La creación de historias sobre vengadores anónimos es antiquísima. Sus distintas causas son justificadas, en mayor o menor grado, según la verosimilitud de la narración o las características que son delineadas en la formación del “héroe”. Con tal modelo narrativo se hacen producciones de diferentes géneros. En este caso el director Ernesto Aguilar enunció que se decidió por filmar una comedia negra. Un rubro delicado de tratar, porque todo tiene que estar en sintonía para que funcione, tanto el guión, como las actuaciones, el ritmo, la música, etc., y si todos estos elementos no se articulan adecuadamente el resultado final seguramente no va a ser el esperado. Como es el que le sucedió a esta realización coprotagonizada por Olga (Romina Richi) y Horacio (Emiliano Díaz), que componen a una médica embarazada, sin pareja, y a un empresario exitoso, mujeriego, ganador y entrador. Hasta aquí el planteo es muy tradicional y estereotipado al máximo, por parte del varón. Él está muy entusiasmado con encontrarse con esta chica, sabe que está embarazada y le gusta que estén en esa condición. Fue una cita virtual que ahora se va a concretar. La credibilidad de la narración se establece desde el comienzo, y en este caso uno empieza a dudar de lo que se está viendo porque el encuentro es en un cruce de caminos de tierra, donde lo único que hay son campos y más campos. No se observa en los alrededores un casco de estancia o una vivienda, y de repente aparece la chica. Uno de los dos concretará la idea que tenía en mente antes de conocerse. En este caso el duelo se establece entre un típico machista y una feminista. porque el objetivo de Olga es reeducar al hombre, cambiarlo, para que sepa y viva en carne propia lo que es ser mujer. Así que toma cartas, o, mejor dicho, bisturí en el asunto y lo transforma en mujer, literalmente. La situación bordea lo bizarro. Se sostiene en parte por las actuaciones de ambos, que están a la altura de las circunstancias. Su esfuerzo e interés para que sus personajes estén de acuerdo a lo que pretende el director, se nota. Pero esta historia de la justicia por mano propia se sustenta en bases poco sólidas, en razón de que un gran problema para encarar una producción así es el escaso presupuesto, las locaciones, el argumento, la música incidental, y por sobre todas las cosas, el no poder encontrar nunca el tono adecuado y el timing necesario para que impacte, sorprenda y, en ciertas ocasiones, genere una sonrisa.
Eva (Mora Recalde) se pelea y abandona a su novio Gastón (Javier Drolas) porque no quiere quedar embarazada. Este punto de partida de la historia, dirigida por Martín Desalvo, resulta fallido pues todo lo que sucede luego es lo contrario de lo que quería la chica, pues se inicia la aventura de la protagonista luego de la separación, incentivada por su amiga Laura (Romina Richi), dediucada a buscar “chongos” para embarazarse porque el reloj biológico corre, tiene 38 años y considera que no tiene tiempo para perder. Pensada en tono de comedia, con una fórmula utilizada en varias oportunidades, donde lo que se trata es el universo femenino y los deberes que tiene que efectuar y cumplir con su familia en particular, y la sociedad en general, para realizarse como persona, vemos a Eva perdida, sola, trabajando como profesora de bajo y pretendida por varios hombres. La narración es ágil, no da respiro, siempre le sucede algo a ella o a quienes la rodean. El lenguaje que utilizan las chicas, poco sutil, muy directo y descriptivo en ciertas partes o acciones, no resultan muy agradables de escuchar cuando salen de sus bocas. Ella se presiona, y los demás la presionan, para que tenga hijos. La desesperación no la hace razonar con tranquilidad porque las ilusiones la dominan y se acuesta con cuanto tipo se le cruza en su camino. La pregunta que habría que hacerse o, mejor dicho, tendría que formularse Eva, es el por qué abandonó la convivencia con su novio si jamás le dijo que no lo amaba,y al poco tiempo tiene la necesidad imperiosa de tener un hijo. La contrariedad de estas situaciones, no le permiten a la realización tener una coherencia argumental como para que la historia sea fuerte. Sólo la salvan las actuaciones, especialmente la de Mora Recalde, quien ejecuta una amplia gama de gestos y sentimientos para que sea creíble su personaje y el espectador se identifique con ella. Eva es más fuerte de lo que piensa, pero este tema la sensibiliza mucho, no le permite ver las cosas claramente, y eso la abruma inexorablemente
