Se dice Heracles Algunas películas no valen el precio de su entrada. Ésta no vale el precio de la ley. La leyenda de Hercules (The Legend of Hercules) es una apología a la piratería. Si alguna vez alguna de las personas asociadas a este fiasco lamenta en público el declive de audiencias en el cine, acúsenla de hipocresía. Esta película es más pirata que Pirate Bay. Comenzamos con una batalla que parece la cruza entre el desembarco de Troya (Troy, 2004) y la saturación digital de 300 (2006). El Rey Anfitrión desafía al rey enemigo a un mano-a-mano para evitar más muertes y vence, en lo que resulta ser una de muchas violentas conquistas. Su mujer desaprueba. Desea criar un hijo para destronar al rey de ahí a 20 años. Es menos práctico que apuñalarlo esa misma noche. De hecho trata de apuñalarlo 20 años más tarde, como último recurso. ¿Por qué no lo hizo antes? En fin. Huye a un templo y solicita un hijo a Zeus, lo cual parece extraño. Zeus violaba mujeres por naturaleza, no por favor. Veinte años más tarde, el rey y la reina y hasta el anciano consejero de la corte se ven exactamente igual, pero el hijo ilegítimo de Zeus y la reina ha crecido para convertirse en Kellan Lutz, el vampiro fornido de Crepúsculo (Twilight, 2008), que hace de Hércules. Lo habrán elegido por asociación a un éxito de taquilla, y por sus pectorales, porque tiene el rango dramático de una percha de madera (y el carisma de una de plástico). Así que dos perchas. No se necesitan muchas luces para interpretar a un héroe de acción, ¿pero cómo excusar la falta de carisma? Tiene un hermanastro de aspecto enfermizo, el pusilánime Íficles. Hay esbozos de Thor y Loki (los de Marvel) en su relación, sólo que no tienen un ápice de química. “Entre los dos no hacen uno” va el dicho. El rey quiere desposar a Íficles con la novia de Hércules. Los amantes intentan huir, son apresados y Hércules es exiliado. Luego pasamos por el ciclo Gladiador(Gladiator, 2000). Nuestro héroe va a la guerra, pasa por la esclavitud, se convierte en gladiador, prepara una rebelión contra el vil tirano y siempre que llovió paró. Voy a dejar de citar plagios cuando la misma película deje de hacerlo. Suerte con eso. Lo único bueno que tiene la película son las cosas que plagia de otras, algunas de las cuales son mejores sin ser particularmente buenas. Seguro hay una forma de hacer una película divertida acerca de Hércules, sin importar que los actores sean malos, el montaje apure escena tras escena sin un segundo de alivio para establecer ideas (ni hablemos de explorarlas) y el guión sea un descerebrado monstruo de Frankenstein forjado de partes robadas. El problema fundamental es la figura de Hércules, y cuan poco Hércules se siente. ¿Qué tiene de Hércules? ¿Dónde están los hiperbólicos despliegues de fuerza bruta? ¿El descenso al inframundo? ¿La lucha con la muerte en persona? Digan lo que quieran de Furia de Titanes (Clash of the Titans, 2010). Allí Perseo mata a Medusa, ¿y qué más quieren de Perseo? En La leyenda de Hercules, el héroe cumple sólo uno de sus famosos 12 Labores. Mata al León de Nemea porque se lo cruza de casualidad camino a casa. No, en serio. Eso es al principio. El resto de la película podría ser Gladiador 2, o 300 2.5, o Narnia 7. Pensándolo bien ese león se parecía a Aslan.
