Una es fresca, divertida, irreverente, desordenada, irresponsable. La otra es seria, estructurada, responsable, ordenada. Así son madre e hija. Mado (Juliette Binoche) tiene 47 años y Avril (Camille Cottin) cuenta con 30 años. Son el agua y el aceite. El contrapunto se pone de manifiesto desde el comienzo de la historia. Lo original, es que las personalidades de ambas no son como uno piensa, quien se comporta como una adolescente es la madre, y con esta estructura narrativa se desarrolla el film para que la comedia funcione. O, por lo menos, ese es el anhelo. Mado anda despreocupada, sin problemas, por las calles de París, en su scooter rosa con varios stikers pegados. Vive junto a su hija y el novio Louis (Michaël Dichter), quien está haciendo una tesis para terminar su carrera. Es decir, que la única que trabaja es Avril en un laboratorio de productos de limpieza, aunque su sueño es crear perfumes. El género requiere vicisitudes y contratiempos, confusiones y enojos, dulzura y discusiones. Bajo estos mandamientos la directora Noémie Saglio cuenta como ambas quedan embarazadas con 2 meses de diferencia y los problemas que eso conlleva, pero de un modo gracioso y por momentos grotesco. Juliette Binoche, acostumbrada a filmar dramas e historias comprometidas, aquí le pone la mejor onda y todo su oficio para resultar creíble, pero no la beneficia el guión ni los diálogos. Tampoco los personajes secundarios, demasiados esquematizados y estereotipados. La estructura cinematográfica parece copiada de alguna película hollywoodense. Muchas idas y vueltas. Ellas corriendo por las calles varias veces, con las panzas a cuesta, en tnto los hombres son débiles de carácter, y cabe destacar a un simpático perrito. Lamentablemente está llena de buenas intenciones, con un correcto trabajo de preproducción y producción general, pero con eso sólo no alcanza si se falla en la dirección de actores, como también el manejo del ritmo que, si no es preciso, en una comedia los desajustes se pagan caros.
Un ámbito cálido y austero para una emotiva historia intimista Al pie de un cerezo, se ubica en una esquina, un pequeño lugar donde cocinan y venden dorayaki, una especie de alfajor hecho con tapas que parecen ser masa de panqueques, y el relleno una pasta de frijoles endulzados. El negocio, manejado por Sentaro (Masatoshi Nagase), va regular. Hace todo solo, está agotado. Vive también solo en un modesto departamento y cada día que se levanta, camina hacia el local como si fuese un autómata. Aunque se percibe que lo desanima la rutina puede intuirse otra cosa más profunda e importante. Un día, una señora que está por cumplir 76 años, se acerca a pedir el empleo que está escrito en la ventana. Aunque él la rechaza, su insistencia lo convencerá por el lado del sabor, porque Tokue (Kirin Kiki) se ofrece a elaborar la mejor pasta de frijoles que haya probado jamás. La dirección de Naomi Kawase nos introduce en un mundo cálido e intimista, donde ambos personajes se necesitan mutuamente, aunque ellos, al comienzo, no se darán cuenta. La anciana le enseña todos los secretos para la cocción, seguramente porque precisaba dejar un legado y no llevarse los secretos a la tumba. La película mantiene un desarrollo tranquilo, pausado, con paciencia oriental. Cuenta con muy pocas melodías de fondo, no hacen falta, el sonido ambiente y los diálogos son más que suficientes, porque, lo prioritario es seguir lo escrito en el guión. Están perfectamente sincronizados el paso del tiempo, los inconvenientes, el éxito, el drama, los momentos del cambio de giro en la historia, etc. Ambos ocultan cosas duras del pasado que se van a ir develando en los momentos necesarios del relato. No es una película donde se enseña a cocinar y luego observar la evolución del negocio, sino que es el aprendizaje y la enseñanza de conductas de vida que van a ir transformando los sentimientos de los personajes. El film es austero, se ven pocas calles de Tokio y sus alrededores. Nada de autos e inmuebles caros. Aquí lo importante son los pequeños detalles narrativos, manejados con mucha sensibilidad, para contar una buena historia sobre una señora mayor, con una gran sabiduría adquirida a través de los años, y un hombre de mediana edad cuya aceptación de la nueva realidad le permite abrir la coraza que blinda sus emociones y entregarse por completo a Tokue.
