En las producciones de terror, como es éste caso, construir un verosímil, una justificación válida de porqué el monstruo actúa así, no siempre se consigue. Pero en esta obra nacional, donde cada vez más realizadores se acercan a un género que tiene sus adeptos, sí lo logra desde el comienzo. No pretende el director Ignacio Rogers asustar cómo única meta, sino también contar una historia coherente, con un sustento histórico, aunque ficticio, de un conquistador español que fundó el pueblo en que se desarrolla la narración, y que luego fue sacrificado para mantener a su maligno espíritu cautivo luego de masacrar a la tribu indígena local. Filmada en la espesura del monte tucumano, cuatro treintañeros llegan a las afueras del pueblo de Alvarado para alojarse en un complejo de cabañas linderas a un lago, propiedad de un amigo del padre del protagonista. Si bien es un film coral las acciones y situaciones importantes para que el relato avance con fluidez pasan por él. Por su cuerpo y su mente. Ellos pensaban descansar unos días allí, pero como este género lo amerita, no pudieron, sino todo lo contrario. Fernando (Ezequiel Díaz), que actúa como una suerte de guía del grupo, desde el comienzo vio al diablo del lago. Nadie lo percibe, hasta que es tarde. Esa capacidad, en vez de ser un beneficio, lo complica más, no sólo a él sino que a sus amigos también. Unos son novios, Ana (Martina Juncadella) y Tomás (Julián Tello), junto a ellos tres viajó Camila (Violeta Urtizberea), quien fue hace mucho tiempo novia de Fernando, pero ahora va en condición de amiga, nada más. Lo particular del film es que al cuarteto no sólo lo persigue el monstruo, sino también una secta que le rinde pleitesía al conquistador español, que luego de su sacrificio terminó convertido en el diablo del lago. La tensión, la intriga y el suspenso es continuo, no da respiro. El espectador espera que algo malo les suceda a los jóvenes, siempre narrado con dinamismo, breves escenas que le dan paso a la siguiente, con diálogos e informaciones que dicen lo justo, sin extenderse en la duración. Además, cuenta con los necesarios ruidos incidentales para potenciar las escenas, pero sin la utilización de repetidos y predecibles clichés tan propio del cine estadounidense. Como también que una de las víctimas se convierta en héroe. Aquí sucede lo contrario. Y eso también es un mérito, como asimismo no copiar e imitar formatos probados para crear uno propio. Aquí radica el secreto de esta película. Con un bajo presupuesto, filmado en pocas locaciones interiores, la mayor parte ocurre en el exterior, cuenta con una buena factura técnica, actuaciones convincentes y una historia acorde que tiene la premisa fundamental de respetar a la gente que está dispuesta a pagar una entrada para verla y no defraudarla.
Desde el título del film nos provoca una reflexión: ¿Por qué la Argentina que hace un siglo era potencia mundial, ahora se encuentra en esta situación? El director Matías Szulanski no tiene, ni pretende tener, la respuesta. Ni siquiera aproximarse a elucubrar una idea. Simplemente, recrea un momento clave del país en el que, una vez más, los "grandes intereses" de unos pocos conspiraron contra los de la ciudadanía toda, tiempos en que la Nación estaba bajo la dictadura de Onganía. El relato abarca los últimos meses de 1966 hasta julio de 1969, cuando una tripulación estadounidense llega a la luna. Descripto en cuatro capítulos vemos a un argentino entusiasta, Emilio (Ezequiel Tronconi), Director de Investigaciones Aeroespaciales de la UBA, intentar llevar a cabo un ambicioso proyecto personal, construir una nave espacial para competir contra los Estados Unidos y la Unión Soviética en la carrera para llegar al satélite de la Tierra. El científico está casado con Laura (Laura Laprida), no tienen hijos y aparenta ser un buen matrimonio. Ella lo acompaña y viven bien gracias a que él heredó un departamento y bastante dinero. Pero, para que haya un conflicto y que la historia avance, el protagonista irá encontrando en su derrotero una infinidad de obstáculos bien "argentos". Ambientado con mucho cuidado en la selección de las locaciones, muebles, accesorios, vestimenta, maquillaje y peinados, junto a un auto de colección que utilizan para trasladarse, todo acompañado por canciones en español y francés muy refinadas, nos trasladan efectivamente a los años ´60. Narrado