Don Juan de Jersey Joseph Gordon-Levitt debuta como director-escritor-protagonista con Entre sus manos (Don Jon, 2013), acerca cómo nuestras expectativas egocéntricas definen nuestras relaciones. Antes hizo 50/50 (2011), acerca de cómo las relaciones duran hasta que dejan de servir. Y antes hizo (500) días con ella (500 Days of Summer, 2009), acerca de cómo el amor no basta. Habría que coronarlo rey de las comedias románticas anti-fórmula. Y pensar que empezó como el obnubilado nerd de secundaria en 10 cosas que odio de ti (10 Things I Hate About You, 1999). Digo “comedias románticas” porque Entre sus manos es cómica y porque el romance es su tema, aunque el molde de comedia romántica le queda chico. Es un estudio de dos personajes muy distintos que se enamoran o al menos buscan el amor en el otro porque sus patologías así lo dictan. Jon (Joseph Gordon-Levitt) sale con Barbara (Scarlett Johansson, en su papel más carnal) porque es adicto al porno, y determina que tener sexo con Barbara debe ser lo más parecido que hay al porno (ayuda que la interprete Johansson). Barbara sale con Jon porque es apuesto y fornido, pero también porque detecta que puede hacer de él el hombre galán y educado que le han vendido las comedias románticas que tanto consume. “Don” Jon narra la película en primera persona, y a su favor vende su adicción al porno como algo tan serio como el juego o la droga. La película no es exactamente sobre el porno, pero pasa bastante tiempo a espaldas de Jon mientras se masturba frente a la computadora, o subrayando su viciosa hambruna con montajes de clips pornográficos mientras nos explica por qué disfruta más del porno que del sexo. El porno le da exactamente lo que quiere y cuando lo quiere, mientras que el sexo le resulta engorroso porque se hace de a dos. Barbara entra en su vida, y son dos personajes geniales para tener en la pantalla todo el tiempo. Jon como el engominado zángano que los domingos va a casa de sus padres a comer pasta en musculosa y siempre está a punto de trompearse con su padre (Tony Danza), Barbara como la infartante “mujer de rojo” que en realidad es una niña mimada de alcurnia cuyo cuarto esconde peluches y un poster de Titanic. Ninguno es muy inteligente pero gracias a sus actores ambos resultan entrañables. La combinación recuerda a la de Sailor y Lula en Corazón salvaje (Wild At Heart, 1990): los personajes trascienden el estereotipo y se ubican ya en el reino del arquetipo. ¿Por qué sería ésta una historia arquetípica? Porque desvela una experiencia universal – la naturaleza intrínseca de las relaciones egoístas/masturbatorias – de una forma única y dentro de una cultura específica, en este caso el de un New Jersey de clase media baja. No se contenta con seguir una fórmula generalizada, al menos no hasta que llega el personaje de Julianne Moore, que parece más un recurso narrativo que las caracterizaciones impecables que son Jon y Barbara. Fuera de eso Entre sus manos es un excelente debut para Joseph Gordon-Levitt como guionista y director: ha hecho una película confiada, observadora, graciosa y bastante cierta.
Apocalipsis quizás Este es el fin (This is the End, 2013) es una comedia de drogones enfrentando el fin del mundo, sí, pero antes que eso es un vistazo a las vidas privadas de sus actores. Este tipo de voyeurismo rige desde tiempos inmemoriales, porque nos gusta confirmar nuestras sospechas acerca de cómo son en realidad las celebridades. Por otra parte el hecho de que Seth Rogen, James Franco, Jonah Hill, Jay Baruchel, Craig Robinson y Danny McBride se hagan llamar por sus nombres sin necesidad de establecerse como personajes es una forma de admitir que sus personalidades ya son pura ficción. La película comienza con Rogen y Baruchel (no se preocupen por no conocerlo, ése es el chiste de su personaje) en Los Ángeles, yendo de fiesta a la fortaleza de Franco, donde abundan las putas y los cameos. La primera media hora podría pertenecer a cualquier otra comedia de Judd Apatow. Entonces comienzan los terremotos, Hollywood arde en la distancia y se abre un agujero infernal en el jardín, tragándose a la mayoría de los invitados y confinando a la muchachada estelar en la mansión. ¿Qué es lo que está ocurriendo? Uno opina que es el apocalipsis. Otro busca una explicación más racional. Otro dice que debe ser porque cierto equipo de básquet ganó un partido. No importa. La película está tan comprometida con el fin del mundo como sus personajes, y sus personajes se la pasan peleando por dónde duerme cada uno y quién se queda con la única barrita de chocolate y a quién le toca salir a buscar provisiones. Parte de la razón por la cual esto funciona tan bien es porque la red relacional del grupo está tan bien establecida y provee una eterna fuente de conflicto y comedia. Franco está obsesionado con su amistad elitista con Rogen, Rogen ampara al cuatro de copas Baruchel, Baruchel se intimida por la zalamera amistad de Hill, Hill se alegra con delegar las excursiones peligrosas a Robinson y Robinson es demasiado agradable como para entrar en conflicto con nadie. McBride es algo así como el comodín del grupo: su “gracia” es que nadie se lo banca. La película se construye sobre las recurrencias de hombres aniñados por el hedonismo de sus vidas y los no-problemas de la fama. La primera reacción del grupo ante la inminencia del apocalipsis es abarrotar la mansión con cinta adhesiva. La segunda es filmar la secuela de Superfumados (Pineapple Express, 2008), porque están aburridos. Luego contamos con parodias directas a El bebé de Rosemary (Rosemary’s Baby, 1968) y El exorcista (The Exorcist, 1973), películas siempre listas para dejarse violar por la cultura pop. Los directores son Seth Rogen y Evan Goldberg, alias el dúo guionista de Super Cool (Superbad, 2007). Importan su extraña obsesión por los penes y el homoeroticismo, quizás porque sus personajes siempre tienen la madurez emocional de niños atrapados en la fase pulsional fálica freudiana. Eventualmente hacen una pausa clave para permitir un momento de ternura que redima el nihilismo de la película, aunque en este caso la película está tan poco comprometida con sí misma que se ríe de este momento. Roger Ebert solía aplicar el Test de Siskel: “¿Es esta película más interesante que un documental de los mismos actores almorzando?”. La respuesta es que Este es el fin es tan interesante como el hipotético documental, y probablemente más graciosa. Es la mejor película que las imbéciles sectas humorísticas de Hollywood sacarán sobre sí mismas por un rato, al menos hasta que salga la nueva de Ron Burgundy.
