El guardián de mi hermano La ley del más fuerte (Out of the Furnace, 2013) comienza prometedoramente, cuenta con un elenco envidiable, personajes interesantes con relaciones cuidadosamente definidas y un fascinante mundo por delante. El potencial es rico en posibilidades dramáticas, y la tensión hierve lentamente. Tan lentamente que el vapor se esfuma antes de llegar al clímax, y el saldo no es muy satisfactorio. Quizás haya sido un error de marketing. Si ven el tráiler o leen la sinopsis de la película, verán que trata de un hermano mayor (Christian Bale) que va tras la pista de su hermano menor (Casey Affleck), que ha desaparecido luego de meterse con la gente equivocada. En realidad, esto apenas describe el desenlace de la película y no dice nada de la hora y veinte minutos que le preceden, donde pasamos la mayor parte del tiempo esperando el punto de giro. La película comienza con Harlan DeGroat (Woody Harrelson), un sociópata descendido de los endogámicos montes Ramapo al noreste de New Jersey. Es el tipo de escoria humana que Harrelson perseguiría en True Detective. Harlan se halla en un autocine cuando decide atacar a golpes a su cita, y luego al hombre que intenta defenderla. Más tarde cuando alguien le pregunta “¿Tienes un problema conmigo?”, Harlan explica: “Tengo un problema con todos”. Conocemos a los hermanos Russell y Rodney Baze (Bale y Affleck) en un silencioso pueblo en vísperas de la bancarrota industrial, muy parecido al de El francotirador (The Deer Hunter, 1978). Russell trabaja de obrero en una metalúrgica mientras que Rodney derrocha el dinero de su hermano en apuestas. Russell es el único que mantiene a su familia unida, y la misma se desmorona cuando él va a prisión. Al salir se ha quedado sin padre ni novia, y su hermano se encuentra a la deriva, ganándose la vida en peleas clandestinas. La mayor debilidad de Rodney es no saber dejarse vencer, cosa que le ha endeudado seriamente con el mafioso local John Petty (Willem Dafoe). Ambos tienen la pésima idea de meterse en el despiadado círculo de peleas de DeGroat, y a esta altura llegamos a la historia prometida de búsqueda y venganza fraternal. Las actuaciones son por supuesto impecables y nos encontramos con varias escenas notables. El reencuentro entre Russell y su ex novia (Zoe Saldaña) es el cénit trágico de la película. Cualquier escena con o entre Woody Harrelson y Willem Dafoe está cargada de magnetismo. Y Christian Bale actúa nuevamente con toda la furia y toda la culpa del mundo cargados sobre sus hombros. No hay nada malo o incompetente en La ley del más fuerte, pero se toma demasiado tiempo en comenzar, y no vemos a sus personajes en acción lo suficiente. Se la pasan agazapados en sus roles, aguardando algún tipo de corriente dramática con un zen shakespeareano. Las acciones del protagonista no guían la película: la concluyen. Y cuando actúa finalmente, lo hace sin un ápice de emoción. No sentimos ni tristeza ni felicidad, sólo alivio. Los excelentes momentos con los que cuenta la película pueden hacernos creer que tiene mayor profundidad de lo que aparenta, pero a fin de cuentas se trata de una historia de venganza a la antigua en la que la venganza llega tarde y sin mucha emoción.
