MÁS ES MENOS Invasión zombie (2016) fue uno de esos éxitos unánimes que resonaron en la taquilla y la crítica, e impactó por su eficacia narrativa en un terreno arduamente explorado, entregando algunas secuencias indelebles. El film de Yeon Sang-ho no era novedoso, pero a lo largo de la claustrofóbica odisea de sus personajes transmitía una sensación de vulnerabilidad y desamparo, al mismo tiempo que entregaba electrizantes secuencias de acción e imágenes memorables de hordas de zombies. Cuatro años después, la misma elipsis narrativa que tiene el film, se estrena Estación zombie 2 (2020), una película con más presupuesto, más subtramas narrativas y más efectos especiales pero menos sustancia, cayendo incluso por debajo de la precuela animada Seoul Station (2016). Las tres películas que integran esta suerte de universo repleto de zombies ocasionados por algún virus desconocido no tienen una conexión a través de sus personajes, sino que permanecen apenas como una referencia. Lo mismo sucede con el aura que envuelve a cada uno de los films: en la precuela animada hay un profundo nihilismo que recorre cada uno de sus diálogos y acciones, con personajes miserables en una situación que los colapsa; en la primera parte ya se mencionó el desamparo y la carrera contra reloj, aunque recorre en sus personajes algo que ya se veía en Seoul Station y por extensión en muchas de las películas de zombies desde Night of the living dead (1968) de George Romero: el instinto de supervivencia puede generar un peligro mayor al que encarnan los mismos zombies. Estación zombie 2 explicita esto con un subrayado más marcado que en sus dos anteriores películas, algo que no es tan problemático ya que los films de Romero no se caracterizan por su sutileza, el asunto es la forma en que lo expone y afecta a cada personaje, abriendo subtramas narrativas sin peso y dejando algunas resoluciones arbitrarias para darle cierta homogeneidad al relato. Lo peor es que este caos también expone la chatura que envuelve a los personajes que se encuentran dispersos en la trama. Trama que es sencilla y podría haber resultado interesante. Estación zombie 2 tiene algunos elementos de heist en sus inicios al plantearse una misión suicida destinada al fracaso. El film nos pone en el lugar de Jung Seok (Dong won-Gang), un ex militar atormentado por el vibrante prólogo que es lo mejor de la película, como sobreviviente a los eventos en Estación zombie. Imposibilitado de asentarse como ciudadano en Hong Kong por su condición de refugiado, toma el encargo de rescatar un camión lleno de dólares que le daría suficiente dinero para mejorar su situación. Pero no es tan fácil al tener que volver a un territorio invadido por zombies. Este objetivo comienza a desvirtuarse porque a los zombies se suma un escuadrón de sádicos que se encuentra instalado en la región y hará imposible la operación. También por la inclusión de un pequeño grupo familiar de refugiados que dan un lado emotivo (e inoportunos comic reliefs) y conectan con la compleja historia del protagonista. En síntesis, el film abre dos arcos narrativos que tienen poco sustento, fragmentados, y que en el caso del personaje de Chul-min (Do-yoon Kim) resta, porque mucho de lo que se ve parece influenciado por lo peor de The walking dead. En particular, antagonistas muy poco definidos que rozan la caricatura y no tienen ningún propósito más que ser instrumentos del guion. ¿Pero es entretenida? Entre las pocas virtudes que tiene el film hay que reconocerle eso. Las dos horas entre las secuencias de acción -al menos dos son notables- se pasan con cierto vértigo televisivo pero, a diferencia de Estación zombie, este vértigo está vacío y solo nos quedan algunas imágenes pesadillescas que Yeon Sang-ho ya ha demostrado que puede lograr. Quizá es el momento de probar suerte por fuera de este universo de zombies que parece agotado.