Cansado, reventado, molido, destruido. En una de estas palabras puede resumirse el estado anímico y físico en el que se encuentra Alejandro (Gustavo Almada). No la tiene fácil. Su vida está atada inexorablemente a otros, y sus circunstancias, que no le permiten despegar de una vez y tener vuelo propio. Porque de él depende Marta (Irene Gonnet), una madre que tiene cáncer de pulmón. Ella no le pone mucha voluntad para intentar recuperarse y termina desquiciando a su hijo. Vale aclarar que el protagonista está cerca de los 40 años, tiene una hermana que está casada y no tiene demasiado interés en atender a su mamá, por lo qué, Alejandro debe hacerse cargo y vivir con ella. El director Rosendo Ruíz cuenta una historia sencilla pero bien articulada, que transcurre en Córdoba, de cuando llega el momento, en que un hijo se convierte en el padre de sus padres. A esto, le suma los problemas inherentes del país que hacen mella en esa familia. Porque el protagonista es profesor de colegio secundario y la plata no le alcanza para independizarse y a la vez mantener a su madre. También tiene una novia, Verónica (Maura Sajeva), o por lo menos así lo siente, porque el amor no es recíproco, divorciada y con un hijo. Es decir, se esfuerza mucho, da todo lo que puede, pero prácticamente no recibe nada a cambio. Tampoco tiene un respiro, va de aquí para allá constantemente. Esas escenas tienen el ritmo adecuado para transmitir cada una de las peripecias que tiene que transitar el profesor. La música utilizada es universal, no está la autóctona, que permita identificar claramente a la provincia de Córdoba. Sólo la tonada de los diálogos. Pero podría pasar en cualquier otro lugar, o país, que no habría diferencias notables y resulta claramente comprensible para los distintos tipos de públicos. Marta es completamente dependiente de su hijo, que, a esta altura, se podría resumir con un término antiguo: anda como bola sin manija. Pero, aunque suene cruel y moralmente incorrecto, para que Alejandro definitivamente pueda vivir necesita imperiosamente, que su madre no lo haga. Cansado, reventado, molido, destruido. En una de estas palabras puede resumirse el estado anímico y físico en el que se encuentra Alejandro (Gustavo Almada). No la tiene fácil. Su vida está atada inexorablemente a otros, y sus circunstancias, que no le permiten despegar de una vez y tener vuelo propio. Porque de él depende Marta (Irene Gonnet), una madre que tiene cáncer de pulmón. Ella no le pone mucha voluntad para intentar recuperarse y termina desquiciando a su hijo. Vale aclarar que el protagonista está cerca de los 40 años, tiene una hermana que está casada y no tiene demasiado interés en atender a su mamá, por lo qué, Alejandro debe hacerse cargo y vivir con ella. El director Rosendo Ruíz cuenta una historia sencilla pero bien articulada, que transcurre en Córdoba, de cuando llega el momento, en que un hijo se convierte en el padre de sus padres. A esto, le suma los problemas inherentes del país que hacen mella en esa familia. Porque el protagonista es profesor de colegio secundario y la plata no le alcanza para independizarse y a la vez mantener a su madre. También tiene una novia, Verónica (Maura Sajeva), o por lo menos así lo siente, porque el amor no es recíproco, divorciada y con un hijo. Es decir, se esfuerza mucho, da todo lo que puede, pero prácticamente no recibe nada a cambio. Tampoco tiene un respiro, va de aquí para allá constantemente. Esas escenas tienen el ritmo adecuado para transmitir cada una de las peripecias que tiene que transitar el profesor. La música utilizada es universal, no está la autóctona, que permita identificar claramente a la provincia de Córdoba. Sólo la tonada de los diálogos. Pero podría pasar en cualquier otro lugar, o país, que no habría diferencias notables y resulta claramente comprensible para los distintos tipos de públicos. Marta es completamente dependiente de su hijo, que, a esta altura, se podría resumir con un término antiguo: anda como bola sin manija. Pero, aunque suene cruel y moralmente incorrecto, para que Alejandro definitivamente pueda vivir necesita imperiosamente, que su madre no lo