A Marcela (Mercedes Morán) se le acaba de morir su hermana. La tristeza y el dolor le invadio el cuerpo y alma. Debe transitar el momento del duelo, sin la compañía de su esposo Jorge (Marcelo Subiotto) porque tiene que realizar indefectiblemente un viaje de negocios. Así, sola, haciéndose cargo de los tres hijos jóvenes y adolescentes, como asimismo del desarme de la casa de su hermana, se encuentra ella en un periodo clave de su vida. La actriz María Alché debuta en la dirección cinematográfica con una propuesta intimista, cálida y personal, similares a ciertos films de su mentora y guía, Lucrecia Martel, donde lo importante no es el cuento en sí mismo, si hay o no conflictos, sino cómo se relata e interactúan los integrantes del elenco. La soledad de Marcela no es física, es espiritual porque siempre está rodeada de gente, o padece momentos de ensoñación, recordando situaciones vividas cuando era joven, o visualizando a familiares muertos hace años. Técnicamente le cambian el color de la fotografía, y por momentos también la enturbian un poco durante la recreación de esas escenas. Más tarde, la acompaña en el vaciado del departamento, un amigo de su hija mayor, llamado Nacho (Esteban Bigliardi) quien está con ella como una suerte de tutor temporario. Pasan varias horas por día y percibe que, aunque sea por un breve lapso, alguien se ocupa de ella. A raíz de estos asiduos encuentros, el sutil coqueteo y las continuas charlas, la atracción entre ellos no tardará en aflorar. Pero ni siquiera esa situación le provoca culpa alguna, o necesidad de un cuestionamiento a su accionar. Es decir, durante el desarrollo der la historia no hay problemas graves que hagan cambiar de dirección el destino de su vida. Todo el conflicto está plasmado en los primeros minutos, luego continúa manteniendo el orden familiar, y cuando puede se reconstruye a sí misma. Porque la realizadora prioriza el proceso interno por el que recorre la protagonista, y, desde esa posición, traspasar la pantalla, emitiendo sensaciones y sentimientos de diferente calibre, De ese modo logra un ritmo interno con una atmósfera particular, por momentos agobiante, y en otros más distendidos. Así pasa esos días Marcela, despidiendo a su hermana, sin perder el equilibrio y la armonía familiar.
Pasaron muchos años ya, pero las esquirlas que dejó la Segunda Guerra Mundial todavía lastiman en el recuerdo de quienes la sufrieron, directa o indirectamente. De sanarlas o curarlas un poco, acaso, es el tema de esta película coproducida por Eslovaquia, República Checa y Austria. El realizador Martín Sulik se propone reflexionar sobre el conflicto bélico desde un punto de vista muy especial, priorizando la memoria, los sentimientos y la comprensión. Aunque, justamente para llegar a ese instante se debe transitar por diferentes momentos, básicamente tristes. Algunos más y otros menos dolorosos. Para descubrir y analizar desde otro ángulo ese nefasto suceso ocurrido en Europa, el director recurre a una historia simple, desde el planteo estructural del guión cinematográfico, pero, durante el desarrollo del film alterna momentos distendidos para oxigenar un poco la historia, con otros de una importante crudeza y profundidad desde la concepción filosófica. Ali (Jiri Menzel) es un hombre de ochenta años, trabajó de intérprete y, en un libro, leyó que un ex-oficial de las SS alemanas, estuvo de operaciones militares en Eslovaquia. Entre esas actividades asesinó a sus padres. A raíz de esa revelación necesita vengarse. Decidido llega al domicilio del nazi, pero en vez de encontrarlo a él lo recibe su hijo Georg (Peter Simonischek), jubilado docente de setenta años, diciéndole que su padre murió hace mucho tiempo. Ali precisaba conocer la verdad y enfrentar al victimario de sus progenitores. Inesperadamente Georg quiere ayudarlo en su búsqueda porque alega no haberlo conocido lo suficiente, y ambos siguen las pistas de las fotos y cartas que tiene guardadas el profesor. En esa aventura, relatada como una road movie, se embarcan dos hombres mayores, uno serio, concentrado, metódico y taciturno, y el otro alegre, díscolo, distendido y extrovertido. Los separa la religión, el carácter y, fundamentalmente, el pasado familiar, pero los une un ex-agente de la Gestapo. Durante el viaje en auto, mientras reconstruyen el recorrido del ex-militar, recogen testimonios de los propios testigos o personas involucradas de algún modo, en esos lugares y tiempos difíciles. Martín Sulik maneja con precisión los climas, diálogos, secuencias, etc. de manera clásica, sin sorpresas. Pero a la narración le sobran unos minutos, gracias a la reiteración de algunas escenas, para remarcar la capacidad de diversión y lo bien que la está pasando Georg en distintas situaciones. Esto le quita agilidad y dinamismo al film. Hay veces que saber sintetizar es más valioso que describir cada detalle pormenorizadamente. De recorrida andan ellos para saber la verdad, y para conocerla tienen que estar preparados psicológicamente. Resta saber si alguno de ellos lo está y lo soportará sin sufrir las consecuencias.