En los últimos años del cine argentino vimos varias obras cuyo elemento predominante es el hastío y el aburrimiento que tienen que transitar los intérpretes a lo largo de toda la narración, un componente muy atractivo para los nuevos directores, pero incomprensible para los espectadores. Pero, en éste caso a la realizadora le interesa mostrar la evolución personal de alguien como Clara (Elisa Carricajo), a quien hay algo que le preocupa y la angustia. No sabe si es la relación con su pareja, Alejandro (Rafael Spregelburd), o el nuevo departamento al que se mudaron y lo tiene que ordenar sola. Otra posibilidad es la rutina del trabajo. Lo único claro que tiene es la sensación de agobio permanente e infelicidad, especialmente cuando está en los lugares o con las personas que no quiere. El desarrollo del film dirigido por Florencia Percia plantea una especie de doble vida de la protagonista, con sus vínculos y las acciones que realiza. Por un lado, la relación con Alejandro es fría por parte de ella, porque él, que se encuentra en Italia para dar una conferencia y se comunican todos los días por teléfono o skype, demuestra constantemente su amor y entusiasmo por lo que le sucede con el trabajo y con su chica. Por otro lado, Clara no puede permanecer mucho tiempo en su hogar ni en el trabajo, prefiere salir. Recibe constantemente invitaciones de todo tipo, y ella las acepta sin dudar. Ahí es cuando se siente libre, sacándose una pesada mochila de su espalda para poder hacer nuevas o ver otro tipo de gente que la motive o le despierte curiosidad. La narración transmite permanentemente con esa dualidad de sensaciones que transita la protagonista: Lo conocido y rutinario le provoca desgano, pero el atractivo de lo desconocido la moviliza y energiza. Esta realización nos permite apreciar la transformación de una mujer, a partir de pequeñas cosas que le hacen bien tanto al cuerpo como a la mente, pero no lo enfrenta con audacia sino que lo deja fluir, y si tiene que ocultar o posponer algo lo hace sin medir las consecuencias. El relato transcurre en forma parsimoniosa, nunca se altera el ritmo. Tiene varias capas que hay que ir descubriendo para comprender y acompañar a Clara en su viaje, porque está encerrada en su propio laberinto y no se atreve a renunciar a todo y comenzar de cero. Se siente harta de muchas cosas, pero no sabe cómo resolverlo y, mientras tanto, acepta elaborar nuevas maneras de ocupar su tiempo, como una búsqueda personal incesante hasta que pueda reordenar sus pensamientos y sentimientos.
Colombia queda en Sudamérica, cerca de la Argentina, pero muy lejos de nuestra idiosincrasia social y política. Por ese motivo cuesta entender el tema que trata éste documental y generar empatía con el personaje retratado porque, en este caso, la distancia no es geográfica sino socio cultural, y comprender el duro pasado que padeció Yineth Trujillo, que se asemeja más a un cuento de ficción y no a una historia real, es una tarea que bien vale la pena reflexionar por parte del espectador. La realización de Daniela Castro Valencia y Nicolás Ordóñez, nos muestra un tema muy caliente y vigente que sufre la sociedad colombiana desde hace décadas: la organización guerrillera FARC que domina grandes territorios de aquel país a sangre y fuego, especialmente en zonas selváticas y montañosas, donde es difícil encontrarlos y combatirlos. Ellos lograron tener más fuerza y poder que cualquier gobierno, y se convirtieron en su peor pesadilla. El film se centra en narrar la vida de Yineth, una muchacha que, para llegar a ser lo que es hoy, utilizó siete nombres distintos con el objetivo de que no la reconozcan y poder así moverse con cierta tranquilidad. Ella no la tuvo nada fácil. Al ser de una familia pobre la entregaron como recluta a las FARC con tan sólo 12 años. Su único objetivo fue ser lo más fuerte posible y sobrevivir, porque estuvo ahí 5 años, hasta que se pudo fugar una noche. El derrotero que le siguió no fue un lecho de rosas. Pero pudo salir adelante. La protagonista cuenta con detalles cada momento de su vida, de una manera cruda, que la hace quebrarse emocionalmente en varias ocasiones. Los directores acompañan con la cámara a la protagonista a los lugares difíciles en los que estuvo, como además en los salones donde da charlas públicas para contar su historia y en las tareas hogareñas también. Ella tiene una entereza admirable y una claridad mental única. Es un ejemplo de resiliencia formidable. Porque pudo resurgir de las cenizas, reinventarse y construir una nueva realidad, mucho más feliz y amable que antes.