MOVIMIENTO SUSPENDIDO En su última película, Paula de Luque realiza un documental en torno a la figura del coreógrafo y director de danza Oscar Aráiz. Figura icónica y fundamental de la danza contemporánea, sería prácticamente una falta de respeto admitir un conocimiento íntegro desde apenas unos datos dispersos y una ignorancia abrumadora del lenguaje de la danza. Escribir en el aire es un documental muy específico, centrado en la labor y trayectoria creativa, que puede apartar a quienes no les interese la danza. Sin embargo, con su película la directora logra conmover desde la puesta en escena de la “cocina” creativa de Aráiz, su tensión poética y genera un magnetismo sobre su personalidad que atrapa hasta el último minuto. Sí, el principal mérito de Escribir en el aire radica en cómo logra interesar a un público que quizá no conoce a Aráiz ni se ha acercado a un espectáculo de danza. A la hora de abordar el universo del artista, el documental sigue una línea tradicional y estructuralmente se concentra en Aráiz sin abrir subtramas. El documental queda absorbido en esa burbuja del proceso creativo, planteando ecos en el montaje para ir hilvanando el relato: la coreografía inicial que abre el film vuelve en otros momentos donde adquiere un impacto emocional distinto. En este sentido Escribir en el aire se ajusta a un guion que juega con pocas variables, pero sabe cómo implementarlas. El montaje también contribuye a crear inmersión desde el sonido, dando desde el off una dimensión más dramática a las interpretaciones. Este aspecto es fundamental porque le da mayor relieve a las coreografías, para jugar en el campo cinematográfico. De Luque no pierde el cuerpo por un segundo y apuesta a los rostros y las miradas en movimiento con destreza, entre largos travellings que intentan aproximar el caos y la armonía de la danza. Sin embargo, cuando toma la palabra de Aráiz algunos segmentos son fallidos. La entrevista nunca adquiere vuelo y por momentos se pierde la voz de quién es la figura. Quedan algunas anécdotas de la niñez y su crecimiento artístico, pero aparece aislado entre palabras de una poesía críptica que no siempre aportan al relato. Se puede argüir que habla a través de sus coreografías, pero esto nos plantearía la problemática de por qué aparecen estos segmentos: ¿suman realmente a la narración? Las charlas donde aparece más natural y descontracturado le dan una faceta que ayuda a desmitificar su figura, acercándonos a Aráiz de otra forma. En síntesis, cuando plantea “1000 kilómetros en un cuadrado de papel” con notable humildad, estamos hablando del despliegue creativo de una figura a la que el epílogo ayuda a que conozcamos mejor. Retrato sensible con algunas aristas fallidas, sin embargo el documental de Paula de Luque nos acerca a una figura fundamental de nuestra cultura con solvencia, sin que sobre un solo minuto.
EL INFIERNO VA POR DENTRO Paraíso es una suma de contradicciones: es breve con su hora y apenas minutos, pero al mismo tiempo se hace extensa, y es concreta en como presenta sus personajes pero dispersa en su temática, que se va desdibujando hasta el silencioso final. Es un relato que maneja la tensión en la sutileza de la puesta en escena, pero que necesita la explosión del epílogo para explicar lo que sucede internamente con los personajes. No todo en la ópera prima de Pablo Falá está sujeto a irregularidades. Hay un tono genuino en los diálogos (y, por lo tanto, los silencios) y el trabajo de encuadre es de una solvencia notable para marcar la tensión entre los personajes, en particular en las secuencias en la piscina. Sin embargo uno intuye que el potencial narrativo es desperdiciado por resoluciones forzadas y un final contemplativo que parece de otra película y otra protagonista. Pero hasta el momento no hablamos de qué va esta suerte de drama intimista situado en un bucólico paraje cordobés. Nuestra protagonista es Sofía (un sólido trabajo de Marina Arnaudo), a quien vemos inmersa en una fiesta electrónica. El montaje barroco de viñetas nocturnas es cortado abruptamente por la mañana y el sonido del celular. La cámara nos hace testigos de esa postal un tanto decadente y estática: las botellas vacías, la sensación de agobio y resaca, el sol apenas filtrándose; hay en esta introducción una mirada descriptiva que entra en diálogo con el caos de la fiesta. Esta síntesis informativa con