haga. Cansado, reventado, molido, destruido. En una de estas palabras puede resumirse el estado anímico y físico en el que se encuentra Alejandro (Gustavo Almada). No la tiene fácil. Su vida está atada inexorablemente a otros, y sus circunstancias, que no le permiten despegar de una vez y tener vuelo propio. Porque de él depende Marta (Irene Gonnet), una madre que tiene cáncer de pulmón. Ella no le pone mucha voluntad para intentar recuperarse y termina desquiciando a su hijo. Vale aclarar que el protagonista está cerca de los 40 años, tiene una hermana que está casada y no tiene demasiado interés en atender a su mamá, por lo qué, Alejandro debe hacerse cargo y vivir con ella. El director Rosendo Ruíz cuenta una historia sencilla pero bien articulada, que transcurre en Córdoba, de cuando llega el momento, en que un hijo se convierte en el padre de sus padres. A esto, le suma los problemas inherentes del país que hacen mella en esa familia. Porque el protagonista es profesor de colegio secundario y la plata no le alcanza para independizarse y a la vez mantener a su madre. También tiene una novia, Verónica (Maura Sajeva), o por lo menos así lo siente, porque el amor no es recíproco, divorciada y con un hijo. Es decir, se esfuerza mucho, da todo lo que puede, pero prácticamente no recibe nada a cambio. Tampoco tiene un respiro, va de aquí para allá constantemente. Esas escenas tienen el ritmo adecuado para transmitir cada una de las peripecias que tiene que transitar el profesor. La música utilizada es universal, no está la autóctona, que permita identificar claramente a la provincia de Córdoba. Sólo la tonada de los diálogos. Pero podría pasar en cualquier otro lugar, o país, que no habría diferencias notables y resulta claramente comprensible para los distintos tipos de públicos. Marta es completamente dependiente de su hijo, que, a esta altura, se podría resumir con un término antiguo: anda como bola sin manija. Pero, aunque suene cruel y moralmente incorrecto, para que Alejandro definitivamente pueda vivir necesita imperiosamente, que su madre no lo haga. Cansado, reventado, molido, destruido. En una de estas palabras puede resumirse el estado anímico y físico en el que se encuentra Alejandro (Gustavo Almada). No la tiene fácil. Su vida está atada inexorablemente a otros, y sus circunstancias, que no le permiten despegar de una vez y tener vuelo propio. Porque de él depende Marta (Irene Gonnet), una madre que tiene cáncer de pulmón. Ella no le pone mucha voluntad para intentar recuperarse y termina desquiciando a su hijo. Vale aclarar que el protagonista está cerca de los 40 años, tiene una hermana que está casada y no tiene demasiado interés en atender a su mamá, por lo qué, Alejandro debe hacerse cargo y vivir con ella. El director Rosendo Ruíz cuenta una historia sencilla pero bien articulada, que transcurre en Córdoba, de cuando llega el momento, en que un hijo se convierte en el padre de sus padres. A esto, le suma los problemas inherentes del país que hacen mella en esa familia. Porque el protagonista es profesor de colegio secundario y la plata no le alcanza para independizarse y a la vez mantener a su madre. También tiene una novia, Verónica (Maura Sajeva), o por lo menos así lo siente, porque el amor no es recíproco, divorciada y con un hijo. Es decir, se esfuerza mucho, da todo lo que puede, pero prácticamente no recibe nada a cambio. Tampoco tiene un respiro, va de aquí para allá constantemente. Esas escenas tienen el ritmo adecuado para transmitir cada una de las peripecias que tiene que transitar el profesor. La música utilizada es universal, no está la autóctona, que permita identificar claramente a la provincia de Córdoba. Sólo la tonada de los diálogos. Pero podría pasar en cualquier otro lugar, o país, que no habría diferencias notables y resulta claramente comprensible para los distintos tipos de públicos. Marta es completamente dependiente de su hijo, que, a esta altura, se podría resumir con un término antiguo: anda como bola sin manija. Pero, aunque suene cruel y moralmente incorrecto, para que Alejandro definitivamente pueda vivir necesita imperiosamente, que su madre no lo haga.
