Folletín Lo que sucede con Broken city es algo que a menudo solía suceder con el folletín literario en el Siglo XIX: son formatos destinados a entretener que se valen de determinado contexto socio político para contar una historia, siempre teniendo en mente la necesidad de sostener una industria. Es entonces que utilizaban todo un imaginario y lo trasladaban al relato buscando cautivar al público con temáticas crudas que, dependiendo de la habilidad del escritor, podían ser pastiches superficiales u obras consagradas. Recordar que fueron parte del folletín nombres como Charles Dickens o Stendhal nos recuerda que, a pesar de responder a un determinado formato, la obra se define en la habilidad del realizador. Bueno, todo este prólogo es para dar a entender que Broken city, de Allen Hughes, pertenece a la categoría de pastiche superficial, sin ser necesariamente una mala película. Esencialmente Broken city nos traslada al mundo del policial negro con todos sus clichés dando vueltas. Policía solitario, oneliners ingeniosos, ramas de corrupción que alcanzan a varios estratos, femmes fatales, asesinatos, pistas falsas y, sobre todo, cinismo. Sin embargo, el film en cuestión sólo toma el aspecto superficial del policial negro, construye un gran entramado que amenaza con complejizarse y contar una gran historia pero se simplifica notoriamente hacia el desenlace, dejándonos con el enfrentamiento entre Billy Taggart (Mark Wahlberg) y el alcalde Hostetler (Russell Crowe) en el medio del ring, olvidándose de todo el submundo que había construido. Es así que, sin dejar de lado el destacable trabajo fotográfico y actuaciones caricaturescas que responden perfectamente al clima general de la película, nos termina resultando insustancial y olvidable a pesar de que pasemos un buen momento viéndola. Entonces, en esencia estamos ante un producto industrial increíblemente sencillo que echa a perder los méritos que tiene en la dirección y se formatea perdiendo la esencia del relato. Olvidable pero, por qué no, entretenida.
Idem Que el director de películas como Un oso rojo o Crónica de una fuga haya logrado un resultado tan decepcionante es, al menos, llamativo. Con una clara apuesta al denominado cine de “género” desde el primer tráiler, había sobrados motivos para emocionarse. Pero aquí hay una película que parece apenas esbozada, como si aún se encontrara en preproducción y la hubieran terminado sin ningún tipo de supervisión. Uno advierte los temas, la película los grita sin ningún tipo de sutileza, pero el móvil en el que se desplazan es tan frágil que cuando llega el final uno ya ha olvidado si hay, existe o se cuestiona algún mensaje. Pero vamos por partes. La película cuenta cómo tras una tragedia Rosario decide vengarse de los hombres tomando trabajos en los que debe deshacerse de hombres maltratadores. Hasta aquí tenemos el perfil del personaje y un móvil, pero es en esta introducción donde comienzan a aparecer los problemas. Rosario parece ser un personaje plano, de comic, en un mundo que no es en absoluto un comic. No hay nada de malo en avanzar desde los estereotipos para luego buscar el relieve en el contexto de las acciones que definen al personaje pero, ¿qué hacer cuando el estereotipo habita un contexto donde las acciones aparecen confusas y el resto de los personajes tampoco tienen relieve? Pues, básicamente sucede la película que tenemos entre manos. A esto sumemos el hecho de que Rosario está interpretada no por una sino por cuatro actrices: Liz Solari, Brenda Gandini, Florencia Raggi y María Duplaa. Uno intenta pensar en alguna cuestión de proyección psicológica pergeñada en el punto de vista de cada hombre, mujer o lo que sea. Incluso se puede pensar que quizá el tipo de acción define el aspecto en el que aparece el personaje, pero no. En ningún momento se entiende el tipo de búsqueda al que se intenta llegar con este recurso, porque en cualquier lógica que se busque hay un quiebre que hace caer cualquier tipo de especulación. La mayor parte de Mala privilegia el suspenso por sobre la acción, razón por la cual se resiente la construcción de los personajes a pesar de que Caetano demuestra que sabe generar climas aprovechando el trabajo de fotografía y sonido. Por esto no hay forma de entender por qué la apuesta al barroquismo en la construcción de los personajes, cuando la película parece suplicar un cable a tierra, un espacio más lúdico donde aplicar todo lo que promete la introducción. Pero no, el desarrollo se embarra en la intriga y en personajes que estancan la película para tratar de reorganizar las partes hacia el final. Pero ya para el final es demasiado tarde e incluso se desperdicia cierta calidad interpretativa de Gandini que es elogiable, de la misma forma que es malogrado lo hecho por Raggi. Mala es un experimento raro que se me ocurre que parte de alguien que al menos tiene una búsqueda, el problema es que esa búsqueda y ese riesgo ha llevado a la que es sin lugar a dudas la peor película de Caetano, a pesar de que el director dé sobradas muestras de su oficio de forma aislada.
