Ser libres de elegir Desobediencia (Disobedience, 2017) es una película dramática dirigida y co-escrita (junto a Rebecca Lenkiewicz) por Sebastián Lelio (Gloria, Una mujer fantástica). Basada en la novela homónima de Naomi Alderman, el reparto está compuesto por Rachel McAdams, Rachel Weisz (quien también es productora), Alessandro Nivola, Bernice Stegers, Cara Horgan, Anton Lesser, entre otros. Fue presentado en el Festival Internacional de Cine de Toronto, así como también se proyectó en el BAFICI de este año. La historia se centra en Ronit (Weisz), una fotógrafa que vive en Nueva York. Mientras está en su trabajo, recibe una llamada donde le comunican que Rav Krushka (Lesser), su padre rabino, falleció. Debido a este suceso, Ronit regresa a la comunidad judía ortodoxa londinense donde pasó los primeros años de su vida. Allí se reencuentra con sus amigos de la infancia Dovid (Nivola) y Esti (McAdams) y, para su sorpresa, se entera que están casados. Sin embargo, el amor que se tenían Ronit y Esti no tardará en reaparecer. En esta oportunidad, Lelio nos mete de lleno en una colectividad tan seria como estricta. El cielo nublado, junto a la fotografía grisácea y la música solemne, ayudan a crear una atmósfera religiosa opresiva regida por reglas: dos personas al saludarse no pueden tocarse, el acto sexual debe realizarse cada viernes, las mujeres tienen que usar peluca y polleras largas, etc. El director no juzga estas costumbres, sino que las usa como escenario para desarrollar un relato de amor prohibido. Y ahí es donde entran en juego nuestras dos protagonistas: con solo intercambiar miradas Rachel McAdams y Rachel Weisz transmiten todo lo que les pasa, logrando que por sus interpretaciones la trama mantenga el interés a pesar de tener un ritmo lento y con más silencios que diálogos. Por un lado tenemos a la independiente Ronit, que decidió alejarse de la comunidad judía al no querer para ella ese estilo de vida. Al irse, también se distanció de su padre, por lo que ahora sus sentimientos son complejos respecto a su muerte. Al volver a Londres, se nota el desprecio implícito de los judíos hacia su persona, como echándole la culpa de que no estuvo para el rabino cuando éste la necesitaba, cuando en realidad nadie fue capaz de avisarle en su momento que el hombre sufría de neumonía. Por otra parte, Esti contrajo matrimonio con Dovid y es maestra en la escuela local. En la cara de Rachel McAdams se puede vislumbrar lo reprimida que está, haciendo que la tensión esté perfectamente manejada en ese primer encuentro luego de tantos años entre Dovid, Esti y Ronit. Los rumores de un amorío en la juventud de las mujeres resurgen ahora que Ronit está en el pueblo, por lo que se puede ver con claridad cómo se juzga al diferente. Conceptos como el matrimonio y el tener hijos son fundamentales allí, y si se tienen otras ideas la reprobación se hace notar enseguida. Las últimas palabras del padre de Ronit, que justo fallece cuando estaba dando un sermón, se conectan a la perfección con el tema principal del film: la libertad individual de elección. Alessandro Nivola brinda uno de los mejores momentos de la película con un discurso sobre la voluntad propia del ser humano, lo que nos conduce a un desenlace tan acertado como emocionante. Puede que a Desobediencia le sobren varios minutos, sin embargo la química entre las “Rachels” por sí sola vale la pena. Además, el director plasma una moraleja muy necesaria para la sociedad de hoy en día: el respetar las decisiones del otro sin juzgar, por más que tu propia religión no esté de acuerdo con que dos personas del mismo sexo se amen.