en clave de comedia dramática, tiene un ritmo propio y un humor, que, al comienzo, cuesta comprender, porque los diálogos y las acciones están fuera de timming que, con el correr de los minutos, se acomodan perfectamente. Estamos hablando de las situaciones no resueltas con eficacia en el set de filmación y no en la sala de compaginación. Cabe destacar también, lo cuidadas y bellas escenas de transición, muy particulares, cuya elaboración y estética resalta aún más el estilo de vida en esa época de la clase media. Cuando Emilio presenta su proyecto al ministerio gubernamental, se lo aceptan pero con la condición de estar bajo la supervisión del ministro Luis Etchegoyen (Alberto Suárez). Pese a no estar de acuerdo, debe resignarse a depender de un jefe. Las ilusiones, motivaciones, energía van en aumento. Lo que no pudo presagiar fue que lo prometido era sólo eso. En el trabajo y la vida en pareja el espiral descendente va destruyéndolo emocionalmente reduciéndolo a la mínima expresión. La película es una irónica metáfora de lo que somos. Una sociedad egoísta que le cuesta mucho reconocer los méritos y valores del otro, donde siempre es más fácil ponerle palos en la rueda y aprovecharse de eso, que apoyarlo incondicionalmente.
Un soñador al que le preocupa el medioambiente y tiene claras intenciones de modificar un poco la realidad que lo circunda para proteger al Ceibo, un árbol que por sus características crecen en pocas zonas del país y por la utilización de su madera, corre peligro de una deforestación total. Sobre esta generosa idea se produjo el documental. “A una legua” se refiere a los golpes sobre los troncos que hacían antiguamente algunas personas en Santiago del Estero para comunicar a los pobladores vecinos algunas de las tres noticias que más interesaban en esos tiempos. Esos golpes llegaban hasta una legua de distancia. Camilo Carabajal es quien lleva a cabo el movimiento proteccionista junto a su mujer Ingrid Schonenberg. Pero no es una persona anónima que se le ocurrió hacer esto. Es descendiente de un miembro del grupo folclórico “Los Carabajal”. Se dedica a la percusión, tiene su agrupación, en la que mezcla instrumentos tradicionales con tecnología. Su intención es reemplazar los clásicos bombos legüeros, construidos con los troncos del Ceibo, con bidones plásticos de 20 litros en desuso. Para difundir la idea, él mismo oficia como conductor de la película dirigida por Andrea Krujoski. Aunque vive en la provincia de Buenos Aires viaja a otras provincias para charlar con distintos músicos que tocan el bombo, y también con fabricantes de estos, para presentarles su proyecto del "ecobombo", haciendo lo propio con productores del árbol en cuestión y de los bidones. El film muestra como, ante cada pedido de la pareja, obtienen respuestas positivas para que la concreción del sueño esté cada vez más cerca. El relato tiene una compaginación con mucho dinamismo, donde la música, especialmente los golpes sobre los parches, se destacan por sobre el resto. Camilo mantiene diálogos amenos, alegres, pero no puede evitar en ciertos casos que alguno de los entrevistados se emocione. El documental recorre y aúna varias aristas con una estructura central que respeta hasta el final. No se desvía del camino cuando trata cada rubro, porque todas las patas que necesita para concretar su anhelo van de la mano, sólo va a necesitar un poco más de tiempo, porque motivación, le sobra
Verano de 1990, en Roma, como en el resto de Italia, está exultante. Se juega el mundial de fútbol y, en el momento exacto que la selección argentina elimina por penales a la local durante las semifinales, un auto cae desde un puente y se hunde en un rio, con un cadáver en el asiento trasero. Con este contundente, impactante, y porque no, un grato e inolvidable recuerdo para todos los argentinos, mientras suena de fondo la gran canción de las Copas del Mundo, se dispara el incidente inicial que estará presente a lo largo de toda la película. Porque está contada como un flashback. El relato es una reconstrucción de los hechos que derivaron en esa muerte, por parte de los tres protagonistas del film cuando prestan declaración en una comisaría. El realizador Paolo Virzi rememora esa última época romántica y bohemia que aprovechaban al máximo los ciudadanos, previo a la masificación de los teléfonos celulares, la aparición de la