Rigor estético y narrativo sobre un caso emblemático en la historia uruguaya Las dictaduras militares de las décadas del ‘70 y ‘80 que asolaron en Sudamérica dejaron grandes heridas que, luego de tantos años, siguen sangrando por estas tierras. Uruguay no quedó exceptuado del terrorismo de Estado en aquellas épocas. Para recordar esos momentos Julián Goyoaga Caritat filmó este documental tomando como punto de referencia a un pueblo instalado cerca del río Uruguay, curso de agua limítrofe con la Argentina. Nos referimos a San Javier, que se fundó hace 105 años por unas cuantas familias rusas, que arribaron huyendo de su país buscando un futuro mejor, de paz y tranquilidad. Todo iba por los cauces naturales en ese poblado a través de las décadas hasta que, según dicen los habitantes del lugar, la dictadura tomó a la colonia rusa como una excusa para continuar en el poder calificándolos de comunistas y peligrosos, que sólo ellos puedían contenerlos y mantenerlos alejados del resto de la ciudadanía. El director para narrar estos sucesos se basa en la figura del médico Vladimir Roslik, considerado como el último muerto por torturas en manos de los militares Para mantener viva su memoria está su viuda, María y su hijo Valery que era un bebé cuando mataron a su padre. Las charlas se suceden especialmente con la mujer, explicando todo lo que pasó y lo que hace para que sigan recordándolo. También hablan vecinos y víctimas de la represión, como lo fue él.. La crónica detalla tres momentos claves, aclarando cuál es el año y para recrear esos tiempos, complementándolo con logrados dibujos animados que clarifica todo lo sucedido. Además, para la composición del film, se valen de archivos fotográficos y fílmicos en blanco y negro, videos en color, diarios, recortes, etc. acompañados por varias canciones típicas. Más tarde toma preponderancia Valery, quien charla con gente que conoció a su padre. El concepto de contar la vida de un pequeño pueblo uruguayo durante los años duros, a través de la muerte de un médico que no se involucró nunca con la política, está bien logrado, porque la película posee un rigor estético y narrativo contundente. Nunca se sale de libreto. Es sensible y emotiva por el tema que trata y las dos víctimas sostienen
La eterna lucha que lleva adelante el pobre contra el rico, el desamparado frente al poderoso, queda plasmada una vez más por el reconocido documentalista Martín Céspedes. La historia se remonta al año 2011, cuando un joven campesino llamado Cristian Ferreyra, que ocupaba junto a su familia un terreno localizado en un paraje del monte santiagueño, es asesinado por Javier Juárez, un empleado contratado por el empresario Jorge Ciccioli para que vigile sus campos. El director procura con su película, retratar las consecuencias de ese caso durante 2014, cuando se realizó el juicio oral y público a los dos acusados y, en paralelo, como para ejemplificar, ubicar el contexto y comprender un poco más cuál es el conflicto imperante, rescata con su cámara a distintos habitantes y familias enteras viviendo en precarias casas, que se dedican al trabajo en el campo, donde tanto mujeres, como hombres y chicos lo hacen a la par. Ellos suelen talar árboles, a veces ilegalmente, pero su especialidad es la agricultura y la crianza de cabras que luego las venden muertas y limpias para cocinar. En este punto, Martín Céspedes pone el foco sutilmente en que los sentimientos aquí no interfieren. Los niños se educan viendo cómo se mata a los animales porque son considerados alimentos y no mascotas. Algo que, para los ciudadanos urbanos esas imágenes sin filtros, pueden resultar chocantes. El pedido de justicia permanece a lo largo del film. Se realizan marchas, alegatos, protestas pacíficas, donde la bronca perdura y no se la pueden quitar los familiares y vecinos de la víctima. La filmación, en sí misma, carece de valor artístico. El realizador pone la cámara silenciosamente y registra lo que sucede, sin música que acompañe las imágenes, sólo con el sonido de la naturaleza y el ambiente. Las voces humanas llenas de angustia y dolor, son suficientes para expresar que, pese a todo, no cesarán los reclamos para obtener no sólo justicia sino también una igualdad de oportunidades para todos los habitantes de la región, y por sobre todas las cosas una convivencia pacífica y respetuosa.