Un día. Un sólo día puede ser una bisagra. Un antes y un después en la vida de una persona. Así de crudo como suena, de vez en cuando, es realidad. Como le ocurrió a este grupo de personas vinculadas entre sí, de distintas maneras que cuando amanecieron no vislumbraron los sucesos encadenados que iban a transitar. Ana (Sofía Bertolotto) trabaja de acompañante terapéutica y mantiene un romance clandestino con el novio de su mejor amiga, Dolores (Coral Gabaglio), que se entera del engaño, aunque no sabe quién es la otra. Con esa excusa abandona su casa y se muda a la de Ana. El contrapunto está instalado desde el vamos en esta realización de Matías Tapia y Carlos Piwowarski, donde los extremos se tocan y potencian. Porque Ana es tranquila, responsable con su trabajo, amable con los vecinos, pese a que tiene uno desagradable y molesto. En cambio Dolores es todo lo contrario, exagerada, desbordada, irresponsable. Tal es así que entabla una relación, desde el lado de los vicios, con ese vecino llamado Rojas (Chucho Fernández). El caos y el desorden se apodera de las chicas. Todo se sale de su cauce cuando Ana mata a Chucho para defender a Dolores. Para deshacerse del cadáver, recurre a una paciente suya, Roxi (Azul Fernández), que es una gran provocadora, cuestiona los límites, coquetea con el delito y está medicada. Con un gran ritmo, de principio a fin, avanza esta comedia negra. Durante la propuesta cinematográfica, se percibe un clima "almodovariano" en su tratamiento, tan característico de su primera época. La temática es bien actual y el lenguaje utilizado lo mismo. Es coloquial, se evitan los formalismos, sólo lo mantienen las fuerzas policiales. Pese a la corta duración, el film que cuenta con varios actores, cada uno de ellos tiene un papel importante y tiempo para desarrollarlo. Está a la vista que estamos en presencia de una aventura, dentro de un contexto particular, en la que deseamos que las chicas tengan éxito con su objetivo. Aunque cuenta con un buen trabajo de producción y posproducción, para que todo lo pensado en el guión funcione correctamente, la película no causa la gracia pretendida. Sólo entretiene por la continuidad de escenas alocadas, que es meritorio realizarlas porque precisan un timing exacto, pero no hay nada más que eso.