banda ancha de internet y la utilización de computadoras portátiles. Donde para comunicarse con el otro había que hacerlo cara a cara y, como ocurre en esta historia, para escribir necesitan una Olivetti. Porque Eugenia (Irene Vetere), Antonino (Mauro Lamantia) y Luciano (Giovanni Toscano), finalistas de un concurso de guiones cinematográficos, son convocados a Roma para conocer el resultado final de la competencia. Dentro de ese mundo de jóvenes talentos se narra una historia policial y, como telón de fondo, se disputan los partidos mundialistas. Durante un período de tiempo los aspirantes a guionistas profesionales viven juntos, quieren entrar a la industria cinematográfica con sus propias armas. Luciano es atrevido, encarador, divertido y extrovertido. Eugenia es todo lo contrario. Insegura, se lleva mal con su adinerado padre, es adicta y un tanto distante. El equilibrio lo marca Antonino. Es culto, serio le cuesta entrar en confianza y soltarse, hasta que lo consigue. Para retratar aún mejor esos tiempos se nombran a importantes y reconocidos directores y actores italianos. Paolo Virzi nos hace partícipes a los espectadores de los problemas, inconvenientes, charlas, contratos, negociaciones, promesas, etc., que se hacen para intentar filmar una película. Todo descripto con mucho ritmo, música, diálogos precisos y una buena ambientación de época. Los tres llegaron a la capital italiana con todas las ilusiones y esperanzas de poder insertarse y trabajar en el mundo del cine. Pero nunca se imaginaron que era un ambiente alocado, inestable, en el que la palabra que se da hoy, mañana, lamentablemente, se la lleva el viento.
Para que la memoria quede más viva que nunca En Sudamérica comenzaron a ocurrir agitaciones sociales en las décadas del ´50 y ´60 por parte de personas que reclamaban mejores condiciones de vida, salud y trabajo, mucho más similares a las de clases sociales altas. Uruguay no fue la excepción. En los años ´60 germinaron las protestas ciudadanas y, a partir de 1968, quién estaba al mando del Estado Nacional de origen político, no militar, como Jorge Pacheco, decidió perseguir y reprimir esos reclamos populares. Esta situación derivó, años más tarde, en la toma del poder a comienzos de 1973, tras un golpe por parte de la dictadura militar. Nicolás Méndez Casariego dirigió este documental, con la gran tarea de su equipo de producción detrás, para investigar, estudiar, analizar, buscar protagonistas, etc., y con todos esos elementos armar un importante rompecabezas cinematográfico, con la intención de comprender, divulgar y enseñarles a los propios uruguayos, y a los demás países vecinos, que ellos no estaban ajenos a los movimientos radicalizados que pululaban en la región. A través de los testimonios de quienes estuvieron ahí en su juventud, luchando por sus ideales y convicciones políticas, la narración es una sucesión cronológica de todos los hechos que acontecieron desde que asumió la presidencia Pacheco, hasta 1983, cuando los militares abandonaron el poder. Ellos describen minuciosamente cada situación, que, junto a los archivos fílmicos, fotográficos, sonoros, recortes de diarios, publicidades televisivas de la época y comunicados de prensa escritos a máquina, por parte de las distintas agrupaciones políticas de izquierda que surgían, le dan un sustento mucho más firme y poderoso para que la memoria quede más viva que nunca. Estas declaraciones son breves y las van alternando con los archivos y recreaciones ficcionadas con actores para convertir al relato en algo ameno de ver. Porque no aburre, la compaginación le da un gran dinamismo a la narración, junto a las canciones a tono de lo que se está contando No se apunta a la solemnidad ni al dramatismo para provocar la lágrima fácil. Las emociones son dejadas de lado. Tampoco se busca la victimización de los protagonistas. Sólo ser lo más claro, didáctico y objetivo posible, para contar el peor período de la historia uruguaya, que fue muy poco tratado por los medios artísticos del país oriental, muy por el contrario de lo que se hizo, y se sigue haciendo, en nuestro país. Gracias a una sólida crónica y a un importante trabajo en equipo, podemos darnos cuenta de que, en esos tiempos, de este lado del mapa, se cocieron las mismas habas sin importar los padecimientos de los países afectados bajo las doctrinas de las dictaduras militares.
