Jesús (Héctor Medina) siempre supo quién era y cómo era. Nunca tuvo dudas, ni conflictos. Él siempre fue así, y punto. Los problemas, críticas, reproches, siempre se lo hicieron los demás, nunca él mismo. De esto trata un poco esta película del director irlandés Paddy Breathnach, inspirada en una historia verídica de Cuba, y en ese país el realizador filmó éste largometraje. El protagonista se mueve entre dos mundos totalmente opuestos. El de sus vínculos fuera del cabaret, que lo vive denostando permanentemente, y el de adentro del local nocturno, donde trabaja de peluquero y se lleva de las mil maravillas con las Drag Queens. Hasta que un día decide subirse al escenario y descubre que se siente pleno, en su eje, que nació para eso y es el lugar donde realmente quiere estar. Su madre murió hace años y su padre Ángel (Luis Perugorría) está preso, pero un día vuelve y al enterarse de lo que hace su hijo no lo acepta ni comprende, lo que provoca rispideces cotidianas. El tránsito de la relación padre-hijo tiene sus vaivenes, va mutando a lo largo del relato, y se producen cambios de ambas partes. La historia refleja no solamente la vida de estos personajes, sino como se vive bajo el régimen Castrista, donde hay miseria, escasea el dinero, es difícil conseguirlo aunque se trabaje, y generalmente hacen lo que pueden. La realización tiene un ritmo lento, acompañado por unos cuantos boleros, con algunas escenas que se reiteran sin sentido, quitándole fluidez a la narración. La actuación de Héctor Medina es muy buena, al cambiar estados los de ánimo, sus expresiones y movimientos corporales, tanto arriba como abajo del escenario, logrando que su actuación tan compleja sea creíble, para nada forzada. Cuando uno sabe quién es y se lo hace saber a los demás, esa actitud provoca temor, rechazo ante lo desconocido, porque no entra dentro de los cánones de la “normalidad” y las buenas costumbres. En esta lucha permanente se encuentra Jesús, que pelea constantemente para lograr ser aceptado en ese país que tiene una mentalidad muy cerrada y ortodoxa por padecer tantos años de un mismo régimen, y que les va a llevar muchos años aceptar los cambios que se vienen.
Interesante tratamiento estético para una lograda narración intimista En el marco de las sierras cordobesas, más precisamente en Villa Carlos Paz, y el lago San Roque, que es un protagonista más de este film dirigido por Moroco Colman, su ópera prima, relata la historia de una chica que vive allí, Martina (Sofía Lanaro), y transita el duelo por el fallecimiento reciente de su padre. De visita llega de lejos Carla (María Ucedo) para acompañar a Martina en ese momento, durante un fin de semana. El vínculo entre ellas es tirante, distante, especialmente de parte de Martina, aunque Carla la trata de forma amable y afectuosa, también le hace planteos morales y de conducta que la joven siempre rechaza con una marcada rebeldía post adolescente, donde habitualmente tiene una actitud desafiante ante todo, especialmente en el plano sexual, que se manifiesta transgresora, audaz, fuera de lo común en la cinematografía argentina. Durante la estadía de Carla, ambas van a vivir distintas situaciones que es retratada eficientemente, por decisión del director, en tres formatos de pantalla distintas, sumados a la tonalidad fotográfica que comienza con un claroscuro en una pantalla chica, luego pasa a un color rojo y azul, con una pantalla de tamaño mediano, para finalizar las imágenes con luz natural y pantalla grande. Este criterio estético se nota marcadamente ante los cambios de estado de ánimo que van teniendo las protagonistas. La relación va mutando, tiene sus vaivenes, no sólo por ellas mismas, sino por los vínculos que tejen por separado, que les hacen cambiar de parecer. La película está contada de un modo intimista, todos los engranajes van funcionando con precisión, la parsimonia y la letanía tienen su razón de ser por la localidad donde se desarrolla esta realización, que fuera de la temporada de vacaciones, y lejos de las marquesinas de los teatros, los tiempos que manejan esta ciudad son mucho más tranquilos. Tal vez, el mayor logro del director y los guionistas, no sólo es haber podido plasmar en la pantalla el hecho estético descripto anteriormente, sino el mantener la incógnita y el misterio de saber cuál es el nexo que las une y también las separa, por qué es el enojo permanente de Martina y la necesidad que tiene Carla de confortarla, consolarla, y tratar de ayudarla a encarrilar su vida. Cuestionarse qué es lo que sucede entre ellas no tiene relevancia, mantiene la intriga, sino que lo más importante es ver la evolución anímica de Martina, si logra distenderse y puede acercarse a Carla.