Elige tu propia aventura La sala Leopoldo Lugones presentará una retrospectiva del director cordobés Rosendo Ruiz. En ese contexto entrena Casa propia, una obra que versa sobre la crisis de la mediana edad, las dificultades para emanciparse y la angustia de no encontrar un lugar de pertenencia. Alejandro (Gustavo Almada) tiene cuarenta años, es docente y aún vive con su madre. Atraviesa un momento en su vida donde todo es inestable: una relación sentimental que le da más dolores de cabeza que satisfacciones, la enfermedad de su madre que, a pesar de lo trágico, le hace ver que su muerte sería lo único que le permita romper la relación de dependencia mutua, y la imposibilidad de conseguir un techo propio donde vivir por la propia situación económica que atraviesa y la mecánica perversa del mercado inmobiliario. Hay una búsqueda formal completamente heterogénea que, lejos de mostrar incoherencias, se contruye como un lenguaje propio consistente y fresco que dota a la película de una clara identidad propia. La cámara de Ruiz, a veces en mano, a veces siguiendo a los personajes a través de los espacios, a veces subjetiva, se propone casi espiar una serie de hechos cotidianos dados en un momento determinado de la vida de Alejandro. Es un hombre con su profesión definida a quien nada le alcanza. Y el punto de su angustia es que sus aspiraciones no son fantasías irrealizables, quiere lo básico que la sociedad nos exige para catalogarnos como “personas realizadas”: casa y familia. Pero el mismo entorno que le demanda conseguir esos ítems para sentirse normal es la que le pone palos en la rueda. Para la casa, los requisitos que le piden en una inmobiliaria a la hora de alquilar están fuera de su alcance, a pesar de ser los básicos (garantía y recibos de sueldo). A nivel familiar no puede cortar el vínculo de dependencia casi enferma que ha establecido con su madre y parece querer replicarlo con su pareja. La heterogeneidad formal que mencionaba antes plasma de forma casi directa la psiquis del personaje. Alejandro se convierte así en un personaje indescifrable, impredecible. Por momentos es un hombre paciente que intenta ayudar tanto a su madre como a su pareja en la crianza de su pequeño hijo, pero de pronto se convierte en un ser que desprecia y maltrata a todos a su alrededor, incluyéndose a él mismo. Alejandro es inestable, está perdido. Lo complejo es que sabe lo que quiere (si lo quiere por motus propio o por mandato es otro tema), pero no deja de autoboicotearse. Su frustración lo enoja consigo mismo. Su vida es una madeja de hilo enredada de la cual es imposible encontrar la punta para empezar a desenredar. El diferencial de Casa propia es que cuenta esta crisis con sutiles guiños humorísticos, relativizando el drama. A pesar de postular la historia de un perdedor, la liviandad con la que se toman sus fracasos nos permite no angustiarnos, nos da una pequeña luz de esperanza que indica que, en casa propia o no, la vida sigue igual.
¿Perviven las utopías? Allá por 1997 Fernando Birri, uno de nuestros más grandes cineastas que desarrolló gran parte de su carrera en Italia y Cuba, regresaba al país para grabar un documental a propósito de las utopías, con el motivo de los 30 años de la muerte del Che Guevara. Carmen Guarini documentó ese rodaje y lo retomó muchos años después, rescatando la sensibilidad y las ideologías de Birri. Ata tu arado a una estrella es el resultado de ese proceso. Fernando Birri, fallecido en 2017, había estudiado ni más ni menos que en el Centro Sperimentale di Cinematografía en Roma en pleno auge del neorrealismo italiano. Su labor no se limitó a la dirección sino a la difusión y la formación de nuevos cineastas, incluyendo la fundación de la mítica Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de Los Baños de Cuba. Es considerado uno de los padres del nuevo cine latinoamericano. Es reconocido internacionalmente por su filmografía de gran compromiso social, que incluye títulos como Tiré Die (1960) y Los inundados (1962) ¿Por qué esta introducción? Porque la historia parece indicar que Birri era un señor serio que rozaba lo aburrido. Carmen Guarini (directora de H.I.J.O.S. El alma en dos) se encarga de mostrarnos un perfil completamente opuesto. Los registros retoman la intimidad de aquel rodaje mostrando a un Birri consciente de la cámara de Guarini, pero natural, espontáneo, con un enorme sentido del humor y una marcada sensibilidad, pero sobre todo una gran sabiduría: no cualquiera puede hablar sobre cómo quiere que sea su cortejo fúnebre y qué quiere que pase con sus cenizas riéndose sin parar. La misma sabiduría se pone de manifiesto en la documentación de su labor como director: el marcar con firmeza pero a la vez suavidad el punto que quiere que desarrollen sus entrevistados o como quiere que sean los encuadres son testimonios de una visión del cine muy personal y clara. Ata tu arado a una estrella reúne además registros de las entrevistas realizadas por Birri a personalidades como Eduardo Galeano y Ernesto Sábato, un paseo por algunas obras de arte digitales que el propio director hizo en un acercamiento a las nuevas tecnologías y curiosos registros de su cotideaneidad con una cámara GoPro que Guarini le dejó en la segunda etapa del rodaje. Film fundamental para descubrir al gran hombre detrás de películas eje de nuestra cinematografía, merecido homenaje y sobre todo, reivindicación de las utopías que, aunque parezcan borradas en nuestro mundo cotidiano, como ha dicho Eduardo Galeano, sirven para caminar.