El registro del registro El found footage, esa especie de subgénero del terror que también ha incursionado en otros géneros en los últimos años (Ej. el cine catástrofe), ha finalmente ingresado en la madurez. Si bien se puede indicar que sus inicios se encuentran en Holocausto caníbal, lo cierto es que en los últimos años ha cobrado un nuevo impulso gracias a la aparición de El proyecto Blair Witch a finales de la década del ´90. Desde ese entonces, han aparecido varias películas que manteniendo más o menos la misma premisa han logrado impactar en los espectadores gracias a la cotidianeidad del registro y a la habilidad para generar suspenso tratando de hacer invisible el guión (y ahí está su mayor artificio cuando se pone en evidencia). Bueno, pero parece que los años en que se utilizaba sólo el recurso se han acabado. Ya no sorprende, es necesario agregarle algo más. Para impactar, ha ingresado en un proceso de hibridación con otras formas narrativas, como es el caso de Sinister o ha caído en errores monumentales como en el caso de Actividad paranormal 4. Con V/H/S (o Las crónicas de miedo, como le han puesto acá) tenemos una novedad formal interesante que nunca termina de lograr la intensidad de otros films en la misma línea, dando como resultado un elemento curioso antes que sorprendente. V/H/S abre con la historia de un grupo de acosadores que ingresan en una casa con la finalidad de rescatar una cinta, por la cual les darán mucho más dinero que por las que hacen abusando de mujeres. Esta historia es troncal y es el disparador para las otras historias que se van presentando: una vez que ingresan a la casa encuentran un panorama extraño y varias cintas de video junto a televisores encendidos, siendo necesario inspeccionarlas para saber cuál es la correcta. Como es de esperarse, ese es el pie para que veamos cómo transcurren los cortometrajes que aparecen en cada cinta. No me voy a detener en cada corto, pero hay un elemento que se repite y es lo poco que nos van a importar los personajes y lo esquemática que aparece la construcción del guión. Cada corto tiene sus climas pero apenas alcanzan a desarrollarlo: en el primero hay una cuota de sexo y humor involuntario, en el segundo se trata del suspenso que lleva al twist ending, el tercero tiene elementos del slasher, el cuarto se focaliza en el terror psicológico y el último se centra específicamente en lo paranormal. Hay cortos de directores que están entre lo más promisorio del terror actual (como Ti West o Adam Wingard) y de directores jóvenes que hacen su debut o vienen de subgéneros completamente distintos (como en el caso de Joe Swanberg), pero esto no alcanza para levantar un film desparejo. Es así que el más redondo de los cortos es el de Radio Silence, que demuestra que con poco presupuesto se puede sorprender a pesar de contar con personajes chatos que nos van a importar más por lo accidentado de la situación que por la eventual valentía de sus actos. Al de Ti West le falta esencialmente tiempo para no quedar en lo anecdótico, el de Swanberg se torna confuso a pesar de dar unos buenos sustos y el de McQuaid, aquel que tiene rasgos slasher, falla nuevamente por los personajes al igual que el de Bruckner, donde el sexo y el humor se conjugan para dar un final decepcionante. Por otro lado quedan algunas preguntas dando vueltas que tienen que ver con el desarrollo: ¿por qué era tan importante la cinta del corto que es el marco del film? o ¿cómo diablos, o por qué hay cintas en la casa? Si bien puede verse como un enigma “sin explicación”, lo cierto es que en el contexto de la película se necesita aunque sea una mínima pista. Sin embargo, el resultado final no termina siendo mediocre gracias a la cuota de personalidad de los cortos y una genuina búsqueda por explotar todas las variantes posibles del found footage. V/H/S demuestra que cuando es hecho con creatividad, cualquier subgénero puede pasar la mayoría de edad sin caer en el ridículo.