Machete ocurre A veces hay un hombre. No diré un héroe porque, ¿qué es un héroe? Pero a veces hay un hombre. Está en el momento y en el lugar exactos. A veces hay un hombre. Y ese hombre es Machete, el ex federal mexicano devenido en mercenario interpretado por Danny Trejo. El director Robert Rodríguez inventó a Machete en un tráiler falso para Grindhouse (2007) pero el chiste cobró vida con Machete (2010) y continúa con Machete Kills (2013), cuyo redundante título alude a la redundancia de la propia película. En esta nueva entrega, Machete pasa a ser una especie de James Bond chicano, armándose con tecnología de punta (todo un arsenal de armas blancas fantásticas) para detener al excéntrico multimillonario Luther Voz (Mel Gibson) y su ridículo plan para conquistar el mundo. Así que si Machete era un homenaje al cine de género explotador de los ‘70s, Machete Kills además canibaliza el cine de espionaje a lo Bond y lo hace propio. El absurdo terrorismo espacial recuerda un poco al de Hugo Drax en Moonraker (007: Moonraker, 1979), aunque también hay cualquier cantidad de chistes a expensas de Star Wars: Episodio IV - Una nueva esperanza (Star Wars, 1977). La gran decepción es que la película es relativamente doméstica, comparada a sus viscerales orígenes. En la primera escena de Machete, nuestro protagonista arremete en auto contra un antro criminal, amputa el brazo de un enemigo, recoge la mano que aun sostiene un revólver y dispara con ella antes de decapitar de un machetazo a los sobrevivientes, rescata a una damisela desnuda, ella le acuchilla, saca un celular de su vagina y llama a Steven Seagal, que decapita a la esposa de Machete con una katana antes de quemar todo. Ahora comparen esta bruta eyaculación con el comienzo de la secuela, en la que algunos extras intercambian tiros antes de los títulos y ya. No resulta particularmente violento o gracioso. La primera película disfrutaba de la audacia de su temática y la crudeza de su contenido, además de enhebrar cierto satirismo político en su trama. Machete Kills está llena de la inagotable adrenalina que propulsa las películas de acción más estrambóticas y divertidas, sí, pero por contraste resulta sorprendentemente somera. El mal gusto, la irreverencia, los desnudos, los efectos especiales a la vieja escuela – todo ha desaparecido o ha sido domesticado. Lo mejor de la película sigue siendo el curtido, el estoico, el macho Danny Trejo como Machete, un hombre cuya boca se haya congelada en un eterno rictus de desprecio y cuyo lenguaje corporal se resume en entrecerrar los ojos mucho o no demasiado. A sus 69 años sigue siendo el colmo de la rudeza y la virilidad, así que obviamente el papel le queda como un guante. A su zaga se encuentran los parias non gratos de la industria Mel Gibson como un excéntrico villano y Charlie Sheen (o “Carlos Estevez”) como el presidente de los Estados Unidos. El elenco además cuenta con dos (breves) participaciones de celebridades que han hecho carrera del fetichismo y la objetivación de sus cuerpos: la parodia humana Lady Gaga como asesina a sueldo y la voluptuosa Sofía Vergara como madama de prostíbulo. Abundan los cameos. Machete Kills promete una tercera película: Machete en el Espacio. Lo cual no suena nada mal, desde un punto de vista irónico. La única pérdida por ahora han sido la mordacidad y la creatividad de Robert Rodríguez.