¿La imaginación es más fuerte y preponderante que la razón?. ¿Los deseos subliminales son más poderosos como para no ver la realidad? Eso es lo que afecta a la protagonista de este drama que vive una doble vida: Una es la que recrea su mente, y ella acepta como la real y la otra es la real, verdadera, que no le gusta pero la acepta con resignación. Gabrielle (Marion Cotillard) nació en una familia estricta, ultraconservadora, donde la que decide, y se le obedece, es a su madre, porque las cosas son así, y aunque se las discutan, se las acata a regañadientes. Tal vez, ante este panorama opresivo, la protagonista se interesa con pasión por la lectura de novelas románticas y pretende vivir así, como lo que está escrito en los libros. La historia dirigida por Nicole García se desarrolla en una campiña francesa, poco después de haber terminado la Segunda Guerra Mundial. Aunque su familia piensa que sólo tiene problemas emocionales, padece además cálculos renales, que la hacen sufrir mucho cada vez que tiene un cólico. La mejor idea que tiene su madre es casarla con uno de sus peones rurales, José (Alex Brendemühl) que mira a su hija con sumo interés, aunque ella está, o cree estar, enamorada de un hombre casado. Gabrielle transita su matrimonio constantemente triste y no tiene pudor en mostrarse así ante su marido, pese a que él la respeta y la cuida ella está disconforme y tiene una vida desdichada. Por sus problemas renales, José convence a su mujer de internarla en una clínica suiza que tiene los máximos adelantos médicos de esa época. La vida de ambos cambiará con este hecho, la de ella, porque está aburrida y visitará con frecuencia a un soldado herido en Indochina André (Louis Garrel) que le despertará nuevos sentimientos. Los vaivenes que sufre la protagonista también se instalan en la película, que está contada como un flashback, y que además hay que estar atentos al poder imaginativo de Gabrielle. Marion Cotillard sostiene todo el peso de este largometraje y demuestra que es una gran actriz, pero los personajes que la acompañan lucen demasiado acartonados, de manual, donde cada uno cumple su papel ayudando a que la historia fluya y se luzca la intérprete. Esta realización desde su concepto primario es muy pretenciosa, cuenta con una gran producción, bellos escenarios, y una lograda ambientación de época, pero se choca con una dura realidad como la que golpea a Gabrielle.
Los que realizan documentales tienen el objetivo de informar al público sobre un hecho en particular, una situación extraordinaria, o sobre alguna persona o personaje olvidado que puede haber sido hecho adrede o por desinterés de la gente en mantener la memoria viva, o tal vez por considerar que es poco importante como para recordarlo. Este es el caso que toma el director Diego Kartaszewicz, sobre un historietista que se volcó al mundo de la industria del cine, y para desarrollar su talento se convirtió en el creador de la primera película de dibujos animados de largometraje en el mundo, cuando fue contratado por la Cinematográfica de Federico Valle, para hacer dibujos animados al cierre de cada noticiero fílmico. Así, prácticamente sin planificarlo, Quirino Cristiani se convirtió en un pionero, porque fue un autodidacta y, por lo visto, muy ingenioso al construir a mano cada dibujo en cartulina negra y los bordes blancos. Para darle movimiento las articulaciones estaban cosidas con hilo negro y luego de cada foto movía el dibujito y podía lograr tener una continuidad en el desplazamiento. Pero también fue precavido y registró esta técnica en 1917, convirtiéndola en un negocio. Estos dibujos tenían referencias políticas para ilustrar las noticias que se proyectaban en los cines, y luego, el 09 de noviembre de 1917, estrena el primer largometraje dibujado que titulo “El Apóstol”, en el que se dedicaba a criticar a los político, y fundamentalmente a satirizar al gobierno de Hipólito Irigoyen. Fue un gran suceso, se daban varias funciones por día, el público se divertía, y las críticas de la época le eran favorables. La segunda película se llamó “Sin dejar rastro”, pero fue suspendida por la municipalidad convirtiéndose en el primer film animado censurado del mundo. En 1931 continuó con “Peludópolis”, que estaba sonorizado por medio de discos. Lamentablemente no hay registros de estas películas, porque el depósito dónde estaban guardadas se incendió, pero, por suerte, hay archivos de los diarios que certifican que todo lo dicho fue verdad. La historia es relatada en su mayor parte, con voz en off y en on, por su nieto, Héctor Cristiani, matizada con entrevistas a otra nieta y a dibujantes de distintas edades que conocían su biografía. Afortunadamente hubo alguien que rescató a este personaje en todos los sentidos de la palabra, y nos acercó a los orígenes de una creación que revolucionó al séptimo arte.