Desear sobresalir del resto porque conformarse no está en su ADN; Mostrarse ante los demás poderosa e invulnerable, aunque la procesión vaya por dentro; Pretender no ser una más en el directorio sino la número uno de la empresa, son las cualidades necesarias que debe tener una mujer para acceder a ese codiciado cargo y Emmanuelle (Emmanuelle Devos) está segura de cumplir con todos esos requisitos y va a por ello con sus mejores armas. La protagonista tiene una vida ordenada. Está casada con un hombre que hace carrera dentro de una importante empresa. Además de dos hijos y un padre enfermo. Ella todo lo puede, se ocupa de estar en cada detalle. No puede ni sabe parar. Sólo duerme 4 horas por día, pero siempre luce atenta e impecable. Tonie Marshall retrata prolijamente los intrincados vericuetos de una persona que se quiere abrir paso dentro de un grupo de ejecutivos, con todas las dificultades que eso conlleva, para acceder al máximo cargo que existe dentro de una compañía. Pero, si para un hombre, que son los históricamente más acostumbrados a encarar este tipo de lides, es difícil, lo es mucho, muchísimo más, cuando quien encara esta cruzada es una mujer por más que tenga un currículum brillante y sin manchas. Emmanuelle es ingeniera de una multinacional que fabrica turbinas eólicas. Tiene grandes responsabilidades allí, pero son hombres quienes la dirigen, hasta que se contactan con ella unas mujeres encargadas de una red femenina y feminista que lucha por sus derechos. La organización cuenta con importantes contactos en las altas esferas empresariales, industriales y gubernamentales, cuya intención es posicionarla como CEO en la empresa que distribuye por red el agua de toda la ciudad, para así mostrar su más creciente poderío en ámbitos cada vez más encumbrados. La directora conduce hábilmente y en forma equilibrada los momentos de tentación y ansiedad que transita la ingeniera. Y la contracara, los manejos turbios, las estrategias, alianzas, luchas de poderes, presiones, chantajes, espionaje, juego sucio y todo lo imaginable que sea necesario para quedarse con el codiciado puesto. Cinematográficamente no se observa nada innovador. El relato es clásico, con unas secuencias narradas velozmente y otras que llevan a la calma para profundizar más las sensaciones y sentimientos de todos los participantes del elenco. Emmanuelle Devos transita todos los registros de su personaje con madurez y seriedad. Recorre la alegría, preocupación, nerviosismo, dulzura, pragmatismo, simpatía, con su habitual versatilidad. Además, habla y canta en chino con soltura. A Emmanuelle la oferta le sacudió la modorra, la estimuló y le inyectó una energía extra para que, luego de unas dudas, se convierta en un desafío personal pese a todos los obstáculos, intentar sentarse en el sillón presidencial de una prestigiosa empresa y tener a los hombres bajo su mando.
Hacer los deberes, como Dios manda, no siempre resulta ser beneficioso., sino que lo diga Quique (Diego Pérez), un humilde y sacrificado trabajador que siempre enfrenta al día con una sonrisa y puro optimismo. Porque se encarga de reparar las máquinas de una empresa siendo un empleado fijo. Además, hace otro tipo de changas como arreglos de los artefactos pertenecientes a un inmueble. Y, por si fuera poco, al ser creyente practicante, oficia de monaguillo en una Iglesia conducida por un amigo cura. El protagonista vive con su mujer en una casa alquilada, no les sobra nada, se mantienen con lo justo, él se conforma con eso y es feliz, pero Yanina (Daniela Viaggiamari) no, y por eso engaña a su marido con el hijo del dueño de la empresa donde Quique trabaja. Víctor (Sebastián Pajoni) es el malo, y con éste rival comienza su calvario. Dirigida por Roberto Salomone y Daniel Alvaredo, esta película está planteada como una comedia, aunque tiene todo el espíritu de ser un drama. El relato es dinámico en todo su desarrollo y casi siempre lo acompaña alguna música o ruido incidental para exagerar aún más las desdichas que transcurren de escena en escena. Constantemente le suceden cosas a Quique. Nada le sale bien. Pierde todo, absolutamente todo, y termina en la calle. Reconstruirse es su prioridad, prometiendo que nunca más será bueno y no volverá a respetar los diez mandamientos. El personaje está hecho a la medida de Diego Pérez. Es difícil imaginarse a otro actor conocido que pueda interpretarlo. El resto del elenco lo acompaña cumpliendo bien sus papeles. Pero el problema viene de parte del guión. Si promete ante Jesús que va a ser todo lo contrario a lo que venía siendo, el espectador pretende que lo cumpla, con un cambio de carácter y actitudes. Pero no lo hace. Sigue siendo un bonachón y confiado. Sólo desea a Zulma (Luciana Dulitzky), la mujer de un vecino, que lo seduce permanentemente. La historia es actual, con los problemas cotidianos que nos aquejan y preocupan a todos, pero tiene un tratamiento y una textura un poco pasada de moda Como Quique es así, lo único que puede esperar es que la mala racha cambie, pero para ello la buena suerte tiene que ser una aliada fundamental.