Lo impensado, inesperado e ilógico se puede lograr en el gran universo del mundo cinematográfico y, mucho más, si proviene de Hollywood. Esa es la principal lección que se puede aprender en esta comedia romántica dirigida por Jonathan Levine. Porque en un marcado duelo de opuestos, que tan bien hacen los norteamericanos, se cuenta una historia con todos los condimentos necesarios para que funcione con corrección, siempre manteniendo las reglas establecidas en los comienzos de la industria para que todo se desarrolle dentro de los parámetros normales y sea entretenida, como también predecible, cuyo objetivo primordial es no defraudar al público. Este prolegómeno sirve para saber a qué atenerse cuando concurra al cine. Allí verán a dos figuras reconocidas interpretando a una Secretaria de Estado de la Nación, Charlotte (Charlize Theron), y a Fred (Seth Rogen), un periodista. A simple vista son el agua y el aceite. Pero luego de una descripción pormenorizada de sus personalidades, cómo trabajan, y de qué manera encaran sus vidas, las distancias que los separan resultan ser mucho más cortas de lo pensado. Charlotte vive para su labor diaria. Es autoexigente, correcta, soltera y ambiciona ser la primera presidente mujer de los Estados Unidos. Fred es un periodista que no teme ir a fondo con sus investigaciones, tiene principios y los mantiene a rajatabla, pero es díscolo, incorrecto, gracioso, adicto, soltero y acaba de quedar desocupado. En el ámbito del lanzamiento de la campaña electoral se unirán una vez más, para que ella logre ser la Primera Mandatari Él no es un galán. Su vestimenta no es la adecuada para acompañar a la candidata mientras le escribe los discursos de campaña. Se sabe que la formalidad es una condición indispensable para moverse y ser respetado en el mundo de la política, en el que cada detalle, paso en falso, o error, puede volverse en contra y de ese modo ser aprovechada por el rival de turno. Pero, pese a todo esto, Fred está ahí. y Charlotte lo apoya incondicionalmente. Los objetivos en común, una deuda no cerrada del pasado, la química que flota entre ellos hará, como es de suponer, que el amor florezca. Dentro de esa estructura en la escritura del guión, de manual, podemos observar que ambos quieren lo mismo para el país, mientras deben lidiar entre los ideales y la realidad que, por lo menos en política, no van de la mano, como así también situaciones y personas complicadas que actúan como escollos para que el amor prospere. Si quiere distenderse, pasar un rato agradable, sin forzar mucho el cerebro, puede ver esta película con una narración dinámica, ágiles diálogos, buena música, y un mensaje alentador para quienes tienen sueños que creen inalcanzables, pues éste film es el indicado
Cuando alguien está encarcelado habría que reflexionar sobre quién sufre más, si el prisionero o los familiares que están afuera y desean tenerlo nuevamente en libertad. Este documental dirigido por Jorge Leandro Colás sugiere, consciente o inconscientemente, analizar semejante dilema, porque la cámara nunca pasa del otro lado del complejo penitenciario de Sierra Chica, que es el lugar donde se desarrolla la historia. Solamente registra el paso de las mujeres de los detenidos que, durante los fines de semana, se preparan y viajan a la cárcel para poder ver a los hombres alojados allí. Ellas son esposas, madres, tías, abuelas, que madrugan, hace fila en la entrada a la espera de que abran la puerta a las siete de la mañana. Las locaciones utilizadas para el documental son ese sector carcelario, una despensa polirrubro, atendida por Emilio Melotto, y una humilde pensión, propiedad de Bibiana Simbrón, cuyo marido está preso, pero pese a que ella es santafesina este hecho no la amilanó, sino que la alentó a mudarse y vivir en el pueblo. Las visitantes le dan vida a Sierra Chica y mueven la economía. A la despensa