El dilema del que mira Se me ocurre que algunas películas merecen ser el disparador de un debate abierto y que, si bien un análisis crítico puede arrojar luz sobre el film, lejos está de poder alumbrar todas las problemáticas éticas, morales y socio históricas que puede conllevar. Por tal razón, y más allá del puntaje que aparezca arriba, sugiero que vean esta película junto a otros films como Faherenheit 9/11 de Michael Moore o la reciente Dirty wars de Rick Rowley. Pero vamos a la película nominada al Oscar, esta caza desesperada de Osama Bin Laden que implica La noche más oscura, de Kathryn Bigelow. Hace unos años la directora estrenó Vivir al límite, una “pequeña” sorpresa. Un profundo estudio de personaje que transcurría en un escenario inestable donde el protagonista tenía la tarea de desactivar explosivos mientras intentaba sobrevivir en Irak, para encontrarnos con que después de todo es la vida ordinaria lo que más le aterraba. Allí se dibujaba un escenario sombrío del proceso de alienación que provocaba un conflicto bélico y se sumergía en la alucinación progresiva que conllevaba estar inmerso en un escenario violento. Era una película ambigua y fascinante que se definía en un registro sobrio, casi documental, que se cerraba en un personaje. ¿Por qué mencionar Vivir al límite como referencia? Porque implicó un quiebre estético para la directora y marcó varios de los elementos que se ven en La noche más oscura. Sin embargo, esta vez el resultado no resulta tan redondo. Así como en Vivir al límite hay un personaje que domina la escena, Maya, interpretada por Jessica Chastain. Esta joven agente de la CIA se dirige a Paquistán para colaborar en la caza de Bin Laden y sobrelleva varias dificultades hasta que logra hacerse valer y, finalmente, consigue su objetivo. En el medio participa de escenas de tortura, pierde a algunos compañeros en atentados y es despreciada por sus colegas. Aquí está el punto más alto del film, el retrato del drama humano, el punto de vista de alguien que está sujeto a finalizar una tarea utilizando cualquier medio necesario, pero en el que ocasionalmente asoma la duda respecto a los métodos (con una sutileza que Bigelow trabaja con maestría). Pero, hay diferencias importantes respecto a Vivir al límite. La película arranca con una pantalla negra y se escuchan las voces de víctimas de los atentados a las Torres Gemelas en 2001 e inmediatamente después, sin que podamos ver otra imagen, hay un corte agónico y somos parte del primer segmento de la película, con una minuciosa secuencia de tortura. Es interesante plantearse esto: ¿por qué elige luego de una introducción donde se escuchan víctimas, poner una secuencia de tortura a un presunto colaborador árabe para arrancar la película? La respuesta parece encontrarse en que se trata de un contrapeso. Ante el horror del atentado, Bigelow contrapone el horror de la tortura, el método para conseguir las pistas necesarias para cazar a quien causó el luto con el que comienza el film. Aquí la directora necesita “compensar”: la escena de tortura no sería aceptada de la misma manera si el montaje no nos hubiera concedido las voces de la introducción. Entonces surge una de las preguntas clave que han rondado bastante en torno a la película: ¿legitima Bigelow el uso de la tortura? Y… es difícil responde esto. Podríamos entender que, después de todo, no es lo que se obtiene a través de la tortura lo que termina llevando a Bin Laden y el uso de otros métodos terminan siendo más efectivos. Pero el contrapeso de la introducción sí parece decir que se legitima la forma en que actuaron quienes ejecutaron las torturas, después de todo esa era la herramienta. Por decirlo de otra forma, Bigelow rechaza a la tortura como método, pero entiende que fue una herramienta necesaria cuando se pone en contexto. Y esto nos lleva a un segundo contrapeso, que resulta un tanto más problemático. Luego del sufrimiento de años, Maya tiene la pista y recibe la orden de llevar a cabo la caza definitiva de Bin Laden. Y luego la película se desconecta del personaje. Lo que tenemos ahora es a un montón de soldados emprendiendo su marcha a través de la oscuridad para cazar al “objetivo”. Este cambio de punto de vista no sólo resulta incoherente con la película sino que nos pone en la piel de personajes por los cuales resulta casi imposible sentir empatía. Es así que por unos largos minutos se abandona la ansiedad y los nervios de la protagonista para ponernos en una situación que resulta completamente extraña dentro de la película. ¿La razón de esto? Pues mostrar el momento de la caza de Bin Laden para compensar los años de sufrimiento de Maya. Resulta catártico, pero en el peor de los sentidos: ya no está la sutileza del drama humano de Maya sino el accionar de los soldados ejecutando todo a su paso para cumplir la orden y matar al “sonuvabitch”, incluso rematando y permitiéndose la emoción en el momento en que se logra fusilar al objetivo. Finalmente resulta casi inevitable hablar de un apartado como el sonido. A diferencia de Vivir al límite, que era más atmosférica que climática, aquí tenemos un trabajo de Alexandre Desplat que es todo lo contrario. Los tonos pretenden acompañar el drama y lo subrayan poniendo en evidencia un artificio que jamás se palpa desde lo visual, generando un raro contrapunto entre planos documentales y melodías que son de otro registro. No cabe duda de que es una película atendible, pero aquí el drama humano que Bigelow es tan capaz de retratar parece estar vulnerado por una estructura donde se privilegia mostrar antes que sugerir, deshaciendo de esta manera varios de los elementos más favorables de la película.
Apenas cimientos La “cabaña en el bosque” es una parábola que ilustra el miedo más profundo al que se pueda enfrentar una persona, ese elemento sólo hubiera bastado para llamar la atención, un vistazo a los mecanismos del terror desde el terror mismo. Pero, y a pesar del sugerente poster y la dirección de figuras que conocen a la perfección al género y su lógica, la película carece de relieve. Decepcionante fue la primera palabra que se me ocurrió cuando terminé de verla y hay un profundo abismo de razones para fundamentarlo, aunque quizá lo que más cobra sentido es saber que se vio apenas un molde de lo que pudo haber sido una película. La historia, los personajes y el escenario terminan siendo lo suficientemente chatos como para que cada elemento aparezca maleable, falso. Así sólo se pone en evidencia otro mecanismo que es el de aplicar una idea autorreferencial sin enmarcar esa idea con una historia, haciéndola parecer un planteo sobre el cual el desarrollo es apenas un elemento secundario. Y no hablemos de personajes. Pero si es decepcionante es porque tiene un comienzo intrigante e inesperado que parece preanunciar una película distinta y sólida (el humor inesperado, los planos abiertos, la iluminación difusa). Desafortunadamente es sólo una forma de abrir la trama sobre la cual luego se incorpora la subtrama, la “verdadera” película. Esta verdadera película tiene personajes que actúan como se pretende que actúen, es decir, refiriendo a estereotipos del cine de terror pero, y aquí está el elemento clave para entender por qué la película cae tan bajo, existe una carga de autoconsciencia en el asunto. Esta “doble” película que se sugiere constantemente en la línea de la parodia, siempre con el guiño incorporado desde lo visual o los diálogos a los lineamientos del terror (sobre todo el slasher), encuentra una razón de ser. No importa demasiado la razón, la cuestión es que sólo termina embarrando todo aún más porque se pierde completamente cualquier posibilidad de empatía por algún personaje. Existe una estrategia honesta para desarticular los mecanismos del terror, pero la forma en que esto se ejecuta resulta en un film difuso, chato. Finalmente, la película pega un giro hacia el final que en otro contexto hubiera sido interesante, pero lamentablemente para ese entonces poco nos importa lo que puede llegar a pasar con los sobrevivientes. Pienso en Scream o, en el ámbito independiente, una pequeña película que se llama Beyond the mask: the rise of Leslie Vernon (que comparte una carga de autoconsciencia bastante cercana a este intento), y no es difícil entender por qué esto es apenas un esbozo con algunas ideas que caen chatas e inexpresivas.