Una sutil lección de concientización humana A poco tiempo de finalizada la Segunda Guerra Mundial. En un pueblito de Hungría, donde se desarrolla este film, aún perduran los resabios del conflicto bélico porque todavía están custodiados por el ejército soviético. Falta tiempo para ordenar y reconstruir el país. Estar en paz es una sensación rara, después de tantos años. Pero la vida sigue pese a todo y en eso andan Kisrózsi (Tamás Szabó Kimmel) y Árpád (Bence Tasnádi) en los preparativos finales para casarse a la tarde. Con ese marco Ferenc Török filmó en color sepia está particular historia donde lo peor se supone que ya pasó, pero no es así. En paralelo a los preparativos de la boda llegan en tren dos judíos ortodoxos, un viejo y un joven, con un extraño equipaje, dos misteriosas cajas alargadas de madera que alteran los nervios del magistrado del pueblo, István (Péter Rudolf), el padre del novio, y también de otros vecinos. Todo ocurre en menos de veinticuatro horas. La intriga aumenta, las dudas acechan. Hay secretos ocultos, sucedidos durante la guerra, que temen salga a la luz a causa de esos singulares visitantes. El funcionario público pensaba tener un día alegre, pero la realidad le mostró otra cosa. Se suman los inconvenientes, como el de su esposa, Anna (Eszter Nagy-Kálózy), que no quiere que su hijo se case con esa chica porque estuvo comprometida con otro hombre y no la acepta. El guión describe las miserias humanas, las traiciones, el vale todo, encuadrado en la falsa legalidad, con las que se hacían ciertos negocios durante la guerra, la culpa, la venganza, el maltrato mucho más psicológico que físico, etc. El contraste es notorio entre la locura de los habitantes locales y la parsimonia, con breves, pero contundentes, gestos de los judíos que hablan muy poco, casi nada, siempre están serios, pero con eso sólo dicen mucho. La ambientación es lograda, pues nos sumerge inmediatamente en esa época. El ritmo del relato fluctúa entre la rapidez de los húngaros y la tranquilidad de los visitantes. Prácticamente no hay música o sonidos incidentales. No hace falta resaltar nada. Todo está en la pantalla. La película sirve como una sutil lección de concientización humana, porque aprovecharse de los demás, hacer turbios negocios, no amar, no respetar, a la larga, se vuelve en contra.
Adolescencia, momentos difíciles para las personas. Tiempos de cambios físicos, de carácter y hormonales. Las dudas, inseguridades y rebeldías hacia lo preestablecido están a flor de piel. Por todas estas situaciones pasan un grupo de estudiantes del pueblo Resignación. No hay referencias a qué época pertenece la historia. Es una mezcla de varias. La ambientación nos recuerda a la década del ´70. Por los vehículos utilizados, el tocadiscos que suena. Los portafolios de cuero que llevan los alumnos, los televisores viejos, la cámara de fotos, etc. En esa atmósfera se encuentran ellos. En especial los protagonistas, Agustina (Paula Hertzog) cuando llega de otro pueblo con su madre Irene (Paola Barrientos), en un rastrojero para abrir una casa de modas. En su nuevo colegio la menor conoce a Pedro (Martín Covini), un chico inseguro, tímido, desgarbado, con los hombros caídos, que pese a estar en distintas aulas él se enamora, aunque ella no quiere tener novio. Diego Lublinsky aborda una vez más la temática del amor adolescente, con las dudas, temores y deseos de tener su primera vez. No sólo de la pareja central, sino también de los compañeros quienes, entre ellos,k fabulan encuentros y se alientan mutuamente para concretarlo. Bajo una curiosa propuesta escenográfica transcurre esta película, porque las escenas en exteriores fueron realizadas con un fondo filmado de las calles, caminos rurales, etc. para que, los actores, por delante de esa pantalla, simulen estar afuera, donde hasta el viento les sopla en la cara. Por otro lado los interiores son reales, con sus muebles y decorados. El film se desarrolla con tranquilidad pueblerina. Lo que altera un poco el ritmo es la música pegadiza cantada en idioma extranjero. Los chicos quieren cada vez están más seguros, se van convenciendo de que el debut sexual es inminente, pero se lo toman con calma, nadie los apura. Agustina tiene una cuenta pendiente, lo que le impide querer estar de novia, y es el anhelo de conocer a su padre, esa necesidad tiene prioridad en su vida. Ella, durante el relato se va transformando, tanto externa como internamente. Su actitud y postura va cambiando, mientras Pedro, que ayuda en todo a su amada, se mantiene imperturbable. Sus gestos y presencia física no sufren modificaciones, está igual que antes de conocerla. La narración es amable y amena. El director tuvo una idea en la cabeza y la supo llevar a cabo coherentemente. Sabía qué contar y de qué manera, las vicisitudes de un grupo de chicos, como tantos otros alrededor del mundo, que tienen las mismas inquietudes y expectativas para entrar en la adultez.
