Bella, joven e infeliz Dirigida por William Oldroyd, Lady Macbeth puede desorientar al espectador distraído que elige qué ver guiándose únicamente por el nombre. No está inspirada en el personaje de Shakespeare sino en la novela breve “Lady Macbeth de Mtserk” del ruso Nikolai Leskov. De ritmo lento y con una fuerte intención contemplativa va a fascinarte si amas el cine europeo. Inglaterra rural de mediados de 1800. Katherine (Florence Pugh) está casada con un hombre al que no ama, es mucho más grande que ella y no está nunca en la casa. Tratando de lidiar con su soledad y con los maltratos que recibe por ser mujer, comienza a explorar su sexualidad junto a Sebastian, quien trabaja en la estancia. Lo central de la historia es la transformación que opera en Katherine. Del personaje sumiso y callado que es en las primeras escenas muta, de modo paulatino, en una mujer decidida, dispuesta a todo. Como el director elige los planos largos y un montaje lento, además de prescindir prácticamente de los movimientos de cámara, toda la tensión se deposita en la performance de su protagonista. Pugh hace un trabajo lleno de matices que genera una empatía instantánea. No solo atrapa nuestra mirada sino que mantiene la atención sobre ella en la hora y media que dura la película. El resto del reparto, con menor tiempo en pantalla, acompaña este desempeño con interpretaciones sobrias y realistas. Asociadas al arco de transformación de su figura central, Oldroyd actualiza también una serie de temáticas que, por lo general, rozan el cliché cuando son tocadas en estas producciones de época. Cuestiones de género, raza y status sociales subyacen a tramas y personajes secundarios, más sutiles que explícitas, mostrando una visión crítica e inteligente del contexto donde se ubica la acción. Desde el aspecto visual se recrean tanto los ambientes y los vestuarios como una iluminación que aparenta ser de velas. La centralidad del personaje femenino se resalta mediante el uso de una gama de colores fríos en su vestuario, que se contraponen con la calidez tanto de los ambientes que predominan en madera como de la iluminación, generando un sutil pero efectivo contraste entre fondo y figura. De tiempos lentos, contemplativa pero contundente, Lady Macbeth nos propone acompañar la historia de la liberación de Katherine de la mano de una gran interpretación de su protagonista. Como decía en la introducción, no es una propuesta para todo el mundo. Si vas al cine esperando emociones fuertes, aventuras o descostillarte de la risa, metete en otra sala.
Amores como el nuestro… Las Vegas, de Juan Villegas, fue la película de apertura del último BAFICI y este jueves llega a salas comerciales. Con un muy buen manejo del humor y personajes muy particulares, se convierte en una propuesta entretenida y pintoresca. Laura (Pilar Gamboa) parte junto a su hijo Pablo (Valentín Oliva) a pasar fin de año en su departamento de Villa Gesell. Tras un viaje complicado por su torpeza y sus arrebatos de ansiedad que rozan la irracionalidad, descubre que el padre de Pablo, Martín (Santiago Gobernori) también decidió recibir el año allá, con su novia colombiana Candela (Valeria Santa). A través de los días que comparten de modo forzado, porque se alojan en el mismo edificio, terminan descubriendo cosas sobre sí mismos y sobre los vínculos que los relacionan. El relato se propone pequeño, ligado más a los estados de ánimo y a la conciencia de los personajes que a una causalidad de sus acciones. Los personajes van simplemente a la costa a “pasar unos días” y eso es lo que hacen. Pasean por la playa, por el museo local, salen a bailar. Laura y Martín lidian con heridas abiertas del pasado y con su propia inmadurez: por momentos son más infantiles que Pablo. El énfasis está puesto en su tránsito de una especie de crisis de la mediana edad, y si no fuera por las dosis de humor que impregna Villegas, la película perdería su principal virtud. El personaje de Gamboa es explosivo. En la secuencia inicial, que muestra cómo el micro en el que viajan se queda varado al costado de la ruta, la cámara no le hace planos cercanos. Esto, sumado a que se viste como una teen, nos hace dudar de cuál es su vínculo con Pablo. ¿Es su novia? ¿Es una amiga? ¿Es una hermana mayor? Su comportamiento es