El testamento de Harry Dean Stanton Hay dos cosas a tener en cuenta antes de hablar de Lucky. Es el debut como director del actor John Carroll Lynch (Fargo, The founder) y es la última película de Harry Dean Stanton, mítico protagonista de Paris, Texas. De modo quizás involuntario, la película actúa como cierre de un ciclo, pero como apertura de otro, nuevo y promisorio. La acción se desarrolla en el desierto de Arizona donde Lucky, fumador empedernido, toma conciencia que, lenta e irremediable, a sus 90 años, se acerca la muerte. El énfasis de la narración pasa más por construir la interioridad del personaje, apuntalándose en sus miedos silenciados y sus preocupaciones que por desarrollar una trama basada en las acciones. Lynch nos propone acompañar a Lucky en un devenir inevitable, pero se aleja con sabiduría de los golpes bajos, de la angustia o del dolor. Es un camino de aceptación del destino teniendo presente la soledad (la mayoría de sus amigos ya murieron) y el ateísmo. Porque en estos momentos es donde suele aparecer la religión pero Lucky, ateo, no tiene un dios a quien rezarle o en quien sentirse refugiado. Apoyada en las actuaciones y en los diálogos, que a través de la ironía y el sarcasmo ponen de manifiesto verdades tan inteligentes como dolorosas, la película logra un clima general de calidez con un fuerte espíritu de producción independiente. Esta calidez también se respalda en los encuadres, que se detienen largos ratos en los desérticos paisajes, y en la fotografía y las ambientaciones, que arrojan una imagen plagada de tonos pastel, mayormente verdes y marrones, muy amigables a la vista. De situaciones largas, personajes entrañables y profundas reflexiones, Lucky se convierte en una propuesta que te llega directo al corazón. Imperdible.
Nuestra redactora Ayi Turzi le tiene una fobia muy particular a los spoilers: fue a ver Hotel de criminales sin tener la mínima idea de nada porque evita a más no poder trailers, teasers o imágenes filtradas. A veces se clava un bodriazo y a veces sale gratamente sorprendida. La película protagonizada por Jodie Foster y dirigida por el debutante Drew Pearce pertenece, por suerte, al segundo grupo. La propuesta parte de una premisa cuanto menos absurda: un hotel, con un enorme cartel de neón, en medio de una Ciudad de Los Ángeles entre futurista y apocalíptica, alberga criminales heridos. Claro que la ciudad está plagada de delincuentes y el mayor poder no lo ejerce el orden público, sino El Rey Lobo (Jeff Goldblung), el malo más malo a quien todos temen. La noche se desarrolla dentro de los parámetros de normalidad habituales: la enfermera (Jodie Foster) recibe y atiende heridos que no podrían concurrir a un hospital convencional porque serían detenidos, ayudada por Everest (Dave Bautista). El primer problema se desata cuando es la misma enfermera, defensora acérrima de las reglas del local que regentea, quien acepta atender a una policía, violando una de las normas principales y generando una primer fisura entre sus huéspedes: ningún hotel para criminales puede ser considerado seguro en esas condiciones. Mientras tanto, y hasta que se produce la llegada de Rey Lobo mismo, otras tramas se van desarrollando entre el resto de los visitantes, que son denominados con el nombre de la habitación donde se hospedan: Niza (Sofia Boutella), una despiadada asesina infiltrada cuya misión es eliminar a otro de los huéspedes, Acapulco (Charlie Day) el traficante insufrible que no ve la hora de irse y los hermanos Waikiki y Honolulu (Sterling K. Brown y Brian Tyree Henry), a quienes vemos en la escena inicial en un robo fallido a un banco. La principal fortaleza de la película es su originalidad y el modo en que trata la premisa sin que se convierta en “una bizarreada clase B”. Se plantea a si misma como una película de acción y sabe mantenerse en ese camino. Sí tiene cosas criticables, por supuesto. Al principio nos da la sensación que tarda en comenzar, nos abre algunas tramas o temáticas que o no son profundizadas o no aportan al conflicto general (entonces mejor obviarlas, ¿no es cierto?), y, si estamos acostumbrados al cine de Tarantino, podemos sentir que el final no explota lo suficiente. La otra gran virtud es el personaje protagónico. Una mujer que encuentra fortaleza en sus más grandes debilidades y se debe al prójimo sin cuestionarlo se distancia de las heroínas clásicas, cargándose la película al hombro y metiéndose al espectador en el bolsillo. Y qué lindo es verla de nuevo a Jodie Foster. Inoxidable. Con un desarrollo que puede ser cuestionado si la pensás mucho, secuencias de acción que sin ser originales tienen la fuerza necesaria para atraparte y una identidad visual que nos remite a muchas cosas sin remitirnos a ninguna en particular, Hotel de criminales se convierte en una excelente propuesta de entretenimiento. Vayan al cine sin expectativas y ámenla.