La figura de mito o leyenda de una persona generalmente la va construyendo la gente que es testigo directo de sus acciones. Ellos son los que, bajo su punto de vista, magnifican el relato hasta acercarlo generosamente a la categoría de héroe que, pese a sus humanas contradicciones, permanece inmaculado en el imaginario popular. Lo notorio en el caso de éste documental sobre Blanca Luz Brum, es que ella misma escribió su biografía, adjudicándose hechos decisivos en la historia de varios países latinoamericanos, incluido el nuestro, pero que no pudieron comprobarse. Sobre la guía de esa autobiografía, contada con la voz en off de Mercedes Morán, se basó Pablo Zubizarreta para investigar y filmar la vida de la controvertida mujer. Ella nació en Uruguay en 1905, de adolescente se convirtió en escritora y, oponiéndose a las convenciones de la época, se casó muy joven, comenzando a viajar por varios países estableciendo relaciones con distintos hombres, cuyas influencias en la cultura, política, arte, y pensamientos filosóficos, fueron muy importantes en sus naciones de nacimiento. El director describe cronológicamente los sucesos que marcaron la existencia de Blanca Luz, recurriendo a testimonios de alguien que no creyó nunca en su historia, por el contrario, y de otros que sí le creyeron, desde su hija, pasando por otros parientes, conocidos, historiadores, etc. Como asimismo a través de una gran producción, viaja a los países en la que ella estuvo, para conocer si lo que se dice es verdad. Para sustentar el relato utiliza una gran cantidad de fotos en blanco y negro, archivos fílmicos, recortes de diarios, libros de su autoría, cartas, entre otros documentos. El film está compaginado prolijamente para crear un verosímil acorde al personaje retratado. Con otras voces en off y recreaciones ficcionadas de mujeres ubicadas de espaldas o en penumbras, con la vestimenta y distintos peinados que Blanca Luz utilizó a lo largo de los años, que completan la película. Quedará a criterio del espectador aceptar lo que transmite la realización, porque las declaraciones de las personas son contradictorias. Muchas la idealizan por haber estado en el lugar justo y con las personas indicadas, para ser influyente con sus opiniones y escritos panfletarios, en los momentos más trascendentes de cada país en el que estuvo y otros, en cambio, dudan mucho de tales hechos por no tener pruebas fehacientes que corroboren tales epopeyas.
