¿Ver o no ver "Amanecer 2"? La última película de la saga romántica Crepúsculo relaciona dos conceptos que pueden desencadenar la guerra total. Inmortalidad y descendencia coinciden en un mismo personaje humano y vampiro a la vez, mezcla escandalosa que los fundamentalistas Volturi no toleran. Bella y Edward son padres de una niña, Renesmee, con quien Jacob experimenta el fenómeno de la ‘imprimación', un sentimiento más fuerte que el amor. Amanecer, parte 2 es la conclusión de la historia en la que cada hilo encuentra un nudo, aun cuando los desenlaces suenen forzados y el devenir de la acción se extienda demasiado en la preparación de la batalla final con los Volturi. Por eso, el espectador que no esté familiarizado con los códigos de sus protagonistas andará perdido en el bosque entre sujetos de piel de nieve y ojos rojos. Hay que saber de los vampiros buenos (los Cullen), la historia de amor de la pareja que trasciende las dimensiones; los mecanismos que mantienen a los Volturi (vampiros malos) alejados, así como la relación compleja entre los Cullen y los hombres-lobo (Jacob Black/Taylor Lautner). La primera hora de la película gira en torno a las nuevas habilidades de Bella que estrena su condición de vampiro, con una fuerza, velocidad y capacidad perceptiva excepcionales. Lamentablemente Kristen Stewart no supera el rictus inexpresivo y le debe los movimientos a los efectos especiales. Bella aprende a cazar y tiene que dominar la sed de sangre, situación que la mantiene alejada de su niña. Los vampiros veteranos se encargan de cuidarla y Jacob no se despega del grupo. Mientras tanto, Robert Pattinson es el galán triste que ratifica su amor a la mujer que desata el caos en el orden natural. La pareja se mueve de manera artificial frente a la cámara. Quizás por eso, el director Bill Condon impone al espectador la omnipresencia de la música incidental, en cada escena y conflicto: romántica y melancólica, épica y grandilocuente, la música reemplaza, o intenta, el tratamiento de los personajes, siempre estáticos, con look exótico, como una tribu urbana con elementos folk. La hibridación, el nacimiento de la niña, aparece también en esas mezclas por momentos bizarras. Los Volturi quiebran el equilibrio cuando irrumpen con sus capas y capuchas de inquisidores, a las órdenes de Aro. Se destaca Michael Sheen como el jefe para quien los humanos son una amenaza, y Ashley Greene, como Alice Cullen, la chica que ve el futuro. La película presenta cantidad de personajes de uno u otro bando, vampiros del mundo que van llegando al bosque para pelear en la nieve. Hay raccontos, juegos temporales y, en general, demasiada decoración para contar una historia que pierde su atractivo con el primer suspiro helado.
Un modesto plan para terminar con la guerra La directora Nadine Labaki, libanesa y cristiana, imagina una historia con las mujeres como motores del cambio en "Y ahora dónde vamos". Hay muchas formas de contar un drama. La directora libanesa Nadine Labaki elige la tragicomedia en Y ahora adónde vamos para abordar el enfrentamiento entre cristianos y musulmanes. La escala es un pueblito con más cabras que hombres, en el que las mujeres están cansadas de llorar a sus muertos. La película comienza con el cortejo coreográfico de las mujeres enlutadas, con la mano derecha sobre el corazón. Van rumbo al cementerio que el camino de tierra divide según la religión que profesan. También los jefes de las dos iglesias están preocupados, porque la furia de afuera destruye la convivencia en el pueblo rodeado de alambres, en el que las minas enterradas son una amenaza constante. Nadine Labaki, que también desempeña el rol de la cristiana Amal, ha expresado en entrevistas la mezcla de amor y odio que siente por su patria, siempre sumida en conflictos