errático, inmaduro, incierto, pero no logra ser insoportable porque destila ternura. Algo está claro: es un excelente personaje. No es una persona que quisieras tener en tu entorno. El personaje de Goberoni, en cambio, es revelado de modo más lento, paulatino. Pequeños indicios, pequeños gestos construyen la certeza que el espectador inicialmente sospecha: es el único que podría lidiar con Laura. Oliva, en cambio, se maneja en un registro más sereno que sus padres, estableciéndose como el punto de equilibrio entre ambos. Mencionábamos antes que el uso del humor es lo que diferencia a Las Vegas de las muchas películas nacionales que se le podrían parecer en materia temática. Los diálogos, que juegan con el absurdo y lo impredecible, se saben retomar a si mismos pasado el rato, generando una dinámica interna muy interesante. Explorando la crisis de la mediana edad y retratando con humor los vínculos familiares, Las Vegas se convierte en una película sobre reencuentros y redescubrimientos anclada más que nada en las actuaciones del trío protagónico.
Héroe por un día El cine orientado al público infantil o adolescente tiene sus mejores exponentes cuando no pretende ser realista. Bruno motoneta, dirigida por Pablo Parés, mezcla comedia, aventuras y ciencia ficción generando un producto divertido con una identidad visual muy fuerte. Bruno (Facundo Gambandé) es el repartidor de “Extraordinarios Objetos”, la tienda donde sus tíos (Mirta Busnelli y Claudio Rissi) venden, en efecto, cualquier tipo de objetos. Por una seguidilla de torpezas, su tía es decapitada con una motosierra (sí, tal como leyeron. Y nada de spoilers: está tanto en el trailer como en el poster). Bruno por suerte tiene con él una dosis del tónico revividor inventado por el doctor Márquez (Fabio Alberti). Aliado con Auxilio (Cande Molfese) y tratando de huir de Larva (Esteban Prol) y Marcelo (Brian Buley), Bruno emprende una aventura tratando de unir la cabeza de su tía con su cuerpo y mantenerla con vida. La trama es clásica, sencilla y llevadera. Bruno tiene un plazo para cumplir su misión bajo riesgo que su tía muera. Queda claro desde el primer momento quién es cada personaje, de dónde viene y hacia dónde va, sin ambigüedades. Quizás uno, siendo adulto, pueda ver algunos de los hilos de la narración y anticiparse a algunos hechos, pero no olvidemos que no somos el espectador ideal del film. Hay una serie de temáticas (la muerte, la otredad) que son tratadas en clave de humor negro, cuidando al espectador más pequeño. Claro que los chicos de ahora “son muy vivos”, pero es un gran acierto apostar a resguardar su inocencia. ¿O acaso no somos muchísimos los mayores de 30 que seguimos llorando a Mufasa? Uno de los puntos fuertes de la propuesta es su aspecto visual. Tanto el vestuario como la ambientación manejan una clave de fantasía, con colores y formas poco habituales, generando encuadres cargados donde hay mucho que ver, y como la trama es sencilla uno se puede detener a hacerlo. Y dentro de esta propuesta, se disfruta mucho que toda la parte científico tecnológica se resuelva de modo mecánico, sin saturar todo de artefactos electrónicos. El otro gran acierto son las actuaciones. Con un registro general que roza la exageración, con mucho trabajo gestual, nadie desentona. Los más destacables en ese sentido son Claudio Rissi (su versatilidad es, como dirían los chicos, “la neta”) y Fabio Alberti. Lo que falla es la química entre la pareja protagónica. Si bien los actores llevan años trabajando juntos y son amigos, ese vínculo personal no logra llegar al espectador. No te generan ganas genuinas de que estén juntos, te da igual. A pesar de su corta duración, exhibe dos momentos (un flashback y una escena musical) que no aportan mucho a la narrativa general. Quizás el público joven necesite el flashback y disfrute el musical, no es el caso de quien suscribe. Una propuesta noble, con un target muy específico y un nivel de realización superior a la media. Algunos puntos en lo narrativo, la falta de química entre los protagonistas y la imposibilidad (o la falta de intención) de brindar algún tipo de mensaje a modo de conclusión general hacen que Bruno motoneta sea una producción entretenida pero que probablemente no perdure en la memoria de los espectadores.