Una leyenda al comienzo indica que la propuesta de Gonzalo Tobal no está basada en hechos reales. Ayi Turzi la vio y dice que le agregaría al final un “ah re”: le pareció que la asociación con casos de públicos conocimiento, en particular con el de Lucila Frend, es casi automática. En esta nota te cuenta un poco de qué va. Dolores Dreier (Lali Espósito) es la única imputada por el crimen de su mejor amiga. Sus padres Luis (Leonardo Sbaraglia) y Betina (Inés Estévez) llevan dos años y medio invirtiendo todo su tiempo y dinero en la defensa de su hija, a cargo de un abogado de primera línea encarnado por Daniel Fanego. La evidencia que la incrimina es circunstancial, nada concluyente, pero ante la ausencia de otros sospechosos se convierte en la única acusada (Peter Griffin es el culpable que cada vez que escriba el nombre de una película en su reseña sin estar citando de modo directo el título me tiente de risa). Acusada es una película que puede abordarse desde muchos lugares. Por un lado se la podría tildar de tibia o conservadora si centramos nuestra atención en el hecho de que es otra película de un adolescente lindo de clase media alta como potencial culpable de un acto y un despliegue de todos los recursos a su alcance para comprobar su inocencia. Sí, claro se la puede cuestionar por retratar un sector social que tiene dificultades inferiores a las que tendría por ejemplo una chica de una villa miseria en situación similar. Pero ¿no es extralimitarnos un poco pedirle a una película que cuente la historia que nosotros queremos en vez de la que quiere contar? Otra veta de análisis o interpretación son los vínculos familiares y su tratamiento, una de sus principales virtudes. Un padre obsesionado con el proceso judicial, tan exigente con las formas que deja de lado cualquier función de contención o protección que su propia filiación conlleva. En un punto, cegado por su propio perfeccionismo, podemos considerarlo como uno de los antagonistas de Dolores, en la medida que le exige comportamientos que, sumida en su propia crisis personal, no puede mantener. Porque otra posibilidad de abordaje es, justamente, la crisis que atraviesa la protagonista. En una edad donde se supone que debería estar estudiando, saliendo con sus amigos y formando su vida, está atravesando un proceso judicial, acusada de un crimen cometido en situaciones que no recuerda del todo. Duda de lo que hizo, de lo que no hizo, de ella, y de las verdaderas intenciones de su entorno. La coartada propuesta por el abogado, repetida de modo incansable, empieza a confundir sus recuerdos reales. Y a todo esto sumado, la presión mediática sobre el caso. En un país donde las masas opinan sin notar que sus opiniones están formadas por medios o comunicadores y en realidad no son propias, el caso Dreier se vuelve paradigmático. Lo más interesante, desde mi punto de vista, es cómo Tobal indaga en los mecanismos que hacen a la construcción de una imagen pública. Cómo pararse, como hablar, en qué ángulo y hacia qué costado inclinar la cabeza son datos que la asesora de turno le menciona como al pasar, pero que se convierten en fundamentales a la hora de construir la defensa, quizás más que las evidencias materiales. Con un conjunto de actuaciones sobresalientes, Acusada se convierte en una propuesta que seguramente divida aguas, dependiendo cómo se la encare. Véala y saque sus propias conclusiones.
