atraviesa, la historia vira hacia un costado de incongruencias e inverosimilitudes alarmantes. Primero, porque a Kerem se lo acusa, y absuelve, de haber atropellado y matado a un chico, pero, a raíz de haberlo esquivado es que termina volcando con el vehículo. Las pesadillas que lo aquejan son del espíritu de ese nene y de alguien más. Para poder combatirlos tiene que ir a un pueblito cercano, sólo habitado por una bruja vieja y ciega que vive con su nieto en una modesta casa. La abuela Zisan (Serif Sezer) gracias a sus poderes perceptivos “ve” al monstruo y sabe cómo combatirlo. Lamentablemente lo que apuntaba para un drama a la espera de ver cómo el protagonista resolvía su vida, gira drásticamente el género a algo cercano al terror, pero con situaciones que causan risa. Una cosa es que por un rato el héroe alucine o pierda la razón, y otra muy distinta es que se la haga perder al espectador, pero no adrede, sino por grandes falencias en el guión. Hasta el pomposo título en español no se entiende. Lo que sí podemos asegurar es que puede competir claramente como la peor película de la historia, aunque las otras cuentan con el aliciente de que las hizo gente con un gran entusiasmo y escaso presupuesto, algo muy distinto al de este caso donde se notó claramente que el dinero en Estambul sobró para poder filmarla, pero así también, termino siendo muy pobre artísticamente.
Abril (María Figueras) tiene más de 30 años, antes se dedicaba al teatro, actualmente trabaja de tatuadora. Vive con Octavio (Rafael Spregelburd, también actor y director teatral. Él está muy ocupado en el ensayo de una obra compleja. Dicho sea de paso su propio texto ·La Terquedad” es lo vemos en acción, y no le presta la debida atención que su novia necesita o, por lo menos, se lo hace sentir así, de modo que la relación no pasa por su mejor momento. Inés de Oliveira Cézar nos cuenta las aventuras y desventuras de una mujer que sufre y se crea sus propios problemas desde una mirada un tanto particular, porque la angustia la frialdad de su pareja y la diferencia de intereses en común que los aleja. Sumado a que lee en la calle un informe médico que tiene, además imágenes de los estudios, agregándole otra preocupación más. Así transcurre la primera media hora del relato, hasta que, en el punto de giro se desmadra la historia y comienzan los sin sentidos. Porque mientras ella tenía sexo con un compañero de elenco de Octavio decide no finalizarla, y él parece que murió de un infarto. Por lo menos es lo que la protagonista cree, se desespera, la culpa la invade y no tiene mejor idea que abandonar su casa y huir hacia un pueblito costero en Brasil. La interpretación de cada uno de los personajes son creíbles. Durante toda la narración se mantiene una idea estética y narrativa coherente, donde hay ciertos momentos que se vuelven bastante tediosos y monótonos porque no pasa nada importante. O, por lo menos, no lo puede manifestar correctamente, pues la causal no es María Figueras, que compone bien su papel, en cada escena transmite sensibilidad y casi sin querer, seducción, sino que la reswponsabilidad final proviene desde el guión y la dirección. Ello debido a que Abril permanece en la playa brasilera sin hacer nada de nada. Su madre, Alcira (Mónica Galán). y Octavio están preocupados, pero tranquilos, ni siquiera los altera no poder comunicarse por teléfono. Ellos siguen haciendo su vida. Por otra parte, tampoco se retoma la información vertida al comienzo con respecto a los estudios médicos. La guionista y directora abrió esa ventana y nunca la continuó, ni la cerró. Prácticamente no hay música sino que, en algunos momentos considerados importantes o trascendentes, se escucha la voz en off de Octavio, recitando partes del texto de la obra de teatro. Si la realizadora tenía una idea primaria en la cabeza de lo que quería filmar, pues no logró llevarla a cabo. Si lo que pretendía era hurgar en la mente y espíritu de una artista, profundizó demasiado y sólo ella puede comprender el sentido que le quiso dar a su largometraje.
El límite de las actividades que puede hacer un ser humano se lo fabrica uno mismo. Las razones son múltiples. Romper la barrera y atreverse a algo más es un desafío. Y en eso están abocados los bailarines-artistas que actúan en éste documental. Alberto Masliah nos relata las vivencias de un pequeño grupo de danza muy particular. Porque ellos no discriminan a nadie. Si alguien quiere sumarse al proyecto, son aceptados. Para bailar hay que tener ganas y un gran compromiso para con sus compañeros. Y las tres personas discapacitadas de la cintura para abajo, que permanecen en sillas de ruedas, e integrantes de la compañía, las tienen en cantidades incalculables. La película destaca la integración, el esfuerzo, la comprensión, pero sin dar ni tener lástima entre los que pueden permanecer de pie y los que no. Son todos iguales. Ese es el trato tácito que tienen entre ellos guiados por un director con experiencia. La cámara sigue de cerca los ensayos en escenario al aire libre, o en un salón, y vemos como tener inmovilizadas las piernas no son un impedimento, sino, un pequeño obstáculo superable para poder ser y sentirse artistas. La sensación de orgullo y satisfacción por cumplir sus sueños traspasa la pantalla. Si para alguien que no tiene problemas físicos bailar requiere de una gran exigencia física y mental para intentar lograr la perfección, lo es mucho más con los lisiados. Pero no hay quejas. Son incluidos en cada coreografía como uno más. El film tiene un ritmo lento, acompañado por algunas melodías instrumentales. No tiene un gran rigor cinematográfico. No hay innovación en la narración, el planteo es tradicional y seguro. Todo lo que vemos y sentimos sentados en la butaca se expresa a través del rigor, la perseverancia y, fundamentalmente, de la humanidad de los protagonistas. Hay segmentos filmados a color y otros en blanco y negro. No hay entrevistas, explicaciones o confesiones. Tampoco una historia. No hay pasado. Ni conflictos. Sólo rutinarias prácticas y muestras de los ensayos. La utilidad de este documental, es divulgar propuestas un tanto desconocidas para la mayoría de la población, donde la inclusión y el respeto hacia el otro es prioridad.