Respirar es una coproducción entre Argentina y Uruguay, que circula por festivales desde 2017. Dirigida por Javier Palleiro, es un drama muy actual. Julia (Maria Canale) descubre que está embarazada de su ex esposo. La decisión es tenerlo o no. Y tiene muchos factores que analizar para decidir qué es lo mejor. La acción se desarrolla en Uruguay, país donde la interrupción del embarazo está legalizada. Sin embargo, decidir abortar implica atravesar toda una serie de consultas con profesionales. Julia ya tenía otras complicaciones en su vida. A la crisis de los treinta se le suma no tener trabajo calificado, ni pareja estable y las idas y venidas con su ex. Respirar se focaliza en el derrotero interno que transita Julia para encauzar su propia vida. Hace énfasis en la angustia, la soledad, la sensación que todo está perdido. Además de esto, o como consecuencia, la protagonista atraviesa frecuentes pesadillas. Se ahoga, se hunde profundamente en agua y no puede salir, metáfora de su situación actual. Película de tono intimista, se soporta en enorme medida en las actuaciones. Maria Canale (Abrir puertas y ventanas) realiza un trabajo gestual muy amplio dentro del registro realista. Sutilezas a veces imperceptibles retratan el humor y carácter variable de una mujer que no sabe quién es. Los trabajos de César Bordón (Relatos salvajes) y Esteban Bigliardi (Cómo funcionan casi todas las cosas) están en la misma sintonía. La cámara es la principal herramienta para retratar estos gestos. Los encuadres están puestos en función de contar la evolución de las emociones de Julia. Con guión escrito por Pallero en conjunto con Guillermo Rocamora, Respirar reflexiona sobre las pérdidas. El mismo director ha comentado en alguna oportunidad su miedo a la muerte de sus seres amados. No se centra sólo sobre el aborto y la decisión sobre el propio cuerpo. Abre vetas de reflexión sobre temas colaterales, como las consecuencias de nuestras decisiones y la pregunta sobre la propia identidad. Respirar no es una película para todo el mundo. Los amantes del cine pochoclero probablemente se aburran o sientan desinterés. Sin embargo, el espectador más afín a los retratos modernos, intimistas y al cine como vehículo de reflexión va a amarla.