De puertas abiertas a un mundo personal El Azote es lo último del prolífico director José Celestino Campusano. Bueno, en realidad no es estrictamente “lo último” porque la producción es casi constante: mientras esta historia llega a salas comerciales, tiene El silencio a gritos en recorrida de festivales y proyectos en curso. Una de las características de este director es que va recorriendo todo el país para retratar problemáticas locales, enmarcadas en sus correspondientes paisajes. En Bariloche vive Carlos (Kiran Sharbis), un asistente social a quien la vida no le sonríe. Su vida personal es tormentosa: su mujer se fue de su casa, su madre está enferma y su amante amenaza con escracharlo ante los ojos de todos por impotente. Y en el ámbito laboral tampoco encuentra la paz. Trabaja en un centro de rehabilitación de adolescentes, con una serie de compañeros que complican más las tareas en vez de colaborar, priorizando por ejemplo que los internos “los prefieran” gracias a pequeñas manipulaciones y violaciones de las normas convenidas, objetivos que atentan contra el objetivo final del establecimiento. La propuesta se ubica, fiel al estilo del director, cercana a una propuesta neorrealista. Locaciones reales, iluminación natural, ausencia de musicalización y actores no profesionales dan forma a esta historia basada en hechos reales. El énfasis en las emociones del protagonista, en su devenir sentimental, sus miedos y sus convicciones son retratados con una sensibilidad que permite que el espectador se identifique con él aún prescindiendo de la mayoría de los mecanismos de identificación del cine clásico. La elección del cast, conformado como decía antes por rostros desconocidos y fisonomías por fuera del estereotipo, terminan de generar esta ilusión de puerta abierta a un mundo personal pero con proyección universal. Carlos está muy lejos de aparentar lo que es. De cabello negro, largo, lacio, vestido de negro y con campera de cuero, parece más un “metalero” despreocupado que el tipo con convicciones y compromiso social que es. Compromiso que muchas veces elige antes que su propia vida privada. Y acá Campusano insiste, nuevamente, sobre otro principio recurrente en su filmografía: las apariencias engañan. No hay que juzgar a la gente por su aspecto exterior, uno nunca sabe qué clase de infierno personal están atravesando las personas de nuestro entorno. Ese desfasaje entre lo que vemos y lo que realmente sucede es aplicable a cualquiera de nosotros, convirtiéndose en un hecho casi de militancia política: no importa en qué parte del país vivas, todos podemos tener los mismos problemas. Algo similar ocurre con la desidealización del paisaje. Se elige Bariloche pero no se hace foco en los bosques, en los lagos, en el perfil turístico. Se recorren sus barrios marginados, se muestra a los chicos que viven en la calle, a los que no pertenecen a la imagen de “lugar de ensueño donde se vive sin preocupaciones”. Los dramas cotidianos también son reales en el paraíso, simplemente, porque todos tenemos las mismas miserias y las llevaremos con nosotros donde quiera que habitemos. Alejado de muchos recursos del cine clásico, narrando un pequeño momento de un pequeño personaje con gran posibilidad de ser universalizado y mostrando el lado B de uno de los paisajes más lindos de nuestro país, podemos afirmar que Campusano lo hizo de nuevo: El azote muestra que podés tener una cantidad abrumadora de cosas en común con alguien que vive a miles de kilómetros de distancia.