Devolver el golpe Antes que nada, porque es muy probable que no haya trascendido demasiado, Juegos de muerte (que se llama The collection originalmente) es la secuela de El juego del terror (The collector, originalmente). Si bien esto no es fundamental, es importante porque los hechos de la primera película se encuentran bastante presentes. Otro elemento para tener en cuenta antes de ver el film es que esta saga es dirigida por Marcus Dunstan, uno de los realizadores que surgieron de la factoría de El juego del miedo, por lo que cuando hablamos de gore saben a qué atenerse. Sin embargo, Juegos de muerte cuenta con algunos elementos más enriquecedores que la conocida e interminable franquicia que popularizó el término torture-porn. Dicen que “todos tenemos un muerto en el placard”. Bueno, ese sería más o menos el caso del antagonista de esta saga (el coleccionista), que se dedica a coleccionar unas pocas personas -con las cuales realiza experimentos retorcidos- y mata de la forma más sádica posible a todo lo que se le cruza. Pero este hobby se le torna un problema cuando se transforma en un asesino serial que ya ha tomado tantas víctimas como pudo y elige a una joven que está protegida por un padre multimillonario dispuesto a todo para rescatarla… lo que incluye utilizar al pobre sobreviviente de la primera película, el ladrón Arkin (Josh Stewart). Entonces el núcleo de la trama está repartido entre el grupo de mercenarios al rescate y Elena (Emma Fizpatrick) en un hotel que es la guarida del perverso coleccionista. El desarrollo contiene mucha más acción que la primera parte, donde el equilibrio de fuerzas estaba bastante desbalanceado y beneficiaba la carnicería del asesino. Aquí hay golpes de puño, duelos de cuchillo, persecuciones y un suspenso que se sostiene en cómo lograrán zafarse Arkin y Elena de la horrible situación. Y aquí hay un elemento importante: a diferencia de otras películas en esta línea, los personajes realmente nos importan. Particularmente Arkin, cuyo desarrollo lleva al catártico final, que da a entender que está en una encrucijada de vida o muerte con el coleccionista. Este aspecto narrativo compensa por momentos las falencias en el guión y la manipulación del verosímil, que propone el realismo en ciertos períodos y en otros se vuelve una hipérbole de violencia fantasiosa. Visualmente aparece otro defecto de la saga de El juego del miedo: los primeros planos y los detalles arruinan en algunas secuencias el imaginario visual que la película propone. Por poner un ejemplo, la secuencia donde un grupo queda atrapado en una habitación llena de muñecos con la cara pintada o deformada no es muy original pero tiene una gran creatividad en su presentación; sin embargo, la elección de planos para seguir la acción termina quitándole relevancia al perturbador paisaje. Por otro lado, si bien son más claras que en su predecesora, Juegos de muerte tiene varios problemas para mantener una continuidad visual coherente en las secuencias de acción. Algo torpe por momentos, pero atípicamente cuidada en la construcción de personajes respecto a otros films gore, Juegos de muerte es un relato que a pesar de sus numerosas fallas continúa siendo recomendable gracias a algunos destellos creativos que le brindan personalidad.
Limbo A veces en una película la intención no alcanza para lograr completar la idea o la finalidad con la que se hizo. Es obvio que hay un mensaje, pero en la forma (y cómo se ejecuta) es donde reside el éxito o el fracaso. Con ¿Y ahora adónde vamos?, segundo largometraje de la libanesa Nadine Labaki, es posible plantearse algunas de estas cuestiones. Aquí, su audaz mirada sobre el mundo femenino en su país de residencia, elemento que demostró con mayor firmeza en su predecesora Caramel de 2007, aparece opacado por una auténtica ensalada de géneros y un tono idílico que alterna la comedia y el melodrama sin llegar a ser ni lo uno ni lo otro. El film relata cómo en un pueblo conviven cristianos y musulmanes de forma pacífica a raíz de la intervención ocasional de las mujeres y los líderes religiosos de cada religión, evitando la repetición de un derramamiento de sangre. La intervención pretende ser casi inadvertida, ya sea cambiando de canal cuando aparecen noticias que puedan fomentar el rencor entre ambos bandos o generando entretenimientos que los lleve a convivir sin marcar sus diferencias religiosas. Todo es positivo hasta que una serie de eventos complican la convivencia y alimentan los odios que se dan afuera de este pueblo que carece de denominación. Los momentos de comedia se dan cuando las mujeres muestran hasta qué punto son capaces de intervenir si los hombres comienzan a mostrar sus deseos belicosos, llegando incluso a invitar un grupo de bailarinas ucranianas para “animarlos” (un detalle casi de realismo mágico). El melodrama, el golpe bajo, aparece para mostrar la fortaleza de la decisión de evitar derramamientos de sangre a cualquier precio. El problema surge en que cuando aparece un elemento tan pícaro e interesante para la comedia, el drama parece desbaratar cada secuencia, haciendo que los personajes parezcan poco naturales e incoherentes. Esto se acentúa aún más hacia el final, donde la resolución idílica ata cabos de una forma un tanto brusca, casi manifestando un deseo de la directora que parece tener poco que ver con la película. Pero ¿Y ahora adónde vamos? no es una película poco interesante. A pesar de todas sus irregularidades, el retrato íntimo de la femineidad que construye esa hermosa actriz y directora que es Labaki cuenta con un tono personal que recién en la amalgama con géneros e intenciones se pierde en el medio de la nada. Como en el Limbo.