Y abrazame tuvo su estreno en la 50° edición del festival de Sitges, lo que ya nos da una pauta enorme sobre qué tipo de película es. Javier Rao nos cuenta la historia de Joaco, un chico que vive en el conurbano cuya cita desaparece dejando un rastro de sangre detrás. Con climas interesantes y apostando a una puesta más cercana al neorrealismo que a los códigos tradicionales del género, logra una propuesta novedosa. Joaco (Joaquín Sanchez) se queda un fin de semana solo en su casa e invita a una pareja amiga y una chica a pasar el rato. La pareja se va, dejándolos solos. Y lo que podía terminar en una excelente noche para ambos es el comienzo de la pesadilla de Joaco: la chica parece esfumarse en el aire, dejando sus pertenencias y un enorme charco de sangre detrás. Él intenta ubicarla y dilucidar en qué medida las pesadillas y alucinaciones que empieza a tener están relacionadas con esta cita fallida. Con una iluminación natural y usando muy poca música incidental, el código no realiza cambios para indicar qué pasa en la realidad o qué es producto de la mente del protagonista, sumergiendo al espectador en la misma incertidumbre de Joaco. La propuesta se basa en una historia chica a nivel producción, por ejemplo las locaciones (mayormente casas) son reales, hay una intención general orientada al naturalismo que, por un lado, se logra sin problemas y por otro, hace palpable y cotidiano el terror. Por cercanía la historia le podría pasar a cualquiera de nosotros, y eso es lo que la hace profundamente perturbadora. Y abrazame es una película que uno, en su esfuerzo por categorizar todo, la ubicaría más cercana al Buenos Aires Rojo Sangre que al Bafici. No obstante, la narración más apegada a lo moderno que al paradigma clásico y una fuerte presencia de autor la convierten en una obra flexible, con más de un nivel de lectura, lo que le permite llegar a un público mucho más amplio.
En un futuro donde el mundo está devastado pero el apocalipsis aún no llegó, el veterano de guerra Kurt (Hayden Christensen) construye un búnker secreto donde esconderse en caso que la tormenta global que se avecina sea fulminante como anuncia Noé (Harvey Keitel). Mientras el final se acerca, nuestro amigo lidia con Johnny (Justin Kelly) que no sabemos si está vivo o son alucinaciones, consigue un trabajo en la empresa del padre de Jessica (Liz Solari), con quien tiene un amorío y es acusado por Gomez (Rafael Spregelburg) de robo. por Ayi Turzi El último hombre es, cuanto menos, una propuesta extraña. A quienes sean conocedores del cine de género independiente nacional, se las puedo definir como “Daemonium con un guión de Pochito Producciones”. La situación contextual es clara: en una sociedad devastada las personas se preparan para lo que está vaticinado como el fin del mundo, con todo lo que ello conlleva: días grises, nerviosismo generalizado, crisis, escaladas de violencia. Lo inexplicable son otras situaciones que se van dando, y el registro que prima en cada trama. Por ejemplo, la trama que se desarrolla en la casa de Kurt. Tiene pesadillas de su participación en la guerra, puntualmente del momento en que su amigo Johnny le pide que lo mate para cesar con su dolor, aunque luego aparezca en su casa. No sabemos si es real, si es una alucinación, lo cierto es que el ambiente que genera esta ambigüedad que por algún motivo remite a la gloriosa La escalera de Jacob (Jacob´s Ladder). Las secuencias en el trabajo, donde coquetea con Jessica y se genera cierta tensión con Gomez están alejadas del clima general, es una burbuja de cotidianidad con elementos latinoamericanos que aportan a la confusión general. La trama se adivina desde el primer momento y podría decirse que desperdicia oportunidades de generar giros interesantes al avanzar de modo lineal hacia el final previsible. No obstante lo desconcertante que puede ser la historia, El último hombre tiene varios puntos a favor. Las actuaciones no se pretenden naturalistas sino que tienden por momentos a una exageración que, de nuevo, contribuye con el enrarecimiento general. Fernan Mirás interpreta a un linyera que, si bien tiene pocos minutos en pantalla, es la perlita por la que recordaremos a esta coproducción Argentina – Canadá grabada en Buenos Aires. Y el aspecto visual alcanza un muy buen nivel. Tiene una fuerte identidad propia lograda por una fotografía que privilegia los claroscuros y una ambientación minuciosa. Si querés ver una película clásica donde todo tenga sentido, metete en otra sala. El último hombre es una rareza en todos los sentidos posibles de la palabra. Desconcertante, con elementos arbitrarios y ambigüedades que rozan el sin sentido, es, por y a pesar de ello, una propuesta imperdible. Para ver más de una vez.