Calzones Rotos se postula como “Revancha de mujeres”. Mandamos a Ayi Turzi a verla y en esta reseña nos cuenta por qué no comparte este postulado. La película se propone con una estructura coral. Dos jovencitas en la década del 30 que se disputan el amor de un hombre, aparentemente cautivado por su hermana menor, la matriarca de una familia viviendo sus últimos días en la década del 70 y una mujer llena de infecciones sexuales por las licencias de su marido son el punto de partida para el desprendimiento de otras anécdotas y personajes. Avanzada la historia nos damos cuenta que la trama se centra en la misma familia, pero en dos temporalidades diferentes.Lo más destacable de la película pasa por las actuaciones, que se alejan del realismo para acercarse a un registro más melodramático y telenovelezco que es coherente con la propuesta general de una trama llena de desgracias familiares, engaños y amores prohibidos. Una actuación de tinte naturalista nos hubiera alejado aún más del código. ¿Y por qué digo “aún más”? Claro que no me explayé sobre esto aún. Por más que intente abordar una temática universal, como la del empoderamiento femenino en diferentes situaciones cotidianas, Calzones Rotos no logra que uno empatice con ella. Se entienden perfecto tanto el tema como la intención, pero el uso del humor y ciertos modismos trazan una barrera para todo aquel que no conozca en profundidad la cultura chilena. Por ejemplo, cada vez que los hombres se bajan los pantalones para tener sexo, se escucha una escopeta pronta a disparar. ¿Es eso un chiste local, una metáfora con qué sentido? Carecemos de herramientas para evaluar si es un uso deficiente del humor, un chiste malo o una sutileza inteligente porque, sencillamente, no lo comprendemos. Y así con varios elementos que, como saldo final, terminan haciendo que la hora y media que apenas dura la película se haga eterna.Sobre el ítem “revancha de mujeres”… es al menos dudoso. Si bien cada historia termina cerrando con un triunfo femenino, ninguno se erige como una victoria definitiva. No dejan de vivir bajo un ala masculina, ya sea real y tangible o simbólica, anclada en recuerdos. Entrar en detalles sobre este punto sería spoilear la trama, y no es la intención de esta servidora. Solo presten atención, cuando la vean (si la ven), qué significa cada triunfo individual y cómo impacta en las mismas mujeres con el paso de los años. No hay liberación ni empoderamiento de ningún tipo si, con el correr del tiempo el supuesto acto liberador genera culpas, remordimientos o sigue latente dentro de cada una con cierta carga negativa. Calzones Rotos se hace cuesta arriba por cuestiones propias de su idiosincrasia. No logra la universalidad que pretende ni la legitimación de sus postulados sociopolíticos. Y, por el humor que maneja, tampoco podría consumirse como una simple comedia dramática con mensaje fallido.
Los oportunistas, de Paolo Genovese, viene a proponer una continuación del universo de la (recomendadísima) serie The Booth at the End. El director de Perfectos desconocidos, película que cosecha remakes a lo largo y a lo ancho del mundo, vuelve narrar en un espacio limitado haciendo énfasis en los diálogos de sus personajes, logrando un resultado bueno, que se desinfla hacia el final. Ayi Turzi te cuenta por qué. Un hombre cuyo nombre desconocemos (Valerio Mastandrea), se sienta en la mesa del fondo de un bar llamado The Place (título original de la película). Recibe gente constantemente. Se acercan a él con un pedido y, tras chequear información en un cuaderno de tapas negras lleno de anotaciones, les da una instrucción a seguir para que el pedido se concrete. Instrucciones que, a simple vista, carecen completamente de lógica. Por ejemplo, indica a una anciana que para recuperar a su marido del Alzheimer, deberá confeccionar una bomba y detonarla en un lugar concurrido. Lo primero que capta la atención es la intriga que generan estas asignaciones. Uno no puede evitar tratar de buscarle alguna lógica, que nunca encuentra. Más adelante, al aparecer nuevos personajes y pedidos, las historias comienzan a cruzarse, pero hasta las resoluciones mantienen cierta ambigüedad. ¿Están esos personajes relacionándose fuera del bar o hablan de otras personas? Lo importante es lo que no vemos, en dos sentidos. Por un lado, no vemos qué hacen los personajes con sus mandatos. Si los cumplen al pie de la letra, si exageran, si mienten…aunque él, por motivos que desconocemos, sí lo sabe. El halo de misterio