muy pocos elementos tiene un cambio abrupto cuando irrumpe Lautaro (Fabio Camino) en escena. La tensión entre ambos es permanente y uno de los logros de la narración es no subrayarlo o referenciarlo a través de otro personaje para comprenderlo. El problema está en que esto se va disgregando porque invade todo el relato y termina agotando, ya que otras subtramas o personajes son apenas anecdóticos y nunca adquieren relieve. Cuando esta tensión finalmente se resuelve de forma explosiva tras unos chispazos que se venían sugiriendo el resultado es decepcionante. Sin embargo, la película de Falá no termina con esta explosión. Parece haber una búsqueda introspectiva en Sofía que es prácticamente un cliché narrativo que congenia con el paisaje serrano, pero es tan inconsecuente como su tono contemplativo. Hay en Paraíso algunos momentos de lucidez y recuerda en pasajes a la superior Respirar de Javier Pallero por el tono intimista, el vínculo con la sexualidad y sus fuertes protagónicos femeninos. Sin embargo, en la ópera prima de Falá la tensión del vínculo protagónico es su núcleo narrativo y termina asfixiando la trama para entregar un final apresurado. En su desarrollo y diálogos hay momentos que recuerdan al mumblecore tanto en lo peor como lo mejor del subgénero, así como a una tradición intimista del cine nacional, pero no logra salirse de la medianía sin caer en la mediocridad. En síntesis, Paraíso parece una oportunidad desperdiciada a la que le faltó madurar el guion, pero no quita algunos momentos de frescura que entrega esta ópera prima.
ROAD MOVIE DE LA MEMORIA Historia de mi nombre de Karin Cuyul es una búsqueda de identidad sin respuestas concluyentes, pero hace de esa búsqueda íntima, tan íntima como un nombre, una radiografía social de la transición democrática chilena desde la voz de la protagonista. Hay una imagen que se repite que es el marco de la ventana del auto, un refugio que le da “seguridad” a la protagonista, acaso porque su vida estuvo ligada al desplazamiento. Esa movilidad a través de los recuerdos y los pueblos y ciudades donde vivió es el corazón de este documental tan fresco como entrañable, donde la respuesta aparece en la búsqueda misma, mientras asistimos a un notable trabajo de archivo. Y el proceso creativo comienza con el recuerdo de un hecho destructivo, un incendio. Esto desencadena la búsqueda de su nombre y porque lo comparte con otra mujer que fue detenida, torturada e interrogada en televisión abierta en 1987, Karin Eitel. Los recuerdos de conversaciones y fragmentos de memorias se entrelazan como indicios que la directora va uniendo, por momentos dudando del objetivo de su búsqueda y por otros desconfiando concretarla. No podría ser de otra forma cuando estos mismos indicios se presentan como espejismos o pistas falsas. En paralelo este viaje introspectivo encuentra un punto en común con su viaje hacia Queilén, Castro o Antofagasta, locaciones que guardan los recuerdos de distintas etapas de su vida. La carretera se presenta como una constante y la ventana del auto nos pone como espectadores en el lugar de la incertidumbre. Al mismo tiempo, este relato generacional que tiene en el centro el ocaso de la dictadura chilena y el histórico plebiscito nacional de 1988, adquiere solidez al acercarse a una respuesta parcial. Y esta respuesta proviene del testimonio de sus padres, que develan su militancia en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez y una convivencia compleja con el clima político en cada una de las localidades donde se establecieron. Si bien las palabras son magras, algunas conclusiones nos acercan a las razones de una vida dividida entre varias ciudades. El relato balancea la frialdad de datos e información histórica con imágenes del archivo personal que son vertebradas por el relato en off de Cuyul, que destila sensibilidad en cada reflexión. Hay en sus palabras un tono de resolución pero también de nostalgia y dolor. Este equilibrio entre la vida personal y el sismo generacional que implicó la transición a la democracia es la mayor virtud de Historia de mi nombre, incluso cuando quizá esa autorreferencia termina empantanando algunos segmentos. Este documental, que constituye la ópera prima de su realizadora, demuestra frescura y madurez para hacer de un proceso catártico un relato generacional que trasciende a las preguntas y respuestas que hace.