En varias ocasiones estuvimos en presencia de artistas que desafiaron las normas lógicas de la exposición pública y el éxito cuando estaban en su máximo esplendor. No por ser rebeldes, y añadir una cuota de misterio extra a su vida, sino, porque en la mayoría de los casos no pudieron soportar lo que la obra que interpretaban, provocaban en el público que los seguía. Por ese motivo algunos desaparecían y abandonaban todo, otros caían en una serie imparable de adicciones, y el resto, como es el caso del personaje que trata este documental dirigido por Ivan Wolovick, se corrían del foco de la popularidad y de la vorágine que traía aparejada la notoriedad. Roberto “Palo” Pandolfo fue uno de ellos. Durante la denominada “primavera alfonsinista” era el líder de una de las bandas icónicas del rock nacional. Sus canciones sonaban en todas las radios y lideraban los rankings de ventas de discos, pero, por su filosofía de vida, no lo podía asimilar y sacar provecho de eso. Se dio cuenta que la masividad no era lo suyo y se corrió hacia lugares más tranquilos. Por eso, durante este film, podemos apreciar que su lugar dentro del ambiente lo conserva, el reconocimiento de sus colegas es sincero. Pero esta realización no es un homenaje, sino que el protagonista nos permite inmiscuirnos en su territorio, su sagrado ámbito laboral que es un estudio de grabación, donde vemos el proceso que significa grabar un nuevo disco. Porque las canciones fueron compuestas, pero la producción del álbúm es un hecho creativo aparte. La selección de los temas, el ritmo, el valor conceptual, los arreglos instrumentales, etc., son elementos que se charlan y debaten para lograr el mejor producto posible. La película transcurre prácticamente en su totalidad en dejarnos observar el trabajo de los músicos. La cámara es testigo preferencial y nosotros podemos espiar esos momentos que son reservados para unos pocos privilegiados. El director no pregunta, los deja hacer, no los interrumpe en sus charlas, es como un amigo silencioso, que todo lo ve y escucha, pero no opina. “Palo” Pandolfo disfruta de todo. Cuando oye cada una de las canciones que recientemente grabaron entra en éxtasis, parece volar. Porque es un apasionado de lo que hace, y no reniega de la decisión que tomó. De algún modo, como dice en una de sus canciones, se reinventó para seguir siendo músico y poder continuar tocando lo que le hacía feliz, y de esa manera logró ser fiel a sí mismo.
Siempre se dijo que comenzar el primer grado de la escuela primaria era un paso difícil que tenían que dar los chicos para entrar en el mundo de las responsabilidades, y que no todos se adaptaban del mismo modo. Pero en este documental dirigido por Mariana Lifschitz, los momentos más difíciles lo transitan las madres y no los alumnos, porque las dudas y miedos de escolarizar a sus hijos lo sobrellevan ellas, no por temor a que les sea complejo y duro el cambio abrupto que deben enfrentar los chicos, sino el hecho de buscar un buen establecimiento educativo, añorando la escuela pública a la que fueron ellas en su época y discuten lo que es actualmente. Con ese motivo a la realizadora se le ocurrió plantear este dilema existencial de una forma poco convencional. Filmar una película junto a dos amigas que pasan por la misma situación, con la particularidad de que una vive en una provincia francesa y la otra en la capital de Finlandia. La realización abarca varios meses, contándose sus vivencias a través de Skype. Las reflexiones y sensaciones que analizan las tres madres durante las charlas actúan como una suerte de terapia de grupo a la distancia. A su modo, se apoyan y consuelan mutuamente. Los maridos prácticamente no participan, por ende el peso del relato lo sostienen ellas. Cuestionan principalmente la calidad educativa. Comparan el contenido y la forma de enseñanza en los tres países. También entrevistan a maestros y directores para tener otro punto de vista, y establecer donde se encuentran similitudes y diferencias en el método de enseñanza. La película tiene un tratamiento tradicional. Logra momentos de calidez y leve emoción para intentar dilucidar una realidad opuesta a la que vivieron sus padres, cuando ellas empezaron la primaria, porque la escuela pública era muy buena y no había diferencias de calidad. Ahora es necesario elegir y tener suerte con el colegio seleccionado, antes se iba al lugar más cercano a la casa y generalmente, no había problemas. Las amigas se contienen y apuestan a que las decisiones que tomaron sean las correctas. Hacen catarsis sin juntarse a compartir un mate o un té, sino que se adaptaron a los tiempos modernos, y se ven, vía internet.