Laura (Penélope Cruz) regresa al pequeño pueblo de España de donde es originaria para un casamiento familiar, acompañada de sus hijos. Su esposo (Ricardo Darin) se queda en Argentina con pretextos laborales. Todo es alegría y algarabía hasta que, en plena celebración y en medio de una tormenta, se corta la luz e Irene, la hija adolescente, desaparece. A medida que avanza la trama y tiempo para conseguir el dinero para pagar el rescate de la joven se agota, salen a la luz una serie de odios, envidias y resentimientos por cuestiones de dinero que hacen que todos en la familia se conviertan en sospechosos de haber perpetrado el secuestro. A pesar que la propuesta del iraní Asghar Farhadi se queda a mitad de camino entre un thriller y un drama familiar, hay un elemento de este híbrido que se vuelve, por momentos, interesante. Es que el secuestro estructura una trama policial cuyas pistas son internas familiares. La hija desapareció sin dejar rastros y la manera que emplean para encontrarla es tejer hipótesis sobre quién puede haber sido en base a sus vínculos familiares. El envidioso, el deudor y el despreocupado se convierten entonces en sospechosos de un delito y esos mismos vínculos, tapados por la apariencia de la armonía y la felicidad, entran en crisis. Por momentos los diálogos toman un tinte melodramático, pero del melodrama del lugar común de las telenovelas. Si estás muy enganchado con la trama policial y no empatizaste con los vínculos familiares probablemente te fastidies, o te causen gracia. Y sobre la trama policial en si…si prestas atención a los personajes desde el principio seguro te das cuenta quien es al menos uno de los involucrados: la trama se esfuerza por mostrar muchos cabos sobre los personajes que al principio aparecen sueltos y luego va atando. Y aquellos que no ata te señalan a los responsables de modo alevoso. Sobre la pregunta por elenco, lo mejor es el trabajo de Penélope Cruz. Javier Bardem, quien da vida a Paco, un interés romántico de Laura antes de casarse, es tan intenso en sus intervenciones que te agota el hecho de verlo. Lo destacable de la intervención de Ricardo Darin es que encarna una visión religiosa tan arraigada que roza la parodia. Su única solución para todo es tener fe. El problema, por supuesto, es que en el tiempo “iraní” que se toma Farhadi para contar lo que sucede no hay lugar para la parodia y el verosímil se va de tono, lo mismo que los ribetes melodramáticos. El hecho que haya muchas cosas que todos saben pero callan sumado a la presión del riesgo que corre la vida de Irene logra por momentos acumular cierta tensión pero nunca explota, sino que se va diluyendo de a poco hasta llegar a un climax cuya resolución medio que no le importa a nadie. En síntesis: si logras entrar en el código que propone, débilmente, el director, la vas a pasar de diez. Si te aburrís o no empatizás del todo con la situación es posible que, incluso, algunos pases de diálogo te causen gracia.