Nomofobia En Paranoia (2013), el joven, inteligente, guapo, mujeriego, fornido y nominalmente semi-desnudo Adam (Liam Hemsworth) es un perdedor. Hace 3 años que trabaja para Wyatt Corp., y no le suben el sueldo. Vale, tiene un padre enfermo y la aseguradora le está arrancando la cabeza, pero despilfarrar 16,000 dólares en una noche de juerga tampoco ayuda. En fin, el Wyatt de Wyatt Corp. (Gary Oldman) le convoca al día siguiente: o se infiltra en la empresa rival Eikon para sabotear su nuevo producto, o se las va a ver con cargos por malversación de fondos. Lo que sigue es el relato bastante desgastado y poco sorprendente del jovencito iluso que comienza a trabajar para una compañía que le garantiza la buena vida y al final se da cuenta de lo que todos ya sabemos: las compañías no se rigen por la integridad de sus individuos, sino por un capitalismo depravado que va más allá de la ley o la moral. Adam se convierte en un peón en la guerra privada entre Wyatt y el presidente de Eikon, Jock Goddard (Harrison Ford). ¿A qué se dedican Wyatt Corp. y Eikon? Técnicamente no debería importar, pero hacen celulares. El celular es ese aparato intruso que domina nuestras vidas y que aparentemente causa nomofobia si nos lo olvidamos en casa. En Paranoia, son la causa y la solución de todos los problemas. Cuando podemos sacar un deus ex machina literalmente en cualquier momento de nuestros bolsillos, ¿dónde está el conflicto? La respuesta está en las relaciones de Adam con los demás personajes. Con su padre (Richard Dreyfuss en el papel de viejo pícaro), con su chica (Amber Heard en el papel de interés romántico que sólo tiene sexo en cámara lenta o durante una elipsis), con los “amigos del vecindario” (manga de hipsters desfachatadamente queriendo hacerse pasar por laburantes proletarios) y con la dupla Goddard/Wyatt, el prototípico combo del genio y su Salieri resentido. Harrison Ford y Gary Oldman son, sorpresa, lo mejor de la película, y comparten algunas escenas muy buenas. Pero la trama es sobre el blondo narciso Adam, su trabajada espalda y su no-relación con Emma (Amber Heard). Ellos se conocen en la noche de juerga original, pero oh casualidad que ella trabaja para Goddard cuando Adam se infiltra en la compañía. Él se enamora de ella, pero una fuerza mayor le obliga a mentirle, y cuando ella se entera él tiene que convencerle de que “no todo ha sido una mentira”. ¿Les suena? Se estarán preguntando a todo esto de dónde sale el título de la película, Paranoia. Buena pregunta. Probablemente sale de la escena en que Adam destruye su nuevo apartamento chic de Manhattan, descubriendo una decena de cámaras ocultas en el acto. Quizás les recuerde al final de La conversación (The Conversation, 1974). Excepto que allí el personaje opera por una perturbación mental fijada en una idea que jamás se esclarece. Aquí en cambio le pegan un llamado al personaje para avisarle que lo están vigilando. Sr. Director Robert Luketic, cuando la amenaza es un hecho, no es paranoia.