van todas las mujeres, donde utilizan los variados servicios brindados que son bien cobrados, sin perdones o fiados. Y a la pequeña pensión se dirigen unas pocas mujeres a pasar un par de noches allí, luego se levantan muy temprano y caminan todas juntas, incluida Bibiana, a la cárcel. Todas mantienen un buen semblante, están acostumbradas a la situación que les tocó en suerte. A esta altura del partido no hay reproches, sólo esperan el cumplimiento de la condena y vivir con cierta normalidad. El film es descriptivo, seco, distante. Sólo se visibiliza una pequeña dosis de emoción cuando Bibiana cuenta una parte dura de su pasado y consigue generar una leve empatía con el espectador. A pesar del esfuerzo de Colás en la dirección, y luego el trabajo de compaginación, el relato aburre, porque es muy extenso en su duración y las acciones son repetitivas, no avanzan ni evolucionan. Con diez minutos o menos, tal vez hubiese alcanzado para trazar un panorama de lo que se quería contar, pero el material recopilado fue insuficiente y el resultado final está a la vista.
Siempre creyó que su padre la había abandonado, pero nunca se fue. En el año 2002 encontraron su esqueleto enterrado en un bosque, 33 años después de su desaparición. Esa noticia deja perpleja a su hija Laura (Florencia Torrente), quien no sabe cómo reaccionar, o peor aún, qué sentir. Con este incidente inicial se propone narrar su ópera prima Igor Legarreta, que comienza en la actualidad pero la mayor parte del relato transcurre en el País Vasco durante el 2002. A través de flashbacks va y viene en las épocas para explicar una historia policial en la que Laura, que trabaja en un laboratorio científico en la Argentina, a raíz de esta noticia inesperada, debe trasladarse a España y con a la ayuda de su padrastro Fredo (Eduardo Blanco), y el inspector de seguros local, Javier (Miki Esparbé), investigan lo sucedido charlando con sus parientes vascos y la policía. Si revolver el pasado familiar es complicado, lo es mucho más cuando hay un crimen de por medio. Descubrir quién fue el asesino es la misión que asumieron, aunque sea un modo doloroso de conocer a su padre, ya que cuando dejó de verlo era muy chica y los registros de la memoria infantil fueron borrados por el tiempo y la madurez. El guión estructurado con flashbacks, que ocurren en tres momentos distintos, incluso para explicar la muerte, se recrea en varias ocasiones los años franquistas, y de yapa, vincularlos con la ETA. La ambientación está bien lograda, con muy poca música de fondo que apenas se la percibe. La historia mantiene su curso gracias a una buena interpretación de Florencia Torrente, y una gran presencia de Eduardo Blanco que aporta la cuota de buen humor y optimismo necesarios para oxigenar y descomprimir un poco la solemnidad por la que transita el film, el que trastabilla con ciertos vaivenes en los diálogos porque el nivel no es parejo, de buenos e informativos con sustento pasan a otros insulsos. Lo mismo ocurre con las acciones, donde las casualidades abundan y también muchos lugares comunes, especialmente utilizados en el cine hollywoodense pero que trasladados a una obra española no provocan el mismo efecto, de modo que infiere una redundancia e imitación de ese estilo, por lo que el realizador navega en aguas conocidas por todos los cinéfilos para esquivar escenas más creativas y arriesgadas que podrían suponer un incierto y novedoso resultado. Lo valioso de la narración es la capacidad de tener en vilo al espectador. Todos los personajes ocultan algo. Se acostumbraron y habituaron al entorno familiar y de amigos que el transcurso de la vida hace olvidar todo. Aunque las pruebas del delito no puedan borrarse fácilmente y que, en cualquier momento, no importa cuando, puedan salir a la luz y revertir la historia establecida como válida para revolucionar el statu quo imperante.