Pueblo chico infierno grande, dicen unos. Mejor no hablar de ciertas cosas, dicen otros. Observar y oír a los vecinos en sus actitudes cotidianas fue la fuente principal de su inspiración. porque al célebre escritor Manuel Puig, que nació en la localidad de General Villegas, al noroeste de la provincia de Buenos Aires, su infancia lo marcó para siempre, y sus dos primeras nov, "La traición de Rita Hayworth" y "Boquitas pintadas", ambas escritas al finalizar la década del `60, refieren específicamente a su pueblo natal, aunque le cambió el nombre por el de Coronel Vallejos. Aunque, como tantos otros, no fue profeta en su tierra, pero no por envidia de los vecinos, que vieron como trascendió internacionalmente, sino por revelar con hechos concretos y nombres reales situaciones no del todo agradables llevadas a cabo por los habitantes del lugar. El documental de Carlos Castro devela esta particular historia sobre la vida y obra del escritor, algunos de cuyos libros incluso fueron llevados al cine. Para llevar a cabo esta película encontró la inestimable colaboración de La Viuda (Patricia Bargero), que es cuadripléjica desde hace décadas, se maneja en una silla de ruedas a motor y es la bibliotecaria de General Villegas. Ella oficia de conductora del film ya que se especializó en estudiar a fondo, los escritos de Puig. El relato recorre la biografía poco divulgada del literato. Basándose en entrevistas a personas que lo conocieron, reforzado por antiguas imágenes fílmicas del pueblo, otras con Puig hablando a cámara, además de algunas fotos y varios recortes de diarios. Todo sustentado y guiado por Bargero, quien con su voz y actitud calma, sumado a determinados momentos donde suena una suave melodía tocada en un piano, brindan una calidez especial. El director, con un ritmo tranquilo va develando ciertas incógnitas, manteniendo siempre una uniformidad estética. Se dice que el tiempo cura todo y también perdona. Las dudas quedan flotando en el aire, porque los chismes de pueblo, que incluyen historias ciertas o imaginadas por el escritor descriptas en sus dos primeras novelas, tuvo una dispar aceptación por parte de los ciudadanos. Quedando en sus manos, la decisión de reivindicarlo o no.
La pareja feliz esperaba a dos bebés, pero el que venía segundo murió al nacer. Con todo el dolor por la pérdida, en especial por parte de la reciente madre, a quien no le resulta fácil aceptar los hechos, se instalan en una coqueta y amplia casa de un barrio residencial para comenzar la vida en familia. Los primeros días de Mary (Christie Burke) y su marido Jack (Jesse Moss) criando al nene transcurren con las alteraciones lógicas en este tipo de situaciones, como no pudiendo dormir ni tener un tiempo tranquilidad y relajación, para estar todo el día pendiente del bebé, etc. Pero la lógica se rompe cuando en el baby call se escuchan ruidos raros, y luego, con uno más moderno, también transmite imágenes, Mary percibe la presencia de algo que no puede explicar razonablemente. Como tantas otras producciones de terror utilizan aquí también los más modernos dispositivos tecnológicos con un propósito determinado, pero que en realidad es útil para ver lo que los ojos humanos no alcanzan a detectar. Lamashtu (Diane Snape), el ente que va incrementando sus visitas a la cuna del bebé, no es nada amigable y no se sabe por dónde entra, qué es lo que quiere, pero está y asusta. Brandon Christensen en su debut como director transita los caminos firmes y conocidos de una película de éste género. Hay ciertos momentos bien logrados que sorprenden al espectador, otros son más esperables. La trama hasta el segundo punto de giro está bien articulada. Todos los personajes hacen su parte, destacándose el de Christie Burke, que transita eficientemente por todos los estados de ánimo posibles. Porque Mary pasa mucho tiempo sola, su marido se va a trabajar todo el día o tiene que viajar a otra ciudad para cerrar un contrato, y ella está sobrepasada con la responsabilidad. Las dudas flotan en el ambiente. ¿Estará alucinando? ¿Todo lo que ve es producto de su imaginación? Nadie le cree, ni siquiera Jack. Pero la protagonista sufre, se encuentra cada vez peor. ¿Su mente la estará traicionando? Pero lo que parecía que iba a llegar a buen puerto, con un epílogo coherente a lo que estamos viendo, se desbarranca al transformarse todo en una gran locura dramática y policial, quitándole las sorpresas y los escalofríos necesarios en este tipo de film.