sobre este personaje es fundamental para mantener el clima. La propuesta explota la incertidumbre al máximo. Lo no visto opera también en otro sentido. La acción avanza gracias a los cambios que ocurren dentro de los personajes. Este hombre no les pide pavadas: pide matar niños, violar mujeres, haciendo entrar en crisis los valores de quienes se acercan a él. ¿Cuánto quieren lo que quieren? ¿Qué están dispuestos a hacer para lograr lo que desean? ¿El fin justifica los medios? No obstante el magnetismo que genera la propuesta, fuertemente apoyada en los morbos personales de cada espectador, ya que como decíamos antes, asistimos a una puesta en crisis de los valores de los personajes, hacia el final de la película la tensión decae. Quizás porque en el fondo esperábamos algo más macabro, tal vez porque el recurso del relato no se amolda del todo bien a la extensión de un largometraje o porque en algunos momentos la película “amaga” con terminar pero tras un fundido continúa, la tensión y el interés se terminan diluyendo. Uno siente que lo preparan todo el tiempo para que pase algo que o no sucede, o no es contundente. En síntesis, una propuesta interesante, sostenida por la actuación de Mastandrea y la intriga que nos genera saber qué tan hijos de puta pueden ser estos diferentes oportunistas en pos de conseguir lo que quieren, pero que llegando al tercer acto se queda sin fuerza.
Pueblo chico, infierno grande Lo último de Carlos Sorín nos lleva al sur de nuestro país a retratar un suceso de la vida de Joel (Joel Noguera). El niño, criado en Buenos Aires, se queda sin familia tras la caída en prisión de su tío, único familiar responsable. El matrimonio que lo recibe, además de lidiar con la adaptación del niño, se debe enfrentar la doble moral del pequeño núcleo social en el que viven, donde ninguno de sus vecinos es lo que aparenta. Cecilia (Victoria Almeida) y Diego (Diego Gentile) se mudaron a un pueblito del sur buscando una nueva vida, a la espera del llamado para tomar la guarda preadoptiva de algun niño, ya que no han podido tener hijos biológicos. Profesora de piano ella, ingeniero forestal él, un día les llega la noticia de un niño en espera. A pesar de sus miedos e inseguridades, y la diferencia de edad, pues esperaban uno de 4 o 5 y Joel tiene 9, deciden aprovechar la oportunidad. Joel no entra en confianza rápidamente, ni con ellos ni con el resto del entorno. Algunas anécdotas sobre pequeñas travesuras que rozan la delincuencia cometidas en su guarda anterior son un alerta para los padres de sus compañeritos, que empiezan una cruzada para desterrar al niño. Desterrarlo de manera literal, sin metáforas. La propuesta parte de la base de un relato interesante que en primera instancia me recordó a El sacrificio de Nehuen Puyelli, de José Celestino Campusano. Pero la reminiscencia se quedó solo en el paisaje sureño. Uno no debería hacer comentarios en primera persona en las reseñas, por más absurdo que suene, porque las reseñas son siempre una percepción personal. Pero salí de la sala decepcionada. No por la película, sino conmigo misma, por no haber empatizado con los personajes, por no haberme metido en su mundo, por no haber tenido un mínimo sentimiento movilizado. En contraposición a la sensación que le dejó a muchos colegas, no logré empatizar en ningún momento con los personajes. La inestabilidad emocional de Cecilia me alejó radicalmente de ella. La dinámica de la pareja en relación a Joel, de la madre exigente enfocada en educarlo y el padre que le da todos los gustos, la maestra dulce e inocente, las autoridades escolares que forman parte de un sistema burocrático que lo último que genera es contención a los chicos, la madre chismosa que quiere quedar bien con todos, los fanáticos de la iglesia que vinculan todo con dios, la mujer sumisa que tiene su pensamiento propio pero no lo manifiesta porque quien “se ocupa de las cosas” es su marido… todos se constituyen como estereotipos y no se logra dar una mirada crítica sobre ellos. La prolijidad de la narración es tal que parece buscar retratar de modo objetivo las acciones, sin tomar partido por ninguno de los personajes. La base llama la atención, el modo de narrar atrapa pero el ritmo lento termina jugando en contra si no te identificás con ningún personaje. Terminás sintiendo que sos espectador de un desfile de estereotipos y dudo mucho que la intención del director haya sido esa. Véanla, si no tienen una piedra en el corazón como quien suscribe la van a pasar bien.