Cuando Berg conoció a Assange Red Social (The Social Network, 2010) nos enseñó que “no se pueden hacer 500 millones de amigos sin hacer algunos enemigos”. En El quinto poder (The Fifth Estate, 2013), Julian Assange hace 500 millones de enemigos y ni un solo amigo. Es un personaje mentiroso, engreído y confeso esquizofrénico que despierta una fascinación anempática en el espectador. Incluso su gran victoria sobre la libertad de expresión (la publicación imparcial de secretos de estado mediante la fundación WikiLeaks) se ve teñida por su eminentemente desagradable personalidad. Assange es interpretado por Benedict Cumberbatch, Sherlock Holmes en la serie de la BBC. Como Holmes, Cumberbatch está acostumbrado a personajes con aires de superioridad y un grado de ineptitud social que raya el autismo. Pero mientras que Holmes es jovial y caprichosamente infantil, Assange es sombrío y sus caprichos parecen venir de una patología oscura e inexplicable. Cumberbatch; es una decisión de casting obvia y funciona perfectamente, le da a Assange un carisma que no poseería un personaje tan perturbado. Como Holmes, Assange también tiene un Watson a modo de colega y cronista, Daniel Berg (Daniel Brühl, el molesto nazi de Bastardos sin Gloria). De hecho la película se inspira parcialmente en un libro publicado por Berg, “Mi tiempo en WikiLeaks”. La película no posee mucho humor pero su mejor chiste es terminar con el Assange de Cumberbatch en una entrevista criticando tanto al libro como a la película (un tacle preventivo contra el Assange real, que tampoco le ha causado mucha gracia la película). La película nos muestra cuando Berg conoció a Assange – Berg asiste a una presentación y siente el genio en bruto de Assange, mientras que Assange ve en Berg a un apóstol de la informática que le ayudará a conectarse con el pueblo. Hasta quizás un amigo. Recordarán una fórmula similar en Red Social, con el insoportable autista de Zuckerberg como el mesías del “quinto estado” (la blogosfera) y con Eduardo Saverin como el simplón que le sigue a todos lados para que no enloquezca de genialidad. Una mezcla de parasitismo y comensalismo enfermizo: Holmes parasita a Watson, mientras que Watson languidece en un falso comensalismo. Me detengo sobre la relación prototípica entre estos dos hombres porque es por lejos lo más interesante de la película. Que Assange haya fundado WikiLeaks, que negociara su legitimidad con publicaciones prestigiosas, y que los secretos que difundiera hirieran la intimidad y la vida de cientos de miles de personas se da por hecho y no hay nada notable en la dramatización de estos hechos. Hay esbozos de thriller genérico – hombres de negro espiando, un par de asesinatos, una tensa defección de estado – pero nada nunca toma tanto vuelo como los engaños y las decepciones que sufren Assange y Berg entre sí. La película se interesa más en criticar la forma en la que accedemos a las noticias que en criticar las noticias de por sí (por ejemplo, la masacre norteamericana en Baghdad del 2007 siendo el meollo de la historia). Pero la verdadera pregunta que tienen que hacerse es: ¿cuánto me interesa el escándalo de WikiLeaks como para ver un docudrama unilateral acerca de hechos demasiado recientes como para que resulten objetivos?
Traedme la cabeza del abogado El Abogado del Crimen (The Counselor, 2013) tiene un talento envidiable delante y detrás de cámara. Dirección de Ridley Scott, guión original de Cormac McCarthy e interpretaciones de Michael Fassbender, Javier Bardem, Cameron Diaz, Penélope Cruz y Brad Pitt. Con un repertorio de esta calaña no podemos esperar menos que una genialidad, y quizás por eso sea que la película resulta un poco decepcionante, si bien está lejos de ser mala o, dios la ampare, aburrida. Ante todo es nueva y es bizarra. El protagonista es el epónimo abogado interpretado por Fassbender, un tipo sin nombre (todos le llaman “Abogado”) feliz en pareja con Laura (Cruz), una madona con la cruz siempre colgando del cuello. El Abogado es un tipo inocentemente avaricioso y vive de negocios sucios a espaldas de la mujer que pretende comprar con diamantes. Luego conocemos a una segunda pareja, Reiner (Bardem) y Malkina (Diaz), un afable magnate de la droga y la vampiresa blonda que tiene de trofeo. Al Abogado y a Laura los conocemos en la cama, a Reiner y Malkina los vemos en pleno safari, mirando con aburrimiento a su chita mascota perseguir una liebre. La primera de muchas escenas que no tienen otro propósito narrativo que caracterizar la frivolidad de sus personajes, como cuando más tarde Malkina tiene sexo con el parabrisas de un Ferrari, en un flashback tan insólito como innecesario. No hay mucha economía narrativa en general. El Abogado y Reiner son empujados por sus mujeres a pactar el contrabando de 20 millones de dólares en droga a través de la frontera mexicana-texana. Mejor dicho, son empujados por la idea que tienen de sus mujeres – El Abogado cree que solo puede conquistar a Laura con dinero, mientras que