Durante uno de los períodos más conflictivos a nivel social y político que aquejaron a los argentinos, a fines de los años ´60 y principios de los ´70, hubo personas de distinto estrato social y económico que no quería ni aceptaba a los gobernantes de turno. Añoraban al General Perón, querían su vuelta al país para que haya paz y felicidad de una buena vez. Aunque para lograrlo debían armarse de forma ilegal e integrar distintas agrupaciones con ese objetivo común. Entre todos esos ellos se encontraba Samuel Slutzky, un médico, casado, con dos hijos, que tenía la imperiosa necesidad de ser un revolucionario. En 1977 es secuestrado de su casa en La Plata y lo llevaron al centro de detención clandestino llamado “La Cacha”, donde lo torturan y muere. Sus restos nunca fueron encontrados. Los directores de este documental, Sergio Slutzky y Daniel Burak, siguen desde el año 2011 hasta 2016 a un personaje singular y carismático que, después de tanto tiempo transcurrido, aún conserva el dolor y la bronca por lo sucedido. Ese es Mariano, hijo del médico desaparecido. Sergio a través de una red social encontró a Mariano, que es un periodista itinerante, porque comparten el mismo apellido. Son primos, pero no sabía ninguno de la existencia del otro. Con estos datos, deciden hacer el film donde Sergio además de co-dirigir, se coloca frente a cámara para acompañar a su primo en busca de la verdad y justicia. Este proyecto cinematográfico es una aventura en sí misma, porque Sergio vive en Israel y Mariano en Holanda. La producción se trasladó hacia esos países para registrar el periplo y también los hechos en la Argentina. Lo original de esta película no es la realización en sí misma, que conserva los cánones tradicionales de relato, con entrevistas cara a cara, generalmente sentados, y con alguna musiquita ambientando momentos tristes, sino que detrás de la historia principal hay otras historias que, para el protagonista, son tanto, o tal vez, más duras y dramáticas de soportar, por la no relación con su familia, el exilio, la crianza durante la adolescencia junto a su hermana, en hogares adoptivos, etc. Pero, pese a todos los avatares sufridos por los hermanos, ellos consideran a su padre como un héroe. El documental mantiene durante todo el tiempo el mismo tono y ritmo interno, toqueteando en ciertas ocasiones, con momentos emotivos, pero que son controlados para que no desborden, porque Mariano tiene varias heridas abiertas que desea cerrarlas de una vez. Va de a poco, pero con decisión. Se siente seguro de hacerlo. Algo de eso pudimos apreciarlo en esta realización. Todavía le falta, tiene que sortear varias sorpresas más, pero va por el buen camino.
Temática controvertida en una historia intimísta con tratamiento descarnado En una casa amplia y cómoda con jardín, ubicada en el conurbano bonaerense, vive un hombre solo (Daniel Quaranta). Camina lento, se sostiene con un bastón. No es demasiado viejo, pero está muy desmejorado. Su salud está deteriorada y eso lo avejenta aún más. Está descuidado y abandonado, venido a menos, igual a la casa que habita. Con su ópera prima Federico Jacobi se involucra con un tema siempre controvertido y actual. Es el momento en que un hijo se termina convirtiendo, forzosamente, en el padre de su padre. Porque este hombre, que no tiene nombre, quedó viudo hace no mucho tiempo. Su hijo, que tampoco tiene nombre, interpretado por Nahuel Yotich, estuvo viviendo en el exterior y volvió para cuidarlo. Él vive en otra casa pero siempre tiene un ojo puesto sobre la salud de su progenitor. La película es profunda, intimista y descarnada. El director no duda en exigir a sus actores para que dejen todo en cada toma. La dejadez y depresión del mayor está muy bien representada, fundamentalmente resaltando pequeños detalles de su conducta, como así también de su aspecto personal, el de la vivienda y su alimentación. La realización se centra en dos cuestiones. Cuando el padre está solo porque quiere y, por otro lado, la lucha con su hijo, porque cada vez que aparece para marcarle ciertas pautas se genera una discusión entre quien quiere ayudar y el que no se deja. El film tiene una breve duración. Federico Jacobi, con un equipo de producción totalmente independiente, llevaron adelante con esfuerzo y dedicación esta obra. El padre es el protagonista y punto de referencia. En ciertas tomas, cuando él está sentado y su hijo se para a su lado para hablar o discutir, la cámara no amplía el plano sino que lo mantiene así, sin cabeza. También en ciertas ocasiones que el director considera importantes, termina una secuencia con un fundido a negro. En otras, le interesa resaltar algunas imágenes con una potente música instrumental. Para los recuerdos de los buenos y felices tiempos idos utiliza flashbacks recreando con un auto, vestuario, fotografía y objetos, aquella época. Además, para cubrir ciertas escenas no filmadas recurre a la voz en off, con pequeños diálogos que le sirve para transmitir información al espectador y así completar los huecos de la historia. El viudo, extraña a su mujer. Espera y desea la muerte. Está en él hacerle caso a su hijo, o tirar la toalla, definitivamente.