Infinidad de veces se dijo que el amor es ciego. Pues aquí, en esta película, encontramos una prueba cabal que dicha frase, es cierta. Emma (Valeria Golino) es una osteópata, soltera, que concurre asiduamente a un sitio muy especial cuya actividad es, tras las cortinas, permanecer a oscuras y relacionarse con otras personas a través de la voz y los otros sentidos que puedan servir en estos casos, resultando una experiencia nueva y original. Pero ella cuenta con una ventaja, es ciega desde los 17 años, pero esa incapacidad no es un impedimento para poder trabajar y moverse libremente por la ciudad. Hacia ese lugar concurre una vez Teo (Adriano Giannini), quien trabaja en una agencia de publicidad, y le recomendaron asistir para apreciar en carne propia ese momento, pero queda subyugado por la seductora voz de ella, y el romance no tardará en llegar. Silvio Soldini maneja los hilos de esta comedia dramática con oficio. Los personajes son delineados como opuestos, pero que se complementan a la perfección. Ella es ordenada, metódica, y tiene una amiga disminuida visual. Él vive solo, pero tiene una novia fiel y una amante fija, que a su vez es casada. Para vivir así, mintiendo y engañando constantemente, tiene una gran habilidad e imaginación, como la que necesita para desarrollar su trabajo. Su amigo y confidente es un compañero de oficina. La protagonista es expresiva, cuenta su vida sin pruritos, da todo sin exigir nada a cambio, pero Teo oculta su pasado, lo avergüenza. Dice lo justo y necesario para conformarla a ella y a su novia oficial, manteniendo un delicado equilibrio entre las partes, sabiendo que en cualquier momento todo lo construido, se puede derrumbar. El desarrollo del film tiene un ritmo constante, siempre suceden cosas, tanto de las buenas y placenteras como los inconvenientes lógicos y necesarios para que evolucione correctamente la historia. Técnicamente es impecable, cuenta con un buen presupuesto como para utilizar distintas locaciones y no dar indicios de austeridad. Básicamente la narración se sostiene en las marchas y contramarchas de la relación. No hay nada innovador, sólo frescos y actuales diálogos, utilizando un lenguaje coloquial. Todo para demostrar que no se necesitan los ojos para ver realmente, sino los sentimientos más puros y genuinos de un amor de película.
Según lo que transmite este documental sobre las mujeres en Cuba, ellas son así en la actualidad, gracias a la revolución y lo que hizo por ellas el extinto Fidel Castro. La directora argentina María Torrellas viajó hacia el país caribeño, para consultar a varias mujeres de distintas edades, con el fin de corroborar esas afirmaciones. Cuentan diferentes historias de lucha acompañando a los hermanos Castro en la transformación del país. Junto a los testimonios actuales hay fotografías y filmaciones en blanco y negro de los momentos previos y posteriores a la toma del poder. La música nacional suena con fuerza en algunos momentos, en tanto que otros hay imágenes de marchas donde nadie protesta, todos vanaglorian el sistema. Lo llamativo del film es que la realizadora charla con mujeres que tienen un trabajo estable, algunas son profesionales, otras dirigen o coordinan alguna institución o medio vinculado a la cultura. Todas están muy bien establecidas, mientras recuerdan a distintos personajes femeninos que, según ellas, fueron una suerte de heroínas intachables, porque hicieron grande a su país, y se deshacen en elogios a Fidel Castro y su revolución. María Torrellas no sale a la calle para charlar con chicas y señoras pobres que no tienen las mismas posibilidades que sus entrevistadas. No cuestiona el método de reparto alimentario, cuando tienen que hacer cola para conseguir comida racionada. O los pequeños contrabandos de mercadería que hacen algunos para conseguir ciertos elementos, que, por las vías normales, es muy difícil de adquirir, etc. En vez de un documental, parece un panfleto político. Donde la directora parece fascinada con lo que le cuentan. Son todas loas y un agradecimiento eterno hacia el líder. Pero eso no es lo único grave, sino también la de mostrar sólo una cara de la misma moneda. Además, no hay un esfuerzo creativo que corresponda a un género cinematográfico, es excesivamente larga, como para ver y escuchar siempre lo mismo, llegando a aburrir en algunos tramos.