Isla de Perros me recordó, conceptualmente, a Click. Mientras que la película protagonizada por Adam Sandler parecía ser una más de sus comedias estúpidas y resultaba ser un golpe bajo nivel “muerte de Mufasa”, lo último de Wes Anderson me olía a propuesta infantil sin mucha profundidad. Pero, detrás de algo tan sencillo como un stop motion protagonizado por perritos, desarrolla una serie de reflexiones sobre el mundo contemporáneo que, si entrás en sintonía, te dejan perturbado.En la ciudad ficticia de Megasaki, situada en Japón, una epidemia de gripe canina se sale de control. El alcalde Kobayashi decide exiliar a todos los perros en una isla que se usaba para arrojar basura y dejarlos a su merced. La historia pone el foco en cinco de estos perros: Chief (Bryan Cranston), Rex (Edward Norton), Boss (Bill Murray), Duke (Jeff Goldblum) y King (Bob Balaban)*. Atari Kobayashi, sobrino del alcalde, llega a la isla a buscar a su perro Spots, haciendo caso omiso del estado de cuarentena declarado por su tío. Por otro lado, en tierra, un movimiento liderado por Tracy Walker comienza a ganar lugar, buscando que los perros vuelvan a tener un trato digno. Obviamente, todas estas tramas terminan cruzándose. *Cuando pongo los nombres entre paréntesis me refiero a que son quienes hacen las voces, no es que sean los actores disfrazados, lo cual hubiera sido hermoso, sí. El rescate de Atari recibiendo ayuda de la jauría es una excusa para hablar de muchas otras cosas. Anderson arroja una visión crítica sobre una serie de temas tan universales como actuales, y esto es lo que hace de Isla de perros una película llena de sentidos. La supuesta conspiración de la industria farmacéutica para crear enfermedades en vez de curarlas por perpetrar sus ventas, la manera en que los medios orientan la información que dan con intenciones de manipular a la audiencia, el conocimiento (y aprovechamiento) de este poder mediático por parte de quienes toman las decisiones políticas, las problemáticas que suponen los diferentes idiomas, la tendencia a separar o eliminar lo que es diferente. El contenido de la película es riquísimo, casi inabarcable. Y su mensaje final, alentando el trabajo en equipo y la lucha por las convicciones la confirman como una pequeña gema en medio de tanta oferta cinematográfica vacía de contenido.Hay dos puntos que, en lo personal, sentí que empañaban la experiencia de una película perfecta. Uno atañe a cierta previsibilidad en el desarrollo del personaje de Chief. La construcción de cada perro está humanizada, con todas las contradicciones y defectos de las personas mezclada con comportamientos caninos. Este personaje en particular tiene miedo, fue marginado, actúa con dolor y un dejo de resentimiento, como haría cualquier persona herida. Pero, en un momento, se ve un pequeño hilo sobre su desarrollo que nos permite anticiparnos a lo que va a pasar. Y el otro punto en contra, meramente ideológico, es que coloca a los gatos en el bando de “los malos”, como mascotas de los perversos que detentan el poder. Anderson, venite a casa a jugar con Batman y McGonagall y decime si no son los dos gatos más preciosos del mundo, más geniales que cualquier perro ¿Qué bardeás?Sobre la estética, la técnica y la música, no hay mucho que decir al respecto: son una fiesta para los sentidos. De lo más precioso que ha dado el cine en los últimos años. Cada gesto, cada movimiento, cada encuadre, cada acorde, absolutamente todo es perfecto y armónico. Como en las grandes películas, la trama es sólo una excusa para hablar de grandes temas. Con personajes maravillosos, una estética que vuela pelucas, una musicalización que eriza la piel y una visión crítica de muchas problemáticas actuales, Isla de perros es lo mejor que vas a ver en cine en mucho tiempo. En serio.