La oscuridad permanece Sinister es una película que dispara varias sensaciones cuando finaliza. Quizá no sea un film hondamente reflexivo, pero su propuesta merece ser observada con atención. La curiosidad que despierta y el horror expresado en la representación de la violencia es lo que salva a la película de Scott Derrickson (director de la mediocre El exorcismo de Emily Rose) de ser un film con algunos sustos para ser un pasaje perturbador que tiene sus grietas, pero que en el resultado final consigue algo original tomando fragmentos del legado de varias películas. Primero hablemos del horror porque el film es bastante claro y directo al respecto: la secuencia inicial donde una familia es asesinada colgando de un árbol es intensa y la oscura banda sonora industrial-experimental complementan a la escena filmada en súper-8. Esta introducción, que es el disparador para que el escritor interpretado por Ethan Hawke se interese por el caso, se reproduce en otras secuencias que tienen elementos de películas snuff. Sin embargo lo perturbador no se encuentra sólo en la violencia -después de todo, no es una película gore o un slasher- sino en el suspenso, en el retorcido humor negro y en la presencia inasible del antagonista, el difuso Baghul (que no existe, pero parece tener algo en común con el Moloch de la mitología fenicia). Para ubicar estas secuencias el director utiliza el recurso del found footage dentro de la trama del film, dejándolos como trozos en súper-8 que Ellison (nuestro escritor) va develando progresivamente. Es así que las películas “fiesta en la piscina”, “cortando el césped” u “hora de dormir” adquieren un significado más macabro que impresiona profundamente a Ellison. Esta impresión le genera repulsión pero al mismo tiempo fascinación, hecho que junto a la posibilidad de escribir su best seller definitivo basándose en el caso lo llevará a la perdición. Sin embargo Sinister, que se luce desde lo visual con una excelente fotografía, una banda sonora atmosférica a invasiva y la actuación del vulnerable Hawke, encuentra su contraste en el guión. Haciendo honor al legado de los clichés de otras películas, el protagonista hace gala de una estupidez que sólo se puede interpretar como la necesidad de que la trama avance. Esto no es un problema cuando el protagonista es descrito como un adolescente impulsivo, pero en este caso estamos hablando de un personaje mucho más rico que toma decisiones que son incoherentes. Esto denota que si bien el punto flaco de Derrickson continúa siendo el guión, en esta película consigue aferrar al espectador desde la obsesión de Ellison antes que desde las otras subtramas, no afectando la integridad de la trama como sucedía en El exorcismo de Emily Rose. Sinister puede no ser un arrebato de creatividad, pero en sus ideas contiene a un film que consigue atrapar desde un apartado visual aterradoramente bello que se queda en la memoria del espectador a pesar del efectismo y las fallas en el guión.