LA ÚLTIMA PALABRA Decir que Sentadas en el umbral tiene “punch” televisivo no es a priori algo peyorativo. De hecho, es esa faceta de sitcom noventosa, tanto en lo estético como en las actuaciones, lo que rescata a este film al mismo tiempo que lo hunde. Esencialmente porque hay una ambición temática y giros narrativos que traicionan al espectador, perdiendo fuerza la odisea de las protagonistas que son el foco del relato. Sin duda su formato de poco más de una hora garantiza entretenimiento, pero al mismo tiempo se desliza a un final forzado y poco consistente. La comedia, de ligero tono a drama legal, también juega con algunos elementos del policial para dar a conocer sus incógnitas. Esta amalgama de géneros no termina cuajando de forma consistente y nos quedaremos apenas con una comedia dramática que termina atrayendo por sus protagonistas. En definitiva se trata de Teresa y Valeria, las abogadas de un estudio de casos de familia, sobreponiéndose a la humillación de haber sido utilizadas como piezas en un tablero que ellas no imaginaban. El caso que toman no es lo que parece y pronto comprenderán que no pueden confiar en nadie. Esta odisea propia de una buddy movie es lo que termina alcanzando al espectador, en lugar del subtexto o los golpes de efecto. Esto sucede porque con la excepción de Teresa y Valeria, interpretadas por Victoria Céspedes y Soledad García, el resto del elenco termina resultando demasiado chato. Esta caricaturización afecta la ambición narrativa del film, que también se resiente al manipular el punto de vista de forma conveniente. El espectador accede a largas conversaciones que otorgan una información que las protagonistas desconocen hasta el desenlace, y cuando la conocen, se da un nuevo giro que obliga a repensar todo el film. Para no arruinar este golpe de efecto se evitará entrar en detalle, pero cómo se conectan los puntos de la trama termina estafando al espectador. Y no, no es Nueve reinas: quedan muchas cosas por cerrar cuando las protagonistas tienen su momento de redención y un final feliz demasiado forzado. Muchos planos cerrados, interiores cálidamente iluminados y un imperio del encuadre medio: podríamos decir que tiene algo del cine de los ‘70 y ‘80, pero lo cierto es que también recuerda a la televisión de los ‘90. La banda sonora inevitablemente nos conecta más a la televisión y no hay mucho de búsqueda estética en estos dos aspectos. Incluso es lo que nos recuerda a un largo episodio de una sitcom. Son las actuaciones, incluso del elenco que no está tan bien definido, lo que destaca a Sentadas en el umbral: además de las mencionadas Céspedes y García, Fabio Aste y Fabián Arenillas cumplen en el espacio que les da el guion, aun si por momentos resultan una caricatura. En definitiva, uno no puede negar que esta nueva película de Daniel Alvaredo (Paternoster, la terrible El peor día de mi vida) y Mónica Roza es entretenida y es su virtud. Pero el guion está atravesado por fallas insalvables y no hay estéticamente algún rasgo donde se destaque. Quedan las actuaciones naufragando con carisma entre un material más olvidable que otra cosa.