Han Solo es la nueva aventura del universo Star Wars, que propone contar los orígenes de Han Solo. Nuestro héroe vive en Corellia junto a su compañera Qi´ra (Emilia Clarke), con quien comparte la idea de huir. Más allá de sus sueños de convertirse en piloto, la urgencia radica en las pésimas condiciones de vida que afrontan. Están a punto de lograrlo tras una persecución a bordo de naves que muestra que su sueño tiene una base, pero ella no logra escapar. Tras un breve paso por las tropas imperiales, Solo acepta que no tiene ni tendrá ninguna filiación. Pasa el tiempo y Han Solo suma tanto aliados como enemigos. Asi, junto a Chewbacca, Tobias Beckett, Lando Carlissian, la androide L3, y la misma Q´ira, se embarca en un peligroso robo. La trama se ubica dentro del cine de aventuras más clásico. Un protagonista, un interés, una misión que cumplir y una transformación que opera sobre sí mismo. El ritmo es sumamente dinámico y el montaje sabe bajar el ritmo en aquellos momentos que lo requieren. Si bien la aventura no atraviesa paisajes conocidos, todos los elementos se reconocen como propios de Lucasfilm. El origen de una amistad Se ubica más cercana a Rogue One que a los nuevos episodios (The force awakens y The last jedi). Quizás haya menos solemnidad en estos spin-off que en la continuidad de la saga principal y por eso se logran mejores resultados. Si es cierto que se interpela de manera directa al fan en algunos momentos. Por suerte estos guiños son contados y no podríamos acusar a Ron Howard de abusar del fan service. De todos modos, siempre habrá detractores que acusarán a Solo de ser una profanación. Y si: hay pequeños detalles dudosos e información que puede no coincidir con la que tenemos. El reparto que acompaña es increíble. Emilia Clarke siempre está bien. Woody Harrelson le imprime a su Beckett pequeños matices de ambigüedad que te hacen dudar de sus intenciones todo el tiempo. Enorme descubrimiento el Lando Carlissian de Donald Glover. Estará listo para una película en solitario? El increíble Lando de Glover La saga supo establecer una serie de temáticas que se repiten en todas sus entregas. De todas ellas, es el lugar de la mujer la que aparece con mayor fortaleza en esta oportunidad. A través de Qi´ra, quien no revela lo que ha hecho para salir de Corellia, y particularmente de L3. La androide es toda una heroína: pasa de asistir a Lando a descubrir que tiene un propósito mucho más grande. La polémica inevitable es, por supuesto, el actor principal. Harrison Ford ya no puede interpretar a un jovencito de menos de 30 años. Alden Ehrenreich logra apenas pequeños gestos del mítico Solo. Como protagonista de una película de aventuras cumple, pero apenas se acerca al ícono. Igual en este punto los espectadores no deberíamos cegarnos. Aun sabiendo que no va a ser el mismo, nos resistimos a aceptarlo. La película se disfruta más allá de las similitudes de interpretación con el personaje original. Es más: es incluso favorable que Ehrenreich haga una interpretación y no intente imitarlo. Las imitaciones suelen dar resultados grotescos, sino miren al Luis Miguel de Diego Boneta en la serie de Netflix. Entretenida, con una historia que cierra y muestra elementos coherentes con la totalidad de la saga. Como película menor, que amplía el universo de uno de nuestros personajes más queridos, cumple con creces.