Ninguna maldición es eterna La cuestión de una fórmula es que para repetirla hasta el hartazgo hay que atenerse a su base formal ¿Por qué arrancar diciendo esto sobre Actividad paranormal 4, una película tan mediocre como innecesaria? Porque aquí se demuestra cómo en la repetición comienzan a aparecer algunas flaquezas que terminan por arruinar una saga que, desde la 3, venía con carencias que esta entrega termina de confirmar. La solidez de ese formato basado en la sugestión que habían sido las dos primeras partes cae, precisamente, por abandonar las posibilidades narrativas que entrega el found footage (esa especie de subgénero que ha obligado a más de uno a rever Holocausto caníbal). En algunos segmentos es sencillamente una película de terror filmada con técnicas que no tienen ningún sentido. Veamos: en Actividad paranormal aparece un elemento voyeurista que se distingue en el registro de la privacidad. De esta forma, la generación Youtube encuentra un elemento cotidiano que los aterra en elementos tan comunes como los videos que suben a internet. El registro termina siendo el núcleo de la historia y el montaje de lo que sucede, la manipulación de los climas, de la tensión. En la 1 la premisa fluye a pesar de deficiencias técnicas y muestra las bases de la idea, en la 2 la solvencia técnica es superior pero el uso del montaje termina atentando en la idea de “registro casual” para obtener un enfoque más narrativo y en la 3 se repite el error de la 2, sumando la confusa existencia de un registro del registro y un final que daba respuestas que en verdad nunca eran buscadas. Actividad paranormal es sobre la duda, eso es lo que espanta: todos los trucos visuales, el trabajo de sonido y el fuera de campo tienen esa finalidad, la sugestión de un espectador que construye la película en su cabeza. Con la mitad de la 3 y gran parte de la 4, esa idea termina siendo abandonada. Pero en la 4 sucede algo más. El registro ya se encuentra limitado a determinados momentos y la cámara se mueve constantemente porque nuestros personajes registran absolutamente todo. A pesar de lo incómodo que pueda resultar y la situación extrema a la que se ven forzados, la pobre Alex (Kathryn Newton) lleva su notebook a todas partes para registrar lo que le pasa. En la situación que se da en cierto garaje es donde, por ejemplo, el verosímil se rompe completamente. Lo mismo en el final que se pretende climático, pero es sólo una suma de incoherencias narrativas que mostrando terminan atentando contra la saga. En definitiva, Actividad paranormal 4 es un ejercicio desafortunado y carente de las virtudes de las dos primeras películas, buceando entre el sin sentido y la falta de ideas, poniendo la primera palada de tierra sobre esta saga que ya comienza a verse caduca. Y sí, además tiene pocos (y poco efectivos) sustos.
El mensaje en movimiento Hay algo saludable en Maktub, que aquí inexplicablemente se llamó Cambio de planes: narrativamente es llana y previsible, hay giros y cruces entre personajes que resultan manejados de una forma tosca y hay hasta algún desliz donde la dirección de fotografía pierde la continuidad de la escena. Pero, llamativamente, y rompiendo algunas expectativas, es una película bastante mejor que varias de las cintas lacrimógenas con mensaje que invaden el horario vespertino. La clave está en los climas que genera, en la construcción de sus personajes y las actuaciones. Hablamos de climas porque, a pesar de ser una comedia dramática, no manipula de forma alevosa al espectador. Es una película que encuentra en el tono cálido y la necesidad de mantener el optimismo cierta fluidez que reniega del golpe bajo, naturalizando formalmente el eje de la propuesta: la aceptación y la superación de los obstáculos que se nos presentan, antes que la marca o el peso de un mensaje que provoque el llanto con imágenes. Por tal razón las imágenes fluyen para que el mensaje no sea durante -es decir, mientras vemos la película- sino a posteriori -después-. Otros factores que mencionábamos eran los personajes pintorescos y las buenas actuaciones. Estamos hablando de una comedia que tiene momentos densos y dramáticos: los cambios de registros son bruscos y Diego Peretti, Aitana Sánchez Gijón y Goya Toledo se desenvuelven con naturalidad, evitando la sobreactuación. Mención aparte merece el debutante Andoni Hernández, que logra sobrellevar un personaje complejo y hacerlo creíble a lo largo de todo el film. En definitiva Cambio de planes es una propuesta que encuentra, en su molde previsible, una serie de grises que la hacen una película optimista, entretenida y hasta (¿por qué no?) esperanzadora. Sugiero verla sin dejarse llevar por etiquetas como “película del cáncer” o “película navideña”. Es, sencillamente, un relato dramático con alguna cuestión pintoresca que lleva a la reflexión sin atosigar al espectador.