Sol de noche El planteo de El día trajo la oscuridad (2013) es de una simplicidad engañosa. Parece que va a tratar sobre las apagadas interacciones entre un local introvertido y un invasor extrovertido, y de cómo ambos se descubrirán uno en el otro. En vez de eso crea tensión al ir desarrollando, lenta y dentro de todo plausiblemente, un elemento supernatural que terminará por dar vuelta el aparente género de la película. Virginia (Mora Recalde) vive aislada en una enorme casa de piedra en el campo. Es hija del médico del pueblo, y no tiene otra ocupación que ser una criada en su propio hogar. A sus puertas llega su prima Anabel (Romina Paula), desmayada en brazos del taxista que la ha traído. Virginia acoge a la enferma, extrañada pero sin hacer preguntas. Ese mismo día ha tenido un sueño perturbador que recurrirá a lo largo del film y codifica a la historia con un ominoso suspenso. El pequeño mundo de Virginia se ve sacudido tanto por la presencia de Anabel, la “rarita” de la familia, que tiene el hábito de adentrarse en los bosques de noche, como por los extraños sucesos marca película de terror (visiones apocalípticas, cadáveres de animales, susurros en la noche, un noticiario que informa casualmente sobre una epidemia de rabia) que su presencia parece desatar. La pequeña película de interiores se degenera lentamente en una de terror, pero el eje siempre se mantiene sobre la intimidad de Virginia y Anabel. Mientras tanto, una oscura historia familiar se vislumbra lo justo y necesario con la oportuna mención de una vieja “amiga” de Virginia, y la lúgubre aparición de los padres de las primas. La actuación es mínima, pero el guión de Josefina Trotta se construye articuladamente manejando las varias tensiones de la película (sosteniendo la incomodidad y la atracción entre Virginia y Anabel, subiendo la apuesta al terror y elaborando una analogía insospechada entre ambos polos). Y la fotografía nocturna evoca una atmósfera sino tenebrosa, de frialdad y soledad. Una vez que el espectador ha confirmado sus sospechas acerca del enigma de la película, y los personajes desaparecen en una resolución algo insatisfactoria (no termina de abarcar y cerrar todo lo que promete), la historia pierde algo de magia. Dice el Maestro del Suspense que hay que darle al público lo que quiere, pero no de la forma en que lo quiere. El día trajo la oscuridad hace un buen trabajo al respecto.
El Increíble Hombre Sony Cuando Sony reinició la franquicia de Spider-Man apenas 5 años luego de que Sam Raimi dirigiera su famosa trilogía, la gente se preguntó: ¿ya? Ocurre que si Sony no estrena una nueva película de Spider-Man al menos cada 5 años, los derechos de autor regresan al tambo multimillonario de Marvel Studios y Sony se queda sin su vaca lechera. Esto resultó en la somera El sorprendente Hombre Araña (The Amazing Spider-Man, 2012). ¿Es la secuela mejor? La vida de Peter Parker (Andrew Garfield) ha mejorado desde la primera entrega, y nos lo encontramos persiguiendo un villano a lo James Bond al comienzo de la película, con la policía de su lado y toda la población de Nueva York vitoreando al superhéroe. ¡El joven, inteligente y apuesto “perdedor” ahora es popular! Pero continúa atormentado por los fantasmas de dos figuras paternas: la de su padre, quien le abandonó inexplicablemente de niño, y la del padre de su novia Gwen (Emma Stone), quien con sus últimas palabras le pidió que dejara de verla para no ponerla en peligro. Ambos conflictos recibieron resoluciones falsas en la primera película, y ambos continúan extendiéndose a lo largo de la segunda, que no cuenta con demasiadas sorpresas ni hace nada demasiado diferente. Peter ha de redescubrir la verdad acerca de su padre y la fórmula arácnida que le costó la vida, mientras que sale, corta, sale y vuelve a cortar con su novia. En el meollo de la trama se encuentra Oscorp, una corporación que domina completamente la vida de Peter. Su padre trabajaba en Oscorp, el amigo de su padre trabajaba en Oscorp, su