Hay ocasiones en que uno nace con un talento, tiene un don especial para hacer algo, pero no está convencido de utilizarlo, sólo lo toma como un pasatiempo o un divertimento, muchas veces porque no lo cree verdaderamente, pero sí lo ven los demás, y eso es lo que le ocurrió al protagonista de esta película, que está basada en un hecho real ocurrido en Gaza, Palestina, y que en el 2012 fue un suceso dentro de los países árabes. El director Hany Abu-Assad trasladó esta biografía a un set de filmación, para acercarnos la historia de Mohammad (Tawffek Barhom), quien descolló en el concurso de canto Arab Idol, llevándose el triunfo. El relato se divide en dos períodos. Comienza en el 2005 contando la historia de una nena y un nene de edades similares, que son hermanos, y cuando no van a la escuela, están en la calle consiguiendo monedas de donde pueden, para seguir el sueño de su hermana que desea ir a actuar en la Ópera de El Cairo. Mohammad la apoya, aunque no se lo toma tan en serio y constantemente trata de desalentarla, bajándola a la tierra, y haciéndole ver cuáles son sus verdaderas posibilidades viviendo en un país marginado y en constante guerra, pero ella está muy convencida de lo que quiere, pese a su corta edad, y hará todo lo posible, junto a otros dos amigos más, de llegar a cumplir su sueño. Su hermana cree más en él, que él en sí mismo, y será su motor en el futuro para que pueda desarrollar su arte. Pero un hecho trágico, inesperado, cambia la situación de estos jóvenes músicos, y el relato se corre hacia el año 2012, con un ya adulto Mohammad que no se halla en su ciudad con su vida de taxista y el único medio que tiene para salir de allí es utilizar su privilegiada voz, que es todo lo que tiene. El periplo, con ribetes heroicos por parte del protagonista, para poder salir de su país, llegar a Egipto y entrar al certamen, contado de un modo demasiado hollywoodense que le resta valor a lo contado anteriormente. Muchas veces para lograr algo, llegar a conseguir alguna cosa que uno desea mucho, con tener habilidad, capacidad, no alcanza para llegar a la meta, se necesita la ayuda de otros, el reconocimiento de los demás para entender lo que uno vale, y una pizca de suerte, como lo tuvo el personaje principal de esta historia.
Este documental dirigido por Julia Martínez Heimann y Konstantina Bousmpoura nos adentra en el mundo de la danza contemporánea, tomando en cuenta el conflicto sucedido en 2007, cuando fueron echados unos bailarines del elenco estable del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, por reclamar sus derechos laborales, tanto económicos, como jubilatorios, seguro médico, etc., al darse cuenta de que estaban desamparados por el Estado en estas cuestiones, y cómo ellos lograron crear en otro ámbito la Compañía Nacional de Danza Contemporánea. Las directoras nos muestran el derrotero de éstos fundadores de la compañía hasta el 2014, cómo fueron creciendo, incorporando bailarines, la autogestión hasta lograr ser empleados del Estado, la co-dirección a pulmón de cada proyecto, hasta que deciden contratar a alguien para que los dirija. Además de las entrevistas a estos bailarines, también vemos las reuniones grupales, que cada vez son más grandes, cómo cada uno expone su opinión pero, al tener ideas y pensamientos tan heterogéneos, se producen cada vez más roces y conflictos al tratar de ponerse de acuerdo en algo o resolver algún problema. La película intercala estos momentos con los ensayos de cada obra, el armado de los distintos escenarios, el detrás de bambalinas con los bailarines en el antes o después de una función. Por otro lado, en 2014 presentaron en el Congreso un proyecto de Ley Nacional de Danza, por el que todavía siguen luchando para que se promulgue, así pueden tener un respaldo oficial porque son trabajadores del Estado, pero transitan en un vacío legal que anteriormente nunca fue contemplado y ya no pueden esperar más. Entonces, estos bailarines viven en una dualidad porque son artistas, pero también tienen pensamientos gremiales y políticos que los lleva a un desgaste permanente. Y eso no es sano, ni conveniente para el ámbito artístico, porque no les permite focalizarse únicamente en su actividad afectando en el rendimiento posterior. Esta coproducción argentina-griega nos informa y esclarece sobre esta disciplina, que, para la gente común, al no interesarse en ver ballet, no sabe de los problemas que tienen, proveniente especialmente de parte del Estado Nacional, para otorgarle el valor y la importancia que se merece y que todavía no le dan, porque ante todo es un hecho cultural y con la cultura no se juega, se la apoya.