CRECER AL AIRE LIBRE Camping de Luciana Bilotti es tan simple como su título. La ópera prima de la directora mendocina es una obra personal e íntima sin ser autorreferencial, valiéndose de una historia pequeña que se concentra en un campamento de unos pocos días, oficiando de coming of age para su protagonista preadolescente Estefanía, pero también es el zócalo de un mural que ilustra tensiones familiares, roles de género y frustraciones de un mundo adulto que representan sus padres. Todo este concentrado de temáticas subyacen narrativamente pero la mirada de la directora se focaliza en la memoria epidérmica de lo que sucede, aquello que es recordado con ternura a pesar del dolor. Hay en Camping una memoria de la calidez con que se recuerda esa salida al aire libre, un despliegue de gestos, descubrimientos, olores y pequeñas odiseas que hacen al mérito de la directora por lograr comunicar este universo con una notable sensibilidad. El film se inicia con un pequeño prólogo que desdibuja los límites entre ficción y no ficción, mostrando imágenes de archivo de la vida de la directora que quedarían como un paréntesis lúdico si no marcara de alguna forma el punto de vista y la perspectiva del film. La niña es también Estefanía, la protagonista, y sirve como punto de encuentro con las imágenes de archivo del epílogo, dando una línea que marca el tono de Camping. Junto a sus padres se aloja en un predio para pasar un tiempo libre alejándose de la rutina citadina, pero ese escape pronuncia también el desgaste de la pareja y los desencuentros en torno a Estefanía, que se encuentra además atravesando la conflictiva etapa entre la niñez y adolescencia. Este desgaste progresivo en la narración explota hacia el desenlace, que sin embargo toma una senda que se queda con el punto de vista de la protagonista, dejando al mundo adulto de sus padres como un misterio mientras vuelven a su hogar. La cámara de Bilotti nos hace testigos ocasionales de la vida en ese camping capturando escenas cotidianas y dejando al desnudo el conflicto y la tensión que subyacen. El hecho que los planos sean en su mayoría cerrados, con muy pocos generales, da una sensación de claustrofobia e intimidad que subraya los momentos de tensión pero también aquellos que hacen al film más cercano al espectador. Las tomas largas al hombro contribuyen sin duda a crearnos esa falsa ilusión de testigos de esta familia, una elección interesante de Bilotti. Otras elecciones hacen sin embargo al relato menos homogéneo, en particular algunos momentos donde se fragmenta el punto de vista. Si bien dijimos que prólogo y epílogo marcan el punto de vista y resultan prácticamente llaves para contener una oración, existen aisladamente secuencias que se salen de la lógica de Estefanía mostrándonos cómo se siente cada uno de sus padres en soledad. Estos momentos no afectan el clima del relato pero sí su perspectiva al elegir mostrar lo que Estefanía intuye entre conversaciones. Una elección curiosa del guion que marca un interés por desarrollar el mundo interno de los padres, pero que queda trunco. Camping es una de esas películas que con aparentemente pocos elementos construye desde la memoria emotiva un relato cálido que se sostiene en el afecto por sus personajes y, sobre todo, por su historia, dando una sensación de nostalgia y ruptura que el epílogo cierra de forma convincente.
MEDALLAS OLVIDADAS La isla de las mentiras constituye el primer film de ficción de la directora coruñesa Paula Cons, un relato que se adapta de una tragedia histórica que ocurrió en 1921 y llevó al naufragio a ser apodado como el “Titanic gallego”. El hecho ocurrido el 2 de enero frente a la pequeña isla de Sálvora en Galicia pone en foco lo sucedido con el Santa Isabel, pero centrándose en la odisea de tres heroínas que lograron con medios precarios rescatar a algunos de los sobrevivientes, en una gesta que les valió el reconocimiento pero también los celos y la ruina. De por sí la historia resulta fascinante aunque en su paso a la ficción hay falencias en cómo se construye el thriller, por momentos tomando líneas narrativas que quedan estancadas o se resuelven forzosamente. A pesar de esto hay una mirada sensible sobre la tragedia que termina rescatando al trío de heroínas y la singular odisea personal que tuvieron que atravesar, algo que alcanza a darle una dinámica que atrapa desde su costado dramático, antes que del thriller. La historia que se inicia en la pequeña isla tiene a María (Nerea Barros), Josefa (Victoria Teijeiro) y Cipriana (Ana Oca) llevando una vida humilde como colonas, a pesar de llevar una existencia de siervas y rendir tributo a un amo que visita semanalmente a Sálvora. Aisladas, su vida se centra en el cultivo y el labrado