novia trabaja en Oscorp, su mejor amigo es el dueño de Oscorp y sus dos nuevos enemigos, Electro y Duende Verde, son manufacturados accidentalmente en Oscorp. Oscorp es como Sony, hace de todo y está en todos lados. Mientras tanto nuestro héroe recalcadamente usa computadora, cámara, celular y auriculares marca Sony. No salgan de casa sin ellos, chicos. En fin, ¿qué tal los nuevos villanos? Max Dillon (Jamie Foxx) es un tímido ingeniero eléctrico que desarrolla una absurda obsesión con Spider-Man luego de que éste le salva la vida, pero un ridículo accidente con unas anguilas eléctricas lo transforma en el azulado Electro y le da el poder de absorber y conducir corriente. Cómo y por qué se enemista con Spider-Man es todavía más bobo. Por otra parte tenemos a Harry Osborn (Dane DeHaan), que tiene un buen motivo para ir tras de Peter, pero se resuelve antes de confrontarlo, lo cual nos deja con una extraña pelea que no le sirve a nadie pero se ve muy bien. La gran duda es, ¿es la secuela mejor? Garfield y Stone forman un dúo cómico bastante tierno (cuando no están peleando). Y de hecho el epónimo superhéroe se parece mucho más a la idea platónica de un Spider-Man torpe y chistoso que no se toma ni a él ni a sus enemigos demasiado en serio. Las situaciones humorísticas en las que nuestro enmascarado héroe se mete en la vía pública o camino a casa parecen sacadas de Kick-Ass. Y los combates aéreos siguen siendo espectaculares, con o sin 3D. El Sorprendente Hombre Araña 2: La venganza de Electro (The Amazing Spider-Man 2, 2014) no se juega por nada nuevo (o increíble, o sorprendente) pero reafirma la vieja fórmula con la sólida dirección de Marc Webb y un par de protagónicos que se los ve infinitamente más cómodos en sus papeles. Es además mucho más divertida que la primera, en gran parte porque ya no se toma a sí misma tan en serio y la serie por fin parece estar evolucionando hacia otra dirección que la trilogía original. Pero la historia – larga, hueca y reiterativa – no vale la tinta de una entrada de cine.
Esperando al huemul Buscando al Huemul (2012) bien podría llamarse “Esperando al huemul”. Lo que se dice búsqueda es descorazonado y sin más progreso que el de unas cuantas vueltas en círculos. Hay algo de absurdo en el andar de sus protagonistas, los campechanos Ladislao y Naza: el primero sueña con ver un huemul, porque según él “las cosas originales de este mundo se están acabando”; el segundo acompaña, obediente y lacónico. Filmado en la Patagonia neuquina, el documental sigue a Ladislao y Naza a través de bosques y montañas. No tienen un plan muy claro por dónde empezar a buscar. Teorizan vagamente cada vez que encuentran algún indicio – huellas, ramas, bosta – sin ponerse muy de acuerdo en nada y sin fijar ningún curso en particular. Son más lectores que intérpretes y evidentemente este es el deseo del director Juan Diego Kantor – el ejercicio consta no en encontrar, sino en buscar. Ladislao lleva consigo dos libritos, de los cuales lee de a intervalos; uno sobre el huemul y otro sobre la dícese “Campaña del Desierto” y el exterminio del mapuche. El documental adquiere un tono elegíaco cuando la analogía se hace evidente, pero es una analogía imperfecta. Tanto el huemul como el mapuche han diezmado en número los últimos siglos, pero el documental sólo deja en claro la maquinaria tras la desaparición del mapuche. La extinción del huemul es un hecho sin causa, parece; a tratar como símbolo. El documental está bellamente fotografiado e iluminado, y es de temática envolvente y responsable, pero ni en su corta duración puede evitar ser aburrido de a momentos. El mensaje es puntual, y quizás demasiado puntual – funciona no como un complejo sistema de fuerzas que ponen en tensión una problemática, sino como un alegato bastante unidireccional y predecible al que no hay nada que oponer. Todo en él apunta hacia la futilidad de la premisa – “encontrar o no encontrar al huemul” – con lo que, al rato, no deja mucho más por agregar.