Los extraños: cacería nocturna arranca con una leyenda que reza que está basada en hechos reales. Cindy (Christina Hendricks) y Mike (Martin Henderson), llegan un campamento de remolques con sus hijos Kinsey (Bailee Madison) y Luke (Lewis Pullman). Kinsey está ofuscadísima con su familia. Al parecer hizo alguna travesura y sus padres decidieron enviarla a vivir lejos, cambio de colegio incluido. Llegan al remolque que les asignaron y empiezan a suceder cosas raras: ruidos, extraños que golpean la puerta, descubrimientos macabros. De ahí en más, lo único que quiere nuestra familia amiga es escapar de estos tres enmascarados que quieren matarlos aparentemente sin razón. La aclaración sobre el vínculo de lo que vamos a ver con la vida real nos desorienta. Uno espera una película en clave realista, y Los extraños: cacería nocturna está muy alejada de ello. Tomando el hecho que los asesinos verdaderos usaban máscaras, se la emparentó con ese subgénero conocido como giallo. Entonces, hay dos caminos para disfrutarla: reconocer los guiños del género o simplemente no tomársela en serio. Los asesinos de Los extraños: cacería nocturna se ubican en el arquetipo del psicópata enmascarado, el referente que todos conocemos es Jason (saga viernes 13). No muestran su rostro, se mueven de modo sigiloso pero están siempre cerca de la víctima, son sanguinarios y parecen invencibles. Los tres enmascarados de Los extraños cumplen con este postulado. No sabemos qué quieren ni quiénes son, solo vemos lo que hacen. Y lo que hacen es motivo más que suficiente para llevar la acción adelante. Al principio choca un poco la actuación de Bailee Madison. No sólo nos parece exagerada, sino que en conjunto con su vestuario, grunge de manual, no la soportamos más. Queremos que sea la primera que muere, aunque por cómo viene la historia notamos que es quien seguro sobreviva. Más avanzado el relato, cuando caemos en cuenta que nada es realista, nuestra percepción de su performance se acomoda. Logra convertirse en una scream queen con todas las letras. A pesar de sus 80 minutos de duración, Los extraños: cacería nocturna se hace larga. La dinámica de escaparse – ser alcanzados, esconderse – ser descubiertos es lineal, nunca incrementa su intensidad. Entonces te aburrís un poco. Llegando al final, una escena con luces de neón, pileta y Bonny Tyler levanta el interés. Sin dudas, es el momento icónico de Los extraños. En resumen, Los extraños: cacería nocturna es una película para amar u odiar. Juega más con el suspenso que con la sorpresa, usa recursos del giallo como el zoom y música estridente. Tiene una protagonista que es insufrible o la rompe depende cómo lo mires. Se hace larga, pero sabe tener momentos muy bien contados. La recomendación es verla y llegar a un veredicto propio. A quien suscribe, como adepta al género, le encantó. Pero no puede pretender que a todos les pase lo mismo.
Alguien más en quien confiar es un documental dirigido por Matias Lojo y Gabriel Patrono. Cuenta, tal como su afiche indica, la cronología de El Reloj, mítica banda nacional. La banda tiene sus origenes en el año 1970 y los entrevistados coinciden que fue una banda muy adelantada a su época. Juan Locomotora Espósito (quien brinda su testimonio póstumo) fue el primero en utilizar dos bombos en la batería. El documental cuenta la historia de la banda de manera lineal, relatada por varias y diversas voces. Sus integrantes, periodistas, gente que supo asistir a sus recitales e incluso Willito Ponce brindan testimonio. En el caso de Ponce podemos vincular a este documental con El blues de los plomos (2013). Aquel documental de Patrono en conjunto con Paulo Soria se ocupó de poner en primer plano a los técnicos que hacen posible un recital. La presencia de Willito, plomo de El Reloj, sigue dignificando este rol muchas veces invisibilizado. Luego de la de la formación, la época en que tocaban en un patio y los jóvenes se pegaban a la medianera a escucharlos (Ricardo Iorio incluído). Remarcan la importancia del boca a boca en su primer concierto que convocó 2000 personas. Su historia se vincula con la de todos nosotros al mencionar como fue atravesar la última dictadura militar siendo parte de una banda de rock. Además de los invaluables testimonios se incluyen algunas secuencias animadas para resumir determinados momentos. Esta inclusión ayuda a que quizas aquellos que no están tan interesados en la temática no se aburran. Aunque la banda tiene una historia interesantísima: algunos integrantes fallecieron, se separaron, se quisieron volver a juntar. Y da cuenta constante de lo adelantados que fueron a su época: por ejemplo, incursionaron en los sinfónico de modo instintivo, para estudiar después. Alguien más en quien confiar se convierte así en un documental necesario. Nadie es profeta en su tierra dicen, y es verdad. Parafraseando al mismo documental, si la banda se hubiera formado en Liverpool sería referente mundial. Gran aporte cultural la puesta en primer plano de una banda que merece ser más popular.