Cuando se dice que para comunicarse con el otro hay que hablar, expresar con palabras los sentimientos y pensamientos del modo más sincero y elocuente posible, esta película se encuentra en las antípodas de dicha reflexión. Esta nueva realización de Juan Pablo Martínez nos lleva a la provincia de Santa Cruz, en el poblado de Río Turbio, para contarnos una historia donde, prácticamente las palabras brillan por su ausencia, pues lo relevante se expresa con hechos, acciones y miradas. Rodada en un lugar duro, difícil y áspero para vivir, porque los inviernos son crudos y la actividad principal la extracción de carbón, con la toxicidad que conlleva estar en contacto permanente con dicho mineral. La historia se centra en Anna (Sofía Rangone), inmigrante polaca que recide en una amplia y confortable casa de piedra y madera junto con su marido, un argentino que está desaparecido desde hace más de un mes cuya búsqueda ha cesado. Ana conoce de manera casual a Juan (Germán Palacios), quien trabaja extrayendo carbón, y a causa de ello sus pulmones están deteriorados, hecho al que él no le da la importancia necesaria, habitando en soledad una modesta casa arrastrando un pasado que lo tortura. Lo que predomina entre ellos es el silencio. Al comienzo Juan le habla, pero ella no, aunque entiende lo que le dicen. Juan se vincula con Anna a través de acciones y pequeños gestos. No necesitan más que eso. El vínculo entre ambos se afianza. Los dos tienen perdidas importantes y a su manera se acompañan en el dolor. El director prioriza reflejar las atmósferas que generan las escenas. El ritmo pausado obedece a ello, respondiendo también al ámbito que los rodea, el que no permite otra posibilidad.. El secreto y las incógnitas del por qué ella no habla, y los demás que intentan tener una charla con ella no lo logran, sin cuestionárnselo, producen intriga e incomodidad en el espectador. Pero es un error no aportar información sobre el origen, como asimismo respecto de la mudez de la protagonista, dejando en la nebulosa antecedentes importantes, explicitados sólo mediante la información de prensa. Es correcto darle un halo misterioso a la narración, pero en algún momento los conflictos tienen que develarse en favor de lo que estamos viendo y no abusar de la imaginación de quién asiste a una sala cinematográfica.
Después de tanta provocación y seducción Anastasia (Dakota Johnson) y Christian (Jamie Dornan) se casan. Pero el juego de la incitación y atracción continúa como ésta saga que llega a su último capítulo, porque el matrimonio trae aparejado otras obligaciones, compromisos y problemas que supone no poder continuar con ciertas prácticas a la que ambos son adictos. No sólo la película dirigida por James Foley describe como es la nueva vida de la pareja, sino lo que es ser rico como para poder hacer lo que se quiera y cuándo se quiera. Y en paralelo desarrollar una historia policial endeble para que la pasen bastante mal y en la novela no sea todo color de rosa. Para eso pusieron a un malo, Jack (Eric Johnson), quien, pese a que el reciente matrimonio vive en un departamento con guardias de seguridad, pudo entrar tranquilamente. Lo mismo que al ingresar a la empresa de Christian robando datos electrónicos. Es muy inverosímil el cuento. Sirve para crisparles los nervios a los protagonistas, alternándolas con escenas sexuales que pretenden ser eróticas pero quedan a mitad de camino. Y, por sobre todas las cosas, la exacerbación del lujo y el glamour para mostrarnos, una vez más, que hay otro tipo de vida, pero muchísimo más cara. Con una realización prolija, de manual, Jamie Dornan, intenta hacer creíble a su personaje, pero queda sólo en eso, en el intento. En cambio Dakota Johnson va mejorando con el tiempo,pues le da distintos matices y gestos a su rostro y cuerpo, según el estado de ánimo y las sensaciones que tiene que interpretar saliendo siempre bien parada. Los fanáticos de ésta trilogía estarán de parabienes. Pero, trasladar una novela de un libro exitoso al medio cinematográfico no siempre llega a transmitir el mismo espíritu del original, para termina desdibujándose, como sucede con éste desabrido film.