Pueblo callado Santa Lucía (2012) es tanto un documental como un pueblito ubicado en la selva tucumana; es también Lucía Aguilar, joven profesora de historia de dicho pueblito e investigadora al servicio de la directora Andrea Schellemberg. Su película reconstruye los años de terror en los que el ejército ocupó el ingenio tucumano, de 1975 a 1983, y las historias de sus muchos desaparecidos. Tan pequeño el pueblo y tanto su sufrimiento que prácticamente todo habitante posee una historia sobre sus desaparecidos, comenzando por la madre de Lucía, que por miedo no ha vuelto a hablar de su hermano Pedro, desaparecido en vísperas del último gobierno militar. El miedo persiste en los habitantes de Santa Lucía. Rehúsan hablar a cámara, evitan entrar en detalles, agregan rápidamente que ellos jamás han hecho nada. Lucía recoge testimonios de parientes, sobrevivientes, funcionarios. Ella se interesa particularmente por un subterráneo, tapiado a fines de la dictadura, bóveda de tortura y acaso tumba. Su lucha no es quijotesca y se concentra en la revelación de esta bóveda, símbolo palpable de la impunidad de los crímenes ocurridos en esos años. ¿Por qué ninguno de los funcionarios que se entrevista con Lucía ha oído hablar de esto? ¿Por qué es la única enterada al respecto? ¿Se trata de una insoluble red de jurisdicciones o hay una fuerza opositora que se mantiene activa dentro del sistema? Suerte de premio consuelo – a la zaga del documental se han abierto las causas necesarias para investigar – ¿por cuánto y para cuándo? – el caso. Schellemberg se disculpa con los brazos abiertos al público – “no hay mucho más que pueda hacerse”. Su humildad es injustificada. Celebrar la memoria e influir socialmente es todo un mérito.
La Última Tentación de Noé En un principio Noé (Noah, 2014) es una épica película de catástrofes (divinos en vez de naturales), pero su historia mantiene un valioso eje humano, el mismo que se encuentra en todas las películas de Darren Aronofsky: la obsesión del hombre por honrar su propio credo, y cómo ello resulta en su autodestrucción. Más allá de su monumental escala, la historia subyacente es tan intimista como las de El Luchador (The Wrestler, 2008) o El Cisne Negro (Black Swan, 2010). La película se inspira, por supuesto, en ciertos capítulos del Génesis bíblico. A eso suma material apócrifo, como el Libro de Enoc, por ejemplo, y el Midrash judío. Plantea a Tubal-Caín como un contemporáneo – y fiero enemigo – de Noé, mientras que elimina a otros personajes del Viejo Testamento, y ofrece explicaciones para algunos de los pasajes más oscuros de la Biblia. Como La última tentación de Cristo (The Last Temptation of Christ, 1988), la película no busca ni censurar ni alabar el canon teológico sobre el cual se inspira, sino ofrecer una nueva mirada. En el principio de los tiempos el mundo se divide en dos tribus. Por un lado se encuentran los descendientes de Set, Noé (Russell Crowe), su mujer Naama (Jennifer Connelly, de vuelta la sufrida pero obediente esposa de Crowe) y sus tres hijos. Por otro lado se encuentran los descendientes de Caín, una tribu minera consumida por su afán de lucro y liderada por el feroz Tubal-Caín (Ray Winstone). Gran parte de la película se sostiene sobre la tensión entre Noé y Tubal-Caín: Noé sólo quiere salvar a “los inocentes” del diluvio (los animales) porque así decreta Dios; Tubal-Caín quiere salvar a su pueblo, o al menos a sí mismo, porque “el hombre elige su destino”. El segundo acto revuelve entorno al asedio del arca de Noé. El conflicto es, pues, Dios y su relación con el hombre – si el hombre ha de observar su mandato ciegamente, y hasta qué punto. El tercer acto, a bordo del arca durante aquellos famosos “cuarenta días y cuarenta noches”, problematiza la figura de Noé con una mirada original, dramatizando su relación con su resentido hijo Cam (Logan Lerman) y su yerna Ila (Emma Watson), a quien Noé percibe como una amenaza al sacrificio de la humanidad. Crowe no es una decisión de casting obvia pero imbuye una poderosa determinación al papel, así como Winstone como su némesis. Hay alguna confusión sobre cuán literal pretende ser la película. Nada que la arruine si se suspende el pensamiento lógico. La cuestión es que la propia