Sandro, alguna vez bautizado como Roberto Sanchez, es sin lugar a dudas uno de los más grandes artistas populares que dio nuestro país. Miguel Mato estrena al fin un trabajo que le llevó cuatro años desarrollar y nos lleva, guiados por la voz del mismo Gitano, a recorrer los momentos más icónicos de su vida, desde su nacimiento hasta la madurez artística. Allá por 1970, Sandro grabó algunos pasajes en los que contaba anécdotas de su vida. Uno puede o no tener un vínculo emotivo con el artista, pero el timbre y el color de su voz estremecen por si solos. Este audio ya arranca poniéndonos la piel de gallina. El documental no tiene un código homogéneo, sino que va variando recursos, con lo cual se hace sumamente dinámico. Por ejemplo, ficcionaliza el nacimiento y la anécdota sobre el origen de su nombre: no dejaron que sus padres (interpretados por Daniel Valenzuela y Celeste Gerez) le pongan Sandro porque no figuraba en el santoral. Una manera muy inteligente y lograda de mostrar de dónde viene el artista y a dónde llegó es utilizando filmaciones caseras realizadas por el mismo Sandro mostrando su opulenta casa, y contraponerlas con su voz contando las dificultades para bañarse cuando vivía en un conventillo. Al haber operado él mismo la cámara que registró esas imágenes sentimos que vemos a través de sus ojos, y al escuchar el relato nos sumergimos en una especie de reflexión en primera persona, materializando en nosotros mismos el Yo, Sandro del título. Además de indagar en sus dotes artísticos (esa expresividad corporal y voz no los tiene todo el mundo) se propone una mirada que rescata la humildad y la grandeza de Roberto Sanchez detrás del Sandro artista. Anécdotas contadas con humor y sinceridad, siempre agradecido de las personas que lo acompañaron a lo largo de su carrera y sin perder de vista sus orígenes. Esta heterogeneidad de registros incluye saludos grabados por sus admiradoras que acompañan imágenes de las mismas “nenas”, enfatizando lo que generaba en su público y testimonios de José Luis “El Puma” Rodriguez y Lucecita Benitez, la primera mujer que interpretó canciones del Gitano en Centroamérica. Las voces de estos artistas son quizás el punto débil de la propuesta. Por un lado sabemos que son personajes fundamentales y sus aportes enriquecen el relato, pero por otro nos alejan del vínculo íntimo que sentíamos con Sandro, moviendo ese foco con el que nos sentíamos tan cómodos. Afortunadamente, en el tramo final volvemos a la voz de Sandro y el cierre de un telón al final de un show a la par que lo escuchamos versar sobre cómo quería que lo recordemos son el broche de oro para este excelente, y necesario, documental. Emotivo, dinámico e inteligente, el documental de Miguel Mato rinde honores a uno de los más grandes artistas populares argentinos y logra que el espectador se involucre con la historia hasta ponerlo, varias veces, al borde del llanto.