La novicia rebelde Allá por 1952, en una abadía de Rumania, una monja de clausura se suicida ahorcándose. El padre Burke (Demian Bichir), la aspirante a monja Irene (Taissa Farmiga) y el campesino Frenchie (Jonas Bloquet) llegan al lugar de los hechos para investigar qué hay realmente detrás de la trágica muerte. Seamos honestos: el principal motivo para ver La monja es su pertenencia al Universo Cinematográfico de El Conjuro, saga de películas inspirada por los casos reales de Ed y Lorraine Warren, los investigadores de los paranormal más conocidos de los Estados Unidos. Dicha saga, recordemos, consta hasta el día de hoy de Annabelle (2014), Annabelle: Creation (2017), El conjuro (2013) y El conjuro 2 (2016). La monja es la primera que sucede cronológicamente hablando. Más allá de esta funcionalidad de ampliar el universo ya conocido, mostrando el pasado de Valak, el demonio que se manifiesta en forma de monja y es central en la intriga de El conjuro 2, no aporta demasiado. El padre Burke es el personaje que lleva la acción adelante. Enviado por el Vaticano primero se une a Irene, quien aún no tomó los hábitos porque se permite tener creencias que no están en la Biblia, y luego a Frenchie, quien encontró y conservó el cadáver de la monja ahorcada. Cuando los tres llegan a la abadía, pasan cosas que ya hemos visto: quedan obligados a pasar la noche allí y cada uno es asediado por sus propias pesadillas. Burke no se perdona haber fallado en un exorcismo que practicaba sobre un niño e Irene experimenta una serie de hasta ese momento inexplicables visiones. Ruidos, personajes que están pero no están, alucinaciones y sucesos que la lógica no puede explicar enmarcan una aventura que remite por algunos tópicos a Indiana Jones: tienen que averiguar quién es el demonio y cómo vencerlo. La pregunta que uno inevitablemente se hace ante una película de este tipo es si, de alguna manera, las historias de exorcismos resueltos mediante la fe católica no actúan como validación de un culto cada vez más cuestionado. Es decir, ¿pretenden estas películas legitimar a la Iglesia Católica como una insititución de bien que logra, gracias a su fe, vencer a seres demoníacos que podrían destruir la humanidad? ¿O a esta altura del partido ya se constituyen como un género en si mismo, ligado de modo directo al cine fantástico? Hay una tercera pregunta en esta cuestión, por supuesto ¿Amerita hacerse estas preguntas o nos estamos yendo de tema? Recapitulando, si son seguidores de la saga la van a disfrutar. Ofrece pistas no solo sobre Valak, sino que opera como eslabón para unir otros elementos relacionados con los Warren. Y en este sentido, la elección de Taissa Farmiga, hermana de Vera, quien interpreta a Lorraine, es una elección cuanto menos curiosa: el parecido físico distrae muchísimo y uno se puede perder pensando qué relación hay entre los dos personajes. O… esperen ¿Hay alguna relación entre los dos personajes?
a película de Brian Henson (si, el hijo de) plantea una ciudad de Los Ángeles donde los Puppets, marionetas con vida propia, conviven con los seres humanos pero son considerados ciudadanos de una categoría inferior. Ayi Turzi ya la vio y te cuenta qué le parece. ¿Quién mató a los Puppets? es una película quizás compleja de abordar. La trama sigue a Phil Phillips (una especie de Phillip Marlowe en versión marioneta azul) que carga con un pasado donde mató por error a otro puppet, siendo desafectado de la fuerza policial y reconvirtiéndose en investigador privado. Una masacre en una tienda que vende películas pornográficas y juguetes sexuales tiene como consecuencia su reincorporación, al menos temporal, a la policía, otra vez como compañero de Connie Edwards (Melissa McCarthy): es que parece ser que no fue un robo fallido y alguien anda detrás de los puppets integrantes de The Happytime Gang, una sitcom exitosa años atrás. Hasta acá parece una pavada. Pero no. Primer advertencia, no es una película infantil. Y lo menciono porque, a pesar de su clasificación +16 años, había muchos niños en la sala, viendo como el dueño del local asaltado filmaba una película porno en la que un pulpo ordeñaba a una vaca, por ejemplo. La trama es un policial clásico, con pequeñas referencias no forzadas a los films noirs y con una búsqueda de química estilo buddy cop movies entre sus dos protagonistas, pero no deja de ser una comedia incorrecta políticamente por donde se la mire. Chistes subidisimos de tono, sexo explícito entre las marionetas y un lenguaje que no se priva de decir nada acompañan a la investigación policial sin saturar ni hacernos perder el foco de atención. Por momentos recurre a algunos juegos de palabras o gags que podríamos llamar bobos, blancos o inocentes, y esto puede generar dos cosas: o abre el espectro a un espectador un poco más naif, o hace bufar al que espera que la película esté a las chapas con chistes de pijas todo el tiempo. Se podría decir que visualmente es discreta, por momentos incluso tiene una imagen un poco lavada. Los muñecos, a pesar de su construcción de felpa, se alejan de los tonos estridentes que estamos acostumbrados a ver en otras producciones. Lo que podría ser una búsqueda de identidad visual más adulta, de acuerdo al perfil de la película, termina generando que uno se olvide de los personajes en detrimiento de recordar algunos pequeños detalles, sobre todo violetas. Y esto hay que decirlo: McCarthy no está en su mejor momento. Se la ve cansada, apagada, como desganada. Esperemos que vuelva al nivel de, por ejemplo, Damas en Guerra (2011). La conclusión es: si quieren ver una comedia incorrecta y delirante, y van a saber perdonarle que por momentos peque de burda, ¿Quién mató a los Puppets? Es para ustedes. Si se horrorizan cuando alguien dice “verga” o denuncian algún posteo en redes sociales porque les indigna que “con eso no se jode”, no la vean. Les va a doler la panza del enojo.