Reiner sabe que necesita del dinero para mantener a la femme fatale Malkina. La quinta pata y socio de Reiner es el vaquero Westray (Pitt), que tiene la mujer más insaciable: todas. Demás está decir que el negocio se complica y la cómoda y suntuosa realidad de todos los personajes se ve amenazada por la sangrienta brutalidad que viene desde México. Y aquí hay que detenerse sobre la figura de Cormac McCarthy, el escritor del film y su verdadero autor. Como novelista trabaja desde hace casi 50 años y en los últimos años ha entrado en la cultura popular a partir de adaptaciones de sus novelas como Sin lugar para los débiles (No Country For Old Men, 2007) y La Carretera (The Road, 2009). Éste es su primer guión original. La mano literaria se hace ver a lo largo de la película, con extensas y crípticas disertaciones acerca del amor, la muerte y las mujeres, y un sabor teatral en cada escena. Los personajes entran en escena, intercambian palabras portentosas y salen de escena. Cuando no discuten sobre filosofía, discuten sobre la trama, que mientras tanto ocurre en segundo plano. Los personajes no hacen mucho per se: la acción se encuentra casi siempre en el fondo, llevada a cabo por personajes secundarios sin nombre que fatalmente van redirigiendo el curso de las vidas de nuestros protagonistas mientras se roban entre sí el cargamento de drogas. Por sobre todo, el diálogo es extraño. Los personajes tienen una forma de hablar irritantemente Shakespeareana, en el peor sentido de la palabra. “La mitad de lo que dijo significaba otra cosa, ¡y la otra mitad no significaba nada!”, como diría el Rosencrantz del dramaturgo Tom Stoppard. El barroquismo dialéctico típicamente McCarthiano funciona en sus libros y las adaptaciones de los mismos porque nace tanto de los personajes como del entorno que los moldea (la dicotomía del “salvaje Oeste” a medio educar se hace presente en Sin lugar para los débiles, por ejemplo). Aquí parecen hablar en aforismos porque sí. Un personaje le dice a otro que es frío y le responden “La verdad no tiene temperatura”. Luego tenemos “Es la debilidad de nuestros corazones lo que nos cerraría los ojos, pero al hacerlo crea nuestro destino”. O esta gema misógina: “La verdad acerca de las mujeres es que puedes hacerles lo que sea excepto aburrirlas”. Las mujeres de Cormac McCarthy son dos: putas o santas. La Malkina de Diaz es abiertamente una bruja: encapuchada, rodeada de espíritus familiares chitas, vestida y tatuada con manchas de leopardo y hasta su nombre (“grimalkin” viene del inglés arcaico para “gata malvada”) indica su naturaleza maligna. Por otra parte tenemos a la pulcra e intachable Laura de Cruz, el personaje más subdesarrollado de la película. Comparten sólo una escena juntas, en la que hablan, obviamente, de sexo y dinero. El Abogado del Crimen es ominosa, bizarra e impredecible, todas cosas buenas para una película. Su premisa es traicioneramente sencilla: hay en juego grandes actuaciones en un terrible mundo naturalista que, una vez desafiado por la codicia, pone a los jugadores en su lugar con furia e inclemencia. Los instantes finales de la película poseen una calma y serenidad familiares a los que recuerdan el poético final de Sin lugar para los débiles. Sin embargo las escenas y el diálogo en ellas sufren la ausencia de un ojo y un oído más cinematográficos y menos literarios.
Forrest "Gump" Whitaker Algunas películas están diseñadas en la fábrica de Quiero Ganar un Oscar™. Las pueden reconocer enseguida: están basadas en hechos reales, ambientadas en un período histórico, abarcan la vida entera de su protagonista y tocan temas tan universalmente legitimados que no hay pie para ideas nuevas. Están diseñadas para agradar a todos y poner a todos de acuerdo. La película comienza con una cita de Martin Luther King Jr., “La oscuridad no puede deshacer la oscuridad; únicamente la luz puede hacerlo”, y termina con el “Yes we can” de Obama. Virgilio fue más sutil cuando Mecenas le encargó una epopeya que canonizara a César Augusto como El Elegido. El protagonista es Cecil Gaines (Forest Whitaker), basado en el afroamericano Eugene Allen, que fue mayordomo en la Casa Blanca de 1951 a 1986, a través de 8 presidentes y el grueso de la lucha por los derechos civiles de los negros en EEUU. Cecil crece en una plantación de Georgia. Pierde a su padre a una temprana edad, por decir “ey” (ni una palabra más) cuando su mujer es violada por el amo de la plantación. La matriarca del lugar se apiada del niño y le promete entrenarlo para ser “un negro de casa”. Cecil pues se ve traumado por una protesta desde pequeño, y crece educado para la servidumbre. De adulto consigue trabajos de mozo, en algún momento se casa con Gloria (Oprah Winfrey) y eventualmente se estrena en la Casa Blanca como miembro del cuerpo de mayordomos. El deuteragonista de la película es el hijo mayor de Cecil, Louis (David Oyelowo). Louis es a Cecil lo que Jenny fue a ForrestGump: elije una vida de sufrimiento y miseria al tomar un rol