La cenicienta Anne (Toni Colette) y Bob (Harvey Keitel) son un matrimonio estadounidense recién llegado a Francia que intenta insertarse en la aristocracia parisina. Ofrecen una cena y al poner la mesa, Anne nota que habrá 13 comensales. Para evitar que el número traiga mala suerte, le pide a María (Rossy de Palma) su empleada doméstica, que se haga pasar por una adinerada española y tome un lugar en la mesa. No contaba con que David (Michael Smiley), un británico relacionado con la venta de arte, quedaría enamoradísimo de ella. Y cuando el romance empieza a florecer, Anne hará todo lo que está a su alcance para evitar que prospere. La directora y guionista Amanda Sthers comienza a construir una gran película desde lo básico: el guion, poniendo especial énfasis en sus personajes y el modo en que se vinculan. El matrimonio de Anne y Bob atraviesa problemas personales y económicos, y el idilio de María es una bomba de tiempo capaz de destruir el autoestima de Anne. La envidia y bronca que le genera el vínculo chocan con la necesidad de mantener la coartada y no revelarle a David quién es realmente la mujer que captó su atención. Ella es la linda, la exitosa, la que siempre tuvo todo y ahora, que está a punto de perderlo, su mucama (mucho menos agraciada) parece tomar mejor posición. María, por otro lado, es una mujer que nunca ha tenido mayores ambiciones. Tosca hasta rozar el grotesco, arranca su intervención en la cena llena de timidez para ir avanzando a paso firme hasta convertirse en el alma de la fiesta. Y es esta autenticidad y desparpajo lo que cautiva a David, el galán acostumbrado a rodearse con damas finas de la alta sociedad que se acercan a él. El hecho que María en primera instancia no se muestre tan interesada lo corre de su zona de confort y toma la conquista como un desafío. Por supuesto, todos estos vínculos logran transmitirse de manera precisa por las grandes actuaciones del elenco. Rossy de Palma, histórica musa de Almodóvar, luce inoxidable. Fresca y genuina, le pone el cuerpo a una María que es imposible no querer. Y además, logra transmitir un magnetismo sexual inesperado si nos basamos únicamente en su físico, tan alejado del estereotipo canónico de belleza. Colette y Keitel, por su parte, conforman un dúo con grandes toques de comedia, con una química evidente. Y todo lo misterioso, lejano e inconquistable que se supone que es David, Smiley lo plasma con creces. Suerte de inesperada Cenicienta posmoderna, Madame no es todo risas y sabe intercalar momentos desopilantes con toques del más profundo drama. Porque las mujeres como María no encuentran a su príncipe azul ni tienen hadas madrinas. Están condenadas a soportar los caprichos de las madrastras. De apariencia ligera pero de trasfondo profundo, lo último de Shters es una excelente historia que nos abre un mundo de personajes queribles y sus amargos destinos.
Perdida nos presenta a Pipa (Luisana Lopilato) una mujer policía que se saltea los procedimientos en pos de rescatar victimas de trata de blancas. El origen de esta vocación se debe a que, en un viaje con sus amigas al sur, Cornelia, una de ellas, desapareció. En una nueva misa de aniversario, la madre de Cornelia le pide a Pipa que reabra el caso. Y ella aprovecha todos los recursos a su alcance para darle un mejor cierre a la historia de su amiga. La principal fortaleza de Perdida es su actualidad. Propone una protagonista fuerte y una antagonista (Sirena, interpretada por Amaia Salamanca) que ganó su lugar en un negocio de hombres. La presencia femenina, además de mover la acción, aparece con respeto en el tratamiento del tema de la trata. No polariza a los personajes entre buenos y malos, sino que introduce conflictos internos y motivaciones. Al ubicarse dentro del policial, la acción requiere dinamismo y ritmo. En ambos aspectos la película logra un muy buen resultado. La narración no es lineal, sino que intercala lo que pasó aquella noche de la desaparición con el presente. Al combinar ambas temporalidades el espectador va recibiendo dosificada la información, resolviendo el caso a la par de Pipa. Resumiendo, en los apartados técnicos los elementos se mantienen dentro del estándar de las producciones nacionales: no aporta nada nuevo, pero tampoco atrasa. Sin embargo, Perdida tiene muchas debilidades. Luisana Lopilato no termina de convencer. Se la ve hacer un esfuerzo muy grande por mostrarse ruda y se aleja de la naturalidad. En materia actoral los trabajos de la española Salamanca y de Nicolás Furtado son lo más destacable. Antes decíamos que los personajes tenían matices y eso sumaba. En el caso de Pipa, se vuelven un poco contradictorios. Oscila entre haber olvidado a Cornelia, deberle su vocación y no haber superado su pérdida. Como es la que lleva la acción adelante, nos cuesta identificarnos porque nunca entendemos lo que siente. Como el motivo principal es una búsqueda la acción avanza a medida que Pipa ata cabos. Muchos de estos cabos son en realidad imposibles de deducir con las pistas expuestas. Lo mismo los vuelcos que da la acción. Las revelaciones se acercan mucho más al melodrama que al policial, rompiendo su propio código y desorientando al espectador.