fraticidas. En su segunda película (la anterior fue Caramel) cambia el tono y urde un plan disparatado, con el que las mujeres intentan frenar la ola de violencia que las envuelve. Con mucho humor, la película parece tomar el atajo de la comedia, pero, de a poco, el ambiente se enrarece. El humor es otra forma de la desesperación. El pueblo, que espera cruzar el umbral del sigo XX al XXI, cuando logran cobrar altura para la señal de televisión, se conecta con el resto del mundo por el comercio de sus productos. Es gente sencilla, trabajadora y piadosa pero cualquier chispa, en la iglesia o en la mezquita, desata una furia ancestral. Sólo las mujeres parecen convencidas de que no entregarán a sus hijos a la muerte segura. El grupo de actrices logra verosimilitud hasta en los detalles más pueriles. Son intérpretes de gran potencia dramática y la directora las deja hacer. Las mujeres del pueblo piden ayuda a otras mujeres para distraer a sus hombres. Van probando estrategias en campo minado. Hay atisbos de romance entre Amal (intensa Labaki en el juego de seducción de las miradas) y Rabih (Julien Farhat). Cuando se desata el drama, se come la película la actriz Claude Bazz Mossawbaa en el rol de Takla. Un gran trabajo que marca el punto de inflexión de la película. La música acompaña los momentos como un personaje festivo o doliente, según el caso, porque Labaki comparte muchas preguntas, sobre el destino y la capacidad de amar que exige sacrificios sobrehumanos, con el telón de fondo de las religiones y sus ritos. "No aprendieron nada de nada", grita Amal a los hombres. Hay en la síntesis y las metáforas una esperanza puesta en el género que no quiere pagar más el costo de la guerra.
El destino como un cuento pobre El cine reducido a mensaje de autoayuda estropea cualquier idea y elenco. Cambio de planes, de Paco Arango, aborda el difícil drama del cáncer en los niños, para convertirlo en comedia. Diego Peretti es Manolo, un argentino aburrido, padre de familia madrileña, que un día se encuentra con Antonio (Andoni Hernández), el chico de 15 años que lleva adelante el tratamiento de quimioterapia, con un humor y una fuerza admirables. La película sobrevuela cantidad de temas en torno a la pareja de Manolo y Beatriz (Aitana Sánchez-Gijón) y, en general, describe personajes que lo tienen todo sin saberlo. El único rol dramático es el de la madre de Antonio (Amparo Baró), sola, destrozada por la prueba que debe atravesar. Con música incidental permanente, diálogos que explican los sentimientos y un desarrollo tedioso, Cambio de planes va dibujando el mensaje new age que termina frivolizando el dolor, los dilemas de la vida, y los vínculos que se fortalecen por arte de magia. La voz en off del comienzo, que no corresponde a personaje alguno, asegura que no hay coincidencias, que "estaba escrito", significado de la palabra árabe Maktub, título original de la película. Durante los primeros 15 minutos, hay buena química, sentido del humor y Peretti juega su papel con eficacia. El malentendido inicial y la broma de Antonio en el hospital desata el juego de coincidencias. De ahí en más, las escenas son de manual: melodramáticas, subrayadas, por si el espectador no se dio cuenta de lo obvio. El guión abre un tema sobre otro, con golpes bajos. Contra el esquema simplón, nada pueden hacer los protagonistas, aun cuando Peretti se repite en la gestualidad de antihéroe que el público argentino ya conoce. Andoni Hernández, al igual que los otros niños, suena forzado, como si la película no quisiera enfrentar la complejidad del corazón. Para completar el cuadro, es Navidad, nieva, hay solos y solas que ilustran los clichés. Cambio de planes se queda en las buenas intenciones, abusa de las coincidencias y se permite una moraleja que más que tranquilizar, enoja.