activo en el caudal de su propia vida, rebotando de una organización activista a otra (FreedomRiders, Black Panthers, etc.) sin encontrarse nunca ni lograr mucho de nada. Por contraposición, Cecil es condicionado por su entorno a una vida de pura pasividad, y ostensiblemente logra más que todos los activistas del país con sólo poner el cuerpo y ser honesto cuando se le hace una pregunta. Padre e hijo entran en conflicto con las posiciones políticas de cada uno, conflicto que se extiende a lo largo de los años, a lo largo de la lucha por los derechos civiles que llega a su clímax con la elección de Obama en el 2008. Los platos fuertes son las interpretacionesde Forest Whitaker y Oprah Winfrey, ambos obvios candidatos al Oscar. Son excelentes decisiones de casting, sobre todo el eternamente ecuánime Whitaker en el papel de sirviente dignificado. La yapa de la película, no obstante, es la absurda decisión de casting en los presidentes: Robin Williams es Eisenhower, James Marsden es Kennedy, Liev Schreiber es Johnson, John Cusack es Nixon y Alan Rickman es Reagan (los demás son relegados a material de archivo u omitidos completamente). El listado es tan ridículo e inverosímil como las monótonas caricaturas que representa cada uno (Kennedy es macanudo, Nixon es un perdedor, Reagan es un pánfilo, etc.). ¿Es El mayordomo buena? Es entretenida y hay verdadero espíritu detrás de sus engranajes. Que se trate de un dramón épico de 2 horas y que nunca llegue a aburrir es un enorme crédito a la dirección de Lee Daniels y a sus tespios principales. Y sin embargo es tan poco creativa, y tan predecible, y tan deja vu sus montajes de huelgas y protestas, y tan simple su mirada del siglo XX y la lucha por los derechos civiles que probablemente ya hayan visto esta película varias veces, de a pedazos, a lo largo de muchas otras películas.
Una mujer en apuros Sola contigo (2013) llega tarde al juego del thriller: su mayor diversión son los celulares y los modificadores de voces a lo Scream (1996). Esta es la historia de una mujer que es portentosamente acosada por celular, hasta que la película termina, y ya no puede ser portentosamente acosada por celular. El barítono distorsionado que la putea en off comienza seductor y termina siendo tan molesto como si nos estuvieran acosando a nosotros por celular. La película comienza con una conversación por chat entre “Ricardo” y “Leandro”. Ricardo le promete a Leandro que su víctima va a sufrir. Es su especialidad. Luego conocemos a nuestra heroína, María Teresa (Ariadna Gil), que comienza su día nerviosa y exhausta. Despide a un empleado de su empresa, que jura matarla. Luego se despide de su jefe, que le tiene rencor por haber elegido a su ex marido y no a él. Luego se enfrenta a su ex marido, que la echa del negocio. Luego conoce y se acuesta con un viudo, que desaparece al día siguiente. Y finalmente llega la llamada que le da 5 días de vida. ¿Quién oh quién será, y por qué sabe tanto de ella? Como siempre, contamos con un suculento número de pistas falsas que morirán en la nada y más de una caerá en profundos agujeros de lógica de los cuales no se sale (“¿Por qué este personaje dijo eso y ahora hace esto?”). El film evoluciona hacia atrás, revelando el pasado de María Teresa y construyendo posibles motivos para que alguien la quisiera muerta. Cuando El motivo se hace evidente a mitad de la película, perdemos toda o casi toda la simpatía por María Teresa, que de todas formas no parece demasiado desesperada por mantenerse viva, así que ¿por qué nos va a importar a nosotros si ni a ella le importa? Ariadna Gil interpreta su papel con una mezcla de fragilidad y lástima y de a momentos canaliza físicamente a Shelley Duvall, el venado encandilado de El resplandor (The Shining, 1980). Los actores de reparto poseen una extraña inmaterialidad en sus interpretaciones, recitando sus líneas con un exagerado énfasis en un esfuerzo por enmascarar el pésimo diálogo, que suena como si estuvieran leyendo los subtítulos de una película en inglés. El extrañamiento es tal que a veces hacen que Gil parezca demasiado dramática. Leonardo Sbaraglia, promocionado como el co-protagonista de la película, aparece en 6 escenas durante los últimos 40 minutos como el detective a cargo del caso. En un momento llega con buenas noticias: tiene un sospechoso. “El Verdugo, alias El Perro, alias El Fin,” anuncia con total seriedad. Decir que se está terminando la película, sino parecería que vamos a ver una comedia onda Leslie Nielsen. Sin arruinar cuestiones de la trama: el final de la película es predecible, pero el final-final, no es para nada predecible y resignifica gran parte sino toda la historia que hemos experimentado junto con el personaje de María Teresa. Le devuelve a la cinta un nivel de inteligencia con el cual merecía pasar más tiempo en vez de oscurecer detalles y barrenar agujeros con tal de sorprender al último minuto. A esa altura ya han pasado 92 minutos de mediocridad y quizás el Gran Giro no importa mucho.