Transcurre el año 1969, allá lejos, detrás de un bosque, hay una gigantesca casa deshabitada por más de tres décadas. Su estado no es el mejor, pero se puede vivir allí. Rose (Nicola Harrison) y sus cuatro hijos la van a ocupar, con la salvedad de que ella se crió ahí y perteneció a su familia, de apellido Marrowbone, y así le dice a su prole que se van a llamar desde ese instante. La trama del film dirigido por el debutante Sergio G. Sánchez, es exactamente como su título. Algo raro pasa, durante todo el relato predomina la incomodidad y la tensión. Las pistas van apareciendo lentamente. Sólo sabemos que la intención de la familia es volver a empezar de cero, olvidar el pasado. Porque huyeron de Inglaterra hacia los E.E.U.U. La madre los obliga a permanecer juntos y ocultos en esa propiedad, hasta que Jack (George Mackay) cumpla los 21 años. Sus otros hermanos aceptan la decisión de Rose, que muere de una enfermedad contraída en Europa. Es necesario hacer un cuadro de situación porque intervienen varios personajes, todos con su importancia, para intentar llevar a cabo una película, mezcla de thriller y terror. Porque hay un monstruo en el altillo, pero que se develará el misterio y los motivos cuando esté muy avanzada la narración. Hay víctimas, villanos, entrometidos molestos, héroes, deudas, codicia extrema, violencia, amor. Todos componentes bien relacionados entre sí, porque la mayor parte del largometraje es un drama, que derivará en el espanto y el horror. Técnicamente impecable, con un gran manejo del suspenso y los ruidos incidentales, lamentablemente declina su calidad porque durante la primera parte está contado por Jack, como si fuese un flashback, pero después no lo continúa para cerrar el círculo. Luego, cuando finalmente se explica el pasado familiar, es a través de la voz en off del protagonista y de recortes de diarios ingleses. Además, la temporalidad de los sucesos se altera para que la historia avance rápidamente y que el espectador entienda los hechos, sin importar demasiado si es correcto o no. Seguramente sin las sólidas interpretaciones de los hermanos y Allie (Anya Taylor-Joy), que oficia como la novia de Jack, el film sería más difícil de ver, po cuanto el director reitera escenas y situaciones vistas en otras realizaciones, pese a que el objetivo principal haya sido demasiado pretencioso. Primero, porque es una producción española, filmada en España pero hablada en inglés y con actores extranjeros. Segundo, por la ambientación de los lugares, vestuario y vehículos de la época. Tercero, escribir un guión atractivo pero que, en la realidad, no se aprecia como tal.
Perdido en el mapa, al noroeste de la provincia de Buenos Aires, se halla un pueblito fundado en los primeros años del siglo XX, llamado El Dorado, que cuenta con un poco más de 300 personas en la actualidad. Lo que les llamó la atención a los directores Pablo Aparo y Martín Benchimol es el particular modo de vida que tienen sus habitantes porque, pese a estar a no mucha distancia de ciudades más grandes e importantes, ellos están lejos de todo. Algunos tienen computadora y teléfono celular, pero su realidad es otra, mucho más cercana a sus antepasados que al presente. Su cultura sigue siendo machista, los hombres trabajan en el campo, las mujeres están en su casa, no admiten homosexuales, si hay alguno por ahí se terminan dando cuenta que deben marcharse a otro lado. Aunque el motivo principal de los realizadores no fue tomar registro de los usos y hábitos que impera en esa localidad, sino la costumbre que tienen de curarse la salud entre ellos mismos. Así es, al tener a los médicos y odontólogos alejados la mayoría de los vecinos saben ser curanderos, conocimientos que aprendieron de sus familiares. Cuando a alguien lo aqueja un problema físico uno de ellos voluntariamente acude a curarlo. Utilizan diferentes métodos o técnicas para tratar las enfermedades. Sus herramientas son cordeles, persignaciones, bostezos, sapos lavados a mano al que les atan una cinta roja, o los cuelgan cabeza debajo de