de la tierra, así como de quehaceres domésticos, siendo el continente algo que se percibe como extraño y lejano. Sin embargo existe una tensión permanente con el guarda, que sigue las órdenes del amo de forma abusiva. Esta tensión no tarda en estallar cuando tras un forcejeo con Josefa el guarda es asesinado por María. El acto se encuentra encadenado a la noche del naufragio y la gesta heroica de las tres colonas, dando lugar a la curiosidad de un periodista argentino del diario Crítica (León, interpretado por Darío Grandinetti), que desconfía de la versión oficial de los hechos y ve una historia digna de ser contada debido a las irregularidades en el relato sobre esa noche. Lo que es una incógnita da lugar a otra, en un juego de cajas chinas donde nadie parece decir la verdad, pero parece incuestionable la audacia y desinterés de las tres mujeres, que comenzarán a vivir un calvario cuando su gesta se haga pública. El punto más problemático está, en parte, en su estructura de thriller, que pone el foco en esta suerte de trama detectivesca que tiene a León como protagonista. Son escasas las variables con las que decide iniciar una investigación y las conclusiones son apresuradas o se resuelven fuera de su punto de vista, llevándonos a dos preguntas: en la introducción (¿por qué el grado de compromiso con tan pocos elementos?) y en el desenlace (¿por qué abandona la investigación cuando su compromiso resulta tan marcado, si todo comienza a ser cada vez más sospechoso?). Su presencia es problemática porque se encuentra en la narración tan aislado como Sálvora y el guion lo hace un personaje maleable que apenas sirve para insinuar lo que ya sabemos, mientras los puntos más dramáticos ocurren a su alrededor. Es aquí donde el film gana en cómo sobrelleva el conflicto interior de las tres protagonistas y cómo el reconocimiento cambia sus vidas de forma inesperada. En particular con la actuación de Nerea Barros y Victoria Teijeiro alcanzamos a vislumbrar la sorpresa y felicidad del reconocimiento, pero también la amargura de saber que sus vidas han cambiado y nada podrá ser como antes de la noche del naufragio. La odisea del Santa Isabel, su naufragio y lo ocurrido en la isla de Sálvora es un tema apasionante para indagar y la película logra despertar el interés, en particular al definir a las tres heroínas y su devenir. Sin embargo el film no logra terminar de resultar sólido como thriller y pierde cuando se aleja de los momentos más dramáticos y el trío de María, Josefa y Cipriana.
ECOS Y CULPA La sombra del gallo es la primera incursión de Nicolás Herzog completamente afincada en los límites de la ficción, luego de coquetear en el terreno de la no ficción con los documentales Orquesta Roja (2009) y Vuelo nocturno: la leyenda de las princesitas argentinas (2016). El resultado es un policial con elementos de thriller y western que se sumerge en estos generos para narrar una problemática compleja como el femicidio y la trata que atraviesa todos nuestros estratos sociales. La puesta en escena del film demuestra la destreza de Herzog para finalmente abordar la ficción en géneros que ya había explorado como el thriller o el policial en sus documentales. Narrativamente el film pierde cierta consistencia al profundizar en la introspección y hacer de la elipsis una herramienta que nos lleva a tomar distancia de los fragmentos de acción que definen el conflicto. Esto puede resultar confuso pero el camino de redención que transita el personaje de Román (Lautaro Delgado) genera el magnetismo necesario para que no sobren ni uno de los 84 minutos del film. Román Maidana, nuestro protagonista, tiene una salida temporaria de prisión a raíz de la muerte de su padre, procurando hacerse cargo de cómo disponer de los inmuebles familiares. El asunto estará lejos de ser expeditivo cuando el asesinato de una chica de su pueblo natal se termine entrecruzando con sus memorias como ex policía y la razón por la cual termino en prisión.Quien era amigo de su padre, el siniestro comisario encarnado por Claudio Rissi, lo invita a integrarse a su familia, pero las sospechas y la distancia que se abre entre ellos terminará siendo gatillada por Román cuando comience a desenterrar detalles de su oscuro pasado. La alucinatoria presencia de un recuerdo lo llevará en un sinuoso camino de redención y las consecuencias no tardarán en presentarse de forma explosiva, para que cada uno acepte el devenir de sus acciones. La trama se precipita en su desenlace pero toma su tiempo para disponer la información necesaria para armar el rompecabezas de lo que ocurre en la vida de Román. Perder un detalle puede ser vital para comprender la trama, aunque también se extravía en segmentos introspectivos y lo que puede