película alterna entre lógica y “magia divina” sin decidirse del todo por una o la otra. Llenar un arca de 300 por 50 por 30 codos con dos animales de cada especie es una hazaña imposible (“¿Cómo estoy tan seguro? ¡Pruébenlo!”, como dice Eddie Izzard), pero en la película se reduce a un acto divino. Por poco imaginamos a Dios chasqueando los dedos para que el reino animal enfile pacíficamente dentro de la pequeña arca. Sin embargo, Noé y su mujer tienen que inventar un incienso a base de hojas y raíces para poner a dormitar a las criaturas dentro. ¿Por qué? Dios ya reunió, amigó y dirigió a todos los animales en la faz de la Tierra. ¿Por qué dejarlo ahí? Tampoco se nos explica cómo Adán y Eva – dos personas literales a efecto de la película – logran poblar el mundo entero, de dónde sale la progenie de Caín, o si efectivamente Set yace con su madre. La película tampoco ofrece explicaciones sobre cómo repoblar el mundo luego del diluvio. Inquietudes válidas a la hora de interpretar la Biblia, pero necesarias si se la va a literalizar e infundir de cierto realismo científico. Un intrigante fotomontaje nos muestra el proceso evolutivo que va desde los organismos unicelulares submarinos hasta los primeros primates, pero funde a blanco antes de mostrar efectivamente su ramificación en homo sapiens. El resultado es una teoría creacionista que no satisface ni a la ciencia ni a la religión, y mezcla ambas a ojo sin jugarse por ninguna. De lo único que la película está absolutamente convencida, y lo subraya con la sutileza de una caricatura, es sobre la virtud del vegetarianismo, y que matar animales para comer es maligno. Como versión revisionista del relato siempre infantil del “arca de Noé”, el film de Aronofsky eleva el concepto a nuevos niveles de drama y espectáculo. De notable mención son los ángeles caídos, enormes criaturas de seis brazos rebozadas con piedra que ayudan a construir y proteger el arca. Podrían estar sacadas de cualquier película de fantasía. Ciertos detractores han decidido concentrarse en su presencia y otros detalles fantásticos para criticar la espectacularidad de la película, como si el texto original no fuera espectacular por sí solo. “Había gigantes en la tierra en aquellos días,” después de todo. Gen 6:4.
Sábado de Súper Acción Capitán América y el soldado del invierno (Captain America: The Winter Soldier, 2014) es tan divertida, ligera e inconsecuente como una caricatura del sábado a la mañana. Como Thor: Un mundo oscuro (Thor: The Dark World, 2013), no tiene nada nuevo que decir sobre su protagonista, ni hace muchas olas en el océano cinematográfico de Marvel. Su única ambición es hacer tiempo hasta que llegue Los vengadores 2 (Avengers: The Age of Ultron, 2015), y verse bien mientras lo hace. Si este menjunje de secuelas y entremeses fuera una serie de TV – y se parece más a una con cada entrega – éste sería el episodio que entretiene a todos pero no deja nada. El Capitán América (Chris Evans), recordarán, luchó contra los nazis en la hipócritamente propagandista Capitán América: El primer vengador (Captain America: The First Avenger, 2011) y de ahí fue transportado al siglo veintiuno para luchar contra alienígenas en The Avengers: Los vengadores (The Avengers, 2012). Ahora trabaja para SHIELD – una especie de CIA pasada por el filtro de James Bond – bajo el tajante Nick Fury (Samuel L. Jackson). SHIELD es la oportunidad perfecta para que la película critique o haga de cuenta que critica las políticas de seguridad de estado norteamericanas, sin decir nada en realidad ni ofender a nadie. Fury se convierte en la víctima del “misterioso” Soldado de Invierno, la seguridad de SHIELD se ve comprometida y el Capitán pasa a ser un fugitivo de su propia agencia. La cacería es liderada por el amoral capo de la seguridad nacional Alexander Pierce (Robert Redford), que desde su introducción deja en claro que posee planes ulteriores para el mundo. Mientras tanto el Capitán es acompañado en su fuga por la Viuda Negra (Scarlett Johansson, trabajando las octavas más graves de su sensual voz) y el debutante Halcón (Anthony Mackie). El film no posee la inteligencia o atención suficientes para tratarse verdaderamente sobre el espionaje, pero rapiña todo lo que puede del