la rama de un árbol. Las personas que se dedican a esto son entrevistadas sentadas. Nadie explica certeramente cómo hace para curar a otro, ni lo muestran tampoco. Los testimonios se van sucediendo a un buen ritmo aunque con altibajos porque los momentos de transición no aportan nada importante y se producen baches. De a poco introducen dos temas que van adquiriendo preponderancia con el transcurrir del film. Uno tiene que ver con lo que se está hablando y lo padece una mujer grande que siempre está en cama. Unos lo sostienen y otros no que esa señora sufre de “espanto”. Algún hecho la asustó y quedó así, inanimada. Hay alguien llamado Jorge que sabe tratarlo, vive en las afueras y no es muy sociable. Al relato lo van llevando con cautela, el misterio se acrecienta mientras, en paralelo, van mostrando los preparativos de un casamiento. Inexplicablemente Aparo y Benchimol no logran, o no les permiten, profundizar más y viran la narración hacia la boda, donde la chica está muy entusiasmada y feliz, en tanto que el novio, tiene una cara nada coiuncidente, incluso durante la fiesta, como si lo hubiesen condenado a cadena perpetua, tal vez lo interpretó, o sintió así. A los que vivimos en las grandes urbes este micro universo aquí exhibido nos puede sorprender porque están en juego otros valores o creencias, y como sus habitantes confían en lo que hacen no precisan de la medicina tradicional, a menos que sea algo muy grave como para vivir tranquilos y sin problemas.
Emotivo documental más próximo al arte que a la crónica informativa Luego del atentado a la AMIA, ocurrido el 18 de Julio de 1994, surgieron varias historias y anécdotas de distinta índole acerca de las personas que murieron o lograron salvarse en ese funesto día. Este documental cuenta la vida actual de una sobreviviente, Mirta Regina Satz, aunque le gusta que la llamen Regina, quien fue durante 18 años jefa de tesorería de la institución. Ella pudo salir del edificio destruido, sana y salva. Pero no se quedó atada al permanente lamento por lo ocurrido, ni victimizándose sino que, gracias a su capacidad de resiliencia, la hizo transformarse en otra mujer, en algo que lo tenía oculto, y casi, sin darse cuenta, encontró lo que la cultura japonesa llama Ikigai, es decir, una razón para vivir. Entonces abandonó su trabajo y comenzó a estudiar bellas artes y a frecuentar las milongas porteñas. Su obra, la que le hizo volver a la vida, es la reconstrucción de una vieja casa que fue de sus padres y convertirla en un taller de arte, pero no en uno cualquiera, sino que este se distingue por tener la fachada cubierta por murales hechos entre todos los que quisieran, homenajeando a la sonrisa de Gardel. Cada uno lo realizó con su propio diseño y utilizando azulejos, cerámicos, platos, etc., todos rotos, quedó eternizado el rostro del tanguero más famoso del país. Ricardo Piterbarg dirigió esta película para contar una historia distinta, donde la lección más importante no es escarbar y realzar el dolor, sino qué es lo que se puede hacer con él y usarlo a favor. Por eso, los momentos de emoción son acotados y justos. El director cuenta con la gran fortuna de tener a la protagonista, que no se amilana frente a la cámara y se maneja con una gran expresividad física, verbal y gestual. No sólo participa Regina, también lo hace su padre, su hija y el albañil que ayudó a refaccionar el lugar, entre los más destacados. El film está producido con un gran sentido estético y narrativo único, no avanza el relato de forma tradicional sino cuidando cada escena. Amalgama los sentimientos, esperanzas, dolores y recuerdos con imágenes y sonidos de archivo, cuando es necesario. Además del tango, tocado por una guitarra y la compañía infaltable del bandoneón, principalmente, para que no termine siendo un documental más, sino una obra mucho más cercana al arte, que a la mera crónica informativa. Así es como la artista logró que la incómoda mochila que carga sobre sus espaldas, con los momentos buenos y malos de su vida, pueda ser más liviana que hace 24 años.