ser sutileza en otros momentos aparece subrayado, disminuyendo su efectividad en favor de explicar el movil de sus acciones. A pesar de esto, el film no deja de tener un tono sombrío y misterioso: el pueblo de Entre Ríos se ve decaído y ruinoso, los interiores tienen una luz decadente y todo lo que pisa Román parece sucio e inestable, algo que nos hace pensar inmediatamente en el noir antes que el más estilizado neo noir. La amenaza latente de su propia memoria y la culpa lo hacen ese heroe trágico que se abre del marco de las instituciones para encontrar su propia justicia. La conclusión puede ser un tanto apresurada y anticlimática, pero el camino que traza el desenlace resulta de una notable coherencia con el desarrollo de las acciones del personaje. Correcto en su primera incursión en la ficción, Herzog encuentra en La sombra del gallo un buen debut a pesar de sus falencias, que lo confirman como una voz original luego de sus acertados trabajos como documentalista.
MALOS AIRES Con Respira, Gabriel Grieco vuelve a apostar al cine de género para contar una problemática social o ecológica desde un marco inquietante, poniendo el ojo en un pueblo rural, al igual que en su ópera prima, Naturaleza muerta (2015), que rozaba más el horror serie B. Aquí se inclina por el thriller y la temática en torno al uso indiscriminado de agrotóxicos, con resultados que a pesar de las mejoras en el apartado técnico, resulta sosa y previsible desde lo narrativo desgastando la riqueza de su premisa. En algún apartado se trata de un film hermanado a la reciente El rocío (2018), de Emiliano Grieco, sin su bagaje social pero compartiendo la temática y algunas de sus irregularidades. No se puede negar la audacia del director al elegir la temática y darle un marco de género, pero el último acto hace que la dosis de suspenso que se construye a lo largo del relato sea insatisfactoria. Algo casi imperdonable en un thriller. Tenemos un vistazo que nos anuncia el quid de la trama en un preámbulo que otorga suficiente información como para comprender la temática del film sin sutilezas: las pulverizaciones aéreas son con un material altamente nocivo, la empresa rivaliza con el pueblo porque arroja su producto en los hogares y ya ha habido consecuencias, algo que menciona el desquiciado personaje de Leticia Bredice. En este marco, ingresa nuestro protagonista Leonardo (Lautaro Delgado Tymruk) y su familia, una enérgica traductora (Sofía Gala) y su hijo. El hogar se encuentra atravesando una crisis por el desempleo de Leonardo, algo que termina dándole a la posibilidad laboral en un entorno remoto y rural un tono de oportunidad. El asunto es que las condiciones no terminan lo que esperaban: la casa donde se los acomoda para vivir es precaria y descuidada, el pueblo se encuentra demasiado alejado por lo que estan asilados y el jefe de las operaciones (Daniel Valenzuela) resulta ser un tipo despreciable y machista. En ese contexto, si bien su retorno a los aires le da satisfacción (los mejores momentos del film tienen que ver con este amor por su vocación), pronto se enfrentará al secreto que se oculta detrás de sus fumigaciones. Como se imaginarán, el desarrollo de tanta información durante la introducción atenta contra el suspenso que genera la película, aunque Respira después se vale de un recurso ingenioso para producirlo: los celulares no funcionan, por lo que el montaje paralelo en la secuencia de mayor tensión es efectivo a lo Last time rescue. El problema es que se intercala con la secuencia de un ataque que se encuentra fuera del punto de vista de nuestros personajes (algo semejante pasa en Naturaleza Muerta) que se encuentra aislado y tiene una finalidad apenas explicativa. Esto da una información extra sobre los atacantes que diluye el suspenso y lleva a una serie de enfrentamientos más en sintonía con el cine de acción, dando también lugar a algunas de las secuencias más flojas del film. El final feliz, algo idílico, resulta un deseo simplón que atenta contra la complejidad de la temática que parecía insinuarse en la introducción y buena parte de la culpa termina resultando también de lo chatos y monocordes que resultan ser los personajes, en especial los antagónicos. No deja de ser sin embargo un buen detalle la presencia de Jazmín, la periodista de Naturaleza Muerta, mostrando que Grieco tiene en mente un mundo donde conviven sus distintos personajes. Con buenas intenciones y sin que pueda cuestionarse la audacia de seguir apostando por géneros como el terror o el thriller, el film de Gabriel Grieco cae en notables falencias de guion y construcción de personajes que terminan dando un relato algo apresurado por cerrarse y responder preguntas que a veces ni el espectador se plantea.