La comunidad de las galaxias Iron Man tiene su sarcasmo, Hulk tiene su esquizofrenia, hasta el Capitán América tiene su rectitud moral para sacar a lucir como personalidad. ¿Qué le queda a Thor sino ser el “bruto descerebrado” (palabras de Loki) del grupo súper-heroico de Marvel? Con Thor, lo que ves es lo que hay, y quizás fue el error de la primera película Thor (2011) enfocarse demasiado sobre un personaje llano y sin origen palpable. En las películas será un extraterrestre del planeta Asgard, pero en la mitología nórdica es el Dios del Trueno, y los dioses nunca son demasiado interesantes como personajes. Se definen por sus atributos (ej. el trueno, el martillo), no por sus personalidades. Afortunadamente el Thor (Chris Hemsworth) de Thor: Un mundo oscuro (Thor: The Dark World, 2013) es una pieza más en la guerra cósmica entre los Asgardianos y los Elfos Oscuros. El conflicto se remonta a un prólogo desgarrado totalmente de El señor de los anillos, en el que las fuerzas de Asgard y los Elfos batallan en no-Mordor por el control de un no-Anillo llamado “Éter”, cuyo poder es capaz de arrasar con el universo entero. La batalla presume el fin de los Elfos y el Éter. Cuando los Elfos y el Éter resurgen inevitablemente, Thor se alía con su némesis Loki (Tom Hiddleston) para detener el fin del universo, que involucra gigantes de lava, lagartijas gigantes, naves espaciales, naves espaciales más grandes, portales y explicaciones astrofísicas chantas. El resultado es una historia con las pretensiones épicas de El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo y el absurdo político-intergaláctico de las precuelas de La guerra de las galaxias, acentuado por tener a la ex Padme Amidala Natalie Portman vestida de princesa en un Asgard calcado del Naboo de Star Wars: Episodio I - La amenaza fantasma (The Phantom Menace, 1999) y con soniditos alquilados de Lucasfilm. Lo que salva a este menjunje de aventuras y escapadas es la característica levedad de Marvel con la que la película está hecha. Es divertida y mantiene buen ritmo con reveses y contratiempos. Se mete en la ciencia ficción con el goce de un niño, inventando granadas que causan agujeros negros, lanzas que disparan haces de fuego y un sistema de portales interplanetarios que es llevado al extremo a lo largo de la espectacular batalla final. La película nunca se toma demasiado en serio a sí misma y obviando el tórrido romance entre Thor y Jane (Natalie Portman), sus actores se prestan con entusiasmo a la charada. Tom Hiddleston encuentra el punto exacto como Loki, otrora villano designado de la primera película y de The Avengers: Los vengadores (The Advengers, 2012), ahora relegado a un papel secundario en el que se despliega con un poco más de relieve y candor cómico. Como antagonista resultaba aburrido y no muy amenazante, es más divertido tenerlo al margen de la trama, robándose accidentalmente sus escenas con zalamerías afeminadas y maquinaciones más sutiles. Del lado de los humanos están Stellan Skarsgard y Kat Dennings a modo de relevo cómico, siempre efectivos. Thor sigue siendo el personaje menos interesante del elenco de Marvel, pero ahora que hemos pasado de introducciones anda suelto y despreocupado por la mega franquicia, sacando películas cual diarero. Su nueva película tiene toda la profundidad y todo el encanto de un cómic sacado al azar de la estantería (además de doblemente espectacular). Y nuevamente esperen no una sino dos escenas post-créditos: una puramente a modo de chiste y otra desfachatadamente críptica e incomprensible, sin duda señalando nuevas y más costosas entregas Marvel.