Agudo perfil de de un poderoso con pies de barro Una persona que ambiciona ser millonaria lo hace por varios motivos, como, por ejemplo, darle una mejor calidad de vida a su familia, para destacarse por sobre los demás y hacerlo notar, también sólo para acumular dinero, al que viene adosado al prestigio, respeto y poder u otra razón más loable, como para hacer beneficencia. Pero al personaje del que trata esta historia, verídica, únicamente le interesaba acumular más y más dinero, y con eso comprar, principalmente, obras de arte que, según su criterio, siempre están, nunca lo van a traicionar ni solicitarle nada, como hacen los seres humanos. La narración comienza en 1973, en la ciudad de Roma, pero recorre varias épocas anteriores de la vida de Getty (Christopher Plummer), considerado en esos momentos como el hombre más rico del mundo, porque fue sagaz, negociador implacable, usurero, y especulador, ante quien finalmente los demás tenían que, indefectiblemente, aceptar las propuestas y condiciones económicas por él impuestas para lograr cerrar un trato, de cualquier valor y tenor que fuere. En el año que se desarrolla la mayor parte del film, dirigido por Ridley Scott, fue cuando secuestraron a uno de sus nietos, Paul (Charlie Plummer), exigiendo por su rescate diecisiete millones de dólares, generando un caso que conmocionó a la opinión pública mundial durante varios meses. Lo que podemos apreciar en esta realización es un duelo de poderosos, por un lado el rico avaro e insensible, y por otro, los secuestradores implacables en su decisión.. Nadie quiere claudicar en sus exigencias, y en el medio, tratando de convencer tanto a su suegro como a los delincuentes, está la madre del chico, Gail (Michelle Williams), quien intenta actuar con equilibrio pero sin decaer en su fortaleza. La ambientación de la Italia de aquellos tiempos es excelente. Pese a la duración que tiene la película el ritmo del relato la hace amena y entretenida. La crudeza y el maltrato que sufre Paul es extremadamente detallado. Un párrafo aparte merece la actuación de Christopher Plummer, que maneja con maestría todos los matices, desde el aplomo para comandar personalmente casi todas las transacciones, hasta su prestancia al representarse con una mediana edad, y luego, la lentitud de sus movimientos al transitar la vejez. Pero aquí habría que cuestionar verdaderamente cuál de las dos partes le provoca más dolor al adolescente, si los apropiadores o su afamado abuelo que no quiere, ni le interesa, dar el brazo a torcer, pues el dinero para él es todo, y la mezquindad comanda su existencia. Siempre está a la defensiva al relacionarse con otras personas porque siente que todos quieren pedirle algo, sólo se siente cómodo, cuando es jefe y ordena a los demás. Lo que no sabía era que su poder podía ser desafiado y contrarrestado de otro modo, que ponga en juego no sólo sus millones sino, fundamentalmente, sus sentimientos
Desde la creación del cine hemos visto infinidad de comedias dramáticas basadas en amores imposibles, complicados, conflictivos, etc., con finales de todo tipo. Pero siempre con el mismo planteo inicial básico: Chico conoce a chica, la atracción es indisoluble, pero hay otros motivos muy poderosos que impiden que la pareja pueda continuar estando junta, y el cómo se resuelve la situación es la parte más jugosa de la historia. En este caso, la película dirigida por Michael Showalter, se basa en un hecho real, lo que le sucedió al protagonista de la historia, Kumail (Kumail Nanjiani), un muchacho pakistaní residente en los EE. UU, que vive con un compañero de departamento., quien intenta abrirse camino en el mundo del stand up, mientras se mantiene trabajando con Uber. En uno de sus shows conoce a Emily (Zoe Kazan) y, como dice el título en español, no pueden separarse más, aunque, todos los días se prometen lo contrario. Pero el problema, que fue real, no eran sus sentimientos, sino los padres de Kumail, especialmente su madre, que le organiza infinidad de encuentros con chicas musulmanas para que se case y mantenga la tradición, pero él no sólo está enamorado de una norteamericana blanca, sino que no comulga con la religión familiar. Lo que se presumía que esta iba a ser la gran dificultad que tenía que atravesar la pareja, no fue así. Ella se enfermó de gravemente, permaneció en coma, y gran parte del film mantiene la expectativa, tanto de sus allegados, como del público, para saber si se va a recuperar y qué va a ser de ellos. El relato pivotea entre lo que sucede con ella y cómo lo vive Kumail, que mientras espera que la chica sane tiene que lidiar con sus padres y los de Emily, quienes, pese al rechazo inicial, lo aceptan. El guión no sorprende en su estructura. Todo lo que se supone que tiene que pasar en esta clase de producciones, pasa. Lo más notable, que le baja un poco la calificación, es su duración. El no poder, o no querer, ser más sintéticos con la narración, provoca cierta impaciencia, porque se contrapone con la agilidad de los diálogos y las escenas, pero hay algunas que están demás. Lo que no sobra para nada es el dramatismo y la emoción que se tolera con las dosis de humor que despliega el protagonista, tanto arriba como abajo del escenario, para aliviar sus propias penas y las de quienes lo rodean.