EL OTRO LADO Los fuegos internos es una producción colectiva tan intensa como conmovedora por su forma de encarar un tema espinoso con una sensibilidad que demuestra el cariño por sus tres protagonistas, más allá de que el sanatorio Alejandro Korn en Melchor Romero termina siendo un personaje como estructura. La mirada de las cuatro directoras (Ana Santilli Lago, Ayelén Martinez, Laura Lugano y Malena Batista) en su primer emprendimiento cinematográfico indaga en la subjetividad construyendo un relato que representa más que presenta, haciendo de la expresión corporal una herramienta para aproximarse al infierno personal de Daniel, Miguel y Germán, pacientes del hospital que se encuentran en el proceso de salida del manicomio. No todas las vertientes narrativas contribuyen a darle una forma compacta y sólida al documental, que toma elementos del testimonial, no ficción y búsquedas líricas que dan un resultado algo disperso cuando se aleja de sus tres protagonistas excluyentes. Probablemente una vez finalizado el documental el testimonio más resonante sea el de Daniel Degol, que falleció antes del estreno del film y a quien va dedicado en el cierre. Pero no sólo por esta cuestión, sino también porque su búsqueda poética contiene algunos de los segmentos más emotivos. La melancolía de su relato en off expresa tanto dolor como esperanza, y las secuencias con los trabajos de expresión corporal intentan acercarnos al infierno subjetivo que atraviesa, más específicamente un cuadro de esquizofrenia. Los testimonios de Miguel y Germán no son menos intensos pero resuenan de forma distinta a lo largo del documental, en parte también gracias al atisbo a la obra de Degol cuyos versos aparecen esporádicamente como separadores. El eco de los versos de sus poemas es particularmente desolador una vez que el final resignifica el valor de esos segmentos. Sin embargo el documental no deja de ser un valioso testimonio en su conjunto del proceso de desmanicomialización, un tema muy debatido en el campo de la salud mental que se aborda no sólo desde la experiencia de los tres protagonistas, sino también a través de la exposición de profesionales y pacientes en un programa radial. Los fuegos internos muestra cómo resulta el proceso de retorno a la comunidad tras el encierro en una institución con una mirada tan aguda como sensible, pero predomina el intento de aproximarnos a la subjetividad de los protagonistas antes que la exposición de la cotidianeidad. No todos estos aproximamientos resultan igual de efectivos: demostrar la aparición de “Jesús” ante un paciente que padece delirios en una secuencia puede resultar un subrayado que no aporta demasiado a la narración. Distintos son los planos que se pierden en las texturas de los muros del hospicio, que tienen una búsqueda poética a través del montaje de encuadres cerrados que dan siempre la idea de encierro. Estos definitivamente actúan como un complemento de la experiencia subjetiva de los tres protagonistas, incluso cuando esto resulta apenas un flashback: allí está la herida. Conmovedor y agudo por sus observaciones precisas a través de la experiencia de sus tres protagonistas, Los fuegos internos es un documental sólido a pesar de que no profundiza en algunas de las muchas facetas que abre en la narración de su problemática. Sin embargo, resuena por la calidez de sus testimonios y la mirada del colectivo de directoras.