El arte de lo auténtico Mi obra maestra, la primer película de Gaston Duprat dirigiendo en solitario luego de toda una carrera codirigiendo con Mariano Cohn, ahora devenido en productor, llega este jueves a nuestras salas. La película plantea la historia entre dos amigos, Arturo Silva (Guillermo Francella), dueño de una galería de arte pequeña pero exclusiva en Buenos Aires, y Renzo Nervi (Luis Brandoni), un artista plástico que tuvo su época de gloria en los 80 pero, preso en su terquedad y desencanto del mundo, está fuera del circuito por su incapacidad de modernizarse. Con una narración en off de Silva que nos invita a acompañarlo en lo que dice será la historia de un asesinato, Duprat logra captar de inmediato la atención del espectador. El estilo visual despojado y casi desprolijo, que también ha caracterizado obras anteriores, recorre varias locaciones muy diferentes entre sí que van desde la arquitectura de vanguardia hasta paisajes naturales de nuestro país, todas perfectamente definidas y funcionales a la trama. El punto fuerte de la película es, sin lugar a dudas, las actuaciones. El tono general es de comedia ácida, con algunos toques de humor negro, registro en el que Brandoni y Francella se mueven con absoluta comodidad. Da gusto realmente verlos juntos, encarnando dos amigos en un vínculo a veces cómplice, a veces un poco paternalista de Silva a Nervi, pero con la tensión que genera la sensación de “ay, lo va a estafar” todo el tiempo. Andrea Frigerio, con una participación más pequeña pero no menos importante, acompaña al mismo nivel, componiendo a Dudú, la dueña de una galería mucho más grande y con contactos mucho más relevantes que los de Silva, una mujer elegante, excéntrica y calculadora. Mi obra maestra ofrece una mirada, por momentos elitista, sobre el mundo del arte, la amistad y sobre todo el concepto de fraude. Su frivolidad le impide abordar cuestiones más profundas, como la reflexión sobre qué es verdad, qué es mentira, qué es arte. Pero quizás lo peor de su ideología sea la neutralidad sobre el proceder de los personajes. ¿Está bien lo que hacen? ¿Son solamente vivos que buscan salvarse sin malas intenciones? ¿O todo lo que sucede (claro que no voy a spoilear) está mal? El hecho que el personaje que demuestra mayores valores morales, los cuales pueden entorpecer el desarrollo de la trama sea Alex (Raúl Arévalo) un discípulo español de Nervi trae a colación el enfrentamiento entre la viveza criolla y el extranjero como molestia, como obstáculo. ¿Somos los argentinos los vivos y los de afuera un estorbo? La película ofrece varios niveles de lectura que quedarán a criterio de cada espectador. Con una estética despojada, actuaciones excelentes y una ideología debatible, Mi obra maestra se coloca unos escalones por debajo respecto a, por ejemplo, El hombre de al lado, pero no puede decirse que “atrasa”. Para ver, debatir, reflexionar y sacar conclusiones propias.