Está claro que cuando algo puede salir mal, lo más probable es que salga mal, y aunque lo intentemos no hay vuelta atrás para remendar el hecho y que todo vuelva a fojas cero. Porque esto es lo que sucede en ésta producción sudafricana del director Alastair Orr, que le da otra vuelta de tuerca y cambia la perspectiva de la convencional historia de la casa invadida por espíritus malignos. Pese a ser una narración clásica de las películas de terror, que nos mantiene en vilo hasta que aparece el monstruo de turno y luego vemos las luchas con sus víctimas, aquí entra en juego otro condimento original, que no está instalada en el sótano de la casa o detrás de las paredes sino en las propias almas atormentadas de cada uno que se cruce con el demonio Tranguul. Ellos, la banda de criminales liderada por Hazel (Sharni Vinson), son cuatro personas que planean capturar a una chica que vive en una mansión con sus padres y pedir un rescate que los salve económicamente para siempre. Al ejecutar el plan se llevan a Katherine (Carlyn Burchell) y la esconden en un sótano tenebroso de un galpón abandonado, cuando comienzan los problemas y las sorpresas, que descolocan a los delincuentes y no entienden el por qué. Aunque lo intenten tapar, borrar de sus cabezas, las pesadillas de cada uno de los secuestradores los persiguen a todos lados y se encontrarán peleando con el devorador de las almas atormentadas. Con un ritmo vertiginoso, que casi no da respiro, porque suceden continuamente cosas que los personajes intentan sortear, va in crescendo el relato, con la utilización de los clichés y artilugios conocidos por todos, donde la noche es un protagonista esencial e iluminarse con linternas permanentemente le aporta una cuota de incertidumbre y misterio al no poder ver qué es lo que se oculta en la oscuridad. Porque, en definitiva, cada uno de los secuestradores se tiene que enfrentar a sí mismos, cara a cara con los traumas que sobrellevan y que puede ser más duro, difícil y escabroso que combatir a un ente del más allá.
Anina es una nena, tiene diez años, va a la escuela primaria, es soñadora, romántica y fantasiosa, pero por sobre todas las cosas es un dibujo animado. En una coproducción de Uruguay y Colombia, Alfredo Soderguit dirigió esta película basándose en los clásicos problemas que tienen los chicos a esa edad, tanto en la relación con sus padres, sus maestros, sus compañeros, amistades y gente que no soportan, hasta llegar al punto de pelearse. Anina es un palíndromo, y su nombre completo es Anina Yatay Salas, así que pueden imaginarse ser el objeto permanente de burlas por parte de sus compañeritos. Porque, como ella misma se define, es capicúa multiplicado por tres. La protagonista vive permanentemente conflictuada por su nombre, hasta tiene pesadillas con los nombres feos. Cuando se pelea en el patio de la escuela con una compañera suya llamada Yisel, la directora, como castigo, les da un sobre negro lacrado a cada una de ellas para que dentro de una semana los abran y se informen de la reprimenda que les será impartida. La intriga y la impaciencia alentada por su mejor amiga, más que por ella misma, para saber el contenido del sobre, le hacen tomar decisiones equivocadas que más tarde pueden llegar a lamentarlas. La historia es sencilla, mínima, con un relato muy infantil, dirigida para chicos bien chicos, donde siempre mantiene un ritmo constante, haciéndola entretenida y generando la permanente atención del espectador. No hay nada de originalidad en este film, más allá del nombre y los apellidos que son para leer de ida y vuelta. Es un cuento bien contado, con todos los ingredientes escolares con los que la gente de todas las edades pueda sentirse identificado, provocando cierta melancolía por el tiempo pasado y que les deja una cierta reflexión para los niños que van a ver a esta película animada.