cine de espías clase B: el cadáver en el sillón, lavados de cerebro, kung fu de ascensor, computadoras nazis, escapes improbables en vehículos improbables y por supuesto el páter del espionaje periodístico Robert Redford. Resulta cómico verlo en el papel del villano contra el cual se ha pasado su carrera luchando. Mirando no muy de lejos, la película cuenta la misma historia que Iron Man 3 (2013) y Wolverine: Inmortal (The Wolverine, 2013): el superhéroe, forzado fuera de su zona de confort, se convierte en un fugitivo indigente que debe resolver el misterio detrás de su clandestinidad en un período de tiempo breve e intenso, a tiempo para continuar la huida. Resulta interesante ver cómo un superhéroe entra en conflicto no porque se le lance oponentes más fuertes sino porque se le quita parte de su poder (en este caso la fe en su país, emblema del Capitán América si tiene uno). Fuerza a la trama a ser creativa, y a su protagonista a ser más creativo – aún si el resultado son variaciones de escenas de pelea o persecución. Más que fallas la película cuenta con decepciones, oportunidades perdidas, potencial desaprovechado. Cuánto más interesante sería una película sobre el contraste entre el presente y el pasado desde los ojos de un viajero en el tiempo. El “conflicto” del Capitán América – vacuo, interno – es cosmético y más que resolverse a lo largo de la trama, queda en pausa y termina en el olvido. El personaje no cambia ni aprende nada. Se distrae con su propia película. El espectador también.
Duros de matar Hay una cuestión retórica que puede llegar a importunar al espectador mientras mira El sobreviviente (Lone Survivor, 2013): ¿qué hacen estos cuatro marines norteamericanos en Afganistán? Son muchas las historias en las que la presencia de EEUU en Medio Oriente es un hecho tácito. Algunas lo cuestionan. Ésta no es una de ellas. Si no les remueve el estómago ver cómo nuestros héroes abrazan niñitos locales mientras matan “insurgentes”, adelante. Ellos son los soldados Murphy (Taylor Kitsch), Axelson (Ben Foster), Dietz (Emile Hirsch) y Luttrell (Mark Wahlberg), quien por si no queda claro por el trailer, el afiche, el título, el prólogo o el hecho de que es el productor de la película, es efectivamente el epónimo último sobreviviente. Basada en la Operación Red Wings, llevada a cabo a lo largo de la quijotesca guerra norteamericana contra el terror, la película trata sobre el tiroteo que se llevó a cabo entre marines y talibanes en la cima de una colina afgana, durante una misión de reconocimiento. Cuan factual es la historia es discutible, pero poco importa. La película sólo quiere causar un efecto: dolor. Y si una película ha de medir su valor por cuan fielmente cumple su acometido, ésta es valiosísima. Posee una atención pornográfica al dolor. Las esquirlas de metralla se entierran en la piel de nuestros protagonistas. Sus huesos se parten y protuberan en ángulos extraños. Sus cráneos se abren. Sus miembros desgarrados vierten sangre. Son baleados en los pies, las manos, el pecho, la espalda, la cabeza. Cómo tardan en morir. No menos de tres veces saltan al precipicio, rodando colina abajo, quebrándose huesos y vértebras y espinas contra las rocas mientras dejan manchas de sangre donde se golpean la cabeza. Todo se ve muy real. Felicitaciones a los departamentos de edición, sonido y maquillaje. La violencia no es un problema necesariamente. Hay mejores películas que esta, más violentas aún, basadas o no en hechos reales. Pero El sobreviviente es sobre eso y nada más. No aprendemos nada acerca de los personajes, excepto que aman a sus novias y el ejército les ha hermanado entre sí. No cambian ni se desarrollan, sólo mueren con mucho o muchísimo dolor, luego de aniquilar algo así como siete u ocho veces su propio número. El mensaje es “la lucha nunca termina”, y resuena en una escena en la que los muchachos debaten qué hacer con unos pastores con los que se han topado en la colina. ¿Son cautelosos y los matan, cosa de que no adviertan al enemigo de su presencia, o les dejan ir de acuerdo a las Normas de Intervención? Votan liberarlos, o no habría película. ¿A nadie se le ocurrió retenerlos y soltarlos una vez que estuvieran lejos? Criticaría al guión pero es lo que pasó.