El ángel encantador El argentino estereotípico tiene un par de características muy sobresalientes. Una de ellas, alimentada por ciertas posturas políticas en los orígenes de nuestra Nación, es la tendencia a mirar hacia afuera. Todo lo que provenga del exterior, en ese entonces de Europa, hoy de Estados Unidos, es superior a lo que surge de nuestra propia tierra. El Ángel refuta estos postulados por partida doble: a través de una película de calidad cuenta una historia inspirada por la vida de Carlos Robledo Puch, el asesino más despiadado de nuestra historia. Carlitos (Lorenzo Ferro) pasa sus tardes metiéndose a casas vacías, robando las cosas que le gustan y diciéndole a sus padres que se las prestaron. Entra a un nuevo colegio donde conoce a Ramón (Chino Darín) y, tras un primer altercado, se hacen inseparables. El padre de Ramón, involucrado en delitos menores, ve el potencial del chico y decide sumarlo a sus golpes, que se van haciendo cada vez más peligrosos. Robledo Puch es una personalidad atrapante. Con menos de veinte años ya tenía las manos manchadas con sangre de once muertes. Con decir que es atrapante me refiero a que es una personalidad destacable en la historia de nuestra criminología, que cuenta con otras figuras de relevancia. No olvidar a Arquímedes Puccio que ya “estuvo de moda” con las dos versiones de El Clan (la televisiva también producida por Underground Trasmedia y la cinematográfica a cargo de Pablo Trapero, con ese Francella inolvidable). Con esto queda confirmado el primero de mis postulados: tenemos personajes enormes a nivel dramático para llevar a la pantalla, y una película anclada en nuestra idiosincrasia no se trata de gente tomando mate y diciendo “che boludo”. El mismo Luis Ortega comentó en la conferencia de prensa que algunas actitudes de Carlos para con su compañero Ramón le dieron la pauta que el jovencito estaba enamorado de él: otra vuelta de tuerca que hace la psicología del ángel más interesante aún. Sobre la parte formal hay dos puntos a remarcar para destacar a qué hago referencia al decir que es “una película de calidad”. En primer lugar, la tensión de las miradas. Carlitos es magnético. Por su belleza, su carisma y su aparente inocencia no podés dejar de mirarlo cuando recién aparece. Esta sensación se replica en el resto de los personajes. Ortega no escatima en planos cerrados para mostrar estas miradas cruzadas, que reflejan desde fascinación y admiración hasta deseo sexual. Es destacable también que no hay un abuso del recurso. Cuando los vínculos quedan establecidos, la cámara elige empezar a mostrar otras cosas, pero a esa altura el espectador ya está tan embelesado con el joven como el resto de los personajes. El otro factor es la musicalización. Si bien hubo una delimitación temporal a la hora de elegir la banda sonora y se incluye un pequeño homenaje a Palito Ortega, las canciones no solo acompañan la banda imagen de modo rítmico, sino que también sus letras otorgan un plus de sentido (googleen la letra de “El extraño de pelo largo”, por ejemplo). Párrafo aparte y ya para dar un cierre: Lorenzo Ferro. El desafío era enorme. Debutar en cine con un protagónico en una propuesta de primer nivel. El papel requiere muchos matices. Carlitos pasa de la euforia a la ira, con una mirada que desborda una ingenuidad que su mente no tiene. El proponer los asaltos como un juego pone de manifiesto el nivel de desparpajo e inconsciencia de Robledo Puch, ligado a un proceder macabro, sin ningún tipo de empatía por el prójimo. Esto se ve reforzado además por un corrimiento en la vieja relación “lo lindo es bueno y lo feo es malo”. Ninguno de los personajes vinculados al mundo del delito podría ser considerado “feo”. Ninguno cumple con el estereotipo. Lejos de estilizar o querer dar una imagen romántica del mundo del delito, Ortega juega con la dicotomía generada por el caso real. ¿Cómo un chico tan jovencito y tan bonito puede ser así de sádico? Responder con creces a esa disyuntiva es la magia de El Ángel.