Un amor de contornos difusos "El amigo alemán" desarrolla la relación entre dos jóvenes sobre las coordenadas de la vida política latinoamericana de tres décadas. A medio camino entre la historia de amor y la crónica de época, El amigo alemán, de Jeanine Meerapfel, intenta narrar los sentimientos de Sulamit (Celeste Cid) y Friedrich (Max Riemelt) a través de varias décadas, desde la adolescencia en Buenos Aires, en los años 1950, hasta la recuperación de la democracia en 1983. Así de extenso es el periodo en el que ella y él corren en busca de su destino. La película refleja en lo visual los cambios de época, con detalles cuidadosamente puestos frente a la cámara, preciosismo que, entre otras cosas, va acompañado, en lo que respecta a la construcción de personajes y situaciones, de una tendencia simplona que lleva a pintar estereotipos, todo el tiempo y en todo lugar. Sulamit es hija de judíos y amiga de Friedrich, hijo de un alemán nazi, refugiado en Argentina. Hay en la chica un voluntarismo permanente y no se sabe si entre ellos existe amor de pareja o de hermanos. Cada uno vive su concepción del mundo y huye de la herencia impuesta por la sangre y las tragedias de signo opuesto. Una y otra vez Sulamit dice: "Somos argentinos". Celeste Cid trabaja el personaje rebelde aunque no revolucionario de manera poco expresiva, con un rictus que sólo permite algunas sonrisas a lo largo de la película. En tanto, Max Riemelt encarna el muchacho que adhiere a las causas libertarias de los años de 1960, primero en Alemania, donde vive con estudiantes latinoamericanos politizados y, después, en Argentina, como parte de la guerrilla de los años de 1970. Un recorrido que Sulamit va acompañando por instinto y sin convicciones. La película de Meerapfel, directora nacida en Buenos Aires y con vasta experiencia como documentalista, se vuelve un ejercicio de reconstrucción de época bastante tedioso, en el que los niños de la primera parte hablan como si estuvieran leyendo. Si bien el elenco es muy generoso por su aporte al trazo elemental de los personajes (Adriana Aizenberg, Katja Alemann, Cipe Lincovsky, irreconocibles por la caracterización; Daniel Fanego, Jean Pierre Noher), la propuesta de la directora está muy lejos de las películas del cine argentino actual. No sólo el estereotipo es un problema. Los enamorados funcionan como la excusa para describir 30 años de historia argentina, un plan pretencioso en el que las ideas malhieren a la historia de amor.
Semblanza de un príncipe en decadencia "Tournée" realiza un homenaje tierno, y descarnado a la vez, del ambiente de las artistas de variedades, y apuesta a los cuerpos de talles especiales como una forma de resistencia explícita. De príncipe a sapo, así funciona el hechizo, comparación que ilustra el caso de Joaquim Zand, un productor francés de teatro de variedades caído en desgracia. Su segunda oportunidad para levantar cabeza aparece en Estados Unidos donde conoce a un grupo de artistas de burlesque, en las que ve la energía para reparar el hechizo perdido a manos de acreedores y un pasado que lo ha convertido en mala palabra. Tournée, la película de Mathieu Amalric, con él en el rol de Joaquim, describe la gira de la troupe por ciudades portuarias de Francia, al tiempo que personajes y situaciones van encontrando los matices de un grotesco mostrado con ternura. Las mujeres en cuestión hacen lo que ellas llaman, un show de mujeres para mujeres, sin el control de ningún hombre. Voluptuosas, exuberantes y excesivas en la búsqueda de un glamour imposible, son la alegría de la película y la última esperanza del productor-sapo. Miranda Colclasure (Mimi Le Meaux), Suzanne Ramsey (Kitten on the Keys), Linda Marraccini (Dirty Martini), Julie Ann Muz (Julie Atlas Muz), Angela De Lorenzo (Evie Lovelle interpretan a las chicas que enfrentan cualquier adversidad con sus maquillajes recargados, plumas y purpurina. Cuando todo ha fracasado en la vida, quedan esos cuerpos que el público admira, cómplice con respecto a la distancia entre ellas y los estereotipos de belleza del metier. El grupo se traslada en tren, parando en hotelitos fuera de temporada. Se ven ruidosas, felices, bien dispuestas, mientras la vida de Joaquim hace agua por todos lados. La película incluye momentos del show, minutos encantadores de gracia y provocación, aunque paulatinamente va ganado espacio el melancólico productor que anda en busca de sala, a bordo de un auto alquilado y sin dormir. La cámara se posa en los cuerpos al desnudo; en la nuca platinada de Mimí (intensa e impresionante Miranda Colclasure); en detalles como las pestañas postizas y las rutinas jugadas como si mañana se terminara el mundo animal print que la fotografía registra sin rodeos ni demagogia. En medio del fracaso y la melancolía de Joaquim, sus palabras suenan como una declaración de amor: "Todo es nada, excepto sus cuerpos, su sentido del humor". Las actrices exponen rutinas graciosas, como la de la mano que sorprende a su dueña, o el sutil globo blanco en el que entra la vedette de regreso en su paraíso. Lamentablemente el guión se detiene demasiado en el drama del hombre que no puede fabricar un éxito, y el show de las chicas explosivas queda relegado. "Las van a amar en Francia", vaticina Joaquim. Y es cierto. Imposible no quererlas, con esos pechos enormes al aire, la soledad y la fe ciega en que el show de cada noche es la mejor parte de sus vidas incompletas.