El Talentoso Mr. Gustave El gran hotel Budapest (The Grand Budapest Hotel, 2014), la nueva comedia de Wes Anderson, narra la historia del conserje del Hotel Budapest, M. Gustave (Ralph Fiennes), y su preciado botones Zero Moustafa (Tony Revolori). La historia es recontada por un anciano Moustafa (F. Murray Abraham) a un “Joven Escritor” (Jude Law), quien a su vez recuenta la historia a la audiencia como un anciano “Autor” (Tom Wilkinson), quien a su vez existe en el presente como un busto en un cementerio, donde una silenciosa niña le rinde homenaje. La premisa suena engorrosa, pero a la larga logra su acometido: distanciar al espectador del relato y poner énfasis sobre su construcción con tal de cultivar el verosímil del realismo mágico. La historia no sólo ocurre en el país ficticio de Zubrowka, ocurre en un mundo totalmente ficticio, una Europa Oriental atrapada entre la frivolidad victoriana y la víspera de una misteriosa hegemonía fascista. Es la Europa fantástica de varias películas de Hayao Miyazaki. Ralph Fiennes no es un actor al que se lo asocie usualmente con la comedia, y aquí tiene la difícil tarea de ser particularmente gracioso en un mundo poblado por gente excéntrica. Y lo logra. Su personaje es el arquetípico héroe de Wes Anderson, ceremonioso y con pretensiones de dignidad, aptitudes hilarantes ante la adversidad y cuando se las contrasta con la humillación. Para M. Gustave cualquier momento es una buena oportunidad para filosofar o recitar poesía. Y uno de sus mayores placeres en la vida es cortejar a las ancianas madamas que se alojan en el Budapest. Ocurre que una de esas madamas (Tilda Swinton, irreconocible bajo un pastel de maquillaje) es envenenada, y la sospecha cae sobre M. Gustave, que se ha convertido en el heredero es una invaluable pintura al óleo llamada “Niño con manzana”. De ahí en adelante la trama cobra forma y sigue a Gustave y a su leal pupilo Zero en sus andanzas mientras huyen de la policía, la prisión, el malvado hijo de la madama (Adrien Brody) y su matón personal (Willem Dafoe). La película es juguetona y está tan comprometida a su trama como una película de los hermanos Marx, con Fiennes en el papel de un desafortunado Groucho. “Juguetona” podría describir a toda la película. La cinematografía recuerda a un diorama. El diseño de producción es bello, suntuoso y meticulosamente construido. Las composiciones poseen escasa profundidad de campo y la acción ocurre en dos dimensiones, como si fuera una caricatura. De acuerdo al estilo de Anderson – ámenlo u ódienlo – la cámara es la que está a cargo de contar los chistes. Los planos son frontales y presentan la acción con parsimonia, dejando macerar el absurdo de cada puesta en escena. La híper estilización de la película, sumada a su extraño marco narrativo, amenaza con enajenar al espectador. Polarizará a las audiencias entre aquellos que aman el espíritu lúdico del cine de Wes Anderson y aquellos que añoran un elemento más humano en la historia. Ninguna de sus películas se ha vuelto a comprometer con sus personajes y sus conflictos internos como Rushmore (1998). El gran hotel Budapest no viene a cambiar eso, pero está hecha con picardía y posee un indiscutible encanto artesanal.