En las ciudades que se sustentan económicamente con la actividad turística no todo lo que está a la vista es lindo y espectacular, porque tienen un lado oculto que los gobernantes no quieren que se visibilice y difunda, para que no merme la llegada de los visitantes. Quienes se encuentran detrás del cristal empañado son los pobres y marginados, que generalmente trabajan allí para que la maquinaria de entretener a los viajeros siga funcionando como corresponde. Uno de esos sitios afectados por la desigualdad social, entre tantos otros que tenemos en el país, es San Martín de los Andes. Allí hay un sector de la población permanente que no tiene viviendas, con todo lo que eso significa cuando llega el invierno, con las lluvias y la nieve. Este documental trata sobre las continuas luchas de los vecinos sin techo, que pertenecen al nuevo Barrio Intercultural. La premisa que tienen los futuros habitantes del lugar es la de vincular activamente al pueblo originario con el resto de la población. Para obtener lo que quieren, deben moverse ellos mismos y reclamar ante la municipalidad que modifiquen las leyes, le devuelvan tierras y financien el proyecto de erigir un nuevo vecindario. El esfuerzo es mucho, tanto para enfrentarse una y otra vez a los burócratas como para edificar cada propiedad. Interesado por el devenir de este ambicioso plan, es que el director Ulises de la Orden llevó su filmadora para captar las imágenes de un hecho histórico A través de la lente podemos apreciar las charlas de los vecinos, las reuniones y asambleas mientras piensan y planifican los pasos a seguir para poder concretar sus deseos. Todo se hace en interiores, sólo salen los pobladores al exterior para trasladarse o levantar las paredes de una casa. La exuberante geografía que los rodea apenas se la exhibe. Tampoco se lo musicaliza, lo importante es lo que ellos hacen a pulmón, con muy pocos recursos, pero sobrándoles voluntad. El realizador mantiene una uniformidad de criterio narrativo, sabe cómo quiere y lo que quiere contar de la historia. Cuenta con un ritmo interno muy personalizado, en el que se vuelve mucho más lento y reiterativo en cuanto a la información que van dando durante las asambleas vecinales, de tal manera que termina siendo demasiada extensa su duración, tanto como las peleas de los nativos con el municipio y el Estado, que siempre los ignoró.
En el país, muy de vez en cuando se realiza una road movie. La utilización de la inmensidad geográfica argentina, como una locación y no como un paisaje a apreciar, siempre es bienvenida. Dentro de una producción austera, en donde lo principal es tener un guión y poder llevarlo a cabo del mejor modo posible, se encuentra esta película dirigida por Alberto Romero que cuenta una historia de pareja, en donde el maltrato del marido hacia su mujer es moneda corriente y a la protagonista. llamada María (Guadalupe Docampo), quién se encuentra con un avanzado estado de embarazo, tiene dos opciones para poder continuar con su vida y la del bebé que está por nacer, huir o vengarse. La alternativa más sencilla que se le ocurrió es escapar en una vieja camioneta por los caminos pampeanos. Su idea es volver al pueblo en el que nació y se fue de allí cuando era muy chica. Naico es el objetivo, pero no figura en los mapas y no sabe cómo llegar. Mientras huye de Lionel (Alberto Ajaka) se cruza con distintos y pintorescos personajes que le indican donde está ubicada la localidad perdida en la gran llanura. Si previamente hablamos de los exteriores como un elemento fundamental para narrar la historia, no le va en zaga la música instrumental, necesaria para crear los climas de las escenas, rememorando a los viejos westerns. Las acciones avanzan con fluidez. No se precisan demasiados diálogos. El realizador utiliza el flashback en contadas ocasiones para explicar el por qué se llegó a esa situación, del que no tiene vuelta atrás. Los días y las noches pasan para que se destaque la convincente presencia de Guadalupe Docampo que, con su personaje, se la vincula mucho más al de una heroína que al de una sufrida víctima. Por otra parte, Alberto Ajaka, aporta su solidez y experiencia para interpretar al villano de turno. Como una cacería del gato al ratón transcurre esta película, en donde el espectador está a la expectativa de quién triunfará en esta pelea por la supervivencia.