La opera prima de Benjamín Ávila logra una síntesis dramática de los tiempos de la Contraofensiva montonera. Notable el elenco y la factura visual de la película. La película que Argentina votó para entrar en la preselección de los Premios Oscar tiene un contexto extra-artístico que la potencia. La mano de Luis Puenzo (La historia oficial) como productor; los datos autobiográficos del director Benjamín Ávila; la presencia del actor Ernesto Alterio, crecido en lo que él llama el "destierro" (España). También se asocia con otras películas que registran los años de la última dictadura militar y la transformación de lo cotidiano, intervenido por el terror de estado (Kamchatka; Verdades verdaderas). La síntesis inicial de Infancia clandestina, muy lograda con el recurso de dibujos y animación del talentosísimo Andy Rivas, ubica al espectador en el momento de la Contraofensiva montonera. Ya pasó el Mundial de Fútbol, el régimen sangriento se ha consolidado. Montoneros vuelve desde la clandestinidad. Juan es el hijo mayor de Charo y Horacio. Él crece mudándose de país, de casa y de nombre. Lo que siempre queda intacto es el amor de sus padres, y de su tío Beto, así como la honestidad brutal con que los compañeros de sus padres piensan el país que ya no es. Más allá de las lecturas ideológicas que pueden reiniciar debates potentes, Infancia clandestina es una película tan honesta como el recuerdo de aquella lucha en la que quedó la madre del director. Los protagonistas fascinan por la verdad, casi documental, de sus dichos y acciones. Teo Gutiérrez Moreno pone su inocencia al servicio del chico que vive el primer amor mientras disimula su identidad y protege con el silencio a su familia. No hay lástima ni tristeza en el planteo, sí una emoción que atraviesa la película como una cuerda tensa y vibrante que la sostiene. Junto a Teo, Natalia Oreiro, Ernesto Alterio, César Troncoso y Cristina Banegas arman la familia en carne viva, jugada por sus ideas. Hay escenas y diálogos estupendos, como la lección del tío a Juan, sobre cómo saborear el maní con chocolate; la discusión visceral de Charo con su madre (Oreiro, notable en el mano a mano con Banegas); el primer beso de Juan y María; el baile de cumpleaños. Infancia clandestina vuelve sobre las heridas del país y, a la vez, expone el caso de los niños que acompañaron a sus padres mientras el reloj biológico les dictaba miedos, necesidades y deseos. La violencia estructural y la muerte vivida en toda su dimensión hace de Juan, un hombre a los 12, parado en el umbral de un tiempo que arrasó la esperanza de varias generaciones.