Rampage, juego lanzado al mercado por Midway en 1986, era una propuesta que a priori parecía difícil de adaptar al cine. Visualmente, la premisa de los tres animales gigantes (el gorila George, el lobo Ralph y el lagarto Lizzie) destruyendo ciudades era prometedora, pero el problema era el guion. El jugador podía elegir a cualquiera de estos monstruos y su objetivo era sobrevivir a ataques militares a la vez que destruían ciudades. Cuando la ciudad estaba destruida, pasabas de nivel. ¿Cómo respetar la esencia de destrucción casi anárquica que planteaba el juego y lograr una película con una trama que se sostuviera? ¿Cómo no convertir a los amigos de aventuras de una generación completa de gamers en malvados enemigos de la humanidad? Puede haber muchas opciones, pero la de Brad Peyton (director de San Andreas, entre otras) está llena de aciertos. La empresa liderada por Claire Wyden (Malin Akerman) y su hermano Brett Wyden (Jake Lacy) tiene un laboratorio en una estación espacial donde realiza experimentos genéticos dignos de Mengele. Claro que el experimento en curso se sale de control y, a pesar de los recaudos tomados (los hacen en el espacio porque son conscientes de los riesgos), parte de la “sustancia” que hace crecer desmesuradamente y otorga otras fortalezas a los animales que entran en contacto con ella cae en nuestro planeta. Específicamente, en el santuario de George, el gorila albino favorito de Davis Oyoke (Dwayne “The Rock” Johnson), un primatólogo abocado a la preservación. George no es el único alcanzado por la sustancia: el lobo Ralph también se ve afectado, adquiriendo rápidamente nueve metros de largo. El desastre atrae de inmediato a los medios, al gobierno, y obliga a los hermanos Wyden a desarrollar una estrategia para atraer a los animales a la ciudad porque los únicos restos del trabajo de investigación realizado en la nave espacial están en su ADN. Peyton logra un filme con un espíritu clase B más marcado que gran parte de las películas que se autoproclaman como tal. Es una superproducción de primera línea, con un elenco completado con figuras como Jeffrey Dean Morgan como Harvey Russel, un agente gubernamental, Naomie Harris como Kate Caldwell, la genetista con buenas intenciones engañada por la corporación y Joe Manganiello en la piel de Burke, una especie de mercenario líder de un grupo privado. Cuando la trama tiene que exagerar, forzar los límites del verosímil y sorprender al espectador, lo hace sin titubear, presentando incluso algunos momentos donde es autoconsciente del código que maneja. La construcción de los personajes también se desarrolla en el sentido de la hipérbole: Claire Wyden tiene un aire a Cruella de Vil que la acerca a la caricatura, lo mismo que la torpeza de su hermano Brett, al mando de la empresa a su lado solamente por portación de apellido. The Rock no es santo de mi devoción, pero es el único actor capaz de encarnar a Oyoke. Capaz de comunicarse y hacer chistes mediante lenguaje de señas con los primates, volar helicópteros y poner a dormir guardias de seguridad con la misma naturalidad que se unta una tostada, le creés todo. Sí, aunque no te guste. Morgan y Manganiello también le aportan mucha magia (y facha) al asunto. Ridícula en el buen sentido, capaz de darle un motivo y un objetivo dramático a la destrucción descontrolada del videojuego, con toques de humor en los momentos indicados, logra que el espectador pase un muy buen momento. Fuerza los límites de su código sin romperlos nunca. Promete, cumple y deja con ganas de más.