¿A quién ama Tobey Marshall? Llevar el videojuego Need For Speed al cine es como hacer una película sobre Tetris: ni los autos de carrera ni la lluvia de cubitos multiformes esconden ninguna historia. Que Need for speed (Need For Speed, 2014) se base en “una de las series de juegos más exitosas de todos los tiempos” no significa nada, excepto que se pagó buen dinero por el título. Aaron Paul (el canijo desaforado de Breaking Bad) es Tobey Marshall, un mecánico/corredor de carreras sin ninguna ambición en la vida excepto pagar las deudas de su padre. Una noche llega a sus puertas Dino Brewster (Dominic Cooper), que le ofrece una tajada millonaria si le ayuda a construir un Ford Mustang que sea un poco más rápido y más azul que otros Ford Mustang. ¿Quién es Dino? El malo de la película. ¿Ven que usa chaqueta de cuero y encima un cuello de tortuga? Pura maldad. Tobey, dios bendiga sus dos neuronas, accede a mezclarse con Dino. Sus amigos desaprueban. Entre ellos está “el pequeño Pete” (Harrison Gilbertson), que se parece un poco a un joven Leonardo DiCaprio y a su personaje en ¿A quién ama Gilbert Grape? (What’s Eating Gilbert Grape, 1993), en el peor sentido que podría sugerir esta comparación. El pequeño Pete muere – inevitablemente – en una carrera, Tobey va a prisión injustamente y dos años luego busca venganza participando en una ultra secreta carrera clandestina llamada De León patrocinada por el “Monarca” (Michael Keaton). Así que ésta es una historia de carreras, y las carreras se ven muy bien, montadas con prolijidad y encuadradas frecuentemente en primera persona, posiblemente en referencia a los orígenes interactivos del material. A excepción de algunos choques imposibles que envían autos volando en 3D, los realizadores parecen haber mantenido el contenido de imágenes computarizadas a un mínimo, lo cual resulta crucial para películas de este estilo. El género entero nace de la atracción hacia las escenas de riesgo “auténticas”. El problema fundamental de la película es cuan frívola se siente. No por la plétora de secuencias de alta velocidad, sino por cuan innecesarias resultan. La venganza supuestamente nutre la motivación del protagonista, pero todo lo que hace resulta inconducente e impráctico. Camino a la carrera clandestina – que se encuentra a 2 días de manejo, al otro lado del país – corre picadas, causa accidentes y desafía a la policía por ningún motivo aparente excepto justificar la siguiente secuencia de velocidad. ¿Saben cuántas carreras hay en Rápido y furioso (The Fast and the Furious, 2001)? Más o menos las mismas. Pero ahí cada secuencia de máxima velocidad se desenvuelve naturalmente a partir del carácter de sus personajes: el robo inicial que presenta a la banda de Toretto, la carrera en la que Brian se infiltra en su círculo, la carrera en la que Jesse cae por su hubris, etc. Y resulta cómico Need for speed tenga la necesitad de citar a Bullitt (1968), cuya única secuencia de alta velocidad servía para ilustrar la férrea determinación de su protagonista, así como Contacto en Francia (The French Connection, 1971) haría años después. Secuencias como éstas no quedan en la memoria sólo por la técnica empleada en ellas, sino porque significan algo dentro de las historias que cuentan. No hay tal cosa en Need for speed, donde la única consigna es acelerar indiscriminadamente hasta que termine la película. De hecho van tan rápido que el guión tiene que encontrar formas de atrasarlos, por más estúpidas que resulten. Por ejemplo: Tobey decide cargar combustible en pleno movimientoa más de 200 km por hora con la ayuda de sus compinches y un camión surtidor, todo con tal de ahorrarse los 15 minutos que tomaría cargar en una estación. Hazaña loable, pero más tarde decide parar para llenar el tanque. ¿Por qué? Porque su acompañante Julia (Imogen Poots) quiere maquillarse en la estación de servicio. Prioridades, muchacho.