Canciones de amor incompleto En "360", Fernando Meirelles cuenta varias historias fragmentarias con un elenco poderoso y escenarios cosmopolitas. Una cadena de relaciones, sentimientos y consecuencias arma la historia que involucra a una cantidad de personajes captados en un momento que puede marcarlos para siempre. Fernando Meirelles (Ciudad de Dios; El jardinero fiel) dirige 360 como un relato sinfónico en el que hombres y mujeres cumplen su destino, hasta que se pone en marcha la máxima: "Si hay una desviación en el camino, tómala". La película transita por varias ciudades y gira en torno a la infidelidad, aunque no agota ahí la estrategia para mantener al espectador entretenido, por momentos, extrañado, como si se asomara a unas coordenadas que se le escapan. Ese es uno de los atractivos de 360. Meirelles tiene el talento de plantear una película con elementos de la comedia romántica, el thriller, o la crítica social, pero condimenta el registro popular con cierta sofisticación en los planos, los tiempos, el montaje y el juego de pantalla compartida. Una chica eslovaca (Lucia Siposová) posa para un sitio de internet que ofrece trabajo sexual. Llega a Viena con su hermana, frontera que cruzan cuando aparece un cliente rico, ciudadano del mundo. En el mercado global circula dinero de acceso fácil, los negocios, las llamadas por celular y los viajes en tren, avión o por autopistas. La película basada en la novela La ronda, de Arthur Schnitzler (Viena, 1862 - 1931) reúne a un elenco prestigioso: Jude Law, Anthony Hopkins, Ben Foster, Rachel Weisz, Moritz Bleibtreu, junto a artistas de otras nacionalidades e idiomas, como los brasileños María Flor (Laura) y Juliano Cazarré (Rui). Sus personajes protagonizan girones de historias en las que el amor, el matrimonio y el hastío los ponen en marcha hacia la señal de desvío. Meirelles filma la fragmentación con sus amaneceres, calles, climas, y la música como señuelo. Las canciones suenan mientras los personajes son perseguidos por la cámara. También los vigila la moral, la religión o la buena conciencia. El mosaico es amplio, pretencioso, con momentos muy intensos, como el drama del hombre que busca a su hija desaparecida, el rol de Anthony Hopkins, siempre estupendo; o Ben Foster, el ex convicto que domina sus impulsos encerrado en el baño del aeropuerto; los diálogos de Anna, la eslovaca, y el guardaespaldas ruso. Todo está a punto de pasar mientras el círculo se cierra y el mundo sigue andando.
Un ejercicio de autoconocimiento Juliette Binoche protagoniza una película incómoda. "Elles" aborda el tema de la prostitución ejercida por estudiantes universitarias En medio de una cartelera liderada por superhéroes y comedias ligeras, Elles devuelve al público adulto la posibilidad de ver una historia destinada a interpelar al espectador. La directora polaca Malgorzata Szumowska incomoda, al exponer la práctica de la prostitución en un contexto social alejado de los clichés. Anne (Juliete Binoche) escribe para una revista un artículo periodístico sobre la prostitución ejercida por estudiantes universitarias en París. Sus fuentes son la francesa Charlotte (Anais Demoustier) y la polaca, Alicja (Joanna Kulig). La película entrelaza las entrevistas y raccontos, con la vida cotidiana de Anne, una mujer de clase alta, casada, con dos hijos. Mientras realiza las tareas domésticas por el amplio departamento, las conversaciones con las chicas minan sus certezas. La directora lanza el tema valiéndose de las preguntas de Anne, interrogantes sobre las condiciones que llevan a la prostitución, pero la película evita el maniqueísmo y el apunte condescendiente, en uno u otro caso. Anne va cambiando de expresión ante la experiencia. Se limita a escuchar y comprender, sin conceder. La película incluye escenas eróticas y desplaza el eje hacia el impacto que acusa Anne cuando enfrenta la pantalla de la computadora. En la escritura del artículo se completa su ejercicio de autoconocimiento. Elles transita el tema con naturalidad, mostrando chicas aparentemente frágiles que no justifican sus decisiones. Abundan los primerísimos planos de rostros y cuerpos, la vivacidad de las miradas, la sencillez para contar las preferencias sexuales de los clientes, en un ambiente sobre el que ellas creen tener control. Elles habla de la libertad y no aconseja ningún camino, aunque el tema del consumo surge como una imposición que algunas acatan con el cuerpo.