En la solitaria costa de Chubut, donde el mar frío y azulado se reposa mansamente contra los acantilados arenosos, y el viento es el único testigo de todo lo que sucede alrededor, vive Beto (Joaquín Furriel) al pie de un faro, guía de los barcos. Basada en una historia real, aunque se hayan tomado varias licencias con respecto al libro original para que el relato sea más cinematográfico, el director Gerardo Olivares nos lleva hacia las cercanías de uno de los lugares turísticos más visitados de la Argentina como lo es Puerto Madryn y la Península de Valdés. Allí Beto vive solo, es guardafauna, se dedica al cuidado y preservación de los lobos marinos, orcas, ballenas, etc. Su obsesión son las orcas, las mira, las admira, las reconoce, les saca fotos, estudia sus comportamientos y mantiene un contacto cercano con ellas, pese a que hace dos años le prohibieron hacerlo. Su vida es rutinaria, pero está feliz con lo que hace, no necesita nada más. Pero todo se altera con el arribo desde España de Lola (Maribel Verdú) y su pequeño hijo Tristán (Quinchu Rapalini) quienes llegan sorpresivamente a la casa del protagonista sin haberse conocido previamente. Desde el primer momento el gesto serio y adusto de Beto, apoyado por su tratamiento hosco y distante con los visitantes, provocan los primeros conflictos. Lola llevó a su hijo que padece autismo para tratar de que Beto lo ayude, porque la única vez que lo observó interesarse por algo fue cuando lo vio en un documental interactuando con las orcas. Es su última esperanza, ya que el padre del chico los abandonó hace tiempo, y no tiene en quien apoyarse. Pero algo cambió internamente en el distante guardafauna que se decidió a ayudarlos, y la relación cambió, toda la historia se volvió previsible. La evolución de Tristán fue notoria día a día, la relación de los adultos entre sí, también. La demostración de las habilidades que tiene el protagonista le llama la atención tanto a la madre como al chico. La relación entre los tres crece y el incipiente amor se avecina, pero no se concreta. El ritmo de la película es cansino, tal vez para estar acorde al lugar de la realización. Los diálogos carecen de fluidez, en la boca de Beto, por sus características está bien que hable así, pero en los demás personajes no, suena demasiado acartonado. Por otro lado, el envío de una carta del padre del chico, denunciándola por habérselo llevado, es bastante tirada de los pelos. Primero porque él los abandonó, y segundo, si la potestad es compartida, tendría que haber firmado una autorización para que el chico pueda salir del país. Estos motivos hacen empalidecer un poco este film, que tuvo un buen comienzo, con una gran producción detrás, pero que no tienen que subestimar al espectador para que la historia fluya sin inconvenientes.
¿Está uno preparado para recibir un cimbronazo que cambie su existencia para siempre? Cuando en la vida uno logra todo lo que se propone, llega a lo máximo que se puede aspirar, todo circula por los carriles normales y nada hace presagiar que eso se pueda alterar. ¿Uno realmente está preparado para recibir un cimbronazo?. ¿Y para que le cambie su existencia para siempre y nunca vuelva a ser lo que fue? Sobre estos paradigmas se basa este largometraje del director Miguel Ángel Rocca, quien nos relata la historia de una familia aparentemente perfecta, con un matrimonio prolongado entre los protagonistas encarnados por Cristina (Mercedes Morán) y Gustavo (Jorge Marrale), con un hijo universitario llamado Facundo (Matías Mayer), que tienen una vida acomodada, placentera y apacible. Gustavo, que tiene que llevar todo el peso de la historia sobre su espalda, es un exitoso médico cirujano, y Cristina es una oftalmóloga del mismo hospital en el que trabaja su marido. Ellos se llevan rtealmente bien, la pasan bien juntos, son compañeros pese a todos los años compartidos, y tienen un hijo que es estudiante de arte, al que lo apoyan en todo lo que hace. Pero como este film cuenta con varias capas, como una cebolla, que puede circunscribirse al género dramático, al policial o al thriller, es conveniente no divulgar demasiado sobre la trama para que vaya sorprendiendo y desacomodando al espectador Sólo podemos adelantar los cambios de carácter que tiene Gustavo, pasando de mostrar seguridad, aplomo, osadía, satisfacción, plenitud, a virar a la incomprensión, tristeza, desazón, culpa, que le provocan desencuentros con Cristina, que pese a pasar por estadios similares a los de su marido los va alejando cada vez más. Él le hace preguntas importantes, ella nunca las responde, siempre calla. El protagonista prefiere salir siempre a manejar de noche por la autopista, es su espacio para estar solo, reflexionar y tratar de relajarse. La realidad que están pasando los va a ir martirizando, y haciendo sufrir cada vez más. El relato no es dinámico, no tiene un ritmo vertiginoso, es más bien pausado y va a tono con lo que va padeciendo este matrimonio. Hay cosas que sorprenden, otras que son inesperadas, dramáticas y dolorosas, uno en esa situación puede hacer cualquier cosa Jorge Marrale en una actuación estupenda, con una gran capacidad gestual, nos señala por uno de los caminos que una persona puede tomar para tratar de resolver o paliar el problema, aunque no es el único.