Animal, protagonizada por Guillermo Francella y Carla Peterson, había llamado mucho la atención por sus avances. Dirigida por Armando Bo, muestra la historia de un hombre desesperado por un trasplante de riñón que no llega. Con una propuesta formal interesante, retrata cómo ante determinadas circunstancias todos somos animales. Animal arranca mostrando la armonía familiar en la casa de Antonio (Guillermo Francella) y Susana (Carla Peterson). Padres de tres hijos, acomodados pero no derrochadores, parecen vivir sin mayores sobresaltos. Hasta que una mañana Antonio se desvanece mientras trota por la costanera. A pesar de todos los cuidados que mantiene sobre su salud, ahora necesita un trasplante de riñón. Su hijo le ofrece uno de los suyos, pero se arrepiente a último momento. La demora de la lista de espera y las fallas del sistema llevan a Antonio a buscar alternativas. Así se cruza con Elias, quien ofrece su riñón a cambio de una casa. Una vez que comprueban la compatibilidad, las exigencias de Elias aumentan, incitado por su ambiciosa novia Lucy. Y toda la armonía familiar entra en crisis: ¿Cuánto vale la vida de Antonio? Los primeros minutos de la película ya muestran la intención narrativa de Bo. Un plano secuencia acompaña a Antonio a lo largo de la casa, despertando a sus hijos, preparando el desayuno. La primer ruptura que propone el director con el lenguaje clásico es incluir elipsis dentro de estos planos secuencias. Si la cámara no corta, mostrando acciones de corrido, se supone que el tiempo que pasa equivale al que vemos. Sin embargo, sin cortes, nos vamos trasladando al futuro, consolidando la idea que lo que vemos es una rutina. (Disculpas si lo anterior fue demasiado técnico pero lo tenía que mencionar, me partió la cabeza. Y así, si son afines a la teoría van a encontrar varios recursos interesantes). En los apartados técnicos hay que destacar la belleza de muchos de sus encuadres. La elección de situar la historia en la ciudad de Mar del Plata termina siendo un plus. No es la Buenos Aires que estamos quizás cansados de ver, es un soplo de aire fresco. El mar, los cielos, lo gris de los paisajes se contraponen con la sangre del matadero donde trabaja Antonio. Animal tiene una fuerte identidad visual destinada a perdurar en la memoria del espectador. Elias, el perturbador " data-medium-file="https://i1.wp.com/www.locoxelcine.com/wp-content/uploads/2018/05/5abe927f7d65c_1420_-e1526921233972.jpg?fit=300%2C142&ssl=1" data-large-file="https://i1.wp.com/www.locoxelcine.com/wp-content/uploads/2018/05/5abe927f7d65c_1420_-e1526921233972.jpg?fit=525%2C249&ssl=1" class="wp-image-1898 size-full" src="https://i1.wp.com/www.locoxelcine.com/wp-content/uploads/2018/05/5abe927f7d65c_1420_-e1526921233972.jpg?zoom=3&resize=288%2C137&ssl=1" alt="Animal" width="288" height="137" srcset="https://i1.wp.com/www.locoxelcine.com/wp-content/uploads/2018/05/5abe927f7d65c_1420_-e1526921233972.jpg?zoom=3&resize=288%2C137&ssl=1" src-orig="https://i1.wp.com/www.locoxelcine.com/wp-content/uploads/2018/05/5abe927f7d65c_1420_-e1526921233972.jpg?resize=525%2C249&ssl=1" scale="3" style="box-sizing: inherit; border-style: none; height: auto; max-width: 100%; display: block; margin-left: auto; margin-right: auto;">Perturbador Lucy y Elias, sabiendo que la vida de Antonio depende del riñón, empiezan a invadir a la familia. Ambos personajes, con sus desplazamientos lentos y sus miradas intimidantes, logran perturbarnos y angustiarnos. Pero a la vez, el egoísmo que va demostrando Antonio nos complica una identificación plena. Queremos que se salve, pero a la vez estar de su lado nos genera muchas dudas. Su transformación me recordó al arco de Walter White, el icónico personaje de Brian Cranston en Breaking Bad. Y la pregunta es la misma: ¿En qué medida lo burocrático del sistema de salud saca a flote lo más oscuro y miserable del ser humano? El Animal del título condensa la línea temática más fuerte de la película. La disputa por la casa es una cuestión territorial, básica, instintiva. El instinto de supervivencia individual de Antonio, que lo lleva a poner en crisis su vida, es animal. Elias, y sobre todo Lucy, desarrollan el mismo instinto, pero en otro sentido, con otras herramientas. En el rol de Susana puede leerse el cuestionado instinto maternal, de la madre siempre protectora de sus hijos. Y el lugar de trabajo de Antonio también nos remite a un tema, si se quiere primitivo: matamos a otros animales para alimentarnos de ellos. Argumentalmente, la historia se sostiene bien, generando tensión y atrapando al espectador. Pero hay llegando al tercer acto unos giros que pueden desorientar o no encajar del todo bien con el verosímil construido. Cosas que no nos convencen, digamos. Perturbadora, angustiante y estilizada, Animal es una propuesta destacada. No se queda solo en contar una historia, sino que puede abrir una veta reflexiva interesante. ¿Cuánto vale nuestra vida? ¿Todas valen lo mismo? ¿Qué es lo más importante que tenemos? ¿Cuán humanos y cuán animales somos?