Gibson en un infierno clase B "Vacaciones explosivas" es una película de trazo grueso, con sucesión de imágenes carcelarias y marginales ambientadas en algún lugar del México más sórdido. La frontera de Estados Unidos con México está marcada por un muro largo que separa dos policías y una sola actitud: corrupción. En el auto a gran velocidad va un enmascarado. Los primeros minutos de Vacaciones explosivas (Agarren al gringo) promete acción y quizás humor, a la manera de Gibson. El diálogo entre los policías que cruzan el cerco, las réplicas del gringo en cuestión, y la estética, más la música, instalan rápidamente la historia en un lugar donde las desgracias son afrontadas por un tipo más listo y lindo que el resto. El gringo va a parar a El Pueblito, una cárcel que parece 'un centro comercial' bizarro. Entre tiendas, sucuchos, burdeles, baños y balaceras se desarrolla un relato que asume el exceso como una manera liviana de meterse en el lugar más sórdido. La película que dirige Adrian Grunberg pone a Mel Gibson en un protagónico a tiempo completo, apenas compartido con Kevin Hernandez, el niño que vive en la prisión desde los siete años, hijo de un traficante muerto y de una mujer (Dolores Heredia) que sobrevive. Madre e hijo guardan un secreto que los atormenta. Una de las particularidades del guión es que Gibson habla en inglés y casi todos los demás actores, en español, acorde con sus rasgos físicos y apellidos. Hasta ahí llega el intercambio cultural. La película, de trazo grueso, como los títulos de Robert Rodríguez, no ahorra escenas desagradables con seres hacinados, hampones despiadados y montañas de mugre. La violencia se plantea como un lenguaje que el espectador debe naturalizar sin detenerse en cuestionamientos de ninguna índole. Gibson es un delincuente, mucho mejor que los otros, aunque vive a sangre y fuego. La puesta, de manual, va mezclando juergas, droga, lucha libre, prostitución y boleros. El director subraya, suena a chiste, las escenas con la música. ¡Hasta se escucha Vicentico! Cumbias y 'horas de mariachis' ilustran las relaciones infrahumanas, entre las que se salva el vínculo que entablan el gringo y el chico. Daniel Giménez Cacho, como Javi, el rey de El Pueblito, pone el toque mafioso, rodeado de personajes que reproducen los tics de las películas de Tarantino, entre otras. Mel Gibson ha vuelto para promover su delirante idea de justicia. En el rol del gringo delincuente será siempre más bueno y limpio que sus pares del otro lado del muro.
Contra toda desesperanza Un auto corre a alta velocidad en la noche. A bordo, dos hombres se divierten con la travesura. Al volante va el joven negro; a su lado, el hombre maduro, blanco. Juntos atraviesan no sólo las calles. Los directores Olivier Nakache y Eric Toledano recrean en Amigos intocables la biografía de una relación que supera todas las imposibilidades evidentes. Philippe es parapléjico, un rico parisino rodeado de asistentes para sobrevivir. Driss es el nuevo asistente que, en un barrio de París, comparte el baño con su tía y primos de origen senegalés. La película refiere un hecho real que cobra nueva vida gracias a François Cluzet y Omar Sy. Ellos potencian el guión en el que la ironía sobre la alta burguesía es permanente. Hay, en cambio, un pudor demasiado correcto sobre el entorno de Driss, un manto de piedad que registra los progresos en términos de educación de Driss. Mientras tanto, se pone de manifiesto el esfuerzo de superación espiritual que muestra el hombre atado a su silla. Cluzet alcanza momentos sublimes con la expresividad de su rostro. Por su parte, Omar Sy se mueve como un animal acostumbrado a sobrevivir, acorralado por otros motivos. Amigos intocables no se detiene en apuntes sociológicos ni parece preocupar la descripción del lujo casi obsceno que mantiene a Philippe. La apuesta en esta biografía que bien podría ser un drama complejo, pasa por un humanismo que sonaría artificial si no existiera la vida real detrás de esa pareja extraña. Va ilustrando el nacimiento de una amistad, la música que, en algunos momentos banaliza la historia, como un agregado, la vieja costumbre de la música incidental. Pero en otros, las melodías son el vínculo con la vida, compañía y expresión directa de las diferencias sociales. El humor acompaña ese recorrido sensible. La escena del cumpleaños de Philippe funciona como una perlita, con la orquesta de cámara que ejecuta los temas a pedido del homenajeado y luego, el baile propuesto por Driss. Con un relato tradicional, costumbrista, con la belleza del lado de la abundancia, los directores conducen al espectador ante esa posibilidad feliz que incluye a Bach, Earth, Wind and Fire, y el amor en sus facetas más liberadoras.